En su libro
“Moisés y la vocación judía”, Andrés Neher, escribe muy justamente: El
“misterio” de Israel tan solemnemente afirmado en nuestro siglo no se comprende
enteramente sino a la vista de Moisés. Ni Abraham, ni Oseas, ni Jeremías, han
pensado y vivido, lo que había de irremplazable en Israel, con una convicción
semejante a la de Moisés. Nuestro Padre, dicen los Judíos hablando de Abraham;
nuestro Maestro, dicen evocando a Moisés. Diferencia importante, pero mucho
menos capital que la siguiente: Abraham es el padre de la multitud de los
pueblos, mientras que Moisés es el Maestro de ese pueblo. En Abraham se
prefigura la comunión de todos los pueblos; en Moisés, en el seno mismo de la
comunión, se realiza la irreductible vocación del pueblo judío” (página 23).
Nosotros somos todos un poco discípulos de Moisés, a títulos diversos y a veces
contradictorios, por nuestra fe y por nuestras dudas, por nuestra mística y por
nuestro realismo, por nuestra plegaria y por nuestras revoluciones, por
nuestras retiradas y por nuestros empeños.
El judío, el
cristiano, el musulmán, el humanista, el utopista social, el dialéctico
materialista, el pensador existencial, todos reconocen en la Biblia la fuente,
o al menos, el esbozo de sus opciones. La obra de Moisés, sin embargo, no es la
Biblia entera, sino sólo el Pentateuco, la Thora, la Ley.
Esos cinco
libros (Pentateuco) (1) que constituyen el comienzo de la Biblia, relatan la
Génesis del mundo, el relato de la vida de Moisés, sus intervenciones en Egipto
y el Exodo, el cuerpo de la Ley del Levítico (revelada en el Monte Sinaí), los
Números con las peripecias del pueblo conducido por El y, para finalizar: el
Deuteronomio que traduce el último discurso de Moisés y el relato de su muerte.
De la Biblia (traducida actualmente a más de mil lenguas), es el Pentateuco de
Moisés el que constituye a la vez la piedra de fundación y el umbral.
Para
situar a Moisés en el tiempo, es preciso remontarse a Thoutmes 1ro. (El
advenimiento de esa nueva dinastía egipcia se sitúa hacia 1536 antes de la Era
cristiana). Ese es el comienzo de la persecución del pueblo hebreo, que acabó
durante la fase aguda, en la cual todos los niños fueron ahogados en el Nilo.
Escondido hasta la edad de tres meses, Moisés fue colocado por su madre (2) en
los juncos del río. Descubierto por una hija del Faraón; fue confiado a Yokabed
quien lo adoptó (El nombre de Moisés significa en egipcio “mi hijo”, pero puede
también comprenderse en hebreo, como “lo he salvado de las aguas”). Pero,
¿quién es esa hija del Faraón? La Biblia relata los acontecimientos sin
detallar exactamente los personajes, que pueden encontrarse de todas maneras
gracias a la Historia. En efecto, en la lista de los Faraones de la XVIII
dinastía se encuentra entre los Thoutmes un extraño personaje: una mujer-rey (y
no reina).
Se trata de
la hija de Thoutmes I quien, desde su adolescencia recibió la corona en vida de
su padre. Es en ese momento que como “hija de Faraón” pudo salvar y educar a un
joven hebreo. Ella se desposó más tarde con Thoutmes II, cuyo reinado fue
breve, por lo cual se convirtió en la esposa de Thoutmes III a quien eclipsó
completamente. Durante una quincena de años, “ella” es el único Faraón y lleva
el nombre de Hatshepsou, es pues un Rey y no una Reina: la desinencia “ou”
indica el masculino y debe intencionalmente ocultar que ese rey es una mujer
que llevaba antes en su nombre la desinencia femenina: Hatshepsout. El
magnifico templo de Deirel-Bahari es la obra de Hatshepsou, los cuadros fijan
los detalles de la expedición memorable del Faraón-amazona (Victoria contra la
Etiopía y el Pount = región de los Somalíes).
El versículo
15 del segundo capítulo del Exodo que indica un viraje de política, se explica
muy bien por el hecho de que a la muerte de Hatshepsout, su esposo Thoutmes
III, dio libre curso a su rencor. En los monumentos y en las tablas reales él
destruyó inclusive el nombre de la que tanto le había humillado. Es natural,
entonces, que Moisés (protegido de Hatshepsout) se viera amenazado de muerte.
Por otra parte, la esclavitud de los hebreos pro-sigue bajo Thoutmes III y,
según la Biblia, se necesitarán varias decenas de años antes de que éstos
obtengan la liberación. Esto pasará bajo el reino de Amenofis II. Pero donde la
Historia se convierte en más iniciática es bajo los sucesores de Thoutmes IV, a
saber: Amenofis III y Amenofis IV, los dos faraones que caracterizan la Era de
El-Amarna. A mitad del camino entre Tebas y Menfis uno encuentra archivos muy
importantes sobre una época de curiosas alteraciones culturales y religiosas.
Puede verse
en la actitud de Amenofis IV, una influencia del paso del espíritu de Moisés.
Fuera de
Israel, es en toda la Antigüedad el único instante de monoteísmo y es por lo
que uno establece fácilmente la relación entre sus aventuras espirituales. La
obra de Amenofis IV se dirige contra el sacerdocio de Amón (dios protector de
la dinastía) e instaura a Atón (Dios Supremo), él mismo se convertirá en
Ikhnatón (el hijo de Atón); su capital será Ikhaoutatón (hoy: El-Amarna).
En realidad,
no es útil detenerse aquí en ese Rey-Iniciado conocido de todos los estudiantes
de Escuelas de Esoterismo. En fin, el sucesor de Amenofis-Ikhnatón, el célebre
TutAnkAmón, restableció todas las reglas convencionales con el culto de Amón,
del cual lleva el nombre y, poco a poco, al perder su espíritu iniciático, el
Egipto se instaló en la opulencia material.
El Nuevo
Imperio, la XlXésima dinastía, los Ramsés, los obeliscos de Luxor, etc. El
relato bíblico del Exodo es claro, si uno quiere darse la pena de referirse a
los hechos históricos. Por supuesto lo que es mencionado bajo el nombre de
Faraón, se aplica sucesivamente a los diferentes Reyes y es fácil ver tanto las
sucesiones como la evolución general. Las plagas, los milagros, esas ranas, esa
miseria, esas heladas, y esas tinieblas, son “signos” de un simbolismo
mitológico (3). Así como las esfinges, los bueyes, los ibis, los gatos, los
buitres. En el versículo 15 del capítulo VIII, uno ve desaparecer a los Altos
Magos (los Maestros de los Colegios Iniciáticos) y el mismo Faraón pierde sus
poderes; de hombres-divinos que eran, los Reyes-Iniciados se convertirán en
profanos.
De Osiris
encarnado que él era, el Faraón de Egipto se ve reducido a hombre, al mismo
título que el cautivo en su prisión (Exodo, XII-30). Llegamos ahí al punto
crucial del Exodo: la partida hacia Egipto. Pero, ¿cuál es el primer Estatuto
en la Obra de Moisés? Es en el Deuteronomio (VI-5) que encontramos la
observación de los Mandamientos del Eterno junto con una primera mención
estricta: “Amarás al Eterno, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y de
toda tu fuerza”. Sin embargo, es en el capítulo XIX del Levítico donde la
osadía de la Ley llega a su punto culminante en la exigencia de la “Santidad”
(“Sed santos, ya que Yo soy Santo, Yo, vuestro Dios). Y, Andrés Neher, explica:
“El hombre es invitado no sola-mente a obedecer, sino que está llamado a
imitar. La Thora no se reduce a un imperativo, tiende hacia otro modo en el
participio; cuya imitación es el primer escalón.
