Entonces Drona, viendo que sus alumnos habían completado su educación, solicitó a Dhritarashtra, el rey, permiso para llevar a cabo un torneo, en que todos tendrían una oportunidad de exhibir su habilidad. La petición fue aceptada inmediatamente, y comenzó la preparación para la gran ocasión. Se eligió el terreno, y los ciudadanos fueron reunidos mediante proclamas para estar presentes en las ofrendas de sacrificios para su consagración en un día propicio. Las palestras fueron niveladas y equipadas, y un gran salón fue construido para las reinas y sus damas, mientras que tie ndas y tribunas se ubicaron para los espectadores en puntos estratégicos. Y cuando el día señalado para el torneo llegó el rey cogió su sitio, rodeado de sus ministros y precedido de Bhishma y los anteriores tutores de los príncipes. Entonces Gandhari, la madre de Duryodhana, y Kunti, la madre de los Pandavas, con ricos vestidos y joyas y atendidas por sus séquitos, cogieron los sitios que habían sido reservados para ellas. Y nobles, brahmanes y ciudadanos dejaron la ciudad y se acercaron apresuradamente al lugar, hasta que por el sonido de tambores y trompetas y el clamor de las voces la gran reunión pareció un agitado océano. Finalmente Drona entró a la palestra, con sus blancos cabellos y vestido de blanco, luciendo como la misma Luna apareciendo en un cielo sin nubes, mientras que junto a él su hijo Ashvatthaman parecía una estrella acompañante.
A continuación se celebraron ceremonias de propiciación, y entonces, cuando se extinguió el
canto de los himnos védicos, fueron traídas las armas, se oyó el resonar de las trompetas y los
príncipes entraron en procesión encabezados por Yudhishthira.
Entonces comenzó el más maravilloso despliegue de habilidades. La lluvia de flechas era tan
densa y constante que pocos espectadores podían sostener sus cabezas erguidas sin alterarse, y la
puntería de los poderosos arqueros era tan segura que ni una sola flecha perdió su blanco. Cada
una, con el nombre de su dueño grabado, fue encontrada en el preciso blanco a que había sido
disparada. Luego saltaron sobre el lomo de vigorosos caballos, y saltando y corriendo, volviéndose
a un lado y a otro, continuaron disparando a los blancos. Entonces los caballos fueron dejados y
cambiados por carros, y conduciendo dentro y fuera, haciendo carreras. volviéndose, frenando a
sus corceles o apresurándoles, según demandaba la ocasión, los combatientes continuaron
exponiendo su agilidad, su precisión y sus recursos.
Luego saltando de los carros, y cogiendo cada hombre su espada y escudo, los príncipes
comenzaron a esgrimir su habilidad con las espadas.
Entonces, como dos grandes montañas y
sedientos de batalla, Bhima y Duryodhana salieron a la arena, con la porra en sus manos, para un
combate individual.
Tonificándose, y reuniendo toda su fuerza, los dos guerreros dieron un poderoso rugido y
comenzaron a correr a toda velocidad de la forma usual, a derecha e izquierda, circunvalando la
palestra, hasta que llegó el momento del choque y el ataque mímico, en que cada uno procuraría
vencer a su oponente apelando a su mayor destreza. Y el brillo de la batalla era tal en los dos
príncipes que la enorme asamblea allí reunida se contagió y se dividió según sus simpatías, algunos
por Bhima, otros por Duryodhana, hasta que Drona vio que era necesario parar la contienda, dado
que de no haberlo hecho ésta hubiera degenerado en una pelea real.
Entonces el mismo maestro entró a la palestra y silenciando la música por un instante, con una
voz como la de un trueno de tormenta, presentó a Arjuna, su más adorado discípulo. La real Kunti,
madre de los Pandavas, fue arrebatada de placer ante la aclamación que recibía su hijo, y hasta
que ésta no se hubo aquietado un poco éste no pudo comenzar a exponer su destreza con las
armas. Pero tal era el poder y brillantez de Arjuna que pareció como si con un arma hubiera
creado fuego, con otra agua, con una tercera montañas y como si con una cuarta todas éstas se
hubieran hecho desaparecer. De repente él parecía alto y otra vez bajo.
