miércoles, 19 de junio de 2019

EL EVANGELIO DE SRI RAMAKRISHNA - MAESTRO Y DISCÍPULO



Marzo de 1882

Era un domingo de primavera, pocos días después del cumpleaños de Sri Ramakrishna cuando M. lo vio por primera vez. Sri Ramakrishna vivía en el Kalibari, jardín del templo de la Madre Kali, en las riberas del Ganges, en Dakshineswar.

Estando desocupado los domingos, M. había ido con su amigo Sidhu a Baranagor, a visitar varios jardines. Cuando paseaban por los jardines de Prasanna Banneryi, Sidhu dijo: “Hay un lugar encantador a orillas del Ganges, donde vive un Paramahamsa* ¿Te gustaría ir allí?”. M. asintió e inmediatamente se dirigieron al jardín del templo de Dakshineswar. Era la hora del crepúsculo cuando llegaron a la puerta principal, dirigiéndose directamente al aposento de Sri Ramakrishna. Allí estaba, sentado en un diván de madera, mirando hacia el Este. Con una sonrisa en su rostro, hablaba de Dios. El aposento estaba lleno de gente, todos sentados en el suelo, bebiendo sus palabras en profundo silencio.

M. de pie, observaba en silencio. Era como si se encontrara en el punto donde se juntan todos los lugares sagrados; como si el mismo Shukadeva estuviera hablando la palabra de Dios, o como si Sri Chaitania estuviera cantando el nombre y las glorias del Señor en Puri, con Rámananda, Swarup y los otros devotos.
Sri Ramakrishna decía: “Si al oír el nombre de Harí o Rama una vez, uno llora y el pelo se pone de punta, tened por seguro entonces, que ya no necesitáis celebrar ritos tales como el sandhiá**. Sólo entonces tendréis derecho de renunciar a los ritos, o mejor dicho los ritos mismos os abandonarán. Entonces será suficiente que sólo repitáis el nombre de Rama o de Harí, o aun simplemente Om.” Continuando agregó: “El sandhiá
se sumerge en el Gáiatri∗∗∗, y el Gáiatri se sumerge en Om.”
                                               
Santo de la más alta realización.
∗∗ Plegaria védica que se reza tres veces al día, por la mañana, al mediodía y al anochecer. ∗∗∗ Otro verso sagrado de los Vedas que se recita diariamente.

M. miró en derredor suyo maravillado y se dijo a sí mismo: “¡Qué hermoso lugar! ¡Qué hombre tan encantador! ¡Qué hermosas son sus palabras! No tengo deseos de moverme de aquí.” Después de unos minutos pensó: “Voy a recorrer el lugar primero; luego volveré y me sentaré.”
Al dejar el aposento, acompañado de Sidhu, oyó la dulce música del servicio vespertino, que venía del templo; del gong, la campana, el tambor y el címbalo. También se escuchaba la música que venía del nahabat[1], al extremo sur del jardín. Los sonidos se deslizaban sobre el Ganges, flotando y perdiéndose en la distancia. Soplaba un suave viento de primavera, cargado con la fragancia de las flores; la luna acababa de aparecer. Era como si la naturaleza y el hombre, juntos, se estuvieran preparando para la adoración vespertina. M. y Sidhu visitaron los doce templos de Shiva, el templo de Radhakanta y el templo de Bhavatárini. A medida que M. observaba los servicios ante las imágenes, su corazón se henchía de gozo.

Los dos amigos regresaron conversando hacia el aposento de Sri Ramakrishna. Sidhu le dijo a M. que el templo había sido fundado por Rani Rasmani; que allí se adoraba diariamente a Dios como Kali, Krishna y Shiva y que en su interior se daba alimentos a muchos sadhus y mendigos. Al llegar a la puerta del aposento de Sri Ramakrishna la hallaron cerrada. Brinde, la criada, se encontraba de pie ante la puerta. M., que había sido entrenado en las costumbres inglesas y no entraba a un aposento sin permiso, le preguntó: “¿El santo, está adentro?” Brinde replicó: “Sí, está en el cuarto.”

M.: “¿Cuánto hace que vive aquí?”
BRINDE: “Oh, hace mucho que vive aquí.”
M.:“¿Lee muchos libros?”
BRINDE: “¿Libros? ¡Oh no, por amor de Dios! Están todos en su lengua.”
M., quien acababa de concluir sus estudios en la Universidad, quedó perplejo al oír que Sri Ramakrishna no leía libros.
M.: “Quizás es esta la hora de su adoración vespertina. ¿Podemos entrar? ¿Quiere usted decirle que estamos ansiosos por verle?”

BRINDE: “Entren, hijos míos y siéntense.”
Al entrar en el aposento, hallaron a Sri Ramakrishna solo, sentado en el diván de madera. Acababa de quemar incienso y todas las puertas estaban cerradas. Al entrar, M. saludó al maestro juntando sus manos. Luego, a requerimiento del Maestro, M. y Sidhu se sentaron en el suelo. Sri Ramakrishna les preguntó: “¿Dónde viven ustedes? ¿Cuál es vuestra ocupación? ¿Por qué habéis venido a Baranagor?” M. contestó sus preguntas, pero le pareció notar que de vez en cuando el Maestro estaba distraído. Más tarde supo que ese estado se denomina bhava, éxtasis. Es como el estado del pescador que se halla sentado, con la caña en la mano; el pez viene y traga la carnada; el corcho comienza a temblar; el pescador está alerta, empuña la caña con firmeza y ansiedad, vigila el flotante y no habla con nadie. Tal era el estado mental de Sri Ramakrishna. Más tarde M. oyó y él mismo comprobó, que Sri Ramakrishna a menudo entraba en ese estado después del crepúsculo, volviéndose a veces completamente inconsciente del mundo exterior.

M.: “Tal vez desea usted cumplir con su adoración vespertina. En tal caso, permítanos retirarnos.”
SRI RAMAKRISHNA (aún en éxtasis): “No; ¿adoración vespertina? No; no es exactamente eso.”
Luego de una corta conversación M. saludó al Maestro y se despidió. “Venga otra vez”, dijo Sri Ramakrishna.

En camino hacia su casa, M. comenzó a preguntarse: “¿Quién es este hombre de aspecto sereno que me arrastra hacia él? ¿Es acaso posible que un hombre sea grande sin ser erudito? ¡Qué maravilloso es esto! Me gustaría verlo otra vez. Él mismo me dijo, «Venga otra vez». Iré mañana o pasado.”
La segunda visita de M. a Sri Ramakrishna tuvo lugar en el corredor sudeste, a las ocho de la mañana. El Maestro estaba por ser afeitado, pues en ese momento había llegado el barbero. Como aún se prolongaban los fríos de la estación, se había cubierto con un chal de lana con borde rojo. Al ver a M. el Maestro dijo: “¿Así es que has venido?
Eso es bueno. Siéntate aquí.” Sonreía; al hablar, tartamudeaba un poco.

SRI RAMAKRISHNA (a M.): “¿Dónde vives?”
M.: “En Calcuta, señor.”