El capítulo
(Levítico XIX) de la santidad humana por la imitación de la santidad de Dios,
se aclara a la luz de ese tema de la imitación. El contenido y el objetivo de
la Ley, es la vida. En la vida Divina, UNO es realizado: Santidad de Dios”. Más
lejos, el autor de “Moisés y la vocación judía” (página 105) escribe aún: “Que
Dios ame a los hombres, que él sea su padre, su protector, su patrón, es
aquello que otros genios antiguos habían presentido si no claramente expresado.
Pero que los hombres sean invitados a amar a Dios, he ahí algo que transforma
la estructura religiosa del mundo. Todo pasa como si Dios revelara en la Thora,
la exigencia del amor, porque El tenía necesidad de ser amado. Es esa búsqueda
de amor la que informa de la alianza y la que, desde el Sinaí le confiere su
tonalidad a la vez ansiosa y exaltante. De Adam a Noé, de Noé a los Patriarcas,
de los Patriarcas al Sinaí, Dios ha permanecido incansablemente en busca de los
hombres.
Ahora en el
Sinaí, él los ha encontrado definitivamente. La nostalgia de Dios es
satisfecha. Dios tiene un proyecto que El quiere realizar con la participación
de los hombres. El llama a los hombres para cooperar con él. La Thora no es
otra cosa que el enunciado de los esfuerzos necesarios a una aventura común,
sobre la tierra, entre Dios y los hombres. Ella es la carta del Reino de Dios
sobre la tierra” (Vosotros Me perteneceréis, un Reino de sacerdotes y un pueblo
santo, ya que la tierra entera Me pertenece. Exodo, XIX-5 y 6). ¡ Un reino de
sacerdotes! Tal es la palabra-llave de la Thora. ¿No es justamente, un mundo
organizado por los Colegios Iniciáticos cuya idea nosotros hemos profesado
desde hace tanto tiempo? No se trata, por supuesto, de un gobierno teocrático
fanático, sino de un Consejo Mundial de Sabios (Prudentes). Esa Autoridad no
debe instalarse simplemente sobre las bases de un Poder Oculto y a la manera de
las sociedades secretas especulativas, sino con Seres Superiores escogidos en
el sentido de una Moral Universal.
Los grados
de Iniciación no son títulos honoríficos o grados de complacencia, sino la
confirmación de estados sucesivos después de haber pasado las pruebas de los
Santuarios, así como las experiencias de la vida. Las Escuelas Esotéricas no
son el privilegio de algunos, sino solamente del dominio de aquellos que
quieren darse la pena de “pensar”; por otra parte esas concepciones han sido
admitidas desde hace mucho tiempo, pero la aplicación fue mal comprendida: no
son tanto las ideas, sino más bien la manera de comportarse de los hombres la
que debería reformarse.
La Thora no
critica los conceptos, pero ella propone que los hombres sean colocados en la
imposibilidad de dañar, en la necesidad de ayudar o, para hablar el lenguaje de
la Thora, de “re-dimir” (como tan bien lo señala Andrés Neher). Se podría decir
aún, permaneciendo fiel al lenguaje de la Thora (Levitico XXVI-41,
Deuteronomio, X-16), que ésta propone la “circuncisión de los corazones”;
corazones avaros de los campesinos, corazones ávidos de los dueños, corazones
crueles de los cazadores, corazones de los acreedores y corazones de piedra del
prójimo. Pero la transformación de los corazones, no es suficiente y por ello
la Thora propone la “circuncisión de las instituciones” y anuncia también la
“circuncisión del tiempo”.
En efecto,
si se dejara al tiempo desenvolverse en su avance autónomo, el crecimiento del
poderío en los unos y el deterioro en los otros, sería tanto como el mismo
tiempo, irreversible, irremediable. La economía de los ciclos sabáticos y
jubilatorios permite el recomenzamiento y las compensaciones: las
“redenciones”, puesto que es un solo y único término hebreo, aquel de gueoula
que encubre en el capítulo 25 del Levítico las nociones del rescate, de la
liberación y de la restitución. Es bueno releer a ese respecto el texto entero
y consultar también el capítulo quince del Deuteronomio (versículos 1 y 2):
Cada siete años tú practicarás la chemitta. He aquí el sentido de esa chemitta:
todo acreedor que haya hecho un empréstito a su prójimo se desligará de su
derecho. . .“ (versículos 9 y 10): “Guárdate de ser suficientemente malvado
para decir en tu corazón: se acerca el séptimo año, el año de relajación (el
año de la chemitta).
Nr. VI) cuyo
término mismo viene del cuerno del cordero (el “Yobel”) que los antiguos
empleaban a guisa de trompeta para anunciar el año Santo (Jubilatorio). Ese
período de interrupción (de relajamiento = “Chemitta” o mejor “Schemita”) es
muy simbólico también desde el punto de vista del esoterismo numerológico (ver
el número 50 en el fascículo Nr. III). Pero aquello que es más importante
todavía, es la promesa de lo Eterno, la salvación para todos. “No es solamente
con vosotros que yo trato esta alianza, esta alianza tratada con juramento de
lo Eterno: la salvación para todos.
“No es solamente
con voto. Sino que es también con aquellos que no están aquí con nosotros en
este día” (Deuteronomio, XXVIII-14). Es entonces, con las puertas del Tiempo y
del Espacio ampliamente abiertas, que Moisés describe el sentido profético del
desierto, en algunos capítulos-llaves del Pentateuco (Levítico XXVI;
Deuteronomio, XXVIII, XXIX, XXX y XXXII).
Sin embargo,
Israel permanece en su Fe: el pueblo elegido. (La Ley de Moisés. José-Salvador.
1796-1873): “Avanza y declara cuál es tu nombre. — ¿Mi nombre? A pesar de que
ese no sea mi nombre patronímico, yo me llamo Judío, palabra que significa
loador, celebrador, invariable del Ser, de lo Unico, de lo Eterno. — ¿Tu edad?
— ¿Mi edad? Dos mil años más que Jesucristo. — ¿Tu profesión? — ¿Mi profesión?
Dejo a un lado las tristes profesiones que me han sido impuestas.
Mi profesión
tradicional es esta: Yo garantizo la Santa Imprescriptibilidad del Nombre de la
Ley y yo soy el conservador viviente de la nobleza antigua y de la legitimidad
ligada por derecho Divino al Nombre, al Propio Nombre del Pueblo”. Y es así que
Moisés y el pueblo judío marchan a través de la Historia. Uno podrá
documentarse con obras que hacen autoridad como: “Die Sendung Mosis” de F.
Schiller (1783) e inclusive “Moisés y el monoteísmo” de S. Freud, pero la
fuente misma de la espiritualidad judía se encuentra en la Biblia que sería
preciso poder leer en el original hebreo, como lo hemos ya mencionado en varias
ocasiones.
Sin embargo,
aún para el hebraizante cultivado es preciso comenzar por Rachi, rabino del
siglo XI cuya obra (texto en hebreo) ha sido traducida al latín, al alemán y al
inglés. La causa, primordial quizás, de la tradición judía se encuentra en el
Exodo (la Misión humana, como la califica Andrés Neher). Un fino matiz
distingue LAS Pascuas cristianas y LA Pascua judía. Para los lingüistas, la
diferencia es mínima, ya. que ella es de origen reciente; aún en el Medioevo
los dos términos se confundían y, de todas maneras, provienen de una raíz
común. A través del griego “pascha”, Pascuas y Pascua son la transposición
fonética del hebreo “pesah” que designa, en la Thora de Moisés, la noche del
Exodo y la solemnidad que la conmemora de edad en edad.
Sin embargo,
el teólogo no podría aceptar que sólo un capricho haya jugado en la diferenciación
de los términos. El ve más bien el efecto de una realidad profunda y el signo
de una situación espiritual. Ese plural y ese singular reflejan una verdad
histórica significativa. Y el autor de “Moisés y la vocación judía” dice
(páginas 127, 128): “En efecto, la espiritualidad cristiana y la espiritualidad
judía son, en su enraizamiento, ambas pascuales. Lo son también por la savia
que, desde la raíz, irriga sus organismos espirituales y crea sus flores y sus
frutos. Savia pascual, cuyo sabor ha penetrado, por la presencia
judeo-cristiana, en el conjunto de la civilización occidental.
