sábado, 3 de noviembre de 2018

EL ESCENARIO



Ante todo se ha de entender que el plano astral está dividido en siete subplanos, cada uno de ellos con su correspondiente grado de materialidad y su peculiar condición de materia. Aunque la insuficiencia del lenguaje físico nos obligue a considerar estos subplanos en escala de inferior a superior o de superior a inferior, no hemos de incurrir en el error de creer que son separados lugares en el espacio o están unos encima de otros como los estantes de una librería o las capas de una cebolla. Se ha de entender que la materia de cada plano o subplano interpenetra la materia del plano o subplano inmediatamente inferior en densidad, de suerte que aquí mismo, en la superficie de la tierra están entreverados todos los planos, aunque las sutiles modalidades de materia se extienden tanto más allá del mundo físico, cuanto mayor es su sutileza. Así, cuando decimos que un hombre pasa de un plano o subplano a otro de menor densidad no significamos con ello que se mueva en el espacio para subir o ascender, sino que transfiere su conciencia de uno a otro nivel, de suerte que poco a poco llega a ser irrespondible a las vibraciones de la materia de mayor densidad y comienza a responder a las vibraciones de materia menos densa y más fina; y así desaparece lentamente de su vista el escenario de un mundo con sus habitantes, y en su lugar aparece otro mundo se superior carácter. Si enumeramos los subplanos astrales comenzando por el menos denso, encontramos que se redividen en tres clases: los subplanos 1º, 2º y 3º forman la primera clase; los 4º, 5º y 6º, la segunda; y la tercera el séptimo e inferior subplano, que permanece aislado. 

La diferente densidad de la materia astral de los subplanos de la primera clase en comparación con la de la segunda, es como la que existe entre un líquido y un sólido de materia física, mientras que la diferencia entre la materia de los tres subplanos de la clase primera sería como la que hay entre líquidos de menor a mayor densidad; y la diferencia entre la materia de cada uno de los tres subplanos de la segunda clase, sería como la que hay entre sólidos de menor a mayor densidad, por ejemplo, corcho, avena y acero. Prescindiendo, por el momento, del séptimo subplano, diremos que los 6º, 5º y 4º tienen por trasfondo el mundo físico con todos sus conocidos accesorios. La vida en el sexto subplano es la misma que la ordinaria vida terrestre, menos el cuerpo físico y sus necesidades; pero al transferirse a los 5º y 4º subplanos es cada vez menos material y se retrae más y más del mundo terreno y de sus intereses. 

El escenario de estos subplanos es el mismo y mucho más que el de la tierra, porque cuando desde ellos observamos por medio de los sentidos astrales, hasta los objetos puramente físicos presentan muy diferente aspecto, y los percibe quien tiene los ojos completamente abiertos, no como de ordinario desde un solo punto de vista, sino por todos lados a la vez, según quedó dicho en la Introducción, aunque la idea es bastante confusa; y si añadimos que las partículas del interior de un sólido son tan claramente visibles como las de la superficie, comprenderemos que en tales condiciones, aun los objetos más familiares pueden parecer al principio totalmente desconocidos. Sin embargo, si consideramos el asunto, resultará que la visión astral se aproxima mucho más cercanamente a la verdadera percepción, que la visión física. 

Por ejemplo, si en el plano astral miramos los lados de un exaedro de cristal, aparecerán iguales tal como realmente son, mientras que en el plano físico el lado más distante aparecerá en perspectiva, más pequeño que el lado cercano, lo cual es desde luego mera ilusión óptica. Esta característica de la vista astral ha motivado que se diga de ella en muy sugerente y expresiva frase, que es la vista de la cuarta dimensión. Pero además de estas posibles causas de error, complica mayormente el asunto la circunstancia de que esta vista superior percibe modalidades de materia que aunque todavía puramente físicas son invisibles en condiciones ordinarias, como por ejemplo, los gases constituyentes de la mezcla atmosférica, las radiaciones emanadas de todo cuanto vive y también cuatro grados de materia física más sutil que la gaseosa, a la que, a falta de nombres distintivos, llamamos etérea4, la cual forma de por sí una especie de sistema que interpenetra los otros tres grados de materia física. La investigación de las vibraciones de la materia etérea y la manera en que la afectan varias fuerzas superiores constituiría de por sí un vasto campo de estudio profundamente interesante para todo cientista dotado de la necesaria facultad visual para la investigación. 

