Confiando en su iglesia, tales personas no desean perturbar la tranquilidad de su fe en dogmas que podrían ser ilógicos; y como han sido disciplinados en la suposición de que la iglesia los puede condenar al infierno, tan sólo el temor ciego a la maldición lanzada contra la reencarnación en el Concilio de Constantinopla, por el año 500 de
Absurda como parece, ésta es la premisa planteada por los jesuítas eruditos, quienes alegan que los hombres más bien preferirán tener la oportunidad presente que esperar por otras futuras. Esta objeción sería válida si no hubiera retribución alguna, pero como
Hay seguridad en este sistema, puesto que ningún hombre puede por ningún medio, favor, edicto, o creencia, eludir las consecuencias y cada uno que se aferre a esta doctrina será movido por su conciencia y todo el poder de la naturaleza a obrar bien, con el fin de que pueda recibir el bien y llegar a ser feliz.
Se ha sostenido que la teoría del renacimiento es antipática y desagradable, porque, por una parte es fría y no permite la interferencia de sentimiento alguno, prohibiéndonos renunciar a voluntad a una vida que hemos encontrado dolorosa, y por otra parte, que no parece que dentro de esa teoría haya ninguna oportunidad de ver a nuestros seres queridos que han fallecido con anterioridad. Pero ya sea ésto de nuestro agrado o no, las leyes de
Ahora bien, la objeción a la reencarnación de que no veremos a nuestros seres queridos en el cielo, según asegura la religión dogmática, presupone una cesación completa de la evolución y del desarrollo de esos seres que abandonan la tierra antes que nosotros, y también asume que el reconocimiento depende de la apariencia física. Pero así como progresamos en esta vida, de la misma manera debemos progresar al abandonarla y sería injusto obligar a los otros a que esperen nuestro arribo sin cambiar para que nosotros podamos reconocerlos. Y si uno reflexiona en las consecuencias naturales de elevarse hacia el cielo, donde todos los impedimentos son descartados, debe ser evidente que aquellos que han estado residiendo allí por veinte años mortales con anterioridad a nuestro arribo, deben haber efectuado, dentro de la naturaleza de los procesos mentales y espirituales, un progreso equivalente a muchos cientos de años sobre la tierra. ¿Cómo podríamos entonces, arribando más tarde, y aún imperfectos, ser capaces de reconocer a aquellos que han estado perfeccionándose en el cielo con tales ventajas? Así como sabemos que el cuerpo físico ha quedado atrás abandonado para su desintegración, de igual modo es evidente que en la vida espiritual y mental, el reconocimiento no puede depender de la apariencia corpórea.
No sólo es ésto evidente sino que estamos persuadidos de que un cuerpo físico contrahecho o mal parecido a veces encierra una inteligencia brillante y un alma pura, y que un cuerpo exterior hermosamente formado - tal como es el caso de los Borgias - puede ocultar un demonio encarnado en cuanto al carácter; la forma física no ofrece, pues, garantía de reconocimiento en ese mundo, en donde el cuerpo físico está ausente. Y la madre que ha perdido un niño cuando éste alcanzó su madurez, ha de saber que ella amaba a ese niño tanto cuando era un bebé como posteriormente, cuando la gran alteración, al avanzar la vida, hubo barrido completamente la fisonomía y los rasgos de la primera juventud.
Los Teósofos saben que esta objeción no puede ser sostenida frente a la vida pura y eterna del alma. Además,
Hay personas que alegan que la teoría de
El Ego sólo encarna en una familia que, a bien responde completamente a su naturaleza toda, o le ofrece la oportunidad para la realización de su evolución, y que además está vinculada con el Ego por razón de sus encarnaciones pasadas o por causas mutuamente creadas. Así, pues, el niño malvado puede nacer en una familia actualmente buena, porque los padres y el niño están indisolublemente vinculados por acciones pasadas. Esa es una oportunidad de redención para el niño y la ocasión de castigo para los padres. Esto señala la herencia corporal como un régimen de la naturaleza que gobierna los cuerpos que debemos habitar, al igual que las casas y edificios de una ciudad revelan la mentalidad de sus constructores.
Y como nosotros, lo mismo que nuestros padres, fuimos los elaboradores que influenciamos la obra hecha a través de otros cuerpos, tomamos parte y fuímos responsables de diversos estados de la sociedad en los cuales el desarrollo del cuerpo físico y del cerebro fue ya retardado o avanzado, envilecido o enaltecido, de igual modo somos responsables en esta vida de la civilización dentro de la cual aparecemos ahora. Sin embargo, cuando observamos el carácter en los Egos reencarnados, encontramos grandes diferencias esenciales. Esto se debe al alma interior que es la que está sufriendo o gozando dentro de una familia, nación y raza, sus propios pensamientos y actos, con los que sus vidas pasadas hicieron inevitable que encarnara.
