viernes, 14 de septiembre de 2018

La Filosofía Perenne

Estas enseñanzas no son, por lo tanto, novedades, ni inventos de hoy, sino que desde hace mucho tiempo fueron expresadas, si no enfatizadas; nuestra doctrina es la explicación de una anterior y puede mostrarse la antigüedad de estas opiniones con el testimonio del propio Platón. — Plotino, Enéadas V. 1.8 

Hay un pensamiento fascinante en uno de los Diálogos de Platón, el Simposio (§202-4), en el cual el amor es el punto medio entre la ignorancia y la sabiduría, el mediador entre los humanos y los dioses, y que a través del amor alcanzamos la comprensión espiritual. San Pablo, también, habló del amor en uno de los pasajes más bellos de la Biblia: que incluso si él pudiera hablar todas las lenguas de los hombres y ángeles, y no tuviera amor, sería como el sonido del latón y el tintineo del címbalo; y aunque hubiera tenido el don de la profecía, aunque conociera todos los misterios y tuviera fe para mover montañas, pero sin amor, él no sería nada, homenaje al mandamiento de su Maestro, “amaos unos a otros como yo os he amado”. 
Y en el buddhismo el ser humano ideal, el bodhisattva que está “despierto” a la Realidad detrás de las ilusiones de la vida, se dice que posee un “gran corazón amoroso”. 

Él ha llegado a la “otra orilla” de la iluminación guiado y fortalecido por el perfeccionamiento en sí mismo de las dos virtudes más importantes de la filosofía budista, karunā y prajñā, “amor” y “una sabiduría perspicaz” nacida del altruismo. El mismo tema domina la palabra filosofía —cuya invención se atribuye a Pitágoras— la palabra es una unión de dos raíces griegas: philos, “amor” + sophia, “sabiduría”. Aunque por lo general se traduce como “amor a la sabiduría”, la filosofía puede igualmente denotar la sabiduría del amor o, alternativamente, “sabiduría amorosa”. Entre los varios términos griegos para el amor, cada uno significa un aspecto diferente, philos y su afín philia connotan la amistad y el afecto, como en la filantropía, “amor al hombre”. Theon de Esmyrna (segundo siglo dc) escribió que la filosofía puede ser comparada a la iniciación en los Misterios, cuya última parte o el logro es “la amistad y la comunión con la divinidad”. 

Así podemos ver que el objetivo principal de la filosofía griega originalmente, como el buddhismo y el cristianismo, era la perfección del amor y la sabiduría como un medio para llegar a ser uno con la fuente de la vida. Además, cada una de estas tradiciones implica que la búsqueda espiritual en realidad comienza con el amor y termina en la sabiduría; que los portales al corazón del Ser se abren a los que se apoderan de la pasión por la verdad y una profunda preocupación por el bienestar de todos. “Vivir para beneficiar a la humanidad es el primer paso”, este es un mensaje universal, perenne. Igualmente duradera ha sido la búsqueda de la humanidad por una sabiduría unificadora y salvadora. La idea de una filosofía perenne, de un denominador común —más bien, un factor común más alto— formando la base de la verdad en los muchos sistemas de pensamiento religiosos, filosóficos y científicos del mundo, se remonta a miles de años por lo menos. El estadista y filósofo romano Cicerón, por ejemplo, hablando de la existencia del alma después de la muerte, menciona que no sólo tiene la autoridad de toda la antigüedad de su lado, así como las enseñanzas de los Misterios Griegos y de la naturaleza, sino que “estas cosas son de fecha antigua, y tienen, además, la aprobación de la religión universal” (Tusc. Disp. I.12-14). 

Fue el filósofo alemán Leibniz del siglo XVII, sin embargo, que popularizó la frase latina philosophia perennis. La usó para describir lo que necesitaba para completar su propio sistema. Este sería un análisis ecléctico de la verdad y la falsedad de todas las filosofías, antiguas y modernas, por la cual “se extraería el oro de la escoria, el diamante de su mina, la luz de las sombras; y esto sería, en efecto, una especie de filosofía perenne”. Un fin similar, con el objetivo de reconciliar diferentes filosofías religiosas, fue perseguido por Amonio Sacas en Alejandría (siglo III dc), el inspirador de Plotino y del movimiento neoplatónico. Leibniz, sin embargo, no pretendía inventar la frase. Dijo que la encontró en los escritos de un teólogo del siglo XVI, Agustín Steuch, a quien consideraba como uno de los mejores escritores cristianos de todos los tiempos. Steuch describió la filosofía perenne como la verdad absoluta revelada originalmente puesta a disposición del hombre antes de su caída, completamente olvidada en ese lapso, y poco a poco recuperada en forma fragmentaria en la historia posterior del pensamiento humano. 

