lunes, 27 de junio de 2016

Principios Generales



WILLIAM Q. JUDGE
Las Enseñanzas Teosóficas actuales tratan principalmente de nuestro planeta, aunque su alcance se extiende a todos los mundos, puesto que ninguna porción del Universo manifestado queda fuera del sistema único de leyes que nos gobiernan. Nuestra tierra, siendo uno de los globos del sistema solar, está sin duda relacionada con Venus, Júpiter y otros planetas; pero como la evolución de la gran familia humana tiene que permanecer eslabonada a su vehículo - la tierra - hasta que todos los componentes de la Raza que están preparados alcancen la perfección, la evolución de la familia humana es de la mayor importancia para sus miembros. Algunas particularidades relativas a los otros planetas serán expuestas más adelante. Comenzaremos por dar una idea general de las leyes que gobiernan al Universo.
El Universo se desarrolla de lo Desconocido, dentro de lo cual ningún hombre ni inteligencia alguna, por grande que fuese, puede penetrar; dentro de siete planos o siete modos o métodos en todos los mundos, y esta diferenciación septenaria causa a su vez la constitución septenaria de todos los mundos dentro del Universo, así como de los seres que en ellos residen. Como fue enseñado desde la antigüedad, los mundos pequeños y grandes son las copias del conjunto o el todo, y el insecto más minúsculo así como el ser más altamente desarrollado, son ambos réplicas en pequeño o en grande del vasto original, que lo incluye todo. De aquí se deriva el proverbio de los antiguos filósofos, "Como es arriba así es abajo".

Las divisiones del Universo septenario se pueden describir aproximadamente como: El Absoluto, el Espíritu, la Mente, la Materia, la Volición, el Akasha o Eter, y la Vida. Podemos usar la palabra Espacio en lugar de "El Absoluto", porque el Espacio es lo que siempre es y dentro de lo cual toda manifestación debe producirse. El término Akasha, tomado del Sánscrito, se usa en lugar del Eter porque nuestro idioma no ha generado aún una palabra adecuada para designar propiamente ese estado tenue o sutil de la materia, el cual es algunas veces llamado Eter por los científicos modernos. Con respecto al Absoluto, nosotros solamente podemos decir que Es. Ninguno de los grandes instructores de la Escuela atribuye cualidades al Absoluto, aunque todas las cualidades existen en El. 

Nuestro conocimiento comienza con la diferenciación, y todos los objetos, seres o poderes manifestados, no son sino diferenciaciones del Gran Desconocido. Lo más que puede decirse es que lo Absoluto, periódicamente se diferencia a sí mismo, y también periódicamente retrae dentro de sí mismo lo que ha sido diferenciado.

La primera diferenciación - hablando metafísicamente con respecto a tiempo - es el Espíritu, con el que aparecen la Materia y la Mente. Akasha es el producto de la Materia y del Espíritu; la Voluntad o fenómeno de la Voluntad es la fuerza del Espíritu en acción, y la Vida es el resultante de la acción del Akasha impulsado por el Espíritu de la Materia.
Pero la Materia aquí aludida no es la misma que vulgarmente se conoce bajo ese nombre; se trata de la materia real, que permanece siempre invisible y a la que a veces se le ha llamado Materia Primordial. En el sistema Brahmánico se le denomina Mulaprakriti. La enseñanza antigua mantuvo siempre - y hoy lo admite la ciencia - que nosotros solamente vemos o percibimos el fenómeno pero no la esencial naturaleza, cuerpo, o ser de la materia.

La Mente es la parte inteligente del Cosmos y en el conjunto de las siete diferenciaciones superficialmente delineadas anteriormente, la Mente es aquello en lo cual el plan del Cosmos está contenido o fijado. Este plan proviene de un período anterior de manifestación, el cual incrementó el siempre creciente perfeccionamiento, y ningún límite puede fijarse a sus posibilidades evolutivas de perfeccionamiento, porque las manifestaciones periódicas del Absoluto jamás tuvieron un comienzo y nunca tendrán un fin, sino que eternamente continuarán las apariciones y las reabsorciones dentro del seno de lo Desconocido.

Dondequiera que se encuentre un mundo, o que un sistema de mundos en evolución esté en desarrollo, el plan ha sido trazado en la mente universal; la fuerza original viene del espíritu; lo que sirve de base es la materia, la cual es de hecho invisible; la vida sostiene todas las formas que requieran vida y el Akasha es el lazo que conecta la materia de una parte, y el espíritu-mente de la otra.

