sábado, 1 de diciembre de 2018

CARÁCTER ESOTÉRICO DE LOS EVANGELIOS (Parte I)


Dinos ¿cuándo ocurrirá esto, y cuál será la señal de tu presencia y de la consumación de los tiempos?61, preguntaron los discípulos del Maestro en el monte de los Olivos”. La respuesta62 que dio el “Hombre de los Sufrimientos” –el Chrêstos– en sus pruebas, y también en su camino al triunfo como Christos o Cristo63, es profética y muy sugestiva. Desde luego, es una advertencia.

 La respuesta será citada por completo. Jesús… les dijo: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: “Yo soy el Cristo”, y engañarán a muchos. Y oiréis hablar de guerras… mas aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá hambre, pestilencias y terremotos en diversos lugares. Pero todas estas cosas son el principio de los dolores… Y muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos… Y entonces vendrá el fin… Cuando veáis la abominable desolación anunciada por Daniel… Entonces, si alguno os dijere: “He aquí el Cristo, o allí”, no lo creáis... Si os dijeren: “He aquí, en el desierto está”, no salgáis. “He aquí, en los aposentos”, no le creáis. Porque como el cometa luminoso que sale del Oriente y se ve lucir hasta el Occidente, así también será la presencia del Hijo del Hombre…” Dos cosas son evidentes para todos en los pasajes que preceden, cuando se corrige la falsa traducción del texto revisado. Primero, “la venida de Cristo” significa la presencia del Christos en un mundo regenerado, y de ninguna manera la venida real de “Cristo” Jesús en un cuerpo. 

Segundo, este Cristo no se ha de buscar en el desierto, ni en los aposentos, ni en el santuario de ningún templo o iglesia construida por el hombre, pues Christos –el verdadero Salvador esotérico– no es un hombre, sino el Principio Divino en todo ser humano. Quien se esfuerza por resucitar al Espíritu crucificado dentro de sí mismo Por sus propias pasiones terrenales y enterrado en el “sepulcro” de su naturaleza carnal; quien tiene la fuerza de apartar la piedra de materia de la puerta de su propio santuario interior, tiene en sí mismo al Cristo resucitado 64. El “Hijo del Hombre” no es hijo de la sierva –la carne–, sino en verdad de la mujer libre, el Espíritu 65, hijo de las acciones del hombre y fruto de su propio trabajo espiritual. Por otra parte, en ninguna época –desde el principio de la Era cristiana– se han podido encontrar las señales precursoras descritas por San Mateo tan gráficamente o con tanta nitidez, como se descubren en nuestros tiempos. ¿Cuándo se han alzado las naciones unas contra otras más que ahora? 

¿Cuándo ha sido más cruda el hambre –otro nombre para designar la miseria y las multitudes hambrientas del proletariado– o más frecuentes y extensos los terremotos que en los últimos años? 
¿Cuándo han coincidido tantas calamidades simultáneamente? 
Los milenaristas y los adventistas de fe robusta pueden seguir diciendo de nuevo que está próxima “la venida de Cristo encarnado” y seguir preparándose para “el fin del mundo”. 

Los filósofos –al menos algunos de ellos– que entienden el significado oculto de los universalmente esperados Avatâras 66, Mesías, Sosioshes 67 y Cristos, saben que no es “el fin del mundo”, sino “la consumación de la Era”, es decir, un nuevo fin de ciclo, como lo es el que ahora se aproxima68. Si nuestros lectores han olvidado los párrafos finales de nuestro artículo Indicios de cómo Cambian los Tiempos, recomendamos que se lea de nuevo para poder entender el significado de este ciclo particular. 

Repetidas veces el aviso referente a los “falsos Cristos” y profetas que han de engañar a los hombres, ha sido mal interpretado por los cristianos caritativos, los adoradores de la letra muerta de sus escrituras, aplicándolo generalmente a los místicos, y muy especialmente a los filósofos esoteristas. El reciente trabajo de Pember, Earth's Earliest Ages, es una prueba de ello. Sin embargo, parece muy evidente que las palabras del Evangelio de San Mateo y otros, difícilmente se pueden aplicar a los verdaderos filósofos, pues nunca se les oyó decir: “Cristo está aquí o Cristo está allí, en el desierto o en la ciudad”, y menos aún en los aposentos, detrás del altar de cualquier iglesia moderna. Hayan nacido cristianos o paganos, rehúsan materializar, y de ese modo degradar, aquello que es el ideal más puro y más grande, el símbolo de los símbolos: el Divino Espíritu inmortal en el hombre, ya se le llame Horus, Krishna, Buddha o Cristo. 

