¡Que todas las
naturalezas del mundo reciban la manifestación de mi himno!
¡Ábrete, Tierra!
¡Que todos los cerrojos del Abismo se abran ante mí! ¡Vosotros,
Árboles, no os agitéis!
Que vaya cantar un
himno al Señor de la creación, al Todo y Uno.
¡Abríos, Cielos, y
vosotros, Vientos, permaneced tranquilos; y dejad que la Inmortal Esfera de
Dios reciba mi palabra!
Pues vaya cantar
las alabanzas de Aquel que lo fundamenta todo, que fijó la
Tierra y colgó el Cielo, que le ordenó al Océano que le brindara agua dulce a
la Tierra, tanto a las partes que estaban habitadas como a las que no, para
sustentación y uso de todos los hombres, que hizo al Fuego brillar para dioses
y hombres en cada acto.
¡Demos todos
juntos alabanzas a Él, sublime arriba en los Cielos, Señor de toda la
naturaleza!
¡Él es el Ojo de la Mente, y que acepte Éllas alabanzas de mis Potencias!
¡Vosotras, Potencias que estáis en mi interior, cantad al Uno y Todo;
cantad con mi vo1untad, Potencias todas que estáis en mi interior!
Oh, bendita Gnosis, por ti iluminado, cantando a través tuyo la Luz que
sólo la mente puede ver, me gozo en el Gozo de la Mente.
¡Cantad conmigo las alabanzas, todas vosotras, Potencias!
¡Canta las alabanzas, Dominio de mí mismo; canta tú a través mío,
justicia mía, las alabanzas del justo; canta tú, Alma mía con todo, las
alabanzas del Todo; canta a través mío, Verdad las alabanzas de la Verdad!
¡Canta tú, Oh Bien, lo Bueno! ¡Oh Vida y Luz, de nosotros hasta ti
fluyen nuestras 1oas!
Padre, Te doy
gracias; a Ti, Tú, fuerza de todas mis Potencias; Te doy gracias, Oh Dios, Tú,
Poder de todas mis Fuerzas.
¡Tu Razón canta a través mío Tus alabanzas. Recoge a través mío el Todo
en Tu Razón –mi justa ofrenda!
Así cantan las Potencias en mí. Cantas tus alabanzas, Todo Tú; hacen Tu
vo1untad.
¡DESDE Ti Tu vo1untad; A Ti, el Todo. Recibe de todos su justa ofrenda.
El Todo que está en nosotros, Oh Vida, conserva; Oh Luz, ilumínalo; Oh Dios,
inspíralo!
Es Tu Mente la que representa el Pastor a Tu Palabra, Oh Tú, Creador,
Dispensador del Espíritu en todo.
Pues Tú eres Dios; Tu Hombre así Te canta, a través del Fuego, a través del Aire, a través de la Tierra, a
través del Agua, y a través del Espíritu, a través de Tus criaturas.
Es en Tu Eón donde he encontrado el Canto de Alabanza; y en Tu vo1untad
la meta de mi búsqueda, he encontrado el Descanso (II, 230–232).
Ahora ya se
puede ver que no es éste un himno normal, ni un himno concebido al modo de los
salmos a los que estamos acostumbrados, sino la efusión gnóstica de un hombre
que ha empezado a darse cuenta de la naturaleza de su propia dignidad
espiritual y de su lugar en el universo, basado en la tradición de lo que hay
de mejor en la teurgia egipcia, esa fuerza Divina que lanza órdenes que toda la
naturaleza obedece de buena gana.
Está a punto
de pronunciar palabras «que son verdaderas», palabras que desde la verdad van
hasta la Verdad, sin obstáculos ni interrupciones. Toda la naturaleza recibirá
por tanto estas palabras y las hará circular. Todos los elementos se apresurarán
a servir al hombre que está sirviendo a Dios con la liturgia lícita de su
naturaleza toda.
La Tierra en
medio, el Cielo arriba y el Abismo abajo, abrirán los pórticos de sus senderos
secretos para permitir que las palabras de verdad de éste, que es «verdad de
palabra», entre en la Esfera Inmortal del Dios Verdadero, es decir, en el mismo
Eón donde mora el Dios Verdadero, no en algún lugar del Cielo, de la Tierra o
del Abismo, sino en aquel que los trasciende a todos y es el origen,
preservador y fin de todos ellos.
No sólo los
árboles de la tierra, sino también los Árboles del Paraíso, los Seres Divinos
que moran en la Gloria Eónica, reposarán en reverente silencio cuando la
potente y piadosa alabanza pase hasta el confín de todas las adoraciones.
Los vientos
de la tierra se calmarán, así como los Vientos del Cielo, los Hálitos
Inteligentes en las más profundas moradas de la Gran Mente del hombre.
Pues la
alabanza no se proclama por este o aquel daimon o dios, sino por el Señor de
Todo; y ellos, los Obedientes, cuya vida consiste en alabar a Dios, no pueden
más que regocijarse porque el Desobediente, al final y por decisión propia, se
va a unir a la infatigable liturgia de la naturaleza.
