sábado, 30 de julio de 2016

Argumentos que apoyan la Reencarnación



WILLIAM Q. JUDGE
Amenos que neguemos la inmortalidad del hombre y la existencia del alma, no hay ningún argumento firme contra la doctrina de la preexistencia y del renacimiento, excepto aquél que se basa en el dictamen de la iglesia, que dice que cada alma es una nueva creación. Este dictamen puede ser únicamente sostenido por un dogmatismo ciego,ya que una vez conferida el alma tarde o temprano tenemos que arribar a la teoría del renacimiento, porque aún cuando cada alma es nueva sobre esta tierra, la misma debe continuar viviendo en alguna otra parte después del fallecimiento; y en vista del reconocido orden de la naturaleza, el alma tendrá otros cuerpos o vestiduras en otros planetas o esferas celestes. 

La Teosofía le aplica al yo personal - el pensador - las mismas leyes que rigen a través de toda la naturaleza; y esas leyes todas son variaciones de la gran ley de que los efectos siguen siempre a las causas, y de que ningún efecto existe sin una causa. La inmortalidad del alma - creída por la masa de la humanidad - exige la encarnación corpórea, aquí o en cualquier otra parte, y el estar encarnado significa reencarnación. Si nosotros venimos a esta tierra tan sólo por unos cuantos años y luego vamos a alguna otra, el alma debe estar encarnada allí lo mismo que aquí y si hemos arribado aquí desde cualquier otro mundo, debemos haber usado allí también una vestidura apropiada. Los poderes de la mente y las leyes que gobiernan su acción, sus apegos y sus desapegos, según se explica en la filosofía teosófica, demuestran que su reincorporación debe efectuarse aquí, donde se vivió y laboró, hasta que llegue ese momento en que la mente sea capaz de vencer las fuerzas que la encadenan a este globo. Permitir a la entidad aquí comprometida el transferirse a otra escena de acción, antes de que hubiera vencido todas las causas que la atrajeron aquí y sin haber llevado a cabo sus responsabilidades frente a otras entidades en la misma corriente de evolución, sería injusto y contrario a las poderosas leyes y fuerzas ocultas que continuamente operan sobre ella. 

Los primeros Padres Cristianos vieron ésto, y enseñaron que el alma había caído en la materia y que estaba obligada por la ley de su naturaleza a afanarse asiduamente hacia la misma fuente de donde provino. Cantaban un antiguo himno griego que decía:

¡Mente Eterna, tu retoño destella,
A través de este sutil vaso de arcilla,
Entre las olas del sombrío caos
Emite un tenue rayo.
Esta Mente que envuelve el alma está sembrada,
Gérmen encarnado sobre la tierra:
Por piedad, Señor de la Misericordia, confiesa entonces
Lo que en Tí reclama su nacimiento.
Aún lejos de Tí, oh tú, fuego central,
Destierra la triste esclavitud de la tierra,
No permitas que trémula la chispa expire;
Absórbela al fin, que es tuya!


Cada ser humano posee un carácter determinado que difiere del de todos los otros seres humanos, y muchedumbres de seres congregados dentro de naciones, demuestran en conjunto que el vigor nacional y peculiaridades distintivas se entrelazan para formar un carácter nacional. Estas diferencias, tanto individuales como nacionales, se deben al carácter esencial y no a la educación. Aún la doctrina de la supervivencia de los más fuertes debería demostrar ésto, porque la aptitud y la fuerza no pueden emanar de la nada, sino que deben finalmente mostrarse por sí mismas, en el parecer del verdadero carácter interior. Y como ambos, los individuos y las naciones, entre aquellos que se encuentran al frente en la lucha con la naturaleza, exhiben una inmensa fuerza de carácter, nosotros tenemos que encontrar ese lugar y esa época, en donde tal fuerza fue desarrollada. Estos son, dice la Teosofía, esta tierra y todo el período durante el cual la raza humana ha existido sobre el planeta.

Así pues, mientras la herencia tiene algo que ver con la diferencia de carácter en cuanto a la fuerza y la moral, influenciando un poco el alma y la mente, y proveyendo también el lugar apropiado para recibir recompensa y castigo, la herencia no es, sin embargo, la causa de la naturaleza esencial que muestra cada cual.

