viernes, 1 de marzo de 2019

LOS HIMNOS DE HERMES - EL TRIPLE TRISAGIO





Santo seas Tú, Oh Dios, Padre de los Universos.

Santo seas Tú, Oh Dios, pues Tu Voluntad

se perfecciona por medio de sus propias Potencias.

Santo seas Tú, Oh Dios, que quisiste

ser conocido y eres conocido por Ti mismo.

Santo seas Tú, que por la Palabra

hiciste consistente todo lo que existe.

Santo seas Tú, de Quien

Toda naturaleza se ha hecho a Imagen.

Santo seas Tú, pues Tu Naturaleza

de Forma nunca fue creada.

Santo seas Tú, más poderoso que todo poder.

Santo seas Tú, que trasciendes toda preeminencia.

Santo seas Tú, Tú mejor que toda alabanza.


¡Acepta las ofrendas puras de mi razón, desde el alma y el corazón por siempre elevadas hasta Ti,  
Oh Tú impronunciable, incalificable, cuyo Nombre nada, salvo el Silencio, puede expresar!

¡Escúchame a mí, te lo ruego, para que nunca fracase en la Gnosis –Gnosis que es nuestra naturaleza de ser común– y lléname con Tu Poder y con esta Gracia Tuya, para que pueda darles la Luz a aquellos que se encuentran en la ignorancia del decurso de la Vida, mis Hermanos y Tus Hijos!

Por esta causa creo y doy fe. Voy a la Vida y a la Luz. Bendito seas Tú, Oh Padre. Tu Hombre será santo como Tú eres santo, puesto que Tú le diste plena autoridad para serio.


* * *

«Santo seas Tú, Oh Dios, Padre de los Universos.» 


En primer lugar se le da alabanza a Dios como Padre de los Universos, es decir, de las Grandezas de todas las cosas, las Inmensidades Eónicas, o los Misterios Supremos, que son múltiples y sin embargo uno –las Subsistencias del Ser Divino en el estado de Divinidad pura. 


«Santo seas Tú, Oh Dios, pues Tu Voluntad se perfecciona por medio de sus propias Potencias.»

Después se le da alabanza a Dios como el Poder o Potencia de todas las cosas, pues la Voluntad es vista por nuestros gnósticos como el medio por el cual la Deidad se revela a Sí Misma por el Gran Acto de la perpetua Autocreación de Sí Misma en Sí Misma. «De Ti» provienen todas las cosas –cuando a Dios se le ve como a una Divinidad Paternal; y «A través de Ti» existen todas las cosas –cuando se ve a Dios como una Divinidad Maternal. Pues esta Voluntad es el Divino Amor, que es el medio de la Autoperfección, la fuente de toda consumación y satisfacción, de certeza y dicha. 
La Deidad se inicia a Sí Misma para siempre en Sus propios Misterios.

«Santo seas Tú, Oh Dios, que quisiste ser conocido y eres conocido por Ti mismo.»

La Voluntad de Dios es gnóstica; Él desea ser conocido. El Propósito Divino se consuma en el conocimiento de Sí Mismo. Dios es cognoscible, pero solamente por «Sí Mismo», es decir, por la Divina Filiación, como le llamó Basílides, el gnóstico cristiano, o por la Estirpe de los Hijos de Dios, como Filón, nuestros gnósticos y otros del mismo período dieron en nombrarla.

La Filiación es una Estirpe, y no una individualidad, porque los que pertenecen a la Filiación han cesado en su separación y «han entregado sus propios yoes a las Potencias y, convirtiéndose así en Potencias, se han sumergido en Dios». Son uno con los demás, ya nunca más separados unos de otros ni utilizando sentidos ni órganos diferentes, pues constituyen la Palabra Inteligible o Razón (el Logos), que es también el Mundo Inteligible (Cosmos) u Orden de todas las cosas.
Las tres siguientes expresiones de alabanza celebran la misma trinidad que, por falta de términos apropiados, llamaremos Ser, Dicha e Inteligencia, pero ahora de otra forma: según el modo de manifestación o conformación en el espacio, el tiempo y la sustancia del Universo Sensible, o Cosmos de formas y especies.

Las tres hypostases, hyparxes o subsistencias de este modo de la auto manifestación Divina se sugieren por medio de los términos Palabra, Toda naturaleza y Forma. La Palabra es la vice-regente del Ser, porque es esta Palabra o Razón la que dio el ser a todas las cosas, lo que hay en ellas que les hace ser lo que son, la razón esencial de su ser; Toda naturaleza es el terreno o sustancia de su ser, la Toda-receptiva o Ama de Cría –como la llama Platón– que las nutre, la Dadora de Dicha, el constante Devenir que es la Imagen de la Eternidad; mientras que la Forma es la impresión de la Inteligencia Divina, la fuente de toda transformación y metamorfosis.

El trisagio final canta las alabanzas de la trascendencia de Dios, declarando la incapacidad del habla humana para ensalzar adecuadamente a Dios.

