martes, 19 de febrero de 2019

INTRODUCCIÓN A LOS ORÁCULOS CALDEOS



Los Oráculos Caldeos (Logia, Oracula, Responsa) son el producto de un sincretismo helénico y, más concretamente, alejandrino. Por aquel entonces, la verdadera filosofía religiosa alejandrina se entendía como una mezcla de elementos órficos, pitagóricos, platónicos y estoicos, y constituía la teología de los eruditos de Alejandría, ciudad que a partir del tercer siglo a. J.C. se transforma gradualmente en el centro de la cultura helénica. En su íntimo contacto con los pueblos de Oriente, el pensamiento griego se unió libremente a los entusiastas cultos del misterio ya las tradiciones centradas en la búsqueda de la sabiduría. También se dedicó un gran esfuerzo a elaborar un sistema filosófico basado en la mitología, teosofía y gnosis, sentencias proféticas, apocalipsis simbólico y tradiciones populares iniciáticas de estos pueblos. Egipto y Caldea, considerados como la cuna de las más antiguas tradiciones de la búsqueda de la sabiduría, se convirtieron en las dos naciones que influyeron con mayor fuerza en los pensadores griegos. 

Ya hemos hablado extensamente en los volúmenes sobre Hermes Trismegisto -el tres veces grande- de cómo el helenismo elaboró una filosofía con la antigua sabiduría de Egipto. Sin ir más lejos, es lo que intentan hacer estos Oráculos con la sabiduría caldea. Más aún, mientras que en los escritos herméticos debemos manejamos con una serie de tratados en prosa, en estos Oráculos nos enfrentamos con un único poema de misterio, cuyo punto de comparación más cercano se establece en el ciclo de poemas pseudoepigráficos de Judíos y Cristianos conocidos como los Oráculos Sibilinos. 

La gran biblioteca de Alejandría contenía una valiosa colección de manuscritos denominados por aquellos tiempos «Libros Sagrados de Oriente» y que estaban redactados en sus lenguas originales. Muchos fueron traducidos, entre ellos se encuentran Los Libros de los Caldeos. Zosimo, el antiguo alquimista y miembro de una de las últimas comunidades herméticas, escribe, en alguna parte, a fines del siglo III d. J.C.: Los caldeos, persas, medos y hebreos lo llaman Adán [el Primer Hombre], que haciendo una interpretación representa la Tierra virgen, la Tierra rojo sangre, la Tierra ardiente y la Tierra carnal. Estas indicaciones se encontraron en las colecciones de libros de los Tolomeos, quienes las guardaban en los templos, y especialmente en el Serapeum.1 En verdad, el término Caldeos es vago y científicamente impreciso. Caldeo es un sinónimo griego de Babilónico, y es la forma en que ellos tradujeron literalmente el nombre asirio Kaldu. 

La verdadera tierra de los Kaldú se ubicaba exactamente al sudeste de Babilonia, en lo que entonces era la costa. Como dice la Enciclopedia Bíblica: Los Caldeos no sólo proveyeron una antigua dinastía a Babilonia, sino que intentaron invadirla constantemente, ya pesar de las repetidas derrotas de manos de los Asirios, gradualmente establecieron su dominación. El fundador del Imperio Neo-Babilónico, Nabopolassar (aprox. en el 626 a. J.C.) era un caldeo, y desde ese momento Caldea significó Babilonia. Encontramos el término Caldeos usado en Daniel, como el nombre dado a una casta de sabios. Si bien en tiempos del Imperio Neo-Babilónico Caldeo significaba Babilónico en el sentido más amplio de miembro de una raza dominante, después de la conquista persa el término tomó connotación de literati babilónicos y se convirtió en sinónimo de adivino y astrólogo, y con este sentido pasó a los escritores clásicos. Sin embargo, veremos a través de los fragmentos del poema que nos interesa que algunos de los caldeos fueron algo más que adivinos y astrólogos. 