Y uno
podría, hasta cierto punto, mostrar que los valores a los cuales el Occidente
da mayor preferencia —libertad, redención, resurrección— son valores pascuales.
Pero si el acontecimiento de base de la espiritualidad pascual,
judeo-cristiana, es incontestablemente la noche del Exodo, el cristianismo,
transfigurando ese acontecimiento por otro, ha pluralizado las Pascuas,
mientras que el Judaísmo ha mantenido el acontecimiento en su contenido
singular. Las decisiones del Concilio de Nicea son, a ese respecto,
sintomáticas. La iglesia cristiana se propuso señalar definitivamente su
esencia propia y su deliberada ruptura con el judaísmo, lo cual se manifiesta
precisamente en la diferencia de la fecha de la Pascua. El nombre de la fiesta
continúa, pero la fiesta en sí no está ligada a la luna llena de la primavera,
que vio en otra época salir del Egipto a Israel, sino al domingo de la
resurrección de Jesús, ese mismo domingo que en la dimensión del tiempo
sagrado, substituye al Sabbat. Toda la economía bíblica se encuentra así
modificada: a su significación pascual primitiva se agrega otra que la engloba
y la integra, como una nota aislada en un acorde polifónico.
El perpetuo
debate entre el cristianismo y el judaísmo se encuentra ahí: el mensaje
cristiano se anuncia en el campaneo DE LAS Pascuas; el judaísmo mantiene, en
dominante absoluta, la vibración primera de LA Pascua. Pascua de Moisés a la
cual el judaísmo se une en esencial fidelidad que, sin embargo, no se ha
afirmado sin esfuerzos. En un excelente estudio (Cuando yo salí de Egipto.
Notas sobre
la Pascua judía, Evidencias, marzo 1956). David Jassine muestra que antes del
mismo cristianismo, algunos Judíos habían cedido a la tentación de alegorizar
la lección mosaica de la Pascua. El judaísmo helenístico, por medio de la
enseñanza de su intérprete más distinguido, Filón de Alejandría, ha traducido
el Exodo en términos ideales: salir de Egipto es vencer la materia, acceder al
Universo del Alma, operar el paso misterioso del estado somático al estado pneumático.
Todavía antes del cristianismo, otra tentación ha acechado: la de no mantener
de la Pascua sino su rito de sacrificio, desligado de todo contexto histórico.
Los
Samaritanos, paganos instalados en Palestina por Nabucodonosor en el Siglo VI
antes de nuestra era, adoptaron el culto judío, pero sin solidarizarse con la
historia judía, sin que haya habido para ellos, ni caída del Templo, ni pérdida
de la Tierra, ni Exilio. Su Pascua se desenvuelve según las prescripciones de
Moisés con una fidelidad conmovedora, pero falsa. Los espectadores la
observaban anticuada con ojos sorprendidos, en Naplusa. El momento esencial de
la Pascua judía es el Seder, la ceremonia celebrada en cada hogar, alrededor de
la mesa familiar, en la noche de la luna llena primaveral: es la velada
consagrada a Dios, que los hizo salir de Egipto, es la noche consagrada a Dios,
una velada para todos los niños de Israel y para sus generaciones.
Desde la
época del Segundo Templo, la ordenanza fue establecida. Jesús el Galileo y sus
discípulos (ver: Mateo XXVI; Marcos XIV; Lucas XXII), Hillel el Fariseo
(Talmud, Michna Pesachim), Onias el Essenio (textos de Qumrán), la celebraban
tal y como ella se ha prolongado en el seno de la comunidad judía hasta
nuestros días. La celebración se realiza en torno a la mesa familiar; sobre el
mantel, tres panes “ázimo” (panecillo plano sin levadura) cubiertos por una
servilleta y seis platitos con los manjares simbólicos (un huevo, rábano
silvestre, lechuga, un hueso de cordero, una mezcla de pasas, de canela y de
nuez). El jefe de familia lee pasajes de la Haggada (libro de leyendas
antiguas, historias de la estancia en Egipto, plegarias, cánticos). Si el Exodo
no hubiera tenido lugar, señal del doble sello o de la imperiosa voluntad
divina y de la participación consentida y consciente de los hombres, el destino
histórico de la humanidad habría seguido otro curso, radicalmente diferente,
porque en sus mismas raíces no habría figurado la gueoula (la redención) de la
salida de Egipto.
“Ni mis
padres, ni yo, ni mis niños, seríamos libres; seríamos aún y para siempre
esclavos”, dice el judío en la noche de Pascua. Inversamente: la puerta que ha
sido abierta por el Exodo, no puede cerrarse más. “Somos libres, de una
libertad eterna”. Aquí, otra vez, el Lameth (l2va. letra del alfabeto hebreo)
toma toda su significación (hemos ya insistido a menudo sobre su esoterismo,
ver también el fascículo NO IX); es la inicial de la palabra “lehem” (pan) en
hebreo y de la palabra “libertad” en lengua latina. El símbolo de la Pascua, es
bien, pues: el Pan de la Libertad. Mencionemos al pasar, a título documentario,
que el “teth” (9va. letra del alfabeto), es la inicial de la palabra “tob”
(Bien) y que ella pasa como intermedio en la palabra “heThe” (pecado).
Recordemos también que su valor esotérico es 15 y su significación (ya dada en
el fascículo N0 III) es “Símbolo de energía”.
Pero,
andemos más adelante todavía en nuestras deducciones de simbología
numerológica: sabemos que lo más sagrado para la tradición judía es la THORA
(4).
Ese célebre
rollo está compuesto de cinco mil ochocientos cuarenticinco versículos.
Ese número
que uno puede presentar como: 5,661 + 184, justamente parece no ser debido a un
azar. En efecto, 5,661 es el producto que el génesis ordena al inicio de la
creación (recuerdo que: “Elohim” = 83; ver también en el Misterio de los
Números en el fascículo N9 III, los valores de 5 y 29),
Valor Secreto de 83 3,486
5 V.S. de 29 2,175
--------
5,661
queda pues
un número en relación inmediata con 166,500 por restricción e inversamente
(Toda la significación de ese importante número de 166,500 ha sido explicada ya
largamente en el capítulo sobre el Misterio de los Números). En seguida,
tenemos 184 que es el producto de 111 + 73 (ver la significación de esos
valores, siempre al final del libreto Nº III). Si 5,661 está en relación
directa con el famoso 166,500; ese 184 tiene como valor secreto 17,020 que es
bajo otra forma 2,701 o todavía 73. Todo esto se corresponde tan bien, que es
imposible ver en ello: una simple coincidencia. Así, los 5,845 versículos
atestiguan una relación cósmica, en cierto modo, lo cual otorga el valor
escrito, tanto como el valor oral o aún el espiritual.
Mientras que
en otras tradiciones la Letra y la Palabra se combaten, en el judaísmo, están
orgánicamente ligadas en un Todo Indisoluble, lo cual da lugar entre los judíos
al dominio del estudio. En primer lugar existe la aceptación de la letra y es
eso lo que ha dado lugar a las manifestaciones tangibles en la vida del judío,
como existe también en primer lugar la “mezouza” ese pequeño pergamino en el
exterior de su casa, la cual contiene dos pasajes de la Thora (Deut. VI, 4, 8 y
Deut. XI, 13, 21). Enseguida están las filacterias colocadas en la frente y en
el brazo izquierdo que contienen igualmente extractos de la Thora (Deut. VI-4,
8; Deut. XI, 13, 21: Exodo XIII-1, 16). En cuanto a la jornada judía, comienza
y termina en la recitación de la Schema (Deut. VI-4, 8; Deut. XI-13, 21;
Números XV-37, 41).