Ninguno de ellos ha dicho jamás “yo soy el Cristo”; porque los que han nacido en Occidente se sienten tan solo Chrêstianos 69, por más que se esfuercen en llegar a ser Christianos en espíritu. Las palabras de Jesús anteriormente citadas se aplican con gran exactitud y fuerza a aquellos que, en su presunción y orgullo colosal, rehúsan alcanzar el derecho a semejante nombre, pues para eso deben llevar la vida de Chrêstos 70; a aquellos que se proclaman arrogantemente “cristianos” (glorificados, ungidos) por la sola virtud del bautismo que reciben cuando no tienen más que unos cuantos días de edad. ¿Acaso puede todo aquel que ve los numerosos falsos profetas y seudoapóstoles (de Cristo) que ahora vagan por el mundo, dudar del conocimiento profético de quien pronunció este notable aviso? Estos han dividido la divina Verdad Una en fragmentos, y roto –sólo en el ámbito de los protestantes– la roca de la Eterna Verdad en trescientos cincuenta y tantos pedazos, que equivalen al total de las sectas disidentes. Aceptando que sean unas trescientas cincuenta, y suponiendo de entrada que al menos una de éstas tenga la Verdad aproximada, las otras trescientas cuarenta y nueve han de ser forzosamente falsas 71. 

Cada una de ellas pretende tener exclusivamente a Cristo en sus “aposentos”, y niega que lo tengan las demás, mientras que, en verdad, la gran mayoría de sus respectivos seguidores matan diariamente a Cristo en el madero cruciforme de la materia, el “árbol de la ignominia” de los antiguos romanos. El culto a la letra muerta en la Biblia no es sino una forma más de idolatría, y nada más. Un dogma fundamental de la fe no puede existir bajo la forma de un Jano de doble cara. La “justificación” por Cristo no puede efectuarse por la elección o el capricho de uno, ya sea por la “fe” o por las “obras”; y como Santiago (II, 25) contradice a San Pablo (Heb. XI, 31) y viceversa72, uno de ellos ha de estar equivocado. Por consiguiente, la Biblia no es la “Palabra de Dios”, sino que contiene sólo las palabras de hombres falibles y maestros imperfectos. Ahora bien, cuando se lee esotéricamente podemos descubrir que contiene, aunque no toda la verdad, sí nada más que la verdad bajo una forma alegórica… quot homines, tot sententiae (Hay tantas opiniones como hombres). El principio Cristo, el despierto y glorificado Espíritu de la Verdad, puesto que es universal y eterno, el verdadero Christos no puede ser monopolizado por persona alguna, aunque esta persona se haya atribuido deliberadamente el título de “Vicario de Cristo” o “Jefe” de una u otra religión estatal. Los espíritus de Chrêstos y “Cristo” no se pueden limitar a un credo o a una secta determinada, por el hecho de que a una secta le plazca exaltarse por encima de todas las demás religiones o sectas. 

El nombre de Cristianismo se ha utilizado de forma tan intolerante y tan dogmática, especialmente en nuestros días, que hoy es la religión de la arrogancia par excellence (por excelencia), no más que un peldaño para conseguir las ambiciones personales, una prebenda para la riqueza, la impostura y el poder, una máscara donde esconder la hipocresía. El noble epíteto antiguo, aquel que hizo decir a Justino Mártir: 
“Por el mero nombre: somos los mejores, es por lo que se nos censura”73, se halla ahora degradado. 
El misionero se jacta con la llamada conversión de los paganos, pero rara vez el Cristianismo es para él otra cosa que una profesión. Más que una religión, su trabajo es una fuente de ingresos para los fondos de la misión a la que pertenece, y un pretexto –ya que la sangre de Jesús ha redimido a los hombres, por anticipado, de todos los pecados menores, desde la embriaguez y la mentira hasta el robo–. Sin embargo, ese mismo misionero no vacilará en condenar públicamente a la perdición eterna y al fuego del infierno al santo más grande, si éste tan sólo se hubiera negado a pasar por la forma inútil y sin significado del bautismo con agua, con toda la palabrería de oraciones huecas y vano ritualismo. Y decimos a propósito “oraciones huecas” y “vano ritualismo”. 