Aun cuando imaginativamente se haya percibido todo cuanto abarca lo ya expuesto, todavía no se comprende ni la mitad de la complicación del problema, porque además de las cuatro nuevas modalidades de materia física, hemos de tratar con numerosas e intrincadas subdivisiones de materia astral. Cada partícula de materia física tiene su contraparte de materia astral, y esta contraparte no es un cuerpo simple, sino que generalmente es un cuerpo complejo constituido por varias clases de materia astral. Además, todo ser viviente está rodeado de una atmósfera o nimbo peculiar llamada aura, y la de los seres humanos es una fascinante rama de estudio. Se la percibe como una masa oval de neblina luminosa de muy complicada estructura, y por su forma se le suele llamar el huevo áureo. El lector teósofo se congratulará al saber que aun en las primeras etapas del desenvolvimiento del estudiante, cuando comienza a actualizar la vista astral, es ya capaz de convencerse por directa observación de la exactitud de las enseñanzas recibidas por conducto de la Sra. Blavatsky sobre algunos de los “siete principios del hombre”. 

Cuando el estudiante de ocultismo actualiza la vista astral, ya no ve en el prójimo tan sólo el aspecto externo, sino que casi exactamente coextensivo con el cuerpo físico denso distingue con toda claridad el doble etérico o parte sutil del cuerpo físico, y también resulta evidente la circulación por todo el cuerpo en rosada luz del fluido vital que absorbe y especializa, y eventualmente irradia, la persona sana. Más brillante y lo que más fácilmente se percibe de todo, es el verdadero cuerpo astral en forma de aura que con sus vívidos y siempre cambiantes fulgores crónicos denota las emociones, sentimientos, afectos y deseos que de momento en momento predominan en el ánimo de un hombre. Tras el aura o cuerpo astral está el cuerpo mental o aura de la mente inferior, de materia más sutil que la astral y cuyos colores, lenta y gradualmente cambiantes durante la vida del hombre, muestran la tónica de sus pensamientos y la disposición y carácter de su personalidad. Pero todavía más delicado e infinitamente más hermoso cuando está plenamente desenvuelto, es el cuerpo causal o mental superior, el vehículo del Ego cuya vivísima luz denota el grado de adelanto en que se halla en su tránsito entre dos nacimientos. Más para ver las auras astral, mental y causal es necesario que el estudiante haya actualizado la visión en los respectivos planos. 

Muchas dificultades evitará el estudiante si aprende a considerar dichas auras como la positiva manifestación del Ego en los respectivos planos y no como meras emanaciones. Ha de comprender que el huevo áureo es el verdadero vehículo del Ego, y no el cuerpo físico condensado en el plano terrestre. 
El cuerpo causal, constituido por materia de los tres subplanos superiores del plano mental, es el vehículo o vestidura del Ego mientras permanece en el plano causal, o sea el conjunto de los tres subplanos superiores del plano mental, y cuando para reencarnar desciende, se reviste de un cuerpo llamado mental por estar constituido de materia de los cuatro subplanos inferiores del plano mental, y que le es necesario para actuar en ellos. Este cuerpo mental se llama también cuerpo devachánico. Pero no se detiene en su descenso hacia la reencarnación, sino que tal plano propiamente mental desciende al astral, de cuya materia se forma un cuerpo llamado por lo mismo cuerpo astral, además de los ya poseídos cuerpos causal y mental. Finalmente desciende hasta el plano físico en donde asume un cuerpo de materia física. Desde luego se comprende que estos cuerpos, o vehículos, o envolturas no están sobrepuestos como las prendas de vestir de una persona, sino que se interpenetran, de suerte que el cuerpo causal ocupa el centro a modo de núcleo y difunde sus radiaciones por toda la masa de las entreveradas modalidades de materia constituyente de los diversos cuerpos, de suerte que el Ego residente en el huevo áureo o cuerpo causal preside a todos ellos . 

Como quiera que los cuerpos del hombre se interpenetran, se necesita mucho estudio y práctica para distinguirlos a primera observación. Sin embargo, el aura humana, o mejor dicho una parte de ella, suele ser uno de los objetos puramente astrales que primeramente percibe el observador inexperto, aunque arriesga interpretar erróneamente las indicaciones del aura. El llamado doble etérico está constituido, según ya dijimos, por cuatro grados de materia física más sutiles que la gaseosa, pero mucho más densa que la astral, y por lo tanto es la parte más sutil del cuerpo físico, aunque invisible a la vista ordinaria. Si examinamos con las facultades psíquicas el cuerpo de un recién nacido, lo hallaremos permeabilizado o interpenetrado no sólo por materia astral de diversos grados de densidad, sino también por los varios grados de materia etérea; es decir, que observaremos el cuerpo astral y el doble etérico o parte etérea del físico; y si proseguimos la indagación, veremos que este doble etérico está formado por los agentes de los Señores del Karma, y es el molde a que ha de ajustarse la formación de la parte densa en el claustro materno. 