SRI RAMAKRISHNA: “¿Dónde te hospedas aquí?”

M.: “Estoy en Baranagor, en casa de mi hermana mayor, la casa de Ishán Kaviraya.”

SRI RAMAKRISHNA: “Oh, ¿en lo de Ishán? ¿Cómo se encuentra Keshab? Estaba muy enfermo.”

M.: “Así he oído yo también, pero creo que ahora está bien.”

SRI RAMAKRISHNA: “Hice el voto de adorar a la Madre con cocos verdes y azúcar cuando Keshab sanara. A veces hacia la madrugada me despertaba y lloraba ante Ella: «Madre, te lo ruego, haz que Keshab se ponga bien. Si Keshab muere, ¿con quién  voy a hablar cuando vaya a Calcuta?» Y así fue que resolví ofrecerle cocos verdes y azúcar.
“Dime, ¿has oído hablar de un tal Sr. Cook que ha venido a Calcuta? ¿Es verdad que está dando conferencias? Una vez Keshab me llevó en un barco y este Sr. Cook era de la partida.”
M.: “Sí, señor, he oído algo de eso; pero nunca he estado en sus conferencias. No sé mucho acerca de él.”

SRI RAMAKRISHNA: “El hermano de Pratap vino aquí. Se quedó unos días. No tenía nada que hacer y dijo que quería vivir aquí. Me enteré que había dejado a su mujer e hijos con su suegro. ¡Tiene una nidada de hijos! Así es que lo regañé. ¡Imagínate! ¡Es padre de un montón de hijos! ¿Acaso los vecinos los van a alimentar y criar? ¡Ni siquiera tiene vergüenza de que algún otro esté alimentando a su mujer e hijos, y que los haya dejado en casa de su suegro! Lo reprendí severamente y le dije que buscara un empleo. Entonces consintió en dejar este lugar.
“¿Eres casado?”
M.: “Sí señor.”
SRI RAMAKRISHNA (estremeciéndose): “¡Oh, Ramlal![2] ¡Qué lástima, es casado!” Como culpable de una terrible falta, M. quedó inmóvil, los ojos fijos en el suelo.
Pensó: “¿Acaso es algo tan malo ser casado?”

El Maestro continuó: “¿Tienes hijos?”
M. podía oír esta vez los latidos de su corazón. Con voz temblorosa contestó en un susurro: “Sí, señor, tengo hijos.”
Muy tristemente Sri Ramakrishna dijo: “¡Ay de mí! ¡Y hasta tiene hijos!”
M. permaneció mudo ante esta censura. Su vanidad había recibido una bofetada. Después de unos minutos Sri Ramakrishna mirándole afectuosamente, le dijo con todo cariño: “Tienes algunos buenos signos. Lo sé con sólo mirar a una persona a sus ojos, frente, etc. Dime, ahora, ¿qué clase de persona es tu esposa? ¿Tiene atributos espirituales o está bajo el poder de avidiá?”

M.: “Es buena. Pero me temo que es ignorante.”
MAESTRO (con evidente disgusto): “¡Y tú eres un hombre de conocimiento!” M. aún tenía que aprender la diferencia que existe entre conocimiento e ignorancia. Su concepto, hasta ese momento, era que uno obtiene conocimiento de los libros y escuelas. Más tarde, abandonó este falso concepto. Le enseñaron que conocer a Dios es conocimiento y no conocerlo, ignorancia. Cuando Sri Ramakrishna exclamó: “¡Y tú eres un hombre de conocimiento!”, el ego de M. recibió nuevamente una terrible sacudida. MAESTRO: “Bien; ¿crees en Dios con o sin forma?”
M. algo sorprendido se dijo a sí mismo: “¿Cómo puede uno creer en Dios sin forma cuando uno cree en Dios con forma? Y si uno cree en Dios sin forma, ¿cómo puede creer que Dios tiene una forma? ¿Acaso pueden estas dos ideas contradictorias ser verdad al mismo tiempo? ¿Acaso puede un líquido blanco como la leche, ser negro?

M.: “Señor, me gusta pensar en Dios sin forma.”
MAESTRO: “Muy bueno. Es suficiente tener fe en cualquiera de estos aspectos. Tú crees en Dios sin forma; está muy bien, pero jamás pienses, ni por un momento, que sólo esto es verdad y todo lo demás falso. Recuerda que Dios con forma, es tan verdad como Dios sin forma, pero adhiérete fuertemente a tu propia convicción.”
La aseveración de que ambas cosas eran igualmente verdad, asombraron a M.; jamás había aprendido esto de sus libros. Así, su ego recibió un tercer golpe; sin embarga, no sintiéndose completamente derrotado, se adelantó a argüir un poco más con el Maestro.
M.: “Señor, supongamos que uno cree en Dios con forma. ¡Indudablemente Él no es la imagen de arcilla!”

MAESTRO (interrumpiéndole): “Pero ¿por qué de arcilla? Es una imagen de Espíritu.”
M. no podía comprender bien el significado de esa “imagen de Espíritu” y dijo al Maestro: “Pero señor, habría que explicar a aquellos que adoran la imagen de arcilla, que no es Dios y que mientras la están adorando deberían tener en vista a Dios y no a la imagen de arcilla. Uno no debería adorar a la arcilla.”

MAESTRO (severamente): “¡Esa es la manía de ustedes, la gente de Calcuta —dando conferencias y guiando a otros hacia la luz! Jamás nadie se detiene a considerar cómo obtener la luz uno mismo. ¿Quiénes sois vosotros para enseñar a otros?
“Él, que es el Señor del Universo, enseñará a todos. Sólo Él nos enseña; Él, que ha creado este universo, que ha hecho el sol y la luna, los hombres y las bestias y todos los seres; que ha provisto los medios para su sustento; que ha dado padres a los niños y los ha dotado de amor para criarlos. 
El Señor ha hecho tantas cosas, ¿no va a enseñar a la gente el modo de adorarLe? Si necesitan enseñanza, entonces Él será el Maestro. Él es nuestro Gurú Interno.
“Supón que haya un error en adorar la imagen de arcilla; ¿no sabe acaso Dios que a través de la imagen, sólo Él es invocado? Se sentirá complacido con esa sincera adoración. ¿Por qué habrías tú de tener un dolor de cabeza por ello? Mejor sería que tú mismo trataras de obtener conocimiento y devoción.”

Esta vez M. sintió su ego triturado por completo. Ahora se dijo para sus adentros: “Sí; él ha dicho la verdad. ¿Qué necesidad tengo de enseñar a otros? ¿Acaso he conocido a Dios? ¿Lo amo, acaso, realmente? ¡No tengo suficiente lugar en mi cama para mí y estoy invitando a mi amigo a compartirla conmigo! Nada sé acerca de Dios y sin embargo estoy tratando de enseñar a otros. ¡Qué vergüenza! ¡Qué tonto soy! Esto no es matemáticas, historia o literatura, que uno puede enseñar a otros. No; esto es el profundo misterio de Dios. Lo que él dice, me atrae.”
Este fue el primer argüir de M. con el Maestro y, afortunadamente, el último.

