viernes, 26 de abril de 2019

LA RELIGIÓN EN GENERAL



Etimología y definición. La palabra Religión, deriva, según Ci­cerón, de re-legere (considerar, examinar con cuidado); sentido opuesto a nec-ligere (negligencia, dar de lado o descuidar). "Rele­go" quiere decir, volver a considerar o a recorrer; así como "intelli­go" equivale a tomar un objeto entre otros, reunir, clasificar o arre­glar.

Otros autores, como Festus, Lactancia y San Agustín, opinan que la palabra "religión" proviene de re-ligare (fijar, retener, ama­rrar). En realidad la palabra "religio", gramaticalmente no puede derivar de un verbo de la 1ª conjugación, como "religare". (Religa­re daría religatio; como obligare da obligatio). Pero los verbos de la 1ª conjugación son verbos derivados de la misma raíz que otras palabras (por ejemplo: rebellis y rebellio de la misma raíz que el verbo rebellari)[1].

Religión es un sistema social de creencias y prácticas basado en el reconocimiento de principios y seres superiores, metafísicos, que pueden influir en la vida y en el Destino de los seres. 

Según Kant, "religión es el reconocimiento de nuestros debe­res como órdenes de Dios". Esta definición limitada al aspecto mo­ral, contrasta con la de Fichte, para quien la religión es ciencia o conocimiento.


He aquí otras definiciones de autores destacados:

"La Religión consiste en la conciencia de nuestra absoluta de­pendencia de alguna cosa que nos determina y que nosotros no po­demos determinar alrededor". (Schleiermacher).

"La Religión es la conciencia que el Espíritu Divino toma de Sí Mismo por intermedio del espíritu finito del hombre", (Hegel). Para Max Müller, "la religión es una facultad del espíritu que, independientemente de los sentidos y de la razón, hace al hombre capaz de captar lo infinito bajo nombres diferentes y modos cam­biantes". (Infinito en el sentido de algo positivo, incapaz de ser captado por los sentidos, o sea, "suprasensible, sobrenatural, invi­sible, absoluto o divino").
        
El instinto, el sentimiento religioso, el conocimiento y la fe. He­mos dicho en el capítulo I que el sentimiento religioso tiene su raíz en el instinto del miedo. No tenemos que insistir sobre ello, pero sí reforzar nuestra afirmación con varias e importantes opiniones; aje­nas.

"Los elementos esenciales del sentimiento religioso son el te­mor, el respeto y el reconocimiento. La Religión lo mismo que la ciencia, tiene su origen en la sorpresa de la inteligencia frente de ciertos fenómenos, el temor y el deseo sensible que resultan de ello, y por último en la reacción voluntaria que les sigue". (Guyau). "El sentimiento religioso deriva del miedo y del amor. Y está formado de un elemento intelectual o conocimiento (objeto de la creencia) y otro elemento afectivo expresado por actos. La evolu­ción religiosa va en el sentido del predominio del elemento intelec­tual sobre el afectivo. El sentimiento religioso es independiente del sentimiento moral o ético. Por esos hay religiosos fervientes capaces de matar al prójimo en nombre de su religión y de "su Dios". (Ri­bot).

"Lo primero que hizo a los dioses fue el temor. Ese miedo irra­cional fue llamado por los hebreos "el terror de Jehová", y por los griegos el "terror pánico". (Nin y Silva).

"El sentimiento religioso depende directamente del instinto fi­siológico de conservación: la admiración y el miedo son sus rasgos dominantes". (Murisier).

"De ese terror que aparece en el principio como sentimiento de algo siniestro y que surge como extraña novedad en el alma de la humanidad primitiva, procede todo el desenvolvimiento histórico de la religión". (Rodolfo Otto).

"Antes de concebir a Indra y a Zeus, el hombre adoró a los muertos: tuvo miedo de ellos y les dirigió sus preces. Por ahí pa­rece que ha comenzado el sentimiento religioso". (Fustel de Cou­langes).

"Si quieres aprender a orar anda por el mar", dice un prover­bio vasco; muy semejante a este otro proverbio alemán: "El gran peligro enseña la plegaria".