Pero el cuerpo astral es de formación automática del Ego al descender a la reencarnación y atravesar el plano astral. En la constitución del doble etérico intervienen los cuatro grados de materia física etérea; pero la proporción en que intervienen es muy variable y depende de varios factores, tales como la raza, subraza, karma individual y carácter del hombre. Si tenemos en cuenta que los cuatro grados de materia etérea resultan de numerosas combinaciones que a su vez forman agregados que entran en la constitución del átomo del llamado elemento químico, hallaremos que el doble etérico es sumamente complejo sus posibles variaciones son prácticamente infinitas, de suerte que por extraño y complicado que sea el karma de un individuo, los agentes de los Señores del Karma pueden formar un molde al que se ajuste el cuerpo físico denso de conformidad con el karma del individuo. 

En relación con el aspecto que ofrece la materia física desde el plano astral, se ha de advertir también que cuando la vista astral está plenamente actualizada es capaz de aumentar hasta el tamaño que se desee la visión de las más menudas partículas físicas, como si se observaran con un ultramicroscopio muchísimo más amplificador de cuantos ha construido o pueda construir el más hábil óptico. 

La molécula y el átomo postulados por la química son visibles realidades para el estudiante de ocultismo que los percibe mucho más complejos de lo que la ciencia los supone. También aquí se abre un dilatado campo de estudio de absorbente interés al que podría dedicarse todo un volumen; y si un investigador científico tuviera completamente actualizada la vista astral, no sólo tendría mayores facilidades de experimentación con los fenómenos ya conocidos, sino que se ampliaría enormemente el campo de sus conocimientos con nuevos fenómenos que necesitarían toda una vida para su completa observación. Por ejemplo, una de las más hermosas novedades allegadas por el uso de la vista astral sería la percepción visual de colores existentes fuera de los límites del espectro solar, entre ellos los colores o rayos infrarrojos y ultravioletas que la ciencia descubrió por otros medios. Sin embargo, no hemos de encaminarnos por estas fascinantes veredas, sino contraer nuestros esfuerzos a dar una idea general del aspecto del plano astral. 

Aunque, según dijimos, los ordinarios objetos del mundo físico forman el trasfondo de los subplanos inferiores del plano astral, se perciben desde este plano muchas más características, de suerte que su verdadero aspecto difiere considerablemente del que nos es familiar en el mundo físico. Así, por ejemplo, una roca vista astralmente no es ya una inerte masa de piedra. Se ve de golpe toda la masa en vez de una pequeña parte de ella; son perceptibles las vibraciones de sus partículas físicas y se advierte la contraparte astral constituida por diversos grados de materia astral, cuyas partículas también están en constante vibración. Además, se ve cómo la vida universal circula por la masa y de ella irradia formando un aura de poca variedad y corta extensión, y cómo la interpenetra siempre activa y fluctuante la esencia elemental. Desde luego que las complicaciones son más numerosas en los reinos vegetal, animal y humano. 
Podrá objetarse que la mayoría de los psíquicos que ocasionalmente tienen vislumbres del plano astral, no aluden a semejantes complicaciones ni tampoco dan cuenta de ellas las entidades que se manifiestan en las sesiones espiritistas. Pero se desvanece fácilmente la objeción al considerar que son muy pocas las personas inexpertas, ya vivientes o desencarnadas, capaces de ver en el mundo astral las cosas como realmente son, pues se requiere para ello dilatada experiencia, y aun quienes tienen por completo actualizada la vista astral están a veces demasiado ofuscados y confundidos para comprender y recordar lo que perciben. 

Además, entre la exigua minoría de los que perciben y recuerdan pocos son los capaces de traducir el recuerdo al lenguaje de nuestro bajo mundo. Los psíquicos inexpertos nunca examinan científicamente lo que perciben en el mundo astral. Tan sólo reciben una impresión que puede ser verdadera, pero que también puede ser falsa y completamente alucinadora, sobre todo si consideramos las frecuentes tretas y ardides de juguetones habitantes del mundo astral contra los cuales la persona inhábil suele estar absolutamente indefensa. Por otra parte, se ha de tener presente que en circunstancias ordinarias, la generalidad de los habitantes del mundo astral, tanto humanos como elementales, sólo perciben los objetos astrales, pues la materia física es para ellos tan enteramente invisible como lo es la materia astral para la mayoría de la humanidad terrena. Sólo ven la contraparte astral de los objetos físicos, y esta distinción, aunque parezca insignificante, es muy esencial para la completa comprensión del asunto. 

