Hay ocasiones en que el héroe aparece como un tonto, un simple, como el Tonto Santo o el
Simplón Sagrado de la saga y la leyenda. Generalmente es el menor de los tres hijos de un Rey, los
dos mayores son listos, guapos y habilidosos y el tercero, simple, tonto y despreciado.
El Rey tiene
problemas o su reino se ve amenazado y pide ayuda a los hijos. Los dos hermanos listos fracasan y es
el tonto de la familia el que encuentra la solución adecuada. Simboliza la mente racional normal y
sus limitaciones cuando se enfrenta a las actividades interiores del espíritu, lo instintivo, las
facultades femeninas que se necesitan para equilibrar el racionalismo masculino.
El tonto representa
también la aceptación espontánea de las cosas tal como son, la acción natural sin miras ulteriores y
una apertura de mente que nos permita reconocer las propias limitaciones y estar dispuestos a aceptar
ayuda, sea natural o sobrenatural, cuando hay que enfrentarse a dificultades que exceden la
capacidad de la experiencia ordinaria. Otra de las razones por las que triunfa el tonto es que,
actuando con espontaneidad, aprende por experiencia propia, mientras los otros dos hermanos se
rigen únicamente por la más estricta razón.
En el cuento de Las Tres Plumas, siguiendo la lógica de
la razón, el tonto de la familia no puede tener la habilidad necesaria para resolver los problemas ni
llegar a ninguna conclusión. Tiene éxito la primera vez y aparece con la valiosa alfombra, pero,
siempre de acuerdo con la lógica, esto se debe a una mera casualidad y no hay que tenerlo en cuenta.
Está claro que en la segunda ocasión ha tenido la suerte de conseguir el anillo, pero no se pensar que
se debe también a la suerte o la casualidad y la razón queda derrotada definitivamente.
Respondiendo
con espontaneidad a situaciones reales, acaba triunfando y conquista a la princesa y el reino.
También hay que tener en cuenta el paralelismo que existe entre la inocencia infantil y la
mentalidad del tonto: “Los niños y los tontos dicen las verdades”. Esta confianza e inocencia, similar
a la infantil, es a veces una protección natural, según el precepto “Sed como niños” para los que
están abiertas las puertas del Reino de los Cielos. Hablando con propiedad, el tonto no es estúpido en
realidad, sino que se le considera así porque funciona en un nivel diferente. Tiene una sabiduría
propia y a menudo es un caso en que “el corazón tiene razones que la razón no comprende”.
En la
historia de Las Tres Lenguas, el conocimiento, aparentemente inútil de “lo que dicen los perros
cuando ladran”, o los pájaros, o las ranas cuando croan, permite al tonto vencer las mismas
dificultades que han destruido al fuerte y listo, liberar a otros de un encantamiento maléfico y
conquistar un tesoro y un cargo muy elevado. El Agua de la Vida pertenece al mismo ciclo, mientras
que Molly Whuppie tiene un argumento parecido, pero la salvadora es la hija menor.
El tonto tiene una mente abierta a todas las posibilidades, mientras que los hermanos mayores
tienen una mentalidad estrecha que no les permite ver más allá de sus limitaciones.
El simple, más
abierto de mente, ve las cosas en-sí-mismas y, por lo tanto, capta el significado de cualquier
situación. Hay versiones hindúes, persas, turcas, griegas, sicilianas y noruegas del hijo menor y
simple, que a veces se asemejan al tema de “La Bestia Agradecida”.
En un cuento bohemio, el hijo
menor y despreciado salva a un perro, un gato y una víbora de una multitud que quiere torturarlos. La
víbora le regala un reloj mágico que al frotarlo, como ocurre con la lámpara de Aladino, le concede
todos sus deseos. De esta manera consigue un palacio y una princesa, pero ésta no lo ama y, al
descubrir el secreto del reloj, lo coge y se marcha con su palacio a un país lejano. Dos cuervos
ayudan al héroe a descubrir dónde se encuentra el palacio y el gato y el perro le ayudan a llegar a él.
Después, el héroe hace que desaparezcan su esposa y el palacio y él se queda para siempre, viviendo
feliz en compañía de los animales.
Este argumento aparece también en cuentos griegos, franceses y
daneses.
