martes, 26 de marzo de 2019

LA CREACIÓN Y LA INICIACIÓN



Entre los grandes contrarios -lo negativo y lo positivo, los Dos Grandes Poderes, como los llama el taoísmo- el agua y el fuego son probablemente los más importantes. Ambos son creadores y destructores, ambos son fuente de vida y de muerte, ambos son generadores y purificadores. Todas las aguas se relacionan con la Gran Madre, el principio femenino, y con el nacimiento. También representan el flujo, el incesante cambio, el transcurrir de la vida que, al igual que el Tiempo, es como la corriente "que no se detiene nunca". La muerte es comparada con "el cruce de un río" o de las aguas, símbolo del cambio de un estado o plano a otro. Pero aunque las aguas lo disuelven todo, también purifican y generan nueva vida, simbolismo que se aplica asimismo al fuego. 

El agua y el fuego no son solo elementos purificadores, sino también elementos indispensables, aunque al mismo tiempo temibles y peligrosos. Es más fácil que el hombre muera por falta de agua que por falta de alimento. Por su parte, el fuego es necesario para dar calor y cocer los alimentos. 

El agua y el fuego preservan la vida, pero también conducen a la muerte. Son opuestos y antagónicos, pero como todos los opuestos, se complementan. Cuando operan juntos, activan fuerzas iguales o superiores a las propias. Ambos se caracterizan por su inestabilidad y su gran movilidad; ambos son elementos creadores y destructores. (En otro tiempo, el mundo fue destruido por el agua, y muchas religiones profetizan que volverá a ser destruido por el fuego.) Como fuerzas complementarias, representan la oscuridad de las aguas y la luz del fuego; la fría luna, que controla las mareas y la profundidad de los océanos, y el ardiente calor del sol. Hablamos del "mar de la muerte": decimos que al llegar la noche, el sol se hunde en el océano, desaparece su luz y reina la oscuridad, pero con la llegada del alba se inicia el renacimiento y el sol surge nuevamente del mar, que se convierte entonces en el mar de la vida. En la creación se da siempre esta unión de los contrarios, de la muerte y el renacimiento. En la alquimia se los representa cono el Rey y la Reina, el Sol y la Luna, que existen como contrarios en la esfera de la dualidad, y que a través de la disolución y el renacimiento se trasforman en el Andrógino y alcanzan la perfección primordial. 

Esta dualidad se expresa con la figura masculina-femenina o con la cabeza de dos caras que representan al Rey y la Reina, mientras que en otras tradiciones adopta la forma de una diosa barbada o de un joven dios afeminado. El Andrógino es el Uno en el que se funden todos los contrarios y se alcanza la unidad espiritual. En el caso de tradiciones en las que el primer antecesor del hombre era andrógino, esto simboliza la vuelta a los orígenes, al estado perfecto desde el cual el hombre cayó en el dualismo. Después de la Caída y la pérdida del Paraíso, el hombre experimenta el deseo de volver a ese estado de bienaventuranza y a la unidad original. Para alcanzar esta meta, deberá ser re-creado, deberá volver a nacer. Tradicionalmente, el hombre pasa por tres nacimientos. El primero es de carácter físico, cuando el hombre entra en el mundo material; el segundo se da en las ceremonias de iniciación, cuando nace a la vida cultural o espiritual de la comunidad, y el tercero, a la hora de la muerte, cuando renace en el otro mundo. Cada etapa significa la muerte del viejo estado y el renacimiento en un nuevo estado: el conjunto completa el ciclo. 

El segundo nacimiento por la vía iniciática puede asumir muchas formas. En las sociedades tribales, los jóvenes de ambos sexos se inician, o incorporan a la vida adulta en la pubertad y pasan por una serie de ceremonias que varían de acuerdo con la forma del simbolismo adoptada por cada comunidad; sin embargo, todas coinciden en expresar la idea de la muerte a la antigua vida y el renacimiento a una nueva vida. En las religiones, las ceremonias y el simbolismo son de naturaleza espiritual; en la tribu, tienen tanto carácter cultural como religioso. En la cultura griega, los jóvenes, los epheboi, pasaban por una ceremonia iniciática que marcaba el fin de la infancia y el comienzo de la edad viril; los jóvenes de ambos sexos eran iniciados en las religiones esotéricas si demostraban estar preparados para ello. 

  El bautismo 

El bautismo es una forma milenaria y casi universal de iniciación y aceptación en un culto o una religión. Significa regeneración, muerte y renacimiento, y en este rito el iniciado muere para la antigua vida y nace a una nueva, incorporándose así a la selecta sociedad de los "nacidos dos veces". El neófito muere para la antigua vida y, una vez purificado, renace en la naturaleza divina. El bautismo es administrado generalmente con agua, aunque también puede emplearse el fuego, el viento o la sangre. En el mitraísmo, se bautizaba al iniciado con la sangre del toro sacrificial, en que la sangre era la fuerza rejuvenecedora, símbolo del alma y del principio vital. El bautismo por el fuego elimina las impurezas, los desechos de la antigua naturaleza, y restaura la pureza primigenia al reconquistar el Paraíso Perdido, que desde la Caída había estado rodeado por un círculo de fuego o custodiado por ángeles que blandían espadas flamígeras. 