MAESTRO: “Estabas hablando de adorar la imagen de arcilla. Aun si la imagen está hecha de arcilla, hay necesidad de esa clase de adoración. Dios mismo ha provisto diferentes formas de adoración. Él, que es el Señor del Universo, ha arreglado todas estas formas para satisfacer a diferentes personas, en diferentes estados de conocimiento.”
“La madre cocina diferentes platos, de acuerdo con el estómago de sus diferentes hijos. Supón que tenga cinco hijos. Si hay pescado para cocinar, preparará varios platos con él —pilau, pickles, pescado frito y así sucesivamente— para satisfacer sus distintos gustos y poder de digestión.
“¿Me comprendes?”

M. (humildemente): “Sí, señor. ¿Cómo, señor, podemos fijar nuestra mente en
Dios?”

MAESTRO: “Repite el nombre de Dios y canta Sus glorias y busca compañía santa; y de vez en cuando visita a los devotos de Dios y a hombres santos. La mente no puede morar en Dios si día y noche está sumergida en la mundanalidad, en obligaciones y responsabilidades mundanas; es sumamente necesario ir a la soledad de vez en cuando y pensar en Dios. Fijar la mente en Dios es muy difícil al principio, a menos que uno practique meditación en la soledad. Cuando un árbol es joven debe ser cercado, si no el ganado puede destruirlo.
«Para meditar debes recogerte dentro de ti mismo, o en un rincón recluido o en un bosque y debes discernir siempre entre lo Real y lo irreal. Sólo Dios es Real, la Eterna Substancia; todo lo demás es irreal, es decir, impermanente. Discerniendo así, uno debe arrojar de la mente las cosas impermanentes.”

M. (humildemente): “¿Cómo debemos vivir en el mundo?”
MAESTRO: “Cumple con todos tus deberes, pero mantén tu mente fija en Dios. Vive con todos —esposa, hijos, padre, madre— y sírvelos. Trátalos como si ellos fueran tus bienamados, pero sabiendo en el fondo de tu corazón, que no te pertenecen.

«Una criada en la casa de un hombre pudiente realiza todos los quehaceres domésticos, pero sus pensamientos están fijados en su propio hogar en su aldea natal. Cría a les hijos de su amo como si fueran los suyos propios. Hasta habla de ellos diciendo «mi Rama» o «mi Harí». Pero en su fuero íntimo sabe muy bien que no le pertenecen en absoluto.
“La tortuga se mueve por todos lados en el agua. Pero, ¿te imaginas dónde están sus pensamientos? Allá en la orilla donde anidan sus huevos. Cumple con todos tus deberes en el mundo, pero conserva tu mente fija en Dios.

“Si entras en el mundo sin haber cultivado primero el amor a Dios, te encontrarás cada vez más enredado. Te sentirás abrumado por sus peligros, aflicciones y pesares y cuanto más pienses en cosas mundanas, más apegado a ellas estarás.
“Primero frota tus manos con aceite y luego abre la fruta de la yaca, si no te pringarás con su leche pegajosa. Primero consigue el aceite del divino amor y luego pon tus manos en los deberes del mundo.
“Pero hay que ir a la soledad para alcanzar este divino amor. Para obtener mantequilla de la leche, tienes que dejarla asentar en una vasija en un lugar recluido; si se la agita, la leche no cuajará. Luego debes dejar de lado todos los otros deberes, sentarte tranquilo y batir la cuajada. Sólo entonces obtienes la mantequilla.
“Más adelante, meditando en Dios en la soledad, la mente adquiere conocimiento, desapasionamiento y devoción. Pero esta misma mente va hacia abajo, si mora en el mundo. En el mundo hay un solo pensamiento: «mujer y oro»[3].


[3] La expresión “mujer y oro” a menudo utilizada en un sentido general, ocurre con frecuencia en las enseñanzas de Sri Ramakrishna, para designar el mayor impedimento que se opone al progreso espiritual. Esta expresión favorita del Maestro, “kamini kanchan” a menudo ha sido erróneamente interpretada. Por ella, él sólo quiso significar “lujuria y codicia”, cuya perniciosa influencia retarda al aspirante en su crecimiento espiritual. Usaba la palabra “kámini” o “mujer” como símbolo del instinto sexual, al dirigirse a sus devotos del sexo masculino. Por otra parte aconsejaba a sus devotas apartarse de “el hombre”. “Kanchan” u “oro” simboliza la codicia, que es el otro obstáculo para la vida espiritual.

Sri Ramakrishna jamás enseñó a sus discípulos a odiar a ninguna mujer o al género femenino en general. Esto puede apreciarse claramente al recorrer todas sus enseñanzas bajo este título y juzgarlas colectivamente. El Maestro veía a todas las mujeres como otras tantas imágenes de la Divina Madre del Universo. Rindió su más elevado homenaje a la femineidad al aceptar como su guía a una mujer, mientras practicó las muy profundas disciplinas espirituales del Tantra. Su esposa, conocida y venerada como la Santa Madre, fue su constante compañera y su primera discípula. Al final de su práctica espiritual, literalmente adoró a su esposa como la encarnación de la Diosa Kali, la Divina Madre. Después de su desaparición, la Santa Madre se convirtió en la guía espiritual, no sólo de un gran número de hogareños, sino también de muchos miembros monásticos de la Orden de Ramakrishna.

“El mundo es agua y la mente, leche. Si viertes leche dentro del agua, se vuelven una; no podrás volver a encontrar la leche pura. Pero haz cuajar la leche y bátela hasta convertirla en mantequilla. Entonces, cuando esa mantequilla sea colocada en el agua, flotará. Así, pues, practica disciplina espiritual en la soledad y obtén la mantequilla del conocimiento y del amor. Aun en el caso de guardar esa mantequilla en el agua del mundo, no se mezclará. La mantequilla flotará.
“Junto con esto debes practicar el discernimiento. «Mujer y oro» es impermanente. Dios es la única Eterna Substancia. ¿Qué obtiene el hombre con dinero? Alimento, ropa, morada —nada más—. No puedes realizar a Dios con su ayuda. Por lo tanto, el dinero jamás puede ser la meta de la vida. Ese es el proceso del discernimiento. ¿Comprendes?”

M.: “Sí, señor. Acabo de leer una pieza en Sánscrito titulada Prahodha Chandródaia. Trata del discernimiento.”

MAESTRO: “Sí, discernimiento sobre los objetos. Considera: ¿qué hay en el dinero o en un cuerpo hermoso? Discierne y hallarás que hasta el cuerpo de una mujer hermosa consiste de huesos, carne, grasa y otros elementos desagradables. ¿Por qué habría un hombre de abandonar a Dios y dirigir su atención a semejantes cosas? ¿Por qué habría un hombre de olvidar a Dios a causa de ellas?”

M.: “¿Es posible ver a Dios?”

MAESTRO: “Sí, seguramente. Viviendo en la soledad de vez en cuando; repitiendo el nombre de Dios y cantando Sus glorias, y discerniendo entre lo Real y lo irreal — estos son los medios a emplear para verLo.”

