“Había una vez” es, como señala Mircea Eliade, la frase ritual de apertura de los cuentos de
hadas, lo mismo que “Al Principio” o “En aquellos tiempos en que Dios andaba por la tierra con los
hombres” o, al estilo sumerio, “Después de que los Cielos se habían alejado de la Tierra, después de
que la Tierra se hubo separado de los Cielos” es la del mito. Otras frases iniciales de los cuentos de
hadas, como “Más allá del fin del mundo” o, como en el cuento inglés
El Pozo del Fin del Mundo,
“Había una vez en unos tiempos muy buenos, aunque no era en mis tiempos, ni en los tuyos, ni en los
de nadie …” sitúan la acción fuera del tiempo, llevándola a una situación en que los acontecimientos
no se ven controlados por vías habituales, de tal forma que las normas ordinarias desaparecen o
pierden sus valores y se crean unas nuevas, se sustituyen por otras o se cambian entre sí. Una vez
más, todo es posible al estar fuera de las limitaciones de tiempo y espacio.
Cuando se está libre del
tiempo, los hechos pueden producirse en cualquier lugar o momento, en un Eterno Ahora. Tolkien
dijo que los cuentos de hadas “abren una puerta al Otro Tiempo” y, si la franqueamos, aunque sólo
sea por un momento, estamos fuera de nuestro tiempo o incluso “fuera del mismo Tiempo” o, como
dice A.E. (G.W. Russel), entramos en “acontecimientos que han sucedido en épocas inmersas más
allá del tiempo”. El final de los cuentos marca también esta carencia de tiempo, al decir que el héroe
y la heroína vivirán felices por siempre jamás. Lo que no ha tenido comienzo no puede tener fin.
Ilustración para La Hija del Rey del Pantano, de Andersen. Por Helen Stratton. (Mary Evans Picture Library)
“Había una vez” equivale al Primer Tiempo de los antiguos egipcios, el tiempo mitológico que
forma parte de todas las tradiciones del mundo. Es el Primer Tiempo, en el que apareció el mundo y
se produjeron las revelaciones de la Edad de Oro, una época en la que los dioses, los hombres y los
animales hablaban el mismo idioma. El Cielo y la Tierra no se habían separado y no había diferencia
entre los estados del ser. El tiempo sólo puede existir en el propio conocimiento, se detiene en la
experiencia mística y no tiene validez en el mundo de los sueños o en el mundo del alma, donde,
como lo describía un místico medieval, “no existe ni el tiempo ni el espacio, ni antes ni después, sino
que todo está encerrado en un Ahora recién encontrado, en el que mil años pasan tan rápidamente
como un momento”.
Este mundo sin tiempo es también el reino de las hadas, que nos rodea por todas partes,
impregnando lo de arriba y lo de abajo, lo de aquí y ahora y queda expresado con la frase oriental
“Era y no era” o “Lo que era y lo que no era”. Carece, a la vez, de tiempo y de espacio, es “El País
que no está en ningún sitio y es el verdadero cielo”. Allí, el tiempo deja de funcionar en ambas
direcciones, como en lo sueños, de tal forma que el héroe y la heroína, que pueden morir en la saga y
la leyenda, están tan lejos de la muerte en el cuento de hadas que ésta no les alcanza, sugiriendo una
eternidad sin tiempo. En los cuentos del reino de las hadas la gente vive experiencias maravillosas y
aventuras duraderas, sólo para descubrir, al regresar al mundo mortal, que la ausencia ha sido
cuestión de momentos.
En otros casos sucede lo contrario: un momento vivido en el mundo de las
hadas equivale a a siglos de tiempo mortal. Cualquiera que sea raptado por las hadas o sufra un
hechizo pierde toda noción de tiempo, a veces por un período fijo, que puede ser un año, un día o
tres, siete o cien años. Este tema se repite por todo el mundo. Uno de los genios Taoístas, Wang
Chih, desapareció en una montaña, dejando olvidada su hacha. Cuando volvió a la tierra después de
un tiempo aparentemente corto, el mango de su hacha se había convertido en polvo y hacía siglos
que habían muerto sus parientes y amigos. Un mandarín chino, siguiendo a una bella joven de la que
se había hecho amigo, entró en una tierra encantada, donde pasó tres días, pero, al abrir una puerta
prohibida, se encontró de regreso en el mundo mortal, donde habían transcurrido trescientos años.
En
un cuento esquimal, el héroe entra en un mundo mágico donde no existe el día, ni la noche ni el
transcurrir normal del tiempo, hasta que regresa al mundo que dejó.
