domingo, 26 de mayo de 2019

EL MISTERIO DE ISRAEL - I



En su libro “Moisés y la vocación judía”, Andrés Neher, escribe muy justamente: El “misterio” de Israel tan solemnemente afirmado en nuestro siglo no se comprende enteramente sino a la vista de Moisés. Ni Abraham, ni Oseas, ni Jeremías, han pensado y vivido, lo que había de irremplazable en Israel, con una convicción semejante a la de Moisés. Nuestro Padre, dicen los Judíos hablando de Abraham; nuestro Maestro, dicen evocando a Moisés. Diferencia importante, pero mucho menos capital que la siguiente: Abraham es el padre de la multitud de los pueblos, mientras que Moisés es el Maestro de ese pueblo. En Abraham se prefigura la comunión de todos los pueblos; en Moisés, en el seno mismo de la comunión, se realiza la irreductible vocación del pueblo judío” (página 23). Nosotros somos todos un poco discípulos de Moisés, a títulos diversos y a veces contradictorios, por nuestra fe y por nuestras dudas, por nuestra mística y por nuestro realismo, por nuestra plegaria y por nuestras revoluciones, por nuestras retiradas y por nuestros empeños.

El judío, el cristiano, el musulmán, el humanista, el utopista social, el dialéctico materialista, el pensador existencial, todos reconocen en la Biblia la fuente, o al menos, el esbozo de sus opciones. La obra de Moisés, sin embargo, no es la Biblia entera, sino sólo el Pentateuco, la Thora, la Ley.
Esos cinco libros (Pentateuco) (1) que constituyen el comienzo de la Biblia, relatan la Génesis del mundo, el relato de la vida de Moisés, sus intervenciones en Egipto y el Exodo, el cuerpo de la Ley del Levítico (revelada en el Monte Sinaí), los Números con las peripecias del pueblo conducido por El y, para finalizar: el Deuteronomio que traduce el último discurso de Moisés y el relato de su muerte. De la Biblia (traducida actualmente a más de mil lenguas), es el Pentateuco de Moisés el que constituye a la vez la piedra de fundación y el umbral.

 Para situar a Moisés en el tiempo, es preciso remontarse a Thoutmes 1ro. (El advenimiento de esa nueva dinastía egipcia se sitúa hacia 1536 antes de la Era cristiana). Ese es el comienzo de la persecución del pueblo hebreo, que acabó durante la fase aguda, en la cual todos los niños fueron ahogados en el Nilo. Escondido hasta la edad de tres meses, Moisés fue colocado por su madre (2) en los juncos del río. Descubierto por una hija del Faraón; fue confiado a Yokabed quien lo adoptó (El nombre de Moisés significa en egipcio “mi hijo”, pero puede también comprenderse en hebreo, como “lo he salvado de las aguas”). Pero, ¿quién es esa hija del Faraón? La Biblia relata los acontecimientos sin detallar exactamente los personajes, que pueden encontrarse de todas maneras gracias a la Historia. En efecto, en la lista de los Faraones de la XVIII dinastía se encuentra entre los Thoutmes un extraño personaje: una mujer-rey (y no reina).

Se trata de la hija de Thoutmes I quien, desde su adolescencia recibió la corona en vida de su padre. Es en ese momento que como “hija de Faraón” pudo salvar y educar a un joven hebreo. Ella se desposó más tarde con Thoutmes II, cuyo reinado fue breve, por lo cual se convirtió en la esposa de Thoutmes III a quien eclipsó completamente. Durante una quincena de años, “ella” es el único Faraón y lleva el nombre de Hatshepsou, es pues un Rey y no una Reina: la desinencia “ou” indica el masculino y debe intencionalmente ocultar que ese rey es una mujer que llevaba antes en su nombre la desinencia femenina: Hatshepsout. El magnifico templo de Deirel-Bahari es la obra de Hatshepsou, los cuadros fijan los detalles de la expedición memorable del Faraón-amazona (Victoria contra la Etiopía y el Pount = región de los Somalíes).

