miércoles, 1 de mayo de 2019

HISTORIA DE LAS RELIGIONES - PARTE I




Si nos dejásemos llevar de la importancia de este tema y de nuestro entusiasmo por él, tomaría bien pronto este capítulo las proporciones de un libro voluminoso. Nos vamos a limitar, por con­secuencia, a descubrir el hilo de oro que engarza todas las religio­nes a través de la historia, de la leyenda y de la mitología.

Para ello vamos a partir de cinco hechos legendarios previos; a saber:

1) El viaje del Arca de Noé.
2) El establecimiento de Jano en la Etruria.
3) E1 itinerario de la Vaca Io.
4) La expedición de los Argonautas.
5) El éxodo de Rama.

Conviene fijar la atención en que estos viajes, exceptuando el de Jano, tienen su punto de concurrencia o de término en esa región caucásica comprendida entre el Mar Negro y el Mar Caspio, forma­da por tierras de Georgia, Armenia, Persia y Rusia. Zona en la que, según la tradición, estuvo situado el Paraíso Terrenal (entre la Cól­quida y la Mesopotamia) y posteriormente fue centro de dispersión del género humano[1].

Pero es aún más curioso que, en dichos viajes juegan una can­tidad de nombres que derivan de la raíz común Ar, como por ejem­plo: Ar-men, Ar-arat, Ari-masp, Ari-man, Ares, Aries, Aryavarta, que nos están diciendo de un modo evidente, como nos encontramos ante referencias de la iniciación aria.

Veamos estos viajes.

 1. El Arca de Noé cuya conocidísima leyenda ha merecido ya nuestra atención en el Capítulo III, apartado d), fue a parar en el Monte Ararat de la Armenia. Era un símbolo de la sabiduría iniciá­tica postatlante, recogida por las tres razas (semítica, camítica y jafétida o aria) que habían de esparcir la tradición por el mundo ba­jo el predominio del espíritu ario.

Es para nosotros evidente que las denominaciones de arios, ja­fétidas e indogermano son equivalentes. Arios porque empiezan a pesar en la historia bajo el signo de Aries (o el Cordero); Jafétidas porque son descendientes de Jaf ef y llevan especiales capacidades espi­rituales ; indogermanos porque sus dos familias más destacadas las constituyen los ario-indas y los hiperbóreos más tarde germanos.

Lo ario no es una cualidad física de un grupo de pueblos o de una raza, sino un carácter de índole espiritual que, según el Conde de Gobineau, sería su capacidad civilizadora; y que, indudable­mente, marca un paso ascendente en la evolución de la Humanidad. No es un capricho de la mitología el asignar al tercero de los hijos de Noé (Jafet) la ocupación de Europa y parte de Asia, co­mo es sabido que hicieron los arios. Jafet, la-fetus o progenie de IO es el nombre genérico que encarna el concepto de la iniciación aria. Y esta sabiduría aria, representada por el primitivo culto luni-solar simbolizado en la Vaca IO europea, es precisamente lo mejor y más elevado que pudo salvarse de las destruidas civilizaciones atlantes, sublimado luego en los variados movimientos filosóficos y religio­sos del ciclo ario.

El nombre del monte Ararat donde se posó el Arca quiere de­cir "altar del discípulo" o sea el `'iniciado". Y el nombre de Arme­nia o Ar-menes o Arat-menes, puede traducirse por el del "hombre ario, discípulo o iniciado".

2. El establecimiento de Jano en la Etruria, es el menos desta­cado de los acontecimientos que dan comienzo al ciclo ario. Pero no obstante, la influencia de su doctrina esotérica en el pueblo etrusco y aún en el pueblo romano que le siguió, es de singular im­portancia.

La tradición le considera como rey del Lacio, en cuyos domi­nios fue a refugiarse Saturno, que le dotó de gran prudencia y de la facultad de ver el pasado y el porvenir[2]. Su templo, consagrado por el rey Numa solamente se abría en circunstancias excepcionales; y de su culto aún quedan restos cristianizados en nuestra Península Ibérica, representados por los humilladeros o capillas situados en el exterior y a cierta distancia de las poblaciones[3].