Tir-nan-og, Las Islas de Bienaventuranza, La Isla de la Felicidad, no tienen noción del tiempo, y
la tradición celta está llena de ejemplos de olvidos producidos por los poderes de las hadas. Las
novias pueden desaparecer cuando alguien las persuade para que bailen o se les da una flor
encantada, abandonan la escena de la boda por un momento, para regresar cien años después,
sorprendidas y perdidas en un mundo extraño. Los enanos pueden llevar a un joven al interior de una
montaña para enseñarle unos tesoros durante un momento, un pastor se refugia en una cueva por un
rato, un príncipe se queda dormido durante un viaje, todos al regresar o despertarse se encuentran
con un mundo en el que han transcurrido siglos.
Como en Shangri-la, los que viven en ese mundo no
envejecen, pero una vez que salen fuera de él, todo el peso de sus años mortales cae sobre ellos y se
pulverizan al primer bocado de alimento mortal o se vuelven decrépitos instantáneamente y mueren.
Lo mismo ocurre con las aguas encantadas.
Un cuento de hadas estoniano relata las aventuras del
hijo menor de un campesino, del que se ha enamorado una sirena. Lo lleva a vivir con ella, como
marido, a un bello palacio del fondo del mar. La historia continúa con el tabú del nombre y con la
visión prohibida. El no debe llamarla nunca sirena ni verla cuando entra en retiro todas las semanas.
Al violar ambos tabúes, la justicia divina le da su merecido y aparece arrojado en la playa donde se
encontró por primera vez con la sirena. Todos sus parientes y amigos han muerto y él es un anciano
que va pidiendo un trozo de pan y, finalmente, lo encuentran muerto sobre la arena de la playa.
Hay, sin embargo, excepciones en este ciclo de cuentos, mitos e historias si no son celtas. La
gente vuelve del reino de las hadas con regalos y mayores poderes.
La ilusoria naturaleza del tiempo se manifiesta también cuando un baile de hadas puede durar, sin
interrupción, un año o más. Se cuenta la historia de uno que duró cien años, aunque los bailarines
creían que sólo se trataba de unas horas.
Dormir e hilar
Dormir también destruye el tiempo. En todo el mundo se cuentan casos de sueños milagrosos. Plinio relata la historia de Epiménides, que durmió cincuenta y siete años en Creta. La leyenda cristiana tiene ejemplos de ello, aparece en El Corán y la historia de Rip van Winkle es muy conocida en el mundo occidental. En la saga, el mito y la leyenda tenemos ejemplos de un sueño que borra el tiempo y el espacio: castillos que desaparecen, palacios que se vuelven a encontrar.
También se emplea el sueño para obligar a olvidar, como en algunas versiones de Cenicienta, en que la niña recibe ayuda del espíritu de su madre muerta o de algún animal colaborador, las bellas espías celosas para descubrir de donde procede la ayuda, pero son inducidas en un sueño mágico y se desbaratan todos sus planes. Este sueño puede estar provocado por un anillo, una varita mágica o por el simple hecho de peinarse, pero en muchos cuentos se produce por un pinchazo. En “Edda” se emplea una espina para hacer dormir a Brunilda, mientras que en las variantes de La Zarza Roja o la Bella Durmiente se trata de un pinchazo con un huso de hilar. La Princesa Durmiente encantada aparece en Homero haciendo referencia al matrimonio sagrado, el hieros gamos, en la saga, Brunilda, que posiblemente es una derivación de una mítica diosa dormida que despertará cuando llegue el tiempo de la necesidad, duerme en el Shieldburg o Hindfell o, en la versión noruega, en la roca solitaria de Hindarfjell, rodeada por un muro de fuego. Aquí todo tiene un simbolismo sagrado: el fuego que la rodea es como el que cerró el Paraíso después de la Caída y la cima de la montaña donde yace dormida simboliza tanto la montaña sagrada como el eje del mundo. También representa la separación simbólica de la iniciación.
Los psicoanalistas comparan a la Princesa Dormida con el subconsciente, pero en el plano
espiritual es el alma que no ha despertado, a la que todas las religiones se dirigen diciéndole:
“Despierta, tú que duermes”. El largo sueño y la destrucción del tiempo significan el recogimiento en
el mundo interior del alma que se hace en la iniciación para meditar y encontrar la identidad interior,
antes del segundo nacimiento, del despertar y la iluminación.
Antes de dormirse, las reacciones de la Princesa son automáticas, ingenuas e infantiles, después,
al despertar, sus actos son conscientes y están controlados por la iniciada. Además, sin un período de
retiro e integración, la actividad no sólo es inútil, sino también peligrosa, ya que puede orientarse en
una dirección errónea.