El viento disipa los desechos y, como el fuego, es una fuerza purificadora y trasformadora: es también el hálito vital del universo y el poder del Espíritu. Sin embargo, la forma de bautismo adoptada con más frecuencia es el bautismo por agua, la gran purificadora y generadora; pero el agua disuelve también todas las formas y diferencias, reduciéndolo todo al estado primordial informe, al estado que existía antes de la creación, antes del nacimiento del mundo; por lo tanto, el hombre vuelve al estado pre-natal en el seno de las aguas, antes de nacer nuevamente de las aguas del bautismo. 

Entrar en las aguas, como sucede en el bautismo por inmersión, es volver al principio y empezar de nuevo; de aquí las leyendas sobre el diluvio que encontramos en todas las culturas y religiones. En los mitos de la creación se dice que en el principio, la vida emergió del océano, o que algún gran dios o fundador de una raza salió de las aguas o llegó cruzando los mares. Luego, cuando el mundo fue degenerando y el hombre se inclinó hacia la maldad, se desencadenaron las aguas para borrar de la faz de la tierra el antiguo estado, abolir todas las formas y dar nacimiento a una nueva vida. El pasado era barrido, destruido, disuelto en las aguas del diluvio, y nacía un nuevo mundo. En el cristianismo primitivo, el bautismo tenía estrecha similitud con este simbolismo. Encerraba también la idea de muerte y de la reunión del Segundo Adán y Eva en el sagrado matrimonio. Esto representaba el nacimiento del hombre nuevo, el hijo de Dios nacido en el seno de la Madre Iglesia, porque el bautizado "volvía a ser como un niño pequeño". 

En las iglesias cristianas se celebran ahora dos ceremonias iniciáticas: en primer lugar el bautismo, que es al mismo tiempo un sacramento de purificación, y la entrada en la Iglesia, rito que habitualmente tiene lugar en la infancia y coincide con la imposición del nombre, que confiere al niño su individualidad. (El cristianismo, que sostiene la doctrina del pecado original, hace hincapié en que el recién nacido está en estado de pecado; esto se vincula con una superstición muy generalizada: es señal de buena suerte que el bebé llore en el bautismo porque significa que el "diablo ha salido de su cuerpo".) La segunda ceremonia es una iniciación corroborativa que realiza el candidato por propia decisión al llegar a la pubertad. Por eso recibe el nombre de Confirmación, pues el iniciado es admitido, como un miembro ya bautizado, en todos los ritos de la Iglesia. 

  El simbolismo del matrimonio 

 Después de la ceremonia de iniciación que se lleva a cabo en la pubertad, el ingreso al mundo del adulto entraña la posibilidad de contraer matrimonio, un rito que significa simbólicamente la reconciliación de los opuestos, la interacción entre fuerzas contrarias, pero complementarias. En las antiguas religiones, se celebraba ritualmente el Matrimonio Sagrado, el hieros gamos, entre el Dios y la Diosa, el Sacerdote y la Sacerdotisa, el Rey y la Reina, como una manera de tipificar la unión mística entre el Cielo y la Tierra, el Sol y la Luna, simbolizados a menudo por el toro y la vaca, como representación del sol y la luna, o del león solar y el unicornio lunar.
Para los alquimistas, el matrimonio es el conjunctio, la unión del azufre o el oro, de carácter masculino, con el mercurio o la plata, de carácter femenino. Para el cristianismo, significa la unión del Alma, la Desposada, con Cristo, el Desposado. El simbolismo del matrimonio es básicamente similar en todas las partes del mundo. Primeramente se realiza la ceremonia del compromiso, en la cual los novios se intercambian alguna prenda de unión, generalmente un anillo, que es símbolo de vínculo, pero también de personalidad. Por lo tanto, el intercambio de anillos, o el regalo de un anillo, significa trasferencia de poder, así como promesa de matrimonio. 

El anillo representa, asimismo, poder y dignidad; comparte el simbolismo del círculo, como integración, consumación, realización, continuidad y, por extensión, indestructibilidad. La consumación y realización que ha de brindar el matrimonio ligan a la pareja a un nuevo estado, a una nueva vida, pero se expanden también en la plenitud e integridad de esa vida. El anillo, junto con el cetro y la corona, son símbolos reales; en las ceremonias matrimoniales de muchos países, la novia es considerada una reina el día de la boda; por eso lleva una corona, mientras que en otros países la guirnalda nupcial remplaza a la corona. En tiempos de los griegos y los romanos, la guirnalda de flores era la diadema de Flora, diosa de las flores, cuya guirnalda nupcial estaba hecha de verbenas y capullos de blanca espina, flores que, como hemos visto, ahuyentan a los malos espíritus. 

