jueves, 15 de octubre de 2015

La Creación

                                      


                                       CAPÍTULO V 
                                       Franz Hartmann 

 En el Bhagavad Gîtâ dice Brahma: «Bajo mi presidencia, la Naturaleza hace surgir todas las cosas animadas e inanimadas, y por esta causa, el universo ejecuta su revolución». (Bhagavad Gîtâ, IX, 10). «Ni la cohorte de los Dioses ni los grandes Rishis (sabios) conocen mi origen, puesto que Yo soy el principio de todos los Dioses y de los grandes Rishis. - Yo soy el origen de todos los seres; de Mí procede el Universo entero.

Los sabios que de tal modo piensan, participando de mi naturaleza, Me tributan adoración». (Bhagavad Gîtâ, X, 2, 8). «Todos los seres radican en Mí, pero Yo no resido en ellos. Y sin embargo, los seres no radican en Mí: tal es el misterio de mi condición soberana. Mi Espíritu, siendo el fundamento, el sostén y la causa eficiente de todos los seres, no reside en ellos. De igual manera que el viento se mueve en todas direcciones sin salir del espacio etéreo, así también todos los seres manifestados se hallan contenidos en Mí. Cuando un Kalpa llega a su término, todas las cosas se reabsorben en mi naturaleza inferior; y al comenzar un nuevo Kalpa, Yo las emito otra vez. - Sin embargo, Yo no estoy ligado por estas obras, puesto que ellas no me afectan, permaneciendo Yo indiferente y como extraño entre las mismas». (Bhagavad Gîtâ, IX, 4, 9). 

Para todo aquel que puede penetrar en lo interior de su conciencia propia, en donde impera el eterno Descanso y desde donde el observa el mundo de sus ideas y pensamientos, que son, en verdad, el mundo que le rodea, su creación, no necesitan explicación ninguna las frases que preceden, pues ve en su propio microcosmos el reflejo de los acontecimientos del macrocosmos, del universo.

Se ve a sí mismo en su santuario interior rodeado de ideas elevadas y de sensaciones celestiales que componen su mundo divino; luego viene la esfera de las ideaciones y pensamientos terrestres, y por último, la región exterior de su reino, en el cual impera su voluntad: la región senciente por medio de la cual está en relación con el mundo corpóreo exterior; y todas estas creaciones suyas no son nada heterogéneo ni lejano de él, sino que pertenecen a su propio ser, han procedido de él mismo, y, por tanto, su conciencia propia interior se halla libre de ellas y permanece como un espectador tranquilo que observa lo que pasa ante él en la naturaleza que le rodea. Cuando duerme, desaparecen todas estas cosas de su conciencia; el Espíritu se retira con toda su creación en su propio interior.

Cuando despierta en la mañana, vuelve a salir de sí mismo, y su mundo con él; reaparece su creación. Según la doctrina de los Vedas, sucede en grande en la naturaleza del universo, lo mismo que en el hombre; el hombre es en pequeño un retrato de la gran Naturaleza. Así como él tiene periodos de sueño y de vigilia, del mismo modo hay en la Naturaleza períodos de vigilia, «Manvántaras», o días de creación, durante los cuales la Naturaleza está en actividad, y noches de descanso llamadas «Pralayas», durante las cuales el divino Espíritu del Universo se retira en su interior. Se dice: «Brahma duerme y está despierto alternativa y periódicamente»; pero no se ha de entender por esto que Dios duerma realmente. A la verdad, la conciencia espiritual del hombre se halla más libre cuando su cuerpo duerme, y desaparece tanto más, cuanto más despierto está el hombre exteriormente. «Cuando se abre el ojo del alma, se cierra el ojo del cuerpo, y cuando « Lose abre el ojo del cuerpo y entra de nuevo en nuestra mente el mundo de los sentidos, cesa la vigilia espiritual». (Jacob Boehme. «Das umgewandte Auge»). «Lo que es noche para las multitudes que carecen de iluminación espiritual, es día a los ojos del hombre que se domina a sí mismo; y lo que es día para aquellos, es considerado como noche para el sabio dotado de discernimiento». (Bhagavad Gîtâ, II, 69).