Con referencia a las fuentes de este misterioso poema hoy perdido, los disjecta membra se encuentran principalmente en los libros y comentarios de los platónicos, es decir, de la escuela neoplatónica. Además existen cinco tratados del período bizantino que tienen que ver de una forma directa con las doctrinas de la «filosofía caldea»: cinco capítulos de un libro de Proclo, tres tratados de Psello (siglo XI) y una carta de un escritor de cartas contemporáneo, seguidor de Psello. 
Pero, con toda probabilidad, el mayor número de fragmentos se encuentra en los libros de los filósofos neoplatónicos quienes, desde la época de Porfirio (que tuvo su auge alrededor del 250-300) y, por lo tanto, podemos concluir del propio Plotino, el corifeo de la escuela- evidenciaban una alta estima por los Oráculos. Prácticamente sin interrupción, los seguidores de la escuela creadora del concepto de la serie de emanaciones (a) los elogia y comenta largamente, de Porfirio en adelante -Jámblico, Juliano el emperador, Sinesio, Siriano, Proclo, Hierocles- hasta el último grupo que floreció en la última mitad del siglo VI, época en que Simplicio, Damascio y Olimpiodoro se ocupaban aún de la filosofía de los Oráculos. Algunos de ellos -Porfirio, Jámblico y Procloescribieron tratados muy elaborados. Así, Siriano compuso una sinfonía de Orfeo, Pitágoras y Platón haciendo referencia a los Oráculos y explicándolos; en tanto que Hierocles, en su tratado Sobre la Providencia, intentó poner en armonía la doctrina de los Oráculos con los dogmas de la Teurgia y la filosofía de Platón. 

Desafortunadamente, todos estos libros se han perdido y debemos contentarnos con numerosas pero desperdigadas referencias y ocasionales citas en otras obras, por medio de las cuales han llegado hasta nosotros. Sería muy largo discutir la literatura de los Oráculos en esta breve introducción; y, por cierto, tampoco sería necesario, ya que hasta que apareció el trabajo de Kroll, este tema nunca había sido tratado con rigor científico. Antes de Kroll se consideraba, más o menos generalmente, que los Oráculos eran una colección de dichos derivados de la sabiduría caldea; incluso algunos sostenían que se trataba de traducciones directas o parafraseadas de un original caldeo. Esta era la impresión general que derivaba de la vaguedad con la cual los comentaristas neoplatónicos introducían la obra, por ejemplo: Los Oráculos Caldeos, Los Caldeas, Los Asirios, Los Extranjeros (lit. Bárbaros o Nativos), la Sabiduría Transmitida por Dios, o Mistagogía transmitida por los Dioses, y en general, simplemente: Los Oráculos, el Oráculo, los Dioses o uno de los Dioses. Kroll fue el primero en establecer que existía una única obra, es decir, un poema en verso hexámetro en el estilo convencional de las profecías de los oráculos griegos, como era el caso de los centones sibilinos y homéricos. 

La casi totalidad de los fragmentos de este poema ha sido preservada hasta nosotros al estar incluidos en el refinado estrato de un comentario muy elaborado, en el cual las formas simples de las metáforas poéticas y las expresiones simbólicas del original habían sido amalgamadas con las sutilezas de una sistematización abstracta y altamente desarrollada, la cual era, en su mayor parte, extraña al espíritu entusiasta y vital de las manifestaciones místicas del poema. Para comprender las doctrinas del poema original, se hace imprescindible recuperar los fragmentos que quedan y agruparlos lo mejor posible bajo encabezamientos generales y que respeten una misma naturaleza. 
No debemos contentarnos, como se ha hecho anteriormente, con realizar una lectura a través de los ojos de los filósofos neoplatónicos, cuya principal preocupación no era sólo hacer una armonía o sinfonía entre Orfeo, Pitágoras, Platón y los Oráculos, sino que debemos acomodar forzadamente los Oráculos a sus propias elaboraciones sobre las doctrinas platónica y neoplatónica. 