En fin, para
el Judío, lo que queda de primordial es el estudio de la Thora, ya sea en las
Escuelas, en reunión con algunos amigos o solo en su casa. Es el texto de este
Libro Sagrado lo que queda como centro, alrededor del cual toda su vida se
perfila y aún la mística, cuya propiedad es justamente la de traspasar la
letra, ya que el alma mística reposa precisamente sobre las cosas que no pueden
decirse; pero la mística judía es desarrollada también según el texto mismo de
la Thora. Así en el siglo XVIII, el judaísmo de Europa oriental estuvo a punto
de escindirse en dos grupos: los Mitnagdim racionalistas y los nuevos adeptos
de la mística del Hasidismo.
Si el cisma
hubiese estallado, algo habría mantenido la cohesión espiritual del pueblo: el
que los libros de base de uno y otro movimiento, el Talmud y el Zohar, son
ambos comentarios del texto de la Thora. Por otra parte, todo queda en el
cumplimiento de la Mitsva que es la realización literal del acto, es aceptar
renovadamente la literalidad global y orgánica de la Thora de Moisés. Es, como
lo quería Moisés, rehusar la dicotomía del espíritu y de la carne y restaurar
por la Santidad del hombre la imagen de la Unidad de Dios. Como tan bien lo
define Andrés Neher: la sola confianza en la eficacidad “redentora” de la
mitsva explica el gran corte judeo-cristiano que se consuma a la época de San
Pablo. El debate entre la Ley y la Fe no habría provocado jamás el cisma, si no
se hubiera tratado de escoger entre el legalismo y la espiritualidad. El
judaísmo “ortodoxo” sabía que, después de Moisés, después de Abraham, después
de Adán, la Ley se vivificaba por la Palabra, cuya dimensión implicaba una
interioridad espiritual, sin la cual ella no sería sino una parodia de la
Voluntad de Dios.
El
paralelismo de las enseñanzas contemporáneas del fariseo Hillel y de Jesús, que
los fariseos abordaban con el respeto debido al Maestro Rabbi, muestra que el
Sermón de la Montaña se encuentra en la línea del judaísmo más auténticamente
fariseo. Pero el Apóstol Pablo expone el problema de la justificación: por la
Ley-redentora —o por la Fe— en el Redentor? Insertando así la dialéctica de la
Ley y de la Fe en ese marco redencional, San Pablo inauguraba el cisma. Ya que,
para los Judíos no era el Mesías quien justificaba al hombre, sino la mitsva,
la realización de la Ley. El Reino de Dios sobre la tierra se inauguraba en
todos los lugares, en todos los instantes, “en los cuatro codales de la
realización de la Thora”. Cuatro codales, espacio minúsculo, pero en el cual
cabe un hombre, que toma sobre él, el yugo del Reino.
Un gran
símbolo permanece en la vida del pueblo judío: el Desierto. Aquí, aún la
interpretación se hace tanto por la letra como por el espíritu de la letra.
Alrededor de ese desierto, en el cual avanza un pueblo “diferente a los otros”,
hacia una Tierra “distinta a las otras”, como alrededor de un eje central, se
desarrolla un Universo. El hace del pueblo solitario, el compañero de todos los
tiempos; de la Tierra prometida, la compañera de todas las tierras. En el
desierto de su existencia particular, Israel reencuentra el Universo. Los
Rekabitas, bajo el reino de Ahab y de Jezabel, se constituyeron en secta
nómada, queriendo actuar contra los excesos de una civilización impura. El
desierto es para ellos el objeto de una nostalgia; se encierran para reencontrar
la simplicidad de una edad de oro que se sitúa en un lejano pasado; alrededor
de ellos (precediéndolos y siguiéndolos) se cristaliza, en un mundo bíblico, el
gusto del nomadismo ascético. Pero, rekabismo y profetismo son
diferentes.
Los profetas
a pesar de ciertas afinidades de temperamento con los Rekabitas. invocan el
desierto en muy otra perspectiva. Oseas y Jeremías expresan la idea en un
lenguaje del simbolismo conyugal: en el desierto en el cual se celebraban
antiguamente las bodas de Dios y de Israel, la pareja conyugal, separada y
desgarrada por crueles traiciones, reencontrará la unión patética y el violento
deseo de recomenzar una existencia en común. Ezequiel, que vuelve a tomar
literalmente los términos de la cosmografía sagrada del Pentateuco, evoca cl
“desierto de los pueblos”. En ese desierto no exótico y marginal, sino
localizado como un centro en pleno medio de los pueblos, donde en un nuevo
Frente-a-Frente inexorable, Israel comprenderá el sentido de su elección, de su
“ser diferente a los otros” en el seno del Reino de Dios.
Si, en
efecto, la Pascua restaura ritualmente el momento de la Salida de Egipto, la
marcha a través del desierto se repite en la Fiesta de Soukkot. En el capítulo
XIV de su profecía, ampliando esa gravitación alrededor del Judío en las
proporciones de una escatología cósmica, Zacarías localiza la ley interna en
los ritos de la Fiesta del Soukkot. Es la última resurrección de la marcha a
través del desierto, quien acogerá no más a los individuos, sino a los pueblos;
no aquellos que serán deseosos de orar, sino aquellos que estarán ávidos de
vivir. Y el Talmud sabe también que los setenta toros de los cuales el Levítico
prescribe el sacrificio durante la Fiesta de Soukkot, simbolizan la presencia
en el lugar central sagrado que es el Templo de Jerusalem de las 70 naciones de
la tierra. “Si los pueblos hubiesen comprendido la significación de Templo dice
el Rabino Yohanan, ellos no habrían destruido, sino construido con sus manos,
ya que era para ellos que se realizaban los sacrificios”. La seriedad de esta
vocación del Exilio, de un Exilio del cual uno no conocía ningún límite, pero
que uno estaba dispuesto a afrontar hasta el final, no habría podido efectuarse
con tanta brillantez, si, desde el inicio, uno de los temas del desierto no
hubiera sido pensado nuevamente con una fuerza extraordinaria: el tema de la
Shekhina. A ese tema hebreo, es preciso remontarlo muy atrás para alcanzarlo
hasta el desierto en el cual la “residencia de Dios” es de-signada por la raíz
hebraica shakhan, de la cual shekhina es un simple derivado.
En la
espiritualidad farisea la Shekhina, es “Dios-en-Exilio”. Así la “Revelación”
testimoniada por la “Residencia” no era otra cosa que un Exilio de Dios y una
sola misma raíz bíblica que definía, en efecto, la Revelación y el Exilio
(“galó”); la residencia de Dios, en el desierto, en medio del pueblo de Israel,
era un Exilio de Dios; una estancia bajo la Tienda, en el seno de los Hebreos
que se albergaban, ellos también, en la Tienda. Una aventura Divina acompañaba
la aventura humana. Y es esa aventura la que se recomienza, desde los primeros
momentos de la diáspora (5). Israel parte en exilio; Dios parte con él: la
Shekhina es el compañero de Israel en el desierto de los pueblos (6). Moisés de
León (compilador de la Qabbalah en el siglo XIII) decía ya: “Todo, sin
excepción, ha sido concebido primeramente en el Pensamiento y si alguien
dijera: Ved, hay algo nuevo en el mundo, imponed el silencio, ya que ello fue
anteriormente concebido en el Pensamiento”. Ese pensamiento se dice en hebreo
Mahaschebah y cabalísticamente uno lo expresa por un punto (nequoudah), y es a
menudo representado simbólicamente por la letra “Yod”.
El punto (lo
hemos ya dicho en nuestros artículos precedentes) es el elemento fundamental
del espacio y él mismo es como un espacio, en el interior del cual uno no puede
inscribir otro espacio. El Siphra di Tzeniutha explica: la voluntad divina se
manifiesta y ella se convierte en la Mahaschebah que se expresa simbólicamente
por Nequoudah, el cual está caracterizado por el Yod Esa letra Yod (valor 10)
que caracteriza la Nequoudah (el Punto) es igualmente el “En-to-Pan” (el Uno-el
Todo); es guamétricamente (la letra Yod siendo 10 = el número perfecto): el
Universo que envuelve la Esencia y el Poder de los Números y que contiene en
sí: la Unidad y la Multiplicidad. El Punto (o aún el Yod) es representado a
veces en un círculo para expresar el pensamiento de los grandes filósofos sobre
el Origen, la Creación, Dios. Uno está en el derecho, pues, de preguntarse por
qué nada semejante ha sido indicado al inicio del Génesis.