Por consiguiente, se suele decir con razón, que la vida del hombre es un sueño, y de igual manera se puede considerar la entera creación como un sueño de Brahma, del Espíritu del Universo. No se trata aquí de ninguna creación, pues donde nada existe, nada se puede crear. Pero como el hombre crea sus ideas de su propio ser, y en su ser está contenido lo que él sabe, aun cuando no piense a la vez en todo, así también el mundo entero está contenido en el ser de Brahma, y Él crea sus pensamientos en Sí mismo. La razón es la luz del hombre, pero no alumbra al mismo tiempo todas las partes de su espíritu; así está impresa en la Naturaleza la Sabiduría de Dios, mas no es la Naturaleza misma Dios o la Sabiduría.

Aun no se ha agotado en la creación el infinito poder creativo de la voluntad divina. Para formarnos un concepto de la historia de la creación, será conveniente echar una mirada a la Doctrina Secreta que nos ha transmitido H. P. Blavatsky. En el misterioso libro del Conocimiento de sí mismo, libro que no conocen los sabios del mundo, se lee: «El Eterno Padre, envuelto en sus Siempre Invisibles Vestiduras, había dormitado una vez más por Siete Eternidades. El Tiempo no existe, pues yacía dormido en el Seno Infinito de la Duración. La Mente Universal no existía, pues no había Ah-hi (seres) para contenerla.

Las Siete Sendas de la Felicidad no existían. Las Grandes Causas de la Desdicha no existían, porque no había nadie que las produjese y fuese aprehendido por ellas. Sólo tinieblas llenaban el Todo Sin Límites; pues Padre, Madre e Hijo, eran una vez más Uno, y el Hijo no había aún despertado para la nueva Rueda y su Peregrinación en ella. Los Siete Señores Sublimes y las Siete Verdades, habían dejado de ser; y el Universo, el Hijo de la Necesidad, estaba sumido en Paranishpanna (Perfección), para ser exhalado por aquello que es, y sin embargo, no es. Ninguna cosa existía. Las Causas de la existencia habían sido destruidas; lo Visible que fue y lo Invisible que es, permanecían en Eterno No Ser (el Único Ser). La Forma Una de Existencia, sin límites, infinita, sin causa, se extendía sólo en Sueño sin Ensueños; y la Vida palpitaba inconsciente en el Espacio Universal, en toda la extensión de aquella Omnipresencia que percibe el Ojo Abierto de Dangma (el ojo interno y espiritual del vidente)».

Difícilmente satisfará esta descripción poética a ninguno de nuestros ciegos filósofos modernos, cuyos ojos espirituales no están abiertos. Por esto piden siempre pruebas sustanciales. La ciencia oculta es «oculta» precisamente porque, para comprenderla, se necesita un grado de conocimiento espiritual superior que no todo el mundo ha alcanzado aún. Lo oculto comienza donde cesa lo demostrable, y ya que son inútiles todos los esfuerzos para hacerse intelectualmente demostrable lo no demostrable, esta ciencia superior es tan sólo para los que se elevan a lo divino y pueden comprender lo espiritualmente. Por esto se prueba lo expresado en la Biblia: «No el espíritu del hombre (la inteligencia humana transitoria), sino el Espíritu de Dios en él (el Espíritu del conocimiento interno), escudriña las cosas profundas de Dios». (Corintios, II, 10).

