Los Espíritus de la Naturaleza son a veces visibles a simple vista, pero sólo pueden ser
dominados por aquellos que controlan los elementos en los que estas entidades viven. Por
consiguiente el poder del hombre sobre esos elementos le otorga el predominio sobre esos
reinos. Según los antiguos, los elementales estaban originalmente bajo el dominio del
hombre adámico, y están siempre sometidos a aquel que es dueño de su sustancia. Sirven
con sinceridad, aunque no comprenden o reconocen las necesidades de la raza a la que
sirven. Guiados por jerarquías más elevadas, estos seres son la base inteligente de los
fenómenos naturales, y ayudan a implantar cualidades y poderes dentro de la planta, el
mineral, el animal y el hombre.
Muchos lectores aceptarán con reluctancia la realidad de estos entes. Pero como
constituyen una parte de la gran jerarquía oculta y son la encarnación de principios
naturales, es preciso que les concedamos alguna atención y estudio. Bajo ciertas
condiciones, estos elementales se vinculan con el hombre y le sirven con fidelidad y en
forma cabal, como ocurrió en el caso del demonio de Sócrates. Bajo otras condiciones, se
los tomaron por ángeles, demonios y otras larvas sobrenaturales. También se cree que
existen en esencia en los cuerpos químicos de la Naturaleza. Son los elementales no sólo
de nuestra tierra y de la cadena planetaria, sino también de otros planetas y sistemas
solares. La diferencia constitucional primordial entre los elementales y el hombre estriba
en que la vida evolutiva de la que somos una parte está compuesta de organismos
complejos formados por el espíritu y su cadena de vehículos, mientras que la composición
de los elementales no es más que el éter con el que están formados. De ahí que la única
evolución que pueden experimentar es la evolución de su propio éter, del cual les es
imposible disociarse.
Prácticamente toda la sabiduría oculta del mundo se basa en el conocimiento de los
cuatro éteres y de sus poderes como factores en el desenvolvimiento de las combinaciones
de formas. Los éteres en los cuerpos de los minerales, plantas, animales y el hombre, son
la base de la diferenciación de estos reinos de vida. Sin su principio vital (que es, en
verdad, el Hiram Abiff de la Masonería) la construcción del templo de las edades no podría
proseguirse.
Entre los antiguos pueblos orientales, la doctrina de las cuatro creaciones enseñaba que
del cuerpo de Brahma, la Deidad concreta, cuatro hijos, que representaban las razas
visibles de la tierra, habían nacido. De los pies de Brahma, nació el hombre negro, o la
tierra física, a la que se acostumbra llamarla el escabel de Dios. Del tórax de Brahma,
nació el hombre moreno, que representaba el éter o la emanación etérea de la Naturaleza.
De las manos de Brahma (con su poder de acción) nació el hombre rojo, que representa los
principios de movimiento y emoción, construcción y destrucción, de acción y reacción. De la
boca de Brahma, nació el hombre blanco, el brahmán, que es hombre espiritual y mental.
Estos cuatro elementos cons tituyen las cuatro emanaciones del Huevo Cósmico. Los
orientales a veces dividen el universo en cinco divisiones, simbolizadas por los cinco dedos
de la mano del hombre.
Los hindúes reconocen una quinta división que se extiende desde
la base de la nariz hasta la cúspide de la cabeza. La evolución del hombre consiste en el
paso de la conciencia a través de los cuatro elementos que hallamos simbolizados en forma
tan maravillosa en las antiguas iniciaciones.
Primera iniciación.
La destrucción del Dragón de la Materia.
Éste es el triunfo de la
discriminación sobre los vehículos de Maya, y la liberación de las sustancias químicas de la
Naturaleza, con su correspondiente ley de cristalización. Esto también consiste en vencer la
ley de inercia y en pasar físicame nte a través de una pared de piedra. Esta batalla se gana
por medio de la espada Excalibur, que es entregada al rey por la mano de una ondina que
la saca de las aguas del éter vital.
Segunda iniciación.
El rescate de la Perla de Gran Precio del océano de las sustancias vivientes.
Este oro del Rin es guardado por los ángeles y los guardianes de las fuerzas
vitales del cuerpo.
