Nací en un valle de piedra caliza. Vivir en un valle es tener un cielo secreto. La vida está enmarcada por el horizonte. Éste protege la vida, pero a la vez remite constantemente al ojo a nuevas fronteras y posibilidades. La presencia del océano acentúa el misterio del paisaje. Durante millones de años se ha desarrollado una antigua conversación entre el coro del océano y el silencio de la piedra.
En este paisaje no hay dos piedras idénticas.
Cada una tiene un rostro propio. Con frecuencia, la caricia de la luz destaca
la presencia tímida de cada piedra. Se diría que un dios desenfrenado y
surrealista creó este paisaje. Las piedras, siempre pacientes y mudas,
celebran el silencio del tiempo. El paisaje irlandés está lleno de recuerdos;
contiene las ruinas y. los rastros de civilizaciones antiguas. El paisaje
tiene una curvatura, un color y una forma desconcertantes para el ojo que
anhela la simetría o la sencillez lineal.
El poeta W. B. Yeats se refirió a él
en estos términos:
«... ese color austero y esa línea delicada son
nuestra disciplina secreta».
Basta andar unos kilómetros para que cambie el
paisaje, que ofrece constantemente vistas nuevas, sorpresas para el ojo,
incitaciones para la imaginación. Posee una complejidad salvaje y a la vez
serena. En cierto sentido, refleja la naturaleza de la conciencia celta.
El intelecto celta jamás se sintió atraído por
la línea sencilla; siempre evitó las formas de mirar y de ser que buscan
satisfacción en la certeza. La mente celta profesaba gran respeto hacia el
misterio del círculo y la espiral.
El círculo es uno de los símbolos más
antiguos y poderosos. El mundo es un círculo; también lo son el Sol y la Luna. El tiempo mismo es
de naturaleza circular; el día y el año se expresan con círculos. Lo mismo
sucede con la vida de cada individuo en su nivel más íntimo.
El círculo jamás
se entrega totalmente al ojo o la mente, pero ofrece una confiada hospitalidad
a lo complejo y misterioso; abarca simultáneamente la profundidad y la altura.
Jamás reduce el misterio a una sola dirección o preferencia. La paciencia con
esta reserva es una de las intuiciones profundas de la mente celta. El mundo
del alma es secreto.
Lo secreto y lo sagrado son hermanos. Cuando no se
respeta el secreto, se desvanece lo sagrado. Por consiguiente, la reflexión no
debe enfocar una luz excesivamente fuerte o agresiva sobre el mundo del alma.
La luz de la conciencia celta es tenue como una penumbra.
El peligro de la visión de neón
Nuestro tiempo padece una sed espiritual sin
precedentes. Cada vez hay más personas que despiertan al mundo interior. El
hambre y la sed de lo eterno cobran vida en su alma; es una nueva forma de
conciencia. Pero uno de los aspectos dañinos de esta sed espiritual es que
echa una luz severa e insistente sobre todo lo que ve. La luz de la conciencia
moderna no es suave ni reverente; no demuestra magnanimidad en presencia del
misterio; quiere desentrañar y controlar lo desconocido. La conciencia moderna
es similar a la luz blanca fuerte y brillante de un quirófano. Esta luz de neón
es demasiado directa y clara para ofrecer su amistad al mundo umbrío del alma.
No acoge de buen grado lo que es discreto y oculto. La mente celta profesaba un
respeto extraordinario por el misterio y la hondura del alma individual.
Los celtas que reconocían que cada alma tiene su
propia forma; la vestimenta espiritual de una persona jamás le cae bien al
alma de otra. Obsérvese que la palabra revelación deriva de revelare, es
decir, volver a velar. Vislumbramos el mundo del alma a través de una apertura
en un velo que vuelve a cerrarse. No hay acceso directo, permanente o público
a lo divino. Cada destino tiene una curvatura única que debe encontrar su
propia comunión y orientación espiritual. La individualidad es la única puerta
hacia nuestro potencial y bendición espiritual.
Cuando la búsqueda espiritual es demasiado
intensa y ávida, el alma permanece oculta. El alma jamás puede ser percibida en
su integridad. Se encuentra más cómoda en una luz que admite la sombra. Antes
de que existiera la electricidad, a la noche se encendían velas. Ésta es la luz
ideal para acoger la oscuridad; ilumina suavemente las cavernas e incita a la
imaginación. La vela permite que la oscuridad conserve sus secretos. En su
llama hay sombras y color. La percepción a la luz de la vela es la forma de luz
más apropiada y respetuosa para acercarse al mundo interior. No impone al
misterio nuestra torturada transparencia. La mirada fugaz es suficiente. La
percepción a la luz de la vela demuestra la delicadeza y el respeto apropiados
al misterio y la autonomía del alma. Semejante percepción se siente cómoda en
el umbral. No necesita ni desea invadir el temenos donde reside lo divino.
En nuestro tiempo se utiliza el lenguaje de la
psicología para abordar el alma.
Es ésta una ciencia maravillosa. En muchos
sentidos, ha sido el explorador lanzado a la aventura heroica de descubrir el
mundo interior virgen. En nuestra cultura de inmediatez sensorial, la
psicología ha abandonado en buena medida la fecundidad y la reverencia del
mito y sufre la tensión de la conciencia de neón, que es impotente para
recuperar o abrir el mundo del alma en toda su densidad y profundidad. El
misticismo celta reconoce que en lugar de descubrir el alma u ofrecerle
nuestros débiles cuidados, debemos permitir que ella nos descubra y nos cuide.
Su actitud es de ternura para con los sentidos y carente de agresividad
espiritual.
Las historias, la poesía y la oración celtas se expresan en un
lenguaje que evidentemente antecede al discurso, un lenguaje de observación lírica
y reverente. En ocasiones recuerda la pureza del haiku japonés. Sobrepasa el
nudoso lenguaje narcisista de la autorreflexión para crear una forma lúcida de
palabras a través de la cual resplandecen la naturaleza y la divinidad en su
hondura sobrenatural. La espiritualidad celta reconoce la sabiduría y la luz
lenta que pueden cuidar y dar profundidad a tu vida. Cuando despierta el alma,
tu destino se agita al impulso de la creatividad.
Aunque el destino se revela lenta y
parcialmente, intuimos su intención en el rostro humano. Siempre me ha
fascinado la presencia humana en un paisaje. Cuando uno camina por las montañas
y se encuentra con otro, tiene una fuerte conciencia de que el rostro humano es
como un icono proyectado contra la soledad de la naturaleza. La cara es un
umbral donde un mundo contempla el exterior y otro mira su propio interior. Los
dos mundos se reúnen en la cara. Detrás de cada una hay un mundo oculto que
nadie puede ver. La belleza de lo espiritual reside en la profundidad de una amistad
interior que puede cambiar totalmente lo que se toca, ve y palpa. En cierto
sentido, la cara es el lugar donde el alma se vuelve indirectamente visible.