Pero,
entonces, uno podría responder que el “Pensamiento” de Dios (El-el
Incognoscible) no podría ser expresado por palabras humanas. Por otra parte, ya
lo hemos suficientemente analizado: el primer versículo del Génesis hace saber
que no se trata de una “creación” (o al menos de una nueva idea creatriz
original). ¿Debemos repetirlo una vez más? “Al comienzo, Dios creó los cielos y
la tierra” es una traducción completamente arbitraria, ya que el texto original
si no es muy claro para una traducción profana, no es menos profundamente muy
iniciático. “Beraeschith bara Elohim eth ha-schamain v’eth haaretz”, es un
Principio ante todo (Dios era un Principio Inconsciente e Inteligente) y no,
pues, un “comienzo”. Hay una idea: un “Pensamiento” original y de ese
Pensamiento Inteligente de Dios emana “inconscientemente” aquello que
seguirá... Además, la segunda palabra de ese versículo “bara” que se tradujo
por “creó”, es más sutilmente caracterizada por “emanó”.
En efecto,
para “crear” algo, es preciso “pensar” primero y de ese pensamiento “emana” el
instinto “creador”.
En
cuanto al término “Elohim”, él no ees más Dios
que Adonai, sino que son atributos o funciones del Substrato. Sabemos ya que
Elohim es sobre todo una fórmula (valor de 3. 14 ... como la fórmula universal
del “PI”), o mejor aún quizás: una llave gracias a la cual uno encuentra a Dios
(como gracias a la fórmula de Pi uno encuentra la superficie de un círculo, que
él mismo representa simbólicamente el Universo manifestado). Se trata, pues, de
un Pensamiento original, de una Idea que por su poder habría “creado” (no en el
sentido de querer imponer su voluntad sino más bien por una natural
“emanación”). De ahí esa teoría según la cual habría habido DOS comienzos: un
primer inicio (el Pensamiento) y un segundo comienzo (la Creación), lo cual se
defiende perfectamente por lo expuesto acerca de Dios-no-Manifestado y de
Dios-Manifestado. (Explicado gráficamente en nuestro fascículo Nr. II por el
análisis del nombre divino: Yod-Hé-Vaw-Hé o sea el Tetragrama Sagrado “i é v
é”). He ahí la razón de un círculo que contiene el Yod (o un punto = nequoudah)
para simbolizar la Creación.
A menudo los
cabalistas prefieren colocar tres puntos o aún tres “yods” para ser más
precisos en la representación del “Yod-Hé-Vaw”, que simboliza el
Dios-Manifestado, mientras que el segundo “hé” del tetra-grama divino se coloca
al exterior del círculo para caracterizar al Dios-No-Manifestado (la “H” era
empleada por todas las civilizaciones antiguas para representar a Dios). Es
preciso recordar también que esa dualidad aparente no existe más que en la
descripción y no en la idea de los Qabbalistas. El nombre divino de leve
(Yod-Hé-Vaw-Hé) se descompone pues sobre todo en Yod-Hé-Vaw para simbolizar su
manifestación. “Yod” es Adán (o mejor aún “Isch” — el primer hombre en el
sentido hebraico) y “Hé” es Eva (o mejor “Ischa” la primera mujer), mientras
que el “Vaw” mantiene el papel de conjunción (esa letra hace siempre función de
consonante o de vocal). El simbolismo de la letra “Vaw” parece una prolongación
de la letra “yod”. Su sobrenombre es “Ben-Iah” que quiere decir “Hijo de Yod y
de Hé”; es en cierta forma la Shekhina, el soplo del Padre (Yod) y de la madre
(Hé) que une y forma el trazo de unión entre los dos principios para simbolizar
toda la Creación en el nombre de Dios en hebreo Yod-Hé-Vaw-Hé (leve, que se
caracteriza por Adán (yod) y Eva).
La
Shekhina, esa Esencia Divina, da y conserva la vida (es el soplo de Dios, el
Espíritu divino); también la han llamado “la fuente de la vida”, es el canal
por el cual Dios se mantiene en contacto con el mundo superior. La Shekhina es
pues el “lazo” (qescher) vivificador (términos ya analizados largamente en
nuestros fascículos precedentes).
La Yehida es el instrumento de Liberación por
el cual es accesible la Shekhina. Yehida es el término hebraico para designar
el alma de las cosas (Como el “Sutratma” de los hindúes). Yehida significa
“hilo” en la idea de “hilo de la Unidad” (o aún “Hilo de la Gracia”, siendo la
Shekhina la Gracia). En física sería el hilo de latón que se ofrece la carga
eléctrica, cuyo grano de energía es aprisionado en la capacidad tenebrosa del
aire atmosférico (mal conductor de electricidad). Esa salida es el instrumento
de salvación para la energía eléctrica que encuentra su vía, su vida, la
verdad. A ese principio de física moderna, los Qabbalistas por su filosofía
científica lo han dado a comprender desde mucho tiempo y Moisés lo expone en el
inicio de su Cosmogonía (Génesis, capítulo 1, versículo 2).
“La tierra
estaba sin forma y desnuda” (“tohu va bohu”) o aún, “la tierra estaba informe y
vacía”... El Universo está pues todavía en el vacío, la nada de las formas
(correspondiendo al “caos”); es decir, el mundo “éter” como fuente y origen,
pero también como fin de todas las cosas. Ese estado precede a aquel, en el
cual el Universo cae en la materia. Identidad también entre “tohu” y “bohu”
(principio y fin), el uno, potencial y manifestación futura, el otro potencial
que resulta de la manifestación realizada. “Tohu” es una reserva de fuerzas
específicas (opuesto de “Ain”).
El Zohar
define el “tohu” como el alcance puramente dinámico de un Universo desaparecido
y pre-parándose a convertirse en “bohu”: elemento de fuerzas constructivas de
un mundo a venir. Es el momento en el cual la Shekhina se ha reintegrado a su
Fuente (período del “Tohu va bohu”) y del cual uno encuentra la explicación más
lejos en la Biblia (en Isaías, LXV-17); “Ya que yo voy a crear nuevos cielos y
una nueva tierra”. Notemos al pasar que en el texto original de la Biblia (en
hebreo) la palabra “tierra” viene de “ratz” que significa “girar”; uno se
sorprende, pues, de que haya sido necesario tanto tiempo a ciertos investigadores
para aceptar la teoría de la rotación de la tierra, cuando desde hace tanto
tiempo los Qabbalistas y aún los primeros Iniciados de Israel tenían ya
conocimiento de ello. Por otra parte, Galileo, a quien se le atribuye (sin
razón por otra parte) ser el primero en lo concerniente al enunciado de la
rotación de la tierra, no ha hecho más que precisar la teoría de Copérnico,
inspirada en la Enseñanza Antigua.
Cicerón, por
ejemplo (que estaba iniciado en los “Misterios” de la Grecia), no divulgaba todas
las cosas de las cuales tenía conocimiento; su enseñanza, sin embargo, deja
entrever ciertos problemas muy avanzados en su tiempo y, a pesar de su
“discreción” en divulgar las teorías más osadas, aparece en sus textos el
enunciado de la ley sobre la rotación de la tierra, por ejemplo (ver:
Tusculanes, L .1, 27, en el cual él define muy bien la cuestión). El Zohar es
muy claro respecto a ese asunto (libro II, folio 235 b.): “La tierra gira en
círculo y alrededor de ella misma. Algunos de sus habitantes se encuentran
arriba, otros abajo. Todas esas criaturas tienen rostros diferentes según el
clima de cada región y todos marchan parados como los otros hombres.