M.: “¿Bajo qué condiciones ve uno a Dios?”

MAESTRO: “Clama al Señor con un corazón intensamente anhelante y seguro que Lo verás. La gente vierte toda una jarra de lágrimas por su esposa e hijos. Nadan en lágrimas por el dinero. Pero, ¿quién llora por Dios? LlámaLe con verdadero clamor.” El Maestro cantó:
Clama a tu Madre Shyama con verdadero clamor, ¡oh mente mía!
¿Y cómo puede Ella sustraerse de ti?
¿Cómo puede Shyama no aparecer?
¿Cómo puede tu Madre Kali mantenerse alejada?
Oh mente mía, si tienes fervor, llévale una ofrenda de hojas de bel y flores de hibiscus;
Pon a Sus pies tu ofrenda
Y mezcla con ella la fragante pasta de sándalo del Amor.

Continuando, dijo: “Anhelar es como la aurora rosada. 
Después de la aurora sale el sol. 
El anhelo es seguido por la visión de Dios.

“Dios se revela al devoto que se siente atraído hacia Él por la fuerza combinada de estas tres atracciones: la atracción que un hombre mundano siente por las posesiones materiales; la atracción de una madre por su hijo y la atracción de una casta esposa hacia su esposo. Si uno se siente atraído hacía Él por la fuerza combinada de estas tres atracciones, entonces, por medio de ello uno puede alcanzarlo.

“Vale decir, es necesario amar a Dios como una madre ama a su hijo, la casta esposa a su esposo y un hombre mundano sus riquezas. Junta estas tres fuerzas de amor, estos tres poderes de atracción y entrégalos todos a Dios. Entonces, con seguridad Lo verás.
“Es necesario rogarle con un corazón anhelante. El gatito sólo sabe llamar a su madre maullando «¡Miau, miau!». Él queda satisfecho dondequiera que la madre lo ponga. La gata puede ponerlo a veces en la cocina, a veces en el suelo y otras veces sobre una cama. Cuando sufre sólo grita «¡Miau, miau!» Eso es todo lo que sabe. Pero en cuanto la madre oye este grito, donde sea que se halle, viene a su gatito.”
Era domingo por la tarde cuando M. vino en su tercera visita al Maestro. Había quedado profundamente impresionado por sus dos visitas anteriores, a este hombre maravilloso. Constantemente había estado pensando en el Maestro y del modo tan sencillo con que explicaba las profundas verdades de la vida espiritual. Jamás había conocido hasta ese momento un hombre semejante.
Sri Ramakrishna estaba sentado en el pequeño diván. El aposento estaba lleno de devotos[4] que habían aprovechado el día feriado para venir a ver al Maestro. M. todavía no conocía a ninguno de ellos; por ello se sentó en un rincón. El Maestro sonreía mientras hablaba con los devotos.
Dirigía sus palabras particularmente a un joven de diecinueve años llamado Narendranath[5] que era un estudiante de la Universidad y frecuentaba el Sádharan Brahmo Samaya. Sus ojos eran brillantes, sus palabras llenas de ánimo y tenía la mirada de un amante de Dios.
M. se dio cuenta que la conversación versaba sobre los hombres mundanos que desprecian a los que aspiran a las cosas espirituales. El Maestro hablaba sobre lo muy numerosa que era esa gente en el mundo y de cómo tratar con ella.

MAESTRO (a Narendra): “¿Qué sientes acerca de esto? La gente mundana dice toda clase de cosas sobre los que están inclinados hacia la espiritualidad. ¡Pero mira! Cuando un elefante anda por la calle cualquier número de perros de mala ralea y otros pequeños animales ladran y gritan tras él; pero el elefante ni siquiera los mira. Si la gente habla mal de ti, ¿qué vas a pensar de ellos?”

NARENDRA: “Voy a pensar que son perros que me están ladrando.”

MAESTRO (sonriendo): “¡Oh no! ¡No debes ir tan lejos, hijo mío! (Risas). Dios mora en todos los seres pero sólo has de intimar con gente buena; debes mantenerte apartado de los de mente perversa. Dios está hasta en el tigre, pero no por ello debes abrazar al tigre. (Risas). Podrás decir, «¿Por qué escapar del tigre que también es una manifestación de Dios?» La respuesta es: «Aquellos que te dicen que escapes, también son manifestaciones de Dios —¿y por qué no habrías de escucharlos?»
“Voy a contarles una historia. Vivía en el bosque un santo que tenía muchos discípulos. Un día les enseñó que vieran a Dios en todos los seres y, sabiendo esto, se inclinasen respetuosamente ante todos ellos. Un discípulo fue al bosque a juntar leña para el fuego del sacrificio. De pronto oyó un grito: «¡Salid del camino! ¡Se acerca un elefante enfurecido!» Todos escaparon a todo correr, menos el discípulo. Razonó que el elefante era Dios en otra forma. Entonces, ¿por qué habría de escapar de él? Se detuvo, se inclinó ante el animal y comenzó a cantar sus loas. 

El mahut del elefante gritaba: «¡Escape! ¡Escape!» Pero el discípulo no se movió. El animal lo agarró con su trompa, lo tiró a un lado y siguió su camino. Lastimado y machucado, el discípulo yacía inconsciente en el suelo. Al oír lo que había sucedido, su maestro y sus hermanos discípulos vinieron por él y lo llevaron a la ermita. Con la ayuda de algunas medicinas pronto volvió a la consciencia. Alguien le preguntó: «Tú sabías que el elefante se acercaba, ¿por qué no te alejaste?» «Pero» contestó, «nuestro maestro nos ha dicho que Dios mismo ha tomado todas estas formas, tanto de animales como de hombres. Por lo tanto, pensando que sólo era el Dios elefante el que venia, no escapé.» A esto el maestro replicó: «Sí, hijo mío, es verdad que era el Dios elefante el que se estaba acercando, pero el Dios mahut te prohibió quedarte allí. Desde que todas son manifestaciones de Dios, ¿por qué no confiaste en las palabras del mahut? Debiste haber escuchado las palabras del Dios mahut.» (Risas).
“Se dice en las Escrituras que el agua es una forma de Dios. Pero hay agua que es apta para ser utilizada en la adoración, hay agua para lavarse la cara y hay agua sólo apta  para lavar platos y la ropa sucia. La última clase no puede servir para beber o para propósitos sagrados. De la misma manera, sin duda alguna, Dios mora en el corazón de todo —santo y pecaminoso, justo e injusto—; pero el hombre no debe tener tratos con los malos, los perversos, los impuros. No debe intimar con ellos. Con algunos puede cambiar palabras, pero con otros, ni siquiera eso. Debe mantenerse apartado de tal clase de gente.”
UN DEVOTO: “Señor, si un hombre perverso está por dañar o realmente lo está haciendo, ¿debemos quedar, entonces, impasibles?”
MAESTRO: “Un hombre que vive en la sociedad, debiera hacer gala de tamas* para protegerse de la gente de mente perversa. Pero no debiera dañar a nadie en previsión del posible daño que le pudieran hacer.
“Escuchen esta historia. Unos niños pastores solían llevar sus vacas a pastar a una pradera donde moraba una serpiente terriblemente venenosa. Todos ellos le temían y se mantenían siempre alertas. Un día un brahmachari[6] pasaba por la pradera. Los muchachos corrieron hacia él y le dijeron: ‘Reverendo señor, por favor, no vaya por ese lado. Una serpiente venenosa vive por allí.’ ‘¿Y qué hay con ello, mis buenos hijos?’ —contestó el brahmachari—. ‘No temo a la serpiente. Conozco algunos mantras.’ Así diciendo, continuó su camino a través de la pradera. Los pastores, temerosos, no le acompañaron. Mientras tanto la serpiente velozmente se dirigió hacia él, la cabeza erguida. Tan pronto como se le acercó, él recitó un mantra y la serpiente cayó a sus pies como una lombriz. El brahmachari le dijo: ‘Dime, ¿por qué andas haciendo daño? Ven, te voy a dar una palabra sagrada. Por su repetición, aprenderás a amar a Dios. Finalmente Lo realizarás y te librarás de tu naturaleza violenta.’ Diciendo esto, enseñó a la serpiente una palabra sagrada y la inició en la vida espiritual. La serpiente se inclinó ante su maestro y dijo: ‘Reverendo señor, ¿cómo he de practicar disciplina espiritual?’ ‘Repite esa sagrada palabra —dijo el maestro—, y no dañes a nadie.’ Como se dispusiera a partir, el brahmachari dijo: ‘Te volveré a ver.’
“Pasaron algunos días y los pastores notaron que la serpiente no mordía. Le tiraron piedras. Aún así no mostraba enojo; se comportaba como si fuera una lombriz. Un día uno de los muchachos se le acercó, la agarró de la cola y revolcándola repetidas veces la golpeó contra el suelo y la arrojó lejos. La víbora vomitó sangre y quedó inconsciente. Estaba aturdida. No podía moverse y los muchachos, creyéndola muerta, se fueron por su camino.

