Desde los tiempos más remotos, la creencia
en un Ser superior y supremo, que se manifiesta en la totalidad de lo que el
ser humano sólo manifiesta en parte, ha sido una verdad y creencia básica
compartida por todos los humanos. El hombre primitivo, abriéndose paso por el
lodo y el fango de los pantanos paleozoicos, se golpeaba el velludo pecho con
sus largos y deformes brazos y elevaba su grito hacia un Dios desconocido. Y
hasta los velludos antropoides de nuestros días, según nos cuentan los
exploradores, tienen ciertos rudimentos de prácticas religiosas. Sin alma pero
sapientes, elevan al cielo su caras semihumanas y juntan sus manos como para
rezar. Nadie sabe desde cuándo existe el espíritu de veneración - el intenso
deseo de expresar la gratitud por el simple privilegio de existir -, pero no
cabe duda de que es tan antiguo como la historia misma. Los primeros escritos
que se conocen se refieren a los dioses. Probablemente, los primeros edificios
fueron templos, pues día a día vamos cobrando conciencia cada vez mayor de que
toda estructura existente en la naturaleza es un santuario construido sin
acompañamiento de voces humanas o golpes de martillo. Pero no sólo es un
santuario, sino también un altar. Y no sólo es un altar, sino también la
ofrenda que se hace en el altar. No hay voz, no hay pueblo que no rinda culto a
algún Dios, a alguna presencia sentida en silencio, a algún poder visto en el
cielo.
La totalidad de los seres humanos se dividen
en cuatro clases generales, pero cada ser humano vive únicamente en una parte
de si mismo, o, más bien, reduce las restantes partes para hacer resaltar por
encima de ellas su parte predominante. La más baja de tales divisiones es la de
la naturaleza física; los que en ella residen son de “tierra”, son
“terrestres”; no viven más que para la satisfacción de su naturaleza física. Su
idea del cielo es la de un lugar donde hay mucha comida, mucho fasto y poco a
ningún trabajo que realizar. Son los Sudras Brahmánicos, quienes nacidos en
cadenas, están condenados a vivir y morir atados a los grillos de la baja
calidad orgánica. La misma estructura de sus carnes y huesos les impide tanto
la fineza o perfección del cuerpo como la del alma. Las mentes de tales seres
sólo funcionan en parte. Sus cuerpos antes parecen prisiones que lugares de
residencia. Se diferencian de los otros temperamentos como el caballo de tiro
se diferencia del caballo árabe de pura raza. Lo mismo que caballos de tiro,
tales seres viven para llevar a cabo las tareas más bajas, sumidos en el
tráfago de sus mediocres destinos. Son los trabajadores que, en verdad, se
ganan el pan con el sudor de su frente. Si se les da opulencia, no son capaces de
mantenerse en ella. Si se los rodea de lujo, son incapaces de apreciarlo. Son
los seres oscuros, terrestres, que deben inclinarse por siempre ante la
inteligencia. No aman a Dios porque no lo comprenden. Son como los velludos
antropoides, que elevan los brazos hacia elementos desconocidos.
La segunda división es la de los artesanos,
de los que trabajan con la mente y con los manos. Son los hombres pardos del
mito hindú. Compran, venden y permutan. A su torpeza básica se agrega un poco
de astucia e inteligencia. Con esta astucia e inteligencia, dominan a quienes
no las poseen. Son los mezquinos tenderos, y también los que procuran trocar
gradualmente el trabajo manual por el trabajo mental. No disponiendo del
organismo mental apto para razonar, dependen, en su religión, de aquellos
quienes piensan por ellos. Son éstos quienes dejan que la clerecía resuelva sus
problemas espirituales, sintiéndose incapaces de cargar con el honor de los
pensamientos profundos. Como resultado de esto, su idea de la eternidad es más
bien abstracta y su credulidad es empleada en beneficio comercial de cierto
tipo de mentalidades que considera legítimo el capitalizar la ignorancia ajena.
La tercera clase es la de los científicos.
Con el microscopio, el telescopio y otros aparatos más complicados, los
representantes de este tipo llegan a los límites de lo conocido y hacen la
guerra al caos ilimitado. Los que hacen esta guerra por la causa de la ciencia
son, las más de las veces, pensadores concretos que van hasta donde los llevan sus
instrumentos, y en el límite, se detienen a la espera de que instrumentos más
poderosos les permitan continuar el camino. En lo religioso, la mayoría de
estas mentalidades son ateas, salvo el caso de que tengan dos normas de vida,
una para los seis días de trabajo en el laboratorio, y otra para el séptimo
día, en que van a la iglesia. Los milagros de la teología no pueden ser
sometidos al análisis químico. En consecuencia, el mundo científico los toma
cum grano salis, de donde deriva la controversia actual entre ciencia y
teología, que cada generación transmite a la desvalida posteridad, la que
siempre llega al mundo en el momento oportuno para entrar en debate.