Pocos cristianos entre los laicos conocen el verdadero significado de la palabra “Cristo”, y aquellos entre el clero que la conocen –pues se les educa en la idea de que es “pecaminoso” estudiar semejantes cosas– guardan ante sus feligreses el secreto del conocimiento que poseen. De este modo, exigen una fe ciega e implícita y prohíben el cuestionamiento como pecado imperdonable. Aunque nada de lo que conduce al conocimiento de la Verdad puede ser otra cosa que santo. Pues, ¿qué es la Sabiduría Divina o Gnosis sino la esencial realidad oculta por las efímeras apariencias de los objetos de la Naturaleza, el alma misma del Logos manifestado? ¿Por qué los hombres que se esfuerzan en efectuar su unión con la Deidad Una, Absoluta y Eterna, se estremecerían ante la idea de penetrar en sus Misterios, por tremendos que estos sean? Y sobre todo, ¿por qué habrían de emplear nombres y palabras cuyo significado es para ellos un misterio sellado, un mero sonido? ¿Es acaso porque una institución sin escrúpulos y sedienta de poder, llamada “una” Iglesia, ha perseguido cualquier tentativa de conocimiento acusándola de blasfema, y se ha esforzado siempre por matar el espíritu de cuestionamiento? 

Pero el Ocultismo, la Filosofía Esotérica, como camino de búsqueda de la Sabiduría Divina, no ha prestado nunca atención a estas condenas y sostiene con valor sus opiniones. Los escépticos pueden considerarlo un nuevo y vacío “ismo”, los fanáticos verán sin duda un “satanismo” disfrazado, pero nunca podrán destruirlo. Los ocultistas han sido llamados ateos, aborrecedores del Cristianismo, los enemigos de Dios y los Dioses, y no son nada de eso. Para demostrarlo vamos a exponer claramente las ideas que la Filosofía Oculta mantiene respecto al monoteísmo y a la religión cristiana, y someter así al juicio del lector imparcial para que los juzgue, y a sus detractores, de acuerdo a los méritos de sus respectivas. 

Ningún amante de la verdad objetará nada a este proceder honrado y sincero, ni quedará deslumbrado, aunque sí sorprendido, por la nueva luz que se dé a este tema. Al contrario, esos sinceros buscadores agradecerán a Lucifer estos nuevos conocimientos; en cuanto a aquellos de quienes se dijo: qui vult decipi, decipiatur (quien quiera engañarse, que se engañe), que sigan engañados. Al igual que sucede con cualquier otro libro sagrado de las grandes religiones del mundo, no se puede excluir la Biblia de aquella clase de escrituras alegóricas y simbólicas que desde los tiempos prehistóricos han sido el receptáculo de las enseñanzas secretas de los Misterios de la Iniciación, bajo una forma más o menos velada. 

 Los primitivos escritores de los Logia (ahora los Evangelios) conocían ciertamente la verdad, y toda la verdad; no obstante, sus sucesores, por desgracia, tan sólo conservaron el dogma y la forma –los cuales conducen, en el fondo, al poder jerárquico, más que al espíritu de las llamadas enseñanzas de Cristo–, de aquí las graduales deformaciones. Como dice Higgins acertadamente, en The Christologia of St. Paul and Justin Martyr, tenemos la religión esotérica del Vaticano: un gnosticismo refinado para los cardenales, y otro más burdo para el pueblo. Este último, pero aún más materializado y desfigurado, es el que se ha transmitido a la época presente. La idea de escribir este artículo nos fue sugerida por una carta titulada Are the Teachings Ascribed to Jesus Contradictory?, aparecida en una de nuestras publicaciones. 

Sin embargo, no tratamos de contradecir ni debilitar de ningún modo lo que expuso Gerald Massey en su análisis crítico. Las contradicciones señaladas por el sabio conferenciante y autor son demasiado patentes para que cualquier predicador o “campeón” de la Biblia pueda hacerlas desaparecer con una simple explicación. Porque lo que él ha dicho –aunque con un lenguaje más vigoroso y firme– es lo que se dijo del descendiente de Joseph Pandira (o Pantera) en H.P. Blavatsky, Isis sin Velo, citando el libro talmúdico Sepher Toldos Jeshu. Su creencia respecto al carácter espurio de la Biblia y del Nuevo Testamento –tal como ahora están publicados– es también la creencia de la que esto escribe. En vista de la revisión reciente de la Biblia y de sus muchos millares de equívocos, traducciones erróneas e interpolaciones (algunas admitidas y otras negadas), no se puede considerar muy apropiada la postura de algunos de nuestros adversarios cada vez que estos vituperan a cualquiera que rehuse creer en los “textos autorizados”. 

Sin embargo, quisiéramos aclarar algunas cosas sobre una frase que aparece en la mencionada carta. Gerald Massey escribe: “¿De qué os sirve prestar juramento sobre la Biblia acerca de la verdad de alguna cosa, si el libro sobre el que juráis es una mina de falsedades que ya ha explotado, o está a punto de hacerlo?” Ciertamente, un estudioso en simbolismo con la capacidad y saber del señor Massey no tacharla nunca de “mina de falsedades” al Libro de los Muertos, a los Vedas o a otras escrituras antiguas74. 