Mucho más recientemente (1945) Aldous Huxley compiló una antología de las tradiciones religiosas y místicas del mundo que describe muchas características comunes a esta “filosofía de las filosofías”. En su prefacio, la definió de la siguiente manera: Philosophia Perennis — . . . la metafísica que reconoce una Realidad divina substancial al mundo de las cosas, vidas y mentes; la psicología que encuentra en el alma algo similar a, o incluso idéntico con, la Realidad divina; la ética que sitúa el último fin del hombre en el conocimiento del Terreno inmanente y trascendente de todo ser, es inmemorial y universal. Rudimentos de la Filosofía Perenne pueden ser encontrados entre la sabiduría popular de los pueblos primitivos en todas las regiones del mundo, y en sus formas plenamente desarrolladas tiene un lugar en cada una de las religiones superiores.  Huxley señaló que no recurrió a los escritos de los filósofos “profesionales” en la compilación de su libro, sino a unos pocos de esos raros individuos en la historia que han elegido cumplir ciertas condiciones —en sus palabras, “haciéndose amorosos, puros de corazón, y pobres (humildes) de espíritu”— por las que se les concedía de primera mano, la aprehensión directa de la Realidad divina. Si uno no es un sabio o un santo, él sentía, que lo siguiente mejor que uno podía hacer era “estudiar las obras de aquellos que lo eran y quienes, debido a que habían simplemente modificado su modo humano de ser, eran capaces a más de una clase y cantidad de conocimiento meramente humano”. 

No es tan extraordinario que las enseñanzas centrales de todas las grandes filosofías espirituales sean tan similares, a pesar de que las tradiciones están separadas geográficamente, culturalmente, y por vastas épocas de tiempo. Porque era la misma teosofía o sabiduría divina que fue universalmente dada a cada sabio y maestro, la misma “doctrina inagotable, secreta y eterna” que Krishna había impartido hace eones a Vivasvat (el Sol), y se ha transmitido periódicamente de edad en edad (Bhagavad Gītā, cap. 4). 
La presentación moderna más completa de esta “teosofía perennis”, con pruebas de su difusión en todo el mundo, puede encontrarse en los escritos de H. P. Blavatsky, en particular La Doctrina Secreta, subtitulada “La Síntesis de la Ciencia, la Religión y la Filosofía”. Ella misma fue instruida por estudiantes más avanzados, escribió que: las enseñanzas contenidas en estos volúmenes, por incompletas y fragmentarias que sean, no pertenecen de modo exclusivo, ni a la religión hindú, ni a la de zoroastro, ni a la caldea, ni a la egipcia; ni al buddhismo, ni al islamismo, ni al judaísmo, ni al cristianismo. 

La Doctrina Secreta es la esencia de todas ellas. Habiendo salido de ella en sus orígenes, los distintos esquemas religiosos ahora los fundiremos a su elemento original, del cual todos los misterios y dogmas se han desarrollado, para venir a materializarse. I, viii Además de elaborar las enseñanzas fundamentales y mostrar su analogía en la naturaleza, Blavatsky explica cómo la “sabiduría secreta de las cosas divinas” había sido “revelada” a la humanidad y renovada perió- dicamente a lo largo de la historia. Refiriéndose a un acontecimiento histórico alegorizado en la historia del Jardín del Edén, en el mito del fuego Prometeico, y también en la historia hindú del descenso de los mānasaputras (“hijos de mente”), ella describe cómo hace unos 18 millones de años seres divinos, humanos “perfeccionados” de ciclos anteriores que son nativos a esferas superiores, invisibles de vida cósmica, mezclaron una parte de su conciencia con la humanidad naciente, encendiéndolos con inteligencia pensante. En este acto de sacrificio y necesidad evolutiva, imprimieron indeleblemente sobre la “sustanciamental plástica” de la humanidad verdades importantes de vida para que nunca se pierdan por completo. 