El cuarto
grupo, el más elevado de todos, abarca a filósofos, músicos y artistas
que viven en un mundo mental de carácter
abstracto, rodeados de sueños y visiones desconocidas e irrecognoscibles para
los otros tres tipos. Se han elevado por encima del mundo de la educación
académica y han alcanzado el mundo del idealismo creador, que, al presente,
constituye la función más alta de la mente humana. Este mundo es el lugar de
residencia del genio, de la invención, de las cosas que las mentalidades
inferiores pueden aceptar pero no analizar. En lo religioso, estos espíritus
son deístas. Los más de entre ellos son monoteístas. Varios de ellos son
místicos u ocultista, y aun cuando todavía no hubieren llegado al plano del
reconocimiento de sus doctrinas, no por eso dejan de pertenecer al tipo
superior de inteligencias, capaz de atravesar el velo que separa la sombra de
la sustancia.
En toda naturaleza humana hay cierta
expresión de instinto primitivo. Junto al apetito de comida, que expresa el
hambre de la naturaleza material y el apetito de libertad, que expresa el
hambre de la naturaleza intelectual, nos encontramos con la apreciación de lo
desconocido; esa aspiración da testimonio de la existencia de un germen latente
de la naturaleza espiritual que, de alguna manera y en algún lugar de la
constitución de todo ser viviente, dormita en forma aparentemente inanimada.
En cuanto el ser humano fue capaz de
razonar, volvió su mente sobre sí mismo. Trató de hallar una solución al
misterio de su propia existencia, misterio que día a día le revelaba con mayor
plenitud su propia inteligencia en pleno desarrollo. ¿Qué soy yo? ¿Por qué
estoy aquí? ¿Qué hay más allá de la línea del horizonte de lo por venir? Estos
fueron los grandes problemas con que se enfrentó el hombre primitivo; y estos
son también los grandes problemas con que se enfrentan el hombre y la mujer de nuestros
días. Las religiones fueron evolucionando gradualmente, a medida que el hombre
trataba de explicarse a sí mismo. En un tiempo, las religiones fueron pocas y
sencillas, hoy son numerosas y complejas. Esto nos revela en sí mismo la
facultad de constante desarrollo de la mente humana.
El hombre primitivo no
podía contar más allá de los dedos de su mano; más tarde, la mente humana
comprendió la matemática, y con esta ciencia puede ahora realizar cálculos
infinitos con cierto grado de inteligencia. La prueba más palpable de la
evolución de la mente humana se halla en el desarrollo de los trabajos del
hombre. El tronco ahuecado que usaba el primitivo para navegar ha llegado a ser
el imponente vapor de nuestros días. Este gran desarrollo, que fue produciéndose
a través de las edades, no es resultado de ninguna transformación milagrosa de
sustancias naturales, sino del crecimiento gradual de la mente humana, la cual
va complicando cada vez más sus actividades, formas y relaciones, como
consecuencia de sus funciones eternamente en aumento.
La religión es el resultado de muchas edades
de hambre espiritual, cuando el alma del hombre primitivo, hallándose a sí
misma insuficiente, se postró con pavor ante la inmensidad de la naturaleza, en
cuya grandiosidad infinita aquélla vio un poder mucho más grande que el suyo
propio. El salvaje se volvió a los vientos y halló en ellos algo superior a él
mismo. Tembló de pavor ante la voz del trueno; quedó postrado de terror cuando
las grandes tormentas rugían a través del mundo primitivo y los cráteres de los
volcanes vomitaron piedras ígneas y cenizas candentes. Ofreció sacrificios a
los dioses del éter para que lo perdonaran.; lloró y clamó en la cumbre de las
montañas y ofreció incienso a los astros, como no hallaba a Dios en ninguna
parte, le ofrendó sacrificios en todas partes. Vio que las cosechas se quemaban
por falta de agua, que sus hijos se enfermaban delante de él. Sus esperanzas
eran destruidas por una cosa desconocida, innombrada, que él no entendía, y la
que era el factor determinante de todo pensamiento y de toda acción de su vida.