3. El Itinerario de la Vaca IO; expresa la propagación del culto luni-solar o primitiva religión de la Naturaleza, por las costas meridionales de Europa, desde occidente hasta el país (le los Ari­maspos, (o "batalladores incultos"), tierra legendaria situada en las orillas del Mar Caspio, habitada por cíclopes con un solo ojo. Toda esta ruta ha quedado jalonada por nombres bovinos, de toros o vacas, como recuerdos geográficos, raciales, míticos y legen­darios de tal época. Y así Toro (en Portugal y Zamora), Toral, To­ril, Becerril, Cabeza de Buey, Arevacos, Aravaca, Caravaca, Vaceos. Carcabuey..., sin olvidar a los Toros de Guisando y a los famosos Vaqueiros de Alzada astures, en España; el Taurisco céltico, Tau­romenium o Taormina en Sicilia; el Tauris de Dalmacia, la Taura­sia Ligur, la Taurania macedonia; el Bósforo en Turquía; el monte Tauro y el Antitauro en la Armenia; el Taurobolio emerítense, el Minotauro cretense; el buey Apis y la vaca Hathor de los antiguos egipcios; la vacada de Gerión robada por Hércules; las vacas del Sol paganas, celeste rebaño robado por Mercurio; el toro de Dirce, el toro de Mithra persa; la propia vaca IO o Europa, seducida por Júpiter transformado en toro; la vaca del portal de Belén; el toro de San Marcos; y más al oriente, la vaca del Código de Leyes del Manú por la cual juraba el vasya; la vaca de la leyenda brahmánica de Narayana; le vaca de oro de los iniciados, dvijas o dos veces nacidos, hindúes; el buey Nardi de la leyenda indostánica del Maha­Deva; la vaca por la que el Buddha cambió su nombre por el de Gautama o -conductor de la vaca"; la vaca del capítulo II del Korán, a la que según el relato, ordenó inmolar Moisés, muestra del odio semítico al emblema de la vaca, que no es único, ya que en la Biblia se impone su inmolación como condición esencial para ser ordenado "levita" o sacerdote de Jehovah.

Como se ve, el mito del Toro o la Vaca es casi universal. Rara es la raza, nación o religión, donde dicho animal no se nos muestra con un valor ideológico, emblemático o esotérico.

El Toro, como símbolo religioso, ha representado generalmen­te la potencia generadora cósmica y, en un sentido más ritualístico, el poder de la religión. Los primitivos arios (hiperbóreos) enarbo­laron su efigie con una cierta reminiscencia de totem de sus clanes o tribus, quizás tomado de las razas negras a la que expulsaron de los frondosos bosques de la Escitia. Por otra parte, entre los semi­tas fue adorado el toro en su ya dicha y primitiva significación, siendo su mejor ejemplo la del famoso toro fenicio, que pasó a ser Apis osiríano de los egipcios.

Cierto es que, la introducción del toro en la mitología, partió de la humana tendencia a perpetuar en emblemas los hechos tras­cendentales de su vida; como cierto es también que luego este em­blema, como tantos otros, fue relacionado con hechos o fenómenos cósmicos o astronómicos, convirtiéndose en mito o expresión fabu­losa de una verdad universal. Así, el toro de los sacrificios humanos de los primitivos arios, contra el que tuvo que luchar Rama para imponer el emblema pacifista del carnero, pasó -seguramente por iniciativa del propio Rama- a dar nombre a una de las constela­ciones del Zodiaco (Tauro o Aleph), junto -a Aries (el cordero), en la natural marcha de la precesión de los equinoccios, que pasó a ser la expresión en los cielos de la procesión de las religiones en la Tie­rra[4]. A las religiones semíticas del toro y de la fuerza (Apis, el Becerro de Oro, israelita, el toro de Ormuz, etc.) sucedieron las re­ligiones del carnero o cordero (el Kneph o Khnumn egipcio, el divi­no cordero de los cristianos, el IO-agnes o cordero de lO, etc.).

Y es que el iniciado encargado de la augusta misión de dar a los hombres en cada momento el mensaje del espíritu, tomó como animal simbólico -al menos cuando este mensaje se hacía con base en conceptos míticos solares o astronómicos, como ha ocurrido en la mayoría- el del signo del Zodiaco en el que el Sol alcanzaba su máximo en aquel momento; (así Oannes de Siria, tomó a Piscis; Mithra a Tauro; Cristo a Aries o el cordero y a Piscis; etc.).

