En nuestros
días, muchas personas creen que el estudio de las religiones es una tarea inútil,
pues consideran que las “creencias” religiosas no tienen tanto valor como los
notorios avances científicos.
Sin embargo,
siempre debemos recordar las palabras del más importante científico del siglo
XX, Albert Einstein, que afirmaba que: “la Ciencia sin Religión es coja; la
Religión sin Ciencia, ciega”. (1)
Al iniciar
nuestro estudio, partimos de la base de que ninguna religión organizada posee
toda la Verdad, sino que cada una de ellas contienen parte de la Verdad, con
elementos de gran valor para conocer a la Divinidad y a nosotros mismos.
El Maestro
Maha-Chohan decía en su carta de 1881 que: “Libradas de los lazos que las
encerraba, del peso muerto de las interpretaciones dogmáticas, de los nombres
personales, del antropomorfismo y de los sacerdotes asalariados, las doctrinas
fundamentales de todas las religiones se mostrarán idénticas en su sentido esotérico”.
(2)
Ilustraremos
esta idea con un bello cuento sobre la
diosa Atenea y su espejo:
“Se cuenta
que la diosa Atenea tenía un espejo donde se miraba y estudiaba todas sus
actitudes; pero un día, se le cayó de las manos y se rompió en muchos pedazos.
Al ruido que el espejo produjo en su caída acudieron las ninfas de la diosa,
recogiendo, cada una de ellas, un pedazo del espejo roto.
Al cabo de
un tiempo, las hermanas servidoras de Atenea se dispersaron por el mundo, y
cada cual se vanagloriaba de poseer el espejo de la diosa.
Pero un
sabio que había recorrido varias comarcas, se quedó maravillado ante la
posibilidad de que tuviera tantos espejos como ninfas la diosa Atenea. Y para
saber la verdad interrogó a una de ellas:
-Dime, ninfa
encantadora, ¿es verdad que posees el espejo de la diosa Atenea?
-Sí- contestó
la candorosa doncella.
-¿Y cuántos
espejos tenía tu señora? –objetó de nuevo el sabio altamente sorprendido.
-Uno solo.
-Y, ¿cómo se
explica que sean muchas las ninfas que se vanaglorian de tener el espejo de
Atenea?
-No. El
espejo de nuestra señora se hizo trizas un día que se cayó al suelo, y
nosotras, afanosas de poseer algo de ella, tomamos cada cual un pedazo del
espejo roto- replicó la joven.
-Así, pues, ¿lo
que vosotras poseéis es un pedazo del espejo roto y no un espejo cada una? ¿No
es así?
-Así es-
respondió la ninfa algo sonrojada.
Y entonces,
el sabio comprendió la elevada enseñanza que encerraba la leyenda, puesto que
le hizo ver clara la verdad de las cosas”. (3)
Notas
bibliográficas
(1)
Einstein, Albert: “Mis creencias”
(2) Carta
del Maha-Chohan de 1881.
(3) Adaptación
del relato de Francisco Alcañiz de la rama teosófica “Besant” de La Habana,
1921. Tomado de “El Loto Blanco”, noviembre 1921)
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