Pero el alma sigue siendo esquiva porque la cara no puede expresar directamente
todo lo que se intuye y siente. No obstante, con la edad y la memoria la cara
refleja gradualmente la travesía del alma. Cuanto más anciano es el rostro,
mayor la riqueza del reflejo.
Nacer es ser elegido
Nacer es ser elegido. Nadie está aquí por
casualidad. Cada uno fue enviado a cumplir un destino particular. A veces el
significado profundo de un suceso sale a la luz cuando se lo interpreta de
manera espiritual. Considérese el momento de la concepción: las posibilidades
son infinitas. Pero en la mayoría de los casos se concibe un solo niño. Esto
parece sugerir la intervención de cierta selectividad. Ésta sugiere a su vez la
presencia de una providencia protectora que te soñó, te creó y se ocupa de tí.
Nadie te consultó acerca de los grandes problemas que forjan tu destino: cuándo
habrías de nacer, dónde y de qué padres. Imagina la diferencia en tu vida si
hubieras nacido en la casa vecina. No se te ofreció un destino para elegir.
Dicho de otra manera. Se dispuso un destino especial para ti. Pero también se
te dio libertad y creatividad para trascender los dones, crear un conjunto de
nuevas relaciones y forjar una identidad constantemente renovada, que incluye
la vieja pero no se limita a ella. Éste es el ritmo secreto del crecimiento,
que obra discretamente detrás de la fachada exterior de tu vida. El destino
crea el marco exterior de la experiencia y la vida; la libertad encuentra y
llena su forma interior.
Millones de años antes de que llegaras, se
preparó cuidadosamente el sueño de tu individualidad. Se te envió a una forma
de destino que te permitiría expresar el don singular que traes al mundo. Cada
persona tiene un destino singular. Cada uno debe hacer algo que nadie más
puede. Si otro pudiera cumplir tu destino, sería él quien ocuparía tu lugar y
tú no estarías aquí. Es en lo más profundo de tu vida donde descubrirás la
necesidad invisible que te trajo aquí. Cuando empiezas a desentrañarlo, tu don
y la capacidad de emplearlo cobran vida. Tu corazón se acelera y la urgencia de
vivir reaviva la llama de tu creatividad. Si puedes despertar este sentido del
destino, entras en consonancia con el ritmo de tu vida. Pierdes esa consonancia
cuando reniegas de tu potencial y tu talento, cuando te refugias en la
mediocridad para desoír la llamada. Cuando eso sucede, tu vida se vuelve
aburrida, rutinaria, o cae en el automatismo anónimo. El ritmo es la clave
secreta del equilibrio y la comunión. No caerá en la falsa satisfacción ni en
la pasividad.
Es el ritmo de un equilibrio dinámico, de una buena disposición
del espíritu, una ecuanimidad que no está concentrada en sí misma. Este
sentido del ritmo es antiguo. La vida nació en el océano; cada uno viene de las
aguas del útero; el flujo y reflujo de las mareas vive en nuestra respiración.
Cuando estás en consonancia con el ritmo de tu naturaleza, nada perjudicial
puede alcanzarte. La Provi dencia
está en comunión contigo; te protege y te transporta a tus nuevos horizontes.
Ser espiritual es estar en consonancia con el propio ritmo.
El mundo subterráneo celta como resonancia
A menudo pienso que el mundo interior es como un
paisaje. Aquí, en nuestro mundo de piedra caliza, nunca se acaban las
sorpresas. Es hermoso hallarse en la cima de una montaña y descubrir un
manantial que sale de debajo de las grandes piedras. Viene del corazón de la
montaña, allí donde jamás penetró ojo humano. La sorpresa del manantial
sugiere fuentes arcaicas de conciencia que despiertan en nuestro interior. Con
súbita frescura nacen nuevos manantiales.
No es casual que en el mundo celta los
manantiales fueran sagrados. Se veían como umbrales entre el mundo subterráneo
oscuro e ignoto y el mundo exterior de la luz y la forma.
En tiempos antiguos se concebía la tierra de
Irlanda como el cuerpo de una diosa. Se veneraba los manantiales como lugares
por donde manaba la divinidad. Como dijo Manannan MacLir: «Quien no beba de la
fuente no tendrá sabiduría». Aún hoy la gente visita los manantiales sagrados.
Visitan varios, caminando en el sentido de las agujas del reloj, y con
frecuencia dejan exvotos. En cada uno encuentran distintas clases de curación.
Cuando brota un manantial en la mente, surgen
nuevas posibilidades; uno encuentra en sí mismo una profundidad y una
vitalidad desconocidas. El irlandés James Stephens se refiere a este arte del
despertar cuando dice:
«La única barrera es nuestra disposición». Con
frecuencia permanecemos exiliados, marginados del mundo fecundo del alma
simplemente porque no estamos dispuestos. Debemos preparar el corazón y la
mente. Son muchas las bendiciones y la belleza próximas que nos están
destinadas, pero no pueden entrar en nuestra vida porque no estamos preparados
para recibirlas. El tirador está en el lado interior de la puerta; sólo uno
mismo puede abrirla. A veces nuestra falta de preparación se debe a la ceguera,
el miedo, la deficiente autoestima. Cuando estemos preparados, seremos
bendecidos. En ese momento la puerta del corazón será la puerta del Cielo.
Shakespeare lo dijo en El rey Lear. «Los hombres han de sobrellevar/su partida
como sucedió con su llegada;/lo único que importa es la madurez».
Transfigurar el amor propio: liberar el alma
A veces nuestros proyectos espirituales nos
alejan de nuestra comunión interior. Nos volvemos adictos a los métodos y
proyectos de la psicología y la religión. Estamos tan desesperados por
aprender a ser que nuestra vida pasa y descuidamos la práctica de ser. Uno de
los aspectos jubilosos del intelecto celta es su sentido de la espontaneidad.
Ésta constituye uno de los mayores dones espirituales. Ser espontáneo es huir
de la jaula del amor propio al confiar en aquello que lo trasciende. El amor
propio es uno de los mayores enemigos de la comunión espiritual. Tiene poco
que ver con la forma verdadera de la individualidad. Es un yo falso, nacido del
miedo y una actitud defensiva, una coraza protectora que erigimos en torno de
nuestros afectos. Es un producto de la timidez, de la incapacidad de confiar en
el Otro y respetar la propia Alteridad. Uno de los mayores conflictos en la
vida es el que se libra entre el amor propio y el alma. El amor propio, por
sentirse amenazado, es competitivo y tenso; por el contrario, el alma se
siente atraída por lo sorprendente, espontáneo, nuevo y fresco. Evita lo
cansado, gastado o repetitivo. La imagen del manantial que brota de la costra
dura del suelo revela la frescura que puede brotar súbitamente del corazón
dispuesto a las nuevas vivencias.