No cabe duda de que fue en esa forma que se originó la primera religión, tal y
como la concibe el ser humano primitivo. Recordemos las palabras de Pope: “Io,
el pobre indio, cuyo espíritu inculto ve a Dios en las nubes y lo oye en el
viento”.
El hombre es pequeño; la naturaleza es
grande. El hombre es finito; la naturaleza es infinita. El hombre parece, en su
lucha contra la naturaleza, un frágil barquichuelo batido por las olas. En los interminables
giros y ciclos de pulimento de la naturaleza el hombre antiguo reconoció la
presencia del poder. Se dio cuenta que había algo que era más grande que él
mismo, que existía un poder supremo. Anheló procurárselo para sí y durante
millones de años luchó, como Hiawatha el rey Maize, para extraer de ese poder
desconocido el secreto de su grandeza. Como Isis, conjuró a Ra a que revelara
su nombre, y trató una y otra vez de descorrer el velo de la Virgen del Mundo.
Descubrió que algunas de sus acciones lo destruían, mientras que otras le
traían paz y bienestar. Trató de discernir entre ellas y en el por qué de tal
distinción, consciente de que su propia existencia dependía de la sabiduría con
que escogiese.
Dándose al fin cuenta de que no podría
dominar a la naturaleza por la fuerza, trató de dominarla por la obediencia.
Nuestros códigos religiosos son resultado de los experimentos primitivos con
que la mente humana, luchando por subsistir, fue conociendo gradualmente la
voluntad de la naturaleza y amoldándose a esa voluntad.
Tenemos hoy día el privilegio de poder echar
una ojeada retrospectiva a la historia del género humano y de valernos de la
experiencia acumulada en las edades históricas. Los santos, los sabios y los
redentores vivieron y murieron luchando con el problema del destino humano. Los
frutos de sus trabajos se conservan para nosotros en las escrituras y
filosofías de todas las naciones. ¿Qué son los así llamados Libros Sagrados?
¿No son únicamente el resultado de la contribución al conocimiento del mundo,
que hicieron aquellos que, habiendo dedicado sus vidas a los problemas de la
humanidad y habiendo aprendido a resolverlos, peregrinaron solos y sin temor
por los mundos causales que el hombre llama "naturaleza"?
El hombre fue creando paulatinamente el
cuerpo o institución que llama “religión”. Un templo mental: sostenido por
cierta cantidad de columnas, una columna por cada fe humana. El este, el oeste,
el norte y el sur han contribuido a la fuerza o a la belleza de ese templo. El
edificio, no obstante, es una cosa material. Es la ofrenda del hombre a lo
Desconocido. Del mismo modo en que el espíritu entra en el cuerpo cuando el
embrión alcanza cierto grado de evolución, el espíritu de la Verdad entra en el
cuerpo religioso cuando ésta se halla preparada para tal advenimiento. El mundo
tiene muchas religiones, pero la naturaleza no tiene más que una sola Verdad.
Toda fe y doctrina son otras tantas contribuciones al conocimiento de esa sola
Verdad. Todas las doctrinas expresan un solo ideal a través de una multitud de
lenguas. Hay una Babel en la Tierra, pero hay una sola en los cielos.
Toda fe
busca de respuesta a la única pregunta: “¿Cuál es el fin de la existencia?”
Cada respuesta es diferente. Reunidas todas ellas en su diversidad, es la Verdad
lo que queda establecido. La Verdad es la suma de todas estas cosas. La
realidad es todas las cosas en todos los seres humanos.
La Sabiduría Antigua es el lado invisible,
espiritual de la religión, lo que vivifica el cuerpo de la religión. Es el
espíritu único que habla a través de una multitud de lenguas. Es aquella
presencia que entra cuando su templo ha sido construido por el cuerpo de sus
trabajadores. Vivifica el cuerpo de la fe, le confiere animación y no
simplemente una serie de envolturas o esqueletos. Como los dioses de la India,
tiene muchos brazos y muchas cabezas, pero un solo corazón.
En la época prístina de la diferenciación
humana, el hombre no podía gobernarse a sí mismo, pero estaba regido por
quienes la naturaleza había encargado que lo cuidasen y lo llevasen al grado de
evolución en que fuese ya capaz de cuidar de sí mismo. Se nos dijo que cuando
nuestro sistema solar comenzó a actuar, los espíritus de seres sabios
provenientes de otros sistemas solares vinieron hacia nosotros y nos mostraron
las rutas de la sabiduría, para que tuviéramos por derecho de nacimiento el
adquirir ese conocimiento que Dios da a todos los seres de su Creación.