El versículo 15 del segundo capítulo del Exodo que indica un viraje de política, se explica muy bien por el hecho de que a la muerte de Hatshepsout, su esposo Thoutmes III, dio libre curso a su rencor. En los monumentos y en las tablas reales él destruyó inclusive el nombre de la que tanto le había humillado. Es natural, entonces, que Moisés (protegido de Hatshepsout) se viera amenazado de muerte. Por otra parte, la esclavitud de los hebreos pro-sigue bajo Thoutmes III y, según la Biblia, se necesitarán varias decenas de años antes de que éstos obtengan la liberación. Esto pasará bajo el reino de Amenofis II. Pero donde la Historia se convierte en más iniciática es bajo los sucesores de Thoutmes IV, a saber: Amenofis III y Amenofis IV, los dos faraones que caracterizan la Era de El-Amarna. A mitad del camino entre Tebas y Menfis uno encuentra archivos muy importantes sobre una época de curiosas alteraciones culturales y religiosas.

Puede verse en la actitud de Amenofis IV, una influencia del paso del espíritu de Moisés.
Fuera de Israel, es en toda la Antigüedad el único instante de monoteísmo y es por lo que uno establece fácilmente la relación entre sus aventuras espirituales. La obra de Amenofis IV se dirige contra el sacerdocio de Amón (dios protector de la dinastía) e instaura a Atón (Dios Supremo), él mismo se convertirá en Ikhnatón (el hijo de Atón); su capital será Ikhaoutatón (hoy: El-Amarna). 
En realidad, no es útil detenerse aquí en ese Rey-Iniciado conocido de todos los estudiantes de Escuelas de Esoterismo. En fin, el sucesor de Amenofis-Ikhnatón, el célebre TutAnkAmón, restableció todas las reglas convencionales con el culto de Amón, del cual lleva el nombre y, poco a poco, al perder su espíritu iniciático, el Egipto se instaló en la opulencia material.

El Nuevo Imperio, la XlXésima dinastía, los Ramsés, los obeliscos de Luxor, etc. El relato bíblico del Exodo es claro, si uno quiere darse la pena de referirse a los hechos históricos. Por supuesto lo que es mencionado bajo el nombre de Faraón, se aplica sucesivamente a los diferentes Reyes y es fácil ver tanto las sucesiones como la evolución general. Las plagas, los milagros, esas ranas, esa miseria, esas heladas, y esas tinieblas, son “signos” de un simbolismo mitológico (3). Así como las esfinges, los bueyes, los ibis, los gatos, los buitres. En el versículo 15 del capítulo VIII, uno ve desaparecer a los Altos Magos (los Maestros de los Colegios Iniciáticos) y el mismo Faraón pierde sus poderes; de hombres-divinos que eran, los Reyes-Iniciados se convertirán en profanos.

De Osiris encarnado que él era, el Faraón de Egipto se ve reducido a hombre, al mismo título que el cautivo en su prisión (Exodo, XII-30). Llegamos ahí al punto crucial del Exodo: la partida hacia Egipto. Pero, ¿cuál es el primer Estatuto en la Obra de Moisés? Es en el Deuteronomio (VI-5) que encontramos la observación de los Mandamientos del Eterno junto con una primera mención estricta: “Amarás al Eterno, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y de toda tu fuerza”. Sin embargo, es en el capítulo XIX del Levítico donde la osadía de la Ley llega a su punto culminante en la exigencia de la “Santidad” (“Sed santos, ya que Yo soy Santo, Yo, vuestro Dios). Y, Andrés Neher, explica: “El hombre es invitado no sola-mente a obedecer, sino que está llamado a imitar. La Thora no se reduce a un imperativo, tiende hacia otro modo en el participio; cuya imitación es el primer escalón.