Mas todas esas diferencias, tales como aquellas mostradas por los niños desde el nacimiento, por los adultos a medida que el carácter se desarrolla más y más, y por las naciones a través de su historia, se deben a la larga experiencia adquirida durante muchas vidas sobre la tierra, y son el resultado de la evolución el alma misma. El examen de una corta vida humana no ofrece suficiente base para la formación de la naturaleza interior del hombre. Es indispensable que cada alma adquiera toda la experiencia posible, y una sola vida no puede proporcionar ésto aún bajo las condiciones más favorables. 
Sería una tontería del Todopoderoso el situarnos aquí por tan corto tiempo, tan sólo para erradicarnos cuando hubiéramos empezado a ver el propósito de la vida y las posibilidades que la misma ofrece. El simple deseo egoísta de una persona, de evadir las pruebas y disciplinas de la vida, no es suficiente para poner de lado las leyes de la naturaleza; por lo tanto, el alma debe renacer hasta que deje de poner en movimiento la causa del renacimiento, después de haber desarrollado su carácter hasta el límite posible, según indican todas las variedades de la naturaleza humana; cuando todas las experiencias hayan pasado y no antes de que toda la verdad accesible haya sido adquirida.

La gran disparidad entre los hombres con respecto a capacidad nos obliga, si es que deseamos atribuir justicia a la Naturaleza o a Dios, a admitir la doctrina de la reencarnación y a rastrear el origen de esa disparidad en las vidas pasadas del Ego. Pues la gente está tan obstaculizada, obstruida, atropellada y hecha víctima de una aparente injusticia por falta de capacidad, como de veras lo está por razones de circunstancias de nacimiento o de educación. 
Vemos al ineducado elevándose por encima de las circunstancias de familia y de aprendizaje, y a menudo, otros nacidos en el seno de familias importantes, tienen una capacidad inferior; pero los problemas de las naciones y de las familias surgen más de la escasez de capacidad mental que de ninguna otra causa. Y si consideramos tan sólo las razas salvajes, en ellas la injusticia aparente es enorme; porque muchos salvajes tienen realmente una buena capacidad cerebral, pero aún así permanecen en ese estado. Esto se debe a que el Ego en ese cuerpo está aún salvaje y subdesarrollado; porque en contraste con el salvaje existen muchos hombres civilizados de insignificante calibre cerebral, que no son salvajes de naturaleza porque el Ego residente en ellos ha tenido una larga experiencia en la civilización durante vidas anteriores, y poseyendo un alma más altamente desarrollada que la del salvaje, tiene el poder de usar el instrumento cerebral hasta su límite más elevado.

Cada hombre siente y reconoce que él posee una individualidad propia, una identidad personal que salva no sólo las lagunas o brechas causadas por el sueño, sino también aquéllas que a veces sobrevienen como consecuencia de lesiones temporales del cerebro. Esta identidad jamás se interrumpe desde el comienzo hasta el final de la vida en las personas normales, y únicamente la persistencia y carácter eterno del alma pueden dar una explicación de ésto.

Así, desde que comenzamos a recordar, sabemos que nuestra identidad personal no nos ha fallado, no importa cuán limitada sea nuestra memoria. Esto descarta el argumento de que la identidad depende del recuerdo, en razón de que, si la identidad dependiera tan sólo de ello, nosotros tendríarnos que comenzar de nuevo cada día ya que no podemos recordar los eventos del anterior en sus detalles, y algunas mentes no recuerdan sino muy poco y aún así sienten en sí mismas su identidad personal. Y como se observa con frecuencia que las personas que recuerdan el mínimo insisten tan vigorosamente como las otras sobre su identidad personal, esa persistencia de sentimiento debe emanar de la antigua alma inmortal.

