sábado, 2 de marzo de 2019

LOS HIMNOS DE HERMES - HIMNO AL SUMO PADRE DIOS








¿QUIÉN, pues, puede cantar
Tus himnos o alabarte?
¿ADÓNDE, una vez más,
debo volver mis ojos para cantar
Tus alabanzas; arriba, abajo, dentro o fuera?
No existe camino, ni lugar hay sobre Ti,
ni ninguna otra cosa de las cosas que hay.
Todas están en Ti,' todas vienen de Ti;
Oh Tú que lo das todo y no tomas nada,
pues Tú lo tienes todo y nada hay que no tengas.



¿Y CUANDO, Oh Padre, entonaré mi himno para Ti?
Pues nadie puede tomar Tu hora o tiempo.
¿POR QUÉ, una vez más, cantaré?
¿Por las cosas que has hecho, o por las que no hiciste?
¿Por las que hiciste manifiestas, o por las que ocultaste?
¿CÓMO, además, Te cantaré?
¿Como si fuera yo mismo?
¿Como si hubiera algo de mí mismo?
¿Como si fuera otro?
Pues Tú eres cualquier cosa que yo pueda ser;
 Tú eres cualquier cosa que yo pueda hacer;
Tú eres cualquier cosa que yo pueda decir.
Pues Tú lo eres todo, y no hay absolutamente
nada que Tú no lo seas.
Tú eres todo lo que existe,
y eres también lo que no existe, –
Mente cuando piensas, Padre cuando creas,
Dios cuando das fuerza,
 y Bueno y Hacedor de todas las cosas. (II, 105).

¿Quién es capaz de cantar las alabanzas de Dios, cuando lo requiere la totalidad del universo del Ser y los incontables universos de todos los seres que son, cantar las alabanzas de Dios de algún modo que resulte adecuado?

¿Quién, pues, qué hombre tiene el conocimiento que le permita alabar a Dios correctamente, aún cuando en su consciencia de separación sabe que no sabe quién es, y aún empieza a darse cuenta de que «sea quien sea realmente» no puede ser otro que Dios? ¿De qué modo puede la Divinidad cantarse alabanzas a Sí Misma como si de algún otro se tratara, cuando «Yo» y «Tú» deben ser esencialmente uno, y expresar la alabanza como de algún otro le parece a uno el abandono de ese estado bienaventurado de intuición Divina?

¿Hay que limitar a Dios, una vez más, con el espacio y las consideraciones espaciales? ¿Existe un «dónde» con respecto a Dios? Ciertamente, no puede haber ningún lugar especial donde se pueda decir que se encuentra la Divinidad, pues Él está en todas partes, y en todos los sitios y espacios se encuentra Él. No se puede decir que esté en el corazón más que en cualquier otro órgano o extremidad del cuerpo, pues Él está en todas las cosas y todas las cosas están en Él. Y, del mismo modo, no hay una dirección especial hacia la que se puedan volver los ojos de la mente, pues Él debe ser visto en todas las direcciones del pensamiento hacia las que se pueda dirigir la mente; y si decimos que existen malos giros de la mente o malos pensamientos, el que ha experimentado este «cambio de tendencia gnóstica» responderá que el único mal que conoce ahora es no ser consciente de que Dios está en todas las cosas, y que, con la aurora de esta verdadera autoconsciencia, el lado correcto de cada pensamiento se presenta junto con el lado erróneo en el gozo del pensamiento puro.
La idea del siguiente párrafo de este canto de alabanza es quizás un poco más difícil de seguir, pues parece haber una contradicción en los términos. Pero en estas sublimes alturas del pensamiento humano todo parece contradicción y paradoja, porque es éste el estado de reconciliación de los opuestos.

Se podría decir que si Dios es el que da todas las cosas, del mismo modo debe de ser Él el que recibe todas las cosas; pero igualmente se puede enunciar la antítesis mediante la idea de todo y nada, al igual que la de dar y recibir, pues Dios no toma nada manifiestamente, no tiene necesidad de nada, por cuanto ya tiene todas las cosas.