La guirnalda matrimonial de los árabes era de azahares, símbolo de fertilidad. La guirnalda de flores tiene un doble simbolismo porque representa las flores de la virginidad, pero es también la corona funeraria que denota la muerte de la antigua vida y la entrada en una nueva vida. El azahar, el mirto, el olivo y la verbena son símbolos de fertilidad, y se creía que conferían poderes de procreación. 

Las propiedades protectoras de los ornamentos y talismanes son de gran importancia en aquellas ocasiones en que la persona es el centro de atención de todos y, por lo tanto, el punto focal de las fuerzas del bien y del mal que existen en el mundo. Los sacrificios solían cubrirse con velos o guirnaldas de flores; el velo y la guirnalda de la novia comparten el simbolismo de esta costumbre, puesto que la doncella sacrifica su antigua vida de libertad y soltera para asumir el nuevo estado, en el que estará atada por nuevos lazos. Pero el velo es también protección, pues cubre la cabeza donde se asienta tradicionalmente el poder vital, y protege a quien lo lleva de la indiscreta mirada del público y de un posible mal de ojo. Bajo el velo, la novia luce el cabello recogido; en tiempos pasados lo hacía por primera vez en la vida el día de la boda, porque el cabello suelto representa la libertad, y el cabello recogido, la condición de mujer casada. 

En Occidente, el color de la ceremonia nupcial es el blanco, como símbolo de inocencia, pureza y virginidad. En Grecia y en China, por el contrario, el blanco era el color del mundo de los espíritus, y por lo tanto, el color del luto. El vestido de novia es generalmente blanco, y por tratarse del vestido de una reina, tiene una larga cola llevada por pajes, y aquélla es seguida por su cortejo de damas de honor. Durante la ceremonia, los novios se toman las manos en señal de unión, promesa y compromiso: la mano derecha asegura particularmente el principio vital. En muchos países, tanto la novia como el novio usan la sortija de matrimonio. En algunos países europeos, el anillo se coloca en la mano izquierda cuando los novios se comprometen y en la mano derecha cuando contraen enlace. Después de la ceremonia, cuando los recién casados salen de la iglesia o del lugar donde se ha efectuado la boda, son recibidos con una lluvia de confeti o pétalos de papel. En tiempos antiguos, parientes y amigos arrojaban granos de arroz a la flamante pareja. 

El confeti redondo representa los granos de cereal, y los pétalos de papel, las flores; ambos simbolizan la fertilidad. El viejo zapato que se ata al vehículo en que se alejan los recién casados anuncia que la joven desposada ha sido entregada al esposo. El zapato puede representar a la persona a quien pertenece, ya que en las épocas en que se efectuaban casamientos por poder, solía enviarse el zapato en representación de la persona. Finalmente, como ya hemos visto, la desposada debía entrar en su nueva casa sin pisar el umbral y por eso el esposo la llevaba en brazos al entrar en el nuevo hogar. 

Ritos funerarios 

 Todas las ceremonias iniciáticas que simbolizaban la muerte-y-el-renacimiento estaban destinadas a ahuyentar el temor a la muerte y a enseñar al iniciado que la muerte es solo una apariencia, un estado de transición hacia una nueva vida. Cuando sobreviene la muerte física, el cuerpo despojado de su fuerza dadora de vida, el aliento o alma, es puesto otra vez bajo el resguardo de la madera del árbol, en el ataúd, y finalmente enterrado o incinerado. El pino y, el cedro eran las maderas que se utilizaban con más frecuencia para el sarcófago, porque se creía que preservaban al cuerpo de la putrefacción. Ser sepultado en tierra significa volver al seno de la Madre Tierra para nacer de nuevo en el otro mundo. En algunas culturas, el cuerpo del muerto era puesto en posición fetal, listo para el renacimiento. En el caso de la cremación, entregar el cuerpo a las llamas representa el ascenso del alma a los cielos, o un nuevo estado purificado. 

Es interesante señalar que los pueblos que sepultaban a sus muertos en tierra solían representar el otro mundo como un lugar subterráneo, por ejemplo, el Hades de los griegos y el Sheol de los hebreos, mientras que aquellos que incineraban el cuerpo creían que el cuerpo ascendía al cielo llevado por las llamas. Pocos pueblos entregaban sus muertos a las aguas, pero el Paraíso de los celtas se hallaba del otro lado del mar, en la Isla Verde, donde según cuenta la leyenda, el Rey Arturo emprendió el cruce de las aguas con la Dama del Lago. El Paraíso maorí se encontraba bajo el agua, mientras que los guerreros vikingos eran lanzados a las aguas en embarcaciones envueltas en llamas. Pero la idea más común que se tiene del Paraíso es la de un jardín cerrado o una isla perfecta, separada del mundo profano por las aguas. En ella el hombre renace para iniciar una nueva vida.

Cooper J.C


No hay comentarios:

Publicar un comentario