Cuando un mundo o un sistema de mundos llega al final de ciertos grandes ciclos, se registra un cataclismo en la historia o en la tradición. Estas tradiciones abundan entre los judíos, con su diluvio; entre los babilonios con el suyo; en los papiros egipcios; en la cosmología hindú; y ninguna de ellas es una mera confirmación de la tradición judáica, sino que todas ellas señalan una enseñanza antigua, como también la tenue reminiscencia de las destrucciones y renovaciones periódicas. La historia hebrea no es sino un pequeño fragmento desprendido del pavimento del Templo de la Verdad. Así como periódicamente hay cataclismos menores, o destrucciones parciales, de la misma manera la doctrina mantiene que también existen la evolución y la involución universales. 

El Gran Aliento surge y retorna eternamente. Cuando El procede a exteriorizarse, cosas, mundos y hombres aparecen; cuando se retira, todo desaparece dentro de la fuente original.

Esta es la vigilia y el sueño del Gran Ser, el Día y la Noche de Brahma; el prototipo o modelo de nuestros días de vigilia y noches de sueño como humanos; de nuestra desaparición de la escena al final de una corta vida humana, y nuestro retorno para emprender nuevamente el trabajo que quedó inconcluso, en una nueva vida y un nuevo día.

La verdadera edad del mundo ha estado envuelta en dudas por mucho tiempo para los investigadores occidentales, quienes hasta el presente han mostrado una singular renuencia a seguir indicaciones de los anales del mundo Oriental, que es de mayor edad que el mundo Occidental. Sin embargo, los Orientales saben la verdad sobre el asunto. Está admitido que la civilización egipcia floreció hace muchos siglos, y puesto que no hay en existencia escuelas egipcias de enseñanza antigua para ofender el orgullo moderno, y quizás porque los Judíos "salieron de Egipto" para imponer sobre el progreso moderno una mal comprendida tradición mosáica, las inscripciones cinceladas en las rocas y escritas sobre papiro obtienen un poco más de crédito hoy que el pensamiento viviente y los anales de los hindúes. Porque estos últimos aún viven entre nosotros y no sería dable admitir que una raza pobre y conquistada poseyera conocimientos con respecto a la edad del hombre y del mundo, que la flor de los hombres cultivados, guerreros y conquistadores de Occidente, ignoran por completo. 

Desde que los frailes ignorantes y los teólogos de Asia Menor y de Europa lograron imponer la narración mosaica del génesis de la tierra y del hombre sobre la surgiente evolución occidental, los más sabios de nuestros hombres de ciencia han permanecido atemorizados frente a los años que han transcurrido desde Adán, o han sido deformados en su pensamiento y percepción cada vez que han vuelto sus ojos hacia cualquier otra cronología diferente a la de unas cuantas tribus de los hijos de Jacob. Aún la noble, antigua y silenciosa pirámide de Giza, vigilada por la Esfinge y el Memnon de piedra, ha sido degradada por Piazzi-Smyth y otros, al pretender ver en ella la prueba de que la pulgada inglesa debe prevalecer y que el "Domingo Continental" contraviene las leyes del Supremo, y sin embargo, en la narración mosáica, en donde uno esperaría encontrar una referencia a tal prueba como la de la pirámide, no podemos hallar ningún indicio de ella y sólo es mencionada la construcción, por el Rey Salomón, de un templo acerca del cual jamás ha habido una huella.

Pero el Teósofo sabe por qué la tradición hebraica llegó a ser así un aparente atraso en la mente de Occidente; él conoce la relación entre el Judío y el Egipcio, lo que es y lo que va a ser la resurrección de los antiguos constructores de la pirámide del Valle del Nio, en donde han sido escondidos de los ojos profanos, los planos de esos antiguos maestros constructores, hasta que el retorno del ciclo permita su reaparición. 

Los judíos simplemente conservaron una parte de la sabiduría de Egipto, oculta bajo la letra de los libros de Moisés, y allí se encuentra aún hoy día en lo que ellos llaman la interpretación cabalística u oculta de las Escrituras. Pero las almas egipcias que colaboraron en el planeamiento de la pirámide de Giza, que tomaron parte en el gobierno egipcio, en su teología, su ciencia y su civilización, abandonaron su antigua raza; esa raza se extinguió y los antiguos egipcios continuaron su tarea en las surgientes razas de Occidente, especialmente en aquéllas que están ahora repoblando el continente americano. 