La joven Princesa es el alma (siempre femenina), supeditada al sueño de la
muerte aparente que se produce antes del renacimiento a un estado superior. Cuando se encuentra
con el espíritu solar (masculino), despierta a una nueva vida conjunta del alma y el espíritu, de lo
masculino y lo femenino, unidos en el Andrógino, de lo activo y lo pasivo, combinados en la unidad
de perfección. En el cuento de hadas, a nivel popular, las heroínas como la Bella Durmiente o
Blancanieves no han entrado aún en la edad femenina adulta y todavía no han despertado al amor.
Este simbolismo del sueño aparece también cuando alguien se convierte en piedra por un
encantamiento, quedando como una estatua hasta que lo liberan, excepto cuando la petrificación es
un castigo. En una variante rusa de la Bella Durmiente, un soldado llega al reino petrificado y resiste
durante tres noches el miedo y las maquinaciones de los espíritus malignos, antes de devolver la vida
al reino y casarse con la Princesa.
Algunas veces el palacio está encantado también.
Cuando se rompe el hechizo, no sólo se
despierta la heroína dormida, sino que se transforma todo el escenario: aparecen bellos edificios,
florecen los desiertos y la tierra vuelve a ser fértil. La vida del lugar está ligada a su alma y, cuando
ella despierta, el alma dormida revive: el alma, la sabiduría, se despierta y reanima todo lo que la
rodea.
En los cuentos de La Bella Durmiente o La Zarza Rosa vemos el simbolismo de la iniciación en
que, cuando se queda sola en el palacio, la Princesa va subiendo cada vez más alto, de habitación en
habitación. En Babilonia, el ‘hieros gamos’ se celebraba en la cima del Zigurat. En un cuento hindú,
Surya Bai, que duerme siete años seguidos después de haberse dado un pinchazo, yace dentro de una
casita que hay en la copa de un árbol inmenso. Todas las torres altas, como la de Rapunzel, tienen
este mismo significado y el argumento se repite en La Princesa del Árbol, de Grimm. En la
habitación más alta, Zarza Rosa se encuentra con una anciana que le enseña el huso. En las
sociedades primitivas es siempre una anciana la que inicia a las jóvenes y, aunque en este caso la
iniciación es ante todo sexual, hay un elemento espiritual en el ascenso a niveles superiores, que
conduce a la muerte iniciática y al renacimiento.
El huso no sólo tiene significado fálico, como cualquier cosa afilada y penetrante, sino que es, al
mismo tiempo, atributo de la Diosa Madre y todas las diosas lunares son hiladoras y tejedoras del
destino. Este simbolismo se puede ver en las tres hadas del bautizo de la Princesa: las dos primeras
quieren ayudar y entregan regalos, la última, como Atropos, corta el hilo de la vida. Son la triple
forma lunar de nacimiento, vida y muerte. El hada a quien se ha dado de lado y no había sido
invitada simboliza, además, en el plano moral y psicológico, el error por omisión y la supresión de lo
que se debería haber reconocido y aceptado en el lado oscuro de la naturaleza y del propio ser y que
se venga si no se tiene en cuenta: ignorarlo es peligroso y produce desequilibrio.
Grimm usa el simbolismo del trece como número de mala suerte para las hadas invitadas al bautizo: sólo hay doce platos de oro, símbolo del zodíaco, el decimotercero representa el caos y el peligro del período intercalar. Encontramos el mismo tema en Noruega, en Norn, y, en el mito griego, Zeus no invita a Eris a la fiesta, por lo que ella arroja la manzana de la discordia. La anciana que está hilando en el desván del palacio es la faceta peligrosa y maligna de la Gran Madre, la Gran Araña. Este temible elemento del tejido mágico, presente siempre en las imágenes de hilar y tejer, guarda relación con el tejido de la vida, la trama de la vida y, una vez más, con el triple simbolismo del pasado, presente y futuro, con lo que entra en juego el elemento del tiempo, y con la Diosa Madre y las Parcas, en su aspecto maléfico y destructivo. Naturalmente, esto pasó al cuento de hadas en épocas en que hilar y tejer eran dos importantes tareas femeninas del hogar, cuando se creía que la rueca tenía su propia hada que la cuidaba.
Había que tener mucho cuidado en esta situación, peligrosa en potencia, hasta tal punto que en
muchas partes de Europa estaba prohibido hilar durante el caótico período de las doce noches de
Pascua. Esto hace que Saint-Yves vea a La Bella Durmiente como un símbolo del amanecer y la
primavera e interprete la prohibición de hilar en su infancia como la prohibición de hilar durante el
tiempo de caos, el período en que la persona no está aún formada y en el que puede suceder cualquier
cosa.