De aquí que se diga que el único objetivo de la liturgia, o servicio de Dios, se debe encontrar solamente en las ofrendas de la razón, la razón o logos, que es el principio Divino en el hombre, la imagen de la Imagen, o el Hombre Divino, el Logos. Es por la continua elevación de la tensión de toda su naturaleza por la que el hombre es llevado cada vez más cerca de Dios, en el silencioso rapto de la contemplación extática, cuando él, solo, va hacia el Solo, el Único, como dice Platino. El nombre de Dios sólo se puede expresar a través del Silen-cio, pues, como sabemos por lo que queda de la Gnosis cristianizada, este Silencio, o Sige, es la Es-posa de Dios, y es solamente la Divina Esposa la que puede dar plena expresión al Hijo Divino, el Nombre o Logos de Dios.

La oración es para la Gnosis, para la realización del estado de Filiación, es decir, la toma de consciencia del ser común que el Hijo tiene con el Padre. Esto se ha de consumar a través del desempeño de toda la naturaleza del hombre, al completarse su influencia o imperfección (hysterema), de forma que se convierta en Plenitud o Totalidad (Pleroma), el. Eón o la Eternidad. Esto se tiene que alcanzar mediante el descenso del Gran Poder sobre él, mediante la Bendición de la Buena Voluntad de Dios, ese Carisma, Gracia o Amor que ha sido siempre su Divina Esposa, Complemento o Syzygy.

La oración no es para el yo sino para los demás, pues así el hombre se puedee convertir en el medio de iluminación de aquellos que aún están en la oscuridad, de aquellos que todavía no conocen las Gozosas Nuevas de la Filiación Divina, que no saben nada de la Estirpe de la Sabiduría, pero que no obstante son, como lo son todos los hombres, hermanos del Cristo e hijos de Dios.
Y así, en este éxtasis de alabanza, el viajero, mientras canta por el Sendero de lo Divino, siente en su interior la certeza de que realmente está en el Camino de Regreso, con el rostro dirigido hacia la Verdadera Meta; está yendo hacia la Luz y la Vida, la paternidad y la maternidad eternas que siempre estuvieron unidas en el Bien, el Único Deseable o Padre-Madre Divino, dos en uno y tres en uno.

Por último, dado que Dios ha sido alabado por todo en Su naturaleza de santidad –es decir, como lo más venerable, conocido para ser adorado, digno de alabanza y objeto de toda admiración–, aquel que procede de Él, Su Hombre, o lo Divino en el hombre, desea ahora ardientemente y con plena conciencia convertirse en una naturaleza semejante con Él, según el Propósito y el Mandamiento del Padre que le ha destinado para este preciso final, y le ha concedido poder sobre todas las cosas.

Realmente, es un hermoso salmo este Himno de Hermes, es decir, el canto de alabanza de un amante de esta Gnosis que, tal como lo expresa, había «alcanzado el Plano de la Verdad» (I, 19), o lo que es lo mismo, había entrado en contacto consciente con la realidad de su propia naturaleza Divina, convirtiéndose así en un Hermes, capaz de interpretar el significado profundo de la religión y de traer de vuelta a las almas desde la Muerte a la Vida –un verdadero psicagogo. Poco importa quien lo escribió; su cuerpo pudo haber sido egipcio, griego o sirio, pudo nacer con este nombre o con aquel, pudo vivir precisamente desde este año hasta aquél, o desde algún otro hasta algún otro año; todo esto es de escasa importancia salvo para los historiadores de los cuerpos de los hombres. 

Lo que nos importa aquí realmente es la efusión de un alma; tenemos aquí a un hombre derramando manifiestamente desde la plenitud de su corazón las experiencias más profundas de su vida interior. Nos está contando cómo puede un hombre conocer a Dios aprendiendo en primer lugar a conocerse a sí mismo, abriendo así la flor de su naturaleza espiritual y desenvolviendo las fajas de su corazón inmemorial, que había sido momificado y depositado en la tumba a lo largo de tantas vidas como había estado experimentando la muerte.

Y ahora podemos pasar a nuestro siguiente himno. Se encuentra en un pequeño y hermoso tratado que lleva por título la enunciación de su tema, «Aún Cuando el Dios no Manifestado es muy Manifiesto», y es un discurso del «padre» Hermes al «hijo» Tat. El tema de este sermón es esa misteriosa manifestación de la Energía Divina tan bien conocida ahora por el término sánscrito de Mâyâ, y tan mal traducido al inglés como «Ilusión» –a menos que nos aventuremos a tomar esta ilusión en su significado radical de Entre-tenimiento y Juego, pues en su sentido más elevado Mâyâ es el Juego de la Voluntad Creativa, el Teatro del Mundo o Dios en actividad.

El equivalente griego de mâyâ es phantasia, que, a falta de un término simple en inglés para representarla adecuadamente, he traducido por «manifestación del pensamiento». La Fantasía de Dios es, de este modo, el Poder (Shakti en sánscrito) de la perpetua automanifestación o autoimaginación, y es el medio por el cual todo «Esto» viene a la exis­tencia desde lo no manifestado «Aquello»; o como lo expresa el tratado al que hacemos alusión:


«Él es Él Mismo, tanto lo que existe como lo que no existe. Lo que existe, Él lo ha hecho manifiesto, y ha guardado lo que no existe en Sí Mismo.