En una variante polaca, hay un brujo que transmite sus conocimientos a su hijo, Juan el
Tonto, dejándole también en herencia un caballo, una codorniz y un cerdo. Juan el Tonto queda
relegado a las cenizas, igual que Cenicienta, tema que aparece con frecuencia en los cuentos donde
hay un héroe simple. Cuando el Rey ofrece a su hija menor, que es la más hermosa, al vencedor de
un torneo, Juan el Tonto, ayudado por los animales, vence a sus hermanos listos y conquista a la
novia.
Algunas veces, el tonto, repudiado por su estupidez, recibe ayuda de objetos mágicos que
satisfacen deseos: mesas que nunca dejan de suministrar alimentos, sacos de dinero o bolsas que
están siempre llenas, un asno que produce oro o un bastón automático e invencible.
Muchos cuentos basados en este tema del hijo menor, especialmente los de origen hindú, budista
o chino, tienen cierta similitud con la historia bíblica de José y sus hermanos.
El hijo menor sufre las
amenazas y la traición de sus hermanos, pero después prospera y les ayuda cuando reciben las
privaciones que se merecen. En las tribus nómadas, los hijos mayores recibían su parte de herencia y
el menor se quedaba con lo que sobraba. En las culturas donde predominaba el culto a los
antepasados, el hijo menor era el que tenía más posibilidades de quedarse en el hogar para llevar a
cabo los ritos necesarios. En los cuentos en que hay que cuidar de alguna sepultura, el héroe es
siempre el hijo menor o, caso de no haber hijos, la hija menor.
En Occidente había una antigua
fórmula hereditaria en la que el hijo menor se hacía cargo de la tierra o del reino, por haber tenido ya
los hermanos mayores su oportunidad de abrirse camino en la vida. Heródoto nos habla ya de esta
ley. Esta es la “Borough English”, conocida como último-genitura, que se siguió practicando hasta
1255 en Leicestershire. En Francia era el droit de juveignerie o Maineté en Alemania, Jungstenrecht.
En esta ocasión, el hijo menor era el responsable del funeral y el cuidado de la sepultura. Esta
norma también existió en Asia Central, Hungría, Rusia y Frisia.
La princesa a punto de herirse con el huso del Hada Rencorosa.
Por Gustavo Doré.
El tonto, como el bufón medieval, bajo el disfraz de sus propias ocurrencias, divulgaba sabias
sentencias y se le permitían críticas y verdades que ningún otro se atrevía a pronunciar.
Representaba también el triunfo de los que parecían tontos sobre los llamados o tenidos por
sabios. Se burlaba de la estupidez de la sociedad, fijándose más en el espíritu que en la letra de la ley:
“Porque la sabiduría de este mundo es tontería para Dios” y “El hombre no entiende las cosas del
espíritu de Dios, porque le parecen tonterías”. El bufón o tonto se presentaba también bajo la
apariencia de impertinencias, acertijos que necesitaban serias respuestas metafísicas, preguntas que
confundían la razón del oyente y le obligaban a abandonar la forma lógica del pensamiento racional,
para entrar en el reino de la intuición y la sabiduría, por los misterios cósmicos que revelaban la
naturaleza oculta de las cosas. Vishnú, el más grande de los dioses, es el Prestidigitador Cósmico.
“Y corrió con todas sus fuerzas hacia la Bella Durmiente”.
Ilustración de Gustavo Doré. (Mary Evans Picture Library)
Al Simple Santo, o Perfecto, o Tonto Sagrado, entre los que Parsifal es, probablemente, uno de los
prototipos más conocidos, como a muchos de los héroes de los cuentos de hadas, lo cría
humildemente una madre viuda. Esto elimina el elemento racional masculino y se remonta al culto a
la Madre Tierra, en el que el iniciado se denomina “el hijo de una viuda”. Se cría ignorando no sólo
su noble origen, sino también las costumbres del mundo y lo más elemental de la vida diaria. Lo
visten como a un tonto, con abrigo de cáñamo, un gorro de tontos de piel de ciervo, monta una jaca
enclenque y se le da una varita mágica. Criarse en un nivel social inferior al del verdadero
nacimiento aparece en la Mitología en la crianza de hijos adoptivos, como el dios Krishna, entre
pastores, es símbolo de la carencia de identidad antes de la iniciación, antes de haber “nacido de
nuevo”.
El Embaucador
En todo el mito y el simbolismo se encuentra una ambivalencia que queda patente en el cuento de
hadas. El Embaucador es un tipo humano aceptado por las religiones más maduras de oriente, donde
el demonio se equipara a la ignorancia y se reconoce la validez de las paradojas. El Embaucador es la
personificación de la ambivalencia y la paradoja. Es, como dice Paul Radin, “al mismo tiempo
creador y destructor, donante y negador, que engaña a otros y siempre se engaña a sí mismo”.