Y si Dios no puede estar limitado por el espacio, tampoco es posible que esté condicionado por el tiempo. Por tanto, el verdadero Te Deum gnóstico no se puede cantar en un momento específico, sino que se debe de entonar eternamente; el hombre debe transformarse en un canto de alabanza perpetuo con cada pensamiento, palabra y obra.

Ni se le pueden cantar himnos a la Deidad por una cosa más que por otra, pues todas las cosas son igualmente de Dios, y el que se haga a sí mismo como Dios no tendrá preferencias, sino que lo verá todo con el mismo ojo y lo abrazará todo con el mismo amor.
¿A cuenta de qué, otra vez, por lo que se refiere a sí mismo a diferencia del mundo, cantará sus alabanzas el gnóstico a Dios? ¿Le cantará a la Divinidad por el mero hecho de su propia existencia? ¿Lo hará por los poderes, facultades y posesiones que tiene? ¿O por ser presumiblemente diferente a otros muchos que no están en la Gnosis? La inutilidad de todas estas distinciones se hace evidente ante la duda que despierta la mera formulación de estas preguntas, y el devoto de la Sabiduría las aparta a un lado en un espléndido arranque: «Pues Tú eres cualquier cosa que yo pueda ser; Tú eres cualquier cosa que yo pueda hacer; Tú eres cualquier cosa que yo pueda decir.» No existe separación en la realidad de las cosas. Sea lo que sea el hombre en su éxtasis, es el Ser de Dios en él; haga lo que haga el hombre, es el Trabajo de Dios en él; diga lo que diga el hombre, es la Palabra de Dios en él.

Y lo que es más, para tal consciencia, Dios está en verdad en todas las cosas, tanto las manifiestas como las ocultas. Dios es Mente cuando pensamos en Él como pensamiento, diseño y planificación; Dios es Padre cuando Le concebimos como volición, creación y formación de todas las cosas a la existencia; y Dios es el Bien cuando le vemos como el que da fuerza y aliento a todas las cosas para darles la Luz y la Vida. Él es el Bien y el Fin de todas las cosas, del mismo modo que es el Principio y el Hacedor de todo.

Nuestro siguiente himno se encuentra en el maravilloso ritual de iniciación que lleva por título «El Sermón Secreto de la Montaña», con el subtítulo de «Relativo al Renacimiento y a la Promesa de Silencio», pero que muy bien podríamos llamar «La Iniciación de Tat».
Este Renacimiento o Regeneración era, y es, el misterio del Nacimiento Espiritual o Nacimiento de Arriba, el objeto de los misterios mayores, del mismo modo que en los misterios menores, el tema de las instrucciones se refería al Nacimiento de Abajo, el secreto de la génesis, o cómo un hombre viene a nacer físicamente. Uno era el nacimiento o génesis en la materia; el otro, el nacimiento esencial o palingénesis, el medio para reconvertirse en un ser espiritual puro.

Éste es el rito místico de la «imposición de manos», el rito de invocación de Hermes, el hierofante o padre en la tierra, según el cual las Manos de la Bendición del Gran Iniciador, la Mente del Bien, se imponían sobre la cabeza de Tat, el candidato, su hijo. Estas Manos de la Bendición no eran unas manos físicas, sino Potencias, Rayos del Sol espiritual, tal como se mostraban simbólicamente en los conocidos frescos egipcios. Cada Rayo es una Potencia gnóstica que, mediante su luz y su virtud, extrae la oscuridad de los vicios del alma y prepara el camino para transformar el cuerpo carnal en el cuerpo luminoso o estelar de un Dios –el augoeides o astroeides, al que nos referimos con su término equivalente egipcio al comienzo de este pequeño volumen.

Este rito místico de iniciación gnóstica lleva al nacimiento del Dios en el hombre que, no obstante, al principio, no es más que un Dios bebé que aún no oye ni ve, tan sólo siente. Y así, cuando el rito se lleva a cabo de la forma debida, Tat suplica como un gran privilegio que se le cante el maravilloso Canto de las Potencias que había leído a lo largo de sus estudios, y del cual se decía que Hermes, su padre, lo había escuchado cuando llegó a la Octava Esfera o Estadio en su ascenso de la Montaña o Escalera Sagrada.
«Me gustaría, Oh padre, escuchar el canto de alabanza que dices que escuchaste cuando llegaste al Octavo.»