No todas las opiniones coinciden en apreciar así las cosas, aun­que tampoco las discrepancias son esenciales. Schopenhauer tenía por cosa cierta "la necesidad metafísica del pensamiento de la muerte". “La muerte es el musagetes de la filosofía" decía en otra parte. Ernesto Renan consideraba que "la religión en la humanidad equi­vale a la virtud de anidar en el pájaro. Un instinto se eleva misterio­samente y evoluciona hacia otro que no ha existido jamás, así como el pájaro que no ha puesto sus huevos, nunca sabe de antemano la función natural a que va a contribuir".

"El rasgo característico de la mentalidad primitiva es su propensión natural a construir un mundo imaginario e invisible, a se­mejanza del mundo real, con los "dobles" o imágenes de las cosas que se hacen en su conciencia", dice por su parte Loysi. Y afirma Nin que "la religión tiene, desde su principio una base del toda po­sitiva, del todo natural".

El conocimiento religioso (ya dijimos en el Capitulo 1) es una forma de la intuición, que consiste en da inmanencia y vivencia sub­jetiva de lo divino, que se completa con la apreciación objetiva del valor". La forma típica de este conocimiento es la "fe" o intuición suprarracional del "valor" absoluto. Todos estos conceptos han si­do ya expuestos en el capítulo citado sobre "Teoría del Conocimien­to" y esto nos dispensa de insistir aquí sobre ellos.

La primitiva religión natural. El "Fetichismo" (de "factitius", hecho a mano) es la primera forma en que se manifiesta el senti­miento religioso. Es la adoración que los negros africanos y los pri­mitivos romanos daban a sus dioses "fetiches", representados por objetos materiales o imágenes simbólicas. La. “Idolatría" (de "ei­dos", imagen o figura) es una evolución del fetichismo, que se lla­ma "Totemismo" cuando el ídolo tiene figura de animal. El "Ma­na" de los salvajes de las islas del Pacifico, aportado por los "es­píritus" por intermedio de amuletos (agua, piedra, hueso...) es también una de las primeras y más rudimentarias expresiones de "lo suprasensible".

Consecuente con las primeras formas de la religión fue la apari­ción de la "Magia", como modo de influir en las leyes de la Natu­raleza y en los poderes metafísicos para obtener efectos interesa­dos. La Magia ha sido el medio más poderoso de que se han vali­do las religiones, desde la más simple y primitiva hasta la más sa­bia y complicada. El enorme poder de la magia ceremonial en los  cultos religiosos, es la gran fuerza que aglutina a los fieles cuando decae la fe o el sentimiento de Dios. La historia de todas las reli­giones ---decía Max Müller- no es más que una lenta corrupción de su pureza primitiva. A pesar de esta fatal decadencia de todas las doctrinas del espíritu, las religiones persisten y duran siglos gracias a la magia. Esta puede manifestarse en dos formas: como "Teurgia", magia blanca o sacerdotal, y como "Goecia" o magia negra: Ambas no se diferencian en los medios, sino en el propósi­to altruista o egoísta que las dirige.

La magia y el culto tienen siempre el peligro de convertirse en finalidades por sí mismos, haciendo olvidar la idea y la conducta moral. Contra este peligro se prevenía Kant al decir: "Tratar de halagar a la Divinidad por medio de actos que no encierran en sí un valor moral, por actos de culto, no es religión sino superstición pura".

La primitiva religión, como nacida del sentimiento contempla­tivo de la Naturaleza, tomó bien pronto un carácter naturalista y cósmico, en el cual el factor astronómico jugó un importante papel simbólico y mítico. Puede decirse que la historia de la iniciación religiosa es la historia del "culto solar". Lo hemos visto en la pri­mera parte de esta obra y lo hemos de ver, aún más claramente, en esta segunda parte. El sol, la luna y los planetas, están personifi­cados en diferentes divinidades en todas las mitologías (como pue­de verse en el esquema mitológico de la pág. 11 del cap III); el fuego, el agua, la tierra, el árbol, la serpiente, el ave, son símbolos universales que encontramos por doquier. La propia vaca, ha sido el símbolo ca­racterístico de esa primitiva religión luni-solar de la Naturaleza.

La evolución de la religión. Todas las religiones han nacido de una idea o de un sentimiento puro y fuerte, escasamente revesti­do de actos de culto. El culto era la conducta recta y la voluntad di­rigida hacia el bien. El factor primordial era el factor moral.