¿Por qué no se ha de considerar bajo el mismo punto de vista al Antiguo Testamento, y con mayor razón al Nuevo Testamento? Todas estas escrituras son minas de falsedades si se aceptan las interpretaciones exotéricas de la letra muerta que sus comentadores teológicos antiguos, y especialmente modernos, han venido realizando. Cada una de estas versiones sirvió en su momento como medio para asegurar el poder y la política ambiciosa de un sacerdocio sin escrúpulos. 

 Todos han promocionado la superstición; todos han convertido a sus dioses en unos Molochs sanguinarios y mortales, indignos usurpadores que han recibido la adoración de los pueblos suplantando al Dios de la Verdad. Sin embargo, a pesar de que los dogmas artificiosamente fabricados y las deliberadas malas interpretaciones de los escoliadores son, evidentemente y sin duda alguna, “falsedades ya explotadas”, los textos mismos son minas de verdades universales. Sólo que para el mundo de profanos y pecadores eran, y son todavía, como los caracteres misteriosos trazados por “los dedos de una mano de hombre” en la pared del palacio de Beltsassar: necesitan un Daniel para leer y comprenderlos. No obstante, la Verdad no ha querido permanecer sin testigos. Además de los grandes Iniciados en simbología bíblica, hay cierto número de modestos estudiantes de los misterios del esoterismo arcaico, versados en el hebreo y otras lenguas muertas, que han dedicado su vida a explicar los enigmas de la Esfinge de las religiones del mundo. 

Estos estudiantes –aunque ninguno de ellos haya dominado todavía las siete claves que dan la interpretación del gran problema– han descubierto lo suficiente como para poder afirmar que existió un misterioso lenguaje universal con el que se escribieron todos los Libros Sagrados del mundo, desde los Vedas hasta el Apocalipsis, desde el Libro de los Muertos hasta los Hechos. Una de las claves al menos –la clave numérica y geométrica–75 de este idioma mistérico se ha recobrado hace poco; antigua lengua, en verdad, que hasta ahora había permanecido oculta, pero de la cual existen abundantes pruebas, como se puede demostrar por medio de irrefutables evidencias matemáticas. Desde luego, si se quiere obligar al mundo a aceptar la Biblia con el significado de su letra muerta, a pesar de los descubrimientos modernos de los orientalistas y los esfuerzos de los estudiantes independientes y de los cabalistas, es fácil pronosticar que las nuevas generaciones actuales de Europa y América la rechazarán, así como han hecho los materialistas y los lógicos. Porque cuanto más se estudian los antiguos textos religiosos, tanto más se encuentra que el fundamento del Nuevo Testamento es el mismo que el de los Vedas, el de la teogonía Egipcia y el de las alegorías Mazdeístas. 

Las expiaciones por sangre –pacto de sangre y transferencias de sangre de los Dioses a los hombres y de los hombres a los Dioses como sacrificio– son la primera nota tónica en todas las cosmogonías y teogonías. Alma, vida y sangre eran sinónimos en todos los idiomas, especialmente entre los judíos; y dar sangre era dar vida. “Muchas leyendas entre naciones (geográficamente) extranjeras atribuyen el alma y la conciencia del recientemente creado género humano, a la sangre de los Dioses creadores”. Beroso menciona una leyenda caldea que atribuye la creación de una nueva raza del género humano a la mezcla del polvo con la sangre que corría de la cabeza cortada de Belo, “y por esto –añade Beroso– los hombres son racionales y participan de la sabiduría divina”76. Lenormant escribe en Les Origines de l´Histoire d'après la Bible que “los órficos… decían que la parte inmaterial del hombre, su alma (su vida), se originó de la sangre de Dioniso Zagreus, al que… los titanes despedazaron”. 

 La sangre “revivifica a los muertos”, lo cual, interpretado metafísicamente, quiere decir que da vida conciente y un alma al hombre de materia o barro, cuyo prototipo hoy día es el materialista moderno. 
El sentido místico del precepto: “En verdad os digo que, a menos que comáis la carne del Hijo del Hombre y bebáis su sangre, no tendréis vida en vosotros mismos 77”, no puede jamás ser comprendido ni apreciado en su verdadero valor oculto, excepto por aquellos que poseen alguna de las siete claves78 y hagan poco caso de San Pedro. Estas palabras, ya fueran dichas por Jesús de Nazareth o Jeshua Ben Panthera, son las palabras de un Iniciado. Han de interpretarse por medio de tres claves: una abre la puerta psíquica; la segunda, la de la fisiología; y la tercera explica el misterio del ser terrenal desvelando la invariable unión de la Teogonía con la Antropología. Por desvelar algunas de estas verdades –con el único objetivo de librar a la Humanidad intelectualmente de la insalubridad del Materialismo y del Pesimismo– los místicos han sido a menudo acusados de ser los sirvientes del Anticristo, aun por aquellos cristianos que son personas muy dignas, respetables y sinceramente piadosas. La primera clave que ha de utilizarse para desentrañar los oscuros secretos que contiene el nombre místico de Cristo, es la clave que abría la puerta de los Antiguos Misterios de los arios, sabeos y egipcios primitivos. 