Pero espiritualmente consideradas, las religiones del cordero han sido una herencia de la religión pre-ariana de la Vaca y su cul­to luni-solar (por tanto también astronómico) o sea la religión ar­caica de la Naturaleza, tronco de todas las religiones, hilo de oro que une el espíritu legendario de la antigua Atlántida con el espíri­tu ario.
        
La iniciación aria con sus carneros y sus vacas emblemáticas, es la heredera directa de la magia blanca de los atlantes. La Gran Logia Blanca pre-ariana ha sembrado de carneros, corderos, bue­yes, vacas y terneros simbólicos, todos aquellos pueblos en los que a través de cultos solares se venera el Espíritu Divino manifestado en el hombre, constituyendo consciencia y responsabilidad indivi­dual. Vacas y corderos adorados en todas formas y lugares como símbolo de espiritualidad y pureza: "Ecce Agnus Dei qui tolli pec­cata mundi".

4. La expedición de los Argonautas, capitaneada por Jason en el navío Argos, es un relato fabuloso de las pruebas de la inicia­ción, cuyo objetivo fue el famoso Vellocino de oro o "secreto ini­ciático" guardado en la Cólquida (hoy Mingrelia rusa).

No deja de ser significativo que el Vellocino de oro pertene­ciese al Cordero (o Aries) hijo de Teófana, la bellísima ninfa a quien Neptuno convirtió en oveja.

En resumen: Los Argonautas, entre las cuales iban héroes y dioses tan famosos como Teseo, Orfeo, Telamón, Castor y Polux, Peleo, Hércules y Asklepios, partieron de lolcos hacia una ruta en la que les esperaban momentos angustiosos y pruebas terribles. En­tre ellas, las más famosas fueron las luchas contra las Amazonas en Lemnos; contra las Arpías en Samotracia; contra los piratas en el Helesponto; contra el rey en Cicio y, finalmente, contra las aves Stinfálidas y las borrascas del Ponto Euxino.

Al llegar a la Cólquida aún tuvo Jasón que vencer a los furio­sos toros que arrojaban llamas y al terrible dragón que, como símbolo de las más monstruosas pasiones humanas, defendía el áureo vellocino de la espiritualidad; recibiendo como premio el amor de Medea, la hija del rey, en augusto simbolismo del alma esforzada que se une con la esencia inmortal que la cobija.

Todavía a su regreso tuvieron que hacerse fuertes contra el canto de las Sirenas, del que los defendió la lira de Orfeo, y las tor­mentas de Creta y Colcos de las cuales les salvó Apolo. Certera alu­sión a la iniciación aria y solar personificada en Orfeo y en Apolo, contra la cual son impotentes las tormentas y los cantos de sirena de nuestra naturaleza inferior.

Jasón y Medea casáronse en Corcira y desembarcaron al fin en Colcos, entregando a Pellas el Vellocino de oro y consagrando a Neptuno el navío Argos.

En nuestro folk-lore hispánico tenemos el romance de "El In­fante Arnaldos", joya del romancero español, cuyo fondo iniciático, aunque con más simplicidad de expresión, es semejante al de la fá­bula griega. Y dice así:

¡Quien hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
 para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
 las velas trae de sedas,
 la ejarcia de oro torzal, 
áncoras tiene de plata,
 tablas de fino coral.
Marinero que la guía
diciendo viene un cantar,
 que la mar ponía en calma,
 los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
 arriba los hace andar;
las aves que van volando,
 al mástil vienen posar.
Allá habló el infante Arnaldos,
 bien oiréis lo que dirá:
-Por tu vida el marinero,
 digasme ora ese cantar.
Respondíole al marinero,
 tal respuesta le fue a dar: -
Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.

Efectivamente, la galera, como el navío Argos, es la nave simbólica de la iniciación. El halcón representa los apetitos del cuerpo físico. El cantar del marinero es la voz del espíritu, al conjuro de la cual se calma el mar de las pasiones, se amainan los vientos de los deseos, ascienden los pececillos de nuestros pensamientos rastreros y se posan las aves de nuestra fantasía.

Y al fin dice el marinero. "Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va". Lo que nos recuerda la contestación de Gurnemancio a Parsifal cuando éste le pregunta: "Maestro, ¿qué es el Gral? "Nadie puede saber lo que es el Gral como no venga conducido por el Gral mismo". Que es tanto como decir: Nadie puede entender la voz del espíritu como no vaya llevado por el espíritu mismo[5].