En respuesta a la petición de Tat, Hermes contesta que es bien cierto que el Pastor, la Mente Divina, en su propia iniciación, una iniciación aún más elevada, en el primer grado de maestría, predijo que escucharía este Canto Celestial; y le recomienda a Tat que se apresure en «desmontar su tienda» ahora que ha sido purificado. Es decir, el rito final de purificación se ha operado en Tat, los poderes de las virtudes catárticas o purificadoras han descendido sobre él, de manera que ahora tiene el poder para «desmontar su tienda», o lo que es lo mismo, liberarse de las trabas del cuerpo del vicio, y así levantarse de la tumba que hasta ese momento tenía prisionera su «alma daimónica», como el Oráculo Pitio dice de Plotino.

Pero añade Hermes que las cosas no son como supone Tat. No hay ningún Canto de las Potencias escrito en lengua humana y guardado en secreto; ninguna tradición oral de ningún himno expresado en forma física.

«El Pastor, Mente de toda maestría, no me ha transmitido más de lo que ha sido escrito, pues muy bien sabía Él que sería capaz por mí mismo de aprenderlo todo, y verlo todo.
»Él me dejó la composición de las cosas perfectas. De ahí que las Potencias en mí interior, al igual que están en todo, rompieran a cantar.»

El Canto se puede entonar de muchos modos y en muchas lenguas, según la inspiración del cantor iluminado. El hombre que ha renacido se convierte en salmista y poeta, pues ahora está sintonizado con la Gran Armonía, y no puede hacer otra cosa que cantar las alabanzas de Dios. Se convierte en un compositor de himnos y deja de ser un repetidor de los himnos compuestos por otros.

Pero Tat insiste; su alma anhela fervientemente escuchar algún eco del Gran Canto. «¡Padre, deseo escuchado; anhelo conocer estas cosas!»
Y así, persuade por fin a Hermes, que pasa a darle una muestra de ese canto de alabanza, canto que ahora puede utilizar en sustitución de las oraciones que empleaba antes, que es lo más adecuado para alguien que se encuentra en un estado de fe.

Hermes invita a Tat a que se calme y a que espere, con un silencio reverente, la audición de la potente efusión teúrgica de toda la naturaleza del hombre alabando a Dios, con la cual se abrirá un sendero que cruzando toda la Naturaleza irá directamente hasta la Divinidad. No es éste un himno normal de alabanza, sino una operación teúrgica o acto gnóstico. Así pues, Hermes ordena:
«¡Estate tranquilo, hijo mío! Escucha el canto de alabanza que mantiene al alma en sintonía, el Himno del Renacimiento –un himno que no pensaba mostrarte hasta que no hubieras alcanzado el fin de todo.»

Claro está que no se refiere al fin de toda la Gnosis, sino al fin del sendero probacionista de purificación y fe, que es el comienzo de la Gnosis. Tales himnos se enseñaban sólo a aquellos que habían sido purificados, no a los que eran esclavos del mundo o a los que aún forcejeaban con sus vicios inferiores, sino sólo a los que se habían preparado y «se habían hecho extranjeros para el mundo de la ilusión» (II, 220).
«Por eso,» dice Hermes, «esto no se puede enseñar, sino que se guarda oculto en el silencio.» Es un himno que se debe utilizar ceremonialmente al amanecer y al ocaso.
«Así pues, hijo mío, ponte de pie en un lugar que esté al descubierto bajo el cielo, de cara al oeste, cuando esté a punto de ponerse el sol, y lleva a cabo tu adoración; y también del mismo modo, al amanecer, de cara al este.»

Y para aquellos que no pueden perfeccionar el rito en todos los planos, que permanezcan en pie desnudos, despojados de todas las prendas del falso juicio, desnudos en medio de la clara esfera del Cielo Superior, de cara al Sol Espiritual, al Ojo de la Mente que ilumina la Gran Esfera de nues­tra naturaleza espiritual en la tranquilidad de la inteligencia purificada.
Y así, Hermes, antes de cantar la llamada «Himnodia Secreta», pronuncia una vez más el solemne requerimiento:
«Ahora, hijo, estate tranquilo.» 


G.R.S. Mead

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