Habiendo ya mostrado que justamente más
allá del umbral de la vida humana existe un lugar de disgregación en donde la
parte superior del hombre es separada de sus elementos brutos e inferiores,
pasamos a examinar lo que en realidad es, después de la muerte, el estado o
condición del verdadero ser, ese ser inmortal que viaja de vida en vida.
Esforzándose para liberarse del cuerpo físico, el hombre todo entra en Kama-Loka, en el purgatorio,
donde nuevamente lucha y se desliga por sí mismo de los Skandas inferiores. Una
vez terminado este período de nacimiento, los principios superiores de Atma-Buddhi-Manas comienzan a pensar de una manera
diferente a la que el cuerpo y el cerebro le permitieron durante la vida. Este
es el estado de Devachán,
una palabra Sánscrita que significa literalmente "el lugar de los
dioses", donde el alma goza de plena felicidad; pero como los dioses
carecen de cuerpos como los nuestros, el Yo impersonal en Devachán está desprovisto de cuerpo mortal.
En los libros antiguos se ha dicho que
este estado perdura "por un número infinito de años", o "por un
período proporcional a los méritos del ser"; y cuando las fuerzas mentales
peculiares a ese estado han sido agotadas, "el ser es atraído nuevamente
hacia la tierra para renacer en el mundo de los mortales". El Devachán es por tanto un intermedio entre
nacimientos en la tierra. La ley del Karma, que obliga a todos los seres en
evolución a reencarnar en la tierra, siendo incesante en su funcionamiento y
universal en su alcance, también actúa sobre el ser en Devachán, pues solamente por la
fuerza u operación del Karma somos sacados del Devachán. Este proceso se
asemeja a la presión atmosférica, que siendo continua y uniforme expulsará o
aplastará todo lo que esté sujeto a ella, a menos que haya una fuerza atmosférica
opuesta que compense y neutralice su presión. En el caso presente, el karma del
ser es la atmósfera que continuamente lo impulsa hacia dentro o hacia fuera, de
un estado a otro; la fuerza atmosférica neutralizante es la fuerza de los
pensamientos y aspiraciones del ser durante su vida; la que impide la salida
del ser del estado de Devachán hasta que ese impulso haya sido
extinguido, pero que una vez gastado pierde todo el poder para detener el
decreto del mortal destino que nos hemos auto-creado.
La necesidad de este estado después de la
muerte es una de las necesidades de la evolución, emergiendo de la naturaleza
de la mente y del alma. La naturaleza misma de Manas requiere un estado devachánico tan
pronto como el cuerpo físico es descartado, y es simplemente el efecto
producido por la pérdida de los límites impuestos a la mente por sus ropajes
físicos y astrales. Durante la vida no podemos sino hasta cierto punto ejecutar
los pensamientos que a cada instante sobrevienen a la mente, y menos aún podemos
agotar las energías psíquicas generadas por los sueños y aspiraciones diarias.
La energía así generada no se pierde ni se aniquila, sino que se acumula en Manas, pero el cuerpo físico,
el cerebro y el cuerpo astral, no permiten el pleno desarrollo de esta fuerza.
Por lo tanto, retenida latente, hasta la muerte, esta energía se liberta
entonces de sus ya flojas ataduras y sumerge a Manas, el pensador, dentro de
la expansión, uso y desarrollo de la fuerza mental creada durante la vida. La
imposibilidad de escapar de este necesario estado, yace en la ignorancia del
hombre de sus propios poderes y facultades.
De esta ignorancia surge lo
ilusorio, y como Manas no está plenamente emancipada es
arrastrada por su propia fuerza hacia el pensar Devachánico. Pero mientras la
ignorancia es la causa que nos lleva a este estado, el proceso entero es
reparador, sosegado y beneficioso, porque si el hombre ordinario retorna de
inmediato a un nuevo cuerpo en la misma civilización que acaba de abandonar, su
alma estaría totalmente exhausta y privada de la oportunidad necesaria para el
desarrollo de la parte superior de su naturaleza.
Ahora el Ego desprovisto del cuerpo mortal
y de Kama, se viste en Devachán con un ropaje que no puede ser
calificado como cuerpo, pero que puede ser llamado instrumento o vehículo, y en
él funciona en la esfera devachánica enteramente sobre el plano de la mente y
del alma. Entonces todo parece al ser tan real como nos parece este mundo.
Simplemente el Ego tiene ahora la oportunidad de erigir para sí su propio
mundo, sin ser obstaculizado por las vallas de la vida material. Su estado
puede ser comparado al del poeta o del artista que, ensimismado en el éxtasis
de su composición, o en el arreglo de colores, permanece insensible al
transcurso del tiempo o a las cosas del mundo.