Si una entidad astral actúa constantemente valiéndose de un médium, sus sentidos astrales pueden ir perdiendo su agudeza hasta ser insensibles a las vibraciones de la materia de su propio plano, y únicamente a las de la del físico cuyos objetos percibirá entonces como nosotros los percibimos. Únicamente el que en esta vida terrena tiene del todo actualizada la vista astral y es plenamente consciente en ambos planos físico y astral, puede percibir clara y simultáneamente los objetos en ambos planos. Por lo tanto, la complejidad existe y únicamente cuando se percibe y con espíritu científico se analiza hay completa seguridad contra todo error. En cuanto al séptimo e ínfimo subplano del plano astral, también es su trasfondo nuestro mundo físico; pero sólo se tiene de él una falsa y parcial visión, porque todo lo bello, bueno y luminoso permanece invisible. Hace cuatro mil años describió este lugar el papiro egipcio del escriba Ani, en los términos siguientes: “¿Qué lugar es este a donde he venido? No hay agua ni aire. 

Es profundamente insondable; negro como la más negra noche, y los hombres vagan irremediablemente errabundos. No puede el hombre vivir aquí con sosegado corazón”. Para el infortunado ser humano que se halla en este plano astral es positiva verdad que “la tierra toda está llena de tinieblas y crueles moradas”. Pero las tinieblas surgen del interior del individuo, cuya existencia transcurre por lo mismo en una perpetua noche de horror y marginalidad. Es un verdadero infierno, aunque como todos los infiernos, creación mental del propio individuo. Muchos estudiantes consideran tarea en extremo desagradable la investigación de este subplano astral, porque su densa y grosera materialidad es indescriptiblemente repulsiva para el liberado cuerpo astral que experimenta una sensación tan penosa como si atravesara un negro y viscoso fluido, con añadidura de que también los habitantes y las influencias son sumamente ingratos. 

Los tres primeros subplanos astrales, aunque ocupan el mismo espacio, son mucho menos materiales y dan la impresión de estar más alejados del mundo terrestre. Los habitantes de estos tres subplanos ya no se preocupan del mundo físico ni de sus materiales pertenencias. Están por lo general profundamente ensimismados y crean su propio ambiente, lo bastante objetivo para que lo perciban otras entidades astrales y también los clarividentes. Estos tres subplanos constituyen indudablemente la “tierra de verano” o “país estival” de que tanto se oye hablar en las sesiones espiritistas, y sin duda que las entidades que de allí procedentes la describen, dicen la verdad en cuanto alcanza su comprensión. En dichos tres planos las desencarnadas entidades humanas, a que el vulgo de las gentes y los espiritistas llaman impropiamente “espíritus” constituyen con la imaginación sus temporarias casas, escuelas y ciudades de interina realidad, aunque el clarividente no las percibe tan bellas como a sus complacidos creadores les parece. Sin embargo, hay algunas de estas imaginarias creaciones de la mente, lo bastante hermosas para que quien no conozca nada mejor se recree paseando por bosques y montañas, huertos y jardines y por las orillas de apacibles lagos, de mucho mayor amenidad que cuanto se ve en el mundo físico, pues cada cual puede formarse su ambiente a medida del poder de su fantasía. 

En cuanto a las diferencias entre los tres subplanos superiores del plano astral serán de más fácil explicación cuando tratemos de las entidades humanas que los pueblan. Quedaría incompleta la descripción del escenario astral si no mencionáramos los impropiamente llamados “registros en la luz astral”. Estos registros, o anales, o archivos, o recuerdos son de rigor una especie de materialización de la memoria de Dios, una vívida representación fotográfica de todo cuanto ha sucedido, pero están permanentemente impresos en un nivel muy superior al astral, y se reflejan más o menos espasmódicamente en el plano astral, de suerte que quien no tenga visión superior a la astral, sólo podrá obtener de los registros o archivos informes y datos incompletos y desconectados en vez de una narración coherente. Con todo, estas representaciones de los sucesos pasados se reproducen constantemente en el plano astral y forman una parte muy interesante del ambiente del investigador.

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