Contemplando la vida y su probable finalidad, con toda la variada experiencia posible para el hombre, uno está forzado a la conclusión de que una sola vida no es suficiente para llevar a cabo todo lo que intenta la Naturaleza, sin mencionar lo que el hombre mismo desea lograr. La gama de variedad en experiencias es enorme. Hay en el hombre un inmenso campo de poderes latentes, que según notamos podrían ser desarrollados si les fuera dada la oportunidad. Un conocimiento infinito en amplitud y en diversidad se extiende ante nosotros, especialmente en estos tiempos en que la investigación especializada está a la orden del día. Nosotros percibimos que tenemos aspiraciones muy elevadas, sin tener el tiempo para poder realizarlas en toda su medida, mientras la gran tropa de pasiones y deseos, motivos y ambiciones egoístas, guerrean contra nosotros y entre ellos mismos, persiguiéndonos aún hasta la puerta del sepulcro. 

Todos estos obstáculos tienen que ser tratados, conquistados, usados, sojuzgados. Una vida no es suficiente para todo ésto. Decir que no tenemos sino una sola vida aquí, con tales posibilidades frente a nosotros imposibles de desarrollar, es hacer del Universo y la vida tan sólo una inmensa y cruel broma perpetrada por un Dios poderoso, quien es por tanto acusado por aquéllos que creen en la creación especial de almas, de glorificarse y bromear con el diminuto hombre, simplemente porque ese hombre es pequeño y una mera criatura del Todopoderoso. 

Una vida humana a lo sumo es de unos setenta años; las estadísticas reducen esta edad a un promedio de cuarenta; y de este remanente tan reducido, una parte considerable es empleada en el sueño y otra parte en la niñez. Siendo esto así, en una sola vida parece ser completamente imposible alcanzar una mera fracción de lo que la Naturaleza evidentemente tiene en perspectiva. Nosotros vagamente percibimos muchas verdades que una sola vida no nos da tiempo suficiente para asir y comprender, y ésto es especialmente así, cuando los hombres tienen que sostener gran lucha para sobrevivir. 
Nuestras facultades son pequeñas, sin desarrollo o débiles; una sola vida no da la oportunidad para alterar ésto; nosotros percibimos otros poderes que tenemos latentes, que no pueden ser desarrollados en tan corto espacio de tiempo, y tenemos mucho más que una simple sospecha, de que el ámbito del campo de la verdad es mucho mayor que el reducido círculo en el cual estamos ahora confinados. No es razonable suponer que, o Dios o la naturaleza, nos encierre dentro de un cuerpo simplemente para llenarnos de rencor porque no podemos tener más oportunidad aquí, sino que, más bien, tenemos que llegar a la conclusión de que una serie de encarnaciones nos han conducido a la presente condición y que el proceso de llegar aquí una y otra vez debe continuar, con el propósito de brindarnos las oportunidades necesarias.

El mero hecho de morir no es de por sí suficiente para producir el desarrollo de facultades o la eliminación de las tendencias e inclinaciones erróneas. Si damos por sentado que al entrar al cielo de inmediato adquirimos todo conocimiento y toda pureza, entonces ese estado después de la muerte queda reducido a un nivel de inacción y la vida misma, con toda su disciplina, queda privada de todo significado. 

La enseñanza de algunas iglesias asegura que existe una escuela de disciplina accesible después de la muerte, en donde se dice descaradamente que los mismos Apóstoles, bien conocidos como hombres ignorantes, han de ser los instructores. Esto es absurdo y exento de fundamento o razón dentro del orden natural de las cosas. Además, si tal subsecuente disciplina realmente existe, ¿por qué razón nos trajeron a esta vida entonces? Y por qué razón, después del sufrimiento y del error cometido somos sacados del lugar en donde nuestros actos fueron llevados a cabo? La única respuesta y solución que queda es la de la reencarnación. Regresamos a la tierra, porque en la tierra y con los seres que existen en ella, fueron ejecutados nuestros hechos; porque es el único lugar apropiado en donde el castigo y la recompensa pueden ser justamente recibidos; porque aquí está el único sitio natural para continuar la lucha hacia la perfección, hacia el desarrollo de las facultades que poseemos y la destrucción de la maldad que yace en nosotros. La justicia para con nosotros y para con todos los demás seres así lo requiere, porque no podemos vivir para nosotros mismos exclusivamente y sería muy injusto el permitir a algunos de nosotros evadirnos, dejando atrás a los demás que fueron copartícipes en nuestras acciones, para ser precipitados en un infierno de eterna duración.