Para la consecución de los fines morales recurrióse al miedo en un principio, amenazando a los infieles con las penas de un in­fierno. En un grado más avanzado se les ofreció el premio de un cielo como pago de sus buenas obras. Más adelante se invocó al amor como razón suprema de la conducta moral. Pero en realidad, ni el miedo a un castigo, ni la esperanza de un premio, ni el amor por si mismo, pueden llegar en eficacia a la conciencia y cumpli­miento del "deber". No existe verdadera religión hasta el momento en que el fuerte se siente impulsado a proteger al débil, trascendien­do la ley animal del progreso en que el débil es abatido por el fuer­te. La noción del deber, haciendo las cosas en conciencia, gusten o no gusten, es el más alto exponente de toda religiosidad. Nadie ama a sus enemigos; pero el deber nos dicta ---como enseñó el Cristo— protegerlos y ser justos con ellos, como los somos con nuestros hermanos. Y esto hay que confiarlo a la fría y serena determinación de una idea y no al voluble impulso de un sentimiento.

Las religiones han sufrido también profundas modificaciones a lo largo de su historia, en los mitos, en los cultos y en la doctrina. En general se aprecia, la sucesiva materialización de la conducta y la paulatina dogmatización de la idea. Pero seguramente el hecho que más llama la atención es la tendencia politeísta de las religio­nes arias, contrastando con la tendencia monoteísta o sincrética de las religiones semitas. Allí donde ha predominado lo ario ha ha­bido división de conceptos o personificaciones divinas (la diosa Isis se dividió en las personas de las diosas Neith y Hathor); y allí donde predominó la influencia semita se unieron las divinidades (de Asar (Osiris) y de Apis surgió la divinidad sincrética de Asar-api o Serapis). Es también curioso el hecho de que en la decadencia de las religiones existe la tendencia a la adoración de divinidades fe­meninas (recuérdese la época isiaca o saítica del final de la historia de Egipto).

Mitos, símbolos, parábolas, emblemas y metáforas. Son distin­tas formas de expresión muy usadas en la literatura y en el culto religioso.

Mito o fábula es una verdad revestida de ficción[2]



Símbolo[3] es la expresión esencial, por medio sensible, de algo metafísico, moral o intelectual. (Por ejemplo, la unidad o la circunferencia como representación de Dios),

Parábola[4] es la narración de un suceso fingido del que se deduce una enseñanza moral. O "doctrina del alma que equidista del cuerpo y del espíritu", como la parábola geométrica es la línea determinada por los distintos puntos equidistantes entre un punto y una recta. Es decir, que la parábola literaria encierra una ense­ñanza de moral práctica que pone de acuerdo la acción con la ins­piración.

Emblema es un objeto que representa simbólicamente otra co­sa. (Por ejemplo, una bandera que representa la idea nacional o de patria). La alegoría consiste en una ficción por la cual una cosa representa otra (por ejemplo, la balanza representando la justicia). Metáfora es un tropo que consiste en trasladar el sentido rec­to en otro figurado (por ejemplo: las "perlas" del rocío; el "coral" de los labios; las "aguas" genesiacas).

La religión se vale constantemente de estas figuras para con­cretar ideas abstractas o para hacer asequibles a las mentes senci­llas ciertos conceptos filosóficos que de otros modos se les escapa­rían. Jesús hablaba al pueblo por parábolas, para que "viendo no viesen y oyendo no entendiesen", pero a sus discípulos les daba "directamente las verdades del Reino de los Cielos". Todas las mi­tologías encierran un conjunto de hechos históricos, metafísicos y de verdades filosóficas, bajo el velo de la fábula. Son verdades "re­veladas", "dignas de ser meditadas" al decir de Platón.

Las iniciaciones. Iniciar es "comenzar". Un iniciado es una persona que ha entrado en el "sendero" de la vida espiritual; no un hombre perfecto o "adepto". El que huella el sendero es por lo me­nos un "idealista", que marcha a contracorriente de la vida vulgar y mundana, sacrificándose en cierta medida por su ideal.

Las iniciaciones simbólicas de la antigüedad y del presente, eran y son instituciones de doctrina y conducta, organizadas según grados jerárquicos. La iniciación real es el auténtico progreso espi­ritual del individuo en sus acciones y reacciones con la vida.

Todas las iniciaciones simbólicas constan en esencia de tres grados: Uno primero o preparatorio, de purificación física y psí­quica que encierra enseñanzas y prácticas de higiene y de moral.