De ahí viene
que existan ciertas regiones sobre la tierra en las cuales es de noche
justamente cuando en otras regiones es de día, de manera que ciertos hombres
gozan de la luz mientras que otros son sumergidos en las tinieblas. Existe
igualmente una región donde es casi constantemente día y donde la noche no dura
sino muy poco tiempo. .. “, etc. Uno entonces puede sorprenderse a justo título
de que escritores célebres y aún hombres de Ciencia y, sobre todo, de Religión,
hayan podido combatir durante tanto tiempo a esa famosa teoría. Lactance, ese
escritor cristiano del Siglo IV combatía la tesis de la redondez de la tierra:
“es absurdo que existan hombres que tienen los pies arriba de sus cabezas y
países donde todo esté volcado y en el cual los árboles y las plantas crezcan
de arriba a abajo... (Obras. Lib. III, cap. 24). Mucho peor todavía resulta San
Agustín, quien en el siglo XIII sostenía aún la tesis de Lactance y combatía
fuertemente la cuestión de la redondez de la tierra (su libro “Civitate Dei”, Li.
XVI, cap. 9); sin embargo, él fue quizás el primero en alentar el estudio
profundo de la Biblia, del cual él hizo su libro de cabecera.
Evidentemente,
es preciso repetirlo, la Biblia no es solamente una obra simbólica sino sobre
todo iniciática y aún poseedora de las “llaves”; el lado esotérico es difícil
de asir debido al texto de una lengua tan rica que sólo los Antiguos podían
captar en todo su alcance. Así los Targums tenían su razón de ser (Targums = de
una palabra caldeica que quiere decir versión, traducción).
Los Targums
eran las explicaciones que daba al pueblo en lengua vulgar, un intérprete de la
lectura del Sepher de Moisés, en las sinagogas. Nuestras lenguas vivientes,
mucho más todavía, son ineptas a asir toda la sutileza que reside en una sola
palabra de esas lenguas sagradas de antaño: hoy día necesitamos toda una
explicación para definir un solo término con el cual los Antiguos Sabios
(Prudentes) definían un plano, un estadio, una función o un atributo.
La verdadera
enseñanza (iniciática) era dada, por otra parte, oralmente (la Qabbalah) y una
vez escrita (Kabbala), perdía ya una parte de su valor real para convertirse en
una lección vulgar (Cabbala). Así como en la India, la verdadera Identificación
Mística (el Yug) se convierte en un sistema menos perfecto una vez transcrito
(la Yoga) para, después, ser vulgarizado como una. doctrina profana (el
yoghismo). La Qabbalah significa Tradición en hebreo (entendiéndose por
extensión: la tradición esotérica o iniciática). La raíz “Q.B.L.” (Qoph-Beth-Lameth)
en hebreo (como en árabe), significa la relación de dos cosas colocadas una
enfrente de la otra (Recibir, aceptar, acoger, recoger verbo “qábal”, del cual
deriva “qabbalah”, aquello que es recibido o transmitido).
En latín, no
tendremos sino “traditum”. La raíz “Q.D.M.” expresa la idea de “preceder”
(“qadam”) (“qedem” en hebreo, “qidam” en árabe - es el origen de la
antigüedad). En el uso corriente “qadím” (en árabe) o “qadmón” (en hebreo),
significa “Anciano” - “El-insánulqadim” = “el hombre primordial”, -
“El-insánul-kámil” = “el hombre perfecto o total” (en árabe), es el
“Adam-Qadmón” hebraico. El Principio fundamental de la Qabbalah es una
Nomocracia (Régimen de la Ley Pura) y es el régimen que aceptará Israel y que
está inscrito nítidamente en el Zohar: “Todo aquello que está sobre la tierra,
está también en el Cielo y no hay ninguna cosa por exigua que sea en el mundo
que no dependa de su semejante en el Cielo...” “El mundo inferior es la imagen
del mundo superior”.
El Zohar
agrega: “Y por tanto: todo es UNO. Esa solidaridad es tal, que cada acto aquí
abajo, provoca un acto semejante arriba” (Zohar, III, 92, a.).
Es preciso,
pues, acordarse bien de esto: TODO es UNO y sin embargo la Tradición hebraica
discierne numerosos mundos, grados, estadios, etc. Así la manifestación divina
pasa a través de 4 Planos; son esos los “Mundos” Atzilútico, Beriático,
Ietzirático y Assyáhtico.
El ATZILUTH
es un término hebraico que significa “emanación concentrada”, pero increada. Es
materializando la noción de que la forma atómica varía con el número de los
átomos que constituyen los diferentes cuerpos simples, que la Tradición
Qabbalística califica de “atziluth” lo que aparece como una energía
morfogénica. En efecto, en este mundo increado, es la potencialidad de las
fuerzas que están dispuestas a manifestarse. El símbolo de ese efecto está
caracterizado por el Diluvio llamado universal (hemos visto también la cuestión
de Tohu y Bohu) y la matriz en la cual va a promulgarse la especie, es
calificada de Thebah (aquello que los cristianos han simbolizado por el Arca de
Noé).
El
sabio francés Claude Bernard ha definido muy bien ese fenómeno, conocido de
todas maneras desde la más lejana antigüedad (7). Si la matriz de las formas
“cristalizadas” (de ahí los Cristos = los Arquetipos) no fuese trasmitida de un
universo a otro, los poderes vitales de un cosmos serían aniquilados y las
especies, no encontrando más el elemento de su constitución, serían consagradas
a un eterno reinicio sin evolución. Esa es una de las razones esotéricas de las
“jubilarias”, a fin de que el período de interrupción permita una relajación y
una orientación de los esfuerzos. En fin, es de ese mundo atzilúthico que el
hombre toma su principio espiritual, religado con el Hayah (el organismo
espiritual, el cuerpo más elevado del ser). Ese mundo del Atziluth es el único
increado y en el Arbol Sefirótico él usurpa en los 3 primeros “Esplendores”
(“Sephirots”): el primero, que es la “Corona Suprema” (Kether), de esta emana
la segunda séphira llamada “Sabiduría” ((Hochmah); ella es el “Adán Primitivo”
para distinguirla del primer hombre.
San Pablo
llama a ese esplendor encarnado: “novissimus Adam” (1 Cor., XV, 45); por
último, el tercero es la “Inteligencia” (Binah). Tales son los primeros
“Esplendores” calificados de intelectuales y si bien están distinguidos, no son
sino UNA “Corona Unica”, Un Absoluto, Unum absolutum.
El BERIAH es
el mundo de la creación, en ese plano es el do-minio celeste, repleto de la Luz
santa de Dios: todo es Dios y Dios es todo. De ese mundo beriáhtico el hombre
extrae su principio religioso, el cual está en contacto con el “Neschamah”
(organismo intelectual o lógico). Ese mundo de Beriah emana, bajo el de
Atziluth (el solo in-creado) y él es el grado del cual la emanación es
creativa.
IETZIRAH es
el tercer mundo, que es el de la formación; no-cuantitativo sino mundo de
fuerzas cualitativas. Es a través de esos planos que la Shekhina se infíltra
para establecer un lazo (qesher) entre el Divino y el mundo material. De ese
mundo ietziráhtico el hombre extrae su principio patético sobre el cual está
sintonizado el Rouah (organismo sentimental del Ser).
En fin,
ASSYAH es el cuarto plano en el cual la Shekhina se incorpora, es el mundo de
la acción. En ese grado la luz ha sido debilitada para permitir subsistir a los
seres de los mundos materiales. De ese mundo assyáhtico (pronunciar aciático),
el hombre extrae su principio instintivo, el cual está en relación con Nephesh
(organismo físico-psíquico). Ese mundo del Assyah esta considerado como
“facticio” por los Qabbalistas, es la residencia de la séphira “Malcuth” (el
décimo del Arbol). El es llamado facticio (factivus), quizás porque es el plano
más material, es el plano de la acción (pero también del espejismo de la vida).