El capítulo (Levítico XIX) de la santidad humana por la imitación de la santidad de Dios, se aclara a la luz de ese tema de la imitación. El contenido y el objetivo de la Ley, es la vida. En la vida Divina, UNO es realizado: Santidad de Dios”. Más lejos, el autor de “Moisés y la vocación judía” (página 105) escribe aún: “Que Dios ame a los hombres, que él sea su padre, su protector, su patrón, es aquello que otros genios antiguos habían presentido si no claramente expresado. Pero que los hombres sean invitados a amar a Dios, he ahí algo que transforma la estructura religiosa del mundo. Todo pasa como si Dios revelara en la Thora, la exigencia del amor, porque El tenía necesidad de ser amado. Es esa búsqueda de amor la que informa de la alianza y la que, desde el Sinaí le confiere su tonalidad a la vez ansiosa y exaltante. De Adam a Noé, de Noé a los Patriarcas, de los Patriarcas al Sinaí, Dios ha permanecido incansablemente en busca de los hombres.

Ahora en el Sinaí, él los ha encontrado definitivamente. La nostalgia de Dios es satisfecha. Dios tiene un proyecto que El quiere realizar con la participación de los hombres. El llama a los hombres para cooperar con él. La Thora no es otra cosa que el enunciado de los esfuerzos necesarios a una aventura común, sobre la tierra, entre Dios y los hombres. Ella es la carta del Reino de Dios sobre la tierra” (Vosotros Me perteneceréis, un Reino de sacerdotes y un pueblo santo, ya que la tierra entera Me pertenece. Exodo, XIX-5 y 6). ¡ Un reino de sacerdotes! Tal es la palabra-llave de la Thora. ¿No es justamente, un mundo organizado por los Colegios Iniciáticos cuya idea nosotros hemos profesado desde hace tanto tiempo? No se trata, por supuesto, de un gobierno teocrático fanático, sino de un Consejo Mundial de Sabios (Prudentes). Esa Autoridad no debe instalarse simplemente sobre las bases de un Poder Oculto y a la manera de las sociedades secretas especulativas, sino con Seres Superiores escogidos en el sentido de una Moral Universal.

Los grados de Iniciación no son títulos honoríficos o grados de complacencia, sino la confirmación de estados sucesivos después de haber pasado las pruebas de los Santuarios, así como las experiencias de la vida. Las Escuelas Esotéricas no son el privilegio de algunos, sino solamente del dominio de aquellos que quieren darse la pena de “pensar”; por otra parte esas concepciones han sido admitidas desde hace mucho tiempo, pero la aplicación fue mal comprendida: no son tanto las ideas, sino más bien la manera de comportarse de los hombres la que debería reformarse.
La Thora no critica los conceptos, pero ella propone que los hombres sean colocados en la imposibilidad de dañar, en la necesidad de ayudar o, para hablar el lenguaje de la Thora, de “re-dimir” (como tan bien lo señala Andrés Neher). Se podría decir aún, permaneciendo fiel al lenguaje de la Thora (Levitico XXVI-41, Deuteronomio, X-16), que ésta propone la “circuncisión de los corazones”; corazones avaros de los campesinos, corazones ávidos de los dueños, corazones crueles de los cazadores, corazones de los acreedores y corazones de piedra del prójimo. Pero la transformación de los corazones, no es suficiente y por ello la Thora propone la “circuncisión de las instituciones” y anuncia también la “circuncisión del tiempo”.

En efecto, si se dejara al tiempo desenvolverse en su avance autónomo, el crecimiento del poderío en los unos y el deterioro en los otros, sería tanto como el mismo tiempo, irreversible, irremediable. La economía de los ciclos sabáticos y jubilatorios permite el recomenzamiento y las compensaciones: las “redenciones”, puesto que es un solo y único término hebreo, aquel de gueoula que encubre en el capítulo 25 del Levítico las nociones del rescate, de la liberación y de la restitución. Es bueno releer a ese respecto el texto entero y consultar también el capítulo quince del Deuteronomio (versículos 1 y 2): Cada siete años tú practicarás la chemitta. He aquí el sentido de esa chemitta: todo acreedor que haya hecho un empréstito a su prójimo se desligará de su derecho. . .“ (versículos 9 y 10): “Guárdate de ser suficientemente malvado para decir en tu corazón: se acerca el séptimo año, el año de relajación (el año de la chemitta).

