Este
texto que están leyendo no es continuo: tiene espacios y signos de puntuación.
Los
textos griegos, al contrario, eran un mazacote de letras juntas, una “scripto continua”, cuyo sentido sólo se
obtenía al leer en voz alta. Por eso una de las palabras griegas para la
lectura era “epilégeszai”, que
significa distribuir, es decir, distribuir oralmente las palabras a los demás y
a uno mismo.
Y
claro, lo que se traduce a menudo como lectores, “akouontes”
o
“akrotai”, eran en realidad oyentes.
Por tanto, los lectores, véase las personas cultas, sobre todo escuchaban.
Luego existían
unos instrumentos llamados esclavos, que daban voz al texto. Era algo
humillante, porque a menudo decían “yo
anduve” o “yo pienso”, cuando en realidad quien había andado o pensado era
el autor, que los dominaba a distancia.
Sólo
los que manejaban muchos textos, como los actores o Herodoto, se supone que sabían leer en silencio, seguramente murmurando
y moviendo los labios. El primer caso
documentado de “lectura silenciosa” fue
Ambrosio. Cuenta sorprendido San
Agustín en las “Confesiones”, que
los ojos de Ambrosio “recorrían las páginas y su corazón penetraba el sentido: mas
su voz y su lengua descansaban”
No hay comentarios:
Publicar un comentario