No hay programas espirituales
En nuestra época hay una gran obsesión por los
programas espirituales. Éstos tienden a ser muy lineales. Imaginan la vida
espiritual como un viaje con una serie de etapas. Cada una tiene su propia
metodología, negativismo y posibilidades. Semejante plan suele convertirse en
un fin en sí mismo. Arroja sobre uno el peso de su propia presencia natural. Un
plan así puede dividirnos y separarnos de lo más íntimo de nuestro ser. Se
abandona el pasado por irredento, el presente se utiliza como punto de apoyo de
un futuro que promete santidad, integración o perfección.
El tiempo, al ser
reducido a un progreso lineal, es despojado de presencia. El místico del siglo
XIV Juan Eckhart, llamado Maestro Eckhart, revisa drásticamente el concepto
mismo de proyecto espiritual. Según él, no existe la travesía espiritual. Es
una idea algo escandalosa, pero vivificante. Una travesía espiritual, si
existiera, tendría unos centímetros de longitud y muchos kilómetros de
profundidad. Estaría en consonancia con el ritmo de tu naturaleza profunda y tu
presencia. Esta sabiduría nos reconforta. No tienes que alejarte de tu yo para
entrar en conversación con tu alma y los misterios del mundo espiritual. Lo
eterno tiene un lugar... dentro de ti.
Lo eterno no está en otra parte; no es remoto.
No hay nada tan próximo como lo eterno. Lo dice la bella frase celta: Tá tir
na n-ógar chulán tí -tír álainn trina chéile-. «La tierra de la juventud eterna
está detrás de la casa, una hermosa tierra contenida en sí misma». El mundo
eterno y el mortal no son paralelos; están unidos. Así lo dice la hermosa expresión
gaélica fighte fuaighte: «tejidos entretejidos».
Detrás de la fachada de nuestra vida normal, el
destino eterno forja nuestros días y caminos. El despertar del espíritu humano
es un regreso a casa. Sin embargo, irónicamente, nuestro sentido de lo conocido
suele militar contra ese regreso. Hegel dijo que «una cosa sigue siendo desconocida
precisamente porque nos es familiar». Es un concepto poderoso. Detrás de la
fachada de lo familiar nos aguardan cosas extrañas. Así sucede en nuestras
casas, donde vivimos, e incluso con las personas que viven con nosotros. El
mecanismo de familiaridad introduce una gran insensibilidad en las amistades y
otras relaciones. Reducimos la imprevisibilidad y el misterio de la persona y
el paisaje a la imagen exterior conocida. Pero es una mera fachada. La
familiaridad nos permite someter, controlar y en definitiva olvidar el
misterio. Hacemos las paces con la imagen superficial a la vez que nos
apartamos de la Alteridad
y la fecunda turbulencia que ella disimula. La familiaridad es una de las
formas más sutiles y penetrantes de alienación humana.
En un libro de conversaciones con Pedro Mendoza,
Gabriel García Márquez dijo acerca de su relación de treinta años con su
esposa Mercedes: «La conozco tan bien que no tengo la menor idea de quién es en
realidad.» Para Márquez, la familiaridad incita a la aventura y el misterio.
Por el contrario, las personas más próximas a nosotros a veces se vuelven tan
familiares que se pierden en una distancia sin estímulo ni sorpresa.
La
familiaridad puede ser una muerte discreta, una rutina que se prolonga sin
ofrecer nuevos desafíos ni aliento.
Esto sucede también con nuestra vivencia de los
lugares que conocemos. Recuerdo mi primera noche en Tu-binga. Pasaría cuatro
años allí, estudiando a Hegel, pero esa primera noche la ciudad me era extraña
y totalmente desconocida. «Mírala muy bien», pensé, «porque nunca volverás a
verla así. Y así fue. Al cabo de una semana conocía el camino a las aulas, el
comedor y la biblioteca. Una vez conocidas las rutas a través de esa tierra
extraña, en poco tiempo se volvió familiar y dejé de verla tal como era.
Para muchos es difícil despertar al mundo
ulterior, sobre todo cuando su vida se ha vuelto excesivamente rutinaria. Les
resulta difícil encontrar algo nuevo, interesante o incitante en su existencia
insensibilizada. Sin embargo, ya se nos ha dado codo lo que necesitamos para el
viaje. Por consiguiente, hay mucho de insólito en la luz umbría del mundo
espiritual. Debemos conocer mejor esa luz discreta. El primer paso para
despertar a tu vida interior, a la profundidad y la promesa de tu soledad,
sería que te consideraras momentáneamente un extraño en lo más profundo de tu
ser. Visualizarte como un forastero, alguien que ha desembarcado en tu vida, es
un ejercicio liberador. Esta meditación te ayuda a quebrar la llave de fuerza
de la auto-satisfacción y la rutina. Poco a poco empiezas a intuir el misterio
y la magia que hay en tí. Comprendes que no eres el dueño impotente de una vida
insensible, sino un huésped de paso provisto de bendiciones y posibilidades
que no pudiste inventar ni ganar.
El cuerpo es tu única casa
Es algo misterioso que el cuerpo humano sea
arcilla. El individuo es el lugar de encuentro de los cuatro elementos. La
persona es una forma de arcilla que vive en el medio aéreo. Pero el fuego de la
sangre, el pensamiento y el alma discurre por el cuerpo. Toda su vida y energía
discurren por el círculo sutil del elemento acuático. Hemos surgido ¿e las
profundidades de la
Tierra. Piensa en los millones de continentes de arcilla que
jamás tendrán la oportunidad de abandonar este mundo subterráneo. La arcilla
jamás encontrará una forma para ascender y expresarse en el mundo de la luz,
sino que vivirá eternamente en la tierra ignota de las sombras. Por este
motivo, la idea celta que sostiene que el mundo subterráneo no es oscuro, sino
un mundo de espíritus, es muy hermosa.
En Irlanda se cree que Tuatha Dé Dannan,
la tribu celta desterrada de la superficie de Irlanda, vive en el mundo
subterráneo. Desde allí gobiernan la fertilidad de la tierra.
Por consiguiente,
cuando un rey era coronado, se desposaba simbólicamente con la diosa. De esta
manera su reinado ayudaría a su pueblo. Los celtas eran un pueblo agrícola y
rural. Esto ha afectado en gran medida a nuestra visión inconsciente del
paisaje irlandés. Éste no es sólo natural, sino que posee cierta luminosidad.
Nos sentimos en comunión con él. Cada parcela tiene su nombre y ha sido
escenario de algún suceso. Posee una memoria secreta y callada, una historia de
presencias donde nada se pierde ni se olvida. En la obra teatral The Gigli
Concert, de Tom Murphy, un hombre anónimo pierde simultáneamente el sentido
del paisaje y la capacidad de comunicarse consigo mismo.