“Avanzada la noche la serpiente volvió en sí. Lentamente y con gran dificultad se arrastró hasta su guarida. Tenía sus huesos rotos y apenas podía moverse. Pasaron muchos días. La serpiente se convirtió en un simple esqueleto cubierto por una piel. De vez en cuando, durante la noche, salía en busca de alimento. Por miedo a los muchachos no dejaba su guarida durante el día. Desde que recibiera la palabra sagrada de su maestro, había dejado de dañar a otros. Se mantenía de desperdicios, hojas y las frutas que caían de los árboles.
“Como un año después el brahmachari acertó a pasar por el lugar y preguntó por la sierpe. Los muchachos pastores le dijeron que había muerto. Él no les quiso creer. Sabía que la serpiente no habría de morir antes de alcanzar el fruto de la palabra sagrada con la que él la había iniciado. Siguiendo su camino hacia el lugar y buscando aquí y allá, la llamó por el nombre que le había dado. Al oír la voz de su maestro salió de su cueva y con gran reverencia se inclinó ante él. ‘¿Cómo estás?’ —preguntó el brahmachari—. ‘Estoy bien, señor’, replicó la serpiente. ‘Pero’, preguntó el maestro, ‘¿por qué estás tan delgada?’
La serpiente replicó: ‘Reverendo señor, tú me ordenaste que no dañara a nadie, así es que he estado viviendo de hojas y frutas. Quizás esto me haya hecho adelgazar.’
“La serpiente había desarrollado la cualidad sattva*; no podía enojarse con nadie. Había olvidado totalmente que los pastores casi la habían matado.
“El brahmachari dijo: ‘No puede ser la mera falta de alimento lo que te ha reducido a este estado. Tiene que haber otra razón. Piénsalo un poco. Entonces la serpiente recordó que los muchachos la habían golpeado contra el suelo y dijo: ‘Sí, reverendo señor, ahora recuerdo. Los muchachos un día me golpearon violentamente contra el suelo. Después de todo, son ignorantes. Ellos no han comprendido el gran cambio que se ha producido en mi mente. ¿Cómo podrían saber que yo no iba a morder ni dañar a nadie?’ El brahmachari exclamó: ‘¡Qué vergüenza! Qué tonta eres! No sabes protegerte. Yo te pedí que no mordieras, pero no te prohibí que silbaras. ¿Por qué no los atemorizaste silbando?’
“Así es que debéis silbar a la gente perversa. Debéis asustarla, si no os dañará. Pero jamás inyectéis vuestro veneno en ella. Uno no debe dañar a los demás.
“En esta creación de Dios hay variedad de cosas: hombres, animales, árboles, plantas. Entre los animales, algunos son buenos, algunos son malos. ‘Hay animales feroces como el tigre. Algunos árboles dan frutos dulces como néctar y otros dan frutos venenosos. De la misma manera, entre los seres humanos, los hay buenos y perversos, santos e impíos. Hay algunos que están dedicados a Dios y otros que están apegados al mundo.

“Los hombres pueden dividirse en cuatro clases: aquellos que están encadenados al mundo, los que buscan la liberación, los liberados y los siempre libres.
“Entre los siempre libres podemos mencionar sabios como Nárada. Viven en el mundo para el bien de los otros, para enseñar a los hombres las verdades espirituales.
“Aquellos que están ligados, están sumergidos en la mundanalidad y olvidan a Dios. Ni siquiera por equivocación piensan en Dios.
“Los buscadores de la liberación quieren liberarse del apego al mundo. Algunos de ellos lo logran y otros no.
                                                
Serenidad.

“Las almas liberadas tales como los sadhus y mahatmas no están enredados en el mundo, en ‘mujer y oro’. Sus mentes están libres de mundanalidad. Además, ellos siempre meditan sobre los Pies de Loto del Señor.
“Suponed que se ha echado una red dentro de un lago para conseguir peces. Algunos peces son tan listos que jamás se los pesca con la red. Son como los siempre libres. Pero la mayoría de los peces se enredan en la red. Algunos tratan de liberarse y son como los que buscan la liberación. Pero no todos los peces que luchan lo consiguen. Muy pocos saltan fuera de la red, chapoteando enérgicamente. Entonces el pescador grita: ‘¡Mira! ¡Allá va uno grande!’ Pero la mayoría de los peces cogidos en la red no pueden escapar, ni hacen ningún esfuerzo por salir. Al contrario, se amadrigan en el barro con la red en la boca y yacen allí inmóviles, pensando: ‘Ya no tenemos nada que temer; aquí estamos bien salvos’. Pero los pobres ignoran que el pescador los va a sacar de allí conjuntamente con la red. Estos son como los hombres ligados al mundo.

