El problema de la inmortalidad del alma ha conturbado desde tiempo inmemorial la
mente de vates y sabios, de sacerdotes y profetas, de reyes y mendigos.
El interés del problema no ha decaído ni decaerá mientras el hombre exista.
Varias soluciones han presentado diversas mentes y en todas las épocas de la historia
discutieron este problema los pensadores, sin que pierda su perenne actualidad.
A menudo nos olvidamos de este problema entre la tumultuosa lucha de la vida
ordinaria; pero cuando muere una persona amada, cesa por un momento el bullicio del
mundo y nos preguntamos: "¿Qué hay más allá? ¿Cuál es el destino del alma?"
Todo humano conocimiento deriva de la experiencia y todos nuestros razonamientos
están basados en la generalización de las experiencias.
¿Qué vemos al mirar en nuestro derredor?
Un continuo cambio que se repite en el ciclo de nacimiento, desarrollo, reproducción,
decaimiento, muerte y renacimiento. Tal es nuestra cotidiana experiencia.
Pero tras esta innúmera variedad de formas desde el ínfimo átomo hasta el hombre
perfecto, descubrimos la subyacente unidad.
Vemos que de día en día va sutilizándose la valla que a nuestro entender separaba
infranqueablemente unas cosas de otras, y la ciencia moderna reconoce ya la unidad
esencial de la materia, como desde hace tiempo reconoció la esencial unidad de la
energía.
La materia se manifiesta en variedad de modalidades y en diversas formas animadas
todas por la misma vida como continua cadena de que las diversas formas son los
eslabones. Tal es la evolución de la forma, de la vida y de la conciencia, que ya de muy
antiguo conocieron los primitivos sabios, pero que se renueva a medida que adelanta el
conocimiento colectivo de la humanidad.
Pero los antiguos sabios percibieron una verdad que no perciben tan claramente los
modernos, y esta verdad es la involución.
La semilla medra en planta. Un grano de arena nunca se convierte en planta.
Todas las posibilidades del futuro hombre laten en el niño, como laten en la semilla
todas las posibilidades del futuro árbol.
En germen. están todas las posibilidades de una vida futura, ya esta latencia le llamaron
involución los antiguos filósofos de la India.
Así vemos que toda evolución presupone
una involución. Nada puede evolucionar si no está involucionado y latente en lo que
evoluciona.
La ciencia moderna acude de nuevo en este punto en nuestro auxilio. Sabemos por
razonamiento matemático que jamás se altera la suma total de la energía operante en el
universo. Nada se crea ni se aniquila. Ni un átomo de materia ni una dina de energía.
Por lo tanto, la evolución no puede proceder de la nada sino de una previa involución.
El niño es el hombre involucionado, y el hombre es el niño evolucionado.
La semilla es el árbol involucionado y el árbol es la semilla evolucionada.
Desde el protoplasma hasta el hombre perfecto no hay más que una vida.
Así como la vida del germen humano es la misma vida del feto, del infante, del niño,
del joven, del adulto y del viejo, así también es una misma la vida que en continuo
encadenamiento anima todas las formas, desde el protoplasma hasta el hombre, y en
consecuencia toda la vida evolucionante ha de estar desde un principio involucionada en
el protoplasma.
Sin embargo, no hemos de creer que la vida crezca, que aumente o se acreciente por
yuxtaposición de más vida, porque la vida latente e involucionada en el protoplasma es
la infinita vida de Dios, independiente de toda condición externa.
Substituyamos la idea de crecimiento por la de manifestación y habremos acertado con
la verdad. Las formas perecen y la vida subsiste en nuevas formas que también perecen,
aunque subsiste su materia constituyente para construir nuevas formas.
Sin embargo, esto no es la inmortalidad del alma, sino a lo sumo la perenne renovación
de las formas.
Ni la materia se puede aniquilar ni la energía deja de existir. Van transmutándose en
diversas modalidades hasta que retornan a la fuente de que procedieron.
Esta transmutación se efectúa en ciclos o en espiral, y no en línea recta., porque en el
universo no existe en rigor la línea recta, pues lo que en el mundo tridimensional de
relatividad llamamos línea recta no es más que un arco infinitesimal de una
circunferencia de un círculo de radio infinito.
Por lo tanto, tampoco puede aniquilarse el alma en que está involucionada la cósmica
energía de Dios, y ha de recorrer su ciclo de evolución para retornar a Dios.
Por otra parte, todo lo que está compuesto se ha de descomponer algún día, y todo lo
que en el universo es el resultado de la combinación de fuerza y materia ha de
desintegrarse en sus elementos, que son el akasha o materia primordial y la prana o
energía universal.
Todo lo que proviene de una causa ha de dejar de existir y retornar a su causa.
Ahora bien; el alma no es una fuerza ni es el pensamiento. Es la productora del
pensamiento, pero no el pensamiento en sí. Es la constructora del cuerpo, pero no el
cuerpo.
Vemos que el cuerpo no puede ser el alma porque no es inteligente, y la inteligencia es
un poder reaccionante.