El misterio del paisaje irlandés está contado en
historias y leyendas de distintos lugares. Los cuentos de fantasmas y
espíritus son innumerables. Un gato mágico cuida un antiguo tesoro en un gran
campo. Hay una fascinante red de cuentos sobre la independencia y la estructura
del mundo espiritual. El cuerpo humano ha surgido de este mundo subterráneo.
Por consiguiente, en tu cuerpo la arcilla adquiere una forma que nunca tuvo.
Así como es un gran privilegio que tu arcilla haya salido a la luz, también es
una gran responsabilidad.
En tu cuerpo de arcilla salen a la luz y se
expresan cosas hasta ahora desconocidas, presencias que jamás tuvieron forma o
luz en otro individuo.
Parafraseando a Heidegger, que dijo que «el hombre es
pastor del ser», podemos decir que el hombre es pastor de arcilla. Representas
un mundo desconocido que te pide le prestes voz. A veces sientes una felicidad
que no corresponde a tu biografía individual, sino a la arcilla de la que
fuiste hecho. En otras ocasiones, el pesar cae sobre ti como una bruma sobre el
paisaje. Es tan sombría que puede paralizarte. No debes interferir con este
desplazamiento de los sentimientos. Antes bien, deberías reconocer que esta
emoción corresponde a tu arcilla más que a tu mente. Lo sabio es dejar que pase
la tormenta, que va en camino hacia otra parte. Solemos olvidar que la arcilla
posee una memoria anterior a nuestra mente, una vida propia que precedió a su
forma actual. Podemos parecer modernos, pero somos antiguos, hermanos y
hermanas en la misma arcilla. En cada uno, una parte distinta del misterio se
vuelve luminosa. Para llegar a ser y devenir tu yo, necesitas el resplandor
antiguo de otros.
Nuestra esencia es un bello componente de la
naturaleza. El cuerpo conoce esta comunión y la anhela. No nos destierra
espiritual ni afectivamente. El cuerpo humano se siente a sus anchas en la Tierra. Se diría que
una astilla clavada en la mente es la dolorosa raíz de tanto exilio. Esta
tensión entre la arcilla y la mente es la fuente de toda creatividad. Es la
tensión interior entre lo antiguo y lo nuevo, lo conocido y lo desconocido.
Este ritmo sólo puede ser aprehendido por la imaginación, la única capaz de
navegar ese ínterin sublime donde se tocan las distintas fuerzas interiores.
La imaginación está empeñada en la justicia de la integridad. En un conflicto
interior, no escogerá un bando y reprimirá o desterrará al otro; tratará de
iniciar una conversación profunda entre ambos para que pueda nacer algo
original. La imaginación ama los símbolos porque reconoce que la divinidad
interior sólo puede hallar expresión en forma simbólica. A través de la
imaginación, el alma crea y construye su vivencia profunda. La imaginación es
el espejo más reverente del mundo interior.
La individualidad no tiene por qué ser solitaria
o estar aislada. Como dice la bella frase de Cicerón: Numquam minus solus quam
cum solus. Uno puede armonizar con la propia individualidad si la ve como una
expresión profunda o sacramento de la arcilla antigua. Cuando se produce un
despertar del amor y la amistad, se puede revelar esta arcilla interior. Si
conocieras bien el cuerpo de la persona amada, sabrías dónde estuvo su arcilla
antes de adquirir forma en ella. Podrías intuir las diversas tonalidades de su
arcilla: acaso una parte venga de la orilla de un lago sereno, otra de lugares
solitarios de la naturaleza, otras en fin de lugares ocultos y desconocidos.
Nunca sabemos cuántos lugares de la naturaleza se encuentran en el cuerpo
humano. No todo el paisaje es exterior, una parte se ha introducido en el alma.
La presencia humana huele a paisaje.
El mundo celta había desarrollado un sentido
profundo de la complejidad del individuo. Con frecuencia surgen conflictos
interiores allí donde coinciden distintas partes de la memoria de nuestra
arcilla; puede reinar allí una energía bruta, irrefrenable. El reconocimiento
de nuestra naturaleza de arcilla puede traernos una armonía más antigua. Puede
devolvernos al ritmo antiguo que habitamos antes de que nos dividiera la
conciencia. Uno de los aspectos más bellos del alma es que constituye el
terreno de encuentro entre la separación del aire y la comunión de la tierra.
El alma media entre el cuerpo y la mente; abriga y contiene a ambos. En este
sentido primordial, el alma es imaginativa.
El cuerpo está en el alma
Debemos aprender a confiar en el aspecto
indirecto de nuestro yo. Tu alma es el lado oblicuo de tu mente y cuerpo. El
pensamiento occidental enseña que el alma está en el cuerpo. Sostiene que está
encerrada en una región especial, pequeña y sutil de éste. Suele imaginarla de
color blanco. Cuando muere la persona, parte el alma y el cuerpo se derrumba.
Diría que es una versión falsa del alma. El criterio más antiguo enfoca el
problema de la relación entre alma y cuerpo en sentido inverso. El cuerpo está
en el alma. Tu alma es más extensa que tu cuerpo, abarca a éste y también la
mente. Sus antenas son más perceptivas que las de la mente o el yo. Si
confiamos en esta dimensión umbría, llegamos a nuevos lugares en la aventura
humana. Pero para ser, debemos liberarnos; si no dejamos de forzarnos, jamás
entraremos en comunión con nosotros mismos. Hay algo antiguo en nuestro
interior que crea la novedad. En verdad, se necesita muy poco para desarrollar
un auténtico sentido de la propia individualidad espiritual. Una de las cosas
absolutamente esenciales para ello es el silencio, la otra es la soledad.
La soledad es una de las cosas más valiosas del
espíritu humano. No es lo mismo que el abandono. Cuando te sientes abandonado,
adquieres una conciencia punzante de tu separación. La soledad puede ser un
regreso a tu comunión más profunda. Uno de los aspectos más bellos que
poseemos como individuos es la presencia de lo inconmensurable en nosotros. En
cada uno hay un punto de absoluta desconexión de todo y de todos. Es un
tesoro, aunque asusta reconocerlo. Significa que no podemos seguir buscando
fuera las cosas que necesitamos dentro. Las bendiciones que anhelamos no están
en otros lugares o personas. Sólo tu propio yo puede dártelas. Su patria es el
fuego de tu alma.