“Las almas ligadas están atadas al mundo con los grillos de ‘mujer y oro’. Están atados de pies y manos. Creyendo que ‘mujer y oro’ les hará felices y les dará seguridad, no se dan cuenta que ello los empuja hacia el aniquilamiento. Cuando un hombre así ligado está por morir, su esposa le pregunta: ‘Tú estás por irte, pero ¿qué has hecho por mí?’ Él, a su vez —tal es su apego por las cosas del mundo—, cuando ve la lámpara con luz alta, dice: ‘Baja la luz. Se está gastando mucho aceite.’ ¡Y está en su lecho de muerte!
“Las almas ligadas jamás piensan en Dios. Cuando están sin nada que hacer, se entregan a una ociosa chismografía y a conversaciones fútiles o bien se ocupan en trabajos estériles. Si preguntáis a alguna de estas personas, cuál es la razón, os dirán: ‘Oh, no puedo quedarme quieto; así que estoy plantando un cerco.’ Y cuando el trabajo les resulte pesado, quizás empiecen a jugar a las cartas.” Reinaba un profundo silencio en el aposento.

UN DEVOTO: “¿Señor, entonces, ¿no hay salvación para tal persona mundana?”
MAESTRO: “Seguramente que hay. De vez en cuando debería vivir en compañía de santos y retirarse a la soledad de tiempo en tiempo, para meditar en Dios. Además, debería practicar discernimiento y rogar a Dios, ‘Dame fe y devoción.’ Una vez que una persona tiene fe lo ha alcanzado todo. No hay nada más grande que la fe.
(A Kedar): “Debes haber oído acerca del tremendo poder de la fe. Se dice en el Purana que Rama, que era Dios Mismo —la personificación del Absoluto Brahman—, tuvo que construir un puente para cruzar el mar a Ceilán. Pero Hanumán, confiando en el nombre de Rama, de un salto cruzó el mar y alcanzó la otra orilla. Él no tuvo necesidad de un puente. (Todos ríen).
“Una vez un hombre estaba por cruzar el mar. Bibhíshana escribió el nombre de Rama sobre una hoja, la ató en un extremo de las ropas de aquel y le dijo: ‘No temas. Ten fe y camina sobre el agua. Pero, atiende, en el momento mismo que pierdas la fe, te ahogarás.’ El hombre caminó con toda facilidad sobre el agua. De pronto tuvo un intenso deseo de saber qué era lo que llevaba atado a sus ropas. Lo desató y sólo halló una hoja con el nombre de Rama escrito en ella. ‘¿Qué es esto?’ pensó. ‘¡Nada más que el nombre de Rama!’ Tan pronto como la duda penetró en su mente, se sumergió bajo las aguas.

“Si un hombre tiene fe en Dios, aun si ha cometido el más atroz de los pecados —tal como matar una vaca, un brahmín o una mujer— con toda seguridad será salvado por su fe. Que sólo diga a Dios: ‘Oh Señor, no repetiré semejante acción’, y nada tendrá que temer.”
‘Cuando hubo dicho esto, el Maestro cantó:
Si sólo puedo morir repitiendo el nombre de Durgá,
¿Cómo puedes Tú entonces, oh Bendita, Retener mi liberación Por miserable que sea yo?
Puedo haber robado una copa de vino o matado un niño por nacer, Haber matado una mujer o una vaca.
O aún haber causado la muerte de un brahmín;
Pero aunque todo fuera cierto,
Nada de esto puede hacerme sentir el menor desasosiego;
Porque por el poder de Tu dulce nombre Mi alma miserable ha de aspirar Aun al estado de Brahman.
Señalando a Narendra el Maestro dijo: “Todos ustedes ven a este muchacho. Él se comporta así, aquí. Un niño travieso parece muy tranquilo cuando está con su padre. Sin embargo, es completamente distinto cuando juega en el chandni[7]. Narendra y la gente de su tipo pertenecen a la clase de los siempre libres. Jamás están enredados en el mundo. A medida que pasan los años sienten el despertar de la consciencia interior y van directamente hacia Dios. Sólo vienen al mundo para enseñar a los otros. Jamás les importa cosa alguna del mundo. Nunca se apegan a ‘mujer y oro’.
“Los Vedas hablan del pájaro homa, que vive alto en el cielo y allí, en el aire, pone sus huevos. Tan pronto como es puesto, el huevo comienza a caer; pero está tan alto que continúa descendiendo por días y días. A medida que cae se está empollando hasta que nace. Abre sus ojos; sus alas crecen. Inmediatamente se da cuenta de que está cayendo y que terminará estrellándose contra el suelo. Entonces, al momento, impulsa su vuelo hacia arriba, alto en el cielo, donde está su madre.”

En eso, Narendra salió del aposento. Kedar, Prankrishna, M., y muchos se quedaron.
MAESTRO: “Veis, Narendra sobresale en cantar, en tocar instrumentos, en los estudios y en todo. 
El otro día mantuvo una discusión con Kedar e hizo pedazos sus argumentos. (Todos ríen).

(A M.): “¿Existe algún libro en inglés sobre el razonamiento?”
M.: “Sí, señor, existe. Se llama Lógica.”
MAESTRO: “Dime lo que dice.”
M. un tanto turbado dijo: “Una parte del libro trata de la deducción de lo general a lo particular. Por ejemplo: ‘Todos los hombres son mortales. Los eruditos son hombres. Por lo tanto los eruditos son mortales.’ Otra parte trata del método de razonar de lo particular a lo general. Por ejemplo: ‘Este cuervo es negro. Aquel cuervo es negro. Los cuervos que vemos por todas partes son negros.’ Pero puede haber una equivocación en una conclusión establecida de este modo; porque al investigar uno puede hallar un cuervo blanco en algún país. Hay otra ilustración: ‘Si hay lluvia, hay o ha habido una nube. Por lo tanto la lluvia viene de la nube.’ Todavía otro ejemplo: ‘Este hombre tiene treinta y dos dientes. Aquel otro tiene treinta y dos dientes. Todos los hombres que vemos tienen treinta y dos dientes. Por lo tanto la especie humana tiene treinta y dos dientes. La lógica inglesa trata de estas inducciones y deducciones.”