De repente él aparecía
luchando con espada y maza, de pie en la pértiga o en la yunta de su carro; luego en un momento
sería visto sobre el carro y en otro instante estaba luchando en el campo. Y con sus flechas
acertaba todo tipo de blancos. Ahora, como por un solo disparo, soltó cinco flechas en la boca de
un verraco de hierro giratorio. Otra vez descargó veintiuna flechas en el agujero de un cuerno de
vaca que se balanceaba de un sitio a otro pendiendo de la cuerda de la que colgaba. Así mostró su
habilidad en el uso de la espada, el arco y la maza, caminando en círculos alrededor de la palestra.
La entrada de Karna
Justo cuando la exhibición de Arjuna estaba terminando se oyó un gran ruido que venía desde
la puerta como si un nuevo combatiente estuviese a punto de comenzar en la palestra. La
asamblea entera se dio vuelta como un solo hombre, y Duryodhana con sus cien hermanos se
pararon precipitadamente y se detuvieron con las armas apuntadas, mientras Drona estaba en el
medio de los cinco príncipes Pandavas como la Luna en medio de una constelación de cinco
estrellas.
Entonces, entró el héroe Karna, centro de todas las miradas, magnífico con sus armas y su
hombría. Y lejos, en la tribuna de las reinas, la real Kunti tembló por volver a ver al hijo que había
abandonado largo tiempo atrás, temiendo revelar su nacimiento divino.
Dado que, cosa que nadie
sabía, el mismo Sol había sido el padre de Karna, y Kunti, convertida más tarde en madre de los
Pandavas, había sido su madre.
Ahora él era realmente digno de ser observado. ¿No era él en realidad una emanación del
ardiente y brillante Sol? Sus proporciones lo hacían como un gran acantilado. De hermosa figura,
poseía innumerables atributos. Era de estatura alta, como una palmera dorada, e, imbuido del vigor
de la juventud, era incluso capaz de dar muerte a un león. Inclinándose respetuosamente ante su
maestro, se volvió hacia Arjuna, y como quien desafía, declaró que había venido a superar la
actuación que acababan de observar.
Una conmoción atravesó la gran audiencia, y Duryodhana
mostró abiertamente su agrado. ¡Pero, ay de mí! El principesco Arjuna enrojeció de furia y
desprecio. Entonces, con autorización de Drona, el poderoso Kama, deleitándose al pensar en la
batalla, cumplió su palabra e hizo todo lo que Arjuna había hecho antes que él. Y cuando su
despliegue de habilidad terminó fue abrazado y aclamado por todos los hijos de Dhritarashtra, y
Duryodhana le preguntó qué podía hacer por él. «¡Oh príncipe», dijo Kama en respuesta, «sólo
tengo un deseo, y es entablar lucha con Arjuna!» Arjuna, mientras tanto, enardecido por el
resentimiento por lo que consideraba un insulto a su persona, dijo tranquilamente a Kama: «¡El día
llegará, oh Kama, en que te mate!»
«¡Habla en flechas», respondió clamorosamente Karna, «que con flechas este mismo día haré
volar tu cabeza delante de tu mismo maestro! »
Karna y Arjuna
Entonces desafiado à outrance, Arjuna avanzó y tomó su sitio para el combate individual. Y
Kama así mismo avanzó y se paró enfrentándosele.
Arjuna era el hijo de Indra, tal como Karna había nacido del Sol, y mientras los héroes se
enfrentaban el uno al otro, los espectadores se dieron cuenta de que Arjuna estaba cubierto por la
sombra de las nubes, que sobre él se extendía el arco iris, el arco de Indra, y que bandadas de
gansos salvajes, volando sobre su cabeza daban un aspecto risueño al cielo.
Pero Karna
permaneció iluminado por los rayos del Sol.
Y Duryodhana se aproximó a Karna, mientras
Bhishma y Drona se mantuvieron cerca de Arjuna. Arriba en la tribuna real se oyó gemir y caer a
una mujer.
Entonces el maestro de ceremonias avanzó y clamó la estirpe y títulos de Arjuna, una estirpe y
títulos que eran por todos conocidos. Y habiendo hecho esto, esperó desafiando al caballero rival a
mostrar un linaje similar, dado que los hijos de los reyes no pueden luchar con hombres de inferior
origen.