La Gnosis suplantada por el sistema cristiano era entonces universal. Era el eco de la Sabiduría, religión primitiva que en otro tiempo había sido la herencia de todo el género humano. Y por tanto, se puede decir con razón que, en su aspecto puramente metafísico, el Espíritu de Cristo (el Logos divino) ha estado presente en la Humanidad desde su principio. El autor de las Homilías Clementinas tiene razón: el misterio de Christos –que ahora se cree que fue transmitido por Jesús de Nazareth– era idéntico a lo que había sido comunicado desde el principio a los que eran dignos. Sabemos por el Evangelio según San Lucas que los dignos eran aquellos que habían sido iniciados en los Misterios de la Gnosis, y que eran considerados dignos de alcanzar aquella “resurrección de entre los muertos en esta vida… aquellos que sabían que no podían volver a morir por ser iguales a los ángeles, como hijos de Dios e hijos de la Resurrección”. 
En otras palabras, eran los grandes Adeptos de cualquier religión. Y estas palabras se aplican a todos los que, sin ser Iniciados, logran por sus propios esfuerzos “vivir la Vida” y obtener la iluminación espiritual que se consigue al re–unir su personalidad, el Hijo con el Padre, su individual Espíritu divino, el Dios en ellos. 

Esta Resurrección, por lo tanto, no puede ser monopolio del Cristianismo, porque pertenece al patrimonio espiritual de todo ser humano dotado de alma y espíritu, cualquiera que sea su religión. Tal individuo es un Hombre–Cristo. Por otra parte, aquellos que escogen ignorar al Cristo (como principio) que hay dentro de ellos, morirán como “paganos no regenerados” a pesar del bautismo, de los sacramentos, de las oraciones rituales y de la creencia en dogmas. A fin de seguir esta explicación, el lector debe recordar el antiguo y verdadero significado de los parónimos Chrêstos y Christos . El primero significa, más que “hombre bueno”, “hombre excelente”, mientras que el segundo no se aplicaba nunca a un hombre vivo, sino solamente a cada Iniciado después de su segundo nacimiento y resurrección 79. El que encuentra en sí mismo a Christos y lo reconoce como su único Camino, se convierte en discípulo y “apóstol de Cristo”, aunque no haya sido bautizado, no se haya cruzado con un cristiano nunca, ni tampoco se autodenomine como tal. 

La palabra Chrêstos existía siglos antes de que se oyera hablar del Cristianismo. La encontramos utilizada ya en el siglo V a.C. por Herodoto, Esquilo y otros autores clásicos griegos, aplicando su significado a cosas y personas. Así, leemos en las Coéforas de Esquilo Manteúmata Puqócrhsta (Pytho–Chrêsta): 
Los “oráculos pronunciados por un Dios pitio” a través de una pitonisa; y Pythochrêstos es el nominativo singular de un adjetivo derivado del verbo cráw (Eurípides, Ion, 1218). Respecto a esta acepción primitiva, numerosos y muy distintos son los significados que posteriormente se han querido encontrar: los clásicos paganos expresaban más de una idea con el verbo cráomai “consultar un oráculo”, pues significa también “predestinado”, “condenado por un oráculo” en el sentido de víctima sacrificial por decreto o Mandato. 
Y como chrêstêrion no sólo es “el asiento de un oráculo”, sino también “una ofrenda, para el oráculo80” Chrêstês crhsthç es “uno que expone o explica oráculos, un profeta, un adivino», y chrêstêrios crhsthrioç es “el que pertenece o sirve a un oráculo, a un Dios o a un Maestro81”… a pesar de todos los esfuerzos del canónigo Farrar82. 