El Palacio del Sueño
Ilustración de Doré para La Bella Durmiente.
En las épocas medievales también personificaba al bufón y en los tiempos modernos al payaso
que, aunque hace el tonto, es, sin embargo, una persona de una especialización muy alta. El
Embaucador, especialmente en el mito de la América del Norte indígena, es el creador del mundo
que ha existido siempre o, en todo caso, el que vuelve a crearlo después del diluvio. Cualquiera que
sea su apariencia, Liebre, Coyote o Cuervo, o un hombre viejo (viejo en el sentido de no tener edad),
su naturaleza es la representación misma de la dualidad, en este sentido comparte la naturaleza de
Shiva o, concretando más, del hijo de Shiva, que disfrutaba haciendo travesuras, Ganesha, el de la
cabeza de elefante.
En los cuentos de hadas se modera la fuerte sexualidad del Embaucador mítico original y no se da
tampoco el cambio de sexo, que es una característica de los ciclos del Embaucador en el mito.
En la
tradición indígena de América del Norte tiene un carácter Priápico, que se pierde en el cuento de
hadas, pero en ambos varía desde el héroe casi divino que puede vencer a los poderes del mal, los
gigantes y los monstruos, hasta el bufón que se ridiculiza. No está sujeto a la moralidad y costumbres
tradicionales e ignora todas las limitaciones. En esto es un Hermes inferior, el errante mítico, el
mensajero entre los dioses y los hombres, no sujeto a fronteras, aficionado a las travesuras,
imprevisible, amigo de los comerciantes y los ladrones. Jung ve un paralelo entre el Embaucador y el
Mercurius alquímico: “Su afición por los chistes pícaros y las bromas maliciosas, su poder para
transformar apariencias, su doble naturaleza, mitad animal mitad divina … y, por último, aunque no
por eso menos importante, su aproximación a la figura de un Salvador”. Esta última cualidad la lleva
al cuento de hadas junto a sus poderes de transformación y cambio de apariencia, ejemplificado en
Pulgarcito, Hans el Tonto, y otras muchas historias. Pero su costumbre de dividirse en varias partes
y enviar a cada una de ellas a una misión distinta parece haber desaparecido en el cuento de hadas,
excepto en el alma separable o el símbolo de la vida externa.
El Embaucador Gato con Botas realza
aún más su conexión con Hermes en su insistencia en llevar botas, que no sólo lo elevan de la
categoría de sirviente, ya que los esclavos iban descalzos, sino que lo asocian con los milagrosos
poderes de transporte de las sandalias de Mercurio o las mágicas botas de siete leguas, que son
características de los cuentos de hadas de origen hindú, budista, chino, persa y europeo.
El Embaucador se diferencia de los niños en que supera en ingenio a los ogros, brujas y poderes
malignos.
En los niños, la inocencia ejerce su protección natural, mientras que el Embaucador emplea
estratagemas para superar las dificultades y las caídas, pero ambos representan situaciones en las que
el débil supera al fuerte con su ingenio. El Embaucador puede ser también el candidato de menos
posibilidades, que, con astucia, supera a su contrincante logrando un triunfo del cerebro sobre el
músculo, como David venciendo a Goliat.
A menudo, el héroe es de tamaño diminuto, como
Pulgarcito. El Sastrecillo Valiente o, en los cuentos hindúes, un “muchacho pequeño”, precoz y con
una fuerza desproporcionada para su tamaño (el poder de la mente sobre la materia). Muchos cuentos
no ofrecen elección entre lo bueno y lo malo, sino, simplemente, enseñan que el que aparentemente
tiene menos posibilidades puede superarse en una situación de la vida y lograr su propósito con el
ingenio y la habilidad necesaria para desviar los acontecimientos en beneficio propio, como en El
Sastrecillo Valiente y El Gato con Botas, aunque en el último aparece también la moraleja de la
dedicación del Gato a las necesidades de su amo y su evolución en la vida, mientras que en Klaus el
Pequeño y Klaus el Grande la ventaja es para el pequeño. Aquí el embaucador resulta ser el egoísta,
pero, cuando tiene un motivo altruista para sus acciones, representa la evolución del individuo desde
la inconsciencia caótica y amoral hacia la consciencia responsable.