»Él es el Dios que se encuentra más allá de todo nombre –es lo no manifestado y lo más manifiesto; Él, a quien la mente sólo puede contemplar. Él, visible a los ojos también. Él es el único sin cuerpo, el único de muchos cuerpos, y no sólo eso, pues más bien es el de todo cuerpo. »
No hay nada en lo cual no esté Él, pues todos son Él y Él es todo» (II, 104)

Él es tanto las cosas que existen «aquí» en nuestra consciencia presente, como todo lo que no existe en nuestra consciencia, o más bien, memoria –«allí» en nuestra naturaleza eterna. Él es tanto lo Manifiesto como lo Oculto –oculto en lo manifiesto y manifiesto en lo oculto, manifiesto en todo lo que hemos sido y oculto en todo lo que seremos.

De lo que no existe Él hace lo que existe, y así se puede decir de Él que lo crea todo de la nada; realmente, lo crea todo de la nada salvo a Sí Mismo.
Él es tanto lo que la mente sólo puede contemplar –es decir, el Universo Inteligible o lo que está constituido en Su Divino Ser y que los sentidos divididos no pueden percibir– como todo lo que los sentidos, tanto físicos como suprafísicos, pueden percibir –la totalidad del Universo Sensible.
Él ha de ser concebido simultáneamente desde puntos de vista monoteístas, politeístas y panteístas, así como desde muchos otros puntos de vista –ciertamente, desde tantos puntos de vista como la mente del hombre pueda concebir, y ni qué hablar de la infinidad de los que ni siquiera puede imaginar. Él es corporalidad y no-corporalidad en perpetua unión. No está en ningún cuerpo, pues ningún cuerpo puede contenerle, y sin embargo Él está en cada cuerpo y cada cuerpo está en Él. «No hay nada en lo cual no esté Él, pues todos son Él y Él es todo».
 
Ciertamente resulta difícil de entender por qué a tanta gente en Occidente le aterroriza tanto la idea de dar entrada en su concepción de Dios a los planteamientos panteístas. Este temor es en realidad una audacia desmedida o bien una presunción precipitada, pues no demuestra otra cosa más que la osadía que tienen al limitar a la Divinidad en función de sus mezquinas nociones de cómo les
gustaría a ellos que fuese Dios, de manera que muestran cierta acritud cuando alguien trastorna su autocomplacencia al apuntar que Dios no se adapta a la miserable y estrecha cruz sobre la que pretenden crucificarlo.

¿Qué derecho nos atribuimos nosotros, que en nuestra ignorancia no somos más que raquíticas criaturas de un solo día, para excluir a Dios de cualquier persona o cualquier cosa? Pero esas personas responderán: no es a Dios a quien excluimos; nos excluimos nosotros mismos de Dios.
Ciertamente, hagamos lo que hagamos, no podemos excluirnos. Es imposible, pues no podemos excluirnos nosotros mismos de nosotros mismos. ¿Y quienes somos nosotros aparte de Dios? ¿Nos hemos creado a nosotros mismos? Y si lo hicimos, entonces somos Dios, pues la autocreación es sólo una prerrogativa de la Divinidad.

Pero el alma piadosa aún objetara que sólo Dios es bueno. Asienta si lo desea pero, ¿qué es lo Bueno? ¿Es Bueno sólo lo bueno nuestro, o lo Bueno de todas las criaturas? Y si Dios es lo Bueno de todas las criaturas, también será Él lo Malo de todas las criaturas; pues lo bueno de una criatura es lo malo de otra, y lo malo de una es lo bueno de otra –y así se mantiene el Equilibrio. Decir que Dios es sólo bueno demuestra un punto de vista limitado, así como intentar definirlo como una forma especial de bondad que nos imaginamos para nuestro provecho y no algo que sea realmente bueno para todos; pues es bueno que exista en el universo algo aparentemente malo como el panteísmo, y que las nociones del hombre sobre el bien aparente caigan tan lejos, al borde de la realidad. El hombre sabio, o mejor aún, el hombre que se esfuerza por alcanzar la Gnosis, es el que puede ver en el Bien y en el Mal, tal como lo concibe el hombre, un bien en cada mal, y un mal o una insuficiencia en cada bien.

Pero si, junto con Hermes, decimos «todos son Él y Él es todo», no afirmamos saber lo que esto significa realmente; sólo decimos que, con esta afirmación, nos ponemos cara a cara con el último de los misterios de todas las cosas, misterio ante el cual lo único que podemos hacer es bajar la cabeza con un silencio reverente, pues no existe palabra que sirva aquí.
Y así, el místico que escribió estas sentencias continúa su meditación con un magnífico himno, expresión de la incapacidad de la mente del aprendiz para cantar correctamente las alabanzas a Dios, que a falta de un título mejor, podríamos llamar «Himno al Sumo Padre Dios».


G.R.S. Mead


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