La persistencia del salvajismo, el ascenso y decadencia de naciones y civilizaciones, la total extinción de naciones, todo ello requiere una explicación que no puede ser encontrada en ninguna parte, sino en la reencarnación. El salvajismo aún existe, porque todavía hay Egos cuya experiencia es tan limitada que aún permanecen salvajes; esos Egos emergerán dentro de razas superiores cuando se encuentren preparados. Las razas se extinguen porque los Egos han obtenido ya toda la experiencia que esa clase de raza les ofrece. Por eso nos encontramos al Piel Roja, al Hotentote, a los indígenas de la Isla de Pascua y otros, como ejemplos de razas abandonadas por los Egos avanzados; y mientras esas razas están en el proceso de extinción, otras almas, que no han disfrutado aún de una vida más elevada, encarnan en los cuerpos de esas razas agonizantes, para usarlos con el propósito de adquirir la experiencia que ese cuerpo racial pueda darles. Una raza no podría surgir y repentinamente desaparecer. Nosotros vemos que ese no es el caso, pero la ciencia no puede dar ninguna explicación; simplemente se limita a decir que es un hecho que las naciones decaen. Pero en esta explicación no se toma en cuenta la existencia del hombre interno ni las leyes recónditas, sutiles y ocultas que se unifican para formar una raza. La Teosofía explica que la energía acumulada tiene que gastarse gradualmente, y por lo tanto la reproducción de los cuerpos del carácter de esa raza seguirá adelante, aunque los Egos no son más compelidos a habitar cuerpos de ese tipo, a menos que esos Egos sean de un desarrollo igual al de la raza.

Por consiguiente, hay una época en que el conjunto total de Egos que han fundado la raza, la abandonan para ir a otro ambiente físico más semejante a ellos. La economía de la Naturaleza no permitirá que la raza física repentinamente se desvanezca, y así, en el orden verdadero de la evolución, otros Egos menos avanzados arriban y usan las formas todavía disponibles para prolongar la producción de los cuerpos aunque en menor y menor número cada siglo. Estos Egos menos avanzados no pueden mantenerse al nivel de capacidad del cúmulo de energías dejadas por los otros Egos, y así, mientras el nuevo contingente adquiere tanta experiencia como sea posible, la raza se extingue con el tiempo, después de pasar por su período de decadencia. Esta es la explicación de lo que puede ser calificado como salvajismo descendente, y ninguna otra teoría podrá explicar esos hechos. Los etnólogos han pensado a veces que las razas más civilizadas exterminan a las demás; pero la realidad es que, a consecuencia de la gran diferencia que existe entre los Egos que habitan el cuerpo de la vieja raza y la energía del cuerpo en sí, las mujeres comienzan a volverse estériles, y de este modo, lentamente pero con toda certeza el número de muertes excede al de nacimientos. 

La misma China está en el proceso de decadencia, y se encuentra ahora en un estado casi estacionario, precisamente antes de su precipitación hacia la caída. Grandes civilizaciones como las de Egipto y Babilonia, han desaparecido porque las almas o los Egos que las fundaron han reencarnado hace tiempo en las grandes naciones conquistadoras de Europa y los actuales continentes de las Américas. Como naciones y razas, esas almas han reencarnado totalmente y vuelto a nacer para fines más elevados que nunca. 

De todas las razas antiguas, sólo la raza Indo-Ariana perdura aún como preservadora de las antiguas doctrinas. En días venideros ella se elevará otra vez a sus antiguas cimas de gloria.

La aparición de genios y de grandes mentes en familias carentes de estas cualidades, lo mismo que la extinción dentro de una familia, del genio manifestado por un ancestro, únicamente pueden explicarse por medio de la ley del renacimiento. Napoleón Primero vino a una familia totalmente desigual a él en cuanto a poder y fuerza. No hay nada en su línea hereditaria que pueda explicar su carácter. De acuerdo con las Memorias del Príncipe Talleyrand, el mismo Napoleón decía que él había sido el emperador Carlomagno. Unicamente asumiendo que él hubiera vivido una larga serie de vidas que proveyeran la apropiada línea de evolución, o la causa necesaria para el desarrollo de su mente, naturaleza y energía, sólo así nos es posible tener una idea leve de por qué él u otros grandes genios aparecieron. 