Es el himno
de alabanza al Uno y Todo, del Señor Uno de toda la creación, que es, al mismo
tiempo, el Único que crea y el Todo que es creado. Es un himno entonado en
armonía con la liturgia o el servicio de alabanza de las cuatro grandes
naturalezas primordiales, los Elementos Cósmicos de la Tierra, el Aire, el Agua
y el Fuego –Padre Cielo y Madre Tierra, Padre Fuego y Madre Océano.
El hombre
canta con ellos la gloria de su Señor común, el Ojo de la Mente, es decir, la
Mente, el Sol Espiritual de Verdad, cuyos ojos son los incontables soles del
espacio. Este Sol de Verdad es la Luz Verdadera, la Luz que sólo la mente puede
ver; la pequeña mente del hombre, ahora iluminada por la Luz de la Gnosis, se
hace de la misma naturaleza de la Gran Mente, y así se transforma en una
trinidad prismática de Bien, Luz y Vida, a través de la cual la Brillantez del
Uno y Todo resplandece en un septenario de Poderes y Virtudes.
Estos
Poderes, con una sola excepción, se dan en nuestra himnodia clasificados
exactamente en la forma en la que aparecen en el texto del rito místico, a
saber: Gnosis, Gozo, Templanza, Continencia, Rectitud, Generosidad y Verdad
–que expulsan correspondientemente a la Ignorancia, el Pesar, la Intemperancia,
el Deseo, la Injusticia, la Avaricia y el Error. Y con la llegada de la Verdad
se cumple la medida del Bien, pues en la Verdad se unen el Bien, la Vida y la
Luz.
La naturaleza
de las personas de esta última trinidad se revela aún en mayor medida, así
como la transmutabilidad de estas hipóstasis, alabando a Dios como la Fuerza de
todos los Poderes y el Poder de todas las Fuerzas, es decir, como Luz y Vida
una vez más, Luz, el fortalecedor masculino, y Vida, el nutriente femenino, la
paternidad-maternidad de Dios, el Bien, el Lagos o Razón de todas las cosas.
Y así, el salmista gnóstico resuelve al fin su alabanza con
la ofrenda de la justa ofrenda que, en un análisis final, es la Canción del
Lagos, la Razón, el Hijo de Dios, el Único engendrado, cantando a través de la
naturaleza toda del hombre y refundamentando el cosmos que es él mismo en el
origen de su Ser. Es la consumación del Gran Retorno; la Voluntad de Dios es
ahora la voluntad única del hombre.
«Desde Ti, Tu
Voluntad; A Ti, el Todo.»
Es decir, de
Ti procede Tu Voluntad; Tú eres la Fuente de Tu Voluntad, Tu Deseo, Tu Amor; y
Tu Voluntad es Tu Cónyuge, a cuyo través se manifiestan todas las cosas, todo
el universo, Tu Único engendrado, de quien el fin, así como el principio, es Tú
Mismo, pues Él es Tú Mismo eternamente.
Pues como
otro himno místico del período parafrasea (I, 146): «De Ti es Padre, y A Través
Tuyo es Madre» –a lo que podríamos añadir «y Hasta Ti es Hijo.»
Y así continúa el cantor de himnos con su Justa
ofrenda», el sacrificio de su verdadero yo, el logos dentro de él, de su ángel
«que contempla perpetuamente el Rostro del Padre», rogando que su cosmos total,
todo lo que hay de él, sea preservado o salvado por la Vida, la Madre,
iluminado o irradiado por la Luz, el Padre, e inspirituado, inspirado o
espiritualizado por el Gran Hálito de Dios que eterna y simultáneamente espira
e inspira.
Pues ahora el
hombre ya no es una «Carta» o una «Procesión del Destino», sino un verdadero
«Nombre», un Hombre libre, una Palabra o Verbo de Dios, un perfecto Cosmos,
ordenado con la lícita y debida armonía mediante la conversión de su voluntad
en una unión voluntaria con la Voluntad de Dios; y de esa Palabra, Dios o
Ángel, el Pastor o Nutridor –el que da el néctar Divino o alimento espiritual
del cual se nutre es Palabra– es la Gran Mente o Luz, el Iluminador, el gemelo
de la Gran Alma o Vida Salvadora, la Inspiradora y Preservadora, habiéndonos
sido otorgados uno y otro por Dios el Creador.
El hombre se
ha convertido ahora en un Hombre, un Verbo, un verdadero Ser de la Razón, cuya
energía se expresa en ideas vivientes que pueden ser impresas sobre las almas y
mentes de los hombres, y vividas en una vida de ejemplo; de un hombre
imperfecto se ha convertido en un Cosmos, Orden o Armonía perfecta, de modo que
puede hacer que sus naturalezas purificadas canten junto con los grandes elementos y la quintaesencia de todos ellos,
que es el Espíritu o Aliento de Dios, el Atman de la teosofía india.
Pues al haber
conseguido alcanzar esta forma verdadera de respirar –respirar y pensar con la
Gran Vida y la Gran Mente de las cosas– el hombre ya no es un hombre sino un
Hombre, un Eón, una Eternidad, y al re convertir su verdadero Yo expresa su
gozo natural en cantos de alabanza, y encuentra su reposo en la Gran Paz, la
Maternidad de Dios. Ha nacido de nuevo un niño Cristo; y cuando crezca en
estatura hasta la plena madurez, ella, que hasta entonces había sido su madre,
renovada con la eterna juventud de los dioses, se transformará de madre en
esposa.