El aspecto de trama mágica que tiene el hilado aparece con frecuencia no sólo en el ciclo de La
Bella Durmiente, sino en los cuentos de Rumplestiltskin y Tom-Tit-Tot, en los que el enano, duende
o hada es siempre una hilandera y la heroína se dedica a hilar. Hilar y tejer son trabajos asociados a
los poderes mágicos femeninos, lo mismo que la magia del herrero es masculina. En la acción de
tejer se considera el simbolismo masculino-femenino, la urdimbre representaba el plano vertical, el
aspecto solar masculino, directo y activo, y la trama la condición lunar, femenina y temporal, pasiva,
variable y horizontal. Juntos son los hilos de la vida, los contrarios que se entretejen para formar
juntos el patrón de la vida. El flechazo del Príncipe y la Princesa es el despertar natural y el
reconocimiento mutuo que se produce tras la unión de los opuestos.
No hay una explicación
sentimental, sino que es la atracción y reacción natural de dos mitades que se encuentran y se juntan
para formar un todo.
Cuando la Princesa, el Rey, la Reina y toda la corte se quedan dormidos, crece alrededor del
palacio una cerca de espinas, que lo oculta completamente a la vista. Esto representa la “muerte” y
desaparición, al iniciado y su renuncia al mundo. La maraña de la cerca de espinas tiene el
significado iniciático de ser devorado, tragado, es el regressus ad uterum de la muerte y el
renacimiento. El simbolismo es ambivalente. No sólo está la importancia fálica de las espinas, sino
también el aspecto protector femenino del árbol, motivo que aparece en diversos contextos
relacionados con el renacimiento. En La Bella Durmiente o en Zarza Rosa, es un rosal lo que rodea a
las dormidas y el castillo, en las variantes de Cenicienta y otros cuentos, la heroína suele refugiarse
en un árbol o en sus ramas. El árbol, a menudo, juega un papel importante en las ceremonias de
iniciación. En otras versiones de La Bella Durmiente, se protege a la heroína por otros medios, pero
todos tienen un simbolismo fálico e iniciatorio. En los cuentos hindúes hay una princesa prisionera
en un jardín con siete cercos de cuchillos que hay que atravesar mientras la heroína y sus doncellas
duermen.
En la historia de La Reina de las Cinco Flores, la casa está rodeada por siete anchos fosos
y siete grandes cercos de lanzas, indicando las siete etapas de la iniciación. La muerte de las
princesas atrapadas en la maraña del rosal silvestre o en los cercos de cuchillos es una advertencia
contra los peligros de forzar el ritmo de la iniciación y la vida espiritual, intentando hacer muchas
cosas en poco tiempo, de una forma absurda y falta de juicio. Los invasores que intentan cruzar el
cerco perecen sobre su propio símbolo masculino, los traiciona su propia inmadurez. No se debería
intentar nada sin tener una preparación o capacitación, tanto física como mental y espiritual.
Traspasar la barrera es vencer y llegar al conocimiento esotérico, y esto puede resultar peligroso, no
debe haber atajos.
El beso que despierta a La Bella Durmiente representa el aliento del alma, que puede transferir
vida. En el mito egipcio, el beso y el abrazo de Atum transmitía vida, esencia vital que pasaba de uno
a otro y ponía orden en el mundo en Tefnut o Mayet.
El beso guarda relación también con las aguas
de la vida, el soma de la inspiración de la mitología hindú, donde el que “besa la boca de una mujer
se convierte en parte de Soma”. Pero un beso falso puede causar el efecto contrario y producir el
olvido, cosa que ocurre con frecuencia cuando alguien con mala intención quiere provocar amnesia
en el héroe o la heroína.
El Héroe Durmiente difiere de la Princesa Durmiente en que tiene una cualidad mesiánica. En el
mito, Vishnú vendrá de nuevo en su última encarnación como Caballo Blanco, empuñando una
espada de fuego, al final del kali-yuga, el actual reino de la obscuridad, y traerá nuevamente la luz y
la bondad a la humanidad.
Zeus Dictynus está durmiendo en Creta hasta que llegue el momento en que despierte de nuevo en
el poder, Quetzacoatl volverá y Woden duerme en las colinas germanas.
La saga también tiene sus
héroes durmientes como el Rey Arturo, Roderico el Godo, Don Sebastián de España, Bruce de
Escocia, Holger el Danés, Federico Barbarroja, Sigfrido, Owen Glendower y Alfatimi el Moro, todos
se encuentran encantados bajo un sueño tranquilo, esperando a que se les llame para combatir por los
poderes de la luz o alguna causa noble. En el cuento, la heroína o el héroe duermen hasta el momento
en que se despierten, o que el viejo rey entregue su reino al mejor de sus hijos, asegurando así el
“eterno retorno”, la renovación constante, no sólo del ciclo vegetativo de las estaciones a través de
los períodos de sueño y vigilia, sino de los grandes ciclos cósmicos, de los Días y las Noches de
Brahma.
Cooper J.C
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