Una vez conseguido esto tendremos ante nosotros los restos de un misterioso poema dirigido a los «iniciados» y que, evidentemente, constituye una parte de la instrucción interna de una Escuela o Comunidad. Aun así, no tendremos el original nítido pues existen numerosas interpolaciones que se introdujeron sigilosamente en la traducción del texto a medida que éste pasaba por las manos de muchos escribas. ¿De cuándo data este poema original? Porfirio ya lo conocía. Ahora bien, Porfirio
( que en griego significa sal común) era un semita de nacimiento y dominaba la lengua hebrea; quizá también el caldeo. Asimismo, sabemos que era un gran erudito, que tenía una excelente habilidad crítica y que trabajó arduamente para tamizar los oráculos genuinos de aquellos falsos, lo que también demuestra que en aquella época circulaban muchos oráculos. 

Él recopiló los oráculos originales en un trabajo, titulado Sobre la Filosofía de los Oráculos, hoy perdido; y entre ellos se encuentra el poema que nos ocupa. Kroll sitúa este poema a fines del siglo II o comienzos del III, sobre todo porque en él se respira el espíritu de un cierto «culto de salvación». Este autor afirma que estos cultos no se difundieron hasta la época de Marco Aurelio (durante los años 161-180 del imperio). 

Sin embargo, habían sido muy comunes en Oriente y Alejandría durante muchos siglos, por lo que no parece que este dato proporcione alguna indicación de fecha. Los dos Julianos, padre e hijo, al primero de los cuales Suidas llama un «filósofo caldeo» y al segundo «el teúrgo» -agregando que éste tuvo su auge en el período de Marco Aurelio-, no nos ayudarán a esclarecer esta relación. El padre sólo escribió un libro, Sobre los Daimones, y aunque del hijo se han encontrado textos sobre teurgia, los oráculos teúrgicos y los «secretos de esta ciencia», Porfirio no lo asocia con los Oráculos Caldeos. Porfirio dedicó un libro aparte (actualmente perdido), a los comentarios, Las Doctrinas de Juliano el Caldeo, mientras que Proclo y Damascio disocian este Juliano de dichos Oráculos, citándolo por separado bajo el título de «El Teúrgo» .2 Evidentemente Porfirio consideraba estos Oráculos muy viejos, pero ¿cuán viejos? No es posible dar una respuesta precisa. 

El problema es el mismo que se nos presenta con la literatura hermética y sibilina, las cuales pueden rastrearse en una línea continua hasta la primera época del período tolomeico. Por consiguiente, estamos justificados al decir que el poema puede ubicarse fácilmente tanto en el primero como en el segundo siglo de la era cristiana. Resta sólo remarcar que, como cabe esperar de trozos tan dispersos y fragmentos de metáforas altamente poéticas y simbólicas y de poesía mística, la tarea de la traducción es muy difícil; sobre todo debido a la ausencia de una crítica verdadera en los documentos de los cuales los Oráculos han sido recuperados. Kroll nos ha suplido con un arma excelente y muchas enmiendas de la tradición en los textos impresos. Sin embargo, hasta que los trabajos existentes de la escuela neoplatónica no fueron editados a partir de los manuscritos (cosa que sucedió en muy pocas oportunidades) es imposible hablar de un texto verdaderamente crítico de los fragmentos del Oráculo. 

Kroll ha publicado, en un indispensable tratado en latín, todos los textos, tanto de los fragmentos como de los contextos, basándose en las obras de los autores antiguos donde fueron encontrados.
Sin embargo, y como en general suele suceder con el trabajo de los especialistas, no traduce ni siquiera una línea. Con estas breves observaciones les presentamos ahora una traducción y comentarios de lo que debiera llamarse «La Gnosis del Fuego».

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