Ante estas palabras Karna palideció y su cara se transformó por la emoción contenida. Pero
Duryodhana, ansioso por ver a Arjuna derrotado, exclamó: «¡Si Arjuna sólo quiere luchar con un
rey, déjame ya mismo entronizar a Karna como rey de Anga!»
Como por arte de magia, los sacerdotes se adelantaron cantando; un trono de oro fue traído;
arroz, flores y el agua sagrada fueron ofrendados, y sobre la cabeza de Karna fue alzado el
paraguas real, mientras colas de yak ondeaban a su alrededor en cada lado.
Luego, entre los vivas
de la multitud, Karna y Duryoclhana se abrazaron y se juraron amistad eterna.
En ese mismo momento, inclinado y temblando por su vejez y debilidad, pobremente vestido, y
sosteniéndose sobre un bastón, se vio entrar un anciano a la palestra. Y todos los presentes lo
reconocieron como Adhiratha, uno de los aurigas de la servidumbre real. Pero cuando la mirada
de Kama lo encontró rápidamente dejó su trono y fue y se inclinó ante el anciano hombre que
descansaba sobre su bastón, y tocó sus pies con esa cabeza que aún estaba húmeda con el agua
sagrada de la coronación. Adhiratha abrazó a Karna y lloró de orgullo por haber sido Kama hecho
rey, llamándole hijo.
Bhima, de pie entre los héroes Pandavas, rió fuertemente mofándose. «¡Qué! ¿Qué héroe es
éste?», dijo. «Parece, señor, que el látigo es tu verdadera arma. ¿Cómo puede ser rey quien es
hijo de un cochero?»
Los labios de Karna temblaron, pero por única respuesta juntó sus brazos y alzó su vista al
Sol.
Pero Duryodhana montó en cólera, y dijo: « ¡El linaje de los héroes es siempre desconocido!
¿Qué importa de dónde ha venido un hombre valiente? ¿Quién pregunta por el origen de un río?
¿Un tigre como éste ha nacido alguna vez de sirvientes? Pero aunque esto fuera así, él es mi
amigo, y bien merece ser el rey del mundo entero. ¡Dejadle a él, quien no tiene ninguna objeción
que hacer, arquear el arco que Karna arquea!»
Fuertes aplausos de aprobación estallaron entre los espectadores, pero el Sol cayó. Entonces
Duryodhana, cogiendo a Karna por la mano, lo condujo fuera de la arena iluminada por lámparas.
Y los hermanos Pandavas, acompañados por Bhishma y Drona, volvieron a sus respectivos
lugares. Sólo a Yudhishthira le perturbaba la idea de que nadie podía vencer a Karna. Y Kunti, la
reina-madre, habiendo reconocido a su hijo, apreciaba la idea de que después de todo él era rey de
Anga.
LA RECOMPENSA DEL MAESTRO
Llegó el momento en que Drona pensó en solicitar a quienes había estado enseñando lo que se
le debía como maestro. Entonces reunió juntos a todos sus discípulos, y dijo: «Coged a Drupada,
rey de Panchala, en la batalla, y traedlo aquí atado hasta mí. Ésta es la única recompensa que
deseo como vuestro maestro y preceptor.»
La iniciativa fue totalmente aceptada por los ansiosos jóvenes, y con alegría juntaron un
imponente conjunto de carros, armas y seguidores, y partieron hacia la capital de Drupada, sin
olvidar en su camino que iban a atacar a los Panchalas.
Príncipes y nobles avanzaban encantados
de poder ostentar a su paso su valor y sus habilidades.
Y nunca esto fue más notable que cuando
entraron por las puertas de la ciudad y recorrieron con estrépito las calles de la capital Drupada.
Oyendo el clamor, el mismo rey se asomó a los balcones del palacio para ver el espectáculo.
Pero estos caballeros, dando gritos de guerra, le dispararon una lluvia de flechas. Entonces
Drupada, acompañado por sus hermanos, saliendo ahora por las puertas del palacio sobre su
blanco carro, se enfrentó él mismo a la fuerza invasora. Sin embargo, a partir de ese momento
Arjuna contuvo a sus hermanos y a sí mismo de participar en lo que parecía una mera melée. Se
dio cuenta de que el rey Panchala, luchando en su propia capital, no sería vencido con tácticas de
este tipo, sino que éstas podían tener el efecto de fatigarlo y entonces sí sería la oportunidad de los
Pandavas para actuar.