¿Cómo podría una criatura que no tiene más que una existencia condicional (relativa), representarse al Ser incondicional (absoluto), ya que lo temporal no puede abarcar a lo eterno, lo limitado a lo infinito, la criatura al Creador?. Sólo aquello que es eterno en el hombre, puede comprender a la Eternidad, ya que ésta es su propia esencia. La inteligencia limitada por la ilusión de la separación, está ligada a la tierra; sólo el Espíritu de Dios que mora en el templo del espíritu humano (pero que no está encerrado en él), puede conocer a la Esencia de Dios, es decir, a sí mismo (el «Hijo» al «Padre»). «Nadie llega al Padre sino por el Hijo». (Timoteo, VI, 16). Nadie puede comprender lo santo sino aquel que en sí tiene santidad. Sólo aquel que se desembaraza de su personalidad, que es un producto de la ilusión, puede reconocerse en la Verdad. Dice el Bhagavad Gîtâ: «Hay en este mundo dos principios; el uno es perecedero, y el otro imperecedero; el perecedero son todos los seres vivientes, y el imperecedero es denominado lo Inalterable. Pero existe otro Principio, el Principio más elevado, denominado Espíritu Supremo, el Señor inmortal que penetra los tres mundos, y los sostiene. Así, pues, superando Yo a lo perecedero, y siendo aun más excelente que lo imperecedero, en el mundo y en los Vedas soy proclamado el Principio Supremo.
Aquel que sustrayéndose al error Me conoce como Principio Supremo, lo conoce todo, y Me adora con todo su ser. Conociendo esta doctrina, el hombre alcanza la verdadera sabiduría y sus deberes quedan cumplidos». (Bhagavad Gîtâ, XV, 16, 20).

Se reprocha a la Ciencia oculta el establecer como verdaderas unas aserciones que quedan por probar. Olvidan que el que una cosa parezca verdadera o no, depende del grado de conocimiento, y que lo que es una verdad comprensible por si misma para aquel que sabe, es para aquel que no sabe un objeto de su ignorancia, y no se le puede probar aquello que se halla fuera de su conocimiento. La impiedad de los científicos y filósofos es la causa de que no puedan concebir lo santo (la Verdad), aunque se halla claro ante sus ojos y presentado de todas las maneras imaginables en los escritos de los iluminados (a los cuales sólo unos pocos leen en el día). Así, por ejemplo, han pasado ya más de trescientos años desde que el iluminado filósofo alemán Jacobo Boehme describió todas estas verdades, a su modo, es verdad, pero clara y sencillamente, y todavía sólo un muy pequeño número de nuestros sabios han logrado elevarse a la altura de su contemplación del mundo, aunque él mismo da la dirección.

La mayor parte, o no conocen sus obras, o las tratan de quimeras. «No puedo describirte en un círculo toda la Deidad, pues es inconmensurable; pero no es incomprensible al espíritu que está en el Amor de Dios (en el conocimiento de la Verdad). Él la reconoce, pero sólo por fragmentos; por tanto, tómalos uno tras otro y llegarás a ver al Todo». (Jacobo Boehme «Aurora» X, 26). Tampoco lo conciben los teólogos. Estos creen que Dios es un templo para los hombres, en el cual pueden entrar con su personalidad, en vez de reconocer que el hombre es un templo de Dios, en el cual la Deidad no puede entrar si no cuando desaparece de allí la personalidad humana. Cuando esto se verifica, el espíritu del hombre puede, por el poder del Espíritu divino, conocer los secretos de Dios y de su creación; pues por este medio se vuelve uno con el Espíritu de Dios en él. «Mediante esta devoción, él conoce en realidad lo que Yo soy, así como mi verdadera Esencia y toda mi grandeza; y una vez ha logrado tal conocimiento, entra inmediatamente en Mí». (Bhagavad Gîtâ, XVIII, 55).