Bajo la dirección del segundo grupo de elementales (ya descritos con el
nombre de espíritus del agua) están las fuerzas vitales de la Naturaleza, que éstos
manipulan bajo la dirección de jerarquías más elevadas. Esta segunda iniciación se realiza
quemando el agua con la espada llameante del Querubín de cuatro cabezas, la que está
vuelta hacia arriba en el cerebro. En esta iniciación, el candidato aprende a desechar el
mar de fuego y recibir la bendición del agua santa (que representan las fuerzas vitales de
su propio cuerpo) después de lo cual pasa bajo el mar y aprende a resolver el misterio del
agua, la que nació del tórax de Brahma.
Tercera iniciación.
El paso del Anillo Llameante.
En esta iniciación, el candidato cruza
la líne a que separa los dos elementos más elevados de los dos más bajos en su esfuerzo
por separar el alma del cuerpo animal. Esta iniciación es explicada en la leyenda de
Sigfrido y Brunilda. El candidato recibe la bendición del fuego, incorpora el poder de la
salamandra a su vehículo consciente, y se pone bajo el rayo directo de Leo, el rey de fuego
del templo. Aprende a pasar entre las llamas y también a gobernar las llamas de su propio
cuerpo. Durante este proceso se le enseña a aplicar el suave calor del alquimista que,
luego de pasar por la columna vertebral, empolla el huevo de Brahma dentro de su propio
cuerpo, liberando en esta forma la serpiente de su postura de descanso y obligándola a
dirigir su fuego hacia arriba hasta el Arbol de la Vida. Bajo su dirección, logra el primer
grado místico.
Si se queda en ese lugar, se convierte en místico y en un poder del sendero
de llamas del corazón, y viste la túnica púrpura de Cristo.
Cuarta iniciación. —El ascenso por el sendero del fuego espiritual. En esta prueba, el
candidato logra el poder de pasar conscientemente a través de la atmósfera espiritual, e
incorpora en su vehículo el activo poder funcional de los silfos, o espíritus del aire. Logra el
poder de conocer los principios atmosféricos de la Naturaleza y asimismo el funcionamiento
consciente del cuarto plano de la Naturaleza por medio de la ayuda de la cuarta esencia
elemental que está dentro de él. En los mitos del Norte, cabalga el caballo de ocho patas
para ir al cielo; el ocho durante muchas edades simbolizó el sendero del fuego espiritual en
el hombre.
Combina en esta forma los cuatro elementos en el poder de la mente, del que
puede aprovecharse por medio del cuarto éter, y ésta es la forma más elevada de
conciencia de que gozamos en la actualidad.
Todas estas iniciaciones sólo son posibles por medio de la interpenetración de las
esencias elementales con el organismo del hombre. Durante estas iniciaciones, el hombre
logra dominar los elementos y los distintos grupos de inteligencias que habitan en ellos.
En
este escrito estamos considerando únicamente un solo grupo de estos moradores; es decir,
los Espíritus de la Naturaleza.
Enumerándolos en forma somera, los elementos son los siguientes (empe zando con los
más bajos):
1. Básicos, éter atómico (gnomos) cuita fase más elevada se expresa en la cristalización.
2. Éter húmedo (ondinas) que se expresa como el agua de vida, la divina Madre Isis de
todas las cosas.
3. Éter astral (salamandras) que se expresa en todos los movimientos y percepciones de
los sentidos.
4. Éter mental (silfos) que se expresa como la base de la percepción mnemónica y del
intelecto razonador.
Estos cuatro éteres representan los canales para la expresión de las fuerzas de los
cuatro mundos de la Naturaleza a través de los cuales evoluciona el hombre en la
actualidad. El éter no es en sí mismo un mundo, sino meramente una sustancia capaz de
transportar o perpetuar el producto de alguna otra esfera. Los antiguos se referían al éter
llamándolo el hipotético espejo de la eternidad, porque refleja los mundos de la Naturaleza
en una forma concreta, vitalizando e impregnando esta forma con las chispas de vida que
contiene en sí mismo.
Cuando el sacerdote levanta la mano en la bendición, mantiene en alto dos dedos y otros
dos bajos. Los dos dedos bajos representan los elementos de la tierra y el agua; los dos
dedos levantados representan los elementos del fuego y el aire; mientras que el pulgar
representa el Akasha, o espíritu. En esta forma, el sacerdote imparte la bendición de los
cuatro éteres, sin los cuales la conciencia es imposible, y cuyo influjo es la base del
crecimiento, de la redención y de la regeneración.
MANLY PALMER HALL
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