Un segundo grado de aprendizaje de doctrina metafísica y filosó­fica. Y un tercer grado de experiencia mística o de unión con Dios ("unitivo" o de "yugum" o "yoga"), coma vamos a ver en líneas que siguen.

La iniciación real, que responde a realidades internas de nues­tro espíritu, a su evolución y al despertar de sus virtudes, se ha con­cretado en cinco grados evolutivos que corresponden a determina­dos estados de conciencia: Los misterios cristianos del Cristo inte­rior, los denominan Nacimiento, Bautismo, Transfiguración, Cruci­fixión y Resurrección (o Ascensión). Los misterios brahmánicos los conocen con el nombre de "Sotapana" (maestro, separado del mun­do), "Sakadagami" (o con "un solo retorno o encarnación"), "Ana­gami" ("sin retorno" o necesidad de encarnar), "Arhat" (ó "per­fecto", con estado de conciencia espiritual aún en cuerpo físico) y "Asekka" ("adepto" o el que no tiene nada que aprender y ha tras­cendido el mal y el dolor). En cada uno de estos grados se presen­tan determinados obstáculos, pruebas o tentaciones que hay que vencer sucesivamente; tales son la ilusión del yo personal, la duda de las leyes naturales, la magia ceremonial, los impulsos de la sen­sualidad y la gratificación de los sentidos, las pasiones (ira, orgu­llo, vanidad, gula, etc.), la afección al goce emocional del amor hu­mano, la auto-justicia, los prejuicios, la ignorancia y los deseos de vida en mundos de manifestación.

El único sendero seguro de la gran iniciación, es la VIRTUD, o sea el poder de vencer la naturaleza inferior por medio de la natu­raleza superior o espiritual.

Los vericuetos o caminos indirectos, que extravían frecuente­mente al iniciado, son: el ascetismo, el misticismo, el devocionalis­mo y el espiritismo.

El ascetismo (de "askeos", meditar), como su etimología in­dica, no debe consistir en mortificarse, sino en perfeccionarse por medio del pensamiento; y en este sentido es equiparable al "ocultis­mo" o reforma de uno mismo por la meditación; que no hay que confundir, por supuesto, con las ciencias ocultas (magia, astrología, quirología, etc.) que frecuentemente extravían también del verdade­ro camino. El Buddha dio elocuente lección a los ascetas o "yoguis" cuando se negó a imitarles, entregándose, en cambio, a la medita­ción bajo el árbol sagrado.

El misticismo (de "mioo", guiñar; o del sánscrito "nimichis") estriba en velar o enturbiar la verdad, por nuestra incapacidad para percibirla en todo su esplendor ideológico.

El devocionalismo (de "dev", brillante) consiste en "dorar” o dar brillo, revistiéndolas de forma y fanfarria, a las verdades filosó­ficas y metafísicas de la religión. En otro aspecto es un modo sen­timental de manifestarse la fe y la buena voluntad del creyente; pe­ro que, falto de base gnóstica, puede trocarse fácilmente en fana­tismo.

El espiritismo, basado en la fenomenología "metapsiquista", y convertido frecuentemente en una religión familiar e intima, ha ol­vidado la suprema virtud religiosa de la caridad, perjudicando a la persona que sirve de "medium" y dificultándola su evolución espiri­tual, por cuanto queda entregada a influencias y voluntades que no son la suya, muchas veces procedentes de los bajos planos del más allá. Por otra parte, conviene pensar en el perjuicio que pudiéramos ocasionar a los verdaderos espíritus de nuestros muertos queridos, en nuestra pretensión de acercarles a gusto y capricho, hacia este mundo físico en el que moramos y del cual ellos, para su suerte, pu­dieron ya escapar. Conviene también insistir en la tesis de Richet, que ha tratado de demostrar que, la mayor parte de los "mensajes" de los mundos hiperfísicos, son expresiones del subconsciente del medium, de las personas reunidas o de alguna otra persona viva, sintonizada con aquellas que operan en el círculo espiritista.


Dr Eduardo Alfonso



[1] Ebel piensa que "lex ", " legis ", proviene igualmente de "ligare ", porque "jus" viene del sánscrito "yu", juntar, unir (de aquí yoga, yugum). (Max Müller).
[2] Proviene de "mithos", representación; de "myoo" cerrar los ojos.

[3] De "symbolón", señal, figura.
[4] De "paraballoo", comparación.


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