De esos cuatro mundos el hombre extrae cuatro vehículos que son: HAYAH u
organismo espiritual, religado al Atziluth; NESCHAMAH, cuerpo religado a
Beriah; ROUAH, organismo sentimental en contacto con el mundo de Ietzirah y
NEPHESH cuerpo físico-psíquico que está religado al mundo de Assyah. Nephesh es
según los hebreos: el alma animal, es el resultado del principio instintivo que
el hombre extrae del mundo aciático (o assyáhtico).
En el plano
físico, Nephesh es asimilado con la sangre, de ahí el mandamiento varias veces
repetido en la Biblia: no comer carne animal, ya que eso sería comer el alma.
(Deuteronomio, XII, 23). “Guárdate de comer la sangre, ya que la sangre es el
alma”. La sangre es, pues, Nephesh materializado, pero aún la acción es doble,
física y psíquica, y así se prueba la exactitud del axioma repetido tantas
veces, acerca de que nuestros actos en el mundo material tienen una repercusión
en el mundo físico, lo cual Leibnitz define por: “el alma expresa al cuerpo y
el cuerpo expresa al alma”. Es a causa del Nephesh humano alterado por el
Nephesh animal (al absorber la carne cocida o no) que el hombre pierde su
característica humana; se “animaliza” (retrocediendo en la línea de evolución)
y no puede pretender más ser miembro del PUEBLO HUMANO (de “su” pueblo).
Al
presente, regresemos una vez más hacia la significación de los Sephirots. Una
séphira no es una virtud independiente, ni muchos menos el mismo árbol
sephirótico, es un atributo completo. De la misma manera que la ciencia puede
reconocer los “atributos” del absoluto en tres primeras manifestaciones:
Vida-Forma-Pensamiento, en lenguaje teológico, toma la significación de la
Santa Trinidad. Dios el Padre-el Hijo-el Espíritu Santo para los cristianos, lo
cual es la reproducción de la vieja trilogía hindú: Brahma-Vishnu-Shiva, que
uno reencuentra en casi todas las religiones.
En Qabbalah,
Dios, el “Santo, Santo, Santo” está representado por un círculo que contiene
tres “yods”, lo cual hace pensar también en el simbólico triángulo que
representa al “Gran Arquitecto del Universo” en la Franc-Masonerla.
Hay siempre
en los “mundos” (Atzilúthico, Beriático, Ietzirático, Aciático), diez atributos
cada vez. En esos atributos divinos se reconoce a los relativos y a los
absolutos. Los primeros son las relaciones entre las divinas personas por la
acción inmanente de la generación y de la procesión; la calificación de
relativo no caracteriza suficientemente a los atributos no-absolutos. Los
teólogos católicos comprenden lo que ellos llaman las propiedades
(propietates), las relaciones (relationes) y las nociones (notiones), a saber,
pues: la inasibilidad, la paternidad, la filiación, la aspiración (spiratio)
activa y la aspiración pasiva. Existen, pues, cuatro propiedades, la
inasibilidad, paternidad, filiación y procesión: las tres últimas son
propiedades personales. Agregar a ello la aspiración activa, es poseer las
“relaciones” en número de cuatro.
Se
comprenden bajo la denominación de atributos absolutos todas las perfecciones
que son propias a la Divinidad, las que los teólogos distinguen en positivas y
en negativas, en apariencia aquiescentes o inmanentes, operativas o
transitivas, primitivas, derivadas, metafísicas, morales, comunicables,
incomunicables, propias, metafóricas, etc... Los siete últimos “sephirots”
(esplendores) comprenden todos esos atributos: uno reencuentra todo, uno
re-conoce también muy claramente, en los tres esplendores supremos, los
“atributos relativos” o mejor aún las cinco nociones.
Los
Sephirots, emanación qabbalística calificada a veces como esplendores, son
Diez. Bajo los tres primeros, llamados “Supremos” (Kether-Hochmah-Binah) y que
son un poco como la trilogía de la Tradición judía, vienen los otros siete
atributos, como siete fuerzas secundarias que equivaldrían a los siete planetas
de la astrología antigua. Cada uno de esos sephirots emanan de todo aquello que
precede. Naturalmente todas esas emanaciones (sephirots) son inseparables de la
Divinidad y constituyen la Unidad Perfecta. Una función del Nombre Divino es,
por otra parte, atribuida a cada uno de los sephirots. A la primera: “Yo soy
aquel que es”, a la segunda: “el abreviado del nombre “Jehová”; a la tercera:
“ex-tracto de Elohim”; a la cuarta: “Dios”; a la quinta: “extensión divina”; a
la 6ta.: “Jehova”; a la 7ma.: “Jehova de los poderes”; a la 8va.: “Dios de los
poderosos”; a la 9na.: “Dios viviente” y a la 10ma.: “Adonai”. Todos esos
atributos son inherentes a Dios.
Los
sephirots son un Todo indivisible y del dominio metafísico, pero uno representa
a menudo esas funciones por un gráfico conocido bajo el nombre de “Arbol
Qabbalístico”, o aún “Arbol Sefirótico” o “Arbol de la Vida”. Cada Séphira
tiene ella misma sus 10 Sephirots, lo cual hace un número imponente de Arboles
qabbalísticos denominados: “el Vergel” y de ahí porque los ocultistas dicen que
aquel que quiere escrutar esos sublimes misterios debe instruirse en el Vergel.
Pero uno dice también: “destruir las plantas” de aquel que extrae doctrinas
erróneas de ese sistema. En resumen, los Sephirots son los grados situados
entre el Mundo Incognoscible (Ain-Soph) y el de la Manifestación visible. Hay
doce explicaciones de esos “esplendores”, que uno puede analizar sobre los
diversos planos: religioso, filosófico, demonilógico, astronómico, astrológico,
físico, lógico, matemático, metodológico, alquímico, político, mesiánico.
Son pues,
principios, doctrinas, sustancias, poderes, modos intelectuales, entidades y
órganos de la divinidad. Es un esquema universal (también comprender el esquema
dentro de la aceptación de las tres letras-madres del alfabeto hebráico: el
“Shin”, el “Mem” y el “Aleph”: “eSqueMA”, “SchéMA’, una llave de composición
superior). Ese “Esquema” sitúa los modos operatorios mediante los cuales se
efectúan a la vez en los ciclos teocósmicos y antropogenéticos: el nacimiento,
la transmutación, los matrimonios, las filiaciones, los regresos a los Números
(un esquema es como el Arque-tipo de un dibujo, de una idea, de un proyecto,
etc.).
Los
Sephirots se presentan como superposiciones en cuatro etapas: Atzilútica
(emanación), Briática (creación), Ietzirática (formación) y Aciática (acción).
Los tres primeros Sephirots son llamados intelectuales y superiores y los otros
siete son llamados de conocimiento e inferiores. Los Sephirots son en cierta
forma la base del estudio de toda la Qabbalah y, al mismo tiempo, resumen mucho
de los problemas teológicos de las diversas religiones.
Su
enseñanza, únicamente oral al principio, permanecía pues en la Tradición
Iniciática en la cual las lecciones eran dadas de Maestro a discípulos y de
labio a oído.
De todas
formas, como los gráficos ayudan a menudo a una mejor comprensión, eso fue
también el origen de los Tarots, que estuvieron originalmente en uso en los
Colegios Iniciáticos de antaño; esas Láminas servían al Maestro que daba así un
objeto de meditación a los alumnos; se trataba de “llaves”, de símbolos que
dejan transpirar toda una parte de ciencia que el adepto debe perfeccionar por
sí mismo. Ese método es un poco el de los Sephirots igualmente, que, una vez
representados, dan una posibilidad de concentración (como los yentras
tibetanos). En fin, resumamos diciendo que el Ain-Soph (Absoluto), lo
Incognoscible (el Todo-Nada), la Nada en tanto que “magnuninane” (nihil
vocatur) se ha producido una materialización (tçimçum) y de esa concentración
de energía (çim-çum) se ha revelado a ella misma primeramente (mahascheba) y al
contraerse así: el Infinito se limita a aquello que es el origen del
Universo.