La herencia provee el alojamiento y también impone esas limitaciones de capacidad cerebral o corpórea, que son a menudo como un castigo y otras veces como una ayuda, pero que jamás afectan al Ego. La transmisión de características es una cuestión material y tan sólo la manifestación de consecuencias, en una nación, de ecos de vidas anteriores de los Egos destinados a formar parte de esa raza. Las limitaciones impuestas al Ego por cualquier herencia de familia, son las consecuencias exactas de las vidas anteriores de ese mismo Ego. El hecho de que tales rasgos físicos y peculiaridades mentales sean transmitidos, no contradice la doctrina de la reencarnación, puesto que sabemos que la mente conductora y el carácter verdadero de cada cual no son el resultado de un cuerpo y un cerebro físicos, sino que son peculiares al Ego en su vida esencial. La transmisión de características y tendencias por mediación de los padres y del cuerpo, es exactamente el método elegido por la naturaleza para proporcionarle al Ego encarnante el alojamiento apropiado en el cual puede proseguir su trabajo. Cualquier otro método sería imposible y subversivo al orden natural.
Por otra parte, aquéllos que se empeñan en la objeción de la herencia se olvidan de que están acentuando las similitudes y pasando por alto las divergencias; pues mientras las investigaciones sobre la línea de la herencia física han registrado la transmisión de numerosos rasgos y tendencias, esas investigaciones no han hecho lo mismo con respecto a las divergencias que provienen de la herencia, que son mayores en número. Todas las madres saben que los niños de una familia son tan diferentes en carácter como los dedos de una mano; ellos provienen de los mismos padres, pero todos varían en carácter y en capacidad.
La herencia, como la gran regla y como explicación completa, queda absolutamente derribada y contradicha por la historia, que no muestra ninguna prueba de transmisión contínua de erudición, poder y capacidad. Por ejemplo, en el caso de los antiguos egipcios, por largos siglos extinguidos y su línea de transmisión truncada, vemos la transmisión hacia sus descendientes. Si la herencia física esclarece la cuestión del carácter, ¿cómo puede explicarse la desaparición del gran carácter Egipcio? La misma cuestión se presenta con respecto a otras naciones antiguas y ahora extinguidas. Y tomando una ilustración individual, tenemos al gran músico Bach, cuyos descendientes por línea directa mostraron una marcada disminución del talento musical, que condujo a su final desaparición del seno de la familia. Pero
El sufrimiento alcanza a casi todos los hombres y un gran número de ellos vive una vida de sufrimiento desde la cuna hasta la sepultura; por éso se alega, que la reencarnación es injusta porque nosotros sufrimos debido a las malas acciones cometidas por otra persona en otra vida. Esta objeción se basa en la noción errónea de que el ser en la otra vida era otra persona; pero en realidad es el mismo ser e identidad en todas las vidas. Cuando retornamos, nunca ocupamos el cuerpo de ninguna otra persona ni a su mismos los actos de otros seres, sino que somos cada uno como un actor que desempeña muchos papeles en la escena, el mismo actor interiormente, aunque la indumentaria y los versos recitados difieran en cada nueva obra. Shakespeare tenía razón al decir que la vida es un escenario, porque la gran vida del alma es un drama y cada nueva vida y renacimiento es un nuevo acto en el cual asumimos otro papel y nos ponemos nuevo vestuario; pero a través de todo ello somos exactamente el mismo ser. Así pues, en vez de ser injusta la reencarnación es perfecta justicia, y de ninguna otra forma podría la justicia ser preservada.
Pero si nosotros reencarnamos, se dice, ¿cómo es que no podemos recordar las vidas anteriores?, y más aún, ya que no podemos recordar los actos que ocasionaron nuestro sufrimiento ¿no es ésta razón suficiente para considerarlo injusto? Esas personas que así preguntan, ignoran siempre el hecho de que ellos también experimentan durante su vida numerosos placeres y recompensas, y se contentan con aceptarlos sin preguntar. Porque si es injusto ser castigados por actos cometidos que no recordamos, entonces también es injusto el ser recompensados por otros actos que también han sido olvidados. El mero hecho de entrar en la vida terrenal no es fundamento apropiado para ninguna recompensa ni castigo. Recompensa y castigo deben ser el justo merecimiento por una conducta anterior. La ley de justicia de
Bien sabemos que la naturaleza hará que el efecto siga a la causa, cualesquiera que sean nuestros deseos, ya sea que recordemos u olvidemos lo que hicimos. Si un infante es lastimado en sus primeros años por la nodriza, al extremo de preparar el terreno para una lisiadura en el curso de su vida, como es frecuente el caso, la lisiadura se manifestará aunque no fuera el niño el causante ni recordara nada acerca de ello. Pero la reencarnación, con su doctrina acompañante del Karma, demuestra debidamente cuán justo y perfecto es el esquema completo de
El recuerdo de una vida anterior no se necesita para probar que nosotros hemos pasado a través de esa existencia, ni es tampoco el hecho de que no lo recordemos una buena objeción. Nosotros olvidamos la mayor parte de los acontecimientos que suceden durante los días y años de esta misma vida, pero nadie podría inferir por esa razón que no hemos pasado por ellos. Esos años fueron vividos y retenemos tan sólo unos detalles en el cerebro, pero el efecto integral de ellos sobre el carácter sí es retenido y forma parte de nosotros. El conjunto completo y detallado de las circunstancias de una vida es preservado en el hombre interno, para ser algún día plenamente regresado a la memoria consciente, en alguna otra vida en la que seremos perfectos. Y aún ahora, imperfectos como somos y con lo poco que conocemos, los experimentos por medio del hipnotismo demuestran que los más minuciosos detalles están registrados en lo que al presente se conoce como la mente subconsciente. Según la doctrina teosófica, ni uno solo de estos acontecimientos es de hecho olvidado, y al final de la vida, cuando los ojos se cierran y aquellos que nos rodean declaran que hemos fallecido, cada pensamiento y cada circunstancia de la vida cruza relampagueante pero vivísimamente dentro y a través de la mente.