Como el Ego, el Embaucador puede representar también la vida materialista del cuerpo y tiende a
ser, al mismo tiempo, estúpido y astuto en la acción, pero, aunque es estúpido, es un instrumento
necesario para la evolución del ser superior. En las dificultades y experiencias que le toca vivir,
afianza las cualidades que necesita para la lucha de la vida. En este sentido, salta a la vista que el
Embaucador es un salvador a la vez que un bufón cuyas tonterías y debilidades provocan la risa sana.
El Embaucador también se emplea, en algunos casos, para que destaque claramente el héroe. En esta
situación, representa, una vez más, el cuerpo y el aspecto materialista, mientras que el héroe
personifica el alma y lo espiritual.
Jack y el Tallo de Judías
Aunque no se trata de cuentos de hadas propiamente dichos, ya que en él no hay hadas ni
intervención sobrenatural, las historias de Embaucador tienen un elemento mágico y la acción de los
animales implicados es, en cierto sentido, sobrenatural, dado que se mueven por encima de sus
formas habituales. Jack y el Tallo de Judías tiene una mezcla de los cuentos de Tonto y de
Embaucador. El inicio de la vida de Jack, como hijo de una pobre viuda que ignora que su padre ha
sido un hombre rico, es típico del Tonto, como lo son sus posteriores transacciones mercantiles. La
magia hace su aparición con las judías y Jack asume entonces el papel del Embaucador, al superar en
ingenio al gigante y quitarle sus objetos mágicos (el gorro del conocimiento, la capa invisible y las
botas de siete leguas o, en otras versiones, un violín, un caballo, una luz o un arpa con poderes
mágicos o un ganso que pone huevos de oro). También se sirve de diversos trucos para mantener al
gigante encerrado en su casa o fuera de ella cuando le es necesario. Jack, el asesino de gigantes, es
también un archi-Embaucador, un ejemplo del triunfo del ingenio sobre la fuerza bruta, lo sutil sobre
lo burdo. Emplea también varios objetos mágicos que aparecen en muchos cuentos, conocidos como
equipo ritual en los ritos de iniciación masculinos.
Jack también, igual que el Sastrecillo Valiente,
engaña a los gigantes para que se maten entre sí. Sus esfuerzos sugieren una versión popular de los
trabajos de Hércules.
El tallo de judía de la versión inglesa se encuentra también en el resto de Europa, pero en otras
partes del mundo es una liana, una raíz de plátano y muchas veces un árbol lo que enlaza este mundo
con los cielos. En una versión occidental es una col la que crece hasta llegar al cielo. El mito pone de
relieve la comunicación entre los hombres y los dioses y el simbolismo sagrado del axis mundi
guarda relación con los árboles, las montañas, los pilares, los postes, las escaleras, etc., como vías de
comunicación entre el cielo y la tierra. El arco iris es también un medio de llegar al cielo, como el
abedul o poste del sacerdote-mago.
Cualquier escalada se relaciona con los ritos de la ascensión, como un intento por llegar al reino
de los dioses para conseguir favores, bendiciones o la meta espiritual deseada. Jack el Embaucador,
con su tallo de judía, sigue ignorante y no sabe por qué trepa por él, pero consigue riquezas para él y
para su madre y hace que ésta vuelva a su situación anterior. Cualquier forma de ascenso, sea
trepando o volando, simboliza el esfuerzo por alcanzar lo divino.
El ascenso y el descenso juegan su
papel en la iniciación, ganando conocimiento y experiencia de un mundo diferente, o, mejor,
aspectos distintos de un mismo y único mundo. Este simbolismo sirve para cualquier idea religiosa,
desde la más primitiva hasta la más avanzada.
El árbol mágico del cuento de hadas crece, generalmente, para ayudar a alguien que sea pobre o se
vea perseguido o amenazado, brindándole refugio o un medio de llegar al cielo, donde puede ganar
algún don o recibirlo como regalo. Llega hasta el país de lo sobrenatural, poblado por gigantes, hadas
o inmortales, pero no por duendes, enanos o gnomos, que pertenecen al submundo. Los cielos son
siempre una fuente de abundancia: algunas veces los ciudadanos del cielo entregan sus obsequios
voluntariamente, otras veces, los dioses parecen celosos de sus posesiones y no les gusta la intrusión
en sus reinos. Esta última actitud se puede ver sobre todo en los mitos egipcios, babilónicos, griegos
y tribales.
Cooper J.C
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