miércoles, 15 de mayo de 2019

EL PRIMER ALTAR DEL HOMBRE TEMPLO




(El Misterio del Pan y del Jugo de la Viña Roja). 

De cada lado de la antorcha invisible y encendida sobre las alturas de la FRENTE pensadora, dos ojos se abren a la luz: es la puerta del alma del ser llamado HOMBRE; es la ventana de su TEMPLO. 

Dos corrientes opuestas salen de él y se Introducen en él (es lo inspirado y lo expirado). 
El exterior y el interior tienen así un punto de encuentro: es el astro del Sol que hace aparecer los colores que adornan las maravillas de la naturaleza, haciéndolas sobresalir de la oscuridad y es el calor del alma que va delante al encuentro de la que viene de afuera. No es en la “cámara oscura” del “hueco ocular” donde tienen lugar esas uniones entre el mundo interior y el mundo de la periferia, entre la Madre Naturaleza, vestida con el arco iris, y el observador que dice: “Contemplo, miro”. 

Es en alguna parte tras la pantalla del sensible y al mismo tiempo en el centro de la conciencia misma. Es el más allá visible del objeto contemplado que se ofrece al contemplador, como Venus que sale del agua con su velo de 7 colores, en una danza rítmica de miles de formas. Pero es el alma encarnada que refleja esa visión que la consume, como consumimos un trozo de pan hecho con el trigo que ha sido alimentado por el Sol. Los ojos son como una boca que aspira formas y colores, abrevando el alma humana y llevándola fuera de sí misma en la inmensidad infinita de la catedral del Universo. Así se manifiesta la correspondencia milagrosa del “microcosmo” y del Gran Templo del Mundo. Una parte del alma, como ave de luz, deja —siguiendo el camino de los sentidos— el atrio, la cumbre de la cabeza, como un pichón deja su nido y empieza a volar encima del inmenso domo de cúpula de zafiro y muros transparentes, mientras que otra parte se encierra en una capilla interior, semejante a un ser arrodillado junto al Santo de los Santos. 

Llena de amor hacia la belleza inmaculada de todas esas formas, gestos y colores, la Virginidad del alma se ofrece a la Virgen del Cosmos visible, que la envuelve dulcemente con su manto azul rojo. Somos testigos del nacimiento del canto de admiración que emana de la relación del interior y del exterior, de lo personal y de lo universal. Algo indecible nace en el umbral del infinito, en los confines del mundo y del “sobre mundo”, toma una forma acabada, se viste de luz y ... alcanza la emanación de esa criatura muy pequeña y terrestre que en un cierto momento clava ojos sobre las estrellas, sobre el firmamento azul - opaco, sobre las nubes y todas Zas maravillas de los 7 velos de la sacerdotisa Naturaleza. Y aquí ,ese Algo que viene de las esferas más grandes, en maridaje con esa parcela del alma humana, se precipita a su encuentro, desaparece en su interior, se hunde en el Ego del Contemplador, se muere en su “Yo”, pero ... acabando de existir (en forma y color) en ese centro de los centros, él renace bajo el aspecto de CONCIENCIA de la UNION de lo Universal con el Ser Personal, de la Idea Divina con su reflejo individual, la COMUNION del Absoluto con el Pensamiento concreto. 

Hay un centro que hace morir la periferia y hace renacer otra en ella. Hay una “Cámara Interior” que aspira TODO, donde todo desaparece en la Nada (según el camina trazado por todos los rayos que provienen del Círculo Máximo), pero que hace aparecer de nuevo (al mismo tiempo), la misma Casa en su metamorfosis, en los mismas confines del Universo. Hay un punto de encuentro (un primer ALTAR) de Dios con su emanación, con una chispa consciente del Fuego Divino; es el nacimiento de un Mundo Nuevo: el Muy Grande se ofrendó al minúsculo, mientras que el muy Pequeño se hizo Grande. Hay un primer lugar de intercambio entre el Creador y el Creado, un sitio donde El vierte su “soplo” sobre un ser que QUIERE aspirarlo y que lo expira bajo otra forma, como Espíritu: El Espíritu Santo, porque lo que nació es fecundada por encima. No es solamente la conversación entre la circunferencia y un punto central, entre la Esfera del Mundo y todos sus centras (¡que son tan numerosos como los Egos encarnados!), sino también un crucero de esa esfera inhalante y exhalante en movimiento perpetuo con su “eje”. Es así como el intercambio entre el Exterior y el Interior se cruza con una “línea” trazada en el Mundo del Espíritu Puro, en el Mundo de las Alturas Divinas, las cuales se reflejan en los Fondos y en lo Bajo que están en relación con lo Alto, relación oculta que se traduce por HERMES TRIMEGISTO. 