Dícese
que fueron esos espíritus de seres sabios provenientes de otros sistemas
solares los que fundaron las Escuelas de Misterios de la Sabiduría Antigua,
pues esta Sabiduría era el conocimiento de la voluntad de la naturaleza con
respeto a sus criaturas. El arte más elevado de todos los mundos es el arte de
ser natural, pues lo que es natural sobrevivirá. Durante edades enteras, la
religión se fundó en hipótesis falsas. Trató de llenar el mundo de milagros y
de cosas antinaturales. Trató de tiranizar y de dogmatizar. Por esta razón,
está fracasando. La religión es, no cabe duda, un cuerpo, pero actualmente es
un cuerpo sin alma. No ha construido su tabernáculo de acuerdo a la ley. No
sirve honestamente ni inteligentemente a las necesidades del género humano,
sino que antes bien se enreda a sí misma y enreda a sus miembros o feligreses
en interminables disentimientos de credos, doctrinas y códigos, habiendo
olvidado enteramente el espíritu de la Verdad. Como consecuencia de esto, uno
de los elementos más importantes de la vida humana está desapareciendo
gradualmente de la faz de la Tierra; y a falta de una religión honesta,
inteligente, bien intencionada y progresista, tenemos una edad de materialismo
extremado, en que el Dios de los hombres se trueca, de figura dorada de un Dios
desconocido, en moneda dorada de “uso práctico” diverso.
La Sabiduría Antigua nos dice que sólo hay
una religión y que el germen de esta religión fue plantado en las almas de las
cosas en el comienzo del mundo. Este germen llegó a ser un poderoso árbol, con
sus raíces en el cielo y sus ramas en la tierra, como el banyan de la India. Del
mismo modo en que todas las ramas penden del mismo tronco, todos los credos y
religiones dependen de una misma fuente, de una misma luz, por todo lo que han
sido, son o serán por siempre jamás. Algunas ramas son largas y fuertes; otras,
cortas y débiles, pero a través de todas ellas corre la misma vida. Esa vida es
luz, y esa luz es la vida del ser humano.
La Sabiduría Antigua no sabe, ni de
cristianos, ni de gentiles, ni de paganos. No reconoce más que la existencia de
varias ramas pendientes de un mismo árbol; cada rama es en sí misma incompleta,
pero forma parte del árbol de la Fe. El árbol no pide nada a las ramas; lo
único que espera es que las ramas sean fieles al árbol y den Testimonio veraz
de la vida que corre por el árbol.
La Antigua Sabiduría es la vida que corre
por el Árbol de la Fe. Nosotros no vemos la vida.
Sólo vemos las hojas y las
ramas que dan testimonio de la vida, pero a su debido tiempo se cumple el
milagro del árbol. La vida del árbol es glorificada en el brote y en la flor.
La vida del árbol se consuma en el fruto. La gloria de la vida de ese árbol
está en la nueva semilla que testimonia plenamente el poder creador de todo lo
que acaba de producirse y ha ocurrido antes.
Este árbol es, ciertamente, el
Arbol de la Vida, pues sin los sentimientos elevados y excelsos, el ser humano
no vive, sino que simplemente existe. Si alguna de las ramas de ese árbol no da
frutos, el Maestro nos dice que hay que cortarla y arrojarla al fuego.
Es deber
de todo ser viviente al realizar tareas verdaderamente constructivas, en
reconocimiento de la vida divina que alienta en él.
La mejor manera de
glorificar a Dios es la de que sus criaturas glorifiquen en sí mismas Su
espíritu.
En remotos pasados, los dioses se acercaban
a los hombres, y mientras los Maestros de las esferas invisibles de la
naturaleza trabajaban con la humanidad todavía infantil en este Planeta, los
dioses escogían entre los hijos del hombre a quienes fuesen los más sabios y
veraces. Y con éstos trabajaron, preparándolos para que pudieran continuar la
labor de los dioses, cuando las jerarquías espirituales se hubiesen retirado a
los mundos invisibles. Con estos hijos del hombre, especialmente instruidos e
iluminados, dejaron los dioses la llave de su gran sabiduría, que era el
conocimiento del bien y del mal. Dispusieron que esos hombres así instruidos
fuesen sacerdotes y mediadores entre ellos (los dioses) y la humanidad que
basta entonces no había abierto los ojos que le permitiesen atisbar el rostro
de la Verdad y poder vivir.