Cuando Egipto y la India eran más jóvenes había un constante intercambio entre ellos. En la opinión del Teósofo, ambas naciones pensaban similarmente, pero el destino dictó que de las dos, sólo los hindúes debían conservar las antiguas ideas entre los pueblos vivientes. Por lo tanto, tomaré de los anales Brahmánicos del Indostán la doctrina acerca de los días, las noches y los años de la vida de Brahma, quien representa el universo y los mundos.
Esta doctrina de inmediato trastorna la interpretación por tan largo tiempo dada a la tradición mosáica, pero de pleno coincide con la narración evidente en el Génesis de otras y previas "creaciones", así como con la interpretación cabalística del versículo en el Viejo Testamento acerca de los Reyes de Edom, quienes ahí representan previos períodos de evolución, anteriores al que comenzó con Adán, y también coinciden con la creencia sostenida por algunos de los antiguos Padres Cristianos, quienes informaron a sus hermanos acerca de maravillosos mundos y creaciones anteriores.


Se dice que el Día de Brahma dura mil años y que su Noche es de igual duración. En la Biblia Cristiana hay un verso que dice que: "un día le es al Señor como mil años, y mil años, como un día". Esta afirmación ha sido usada generalmente para glorificar el poderío de Jehová, pero tiene una semejanza sospechosa con la más antigua doctrina sobre la duración del día y la noche de Brahma. Ello sería de mayor valor si se le interpretara como una declaración relativa a la aparición periódica de los grandes Días y Noches, de igual duración, del universo de mundos manifestados.


Un día de los mortales se calcula por el sol y consta sólo de doce horas de duración. En Mercurio sería diferente, y en Saturno o Urano tardaría aun más. Pero un día de Brahma se compone de lo que ha sido denominado Manvántara - o período entre dos humanidades - catorce en número. Estos Manvántaras comprenden cuatro billones y trescientos veinte millones de años solares o terrestres y equivalen a un día de Brahma.


Cuando se inaugura este día, la evolución cósmica, en lo que a este sistema solar concierne, comienza, y se toma de uno a dos billones de años en desarrollar la etérea materia primordial, antes de que los reinos astrales del mineral, el vegetal, el animal y el humano sean posibles. Este segundo intervalo toma unos trescientos millones de años y, aún entonces, procedimientos más materiales marchan hacia adelante hasta efectuar la producción de los reinos tangibles de la naturaleza incluyendo al hombre. Esto abarca más de un billón y medio de años. El número de años solares incluídos en el presente período "humano" es de más de dieciocho millones.

Esto es precisamente lo que Herbert Spencer designa como el gradual advenimiento de lo conocido y heterogéneo desde lo desconocido y homogéneo. Porque los antiguos filósofos egipcios e hinduístas nunca admitieron una creación salida de la nada, sino que enérgicamente insistieron simpre en el hecho de la evolución or etapas graduales, de lo heterogéneo y lo diferenciado siempre procedente de lo homogéneo y lo no diferenciado. Ninguna mente puede comprender qué es lo Desconocido, Infinito y Absoluto; ésto es, que no tiene comienzo y que no tendrá fin; que es a la vez el último y el primero, porque, ya sea diferenciado o reabsorbido en Sí mismo, Ello siempre Es. Este es el Dios a que se refiere la Biblia Cristiana, como el Dios alrededor de cuyo pabellón reinan las sombras.

Esta cronología cósmica y humana de los Hindúes es ridiculizada por los orientalistas occidentales, aunque ellos no pueden proveer nada mejor y continuamente están en desacuerdo sobre este mismo tema. En la traducción literaria del Vishnu Purana, de Wilson, éste lo califica de ficción sin fundamento, y de ostentación infantil. Pero los Francmasones, aunque inactivos sobre este asunto, deberían saber algo más sobre éso. Ellos podrían encontrar en la narración de la construcción del templo de Salomón, con materiales heterogéneos traídos de todas partes, y en su erección sin que se oyera el ruido de una herramienta, un acuerdo con esas ideas de sus hermanos egipcios e hindúes, pues el Templo de Salomón simboliza al hombre, cuya estructura es construída, perfeccionada y decorada en silencio y sin que se haga el menos ruido, pero los materiales tuvieron que ser encontrados, acumulados y moldeados en lugares diversos y distantes. Estos son los períodos a que nos referimos anteriormente, muy distantes y muy silenciosos. 