Entre los dos ojos está este punto misterioso donde se verifica ante todo el “cruzamiento” (donde se forma esta CRUZ), situado entre la esfera luminosa suprafísica de la comprensión del Exterior y del Interior, realizada por la Inspiración superior. La cruz así trazada en la frente es semejante a una cruz sobre el altar de un templo, junto a la cual un sacerdote es el testigo de una consagración y celebra una ofrenda en la cual el alma comulga a medida que “piensa”. Ese sacerdote es el YO del hambre que con-templa, que comprende, que utiliza el órgano del Pensamiento. Ese sacerdote del Microcosmo conversa con la Madre del Mundo, que es la Gran Sacerdotisa, presentándole la hostia, que es hecha de todas las sensaciones luminosas, que está tejida con todas las formas y con el inmensa Arco Iris de lo visible. Pero él debe (es la tarea del Yo) destilar, filtrar un Fuego interno que se une a esa comunión luminosa, a fin de asimilar las sensaciones exteriores, poniéndolas en movimiento, animándolas y dándoles el calor. 

Es así como el alma se transforma en una Copa Sagrada que se llenan con un elixir ferviente, con un fluido sutil y rojo, semejante al jugo de la viña, que es la respuesta de la tierra a la pregunta hecha por el Sol. Lo más noble, lo más purificado de la sangre se libera del fondo del Ser Humano para evaporarse, para subir hacia las alturas. Y de allí, de esas Alturas Celestes, desciende hacia esa Copa, hacia ese Cáliz llenándolo hasta el borde: la Paloma Blanca de la Inspiración. En el primer altar del Templo-Hombre está colocado el Cáliz, cuyo “pie” toca un punta sagrado en el cruce del entrecejo ... las paredes de esa ánfora se transforman en un cono milagroso abierta hacia las alturas que se proyecta hacia el cielo. Dos rayos de una claridad espiritual, dos corrientes en rotación rítmica (al ritmo del corazón) circulan alrededor de esa Copa (el Cáliz del Pensamiento consciente) y se forma un inmenso faro que alumbra los mundos más y más elevados. Semejan das brazos, elevados en una oración muy humilde, pero muy ferviente, los cuales son dirigidos hacia el cielo, y van al encuentro de la Inspiración Divina de esa Paloma que, volando encima de ese cano tejido con la luz, se sacrifica para verter en él su Amor y su Prudencia. 

Es el Hombre Pensador, su Yo, que, en una tensión de toda su Voluntad ofrece a Dios su sustancia, el elixir de su vida, su calor interno, su sangre filtrada y obtiene a cambio la Idea Germen. Todo lo que aspiró del exterior, todas las formas y los colores se concentraron en el interior, alimentaron el alma, originaran su sustancia. Pero en ese intercambio de la Periferia con el Centro que al principio primero (antes del nacimiento de los conceptos y de las palabras) tiene lugar en el altar de la Frente, se vierte el diálogo entre los Fondos y las Alturas — el Yo que ofrece la Copa calmada de Sangre a la Paloma Divina que se sacrifica. Es el Sacramento de la Comunión bajo dos aspectos, en la Esfera del Pen-samiento. Es el primer “signo de la Cruz”, y la alondra más modesta, aquel pajarito gris, cantante del Primer Verano que desapareció en el firmamento y retorna del Cielo, bajo la forma de una Paloma, de una Paloma de Pentecostés.

Serge Raynaud de la Ferrière

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