Tal como él lo había predicho, el carro blanco del rey era visto, ahora aquí, ahora allí, siempre
hacia adelante, y acercándose hacia el punto donde el peligro y las incursiones de los invasores
eran mayores, y durante esos rápidos movimientos no dejaba de descargar sobre la tropa una tan
constante y rápida lluvia de flechas que los kurus comenzaron a ser presa del pánico y a pensar
que se estaban enfrentando, no a uno, sino a muchos Drupadas.
Para entonces la alarma se había esparcido por la ciudad, y tambores y trompetas comenzaron
a sonar en cada casa, mientras los hombres salían, con sus armas listas, para asistir a su rey.
Entonces surgió de la gran multitud de los Panchalas un terrible rugido, mientras el sonar de las
cuerdas de los arcos parecía hendir los mismos cielos. Una nueva y feroz respuesta surgió por un
momento de los guerreros invasores, pero siempre que se disparaba una flecha parecía estar
Drupada en persona para contestarla.
El estaba aquí, allá y en todas partes, y moviéndose a toda
velocidad sobre el campo de batalla, como una feroz rueda, atacó a Duryodhana, y también a
Karna, y les hirió, amainando con verdadero derecho su sed de batalla, tanto que, viendo a la
multitud de ciudadanos a que se oponían, los Kurus quebrantados huyeron con un gemido hasta
donde estaban los Pandavas esperando.
El poder de Arjuna
Apresuradamente los Pandavas, venerando a Drona, subieron a sus carros. El liderazgo cayó
sobre Arjuna, como por instinto, y él, prohibiendo a Yudhishthira luchar o exponerse, rápidamente
asignó a los gemelos, sus hermanos menores, protectores de las ruedas de su carro, mientras que
Bhima, siempre luchando en la vanguardia, corrió hacia adelante, maza en mano, para liderar el
ataque. Así, como la figura de la muerte, Arjuna entró en la multitud de los Panchalas. Bhima con
su porra comenzó a matar los elefantes que los cubrían. Y la batalla se volvió feroz y terrible de
observar. Arjuna eligió al rey y a su general para atacarlos personalmente. Entonces consiguió
voltear su mástil, y cuando éste había caído saltó del carro, y dejó a un lado su arco para
cambiarlo por la espada, y con ella cogió a Drupada, el rey, con tanta facilidad como un gran
pájaro coge a la serpiente de agua.
Habiendo así exhibido su poder en la presencia de ambas multitudes, Arjuna dio un fuerte grito
y avanzó saliendo de entre los Panchalas, llevando con él a su cautivo.
Ante esta visión los Kurus
enloquecieron y hubieran devastado toda la capital de los Panchalas, pero Arjuna con una fuerte
voz les cohibió. «Drupada», dijo, «es nuestro amigo y aliado. Lo hemos vencido a él personalmente
para satisfacer a Drona. ¡Bajo ningún concepto vamos a matar a su gente! »
Entonces todos los príncipes juntos, trayendo con ellos a sus cautivos, volvieron adonde se
encontraba Drona, y dejaron ante él a Drupada, junto con muchos de sus ministros y amigos.
La venganza de Drona
Drona se rió tranquilamente ante el rey que una vez había sido su amigo. «No temas, oh rey»,
dijo; «tu vida será perdonada. Pero ¿no te interesaría cultivar mi amistad?» Entonces, por un
momento, hubo un silencio. Abriendo otra vez sus labios dijo: «En realidad, Drupada, yo te amo
hoy tanto como antiguamente en nuestra niñez y aún deseo tu amistad. Tú me dijiste, ay de mí,
que sólo un rey podía ser amigo de un rey, y por esa razón te restituiré sólo parte de tu territorio,
de modo que, siendo rey yo mismo, podré disfrutar de tu afecto en condiciones de igualdad. Tú
serás rey de todas las tierras que se encuentran al sur del río Ganges, y yo reinaré sobre las del
norte. Y ahora, Drupada, ¿te humillarías a distinguirme con tu amistad?»
Con estas palabras Drona liberó a Dmpada y le confirió la soberanía de la mitad de su propio
reino, aquellos territorios que se encontraban al sur del Ganges.