Todo lo cual prueba que los términos “Cristo” y “cristianos”, deletreados originalmente Chrêsto y Chréstianos Crhstianoí 83, fueron tomados de la terminología de Templo de los paganos y significaban la misma cosa. El Dios de los judíos sustituyó al Oráculo y a los demás Dioses, el nombre genérico Chrêstos se convirtió en un sustantivo aplicado a un personaje especial, y nuevos términos como Chrêstianoi y Chrêstodoulos (discípulo o siervo de Chrêstos) fueron elaborados del antiguo material. Esto está mostrado por Filón el judío –monoteísta, por cierto– que empleaba ya dicho término para propósitos monoteístas. El habla de qeócrhstoç (theochrêstos): “declarado por Dios”, o de lógia qeócrhsta (logia theochrêsta): “discursos pronunciados por Dios”; lo cual prueba que escribió en un tiempo –entre los siglos I a.C. y I d.C. – en que no se conocían ni Christianos ni Chrêstianos, bajo esa denominación, sino los que se autodenominaban “nazarenos”. La notable diferencia entre las dos palabras: cráw (consultar u obtener respuesta de un Dios o un oráculo) cuya forma primitiva es créw y críw (chriô) – (frotar, untar) de la cual deriva el nombre Christos–, no ha impedido la adopción eclesiástica de la expresión de Filón qeócrhstoç y su consiguiente transformación en qeócristoç, “ungido de Dios”. 

De este modo, para servir a los propósitos dogmáticos se efectuó la simple sustitución de la letra i por la h , como ahora vemos. La palabra Chrêstos se encuentra en toda la literatura griega con el significado secular que tenía en los Misterios. Cuando Demóstenes emplea w crhsté está diciendo: “oh, buen hombre”, Platón en su diálogo Fedro escribe crhstòç ei oti hgeî, “eres un excelente muchacho…” Pero en la terminología esotérica de los templos, chrêstos 84 –que como el participio chrêsteis procede del verbo cráomai: “consultar a un Dios” –equivale a Adepto, un gran chela o discípulo; y con este sentido la emplean Eurípídes 📷(Ion) y Esquilo. Esta calificación se aplicaba a aquellos a los que el Dios, el oráculo o cualquier superior les habían proclamado esto, aquello o cualquier otra cosa. 