De ese
primer misterio, un punto de interrogación se impone: es el “MI” (¿Quién?)
atributo de Jehovah que tiene como respuesta “Eleh” (éste); a ese vestido (mercabath)
la Tradición lo llama Shekhina que es así la radiación de Yod-Hé-Vaw-Hé. Ese
espléndido centelleo, especie de Aura Divina, que se manifiesta por el
intermedio de diez Sephirots. Sephirots (en singular: Séphira), evoca
inmediatamente la noción de número (Sepher, Sephar, sippour) y la noción, pues,
de contar (saphar); esa enumeración debe ser entendida en el sentido de “Luz”:
emanación divina en esencia (Esplendor). Señalemos, por otra parte, que aún del
griego “sphairal” (esfera), se podría hacer derivar el vocablo que califica tan
bien esas atribuciones de dominios o planos Absolutos, gracias a nuestros
conocimientos actuales sobre las teorías ondulatorias, diferentes justamente
por su número (frecuencia) y teniendo en cuenta también la incurvación del
Espacio.
La Shekhina,
pues, (canalización involutiva del Ain-Soph) atraviesa diez campos de onda
(sephirots) en su manifestación cósmica y como cada séphira está constituida
por una gama del ritmo septenario, esto hace un total de 70 ondulaciones. Ese
medio de manifestación (Nethiboth) diferenciado por su amplitud y su frecuencia
vibratoria, constituye las vías llamadas Sephirots. Es pues posible el
conocimiento humano, por medio de siete sephirots, que la conciencia llegará a
integrar la esencia divina, simbolizada por los tres Sephirots, llamados
Superiores. En otras palabras y transpuesto sobre un plano de fenómeno físico,
podríamos ilustrar eso por la descomposición en siete colores del rayo que pasa
a través do un prisma de cristal.
La luz blanca,
que simboliza el centelleo de Iévé, viene a imponerse a la figura del prisma y
es el momento de la cuestión “?Quién?” (“MI” en hebreo); al lado opuesto se
colocan los colores con su índice de refracción particular (rojo, naranja,
amarillo, verde, azul, índigo y violeta) lo que sería simbolizado por la
respuesta “¡Estos!” (“Eleh”). El Zohar dice (1.29 b. 20 a. 1.86): “Por MI
arriba y ELEH abajo todo ha sido hecho” (hay que señalar que Elohim está
compuesto de Eleh y la inversión de Mi). Es ese comienzo del mundo el que es
recordado a los Judíos todos los años durante el Rosch-Hachanah. Ese Jefe del
Año (inicio del año judío) está simbolizado grandemente por el Carnero (Rosch,
el Carnero, Jefe de fila dirigiendo el rebaño) y es innecesario insistir en que
el año astronómico comienza justamente cuando el sol, en su movimiento
aparente, entra al signo del Carnero, la primera porción zodiacal sobre la
eclíptica. Esa ceremonia, que es celebrada a cada renovación del año religioso,
contiene numerosos hechos esotéricos. En esa ocasión el Oficiante emboca el
“Schofar” (trompeta hecha de un cuerno de carnero) para extraer tres sonidos
(“tequi á”; “therou á”; “schebarim”) que es la llamada a la vida de todas las
cosas extraídas del Am (los 3 sonidos son correspondientes también al trigrama
divino “Yod-Hé-Vaw” que simboliza una vez más las diversas trilogías).
Los 3
repiques son las 3 letras: qosh-shin-resh que se expresan por la palabra
qescher (ligar) que es el anagrama de scheqer (ilusión), a fin de recordar la
mentira de los fenómenos materialistas (Un poco como el espejismo, la ilusión,
el “maya” de los Hindúes). Para anunciar el año santo, los antiguos se servían
siempre, a guisa de trompeta, de un cuerno de carnero, en hebreo “Yobel”, del
cual ha nacido el término Jubileo, palabra hebrea que es sinónimo también, por
extensión de: regreso del Manifestado al No-Manifestado, es la reabsorción de
la multiplicidad. El año jubilario simboliza así el regreso de todas las cosas
al Primer Principio. Es el re-inicio, sin retrogradación, sin embargo, ya que
la humanidad evoluciona siguiendo la curva espiriforme. Dios no abandonó a Adán
y Eva, caídos en la trampa de la serpiente tentadora (toma de contacto con el
mundo fenomenal en vista de adquirir conocimientos); una ligadura (qescher) los
retenía aún al mundo celeste, esa ligadura es el Espíritu (de ahí la palabra
espiral) llamada también el “hilo de la gracia” (Yehida). Ese vehículo Divino
(Shekhina) existe en todo y por todos y es a fin de hacer realizarlo, que durante
las ceremonias del Rosch Hashanah, el oficiante de la sinagoga, aún
actualmente, vuelve a extraer los 3 sonidos del cuerno del carnero
simbólico.
Serge
Raynaud de la Ferriere
_______________
(1) El
Pentateuco es el texto intacto y completo que la Tradición hebraica transmite.
Esa obra de Moisés esta extraída de textos antiguos de más de 3,000 años, que
estaban escritos sobre pieles de corderos sacrificados.
(2) La madre
de Moisés se llamaba Yokabed (era hija de Levi) su Padre: Amran: su hermano mayor:
Aaron; su hermana mayor: Myriam.
(3) Hemos ya
discutido largamente esta cuestión en las obras precedentes. En lo que
concierne a la vara transformada en serpiente (Exodo IV-3 y 4) ver las primeras
explicaciones en nuestro libro ‘Los Centros Iniciáticos” y en estos mismos
“Propósitos” en el fascículo XII.
(4) Al
quemar el Templo de Jerusalem, los Romanos creían destruir los Sacramentos
judíos (Judea deleta), pero lo sacro de Judea no fue aniquilado, ya que una
simple caja oblonga (pero conteniendo La ‘Sefer Thora”, el rollo de la Ley de
Moisés) fue salvada y millares de ejemplares existen en esta época. Por
intermedio de esa “selva” de Libros, en la cual cada árbol lleva el texto del
Pentateuco de Moisés y nada más, el judaísmo ha vivido y continúa a vivir. La
redacción es tradicional; es sobre pergamino y con mano de hombre que el texto
está transcrito según el modelo tipo que se pierde en la noche del tiempo y que
Moisés habría trazado en el desierto. Cada Judío debe realizar él mismo, una
vez en su vida, la redacción del Sefer Thora.
(5) Diáspora
es empleado colectivamente por los judíos dispersados después de la cautividad
de Babilonia; se usa también ese término en la edad apostólica para los Judíos
que habitan fuera de Palestina (del griego ‘diaspeiren”).
(6) En 1933
se han descubierto en el Sahara: 200 frescos viejos de 8,000 años. Esas
pinturas rupestres del Tassili de los Ajjers hablan del pasado africano y de
una civilización sobre la cual los investigadores no se atreven a darle un
nombre todavía. Se trata evidentemente de los que precedieron a los Touaregs
(poblaciones negroides, etiópicas, europeoides) y naturalmente la Atlántida se
ofrece inmediatamente al pensamiento. Esos vestigios encontrados en pleno
desierto, presentan además de los bovinos, de los monos y de los antílopes.
unos extraños seres que usaban un peinado como el viejo sombrero “melón” de
Charlot (¿serian Judíos con filacterias?).
(7) Hemos ya
citado el trabajo de ese erudito hombre de Ciencia, quien por ejemplo en sus
Lecciones sobre los fenómenos de la vida” (escrito en 1878) deja prever las
canalizaciones de la “shekhina” a través de los “Sephirots” dando la
explicación propia al mundo del Atziluth”. A la luz de la biología, el sabio
explica (pág. 56): “Hay como un dibujo preestablecido de cada ser y de cada
órgano, de manera que si, considerado aisladamente cada fenómeno de la economía
es tributario de fuerzas generales de la naturaleza, tomado en sus relaciones
con los otros, él revela un lazo especial; parece dirigido por un guía
invisible en la ruta que él sigue y conducido al lugar que él ocupa”.
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