Drupada, con muchas disculpas, le aseguró su profunda admiración y respeto. Pero en su
propia mente la lección que el mortificado rey llevó al corazón fue la de la superioridad de
recursos de su viejo amigo, y desde ese momento deambuló en todas direcciones, aun como
Drona había ido a Hastinapura, con la esperanza de descubrir algún poder oculto u otro medio, por
devoción u otra forma, para obtener un hijo que pudiera tener éxito en una venganza contra el
hombre que le había humillado. Y sucedió que su enemistad hacia Drona creció con el tiempo
hasta ser uno de los principales motivos en la vida de Drupada, rey de los Panchalas.
IV. LA CASA DE RESINA
Fue cerca de un año después de la invasión de la cuidad de Drupada cuando Dhritarashtra,
movido por un sentido del deber y teniendo en cuenta también el bienestar de sus súbditos, decidió
coronar a Yudhishthira en público como sucesor del imperio. Dado que Pandu, padre de
Yudhishthira y sus hermanos, había sido el monarca del reino, y no Dhritarashtra, quien por su
ceguera había sido considerado incompetente. Ahora el rey ciego se sentía obligado, por tanto, a
designar a Yudhishthira y a sus hermanos como sucesores, en lugar de a sus propios hijos. Y
después de la exhibición de caballerosas capacidades con que se habían presentado al mundo él
no podía negarse a ello por más tiempo.
Pero los príncipes Pandava cogieron su nueva posición con más seriedad de lo que nadie
hubiese previsto. No satisfechos con el mero entretenimiento, partían en todas direcciones para
extender su soberanía y constantemente enviaban al tesoro real inmensos botines. Duryodhana
había estado celoso de sus primos desde la misma niñez, pero ahora, viendo su gran superioridad y
su creciente popularidad, incluso su padre, Dhritarashtra, comenzó a ponerse ansioso, y al final
tampoco él podía dormir de celos.
Sintiéndose así, era suficientemente fácil para un rey reunir a su
lado consejeros que pudieran darle el consejo que anhelaba, y así, a su debido tiempo, le
aseguraron que el exterminio de sus enemigos es el primer deber de un soberano.
Pero los Pandavas también tenían a un amigo vigilante y consejero en un cierto tío llamado
Vidura, quien, aunque de cuna inferior, era una auténtica encamación del dios de la justicia.
Vidura tenía la virtud de leer el pensamiento de los hombres a partir de su cara, y fácilmente en
este momento comprendió los pensamientos de Dhritarashtra y su familia.
Sin embargo, advirtió a
los Pandavas que, si bien tenían la obligación de estar en guardia, no debían precipitar el odio de
aquellos que estaban en el poder permitiendo que se notara que conocían sus sentimientos. En
cambio debían aceptar todo lo que se hacía con un aire de alegría y sin suspicacia aparente.
Por esos tiempos Duryodhana abiertamente abordó a su padre, rogándole que desterrara a sus
primos al pueblo de Benarés, y que durante la ausencia de éstos le confiriera a él la soberanía del
reino. El tímido Dhritarashtra se alegró de que esta sugestión concordara con sus propios secretos
deseos, y viendo que su hijo era más decidido rápidamente se tranquilizó ante las dificultades que
preveía. De momento, señaló, tenían el tesoro bajo su dominio. Teniendo esto, podrían comprar la
lealtad popular, y así ninguna crítica a su conducta podría ser lo suficientemente fuerte como para
oponerse a ellos. Fue entonces por esa época cuando Duryodhana comenzó a ganarse a la gente
con abundante distribución de riquezas y honores.
Los príncipes son expulsados
Sucedió entonces que, bajo instrucciones secretas del rey Dhritarashtra, ciertos miembros de
la corte comenzaron a alabar las bellezas de la cuidad de Benarés, donde, ellos decían, la fiesta
anual de Shiva ya estaba comenzando. Al poco tiempo, como se pretendía, los príncipes Pandava,
con otros, mostraron cierto interés y curiosidad por las bellezas de Benarés y dijeron cuánto les
gustaría verla. Ante la primer palabra, el ciego Dhritarashtra se volvió hacia ellos con aparente
amabilidad. «Entonces id, mis chicos», dijo, «vosotros los cinco hermanos juntos, satisfaced
vuestro deseo viviendo algún tiempo en la ciudad de Benarés, y llevad con vosotros obsequios del
tesoro real para distribuir.»