Amparados por la divina prerrogativa, estos
iluminados fundaron lo que conocemos actualmente como los “Misterios Antiguos”.
Estas fueron escuelas de verdades religiosas, en que la religión se usaba en el
sentido que implica sabiduría divina. Podían entrar en estas "universidades"
espirituales los hombres más valiosos y capaces. Al principio, estas escuelas
fueron reconocidas públicamente. Se construyeron grandes templos para alojar a
los sacerdotes y para efectuar los procesos y rituales de iniciación. Se registraron
los arcanos místicos en esculturas, tábulas de arcilla y en rollos de papiro.
Generación tras generación se iluminó con la sabiduría encerrada en estos
documentos conservados en los repositorios sagrados.
Paulatinamente, fue produciéndose una
separación en las Escuelas de Misterios. El fervor y propósito de los
sacerdotes de propagar sus doctrinas, en muchos casos excedió aparentemente su
inteligencia. De resultas de esto, se permitió a muchos aspirantes entrar en los templos antes de que realmente estuviesen
preparados para la sabiduría que debían recibir. El resultado fue que estos
espíritus poco preparados, fueron ganando gradualmente más autoridad, pero se
manifestaron al fin incapaces de mantener la institución, siendo ineptos para
establecer relación con los poderes espirituales que se hallan detrás de toda
empresa de orden material. Y de este modo, las Escuelas de Misterios fueron
desapareciendo. La Jerarquía Espiritual, servida a través de todas las
generaciones por un número limitado de seguidores veraces y fieles, se
desvaneció de la faz de la Tierra. Mientras las colosales organizaciones de
orden material, habiendo perdido el contacto con sus fuentes divinas,
comenzaron a perder el rumbo y se fueron enredando cada vez más en ritos y
símbolos los cuales ya no podían interpretar.
Un ejemplo concreto e interesante del deterioro de las Escuelas de Misterios y sus ritos se halla en el juego de
niños llamado La Comedia de Punch and Judy. Durante siglos la gente superficial
de todas las naciones de Occidente rió con las curiosas travesuras de estas
pequeñas figuras. El mundo hace tiempo que ha olvidado que este juego se
originó entre los primeros místicos cristianos; Punch era Poncio Pilatos y judy
era Judas Iscariote. El pequeño garrote que lleva Punch es una réplica
degenerada de los antiguos cetros de los dignatarios romanos de la Tierra
Santa. También es probable que la famosa escena entre Punch y el niño haya sido
tomada de la antigua historia cristiana del degüello de los inocentes.
Es realmente digno de notarse cómo a través
de las edades, sea por transmisión oral, sea por alegorías o símbolos, sea por
ejemplos naturales, las verdades reveladas a los antiguos se perpetuaron hasta
nuestros días, a pesar de que siempre fueron ocultadas a los ojos de los
profanos. Se ha dicho que la sabiduría no está en ver las cosas, sino en ver a
través de las cosas. Al menos para el ocultista, esto es doblemente verdadero.
Durante la era de Atlántida, que describe
Platón, la tarea de recopilar y ordenar la Antigua Sabiduría se llevó a cabo
aceleradamente, pues los pobladores de la Atlántida fueron los exponentes más
grandes de pensamiento concreto que jamás conoció el mundo. Los habitantes de
la Atlántida jamás entendieron a fondo la sabiduría que les era propia, pues
aún en aquellos tempranos tiempos los dioses ya se habían retirado de la masa
de la humanidad y sólo hablaban a los hombres a través de sacerdotes y
oráculos. El método de comunicación de que se valieron los poderes espirituales
se halla fielmente expuesto por Josephus en su descripción del Arca de la
Alianza y de los sacerdotes que la servían. Esta arca era un oráculo, y los
dioses hablaban al sumo sacerdote por medio del lenguaje de los símbolos. De
los habitantes de la Atlántida, con sus Antiguos Misterios del Tabernáculo,
hemos rescatado casi todo lo que sabemos en lo referente a la Sabiduría Antigua
y sus Misterios. De acuerdo con el Libro Sagrado, ellos eran los custodios de
los registros espirituales que les habían sido dados por sus progenitores, los
Reyes Serpientes, que reinaron sobre la Tierra.