En aquel que en sí mismo reconoce al Creador, y se vuelve uno con Él por tal conocimiento, el Creador se reconoce a sí mismo y sabe cómo el mundo por su voluntad en su sabiduría se ha originado y todavía se origina en su substancia. Para esto no necesita ninguna prueba científica; pero la ciencia necesita la evidencia de la manifestación divina en la naturaleza, y la probabilidad, porque ella no conoce a la Verdad misma. «No sé yo, el «yo» que soy, sino Dios (el «No-Yo») lo sabe en mí», dice Jacobo Boehme. Pero aquel que no conoce más que su propio «yo» - producto de su presunción -, no entenderá ni los escritos de Jacobo Boehme, ni el Bhagavad Gîtâ. Por lo tanto, estas páginas no se escriben para los eruditos, sino para los discípulos de la Verdad.

Cada uno contempla al mundo desde el punto de vista en el cual se encuentra.
El crítico filósofo, austero, fantástico y especulativo, que no sabe nada del conocimiento de sí, considera los escritos de los iluminados como resultados de la sutileza y fantasía filosóficas; el teólogo que considera a Dios como un ser lejano, y, por tanto, como una cosa secundaria, tiene a tales escritos por inspiraciones de seres exteriores e invisibles; cuando no por los dictados de un Dios que tiene su morada fuera de su naturaleza; el Sabio que reconoce la omnipresencia de Dios en todos los seres, no se admira de que la Sabiduría de Dios pueda manifestarse en lo interior de un hombre e iluminar la inteligencia humana; y para el no místico, la evidencia de que pueda haber una manifestación interior, consiste en que las enseñanzas de los Sabios concuerdan las unas con las otras en la substancia, aunque no en la forma, como lo prueba, por ejemplo, una comparación de los escritos de Boehme y de Paracelso con los de los Vedas indos.

El científico y el teólogo hablan de Dios y del universo como de algo que no tiene relación con ellos; Jacobo Boehme, por el contrario, dice: «Cuando hallamos de la creación del mundo como si la hubiéramos presenciado, no debe ninguno admirarse de ello ni tenerlo por imposible; porque el espíritu que está en nosotros, y el cual un hombre hereda de otro (por la reencarnación), es de la eternidad y lo ha visto y lo ve todo en la luz de Dios... Y cuando hablamos del cielo y del origen de los elementos, no hablamos de cosas que están lejos de nosotros, sino que hablamos de cosas que acontecen a nuestros cuerpos y a nuestras almas; y nada hay tan cerca de nosotros como este origen, pues vivimos en él como en nuestra madre; y por consiguiente, si hablamos de nuestra casa materna, hablamos del cielo, y así hablamos de nuestra patria, la que el alma iluminada puede ver muy bien, aunque está oculta en el seno». («Drei Prinzipien», VII, 6). Así también describe Jacobo Boehme la creación del mundo, no como algo desnatural o antinatural, sino que dice: «El entero Ser divino se halla en continuo y eterno nacimiento (pero inmutable), lo mismo que la mente humana, siendo así que de la mente nacen pensamientos constantemente, y del pensamiento la voluntad y el deseo, y de la voluntad y del deseo, la obra» («Drei Prinzipien», IX,36); y el Bhagavad Gîtâ corrobora esta eterna duración de la creación, pues dice:

«No hay en las tres regiones del Universo una cosa tan sólo que me quede por hacer, ni hay cosa alguna susceptible de obtenerse que yo no haya obtenido: y sin embargo, estoy constantemente en actividad. Si por un solo instante yo dejase de estar en acción, la humanidad entera seguiría mi ejemplo; si por un instante siquiera yo diese tregua a mi infatigable actividad... sobrevendría el caos y todo cuanto palpita en el mundo dejaría de existir». (Bhagavad Gîtâ, III, 22, 23).

 La creación del espíritu divino en el Universo es llamada la expiración de Brahma; otros místicos la llaman expresión del Verbo divino (Logos). El instructor cristiano, Maestro Eckhart, confirma lo que precede, pues dice: «Si Dios llegase a interrumpir la expresión de su Palabra, aun tan sólo un instante, perecerían el cielo y la tierra». (F. Hartmann, «Die Bhagavad Gîtâ», S. 31, Aumerk, 24).