Ser natural es ser santo
En Irlanda occidental hay muchas casas con fogón
y chimenea. En invierno, cuando visitas a alguien, atraviesas el paisaje frío
y desolado hasta llegar al fogón, donde te aguardan el calor y la magia del
fuego. El fuego de turba es una presencia antigua. La turba viene de la tierra,
trae recuerdos de árboles, campos y tiempos antiguos. Es extraño quemar la
tierra en la intimidad de la casa. Me fascina la imagen del fogón como lugar de
regreso y calidez.
En la soledad interior de todos hay un fogón
cálido y fulgurante. La idea de inconsciente, aunque profunda y maravillosa,
hace que a veces se tenga miedo de volver a ese fogón particular. Mal
interpretamos el inconsciente si pensamos que es un sótano donde alojamos
nuestras represiones y el daño que nos hacemos a nosotros mismos.
El miedo a
nosotros mismos nos hace imaginar que dentro tenemos monstruos. Dice Yeats: «El
hombre necesita un valor temerario para descender al abismo de sí mismo». Pero
lo cierto es que estos demonios no ocupan todo el inconsciente. La energía
primordial del alma nos reserva un calor y una acogida maravillosos. Uno de los
motivos por los que se nos puso en la
Tierra fue para establecer esta relación con nosotros
mismos, esta amistad interior. Los demonios nos acosarán mientras tengamos
miedo. Todas las aventuras mitológicas clásicas exteriorizan los demonios. Al
presentar batalla, el héroe se engrandece, alcanza nuevos niveles de
creatividad y equilibrio.
Cada demonio interior es portador de una preciosa
bendición que curará y liberará. Para recibir ese don, debes dejar a un lado
tu miedo y afrontar el riesgo de pérdidas y cambios que trae consigo cada
encuentro interior.
Los celtas poseían un maravilloso conocimiento
intuitivo de la complejidad de la psique. Creían en varias presencias
divinas. Lugh era el dios más venerado. Era un dios de luz y de los dones. El
Luminoso. La antigua festividad de Lunasa lleva su nombre. La diosa de la Tierra era Anu, madre de la
fecundidad. También reconocía el origen divino de la negatividad y la
oscuridad. Había tres diosas madres de la guerra: Morrigan, Macha y Bodbh. Las
tres cumplen un papel crucial en la antigua epopeya, Taín. Los dioses y las
diosas siempre estaban vinculados con algún lugar. Las presencias divinas se
manifestaban sobre todo en árboles, manantiales y ríos. Alentada por esa rica
trama de presencias divinas, la psique antigua jamás estuvo tan aislada y
alienada como la moderna. Para remediar esa alienación de nuestro tiempo es
vital que recuperemos el alma.
En términos teológicos o espirituales, podemos
concebir esta desconexión absoluta con la totalidad como un vacío sagrado en
el alma que nada exterior puede colmar. A veces tratamos desesperadamente de
colmarlo con posesiones, trabajo o creencias, pero éstas nunca se afirman.
Siempre caen y nos dejan más inermes e indefensos que nunca. Llega el momento
en que te das cuenta de que ya no puedes seguir disimulando ese vacío. Mientras
no oigas su llamada, serás un fugitivo interior, huyendo de refugio en refugio,
nada que se parezca a una casa. La naturalidad es santidad, pero es muy difícil
ser natural, es decir, sentirse cómodo con la propia naturaleza. Si estás fuera
de tu yo, si siempre buscas más allá de él, desconoces la llamada de tu propio
misterio. Cuando reconoces la soledad de tu integridad y te acoges a su
misterio, tus relaciones con otros adquieren nuevo calor, aventura, asombro.
La espiritualidad es sospechosa cuando se emplea
como anestésico para engañar la sed espiritual. Esa espiritualidad es producto
del miedo a la soledad. Quien afronta la soledad con coraje aprende que no
tiene motivos para temer. La expresión «no temas» aparece trescientas sesenta y
seis veces en la Biblia. En
el corazón de tu soledad hay un alivio. Cuando lo comprendes, pierdes la mayor
parte del miedo que rige tu vida. Apenas se transfigura tu miedo, entras en
consonancia con el ritmo de tu yo.
La mente bailarina
Hay muchas clases de soledad. La del sufrimiento
cuando atraviesas la oscuridad es una sensación intensa y terrible de abandono.
Las palabras son incapaces de expresar tu dolor; lo que transmiten a otros está
muy alejado, es muy distinto de tu verdadero sufrimiento. Todos hemos conocido
ese momento sombrío. La conciencia popular sabe que en esas ocasiones debes
tratarte a ti mismo con extraordinaria ternura. Amo la vista de un campo de
maíz en el otoño. Cuando pasa el viento, el maíz no permanece erguido ni trata
de resistir su fuerza, porque lo arrancaría de raíz. No. El maíz se mece con el
viento, se inclina hasta el suelo y después se yergue para recuperar su
posición y su equilibrio. Asimismo sucede con cierta araña depredadora, que
jamás teje su tela entre dos objetos duros como piedras porque el viento la
arrancaría.
Instintivamente la teje entre dos hojas de hierba. Cuando pasa el
viento, la tela se inclina con la hierba y después vuelve a su punto de
equilibrio. Éstas son bellas imágenes de una mente en consonancia con su
propio ritmo. Cuando endurecemos nuestra mente, cuando nos aferramos a
nuestras ideas o creencias, ejercemos una presión terrible sobre ella,
perdemos la suavidad y la flexibilidad que hacen a la comunión, el refugio
protector. A veces la mejor cura para tu alma es flexibilizar ciertas ideas que
endurecen y cristalizan tu mente; porque éstas te alejan de tu propia
profundidad y belleza. Se diría que la creatividad requiere una tensión
flexible y moderada. Aquí es útil la imagen del violín.
Las cuerdas
excesivamente tensas o flojas se rompen. Cuando están debidamente afinadas, el
violín puede soportar una fuerza tremenda y producir sonidos poderosos y
tiernos.
La belleza ama los lugares abandonados
Sólo en la soledad puedes descubrir el sentido
de tu propia belleza. El artista divino no envió a nadie aquí desprovisto de la
hondura y la luz de la belleza divina. Ésta suele quedar oculta detrás de la
fachada gris de la rutina. Tu belleza se te aparecerá en la soledad. En
Conamara, donde abundan las aldeas de pescadores, tienen el siguiente dicho: Is
fánach an áit a gheobfá gliomach, es decir, «En el lugar inesperado o
descuidado encontrarás la langosta». En los rincones y recovecos abandonados
de tu esquiva soledad hallarás el tesoro que siempre has buscado en otra
parte. Esto dijo Ezra Pound: «La belleza se complace en evitar el resplandor
deslumbrante. Prefiere los lugares abandonados, porque sabe que sólo allí
encontrará la clase de luz que repite su forma, su dignidad y su naturaleza.»
En cada persona reside una belleza profunda. La cultura moderna está
obsesionada por la belleza artificial. Ha estandarizado la belleza y la ha
convertido en un producto de venta más. En su sentido real, la belleza es la
iluminación de tu alma.