Fueron estos Reyes Serpientes, quienes
fundaron las Escuelas de Misterios, los cuales más tarde aparecieron como los
Misterios Egipcios y Brahmánicos y bajo otras formas de ocultismo antiguo. Su
símbolo era la serpiente, porque enseñaban a los hombres a usar la energía
creadora que corre por la naturaleza y por sus propios cuerpos, en forma de
línea “serpenteante” o de fuerza “sinuosa”. Eran los verdaderos Hijos de la
Luz, y de ellos descendió una larga línea de adeptos e iniciados debidamente
instruidos en la ley. Éstos mantuvieron encendida la luz de las verdades
divinas a través de muchas generaciones de ignorantes y descreídos. El mundo
Atlántida se vino abajo en cuanto se apartó de la ley. Olvidó que la naturaleza
es la regidora de todas las cosas y, por querer vivir antinaturalmente, fue
destruido. Antes de su desintegración, como quiera que sea, la Sabiduría
Antigua pasó al nuevo mundo de los arios, donde, desde el corazón del
encumbrado Himalaya, sus adeptos, e iniciados comenzaron el proceso de la
formación de un nuevo pueblo destinado a ser el tabernáculo viviente de los
dioses.
No siempre el hombre fue un ser material.
Hace muchas eternidades era una criatura espiritual, de poderes radiantes y gloriosos.
Gradualmente fue tomando la vestidura de lo que nosotros llamamos “cuerpo”, y
su radiosidad fue empañada, por las envolturas de arcilla. Poco a poco fue
perdiendo el contacto con sus Padres, los Hijos de la Luz, y comenzó a moverse
en las tinieblas. En la época en que el tercer ojo se cerró en el hombre,
durante el antiguo mundo de los Lemures, el género humano perdió el contacto
con sus maestros invisibles. El recuerdo de los maestros se fue esfumando de a
poco, hasta que sólo quedaron mitos y leyendas. La mitología es el registro
auténtico de aquellos períodos de transición en que las chispas divinas fueron
asumiendo gradualmente las formas del cuerpo mortal.
Pero el hombre jamás ha sido dejado
peregrinando a solas en su ignorancia. Cuando se rompieron los lazos que lo
unían a los mundos invisibles, ciertos métodos para captar la voluntad de los
dioses, fueron establecidos. Fue entonces, y a estos efectos, que cierta
cantidad, de hombres y mujeres fue instruida en la transposición del abismo que
ya separaba a los hombres de los dioses. El método para establecer esta
comunicación era el máximo de los secretos del ocultismo antiguo. Este secreto
fue conservado para la raza humana, pues llegará el tiempo en que todos los
seres humanos volverán a ser capaces de comunicarse otra vez directamente con
los dioses. Durante un gran intervalo de edades, esta sabiduría fue perpetuada
en las Escuelas de Misterios, y un pequeño grupo de discípulos elegidos en cada
generación tuvo el privilegio sagrado de conocer a los dioses. Esta sabiduría y
el poder y conocimiento que tales discípulos han alcanzado, éstos la imparten,
a su vez, a otro grupo de discípulos elegidos y amados. Y así la gran obra
sigue adelante.
La capacidad de las Escuelas de Misterios,
de comunicarse con los mundos invisibles, es la base de su poder; pues todas
las jerarquías creadoras residen en los mundos invisibles, y es a estos mundos
adonde deben recurrir los discípulos para consultarlas. La explicación está en
que el género humano es el único, dentro de nuestra organización, que se halla
equipado con un cuerpo físico y un, cuerpo mental. Los dioses propiamente
dichos, jamás han descendido a la sustancia física. De modo que al no tener
cuerpo compuesto de elementos químicos densos, no pueden manifestarse aquí.
Para comunicarse con ellos, los seres humanos tienen, pues, que aprender a
funcionar conscientemente en sus propios cuerpos invisibles. Cuando el ser
humano alcanza a hacer esto, puede comunicarse con los seres espirituales que
residen en sus sustancias similares de carácter ultrafísico. Es así que,
mientras la religión trata únicamente de fantasías, teorías y creencias, los
iniciados de la Antigua Sabiduría se dirigen derechamente a la fuente principal
de sabiduría y, conociendo la voluntad de los dioses, hacen de esa voluntad la
ley de sus vidas. El iniciado ni adivina, duda, ni habla a solas. Trabaja con
hechos, pues se siente uno con las verdades de la naturaleza.
Este sendero secreto de la iluminación
espiritual es el camino que estableció el Logos planetario, al estatuir que Sus
hijos aprenderán a conocer a través de Él y a cumplir Sus fines. El Logos está
rodeado de una jerarquía de seres sobrehumanos y también de un grupo de grandes
iniciados que pueden ser llamados el fruto del período del mundo humano. Estos
grandes iniciados, con sus mentes divinamente inspiradas forman los poderosos
pilares de la Casa de su Dios. Son los soportes del Templo del Progreso Humano.