Dice la Biblia: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho». (San Juan, I, 1 - 3). La doctrina india dice lo mismo en diferentes palabras: «El Universo vive en Brahma, procede de Brahma y vuelve a Brahma». El filósofo moderno aparece y hace el maravilloso descubrimiento de que Dios es el «Espacio». Desgraciadamente olvida con esto la conciencia, la Deidad en él. Por esto la especulación filosófica racionalista y material se diferencia de la Teosofía en que la una no reconoce más que el aspecto material del Universo, y la otra reconoce el Espíritu que actúa en dicho aspecto material. El mero saber sin la percepción de la verdad, es una cosa sin vida; llena la inteligencia de fantasías y deja vacío al corazón.
La ciencia no es nada sin el conocimiento de la Verdad; el Espacio, nada sin la Luz; Dios nada sin la Conciencia, y el Cielo nada sin el Amor. El Amor sin inteligencia está ciego, y la inteligencia sin amor es una necedad. Así como es en lo pequeño es en lo grande, y por tanto, Dios no ha hecho el mundo de amor sin conocimiento, sino de su amor divino, el cual es la Sabiduría, por su libre Voluntad divina.

La ciencia materialista se ocupa de formas muertas; la verdadera ciencia secreta se ocupa del espíritu vivo. En la Doctrina Secreta, no se considera al Universo como una cosa sin dios, en sí misma, gobernada por un dios que existe fuera de ella, sino como un todo orgánico cuyo cuerpo visible es el mundo corpóreo, cuya alma es el reino del Espíritu, cuya vida es la Divinidad; el cielo es la mente y las estrellas los pensamientos del Espíritu del mundo, el sol el gran corazón cuyos latidos envían corrientes de vida por el organismo; pero el Verbo creativo es la expresión del Pensamiento divino, el cual está en Dios y es una parte de su esencia. Se designa como un aliento del Espíritu Universal al eterno proceso de la conversión y del decaimiento del mundo de las formas. Dios expira su espíritu en la Naturaleza y se originan mundos; lo aspira, y la creación desaparece. Y no hay razón para considerar todo esto como mera fábula o alegoría, sino que es un hecho científico que se verifica, no exteriormente, sino dentro de la omnipresencia de Dios. Los Sabios antiguos midieron los períodos en que se verifican estos procesos, y han determinado la duración de un latido del corazón del sol de nuestro sistema y también la duración de una respiración de Brahma, es decir, del origen y desaparición de una creación (Kalpa).

Dice la Doctrina Secreta: «El Sol es el corazón del Mundo Solar (Sistema) y su cerebro hállase oculto detrás del Sol (visible). De allí, la sensación es irradiada en cada centro nervioso del gran cuerpo, y las ondas de la esencia de vida, fluyen dentro de cada arteria y vena». (Doctrina Secreta, I). Los planetas son sus miembros y pulsaciones. Aunque la mente humana no puede abarcar a la grandeza de Dios en el universo, no son, sin embargo, incomprensibles las manifestaciones del Espíritu de Dios en la Naturaleza, y sólo la propia cortedad de vista, la limitación y la pequeñez de comprensión, impiden a los sabios del mundo reconocer la grandeza de Dios en sus obras.

De la incapacidad para comprender una idea grande y sublime, nació la llamada contemplación racionalista del mundo; de la conciencia de sí despierta al conocimiento de Lo Superior, y de la elevación a Lo ideal, el cual es Lo Real más elevado, proceden las enseñanzas de la Teosofía. Si consideramos al hombre en el obrar, encontramos también que sus obras no proceden directamente de su cerebro como formas visibles. Primero viene el pensamiento, luego la voluntad y después la acción. Así también se puede considerar a Brahma bajo un triple aspecto, a saber: como Creador (el Padre), como el Verbo o expresión del Pensamiento (el Hijo) y como la manifestación producida por la expresión del Pensamiento (el Espíritu), cuya manifestación se nos presenta en la Naturaleza como forma visible.