Nosotros estamos generando causas a cada
instante, pero sólo dos esferas de acción existen para la manifestación de los
efectos que resultan de esas causas. Estos dos campos de acción son: el
objetivo, como es llamado el mundo que nos rodea, y el subjetivo, ese mundo que
existe tanto aquí como después que hemos abandonado esta vida. El campo
objetivo se relaciona con la vida terrenal y con la parte más crasa del hombre,
con sus acciones corporales y los pensamientos de su cerebro, así como también
con su cuerpo astral. El campo subjetivo tiene relación con sus potencialidades
superiores y espirituales. En el campo objetivo los impulsos psíquicos no
pueden ser realizados, ni tampoco las elevadas tendencias y aspiraciones del
alma; por consiguiente, éstas deben ser la base, la causa, el substrato y el
sostén del estado Devachánico.
Entonces, midiéndolo en años mortales,
¿cuánto tiempo permanecerá uno en el Devachán?.
Esta pregunta, aún cuando se refiere a lo que los hombres del mundo denominan
tiempo, bajo ningún concepto toca el verdadero significado de lo que es el
tiempo mismo, o sea, lo que puede ser en efecto para nuestro sistema solar, el
orden último y fundamental, la precedencia, la sucesión y la duración de los
momentos. Esta es una pregunta que puede ser contestada con respecto a nuestro
tiempo, pero de ningún modo con respecto al tiempo en el planeta Mercurio, por
ejemplo, donde el tiempo no es el mismo que el nuestro, ni, por cierto, con
respecto al tiempo según es concebido por el alma. Con relación a este último,
cualquier hombre puede observar que después de pasados muchos años él no tiene
una percepción exacta del tiempo transcurrido, sino que simplemente es capaz de
identificar algunos de los incidentes que marcaron su paso; y en cuanto a
algunas horas o instantes amargos o afortunados, parece experimentar su
recuerdo como si hubiese sido sólo ayer. Y así, de igual manera, es para el ser
en Devachán. El tiempo
allí no existe. El alma disfruta de todo el beneficio de lo que sucede dentro
de sí misma en ese estado, pero no entra en especulación alguna respecto al
transcurso de los momentos; todo está hecho de eventos; mientras tanto la
órbita solar va marcando los años nuestros sobre el globo terrestre. Esto no
puede ser considerado como una imposibilidad si recordamos cómo, según es bien
conocido en la vida, los sucesos, imágenes, pensamientos, argumentos,
sentimientos introspectivos, pasarán todos frente a nosotros en un instante,
como es bien conocido por los que han estado a punto de morir ahogados, en cuyo
incidente los eventos de una vida entera pasan como un relámpago frente a los
ojos de la mente. Pero el Ego permanece, según se ha dicho ya, en Devachán por un período de tiempo proporcional
a los impulsos psíquicos generados durante la vida.
Ahora bien, siendo éste un asunto que se
relaciona con la matemática del alma, nadie sino un Maestro puede decir lo que
sería el período de estancia en Devachán para el hombre ordinario de este
siglo, en cada lugar de la tierra. Por lo tanto, tenemos que confiar en los
Maestros de Sabiduría con respecto a ese promedio, como quiera que el mismo
debe estar basado en un cálculo. Los Maestros han dicho, como bien lo ha
expresado el señor A.P. Sinnett en su "Budismo Esotérico", que el período
en cuestión es en general de unos mil quinientos años. Por la lectura de su
libro, que fue escrito basado en cartas procedentes de los Maestros, parece
inferirse que el período devachánico dura quince siglos en todos y cada uno de
los casos; pero con el objeto de desvanecer ese concepto erróneo, sus
informantes escribieron en una fecha posterior, que ése es un período promedio
y no un período fijo. Tal debe ser la verdad, porque como observamos que la
opinión de los hombres difiere en cuanto al largo de los períodos de tiempo en
los que ellos permanecen en cualquier estado mental durante la vida, debido a
la variable intensidad de sus pensamientos, lo mismo debe ocurrir en Devachán, donde el pensamiento
tiene aún mayor fuerza debido al ser que generó esos pensamientos.
Lo que dijo el Maestro sobre este tema es
lo siguiente: "El sueño del Devachán perdura hasta que el karma ha sido
satisfecho en ese sentido. En Devachán se experimenta un agotamiento gradual
de fuerzas. La permanencia en Devachán es proporcional a los inagotados
impulsos psíquicos generados durante la vida terrestre. Esos seres cuyas
acciones fueron predominantemente materialista, serán atraídos más pronto hacia
el nacimiento por la fuerza de Tanha". Tanha es el ansia o sed de vivir. Por tanto,
aquél que no haya generado durante su vida muchos impulsos psíquicos, no tendrá
mayor base o fuerza en su naturaleza esencial para alimentar y mantener sus
principios superiores en el Devachán.