El último
himno que ha llegado hasta nosotros en la literatura trismegística existente se
encuentra al final de «El Sermón Perfecto», del cual, desgraciadamente, se ha
perdido el original griego. De ahí que dependamos únicamente de una vieja
versión latina que, en gran medida, resulta poco satisfactoria.
Este sermón
es, con mucho, el más largo de los logoi trismegísticos que existen. En la
introducción se nos dice que Hermes, Asclepios, Tat y Amón se reunieron en el
adytum o recinto sagrado. Allí estaban los tres discípulos escuchando
reverentemente a su maestro, que impartía una larga lección sobre la Gnosis con
el propósito de perfeccionados en el conocimiento de las cosas espirituales.
De
ahí que el discurso reciba el nombre de «El Sermón Perfecto» o «El Sermón de la
Iniciación».
Asclepios,
Tat y Amón representan a los tres tipos de discípulos de la Gnosis, tres
naturalezas de hombre. Asclepios es el hombre del intelecto, dotado del
conocimiento de las escuelas, las artes y las ciencias de su momento. Tat es
más intuitivo que intelectual; es «más joven» comparado con Asclepios; pero no
obstante es el que sucede a Hermes como maestro cuando éste es llevado hasta
los Dioses, pues ha desarrollado con más fuerza su naturaleza espiritual que
Asclepios, de manera que puede elevarse hasta las grandes alturas de la
iluminación. Amón es el hombre práctico de los acontecimientos, el rey, el
emprendedor, no el científico ni el místico.
Sin embargo,
sería un error mantener en nuestra mente una diferenciación tan clara de estos
tres tipos, pues todos ellos se encuentran místicamente en cada uno de nosotros,
y la verdadera iluminación de nuestra naturaleza triple depende de su correcto
equilibrio y armonía, del amor fraternal de los tres discípulos –Santiago, Juan
y Pedro– que deben complementarse unos a otros, subordinarse entre ellos y
competir entre ellos por el amor de su maestro, la mente purificada o Hermes,
sólo a través de la cual la enseñanza de la Gran Mente, el Pastor, puede,
por el momento, llegar hasta ellos.
Y de este modo nos encontramos con las condiciones de la
correcta contemplación, expuesta dramáticamente en la última sentencia de la
introducción del sermón con estas palabras:
«Cuando
también Amón había entrado en el sagrado recinto, y cuando el sagrado grupo de
cuatro quedó completo con la piedad y con la bondadosa Presencia de Dios, a ellos,
sumidos en un silencio reverente, pendientes sus almas y mentes de los labios
de Hermes, les comenzó a hablar el Amor Divino de esta manera.» (II,
309)
Este Amor
Divino es esa misma Presencia, la Mente Superior o Pastor de hombres que
ilumina directamente a Hermes o la mente superior dentro de nosotros; pero
estas palabras vivientes de poder se han de transmitir con palabras humanas a
las tres naturalezas de nuestra mente inferior, el Asclepio, el Tat y el Amón
que hay en nosotros, que son los que aprenden y los que escuchan.
Después de
finalizada la enseñanza y tras haber salido del sagrado recinto, el relato nos
dice que volvieron sus rostros hacia el sol poniente, antes de pronunciar su
himno de alabanza.
Esto se
podría interpretar místicamente como que la mente suspende la contemplación, en
la cual las energías emitidas han alcanzado las alturas o se han dirigido hacia
adentro, siendo apaciguadas por lo superior en las relaciones del Amor
bendecido con la Presencia de lo Divino; estas energías, antes de encaminarse a
cumplir con las diferentes tareas que se les han asignado, se unen en un himno
de alabanza, con los ojos aún vueltos a la gloria del Sol poniente espiritual
que ahora parte.
En esto, el
entendido en formas que hay en nosotros, el Asclepios, que es sabio en
ciencias, artes y ceremonias, le propone a Tat en un susurro que se una a él
para sugerirle a su común padre Hermes el pronunciar su oración a Dios «con
incienso y ungüentos». Es ésta una sugerencia de la mente, que se aferra aún a
las forma externas, las ritualistas. Pero Hermes les hace volver a la
naturaleza gnóstica de su culto espiritual.
«El
cual se ensombreció cuando escuchó a Tus más grandes, y dijo:
«¡De
ninguna de las maneras, Asclepio; di cosas más propicias! Pues parecería una
profanación de nuestros ritos sagrados ofrecer incienso y todo lo demás cuando
oras a Dios.
«Pues
no hay nada en ello de lo que Él tenga necesidad, pues Él lo es todo y todo está en Él.
»Más bien adorémosle dándole gracias, pues es éste el mejor incienso a los ojos
de Dios, el que los hombres Le den las gracias» (II, 388)
Y
así comenzaron su alabanza, la que por falta de un título mejor podríamos
llamar
«Un Himno de Agradecimiento por la Gnosis».
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