Las manos del hombre pertenecen al hombre, mas no el hombre a sus manos; y a menudo queda la obra hecha por el artista, muy lejos del ideal que él quería crear. Así también se originan las fuerzas en la Naturaleza del Ser divino; sin embargo, la Naturaleza no es Dios. La Naturaleza no está consciente de sí, ni se halla penetrada del Espíritu vivo de la Sabiduría; la voluntad de la Naturaleza no está libre, sino ligada a las condiciones bajo las cuales actúa, y por tanto no es perfecta. Tanto más perfectas son las creaciones del Espíritu divino, cuanto más cerca se hallan de la Fuente divina de la cual han procedido; tanto menos semejantes son a Dios, cuanto más se alejan de dicha Fuente y se vuelven materiales, así como un rayo de luz reflejado repetidas veces no da al fin más que una débil claridad, y un eco repetido pierde su fuerza. En ninguna parte se halla escrito que el mundo material, tal como lo vemos, haya salido directamente de las manos del Creador, sino que se dice en la Biblia: «Bereshith bara Elohim eth hashamayim v'eth h'arets»; lo cual, correctamente traducido, significa: «La Cabeza produjo el Poder por el cual existen el Cielo y la Tierra» - «Y los Elohim dijeron: Sea la luz, ¡y la luz fue!».

Los Elohim, en el sentido más lato, abrazan, por tanto, todas las fuerzas y sustancias del Universo; todos son formas de la Conciencia que ha procedido de la Omniconciencia de la Sabiduría divina; pero distinguimos varios planos de existencia en el universo, el mundo celestial y la naturaleza, y por consiguiente diversas emanaciones de la Fuerza divina; las que se hallan más cerca de la Fuente de su eterno origen, y las que se hallan más lejos de la misma, y por tanto, se componen de «materia más tosca». En el más elevado grado de existencia encontramos estas formas de conciencia como entidades o inteligencias, arcángeles y ángeles, dioses y demonios; en el grado más bajo, como fuerzas físicas conocidas y formas inferiores de existencia; pero todas, aun la piedra aparentemente inanimada, tienen vida y conciencia, aunque no se manifieste en tales formas, pues Brahma está presente en todas.

Sin Él no hay sensación, ni afinidad química, ni atracción, ni gravitación, ni ley. Todo está en Él, y fuera de Él nada hay. «Hallase fuera y dentro de todos los seres; es inmovible, y a la vez, está dotado de movimiento; es imperceptible por razón de la sutileza suya; y a un mismo tiempo está próximo y lejano. Aunque indiviso, hallase distribuido en todos los seres; debe ser considerado como el conservador de todas las cosas existentes, siendo a la par Lo que las destruye y las engendra». (Bhagavad Gîtâ, XIII, 15, 16).

Él es la vida Una en todo, la que se expresa en las diversas formas según las condiciones que éstas presentan, como su actividad. Por tanto, no hay ninguna materia muerta en el Universo; en todas las cosas hay vida, aunque no sea perceptible en todas para nosotros. Aun en un cadáver, cada átomo tiene su vida, pues de otra manera no podría corromperse. Con la muerte del cuerpo no llega a su fin la vida de los elementos de dicho cuerpo, sino solamente la actividad del organismo como un todo.
Los Elohim, en su más elevada forma, son las siete formas de conciencia que proceden del divino Sol de la Sabiduría, y la Naturaleza es el espejo en que se manifiestan a nosotros. Pero la «Luz» que se manifiesta, y en comparación con la cual nuestra luz terrestre es oscuridad (Doctrina Secreta, Vol. I), es el «Hombre doble» (Zohar), el Hombre universal, Adamkadmon, el principio masculino en el cual está contenido el femenino, Espíritu y Fuerza, Voluntad e Ideación, Dios y naturaleza. No es aquí el lugar para entrar en detalles de los aspectos elevados que se nos presentan en la Doctrina Secreta (la cual es «secreta» para la mayor parte del mundo, porque es difícil de comprender), sino que nos proponemos citar no más algunos puntos principales de dicha Doctrina, los que son necesarios para comprender el Bhagavad Gîtâ.