Casi todo lo que tendrá serán esos impulsos generados durante su infancia antes
de que comenzara a fijar sus pensamientos en conceptos materialistas. La sed
por la vida, expresada por la palabra Tanha,
es la fuerza atrayente o magnética que reside en los Skandas inherentes a todos los seres. En un
caso como éste la regla de promedios no tiene aplicación puesto que el efecto
completo en ambos sentidos se debe a un equilibrio de fuerzas y es el resultado
de acción y reacción. Y este tipo de pensador materialista puede en sólo un mes
surgir del Devachán y entrar aquí en otro cuerpo físico,
dando así paso a las inagotadas fuerzas psíquicas generadas en la vida
anterior. Pero como cada una de tales personas varía en cuanto a la clase,
intensidad y cantidad de pensamientos e impulsos psíquicos, cada uno puede
variar entonces con respecto al tiempo de estadía en Devachán. Los seres
desesperadamente materialistas permanecerán en la esfera devachánica en un
estado de letargo o sueño, podríamos decir, porque carecen de fuerzas
apropiadas y que correspondan a ese estado devachánico, excepto de una forma
muy vaga, y para tales seres puede decirse que no existe estado después de la
muerte en cuanto a la mente concierne. Ellos permanecen aletargados por un
tiempo y entonces encarnan de nuevo sobre la tierra. Este promedio general de
la permanencia en Devachán nos da la duración de un ciclo humano
muy importante, el Ciclo de la Reencarnación. Porque de acuerdo con esta ley se
encontrará que el advenimiento de naciones se repite y que los tiempos pasados
regresan de nuevo con las almas.
Durante la muerte, la última serie de
pensamientos quedan poderosa y profundamente grabados en la mente y son los que
dan el color y la tónica a la vida entera en el Devachán. El último momento
coloreará cada momento subsiguiente. En esos pensamientos se quedan fijos el
alma y la mente, que empiezan a entretejer con ellos una serie de imágenes y
experiencias, desarrollándolas a sus más altos límites y llevando a cabo todo
lo que no pudo realizarse durante la vida. Así, desarrollando y entretejiendo estos
pensamientos, la entidad devachánica experimenta su juventud, crecimiento y
vejez; es decir, el ímpetu ascendente de fuerza, su expansión y su gradual
agotamiento hacia la extinción final. Si la persona ha llevado un vida insípida
sobre la tierra, su estadía en Devachán será igualmente insípida e incolora;
si la vida fue rica e intensa, su Devachán será igualmente rico en variedad y
efectos. La existencia allí no es un sueño, salvo en un sentido convencional,
ya que aquello es todo un escenario de la vida del hombre y cuando estamos allí
esta vida presente es sólo un sueño. La vida allí no es monótona en ningún
sentido. Somos demasiado propensos a juzgar y medir todos los posibles estados
de la vida y todos los campos de experiencia a la luz de nuestra vida terrenal,
y a imaginarnos que ésto es la realidad. Pero la vida del alma no tiene fin y
no puede ser detenida ni por un instante. El abandono de nuestro cuerpo físico
es tan sólo una transición a otro lugar o plano de existencia. Pero como las
etéreas vestiduras del Devachán son más duraderas que las que usamos
aquí, las causas espirituales, morales y psíquicas tardan más tiempo en
desarrollarse y en agotarse en aquel estado que sobre la tierra. Si las
moléculas que forman el cuerpo físico no estuvieran sujetas a las leyes
químicas generales que gobiernan la tierra física, entonces viviríamos tan
largo tiempo en estos cuerpos como lo hacemos en el estado devachánico. Pero
esa vida de interminable tensión y sufrimiento sería más que suficiente para
abatir el alma obligada a sobrellevarla. El placer se convertiría entonces en
tormento y el empalagamiento terminaría en una locura inmortal. La naturaleza,
siempre benévola, nos conduce pronto de nuevo al cielo, para nuestro reposo y
para el florecimiento de lo mejor y lo más noble que subyace en nuestras
naturalezas.
El Devachán,
por lo tanto, ni carece de sentido ni es inútil. "En él descansamos; esa
parte de nuestro ser que no pudo florecer bajo los fríos cielos de la vida
terrenal, brota allí en flor para luego retornar con nosotros a la vida
terrenal, fortalecida y siendo más parte de nuestra naturaleza que antes. ¿Por
qué quejarse de que la
Naturaleza bondadosamente nos dé ayuda en la lucha
interminable?; ¿por qué mantener la mente meditando acerca de nuestra
insignificante personalidad actual y de sus buenas y malas fortunas?"1 .