Muchas personas, sin embargo, recuerdan que han vivido antes. Los poetas lo han cantado así; los niños lo saben bien, hasta que el constante vivir en un ambiente de incredulidad ahuyenta el recuerdo de sus mentes, por el momento; pero todos están sujetos a las limitaciones impuestas al Ego por el nuevo cerebro en cada vida terrenal. Esta es la razón por la cual no somos capaces de retener las imágenes y escenas del pasado, bien sean de ésta o de vidas anteriores. El cerebro es el instrumento para la memoria del alma, y siendo nuevo en cada vida pero con una cierta capacidad, el Ego puede únicamente usarlo en la nueva vida con arreglo a su capacidad. Esa capacidad será plenamente utilizada o no, sólo de acuerdo con los propios deseos y conducta previa del Ego, porque esas vidas pasadas habrán aumentado o disminuido su poder para vencer las fuerzas de la existencia material.
Si se vive de acuerdo con los dictámenes del alma, el cerebro puede finalmente volverse permeable a la memoria de aquélla; pero si la clase de vida que se lleva es opuesta a ese precepto, entonces más y más nubes obscurecerán esa reminiscencia. Pero como el cerebro no tomó parte alguna en la última vida pasada, éste es en general incapaz de recordarla. Esta ley es muy sabia, porque seríamos muy desdichados si las acciones y escenas de nuestras vidas anteriores no fuesen ocultadas a nuestra contemplación, hasta que por disciplina pasemos a ser capaces de enfrentarnos al conocimiento de las mismas.
Otra de las objeciones presentadas es la de que, bajo la doctrina de la reencarnación, no es posible dar cuenta del crecimiento de la población del mundo. Esto supone que sabemos con seguridad que ha crecido y que estamos bien informados de sus fluctuaciones. Pero no hay certeza de todo ésto y, más aún, un vasto número de personas es aniquilado anualmente, acerca de las cuales nada sabemos.
En China, año tras año, muchos millares de personas han sido arrastradas por inundaciones. Las estadísticas acerca del hombre mundial no han sido hechas aún. Ignoramos por cuántos millares las defunciones en Africa exceden a los nacimientos en cualquier año. La objeción se basa en cuadros estadísticos imperfectos que sólo tienen que ver con los países occidentales. Tal objeción igualmente asume que hay menos Egos fuera de encarnación y esperando su renacimiento que el número de Egos que actualmente se encuentra ahora habitando cuerpos, y esto es incorrecto. Annie Besant ha explicado bien ésto en su libro "Reencarnación", donde se dice que el globo habitado se asemeja a un auditorio en un pueblo, lleno de gente, donde la mayoría siempre permanece afuera, en el pueblo; el número de concurrentes en el auditorio puede siempre variar, pero hay una constante fuente suplidora en el pueblo. Es cierto que en lo que concierne a este globo el número de Egos que le pertenecen es definido, pero nadie sabe lo que ese número es exactamente, ni cuál es la capacidad total de
Las estadísticas de hoy se encuentran principalmente en Occidente, y sus cuadros comparativos abarcan únicamente una pequeña sección de la larga historia del hombre. Esas estadísticas no pueden precisar el número de seres que estaban encarnados sobre la tierra en cualquier época remota cuando el globo estuvo densamente habitado; por tanto, el número de Egos deseando o esperando su renacimiento es desconocido. Los Maestros del conocimiento teosófico dicen que el número total de esos Egos es vasto, y por esa razón el número de egos listos para tomar posesión de los cuerpos por nacer que exceden el número de los que mueren, es suficiente. Pero también se debe tener en mente que cada Ego por sí mismo varía la duración de su permanencia en los estados Post-Mortem.
Los Egos no reencarnan con los mismos intervalos, sino que emergen de esos estados de reposo después de la muerte en proporciones y números diversos, y siempre que ocurre un gran número de muertes por motivos de guerra, peste o hambre, hay de inmediato una precipitación de almas hacia la encarnación, bien sea en el mismo lugar, o en cualquier otro sitio o raza. La tierra es un globo tan pequeño dentro de la inmensa multitud de planetas habitables, que es suficiente la reserva de Egos listos para encarnar. Pero con el debido respeto hacia aquéllos que introdujeron esta objeción, yo no veo que la objeción tenga mayor validez o relación alguna con la verdad sobre la doctrina de la reencarnación.
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