Los procesos que aparecen en los fenómenos exteriores de la Naturaleza, pueden servirnos de alegorías para concebir profundos procesos espirituales, y esto no quiere decir que se tengan que sacar de los procesos exteriores de la naturaleza conclusiones fantásticas en relación con leyes espirituales de las cuales no se sabe nada, sino que los Sabios que reconocen la ley del Espíritu en el interior, encuentran también la confirmación de la acción de esta ley en la naturaleza exterior. La naturaleza es un libro cuyo significado no podemos descubrir con una simple contemplación de las letras mientras no conocemos su lenguaje; pero cuando conocemos el lenguaje de la naturaleza, se nos hace claro el significado de sus letras y de sus palabras. Así sabemos que en un prisma la luz del sol se divide en siete colores, y de esto no sacamos por consecuencia que haya un sol espiritual con cuya luz suceda lo mismo, pues sin la presencia de una percepción espiritual, no podríamos generalmente llegar al concepto de la existencia de un Sol espiritual del Universo; cuando, por el contrario, el Sol de la Sabiduría ha salido en nuestro propio interior, reconocemos también las leyes de su Luz, la cual es ya nuestra, y encontramos la acción de las mismas leyes en la naturaleza exterior; lo cual no puede ser de otra manera, ya que el mundo material visible es una imagen, un símbolo del mundo espiritual invisible.

 Pero ¿Cómo puede hacerse esto claro al que no conoce su propia vida interior y no ha despertado a la conciencia de la existencia divina?. Al abrirse el ojo espiritual de Arjuna, se le manifestó la forma más sublime del Señor, «con multitud de ojos y de bocas y un sin fin de aspectos... admirable bajo todos conceptos, resplandeciente, infinito, con la faz vuelta en todas direcciones... Allí, en el cuerpo del Dios de los Dioses (Elohim), contempló reunido todo el Universo con su inmensa variedad de formas.
Si la deslumbradora luz de mil soles brillase a la vez en el firmamento, apenas sería comparable al esplendor de aquella Forma sobrehumana». (Bhagavad Gîtâ, XI, 9, 14).

 La Luz Una, o la Fuerza primordial Una, la Vida Una, la Conciencia Una, se manifiesta en el espejo del Alma del Mundo en siete luces o colores (los siete candelabros que rodean al trono de Dios) (Apocalipsis, II, 1), siete inteligencias, fuerzas, formas de vida o conciencia, que penetran a toda la naturaleza, vuelven siempre a dividirse en siete subdivisiones, y finalmente se nos manifiestan en innumerables formas de existencia. El que los designemos según el punto de vista desde el cual los consideremos, como Elohim, Dhyan Chohans, como los siete Rishis o «Patriarcas», como Dioses, potencias divinas, fuerzas naturales, etc., no cambia en manera alguna su naturaleza; el nombre que damos a una cosa, denota la idea que tenemos de ella, mas no la cosa misma.

La ciencia moderna ha dado un paso adelante, siendo así que ha descubierto que aun en los organismos más pequeños se hallan seres vivientes, microbios, etc.; quizá dentro de poco llegue a reconocer que en el Universo no hay materia muerta, y que todo en él es una manifestación de la Vida eterna*. Entonces volverá al punto en que estaba hace millares de años, y los hombres científicos empezarán a comprender lo que proclamaban los antiguos Sabios.

 (*) Los magníficos trabajos del Profesor Von Schrón sobre «La Vida en los cristales», son una corroboración importante de las aserciones de H. P. Blavatsky acerca de la Vida Una en todo. - Nota del traductor.
Franz Hartmann Doctrina del Conocimiento según el Bhagavad Gîtâ

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