martes, 5 de marzo de 2019

LOS HIMNOS DE HERMES - UN HIMNO DE AGRADECIMIENTO POR LA GNOSIS





¡Te damos gracias a TI, el más elevado y excelente! Pues por Tu Gracia hemos recibido la grandiosa Luz de Tu propia Gnosis.
Oh Nombre santo, Nombre perfecto de adoración, Oh Nombre único, por el cual sólo Dios debe ser bendecido a través del culto de nuestro Señor, –de Ti que te dignaste a darnos a todos la piedad de un Padre, el cuidado, el amor y virtudes aún más dulces que éstas, dotándonos de sensación, razón e inteligencia; la sensación que nos permite sentirte; la razón que nos permite seguir tus huellas en el mundo de las apariencias; el reconocimiento que nos permite alegrarnos al conocerte.
Salvados por Tu divino Poder, nos regocijamos porque Te has mostrado a nosotros en toda Tu Plenitud. Nos regocijamos porque Te has dignado en consagrarnos, sepultados aún en nues­tros cuerpos, a la Eternidad.
Pues es ésta la única festividad de alabanza digna del hombre –conocer Tu Majestad.
Te conocemos; ciertamente, con el Sencillo Sentido de nuestra inteligencia, hemos percibido Tu Luz suprema, –¡Oh Tú, Vida Verdadera de vida, Oh Matriz Fecunda que engendraste toda la naturaleza!
Te hemos conocido, ¡Oh Tú, henchido con la Concepción de Ti Mismo de la Naturaleza Universal!
Te hemos conocido,
¡Oh Tú, Estabilidad Eterna!
Pues en toda esta oración nuestra de culto a Tu Bien, sólo ansiamos este favor de Tu Bondad: que nos hagas constantes en nuestro Amor por conocerte, y que nunca seamos alejados de esta forma de Vida (II, 389, 390).

Te damos gracias, gracia por Gracia, buena voluntad por Tu Buena Voluntad. La Buena Voluntad de Dios es, como ya hemos visto, la de que «Él quiere ser conocido», y la buena voluntad del hombre es su «amor de conocer a Dios».

El latín de la siguiente sentencia es bastante oscuro pero, a juzgar por otros pasajes y por el contexto, el único Nombre de Dios efable es «Padre». El culto de Dios como Padre es la verda­dera religión, piedad y amor, puesto que éstas son las expresiones naturales de agradecimiento a Dios, pues es Él el que derrama sobre nosotros los tesoros de Su piedad, cuidado (religio en latín) y amor, aunque claro está que todas estas palabras se quedan cortas para expresar esta divina eficacia o poder para dar una completa satisfacción de Dios, pues sólo Él da sin escatimar nada, dado que derrama Su Plenitud sobre nosotros.

Él nos dota de sensación, razón e inteligencia, los tres medios para conocerle: la sensación para sentir a Dios en todas las cosas; la razón para seguir la manifestación de lo Divino en todos los fenómenos; y la inteligencia o intuición espiritual mediante la cual reconocemos cara a cara cuando lo objetivo y lo subjetivo, cuando el objeto y el sujeto, se funden y se da el gozo y la satisfacción absoluta del Autoconocimiento.

El Poder de Dios es la Voluntad de Dios, la Buena Voluntad, por la cual Él desea ser conocido o, lo que es lo mismo, cuyo Propósito es la Gnosis; y esto trae alegría y dicha, pues es la manifestación de Dios al hombre en toda Su Plenitud, es decir, la manifestación del Pleroma, el Cosmos Inteligible, Dios en la naturaleza de Su Hijo Unigénito.
Los «cuatro santos» cantan con alegría el hecho de haber sido santificados, consagrados como sacerdotes del Más Elevado, estando todavía en la tumba del cuerpo; y así sus cuerpos se consagran como templos del Hijo de Dios, el Eón o Eternidad.

De ahí que la única festividad de alabanza digna del hombre en su naturaleza divina, es decir, en su verdadera madurez o unión con la Gran Mente, es conocer la Majestad o Grandeza de Dios, o lo que es lo mismo y una vez más, el Eón.
Este Conocimiento o Gnosis se alcanza por medio del Sencillo Sentido de la inteligencia, no sólo por la sensación, ni tampoco sólo por la mente, sino por un medio superior a ambos en el que los dos se funden en la Gnosis, para así hacerse conscientes con una nueva consciencia o autoconacimiento de la Luz de Dios –la Supermente de todas las cosas y de la Vida de Dios –la Superalma de todas las cosas–, que posteriormente se describe de un modo sumamente gráfico como la «Matriz Fecunda que engendró toda la naturaleza».

Ésta es la Gnosis de lo Divino como el Pleroma, la Plenitud, que está henchida con la Concepción de la naturaleza universal del mismo Dios.
Por último, se alaba a Dios por ser conocido como la Estabilidad, la Constancia, la Duración, la Inmutabilidad, la Uniformidad Eterna.

Y así termina este hermoso himno de agradecimiento, con la única oración de aquellos que han accedido a la Gnosis, a saber, que aquel que es la Estabilidad Eterna, Dios en Su energía de Uniformidad Eónica, les haga constantes en la más Pura y Sencilla forma de Amor, el Amor de conocer a Dios.

¡Qué cantos más nobles conforman estos cuatro himnos, cantos merecedores de todo lo mejor que hay en el hombre, y de todo lo que hay de más digno en el verdadero adorador de Dios! ¡Sería maravilloso que pudiéramos contar aunque sólo fuera con un salterio de tales salmos, como sin duda existió en otro tiempo en esta excelente comunidad de servidores de Dios y liturgistas gnósticos! Pero, por desgracia, mientras la indiferencia del tiempo ha conservado muchas cosas de los autores clásicos que no con poca frecuencia hubiéramos dejado a un lado, el celo de la Providencia han apartado de nosotros la mayor parte de los monumentos más hermosos del genio gnóstico del hombre –tal vez, no obstante, porque el mundo no estaba preparado para apreciarlos.

Sin embargo, no hay nada que hacer salvo seguir nuevamente el Camino de los Hermes del pasado, y enfrascarnos una vez más en la «construcción de cosas hermosas», pues lo que el hombre pudo conseguir en una ocasión puede conseguirlo de nuevo, y, si no me equivoco en mi augurio, está llegando el tiempo de una poesía tan llena de verdad como esta.
No tenemos más Himnos de Hermes con lo que agradar los corazones de nuestros lectores, aunque nos conformaríamos con que lo que hemos mostrado haya cumplido su cometido, pero podríamos agregar otro himno de naturaleza similar que muy bien podría haber sido escrito por un Hermes de la fe trismegística.

Es «Un Canto de Alabanza al Eón», del cual se dice que fue escrito en una «tablilla secreta» por un desconocido Hermano de una Orden olvidada, quizás una de las Comunidades del Eón –la más Elevada y Supracelestial– que Filón de Biblos, en la segunda mitad del primer siglo de nuestra era, nos dice que existía en Fenicia en sus tiempos, y sin duda también en Egipto (i, 403). El texto se encontró en los Papiros Mágicos griegos. 


G.R.S. Mead


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