Mozart, mientras era un infante pudo crear partituras orquestales; ésto no fue debido a la herencia, porque tal partitura no es natural sino que es forzada, mecánica y enteramente convencional; pero aún así Mozart tenía el conocimiento sin previa instrucción. ¿Cómo? Porque él era un músico reencarnado, con un cerebro musical proporcionado por su línea familiar, y por tanto no impedido en sus esfuerzos para exponer su talento musical. Pero más extraordinario aún es el caso del ciego Tom, un negro cuya familia no podía bajo ningún concepto poseer conocimiento alguno del piano, un instrumento moderno, como para poder transmitirle ese conocimiento a los átomos de su cuerpo; sin embargo, él tenía un gran talento musical y conociá el mecanismo actual de la escala musical del piano. 

Existen centenares de ejemplos como estos entre los tantísimos prodigios que han aparecido para asombro del mundo. En la India se encuentran numerosas historias de sabios que nacieron con un completo conocimiento de filosofía y cosas similares, e indudablemente lo mismo ha ocurrido en todas las naciones.

Esta reminiscencia del conocimiento adquirido en vidas pasadas explica también el instinto, porque éste no es más que reminiscencia divisible entre memoria física y mental. Se ve tanto en el niño como en el animal, y no es más que el resultado de previas experiencias. Y bien sea que observemos al bebé recién nacido extendiendo sus bracitos para asegurar su propia protección, o al animal con su gran poder instintivo, o a la abeja construyendo una celda del panal de acuerdo con exactas reglas geométricas, esto es todo el efecto de la reencarnación actuando por medio de la mente o de la célula física, porque de acuerdo con lo que se ha expuesto anteriormente, ningún átomo está exento de vida, de conciencia y de inteligencia propia.

En el caso del gran músico Bach, tenemos la prueba de que la herencia no cuenta para nada si el Ego no es avanzado, pues su genio no fue transmitido por sus descendientes y gradualmente se desvaneció, abandonando finalmente del todo el seno de la familia. Así también se explica el advenimiento de idiotas o de hijos perversos en familias cuyos padres son honorables, puros o intelectuales en grado sumo. Estos son casos en los cuales la herencia es mantenida a raya por un Ego del todo malvado y deficiente.

Y finalmente, el hecho de que ciertas ideas esenciales son comunes a la raza entera, es explicado por los sabios como debido al recuerdo de tales ideas, las cuales fueron sembradas en la mente humana desde el comienzo mismo de su carrera evolucionaria sobre el planeta, por esos hermanos y sabios que aprendieron sus lecciones y se perfeccionaron en pasadas edades, largo tiempo antes de que el desarrollo de este globo comenzara. Ninguna explicación de las ideas inherentes a la raza es ofrecida por la ciencia, que pueda conducir a alguna otra cosa mejor que repetir: "ellos existen". Estas ideas fueron de hecho enseñadas a la masa de Egos que están ahora ocupados en el proceso de la evolución de la tierra, y tales ideas fueron grabadas con indelebles caracteres de fuego en sus naturalezas, y siempre recordadas. Esas ídeas, acompañan al Ego a través de su larga peregrinación.


A menudo se ha enseñado que la oposición a la idea de reencarnación ha sido exclusivamente basada en prejuicios, o en un dogma que solamente se puede sostener cuando la mente está encadenada e impedida de ejecutar sus propias facultades. 
La reencarnación es la más noble de las doctrinas, y con la acompañante doctrina del Karma, la cual va a ser considerada a continuación, es la única que da las bases para la ética. No hay duda alguna en mi mente de que el fundador del Cristianismo asumió y dio por un hecho la doctrina de la reencarnación, y que su ausencia actual en la religión Cristiana es el origen de la contradicción entre la ética que profesan las naciones Cristianas y sus prácticas actuales, las cuales son tan contrarias a la ética proclamada por Jesús.

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