El alma contiene una linterna que vuelve
luminosa tu soledad. Ésta no tiene por qué ser abandono. Puede despertar a su
tibia luminosidad. El alma redime y transfigura todo porque es espacio divino.
Cuando habitas plenamente tu soledad y experimentas sus extremos de aislamiento
y abandono, encontrarás que en su centro no hay abandono ni vacío, sino
intimidad y refugio. En tu soledad sueles acercarte más a la comunión y la
afinidad que en tu vida social o en el mundo público. En este nivel, la memoria
es la gran amiga de la soledad. Cuando ésta madura, comienza la cosecha de la
memoria. Wordsworth lo resume en su reacción al recuerdo de los narcisos: «A
menudo, cuando estoy tendido en el sofá/con ánimo ausente o meditabundo/se
aparecen al ojo interior, /que es la dicha de la soledad».
Tu personalidad, creencias y función son en
realidad una técnica o una estrategia para atravesar la rutina diaria. Cuando
estás librado a tus propios medios o cuando despiertas durante la noche, puede
aflorar el conocimiento verdadero. Puedes intuir el equilibrio secreto de tu
alma. Cuando recorres la distancia interior hasta lo divino, la distancia
exterior desaparece. Paradójicamente, la confianza en tu comunión interior
altera drásticamente tu comunión exterior. Si no encuentras comunión en tu
soledad, tu anhelo exterior seguirá sediento y desesperado.
El interior nos reserva una maravillosa acogida.
El Maestro Eckhart ilustra este concepto al decir que en el alma hay un lugar
que no pueden tocar el espacio, el tiempo ni la carne. Es el lugar eterno de
nuestro seno. Te harías un precioso regalo si acudieras a él con frecuencia
para nutrirte, fortalecerte y remozarte. Las cosas más profundas que necesitas
no están en otra parte. Están aquí y ahora, en el círculo de tu propia alma. La
amistad y santidad verdaderas permiten a la persona visitar asiduamente el
fogón de esta soledad; esta bendición incita a buscar otras en su santidad.
Los pensamientos son nuestros sentidos interiores
Nuestra vida en el mundo nos llega bajo la forma
del tiempo. Por consiguiente, nuestra expectativa es una fuerza creativa y a
la vez constructiva. Si lo único que esperas hallar en tu interior son los
elementos reprimidos, abandonados y vergonzosos de tu pasado o el acoso de Ja
sed, sólo encontrarás vacío y desesperación. Si no vuelves el ojo benigno
de la expectativa creadora a tu mundo interior, jamás encontrarás nada allí.
Tu manera de ver las cosas es la fuerza más poderosa que da forma a tu vida. En
un sentido vital, la percepción es la realidad.
La fenomenología demuestra que toda conciencia
es conciencia de algo. El mundo jamás está fuera de nosotros. Nuestra
intencionalidad lo construye. En general construimos nuestro mundo de manera
tan natural que somos inconscientes de lo que estamos haciendo en este preciso
instante. Se diría que el mismo ritmo de construcción obra hacia nuestro interior.
Nuestra intencionalidad construye los paisajes de nuestro mundo interior. Tal
vez ha llegado el momento de una fenomenología del alma. El alma crea, forma y
puebla nuestra vida interior. La puerta a nuestra identidad más profunda no se
encuentra en el análisis mecánico. Debemos escuchar al alma, expresar su
sabiduría de forma poética y mística. Es tentador emplearla como un receptáculo
más para nuestras energías analíticas frustradas y exhaustas. Conviene
recordar que desde los tiempos antiguos el alma era profunda, peligrosa e
imprevisible precisamente porque se la concebía como la presencia de lo divino
en nuestro interior. Separada de la santidad, se vuelve una cifra inocua.
Despertar el alma es viajar hacia la frontera donde la experiencia se inclina
ante la alteridad en tremens et fascinans.
Existe una conexión íntima entre la manera que
miramos las cosas y lo que llegamos a descubrir. Si puedes aprender a
contemplar tu yo y tu vida con espíritu benigno, creativo y aventurero,
siempre hallarás algo que te sorprenda. Dicho de otra manera, jamás percibimos
nada de manera total y pura. Todo lo vemos a través de la lente del
pensamiento. Tu manera de pensar determina lo que descubres. El Maestro
Eckhart lo expresó con esta bella frase:
«Los pensamientos son nuestros sentidos
interiores». Sabemos que cualquier deterioro que sufran nuestros sentidos
exteriores reduce la presencia del mundo para nosotros:
Si eres miope, el mundo se vuelve borroso; si pierdes el
oído, un silencio sordo reemplaza la música o la voz de tu amado. Asimismo, si
tus pensamientos sufren deterioro, si son negativos o se ven disminuidos, jamás
descubrirás nada fecundo o bello en tu alma.
Si los pensamientos son nuestros
sentidos interiores y permitimos que sufran menoscabo, las riquezas de nuestro
mundo interior jamás vendrán a nuestro encuentro.
Debemos imaginar
con mayor coraje si hemos de acoger la creación en mayor plenitud.
El pensamiento te relaciona con tu mundo
interior. Si los pensamientos no son tuyos, son de segunda mano. Cada uno debe
aprender el lenguaje singular de su alma. En ese lenguaje hallarás una lente
del pensamiento qué aclare e ilumine el mundo interior. Dostoievsky dice que
muchas personas llegan al final de la vida sin hallarse jamás a sí mismas en
sí mismas. Si temes tu soledad o si vas a su encuentro con pensamientos
arraigados o menoscabados, jamás llegarás a lo profundo de ti. Cuando permitas
que tu luz interior te despierte, ése será un gran momento en tu vida. Tal vez
sea la primera vez que contemplas tu yo tal como es.
El misterio de tu
presencia jamás se puede reducir a tu papel, tus actos, tu amor propio o tu
imagen. Eres una esencia eterna; ésa es la razón antigua de tu presencia.
Vislumbrar esta esencia es entrar en armonía con tu destino y con la
providencia que siempre vela por tus días y tus caminos. El proceso de
autodescubrimiento nunca es fácil; puede generar sufrimiento, dudas,
desaliento. Pero no debemos evitar la integridad de nuestro ser para reducir el
dolor.
Soledad
ascética
La soledad ascética puede ser penosa. Te retiras
del mundo para obtener una visión más clara de quién eres, qué haces y adonde
te lleva la vida. La gente que se consagra a ello lleva una vida
contemplativa. Cuando visitas a alguien en su casa, ocupan la puerta y el
umbral las tramas de presencia de todas las recepciones y despedidas que
suceden en ellos. Si visitas un claustro o un convento de vida contemplativa,
nadie vendrá a recibirte. Entras, haces sonar una campana y una persona aparece
detrás de una ventana con barrotes. Son casas especiales que alojan a los
supervivientes de la soledad. Se han desterrado de la adoración exterior de la
tierra para aventurarse en el espacio interior donde los sentidos no tienen
nada que celebrar.