Al ver un objeto, los rayos de luz que refleja forman su imagen en la retina y esta
imagen la transporta el nervio óptico al cerebro que a su vez la transfiere a la mente y
ésta al ego quien reacciona y ve el objeto.
Supongamos que un individuo. está escuchando con profunda atención lo que se le
dice, porque es para él interesantísimo, y entre tanto le pica un mosquito sin que note la
picadura.
El insecto ha horadado con su trompetilla la epidermis del individuo y los nervios
periféricos han transmitido la sensación al cerebro y éste a la mente y la mente al ego,
como en el caso anterior; pero el ego está ahora ocupado en escuchar al interlocutor y
no reacciona contra la sensación porque no la advierte aunque existe. Puede haber
sensación, pero si no hay reacción será lo mismo que si no la hubiera, lo cual demuestra
que no siente el cuerpo sino el ego o alma cuando reacciona contra la sensación.
Se conocen varios casos en que un individuo en determinadas circunstancias habló en
un idioma que no había aprendido; pero ulteriores investigaciones demostraron que
aquel individuo había estado en su niñez entre gentes que hablaban aquel idioma y las
impresiones acústicamente recibidas permanecieron almacenadas en el cerebro, hasta
que por cualquier causa reaccionó el ego y el individuo fue capaz de hablar en el no
aprendido pero escuchado idioma.
Esto demuestra que la mente por sí sola no basta, que es un instrumento al servicio del
ego o verdadero ser del hombre, del alma, llamada en sánscrito atman.
En el caso citado, la mente del individuo, cuando niño, recibió las impresiones del
idioma que oía hablar en su derredor sin conocer.
lo, pero cuando adulto se reprodujeron conscientemente aquellas impresiones.
Como quiera que los modernos positivistas han identificado el pensamiento con los
cambios moleculares de la masa cerebral, no saben explicar casos como el referido y se
satisfacen con negar su autenticidad.
La mente está unida al cerebro mientras vive el cuerpo, y cuando éste muere subsiste
como instrumento del ego en los planos suprafísicos.
El ego es el iluminador, y la mente es el instrumento de que se- vale y por su medio
gobierna los órganos o instrumentos externos y recibe la percepción.
Los instrumentos externos reciben las impresiones y las transmiten al cerebro, pues
debemos recordar que los órganos de los sentidos o instrumentos externos no son más
que receptores y transmisores de las sensaciones a los correspondientes centros
cerebrales que a su vez las transfieren a la mente por cuyo medio las percibe el ego.
Así resulta que el verdadero hombre no es el cuerpo ni la mente ni puede ser un
compuesto, porque todo lo compuesto se puede ver o imaginar, y lo que no se puede ver
o imaginar ni es fuerza ni materia ni causa ni efecto no puede estar compuesto de partes
diferentes.
Lo compuesto sólo existe en cuanto abarca nuestro mundo mental, en el mundo de la
relación y de la ley de causación, y como el Ser del hombre trasciende la ley no puede
estar compuesto, y nunca muere, pues muerte significa descomposición y lo simple y
puro y perfecto por esencia nunca puede morir ni tampoco puede vivir en el sentido que
tiene la vida en el mundo de la relatividad, ya que vida y muerte son el anverso y
reverso de la misma medalla.
Por consiguiente, lo que como el alma humana está más allá de la muerte, debe también
estar más allá de la vida de relación.
Nunca nació el alma ni nunca morirá. Es eterna. Es la esencia de toda vida.
Los
nacimientos y muertes que enumeran las estadísticas demográficas pertenecen al cuerpo
y no al alma, porque el alma es omnipresente. Se preguntará cómo puede ser el alma
omnipresente, por cuanto si un individuo está en determinado punto no puede estar al
propio tiempo en otro punto distinto; pero la omnipresencia a que aludimos se refiere al
alma en sí misma y no al alma limitada por las temporáneas condiciones del cuerpo.
Además, si el alma humana ha surgido del seno de Dios debe ser de la misma naturaleza
de Dios, y de aquí la identidad esencial de todas las almas y su omnisciencia y
omnipresencia, aunque estos que pudiéramos llamar atributos por falta de mejor palabra
para expresar la idea, están latentes, inmanifestados en el alma, hasta que llegan a la
plena manifestación.
Dice el texto:
"Por El se extiende el firmamento y brilla el sol y todo vive.
Es la Realidad del
universo.
Es el Alma de nuestra alma.
Somos unos con El. Somos El."
Doquiera haya dos, habrá temor, recelo, conflicto y lucha. Cuando se reconoce la
esencial unidad de todos los seres, que hay un solo Ser manifestado en los seres
individuales, no es posible odiar a nadie ni luchar con nadie, por la imposibilidad de
odiarse y luchar con uno mismo.
Los odios, enemistades, recelos, envidias y cuanto significa antagonismo proviene del
morboso sentimiento dé separatividad, cuando nos identificamos con la forma corporal
por haber olvidado nuestra verdadera naturaleza y cedido a los engaños de la ilusión.
Tal es la explicación de la verdadera naturaleza de la vida y la genuina naturaleza de
la existencia. Esto es perfección y esto es Dios. Mientras veamos la multiplicidad
estaremos obcecados por la ilusión.
Swami Vivekananda
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