Sri Ramakrishna apenas oyó estas palabras. Mientras escuchaba se distrajo. Así es que la conversación no prosiguió más lejos.
Cuando la reunión se dispersó, los devotos vagaron por los jardines del templo. M. fue en dirección al Panchavati[8]. Eran como las cinco de la tarde. Después de un rato, volvió al aposento del Maestro. Allí, en la pequeña galería Norte observó un cuadro asombroso.
Sri Ramakrishna estaba de pie, inmóvil, rodeado de unos pocos devotos y Narendra estaba cantando. M. jamás había oído cantar tan dulcemente, excepto al Maestro. Cuando miró a Sri Ramakrishna quedó estupefacto; el Maestro estaba inmóvil, con la mirada fija. Parecía que ni siquiera respiraba. Un devoto le dijo a M. que el Maestro estaba en samadhi. M. jamás había visto ni oído antes de tal cosa. Silencioso y maravillado, pensó: “¿Es posible que un hombre olvide a tal punto el mundo exterior en la consciencia de Dios? ¡Cuán profundas deberán ser su fe y devoción para proporcionarle ese estado!” Narendra cantaba:
Medita, oh mente mía, en el Señor Harí,
El Inmancillado, Puro Espíritu desde el principio hasta el fin.
¡Cuán incomparable es la Luz que en Él brilla!
¡Cuán embelesadora es Su maravillosa forma!
¡Cuán amado es por todos Sus devotos!
Siempre más hermoso, en fresco amor floreciente
Que avergüenza el esplendor de un millón de lunas, Como el relámpago fulgura la gloria de Su forma, Erizando los cabellos de pura dicha.
Al oír el canto de esta última línea, el Maestro se estremeció. Sus cabellos se erizaron y lágrimas de dicha corrieron por sus mejillas. De vez en cuando sus labios se entreabrían en una sonrisa. ¿Acaso estaba viendo la incomparable belleza de Dios, “que avergüenza el esplendor de un millón de lunas”? ¿Era esto la visión de Dios, la Esencia del Espíritu? ¡Cuánta austeridad y disciplina, cuánta fe y devoción deben ser necesarias para obtener semejante visión! El canto continuó:
Adora Sus pies en el loto de tu corazón;
Con mente serena y ojos radiantes
Con amor celestial, contempla esa visión incomparable.
De nuevo aquella sonrisa hechicera. El cuerpo inmóvil como momentos antes, sus ojos entrecerrados, como si contemplara una extraña visión interior.
El canto llegaba a su fin. Narendra cantó las ultimas líneas:
Aprisionada en el hechizo del éxtasis de Su amor, Sumérgete para siempre jamás en Él, oh mente mía, Que es Puro Conocimiento y Pura Felicidad.
El samadhi que vio y la divina felicidad que había presenciado, dejaron en la mente de M. una impresión indeleble. Volvió a su casa profundamente conmovido. De vez en cuando podía escuchar en lo íntimo de sí mismo, el eco de esas líneas embriagadoras:
Sumérgete para siempre jamás en Él, oh mente mía, Que es Puro Conocimiento y Pura Felicidad.
El día siguiente era también de fiesta para M. Llegó a Dakshineswar a las tres de la tarde. Sri Ramakrishna estaba en su aposento; Narendra, Bhavanath y unos pocos devotos más estaban sentados en una estera tendida en el suelo. Eran todos muchachos de diecinueve a veinte años. Sentado en el pequeño diván Sri Ramakrishna les hablaba sonriendo. Al entrar M. al aposento, el Maestro rió fuerte y dijo a los muchachos: “¡Vean! Ha vuelto otra vez.” Todos rieron. M. se prosternó ante él y se sentó. Antes de esto había saludado al Maestro juntando las manos, de acuerdo con la educación inglesa. Pero ese día aprendió a caer a sus pies, en el más ortodoxo estilo hindú.
De inmediato el Maestro explicó a los devotos el motivo de su risa, diciendo: “Una vez un hombre alimentó a un pavo real con una píldora de opio, a las cuatro de la tarde.

 Al día siguiente, exactamente a la misma hora, el pavo real volvió. Había sentido la embriaguez de la droga y volvió a tiempo para obtener otra dosis.” (Todos ríen).
M. pensó que ésta había sido una ilustración muy acertada. Aún en su propia casa no había podido alejar ni por un momento, el pensamiento de Sri Ramakrishna. Su mente estaba constantemente en Dakshineswar y había contado los minutos hasta poder volver.
Mientras tanto el Maestro bromeaba con los muchachos, tratándolos como si fueran sus más íntimos amigos. Ruidosas carcajadas llenaban el aposento, como si fuera una feria de alegría. Todo era una revelación para M. Pensó: “¿Acaso no lo vi ayer mismo embriagado de Dios, nadando en el Océano del Divino Amor, cuadro que jamás había contemplado? ¡Y hoy, la misma persona, se está comportando como un hombre común! ¿No fue él quien me reprendió el primer día que vine aquí? ¿No me amonestó diciéndome: ‘¡Y tú eres un hombre de conocimiento!’? ¿No fue él acaso quien me dijo que Dios con forma es tan verdadero como Dios sin forma; y que sólo Dios es Real y todo lo demás ilusorio? ¿No fue él quien me aconsejó que viviera en el mundo desapegado como una criada en casa de un hombre rico?”

Sri Ramakrishna se estaba divirtiendo con los jóvenes devotos; de vez en cuando miraba a M. y notó que éste estaba silencioso. El Maestro dijo a Ramlal: “Ves, él es algo avanzado en edad y por eso es algo serio. Permanece sentado quieto, mientras los jóvenes se divierten.” M. tenía entonces, alrededor de veintiocho años.

La conversación derivó hacia Hanumán, cuya imagen pendía de la pared del aposento del Maestro.
Sri Ramakrishna dijo: “Imaginad el estado mental de Hanumán. A él no le importaban dinero, honores, las comodidades ni cosa alguna. Sólo anhelaba a Dios. En el momento que escapaba con el arma celestial que había sido escondida en el pilar de cristal, Mandódari comenzó a tentarlo con variadas frutas de manera de hacerlo bajar y dejar caer el arma[9]. Pero Hanumán no podía ser engañado tan fácilmente. En respuesta a su insinuación, Hanumán cantó esta canción:
¿Acaso necesito frutas?
Poseo la Fruta que, de veras

Hace fértil esta vida. Dentro de mi corazón El árbol de Rama crece,
Dando como fruto, la salvación.
Bajo el árbol de Rama
Que colma los deseos, me siento cómodo Cortando cualquier fruta que quiero.
Pero si hablas de fruta — Mendigo no soy de frutas comunes. Mira, me voy,
Dejando para ti, una fruta amarga.”

Mientras Sri Ramakrishna cantaba, entró en samadhi. Nuevamente sus ojos entrecerrados y su cuerpo inmóvil, tal como aparece en las fotografías. Un minuto antes sus devotos habían estado bromeando en su compañía. Ahora, todas las miradas estaban fijas en él. Así, por segunda vez, M. vio al Maestro en samadhi.

Después de largo rato, el Maestro retornó a la consciencia ordinaria. Su rostro iluminado por una sonrisa y su cuerpo laxo, sus sentidos comenzaron a funcionar normalmente, mientras vertía lágrimas de dicha repitiendo el santo nombre de Rama. M. se preguntaba si este verdadero santo era la misma persona que unos minutos antes había estado comportándose como un niño de cinco años.
El Maestro dijo a Narendra y a M., “Me gustaría oírles hablar y discutir en inglés.” Ambos rieron, pero continuaron hablando en su lengua materna. Era imposible para M. volver a argüir ante el Maestro. Y aunque Sri Ramakrishna insistió, ellos no hablaron en inglés.
A las cinco de la tarde todos los devotos, menos Narendra y M. se despidieron del Maestro. Mientras M. caminaba por los jardines del Templo, sorpresivamente se encontró con el Maestro que hablaba con Narendra al borde del estanque de ocas. Sri Ramakrishna decía a Narendra: “Mira, ven un poco más a menudo. Tú eres un recién llegado. Cuando la gente recién se conoce, se visita con frecuencia, como en el caso de un amante y su bienamada. (Narendra y M. ríen). Así es que ven; ¿lo harás?”
Narendra, miembro del Brahmo Samaya, era muy escrupuloso en cuanto a sus promesas y dijo sonriendo, “Sí, señor, trataré.”