______________________________NOTAS_________________________________________ 

61 Mt. XXIV, 3 y ss. las palabras en negrita son las que se hallan corregidas en el Nuevo Testamento, después de la revisión que en 1881 se hizo de la versión de 1611, la cual está llena de errores voluntarios e involuntarios. Las palabras “venida” en lugar de “presencia”, y “fin del mundo” en lugar de “consumación de los tiempos” han cambiado desde hace poco tiempo el significado real de este párrafo, aun para los cristianos más sinceros, si exceptuamos a los adventistas. 
62Para una mejor comprensión de este interesante –y complejo– artículo, recomendamos leer previamente lo que dice H.P. Blavatsky en el Glosario Teosófico, sobre las palabras “Chrêstos” y “Jesús”. 
63 Quien no quiera estudiar y comprender en profundidad la gran diferencia entre las dos palabras griegas crhstóç y cristóç permanecerá por siempre ciego al verdadero significado esotérico de los Evangelios, es decir, al espíritu vivo que se oculta en la estéril letra muerta de los textos, fruto desabrido de un Cristianismo que sólo lo es de palabra. 
64“Porque sois el templo –“santuario” en el Nuevo Testamento revisado– del Dios vivo” (II Cor. VI, 16). 65 Espíritu o el Espíritu Santo era femenino entre los judíos, así como entre los pueblos más antiguos; y lo era también entre los cristianos primitivos. La Sophia de los gnósticos y el tercer Sephira Binah (el Jehovah femenino de los cabalistas) son principios femeninos, el Divino Espíritu o Ruach. Se lee en el Sepher Yezirah: “Achath Ruach Elohim Chiim”: “Uno es Ella, el Espíritu de los Elohim de la Vida”. 
66 Avatâra es un término sánscrito que significa literalmente “descenso”. Así se denominan las encarnaciones de la Divinidad, el descenso a nuestro mundo de un Dios o de algún Ser glorioso –que ha progresado más allá de la necesidad de renacer en la Tierra– con el cuerpo de un simple mortal. Ver Glosario Teosófico. 
67 Sosiosh es el Salvador mazdeísta que –como Vishnú, Maitreya, Buddha y otros– aparecerá para salvar a la Humanidad cuando venga “el fin del mundo”. Las profecías hacen referencia al fin del presente ciclo o era de la Humanidad. “El exterminio definitivo de los malvados, el renovar la creación y el restablecer la pureza”. Ibídem. 
68 Varios ciclos importantes terminan con el siglo XIX: por ejemplo los primeros 5000 años del Kali Yuga, o el ciclo mesiánico del hombre relacionado con Piscis (Ichthys o el hombre–pez Dag) de los judíos samaritanos –y también cabalistas–. Este es un ciclo histórico y no muy largo pero ciertamente muy esotérico, y dura unos 2155 años solares; aunque para encontrar su verdadero significado se ha de computar por meses lunares. Anteriormente se desarrolló entre los años 2410 y 255 a.C., o cuando el equinoccio entró en el signo de Aries; luego lo hizo en el de Piscis; y cuando, pasados algunos años (aproximadamente a partir de 1950) entre en el signo de Acuario, los psicólogos tendrán trabajo extra y dará comienzo un profundo cambio en la idiosincrasia psíquica de nuestra humanidad. 
69 El primero de los autores cristianos primitivos, Justino Mártir, en su primera Apología llama a sus correligionarios “Chrêstianos” crhstianoí, y no “Christianos”. 
70 Clemente de Alejandría, en el siglo II, nos ofrece un serio argumento sobre esta paranomasia que todos los que creían en Chrêstos –es decir, “un buen hombre”– eran y se llamaban Chrêstianos, esto es, “buenos hombres” (Stromata y también Godfrey Higgins, Anacalypsis). Y Lactancio en De Divinarum Institutionum, dice que “es sólo por ignorancia que las gentes se llaman Christianos en vez de Chrêstianos”: Qui propter ignorantium errorem cum immutata litera Chrestum solent dicere. esotérico, y dura unos 2155 años solares; aunque para encontrar su verdadero significado se ha de computar por meses lunares. Anteriormente se desarrolló entre los años 2410 y 255 a.C., o cuando el equinoccio entró en el signo de Aries; luego lo hizo en el de Piscis; y cuando, pasados algunos años (aproximadamente a partir de 1950) entre en el signo de Acuario, los psicólogos tendrán trabajo extra y dará comienzo un profundo cambio en la idiosincrasia psíquica de nuestra humanidad. 69 El primero de los autores cristianos primitivos, Justino Mártir, en su primera Apología llama a sus correligionarios “Chrêstianos” crhstianoí, y no “Christianos”. 
71 Sólo en Inglaterra, en el año 1883 se contaron ciento ochenta y seis sectas declaradas. Cuatro años más tarde, su número se había elevado a doscientas treinta y nueve, experimentando un crecimiento constante. 72 Para ser justos con San Pablo es preciso señalar que esta contradicción se debe, sin duda, a alguna perversión ulterior de sus Epístolas. San Pablo era un gnóstico, es decir, un Hijo de la Sabiduría, y un Iniciado en los verdaderos Misterios de Christos, aunque levantara su voz (al menos así se ha hecho creer) contra algunas sectas gnósticas, que en su época abundaban. Pero su Christos no era Jesús de Nazaret ni hombre vivo alguno, como demostró tan hábilmente Gerald Massey en su conferencia Paul, the Opponent of Peter. San Pablo era un iniciado, un verdadero Maestro–Constructor o Adepto, según se ha descrito en Isis sin Velo, tomo IV. 
73 ds on te ec tou cathgoreuménou hmwn onómatoç crhstótatoi upárcomen, Justino Mártir, Apologías. 
74 El extraordinario acopio de información cotejada por este experto egiptólogo prueba que ha llegado a comprender perfectamente el secreto de la composición del Nuevo Testamento. Massey conoce la diferencia entre el Christos espiritual, divino y puramente metafísico, y el “maniquí” del Jesús engendrado carnalmente. Sabe también que el canon cristiano –especialmente los Evangelios, los Hechos y las Epístolas– se compone de fragmentos de sabiduría gnóstica, cuyo fundamento es precristiano y descansa en los Misterios de la Iniciación. El estilo de la presentación teológica y los pasajes interpolados –como encontramos por ejemplo, en San Marcos, XVI, desde el versículo 9 hasta el final– son los que hacen de los Evangelios una mina de falsedades perniciosas que degradan al Christos. Pero el ocultista, que distingue entre dos corrientes (la verdadera gnóstica y la seudocristiana), sabe que los pasajes que están libres de la perversión teológica pertenecen a la Sabiduría Arcaica; y lo sabe también Massey, aunque su opinión difiera de la nuestra. 