Estos grandes espíritus fueron llamados por los antiguos místicos judíos los
"cedros del Líbano". Son estos los árboles que se dice que cortó
Salomón de los bosques de la tierra para usarlos como soportes de su templo
divino.
Las verdades secretas de estos iniciados
fueron recopiladas del norte, del este, del sur y del oeste. Los adeptos y
místicos de todas las naciones dieron a sus discípulos los frutos de sus
investigaciones mientras funcionaban en los mundos invisibles. Las Escuelas de
Misterios, cumpliendo la antigua ley, han sido hechas a imagen de la
Naturaleza, y hoy día las conocemos bajo el nombre de las Siete grandes
Escuelas de Misterios. Todas estas son ramas de un mismo árbol, el árbol que
crece en el centro del Huerto del Señor, y es regado por las aguas de los
cuatro ríos (la sabiduría de los cuatro mundos). Del mismo modo en que todo
rayo de luz se descompone en siete colores cuando atraviesa el prisma, esta
antigua verdad, al atravesar el cuerpo prismático del mundo material, se
descompone en un cuerpo séptuple. Este cuerpo es la así llamada serpiente de
siete cabezas, pero, aunque habla a través de siete bocas, no tiene más que un
cerebro, una vida, un origen.
Los sacerdotes de los Misterios se
simbolizaban como serpientes, llamadas a veces hidras. De aquí se deriva la
palabra (inglesa) hydrant (= boca de riego). La boca de riego lleva el agua, y,
a través del cuerpo de hidra del iniciado, pasa el agua de la vida. De ahí que
el iniciado sea como un tubo o canal a través del cual pasa el agua como a
través de la boca de riego (hydrant).
Estas siete escuelas, compuesta cada una de
doce iniciados y sus discípulos, dispuestos alrededor de un decimotercer
hermano "excelso", son los perpetuadores, ordenados por Dios, de la
Antigua Sabiduría, en la forma en que vino en la alborada del mundo, cuando los
dioses descendieron de la nebula del sol y fijaron su residencia en la isla
sagrada del polo norte.
No estando destinado este escrito a fines de
propaganda, no nombraremos a ninguna de estas escuelas, pero sí diremos que
representan a los planetas y los siete grandes senderos. También representan
los siete órganos vitales del cuerpo humano y las siete redomas que vuelcan su
contenido sobre el mundo. Todos los discípulos que buscan adquirir conocimiento
de las leyes; de la naturaleza, tienen que obtener tal sabiduría a través de
uno de estos siete canales, dispuestos por el Infinito para el desenvolvimiento
de Sus tareas. Cada una de estas Escuelas de Misterios es invisible y
desconocida. Sólo se las podrá encontrar al cabo de largas búsquedas y
repetidas desilusiones. En reconocimiento a la dignidad de estas escuelas y a
la santidad de la sabiduría que ellas representan, este escrito ha sido
preparado con el fin de reproducir de manera simple alguna de las verdades
maravillosas que tales escuelas sustentan.
Cada cien años, se oye la voz de la Gran
Escuela y viene al mundo alguien para dar testimonio de lo invisible. Ese
“alguien” habla con la voz de la sabiduría y es amparado por las siete luces.
Gradualmente, la Escuela de Misterios (las siete ramas consideradas como
unidad) dispensa el pan bendito de la razón humana. Hoy más que nunca los seres
humanos vuelven a buscar a sus dioses; o más bien diríamos que se apartan
disgustados de nuestra era de materialismo que, lenta, pero ciertamente, está
destruyendo todo lo que en la vida es belleza y espiritualidad. Nuestro
materialismo está destruyendo las almas de los hombres; está rompiendo el
corazón del mundo; está ahogando la mejor parte de nuestras naturalezas, y algo
dentro del hombre se rebela contra esa opresión antinatural. Muchos que jamás
pensaron antes en esto comienzan a preguntarse cuál será el fin de todo esto,
hasta dónde el género humano podrá sumergirse en el materialismo sin que se
derrumbe la estructura ética que sostiene nuestra era moderna.