A veces alguien se pregunta: ¿y qué pasa
con esos seres que dejamos atrás?, ¿los veremos allí? No los vemos allí de
hecho, pero conscientemente nos hacemos sus imágenes tan llenas, completas y
objetivas como en la vida terrestre, y desprovista de todo lo que entonces
juzgamos como imperfección. Vivimos entre ellos y los vemos crecer nobles y
buenos en vez de mezquinos o malos. La madre que ha dejado atrás un hijo dado a
la embriaguez, lo encuentra ante sí en Devachán como un hombre sobrio y bueno; y de la
misma manera en todos los casos posibles, padre, hijo, esposo y esposa
encuentran allí sus seres queridos perfectos y plenos de sabiduría. Todo ésto
para beneficio del alma. Uno puede calificarlo como un estado de ilusión si así
lo prefiere, pero la ilusión es necesaria para la felicidad, como a menudo
acontece en la vida. Y como la mente es la que produce la ilusión, no es por
tanto una trampa. Ciertamente la idea de un "cielo" erigido al margen
del infierno, donde usted ha de saber, si es que le queda algún cerebro o
memoria bajo el sistema ortodoxo actual, que sus errados amigos y parientes
están sufriendo tormento eterno, no admite comparación alguna con la doctrina
delDevachán. Pero las entidades en Devachán no están enteramente desprovistas de
poder para ayudar a los que quedaron sobre la tierra. El amor, Maestro de la Vida , si es verdadero, puro y
profundo, inducirá al bienaventurado Ego en Devachán a influir benéficamente sobre aquellos
que quedaron en la tierra, no sólo en la parte moral, sino también en la de
circunstancia material. Esto es posible bajo una ley del universo oculto que no
puede ser explicada ahora con provecho, pero el asunto puede mencionarse. Esto
ha sido divulgado anteriormente por H.P. Blavatsky sin que se le haya prestado
sin embargo mayor atención.
La última pregunta por considerar es, si a
nosotros nos es posible o no desde esta esfera alcanzar a los que residen en Devachán, o si ellos pueden
llegar a la nuestra. No podemos alcanzarlos ni influenciarlos, a menos que
seamos Adeptos. La pretensión de los médiums de que pueden comunicarse con los
espíritus de los muertos, carece de fundamento, y aún menos válida es la
presunta habilidad para ayudar a aquellos que se han ido al Devachán. El Mahatma, un ser
que ha desarrollado todos sus poderes y que está libre de toda ilusión, puede
trasladarse al estado devachánico y comunicarse entonces con los Egos que allí
se encuentran. Esa es una de sus labores, y es la única Escuela de los
Apóstoles que existe después de la muerte. Los Mahatmas se aproximan a ciertas
entidades en Devachán con el propósito de sacarlos de esa
condición, a fin de que retornen a la tierra para bien de la raza. Por lo
tanto, los Egos a quienes ellos se aproximan son aquellos cuya naturaleza es
noble y profunda, pero que no poseen la sabiduría suficiente como para ser
capaces de vencer las ilusiones naturales del Devachán.
Algunas veces también el médium sensitivo y puro entra en ese estado y se
comunica con los Egos que allí se encuentran, pero ese caso es muy raro y
ciertamente no sucederá con el tipo ordinario de médiums que trabajan por
dinero. Pero el alma jamás desciende aquí al médium. Y el abismo que existe
entre la conciencia del Devachán y la del globo terrestre es tan
profundo y vasto, que muy rara vez puede el médium recordar a su regreso a qué
o a quién encontró, vió o escuchó en Devachán.
Este abismo es comparable al que separa el Devachán del nacimiento; aquel abismo en el
cual toda memoria previa se desvanece.
Cuando el período completo asignado por
las fuerzas del alma ha concluído en Devachán,
los hilos magnéticos que atan el alma a la tierra comienzan a ejercer su poder.
El Yo despierta de su sueño, es velozmente guíado hacia un nuevo cuerpo, y,
entonces, justo antes del nacimiento, el Ego ve por un instante todas las
causas que le condujeron al Devachán y de regreso a la nueva vida a punto
comenzar, y sabiendo que es todo justo y sólo el resultado de su propio pasado,
el Ego no se lamenta, sino que otra vez toma su cruz...y otra alma ha regresado
a la tierra.
1 Cartas del Mahatma K.H. Véase The Path V. 5, p.
192.
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