El hombre no podía tener un templo corporal en el cual residir, hasta que toda la materia en su mundo y a su alrededor no hubiera sido encontrada por el Maestro, que es el hombre interno; y cuando esa materia fue encontrada, los planos para construir el templo requirieron ser elaborados, teniendo después que ser llevados a cabo con minuciosos detalles, hasta que todas las partes estuviesen perfectamente disponibles y ajustadas para incorporarlas a la estructura final. Así pues, en el vasto intervalo de tiempo que comenzó después que la primera casi intangible materia había sido recolectada y amasada, los reinos mineral y vegetal tuvieron sobre la tierra absoluta posesión aquí, con el Maestro - el hombre - quien estaba oculto, invisible en el interior llevando hacia adelante los planes para la fundación del templo humano. 

Todo ésto requiere muchísimas edades, puesto que sabemos que la naturaleza jamás avanza a saltos. Después que el trabajo rudimentario fue terminado y el templo humano erigido, muchas más edades serían necesarias para que los servidores, sacerdotes y consejeros aprendiesen perfectamente sus funciones, con el fin de que el hombre, el Maestro, pudiera ser capaz de usar el templo para sus mejores y más elevados propósitos.
La doctrina antigua del origen es mucho más noble que la doctrina religiosa Cristiana, o la de la escuela puramente científica. Los religiosos ofrecen una teoría que está en conflicto con la razón y con los hechos, mientras que la ciencia no puede dar a los hechos que observa ninguna razón noble o enaltecedora. 

Sólo la Teosofía, englobando todos los sistemas y todas las experiencias, da la llave, el plan, la doctrina y la verdad.

La Teosofía afirma que la edad verídica del mundo es casi incalculable y que la del hombre en su desarrollo actual es de más de dieciocho millones de años. Pero lo que al final ha venido a convertirse en el hombre es de una edad vastamente mayor, porque antes de la aparición de los dos sexos, tales como existen actualmente, la criatura humana tenía algunas veces una forma y otras veces otra, hasta que el plan entero, completamente procesado, produjo nuestra presente forma, función y capacidad. Sobre ésto se encuentra una referencia en los antiguos libros, escrita para el profano, en donde se dice que el hombre fue en una época de forma globular. Esto ocurrió en una época en que las condiciones favorecían tal forma y, desde luego, de eso hace más de dieciocho millones de años. Cuando esta forma globular era la norma, los sexos (tal como los conocemos) no se habían diferenciado aún y por lo tanto no había sino un solo sexo, o si se prefiere, ningún sexo.


Durante todas estas épocas, antes de que el hombre viniera a ser lo que es, la evoución iba llevando a cabo el trabajo de perfeccionar diversos poderes o facultades que hoy están en nuestra posesión. Esto fue realizado por el Ego o el hombre verdadero, pasando a través de diversas condiciones de materia, todas diferentes las unas de las otras, y el mismo plan general era y es seguido según prevalece con respecto a la evolución general del Universo, a la cual se hizo alusión anteriormente. Esto quiere decir que los detalles fueron primeramente elaborados en esferas de existencia muy etéreas, en realidad metafísicas. 

El paso siguiente consistió en traer estos mismos detalles a ser procesados en un plano de materia un poco más denso, hasta que por último se pudo efectuar en nuestro plano actual lo que llamamos impropiamente materia bruta. En estos estados anteriores los sentidos existían más bien en gérmen o en idea, hasta que el plano astral, que es el más próximo a nuestro plano, fue alcanzado, y entonces los sentidos se concentraron hasta convertirse en los sentidos actuales que empleamos ahora por medio de los diferentes órganos externos. Estos órganos exteriores de la vista, el tacto, el oído y el gusto, son muy a menudo erróneamente tomados por el ignorante o el insensato por los verdaderos órganos y sentidos; pero aquél que se detenga y piense, tendrá que reconocer que los órganos exteriores no son sino los intermediarios entre el universo visible y el verdadero Percibidor interior.



Todos estos diversos poderes y potencialidades, al ser finalmente elaborados en este lento pero infalible proceso, al fin introducen en la escena al hombre como un ser septenario, así como también el universo y la tierra misma son septenarios. Cada uno de los siete principios del hombre se deriva de una de las siete originales grades divisiones, y cada uno se relaciona con un planeta o escena de evolución y con una raza en la cual esa evolución fue desarrollada. Así pues, es importante que la primera diferenciación septenaria se tenga presente, puesto que ésta es la base de todo lo que sigue. Así como la evolución universal es septenaria, la evolución de la humanidad es septenaria en su constitución y se lleva a cabo sobre una Tierra también septenaria. A ésto se le denomina en la literatura teosófica la Cadena Planetaria Séptuple, y está íntimamente conectada con la evolución particular del Hombre.

El Oceano de la Teosofía

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