Aquí pues, también, está la lógica de la doctrina de Platón de que el aprendizaje es en realidad un proceso de “reminiscencia” “recordar” o “redescubrir” el conocimiento primordial grabado en la porción inmortal del alma. Desde ese tiempo antiguo, restauraciones de la tradición de la sabiduría en todas partes del mundo se han regularmente intentado, principalmente por dos razones: primero, debido a fuerzas erosivas que con el tiempo desfiguraron cada presentación, es decir, que las enseñanzas originales, usualmente orales, son imperfectamente recordadas u olvidadas, los textos se pierden, las copias y traducciones son editadas, los significados de las palabras cambian, y la gente a menudo malinterpreta o pasa por alto puntos esenciales. La segunda y más convincente razón es que la humanidad está evolucionando, con necesidades igualmente evolutivas; y cuando el grito del corazón humano colectivo es suficiente, una respuesta de la región correcta se hace sentir, que cumplirá las necesidades del ciclo entonces abierto. Es bien sabido que los mesías, los avatares, los buddhas, los profetas, y los “enseñados por dios” de cada nación han venido como reformadores y transmisores, no como originadores de nada más que la “prenda terrenal” de su presentación, tejida con materiales disponibles. Sin embargo, también hay que señalar que los mensajeros son raramente conocidos por sus contemporáneos, ni tampoco se entiende la importancia de su mensaje. Toda innovación atrae la oposición; poderosos dragones rodean el grial. 

Nuestra propia época, como todas las demás, está repleta de “falsos profetas” cuya mezcla a veces fascinante de verdad y error ha llevado a muchos a extraviarse dentro de zonas marginales improductivas, incluso peligrosas. Entonces ¿cómo podemos determinar lo que es genuinamente del espíritu y lo que es falso? A pesar de que requiere un estudio perseverante y discriminatorio, podemos aplicar las pruebas de perennidad y universalidad: ¿está la enseñanza explícitamente declarada o implícita por los grandes maestros espirituales del mundo? ¿Y, lo que es igualmente importante, tiene el sello distintivo del espíritu: ¿es atractivo para el lado desinteresado, altruista de nuestra naturaleza? El universo, físico y metafísico, es todo una realidad; y de acuerdo con la lógica simple sólo puede haber una verdad, aunque sea limitada, variada y aunque sus expresiones en el lenguaje humano puedan ser aparentemente divergentes. 
La influencia divisiva de las teologías dogmáticas, del intento de arrogar la verdad bajo banderas de cualquier tipo, incluyendo las de la ciencia y la filosofía, puede afectar el bienestar humano sólo negativamente. 

Tal vez lo mejor es recordar, entonces, que, como el amor, la mayoría de nosotros estamos “a medio camino” entre la ignorancia y la sabiduría. Si tenemos insinuaciones de realidades divinas sobre las cuales buscamos un conocimiento más completo, o si buscamos solamente ser una fuerza activa para el bien en el mundo, pero necesitamos una filosofía que nos ayude a sobrellevar las tormentas de la vida, y la depresión, podemos estar seguros de que existe tal conocimiento que satisface tanto el corazón como el intelecto. 
La humanidad no está ni ha estado privada de la tutela compasiva de los dioses. 
Tanto ellos como sus representantes terrenales han ofrecido siempre la brújula de la sabiduría-amorosa como la guía más segura a nuestro destino. Al seguir el curso trazado por estos avanzados caminantes, no sólo podemos descubrir lo que es verdadero en la vida y lo que no lo es, sino que nos corresponderá expresar las cualidades perennes del espíritu. • ¿Por qué la divinidad se manifiesta tantas veces y en tantas formas diferentes? Cada semilla divina, cada chispa de Dios, cada unidad de vida, debe atravesar el ciclo enorme de la experiencia, desde los dominios más espirituales hasta los más materiales, a fin de obtener conocimiento personal en toda condición de vida. 

Debe de aprender al convertirse en toda clase de forma, es decir, al adoptar esos cuerpos, a medida que sigue su curso a través del arco de la materia. He aquí una visión para animar al corazón: sentir que todo ser humano es una pieza necesaria del propósito cósmico es dar dignidad a nuestros esfuerzos, a la necesidad de evolucionar. La razón de este gran “ciclo de necesidad” es doble: primero, empezamos como chispas divinas inconscientes, pero tan pronto como hayamos experimentado todo lo que hay que aprender en cada forma de vida, no sólo habremos despertado a una conciencia más plena de multitudes de vidas atómicas que nos sirven como nuestros cuerpos en los diversos planos, sino que nosotros mismos, nos habremos convertido en dioses por derecho propio.

Traducido del inglés por miembros de la Sociedad Teosófica
THE THEOSOPHICAL SOCIETY PASADENA, CALIFORNIA

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