75 Por lo que ha podido averiguar la autora tras muchos esfuerzos, la clave de este lenguaje fue encontrada por un geómetra cuando usó –muy extrañamente, por cierto– el descubrimiento en números de la razón integral entre el diámetro y la circunferencia de un círculo. “Esta razón es de 6.561 para el diámetro y de 20.612 para la circunferencia” (Manuscritos Cabalistas). Ver La Doctrina Secreta. 
76 Cory, Ancient Fragments. Lo mismo dicen Sanchoniaton y Hesiodo, los cuales atribuyen la “vivificación” de la Humanidad a la sangre derramada por los Dioses. Pero la sangre y el alma son una misma esencia (nephesh), y la sangre de los Dioses significa aquí el alma que infunde la vida. 
77 Jn. VI, 53. 
78 La existencia de estas siete claves queda virtualmente admitida gracias a las profundas indagaciones de Massey en Egiptología. Mientras que objeta a las enseñanzas de A.P. Sinnet, en Budismo Esotérico –las que por desgracia ha comprendido mal en casi todos los puntos– dice en su conferencia The Seven Souls of Man (las Siete Almas del Hombre): “Este sistema de pensamiento, este modo de representación, este septenario de poderes, había sido establecido en varios aspectos en Egipto hace por lo menos 7000 años, según se evidencia por ciertas alusiones a Atum (el Dios en quien la paternidad se personificó como el “engendrador de un alma eterna”), este septenario principio coincide con el de los filósofos de todos los tiempos encontrados en las inscripciones descubiertas en Sakkara; y digo establecido en varios aspectos porque la Gnosis de los Misterios era por lo menos séptuple en su naturaleza –era primordial, biológica, elementaria (humana), estelar, lunar, solar y espiritual– y nada que no sea la comprensión de todo el sistema puede ayudarnos a distinguir las diferentes partes y determinar el porqué y el cómo, a medida que procuramos seguir los Siete Símbolos en todas las fases de su carácter”. 
79 “En verdad, en verdad te digo: a menos que el hombre nazca de nuevo, no podrá ver el reino de Dios” (Jn. III, 3). Aquí se está hablando del nacimiento “en lo superior”, el nacimiento espiritual que se efectúa en la última y suprema Iniciación. Y más adelante insiste: “No te maravilles de lo que te digo: es necesario nacer otra vez” (Jn. III, 7). 
80 La palabra crewn aparece en Herodoto como “aquello que declara un oráculo”; y Plutarco (Nicias) utiliza tò crewn como “predestinación”, “necesidad”. Ver Sófocles, Filoctetes. 
81 Equivalentes a los términos guru (maestro) y chela (discípulo) en el sentido de su mutua relación. 
82 En su obra The Earty Days of Christianity el canónigo Farrar observa: “Algunos han supuesto un gracioso juego de palabras como… entre Chrêstos (dulce) y Christos (Cristo)”. Sin embargo, no hay nada que suponer, puesto que en verdad comenzó con un juego de palabras. El término Christus no fue“corrompido en Chrêstus”, como el ilustrado autor quiere hacer creer a sus lectores, sino que el nombre Chrêstos fue convertido en Christus y aplicado a Jesús. En una nota respecto a la palabra Chrêstiano, que aparecía en la Primera Epístola de San Pedro (IV, 16) y que fue cambiada por Christiano en los manuscritos revisados ulteriormente, Farrar observa: “Tal vez deberíamos leer la ignorante corrupción pagana Chrêstiano”, y desde luego debemos leerla así, pues el elocuente escritor debería acordarse del mandamiento de su “Maestro”: “dad al César lo que es del César”. Y a pesar de su disgusto, Farrar está obligado a admitir que el nombre “cristiano”–inventado por los antioquenses en época tan remota como el año 44 de la presente Era– no llegó a emplearse comúnmente hasta los días de las persecuciones de Nerón. Tácito, según Farrar, emplea la palabra “cristianos” con carácter apologético. Pero en el Nuevo Testamento sólo figura tres veces y siempre con sentido contrario (Hech. XI, 26; XXVI, 28; IV, 26). Claudio no era el único que miraba alarmado y con sospechas a los cristianos –calificados así por materializar un principio o atributo subjetivo–, sino que también lo hacían todas las naciones paganas. Tácito, hablando de aquellos que el pueblo llamaba “cristianos”, los describe como un grupo de hombres odiados por sus “atrocidades”. Y esto no es de admirar… la historia se repite. Sin embargo, actualmente existen muchos nobles, sinceros y virtuosos hombres y mujeres que “han nacido cristianos”. 
83 Justino Mártir, Tertuliano, Lactancio, Clemente de Alejandría y otros, lo escriben de esta manera. 
84Esta denominación era aplicada, en realidad, a todo aquel que estaba constantemente aconsejado, avisado, guiado, ya fuera por un oráculo o un profeta. Massey no tiene razón cuando dice que “la forma gnóstica del nombre Chrêst o Chrêstos se refiere al “Buen Dios”, y no a un tipo de hombre, porque verdaderamente se refiere a lo segundo, es decir, a un hombre bueno o santo. Pero tiene razón cuando añade que «Chréstianus… significa dulzura y luz”. “Los Chrêstoi o “buenas gentes” existían mucho antes. Numerosas inscripciones griegas confirman que a un difunto héroe o santo –es decir, el “bueno”– se le llamaba Chrêstos o el Cristo. Y de esta acepción, Justino, el primer apologista, deriva el nombre cristiano. Esto lo identifica con los orígenes gnósticos y con el “Buen Dios” que se mostró, según Marción, es decir, el Un–Nefer o “buen iniciador” de la teología egipcia” (Agnostic Annual). 

H.P.B

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