La soledad ascética requiere silencio. Éste es
una de las grandes víctimas de la cultura moderna. Vivimos una época intensa,
visualmente agresiva; todo es incitado hacia el exterior, hacia la sensación de
la imagen. En una cultura cada vez más homogeneizada y universalista es lógico
que la imagen tenga semejante poder. A medida que todo entra en una red,
ciertas imágenes acceden a la universalidad instantánea. Existe una moderna
industria de la dislocación, increíblemente sutil y poderosamente calculadora,
en la cual se desconoce por completo todo aquello que es profundo y vive en
silencio en nuestro interior. El poder de las imágenes seduce constantemente la
superficie de nuestra mente. Se produce un desahucio siniestro; constantemente
se arrastra la vida de la gente hacia el exterior.
La publicidad y la realidad
social exterior, implacables propietarios del mundo moderno, expulsan el alma
del mundo interior. Este exilio exterior nos empobrece. Muchas personas sufren
estrés, no porque hagan cosas estresantes, sino porque dejan muy poco tiempo
para el silencio. La soledad fecunda es inconcebible sin silencio ni espacio.
El silencio es uno de los grandes umbrales del
mundo. Los celtas reconocían en el silencio y lo desconocido los compañeros
entrañables de la travesía humana. Los saludos y despedidas que iniciaban y
ponían fin a las conversaciones eran siempre bendiciones. La poesía y la
oración celtas trasuntan la sensación de que las palabras emergen de un
silencio profundo, reverente. En lo fundamental existe el gran silencio que va
al encuentro del lenguaje; todas las palabras provienen del silencio. Las
palabras profundas, resonantes, curativas y fecundas están cargadas de
silencio ascético.
El lenguaje que no reconoce su afinidad con la realidad es
banal, denotativo, puramente discursivo. El lenguaje de la poesía viene del
silencio y a él retoma. Una de las víctimas de la cultura moderna es la
conversación. Cuando hablas con alguien, generalmente oyes una anécdota
superficial o un catálogo de novedades terapéuticas. Es lamentable oír que una
persona se describe según el proyecto en que está embarcada o el trabajo
exterior que supone su función. Cada persona es destinataria cotidiana de
nuevos pensamientos y sensaciones inesperadas. Pero éstos no encuentran acogida
ni expresión en nuestra interacción social ni en la forma en que acostumbramos
describirnos.
Esto es decepcionante en vista de que las cosas más profundas
que heredamos nos vinieron por vía de las conversaciones significativas. En la
verdadera conversación hay imprevisibilidad, peligro, resonancia; puede tomar
cualquier cariz y roza constantemente lo inesperado, lo desconocido. No es una
estructura imaginada por el solitario amor propio; crea comunidad. Buena parte
de nuestra conversación recuerda a la araña que teje maniáticamente una tela de
lenguaje fuera de sí misma. Nuestros monólogos paralelos con sus tartamudeos
entrecortados sólo refuerzan el aislamiento. Hay poca paciencia para el
silencio de donde surgen las palabras o el que se encuentra entre y dentro de
ellas. Cuando lo olvidamos o descuidamos, vaciamos nuestro mundo de sus
presencias secretas y sutiles. Ya no podemos conversar con los muertos o
ausentes.
El silencio es hermano de lo divino
El silencio es hermano de lo divino. Según el
Maestro Eckhart, nada en el mundo se parece tanto a Dios como el silencio. Es
un gran amigo íntimo que pone al descubierto los tesoros de la soledad. Esa
cualidad de silencio interior es de muy difícil acceso. Debes crear un espacio
para que obre en ti. En cierto sentido, el arsenal y el léxico de terapias,
psicologías y proyectos espirituales son innecesarios. Si confías en tu
soledad y tienes expectativas con ella, todo lo que necesitas saber te será
revelado. El poeta francés René Char escribió unos versos maravillosos: «La
intensidad es silenciosa, la imagen no lo es. Amo todo lo que me deslumbra y
acentúa mi oscuridad interior». Es una imagen del silencio como fuerza que
descubre las profundidades ocultas.
Una de las obligaciones de la amistad verdadera
es escuchar con sentimiento y creatividad los silencios ocultos. Con frecuencia
los secretos no son revelados por las palabras; están ocultos en el silencio
entre ellas o en la profundidad de lo inexpresable entre dos personas. En la
vida moderna nos sentimos apremiados a expresarnos. La calidad de lo expresado
suele ser superficial y repetitiva. Es deseable una mayor tolerancia del
silencio, ese silencio fecundo que es la fuente de nuestro lenguaje más
expresivo.
La profundidad y la esencia de una amistad se
reflejan en la calidad y el amparo del silencio entre dos personas.
Cuando empiezas a hacerte amigo de tu silencio
interior, una de las primeras cosas que descubrirás es la cháchara superficial
en tu mente. Una vez que la reconoces, el silencio se profundiza. Empieza a
surgir una distinción entre las imágenes que te has hecho de tu yo y tu propia
naturaleza profunda. A veces el conflicto en nuestra espiritualidad se debe
mucho más a las imágenes superficiales que elaboramos que a nuestra naturaleza
más profunda. Después nos abocamos a elaborar una gramática y geometría de la
relación entre las imágenes y posiciones superficiales, y descuidamos nuestra
naturaleza profunda.
La multitud en el fogón del alma
La individualidad nunca es sencilla ni
unidimensional. Con frecuencia parece haber una multitud dentro del corazón
individual. Los griegos creían que las figuras de los sueños eran personajes
que abandonaban el cuerpo del sor ñador, salían al mundo a vivir sus
aventuras y regresaban antes de que éste despertara. En lo más profundo del
corazón humano no hay un yo singular sencillo, sino toda una galería de
distintos yos.
Cada figura expresa un aspecto de tu naturaleza. Aveces entran
en contradicción y en conflicto. Si confrontas esas contradicciones a nivel
superficial, puedes desatar una pelea interior que te acosaría hasta el fin de
tus días. Es frecuente ver personas interiormente divididas. Viven en una zona
de guerra permanente y jamás han penetrado hasta el fogón de la afinidad donde
las dos fuerzas no son enemigas sino que son distintos aspectos de una sola
comunión.
No podemos encarnar en la acción la
multiplicidad de seres que encontramos en nuestras meditaciones más profundas.
Pero nuestro desconocimiento de esos innumerables yos empobrece gravemente
nuestra existencia e impide el acceso al misterio. Hablamos de la imaginación y
sus riquezas; con frecuencia la reducimos a una técnica para resolver
problemas.