No había duda de que las palabras que sonaban tan amigablemente eran en realidad una
sentencia de destierro. Pero Yudhishthira, con su política fijada, tenía la suficiente inteligencia para
sentirse alegremente y expresar placer ante la oportunidad dada a él. Un día o dos más tarde,
Kunti, con sus grises cabellos, partió con sus cinco hijos desde Hastinapura. Sin embargo,
Purochanna, el amigo y ministro de Duryodhana, había partido antes hacia Benarés con la
supuesta intención de acelerar los preparativos para recibir a los príncipes.
Realmente él había
sido instruido para construir para ellos una casa de materiales altamente inflamables, equipada con
el más costoso mobiliario y equipos, y ubicada lo más cerca posible del arsenal público, donde
viviría él como guardián de la ciudad, y buscaría una oportunidad adecuada para incendiarla, como
por accidente. El palacio, de hecho, debía estar hecho de resma.
Mientras tanto el vigilante ‘Vidura, sin dejar que nada de todo esto se le escapara, había
prepardo en el Ganges un estupendo barco con el que Kunti y sus hijos pudieran huir en un
momento de peligro. Además, cuando los Pandavas abandonaron Hastinapura, Vidura fue el
último en dejarlos entre todos los que los acompañaban al principio del viaje; y en el momento en
que se marchaba dijo a Yudhishthira en tono bajo, y en una lengua que sólo ellos dos comprendían:
«¡Permanece siempre alerta!
Hay armas que no están hechas de acero. ¡Se puede escapar aún
del fuego teniendo muchas salidas en la casa de uno, y un profundo agujero es un maravilloso
refugio! Familiarizaos con los caminos a través del bosque y aprended a guiaros por las estrellas.
¡Por sobre todas las cosas, estad siempre alerta!»
«Te comprendo bien», respondió Yudhishthira rápidamente, y sin decir más ellos partieron.
Los príncipes llegan a Benarés
Los Pandavas fueron recibidos con gran magnificencia por el pueblo de Benarés, encabezados
por Purochanna, y fueron alojados por un tiempo en una casa en las afueras de la ciudad. En el
décimo día, sin embargo, Purochanna les describió una hermosa mansión que había construido
para ellos en la ciudad. Su nombre era «el hogar bendito», pero por supuesto era en realidad «la
casa maldita», y Yudhishthira, juzgando que esto era lo más sabio, fue con su madre y sus
hermanos a ocupar sus cuartos en ella. Al llegar a la casa, la inspeccionó cuidadosamente y,
realmente, el olor a resma, brea y aceite era fácilmente perceptible en la nueva construcción.
Entonces, volviéndose a Bhima, le dijo que sospechaba que era altamente inflamable. «¿Entonces,
no deberíamos volver inmediatamente a nuestras primeras habitaciones?», dijo el sencillo Bhima
sorprendido. «En mi opinión lo más sabio», contestó su hermano, «es permanecer aquí simulando
estar contentos, y así ganar tiempo evitando sus sospechas. Si demostramos que les hemos
descubierto, Purochanna atentaría inmediatamente contra nosotros.
En cambio, debemos
quedarnos aquí, pero debemos mantener siempre nuestros ojos vigilantes; ni por un momento
debemos permitimos no tener cuidado.»
Tan pronto como se establecieron los príncipes en su nueva morada llegó a ellos un hombre
que decía ser un emisario de Vidura, su tío, y además hábil en minería. Era su opinión que la casa
en la que ahora ellos estaban sería quemada en alguna noche sin luna. Por ello les propuso cavar
sin tardanza un ancho pasaje subterráneo. Y les repitió, como contraseña, la última frase que
había sido hablada, en una extraña lengua, entre Yudhishthira y su tío en el momento de partir.
Oyendo todo esto, los Pandavas lo aceptaron con gran alegría, e inmediatamente él comenzó una
cuidadosa excavación en la habitación de Yudhishthira, cubriendo la entrada con tablas de modo
que estuviera a nivel con el resto del suelo. Los príncipes pasaron sus días cazando y recorriendo
los bosques de los alrededores, y por la noche siempre dormían con las puertas cerradas, y con
sus armas junto a sus almohadas.
La huida de los Pandavas
Cuando había pasado un año entero pareció a Yudhishthira que Purochanna había descuidado
completamente su vigilancia. Por ello consideró que ése era el momento adecuado para su huida.
