¡Te damos gracias a TI, el más elevado y excelente! Pues por Tu Gracia
hemos recibido la grandiosa Luz de Tu propia Gnosis.
Oh Nombre santo, Nombre perfecto de adoración, Oh Nombre único, por el
cual sólo Dios debe ser bendecido a través del culto de nuestro Señor, –de Ti
que te dignaste a darnos a todos la piedad de un Padre, el cuidado, el amor y
virtudes aún más dulces que éstas, dotándonos de sensación, razón e
inteligencia; la sensación que nos permite sentirte; la razón que nos permite
seguir tus huellas en el mundo de las apariencias; el reconocimiento que nos
permite alegrarnos al conocerte.
Salvados por Tu divino Poder, nos regocijamos porque Te has mostrado a
nosotros en toda Tu Plenitud. Nos regocijamos porque Te has dignado en
consagrarnos, sepultados aún en nuestros cuerpos, a la Eternidad.
Pues es ésta la única festividad de alabanza digna del hombre –conocer
Tu Majestad.
Te conocemos; ciertamente, con el Sencillo Sentido de nuestra
inteligencia, hemos percibido Tu Luz suprema, –¡Oh Tú, Vida Verdadera de vida,
Oh Matriz Fecunda que engendraste toda la naturaleza!
Te hemos conocido, ¡Oh Tú, henchido con la Concepción de Ti Mismo de la
Naturaleza Universal!
Te hemos conocido,
¡Oh Tú, Estabilidad Eterna!
Pues en toda esta oración nuestra de culto a Tu Bien, sólo ansiamos
este favor de Tu Bondad: que nos hagas constantes en nuestro Amor por
conocerte, y que nunca seamos alejados de esta forma de Vida (II, 389, 390).
Te damos
gracias, gracia por Gracia, buena voluntad por Tu Buena Voluntad. La Buena
Voluntad de Dios es, como ya hemos visto, la de que «Él quiere ser conocido», y
la buena voluntad del hombre es su «amor de conocer a Dios».
El latín de
la siguiente sentencia es bastante oscuro pero, a juzgar por otros pasajes y
por el contexto, el único Nombre de Dios efable es «Padre». El culto de Dios
como Padre es la verdadera religión, piedad y amor, puesto que éstas son las
expresiones naturales de agradecimiento a Dios, pues es Él el que derrama sobre
nosotros los tesoros de Su piedad, cuidado (religio
en latín) y amor, aunque claro está que todas estas palabras se quedan cortas
para expresar esta divina eficacia o poder para dar una completa satisfacción
de Dios, pues sólo Él da sin escatimar nada, dado que derrama Su Plenitud sobre
nosotros.
Él nos dota
de sensación, razón e inteligencia, los tres medios para conocerle: la
sensación para sentir a Dios en todas las cosas; la razón para seguir la
manifestación de lo Divino en todos los fenómenos; y la inteligencia o
intuición espiritual mediante la cual reconocemos cara a cara cuando lo
objetivo y lo subjetivo, cuando el objeto y el sujeto, se funden y se da el
gozo y la satisfacción absoluta del Autoconocimiento.
El Poder de
Dios es la Voluntad de Dios, la Buena Voluntad, por la cual Él desea ser
conocido o, lo que es lo mismo, cuyo Propósito es la Gnosis; y esto trae
alegría y dicha, pues es la manifestación de Dios al hombre en toda Su
Plenitud, es decir, la manifestación del Pleroma, el Cosmos Inteligible,
Dios en la naturaleza de Su Hijo Unigénito.
Los «cuatro
santos» cantan con alegría el hecho de haber sido santificados, consagrados
como sacerdotes del Más Elevado, estando todavía en la tumba del cuerpo; y así
sus cuerpos se consagran como templos del Hijo de Dios, el Eón o Eternidad.
De ahí que la
única festividad de alabanza digna del hombre en su naturaleza divina, es
decir, en su verdadera madurez o unión con la Gran Mente, es conocer la
Majestad o Grandeza de Dios, o lo que es lo mismo y una vez más, el Eón.
Este
Conocimiento o Gnosis se alcanza por medio del Sencillo Sentido de la
inteligencia, no sólo por la sensación, ni tampoco sólo por la mente, sino por
un medio superior a ambos en el que los dos se funden en la Gnosis, para así
hacerse conscientes con una nueva consciencia o autoconacimiento de la Luz de
Dios –la Supermente de todas las cosas y de la Vida de Dios –la Superalma de
todas las cosas–, que posteriormente se describe de un modo sumamente gráfico
como la «Matriz Fecunda que engendró toda la naturaleza».
Ésta es la
Gnosis de lo Divino como el Pleroma, la Plenitud, que está henchida con la
Concepción de la naturaleza universal del mismo Dios.
Por último,
se alaba a Dios por ser conocido como la Estabilidad, la Constancia, la
Duración, la Inmutabilidad, la Uniformidad Eterna.
Y
así termina este hermoso himno de agradecimiento, con la
única oración de aquellos que han accedido a la Gnosis, a saber, que aquel que
es la Estabilidad Eterna, Dios en Su energía de Uniformidad Eónica, les haga
constantes en la más Pura y Sencilla forma de Amor, el Amor de conocer a Dios.
¡Qué cantos
más nobles conforman estos cuatro himnos, cantos merecedores de todo lo mejor
que hay en el hombre, y de todo lo que hay de más digno en el verdadero
adorador de Dios! ¡Sería maravilloso que pudiéramos contar aunque sólo fuera
con un salterio de tales salmos, como sin duda existió en otro tiempo en esta
excelente comunidad de servidores de Dios y liturgistas gnósticos! Pero, por
desgracia, mientras la indiferencia del tiempo ha conservado muchas cosas de
los autores clásicos que no con poca frecuencia hubiéramos dejado a un lado, el
celo de la Providencia han apartado de nosotros la mayor parte de los
monumentos más hermosos del genio gnóstico del hombre –tal vez, no obstante,
porque el mundo no estaba preparado para apreciarlos.
Sin embargo,
no hay nada que hacer salvo seguir nuevamente el Camino de los Hermes del pasado,
y enfrascarnos una vez más en la «construcción de cosas hermosas», pues lo que
el hombre pudo conseguir en una ocasión puede conseguirlo de nuevo, y, si no me
equivoco en mi augurio, está llegando el tiempo de una poesía tan llena de
verdad como esta.
No tenemos
más Himnos de Hermes con lo que agradar los corazones de nuestros lectores,
aunque nos conformaríamos con que lo que hemos mostrado haya cumplido su
cometido, pero podríamos agregar otro himno de naturaleza similar que muy bien
podría haber sido escrito por un Hermes de la fe trismegística.
Es «Un Canto
de Alabanza al Eón», del cual se dice que fue escrito en una «tablilla secreta»
por un desconocido Hermano de una Orden olvidada, quizás una de las Comunidades
del Eón –la más Elevada y Supracelestial– que Filón de Biblos, en la segunda
mitad del primer siglo de nuestra era, nos dice que existía en Fenicia en sus
tiempos, y sin duda también en Egipto (i, 403). El texto se encontró en los Papiros Mágicos griegos.
G.R.S.
Mead
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