Debemos desarrollar un sentido nuevo de la
maravillosa complejidad del yo. Necesitamos modelos o pautas de pensamiento
justas y adecuadas a ella. La gente se asusta al descubrir su propia
complejidad; a martillazos de pensamientos de segunda mano reducen el colorido
paisaje interno a una lámina gris. Se obligan a ser conformistas. Se someten,
dejan de ser presencias vividas, incluso para sí mismas.
La
contradicción como tesoro
Una de las formas más interesantes de la
complejidad es la contradicción. Es necesario redescubrir la contradicción como
fuerza creadora en el alma. A partir de Aristóteles, la tradición intelectual
occidental ha tachado la contradicción como presencia de lo imposible y, por
consiguiente, índice de lo falso y lo ilógico. Sólo Hegel tuvo la previsión, la
sutileza y la generosidad de miras para reconocer en la contradicción la fuerza
compleja del crecimiento que desdeña el desarrollo lineal para despertar las
energías acumuladas de una vivencia.
La turbulencia de su conversación
interior genera una integridad de transfiguración, no ese cambio falso que
significa el mero reemplazo de una imagen, superficie o sistema por otro. Esta
perspectiva permite una concepción más compleja de la verdad. Exige una ética
de la autenticidad que incorpora y trasciende las intenciones simplistas de la
sola sinceridad.
Tenemos que ser más pacientes con nuestro
sentido de la contradicción interior para permitir que sus distintas dimensiones
entablen conversación en nuestro seno.
La contradicción posee una luz secreta
y una energía vital. Donde hay energía, hay vida y crecimiento. Tu soledad
ascética permitirá que tus contradicciones afloren con fuerza y claridad. Si
eres fiel a esa energía, llegarás a participar de una armonía más profunda que
cualquier contradicción. Esta te infundirá valor para afrontar la profundidad,
el peligro y la oscuridad de tu vida.
Asombra comprobar la desesperación con que nos
aferramos a aquello que nos hace desdichados. Nuestra personalidad herida se
vuelve una fuente de placer perverso y consolida nuestra identidad. No
queremos curarnos porque ello significaría aventurarnos a lo desconocido. Con
frecuencia parecemos adictos destructivos a lo negativo. Eso que se llama
negativo suele ser la forma superficial de la contradicción. Si mantenemos
nuestra desdicha en este nivel superficial, alejamos esa transfiguración, en
apariencia amenazante pero en última instancia redentora y curativa que
resulta de asumir nuestra contradicción interior. Debemos revalorar eso que
consideramos negativo. Rilke decía que la dificultad es uno de los mejores
amigos del alma.
Enriqueceríamos nuestra vida si acordáramos a la negatividad
la misma hospitalidad que damos a lo que nos da alegría y placer. Evitar lo
negativo es incitar su recurrencia. Debemos buscar nuevas formas de
comprenderlo e integrarlo. Es uno de los amigos más entrañables de tu destino.
Contiene energías esenciales que necesitas y que no hallarás en otra parte. El
arte puede iluminar el camino, porque contiene insinuaciones de lo negativo que
permiten a tu imaginación participar de sus posibilidades.
La vivencia del
arte puede ayudarte a construir una amistad fecunda con lo negativo. Cuando te
paras frente a un cuadro de Kandinsky, entras en una iglesia del color donde la
liturgia de la contradicción es elocuente y gloriosa. Cuando escuchas a
Martha Argerich interpretar el tercer concierto para piano de Rachmaninof,
experimentas la liberación de fuerzas contradictorias que amenazan y ponen a
prueba a cada paso la magnífica simetría formal que las sustenta.
Sólo puedes hacerte amigo de lo negativo si
reconoces que no es destructivo. A veces parece que la moral es enemiga del
crecimiento. Concebimos faIsamente las normas morales como descripciones de la
orientación y los deberes del alma. Pero los mejores pensadores de la filosofía
moral dicen que son meras señales indicadoras del conjunto de valores latente
en nuestras decisiones o provocado por ellas. Las normas morales nos incitan a
obrar con honor, comprensión y justicia. Cada persona y cada situación son tan
distintas que jamás pueden ser meras descripciones.
Cuando advertimos una inmoralidad interior,
tendemos a ser severos con nosotros mismos y a emplear la cirugía moral para
extirpar al culpable. Pero con ello sólo conseguimos atraparlo en nuestro
interior. Confirmamos nuestra visión negativa de nosotros mismos y desconocemos
nuestro potencial de crecimiento. Hay una paradoja extraña en el alma: cuanto
más tratas de evitar o eliminar esta cualidad molesta, más te persigue. La
única manera eficaz de poner fin al desasosiego consiste en transfigurarlo, dejar
que se convierta en algo creativo y positivo que te enriquezca.
Un aspecto alentador de lo negativo es su
sinceridad. No miente. Cuando trates de alentar la ausencia en lugar de habitar
la presencia, te lo dirá claramente. Cuando entras en tu soledad, una de las
primeras presencias que se anuncia es lo negativo. Nietzsche dijo que uno de
los mejores días de su vida fue aquel en que decidió que sus cualidades
negativas eran las mejores que poseía. En esta suerte de bautismo, lejos de
desterrar aquello que a primera vista parece desagradable, uno lo integra en
su vida. Ésta es la tarea lenta y difícil de la autorrecuperación. Todos tienen
ciertas cualidades o presencias en el corazón que son molestas, perturbadoras y
negativas. Ser generoso con ellas es un deber sagrado.
En cierto sentido es el
deber de ser padre afectuoso para esas cualidades extraviadas. La generosidad
curará lentamente su negatividad, aliviará su miedo y les ayudará a comprender
que el alma es un fogón donde no imperan el juzgamiento ni el deseo febril de
poseer una identidad rígida y limitada. La amenaza de lo negativo es poderosa
precisamente porque incita a practicar la caridad y la autoliberación, un arte
resistido con empeño por nuestro intelecto mezquino. Tu previsión es tu patria
y como tal debe contener muchas moradas para albergar tu desenfrenada
divinidad. Esta integración respeta la multiplicidad de yos del interior.
Lejos de obligarlos a formar una unidad artificial, les permite cohesionarse
como un todo al que cada uno aporta sus características únicas.
Este ritmo de autorrecuperación exige tu
generosidad y sentido del riesgo, no sólo en lo interior, sino también en el
nivel interpersonal. Se trata probablemente del territorio incierto del que
hablaba Jesús al exhortarte a amar a tu enemigo. Debemos ser cuidadosos en la
elección de «enemigos». Un alma despierta sólo debe tener «enemigos» dignos.
Un enemigo digno puede revelar tu negatividad y potencialidad. Aprender a amar
a tus enemigos es conquistar una libertad que trasciende el rencor y la
amenaza.
JOHN O´DONOHUE
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