Cierta tarde, la reina Kunti dio un gran banquete, y cientos de hombres y mujeres vinieron. Y en
plena noche, en cuanto hubo oportunidad, cuando todos se habían marchado, un fuerte viento
comenzó a soplar; y en ese momento Bhima, saliendo silenciosamente, encendió fuego en la parte
de la casa que unía los mismos cuartos de Purochanna con el arsenal. Luego encendió fuego en
otras varias partes y, dejando que todo ardiera, él con su madre y sus hermanos entraron en el
pasaje subterráneo para escapar. Y nadie se dio cuenta de que una pobre mujer de baja casta y
sus cinco hijos que habían venido al banquete todavía estaban allí, y que los seis, dormidos por la
intoxicación, quedaron dentro de la casa en llamas. Y dado que la somnolencia y el miedo
frenaban el movimiento de los Pandavas en su huida, el Kirat-Arjuna gigante Bhima puso a su
madre sobre su espalda y, cogiendo a dos de sus hermanos cada uno bajo un brazo, corrió hacia
adelante a lo largo del pasaje secreto y salieron luego de un momento en la oscuridad del bosque.
Y Bhima, así cargado, siguió adelante, rompiendo los árboles con su pecho y hundiendo el suelo
con su fuertes pisadas.
Y detrás de ellos los ciudadanos de Benarés estuvieron toda la noche mirando el incendio de
la casa de resma, llorando amargamente por el destino de los príncipes, que ellos suponían estaban
allí dentro, y condenando a voces al malvado Purochanna, cuyos motivos ellos comprendieron
bien. Y cuando llegó la mañana encontraron el cuerpo de Purochanna y también los cuerpos de la
mujer con sus cinco hijos pertenecientes a los inocentes de baja casta, y enviando un mensaje a
Dhritarashtra a la capital distante procedieron a rendirles honores reales a las infortunadas
víctimas. Entonces el minero que había sido enviado por Vidura se acercó a colaboran en el
movimiento de las cenizas, y así, con este ardid, pudo cubrir, sin ser descubierto, la entrada del
pasaje secreto, y lo hizo de tal forma que nadie sospechó su existencia.
Mientras tanto, cuando los Pandavas emergieron del bosque encontraron en una hermosa
embarcación en el Ganges a un hombre que parecía estar midiendo su lecho para encontrar un
vado. Y éste era, en realidad, el capitán que había sido enviado por Vidura para esperar el
momento de la huida de los Pandavas. Viendo a los cinco hombres, con su madre, llegan a la orilla
del río, se acercó con su embarcación y dijo en voz baja a Kunti la del cabello gris: «¡Escapa con
tus hijos de la red que la muerte ha esparcido alrededor de todos vosotros!» Kunti miró
sobresaltada y él se volvió a los príncipes y dijo: «Es la palabra de Vidura. ¡Estad siempre alerta!
¡He sido enviado para transportaros al otro lado del Ganges!»
Reconociéndolo por estas palabras como un agente de Vidura, los principes contentos
entraron a su barco y el los llevo a salvo hasta la orilla opuesta Entonces pronunciando la palabra
Jaya (¡Victoria!) los dejó, y volvió al trabajo que parecía estar haciendo.
Y los Pandavas, con su madre, huyeron de bosque en bosque y de pueblo en pueblo.
En una
ocasión se disfrazaban de una forma y luego otra vez de otra, hasta que al final llegaron al pueblo
de Ekachakra, siendo recibidos en las habitaciones exteriores de un brahmán y su familia; se
establecieron allí para vivir como hombres instruidos mendigando. Repitiendo largos pasajes de los
libros sagrados, era fácil para ellos obtener cada día comida suficiente. Con sus altas figuras, sus
prendas de piel de ciervo, sus cordones sagrados y sus enmarañadas mechas, todos los hombres
les tomaron por brahmanes. Pero cada atardecer al volver a Kunti con el arroz que habían
recogido durante el día, éste siempre era dividido por ella en dos porciones iguales. Una era
comida por Bhima, y la otra era dividida por ella entre los cuatro hermanos restantes y ella misma.
Y haciendo eso ellos vivieron muchos meses con simplicidad y mucha felicidad en el pueblo de
Ekachakra.
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