En los últimos cincuenta años, se
multiplicaron de a miles los peregrinos espirituales que han emprendido la
búsqueda de la verdad, peregrinando por los valles y las colinas del alma
humana, buscando la respuesta al enigma del destino. Tratan de encontrar a
aquellos Maestros de Sabiduría de que habla la leyenda pero que no registra la
historia, en toda esta búsqueda hay una gran incertidumbre, pero hay uno o dos
hechos que resultan perfectamente claros. El primero: la mayoría de la gente
ignora qué es lo que busca. Si encontrase, la verdad, no la reconocería. Los
Maestros que buscan esa gente alternan con ellos todos los días; pero, al igual
que Sir Launfal, las gentes se van a lejanas tierras, en procura de las cosas
que hallarían en los umbrales de sus propias puertas.
El segundo: si
encontrasen la sabiduría, no la aceptarían. Todos ellos se sentirían contentos
de tener el poder de los Maestros, pero pocos de ellos trabajarían
desinteresadamente con una dedicación y un esfuerzo a toda prueba, por muchas
edades, para obtener ese poder y consagrarlo sin reservas al bien de la
humanidad.
Antes de pasar a nuestro próximo tema,
hagamos un resumen de algunos puntos que deben ser recordados en lo
concerniente a la Gran Obra y a sus "obreros" en el mundo.
1. El instinto de la reverencia a lo desconocido
es propio de toda vida humana. Parecería que ese instinto es propio también de
varias especies de animales superiores, pues al vérselos echados a los pies de
sus dueños dijérase que las almas de esos animales llenos de amor y ternura,
hablan a través de los ojos levantados hacia el amo. El cariño del perro a su
amo y el cariño del discípulo a su maestro van muy unidos. El perro sólo anhela
que su amo le diga palabras cariñosas y daría su vida por éste. Esa es devoción
verdadera. Desde el salvaje para arriba, la reverencia y la devoción a los
dioses forma parte del código moral de la humanidad. Los seres humanos podrán
negar esto, pero esto persiste ya bajo forma de fe, ya de temor, ya de
superstición.
2. El
Hacedor de ese gran plan que llamamos vida, el ser del cual hemos sido
diferenciados, confirió al hombre ciertas potencias que, despiertas en poderes
dinámicos, dará a cada cual la facultad a través de la cual podrá reconocer ese
"plan". Aprendiéndolo por si mismo y aplicando su sabiduría, acaso
alcance el hombre la posición de poder asistir a otros en la armonización de
sus vidas con la misma ley.
3. A fin de difundir esta sabiduría en forma
sabia, entre las naciones de la Tierra, las Escuelas de los antiguos Misterios
fueron establecidas, no por voluntad de los hombres, sino por voluntad de los
propios dioses, los cuales trabajan a través de "canales"
seleccionados de entre las criaturas más altamente evolucionadas de la Tierra.
4. Habiendo establecido estas escuelas, las
inteligencias superiores se constituyeron en los poderes centrales invisibles
de ellas, y todavía siguen en comunicación con los Adeptos y Maestros que al
presente rigen los destinos de estas órdenes secretas.
5. Todo desarrollo espiritual tiene que
ocurrir a través de uno de los siete canales dispuestos por la naturaleza a tal
fin; en cierta etapa de su desarrollo espiritual, cada discípulo penetrará en
el sendero planetario más adecuado para desenvolver las cualidades latentes
dentro de sí.
6. Estas siete escuelas, y sus
ramificaciones en todas las partes del mundo, constituyen la Gran Logia Blanca.
Esta es la institución divina establecida para conferir la Sabiduría Antigua a
nuestro planeta. Está compuesta de todos los iniciados y adeptos del Sendero
Blanco y forma el gobierno invisible de la Tierra.
7. La Sabiduría Antigua contiene el
conocimiento verdadero y seguro del plan por el cual fueron creados y
establecidos los dioses, el ser humano y
universo, por el cual estos se mantienen y por el cual se disolverán en un
futuro en la eternidad. Es el conocimiento de todas las cosas en sus relaciones
con Dios, la Naturaleza y ellas mismas, y es la única guía por la cual el ser
humano puede ver la senda que debe seguir si quiere liberarse de la ignorancia
y oscuridad del materialismo
8. Cualquier persona puede recorrer ese
sendero, siempre que acepte y acate las obligaciones que la Sabiduría Antigua
estatuye e impone a quien desee conocer los misterios de la vida y de la muerte. Si el ser humano quiere
vivir la vida que tal Sabiduría
indica, no sólo ha de conocer la doctrina que ella predica, sino que también ha
de conocer a los Grandes que fueron elegidos por sus propias virtudes para
enseñar a sus hermanos menores la sabiduría Antigua.
Manly Palmer Hall
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