5. El éxodo de Rama es, de estos cinco episodios, el único qué ha podido ser reconstituido históricamente de una manera integra, dados a los admirables esfuerzos de Fabre d' Olivet y de Eduardo Schuré, la figura de Rama ha pasado de las épicas páginas del "Ra­mayana" al texto sereno de la historia.

Rama o Ares es el primer gran iniciado del ciclo ario. Sin me­ternos a interpretar si, como quiere la tradición, fue la séptima en­carnación de Vishnú.

Desde los bosques ignotos de la Escitia, acompañando a las falanges impetuosas de los arios hiperbóreos, la juventud radiante de Rama se presentó como una firma promesa de la más alta espi­ritualidad.

Contra aquellos cultos crueles de las sacerdotisas druídicas que inmolaban víctimas humanas para aplacar los manes de sus mayores, junto al roble sagrado bajo el signo del Toro[6] se le­vantó gallardo el corazón de Rama, enarbolando el sino del Cor­dero, que representaba el porvenir.
Pronto el ascendiente misterioso de su personalidad elegida, captó la voluntad de sus huestes y pudo rodearse de un fuerte nú­cleo de discípulos capaces de ayudarle en su labor ingente.

 Cuenta la tradición que tuvo Rama tres sueños inspirados, en los que Deva Nahousha, o la Inteligencia Divina, le reveló plena­mente su Destino y dióle la facultad de curar a los enfermos por medio del muérdago.

Pronto el gran iniciado, con un grupo selecto de colaborado­res, emprendió su larga marcha hacia el oriente, fundando algunas ciudades a su paso, entre ellas la más famosa la ciudad de Ver en el irán, y, conquistando finalmente la India. Allí en el Airyana Vaeia, o "Tierra Santa" de los iranios, Rama realizó su labor iniciática, enraizada en la fundación del hogar, el culto a los antepasados y la adoración al fuego como símbolo de la luz del espíritu; los tres sig­nos fundamentales del espíritu ario, que más tarde cantarían los poetas védicos ante las hogueras sagradas de Agni mientras ele­vaban su corazón a Indra.

Cuéntase que Rama enseñó a sus discípulos los signos del Zo­diaco y que un día, terminada su misión, desapareció misteriosa­mente como tantos iniciados.

Tras del él se extiende el período védico hasta el año 2.400 an­tes de nuestra Era.

Dr Eduardo Alfonso




[1] Efectivamente, el centro de dispersión de los hombres después del Diluvio, según la Biblia, está entre la Armenia y el campo de Sennar o de Naharain en Babilonia, si nos atenemos a las siguientes palabras del Génesis: °`Yen­do de Oriente, hallaron un campo en la tierra de Sennar, y allí fijaron su morada. Y dijeron los unos a los otros: "Venid, hagamos ladrillos"... etc. Otros autores, como Lenormant y Bohlen, opinan que el monte Ararat donde paró el Arca de Noé, no fue el lugar de la Armenia más tarde desig­nado por los judíos con aquel nombre, sinó el Aryavarta situado al norte del Indostan, o meseta de Pamir, alrededor de la cual se encuentran los tres tipos fundamentales humanos: blanco, negro y amarillo; y las tres for­mas de todas las lenguas: monosilábicas y polisilábicas por flexión y por aglutinación. Es evidente que si el texto bíblico dice que Los hijos de Noé vinieron de oriente hacia Sennaar, no puede referirse a la Armenia que está al Norte de Babilonia; pero, por otro lado, la raza amarilla no tiene nada que ver con los descendientes de Noé.
[2] Por esto se le representa con dos caras. Se le deificó por los romanos como divinidad solar, creadora de la vida, que abría y cerraba el aT10.

[3] Véase "Mitología Romana" más adelante.
[4] El punto vernal o de entrada de primavera, coincidió hace unos 6.000 años, con la entrada del Sol en el signo Tauro del Zodiaco; y con su entrada en Aries (el Cordero, Ares o Rama), hace poco más de 4.000.
[5] También dijo el Cristo; "Aún cuando soy yo quien da testimonio de Mí mismo, mi testimonio es veráz". Que es igual.
           [6] Que alude al signo zodiacal de Tauro que era, ya bien avanzado, el de aquella época

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