Mientras volvían al aposento del Maestro, Sri Ramakrishna dijo a M.: “Cuando los campesinos van a la feria a comprar bueyes para sus arados, fácilmente pueden distinguir los buenos de los malos, tocándoles la cola. Al recibir este toque, algunos se echan mansamente en el suelo. Los campesinos reconocen que éstos no tienen brío, de manera que los rechazan. Sólo eligen aquellos bueyes que brincan y demuestran fogosidad cuando se les toca la cola. Naren es como un buey de esta última clase. Está lleno de espíritu interno.”
Mientras decía esto el Maestro sonrió y continuó: “Hay algunas personas que no tienen ninguna clase de entereza. Son como arroz aplastado remojado en leche —suave y blando—. ¡Sin fuerza interna!
Era el atardecer. El Maestro meditaba en Dios. Dijo a M.: “Ve y conversa con Narendra. Luego dime qué piensas de él.”

En los templos, el servicio vespertino había concluido. M. halló a Narendra a orillas del Ganges y empezaron a conversar. Narendra habló acerca de sus estudios en la Universidad, del Brahmo Samaya del cual era miembro, y cosas similares.
Era tarde ya y para M. el momento de partir, pero no sintiendo ningún deseo de irse, fue en cambio en busca de Sri Ramakrishna. Estaba fascinado por los cantos del Maestro y deseaba oír más. 
Finalmente encontró al Maestro, quien se paseaba por el nátmandir*, frente al Templo de Kali. En el templo, a cada lado de la imagen de la Divina Madre, ardía una lámpara. La única lámpara en el espacioso nátmandir, combinaba luz y sombras en una especie de mística media luz, en la que veladamente podía distinguirse la figura del Maestro.
M. había quedado encantado con la dulce música del Maestro. Con cierta vacilación le preguntó si esa noche habría algún canto más. “No, no esta noche” —le contestó el Maestro luego de breve reflexión—. Luego, como recordando algo, agregó: “Pero pronto iré a casa de Balaram Bosu, en Calcuta. Ve allá y me oirás cantar.” M. asintió.

MAESTRO: “¿Conoces a Balaram Bosu?”
M.: “No, señor. No lo conozco.”
MAESTRO: “Vive en Bospara.”
M.: “Bien, señor, le encontraré.”
Mientras Sri Ramakrishna se paseaba por el vestíbulo con M. le dijo: “Déjame preguntarte algo. ¿Qué piensas de mí?”
M. permaneció en silencio. Nuevamente Sri Ramakrishna le preguntó: “¿Qué piensas de mí? ¿Cuántas annas∗∗ tengo de Conocimiento de Dios?”
M.: “No comprendo qué quiere usted significar por annas. Pero de esto estoy seguro: Jamás he visto antes, en parte alguna, tanto conocimiento, amor extático, fe en Dios, renunciación y universalidad.” El Maestro rió.

M. se inclinó profundamente ante él y se despidió. Había llegado hasta la puerta principal del jardín del templo cuando de pronto recordó algo y se volvió hacia Sri Ramakrishna que se encontraba aún en el nátmandir. A la tenue luz reinante, el Maestro, completamente solo, se paseaba por el vestíbulo, deleitándose en el Ser —como el león que vive solitario, vagando por la selva.
En silencioso asombro M. observó a esa gran alma.
MAESTRO (a M.): “¿Qué te hace volver?”
M.: “Quizás la casa a que usted me ha pedido que vaya pertenece a un hombre rico y no me dejarán entrar. Creo que haría mejor en no ir. Más bien podría verlo a usted aquí.”



[1] Pabellón de música.
[2] Un sobrino de Sri Ramakrishna y sacerdote del Templo de Kali.
[3] La expresión “mujer y oro” a menudo utilizada en un sentido general, ocurre con frecuencia en las enseñanzas de Sri Ramakrishna, para designar el mayor impedimento que se opone al progreso espiritual. Esta expresión favorita del Maestro, “kamini kanchan” a menudo ha sido erróneamente interpretada. Por ella, él sólo quiso significar “lujuria y codicia”, cuya perniciosa influencia retarda al aspirante en su crecimiento espiritual. Usaba la palabra “kámini” o “mujer” como símbolo del instinto sexual, al dirigirse a sus devotos del sexo masculino. Por otra parte aconsejaba a sus devotas apartarse de “el hombre”. “Kanchan” u “oro” simboliza la codicia, que es el otro obstáculo para la vida espiritual.
Sri Ramakrishna jamás enseñó a sus discípulos a odiar a ninguna mujer o al género femenino en general. Esto puede apreciarse claramente al recorrer todas sus enseñanzas bajo este título y juzgarlas colectivamente. El Maestro veía a todas las mujeres como otras tantas imágenes de la Divina Madre del Universo. Rindió su más elevado homenaje a la femineidad al aceptar como su guía a una mujer, mientras practicó las muy profundas disciplinas espirituales del Tantra. Su esposa, conocida y venerada como la Santa Madre, fue su constante compañera y su primera discípula. Al final de su práctica espiritual, literalmente adoró a su esposa como la encarnación de la Diosa Kali, la Divina Madre. Después de su desaparición, la Santa Madre se convirtió en la guía espiritual, no sólo de un gran número de hogareños, sino también de muchos miembros monásticos de la Orden de Ramakrishna.

(Las notas numeradas correlativamente pertenecen a la edición original. Trad.).

[4] En el texto la palabra “devoto” es usada, por regla general, para denotar un devoto de Dios, un adorador de Dios Personal o un seguidor del sendero del amor. Un devoto de Sri Ramakrishna es aquel que está dedicado a Sri Ramakrishna y que sigue sus enseñanzas. La palabra “discípulo” cuando es usada en conexión con Sri Ramakrishna se refiere a uno que ha sido iniciado en la vida espiritual por Sri Ramakrishna a quien considera como su Gurú.
[5] Posteriormente conocido como el Swami Vivekananda, de fama mundial.
[6] Gala de fuerza, de furia. ∗∗ Hombre santo.
[7] Pórtico.
[8] Grupo de cinco árboles sagrados, plantados por Sri Ramakrishna en el jardín, para sus prácticas de disciplina espiritual.
[9] La historia a que se hace referencia aquí está narrada en el Ramáiana. Rávana había recibido un don por el cual sólo podía ser muerto por un arma celestial. Esta arma estaba escondida en un pilar de cristal, en su palacio. Un día Hanumán, disfrazado de mono común, vino al palacio y rompió el pilar. Al escapar con el arma, fue tentado con frutas por Mandódari, esposa de Rávana, con el propósito de que devolviera el arma. Acto seguido Hanumán asumió su verdadera forma y cantó el canto que transcribe el texto.

 Oratorio.
∗∗ Dieciseisava parte de una rupia.
MAESTRO: “¡Oh, no! ¿Por qué piensas eso? Simplemente menciona mi nombre. Di que quieres verme; entonces alguien te conducirá hacia mí.”
M. asintió con un gesto y luego de saludar al Maestro se fue.

No hay comentarios:

Publicar un comentario