Con muy escasa precisión y un
cierto tono, habitualmente despectivo, los escritores clásicos llamaron celtas
o galos —de manera indistinta— a los pueblos de tez blanca que habitaban al
norte de sus fronteras. Recordemos la lapidaria frase de Tácito, para quien
eran bárbaros, es decir extranjeros, todos aquellos pueblos que comían pan de
centeno en lugar de pan de trigo, que cocinaban con grasas de animales en vez
de hacerlo con aceite de oliva, y que bebían cerveza u otros brebajes
fermentados, pero no vino. Dicho en otras palabras, que no poseían las tres
plantas básicas de la cultura mediterránea, a saber, el trigo, la vid y el olivo.
Posteriormente —como ha escrito
Fay-Cooper Colé[1]—,
el término «celta» quedó restringido a ciertos grupos de habla afín, lo cual,
en conjunto, constituía una ramificación de la lengua aria o indoeuropea. Y
con el tiempo vino a darse el nombre de celtas a un grupo étnico, o subraza,
poseedor de una lengua característica y distinta. Aunque la verdad es que ellos
jamás se dieron a sí mismos el nombre de celtas.
Parece ser que la primera
denominación que recibieron los celtas fue la de «hiperbóreos», que les
atribuyeron los griegos, y así llama Heráclides del Ponto a los galos que
invadieron Roma, allá por el año 390 a.C. No obstante, hay que tener en cuenta
que los griegos designaban de la misma manera a todos los pueblos del noroeste
de Europa.
A partir del siglo v de nuestra
era los griegos comenzaron a usar el término keltoi, así como keltai
y galatai. Por su parte, los autores romanos usaron las denominaciones celtae,
celtici y galatae, tomadas evidentemente de los griegos, a las
que añadieron un nuevo vocablo: galli.
El erudito Arbois de Jubainville[2] afirma
que las voces keltoi y keltai equivalen a los calificativos
«altos» y «nobles», pero que la palabra latina galli quiere decir
«guerrero». La verdad es, empero, que no hay unanimidad alguna en este terreno.
Algunos investigadores[3] creen
firmemente que galli es sinónimo de «montañés». Y otros autores
sostienen la teoría de que, en un principio, se usaban las palabras keltai y keltoi para señalar a todos los pueblos de raza celta. Luego, en una
diversificación ya de los conceptos, con la voz galli se definió a los
celtas de Europa, y con la palabra galatae
a los del Asia Menor. No cabe duda, en todo caso, de que fue Catón el que
primeramente usó el término galli.
En cuanto a Julio César, consideraba como galos a todos los pueblos de
este lado del Rin, y creía que galos y celtas equivalían a lo mismo.
En
el campo de la antropología, el confusionismo y la disparidad de los criterios
no son menores. La escuela de Broca[4],
apoyándose en el testimonio de los historiadores antiguos, considera como el
solar de la más pura raza celta a la región comprendida entre los ríos Sena y
Carona, por un lado, y el mar y los Alpes por otro. Por consiguiente, estos antropólogos
franceses opinan que los actuales habitantes de Auvernia son el arquetipo de
aquella raza. Describen su talla como menos elevada que la de los belgas y
otros pueblos celtas más septentrionales, con el cabello negro o castaño, los
ojos grises, verdes o claros. Son braquicéfalos, de considerable capacidad
craneal, frente ancha, aunque con el cráneo anterior poco desarrollado si se
les compara con otros individuos de
inferior capacidad craneal. El occipucio alcanza casi la vertical, y las
protuberancias superciliares son muy marcadas. El arco zigomático —el formado
por la apófisis zigomática del hueso temporal, en su cara externa— es de los
más ocultos entre los conocidos. La cara aparece ensanchada con relación al
cráneo, algo aplastada y de forma rectangular. Los pómulos suelen ser muy marcados
y separados, y la mandíbula inferior presenta una forma cuadrada. El conjunto
da la sensación de una cabeza grande, sobre un cuello relativamente estrecho.
Por lo que respecta a los miembros, son fuertes, de bastante grosor y perfectamente
musculados.
Frente a esta teoría,
excesivamente perfilada, un gran prehistoriador, como Pedro Bosch Gimpera[5], entre
otros autores[6],
apunta la hipótesis de que los celtas fueran un pueblo resultante de la fusión
de muy variados elementos, muchos de ellos incluso ni siquiera indogermanos, y
«sin ninguna unidad antropológica». Con esta teoría se explicaría que, no
obstante el carácter indogermánico de la lengua —a caballo entre las lenguas
germánicas y las itálicas e ilíricas— y pese al tipo antropológico netamente nórdico
de los esqueletos hallados en las grandes sepulturas de caudillos Célticos de
la Champaña (segunda Edad del Hierro en Francia), en todos los territorios
célticos abunden tipos antropológicos variados y diversos. Bosch Gimpera pone
en la picota el excesivo dogmatismo de la escuela antropológica francesa de
Broca, que ha configurado a los celtas como braquicéfalos, tomando como sus
indiscutibles representantes o sucesores a los braquicéfalos de la actual
región de la Auvernia, cuando lo más probable es que dichos tipos raciales no
sean otra cosa que los descendientes de los primitivos pobladores indígenas de
aquella zona, antes de los movimientos y migraciones de los celtas.
Entre los actuales tratadistas se
suele considerar a los celtas como una subdivisión de los caucásicos. Se
describe a los sujetos de tipo céltico como gentes de cabello castaño o
rojizo, algo menos rubios y no tan dolicocéfalos como los nórdicos puros, bastante
altos y esbeltos, con cierta característica de agudeza en las facciones. Coon[7],
acertadamente, los cataloga como «tipo periférico de los nórdicos».
Pero, raza o subraza, con unidad
antropológica o sin ella, fueran o no resultado de la fusión de muy variados
elementos, los celtas tenían una naturaleza especial. ¿Quiénes eran
realmente?, se pregunta un historiador. ¿Eran idénticos a los bárbaros
germanos de las invasiones de comienzos de la Edad Media? ¿Eran teutones que
emprendieron la aventura migratoria con mil años de anticipación?
La mejor contestación a todas
estas preguntas sólo puede ser dada por las obras y la ejecutoria de los
propios celtas; por sus correrías, sus instituciones y costumbres, su
religión, su arte. Los testimonios que dejaron de su paso por la historia
demuestran, sin dejar lugar a dudas, que los celtas tenían una personalidad
extraña y única. El carácter y hasta los gustos de los celtas revelan un alma
distinta, sin parangón posible con los de otros pueblos de la antigüedad.
Mariano Fontrodona
[1]
Fay-Cooper Colé: Artículo
"Celtas" de la Gran Enciclopedia Durvan. Bilbao, 1962.
[2] H. Arbois de Jubainville: Les Celtes. París, 1903.
[3]
A. Fernández Guerra: Cantabria. Madrid, 1873.
[4]
Pierre Paul Broca:
Antropólogo francés, fundador de la famosa École
d’Antropologie,
considerado como el padre de la moderna craneología.
[5] Pedro Bosch Gimpera: Las razas humanas. Capítulo "Los pueblos de Europa". Barcelona, Instituto Gallach, 1956.
[6] José de C. Serra-Ráfols. Alberto del Castillo Yurríta.
[7] S. C. Coon: Prehistoriador británico; realizó excavaciones en Europa, África del Norte y Afganistán.
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