Guárdate de tener un ojo sin piedad ante tu hermano indigente y de rechazarlo...” Hemos hablado ya de ese “Jubileo” (fascículo  
Nr. VI) cuyo término mismo viene del cuerno del cordero (el “Yobel”) que los antiguos empleaban a guisa de trompeta para anunciar el año Santo (Jubilatorio). Ese período de interrupción (de relajamiento = “Chemitta” o mejor “Schemita”) es muy simbólico también desde el punto de vista del esoterismo numerológico (ver el número 50 en el fascículo Nr. III). Pero aquello que es más importante todavía, es la promesa de lo Eterno, la salvación para todos. “No es solamente con vosotros que yo trato esta alianza, esta alianza tratada con juramento de lo Eterno: la salvación para todos.

“No es solamente con voto. Sino que es también con aquellos que no están aquí con nosotros en este día” (Deuteronomio, XXVIII-14). Es entonces, con las puertas del Tiempo y del Espacio ampliamente abiertas, que Moisés describe el sentido profético del desierto, en algunos capítulos-llaves del Pentateuco (Levítico XXVI; Deuteronomio, XXVIII, XXIX, XXX y XXXII).
Sin embargo, Israel permanece en su Fe: el pueblo elegido. (La Ley de Moisés. José-Salvador. 1796-1873): “Avanza y declara cuál es tu nombre. — ¿Mi nombre? A pesar de que ese no sea mi nombre patronímico, yo me llamo Judío, palabra que significa loador, celebrador, invariable del Ser, de lo Unico, de lo Eterno. — ¿Tu edad? — ¿Mi edad? Dos mil años más que Jesucristo. — ¿Tu profesión? — ¿Mi profesión? Dejo a un lado las tristes profesiones que me han sido impuestas.

Mi profesión tradicional es esta: Yo garantizo la Santa Imprescriptibilidad del Nombre de la Ley y yo soy el conservador viviente de la nobleza antigua y de la legitimidad ligada por derecho Divino al Nombre, al Propio Nombre del Pueblo”. Y es así que Moisés y el pueblo judío marchan a través de la Historia. Uno podrá documentarse con obras que hacen autoridad como: “Die Sendung Mosis” de F. Schiller (1783) e inclusive “Moisés y el monoteísmo” de S. Freud, pero la fuente misma de la espiritualidad judía se encuentra en la Biblia que sería preciso poder leer en el original hebreo, como lo hemos ya mencionado en varias ocasiones.

Sin embargo, aún para el hebraizante cultivado es preciso comenzar por Rachi, rabino del siglo XI cuya obra (texto en hebreo) ha sido traducida al latín, al alemán y al inglés. La causa, primordial quizás, de la tradición judía se encuentra en el Exodo (la Misión humana, como la califica Andrés Neher). Un fino matiz distingue LAS Pascuas cristianas y LA Pascua judía. Para los lingüistas, la diferencia es mínima, ya. que ella es de origen reciente; aún en el Medioevo los dos términos se confundían y, de todas maneras, provienen de una raíz común. A través del griego “pascha”, Pascuas y Pascua son la transposición fonética del hebreo “pesah” que designa, en la Thora de Moisés, la noche del Exodo y la solemnidad que la conmemora de edad en edad.

Sin embargo, el teólogo no podría aceptar que sólo un capricho haya jugado en la diferenciación de los términos. El ve más bien el efecto de una realidad profunda y el signo de una situación espiritual. Ese plural y ese singular reflejan una verdad histórica significativa. Y el autor de “Moisés y la vocación judía” dice (páginas 127, 128): “En efecto, la espiritualidad cristiana y la espiritualidad judía son, en su enraizamiento, ambas pascuales. Lo son también por la savia que, desde la raíz, irriga sus organismos espirituales y crea sus flores y sus frutos. Savia pascual, cuyo sabor ha penetrado, por la presencia judeo-cristiana, en el conjunto de la civilización occidental.

Y uno podría, hasta cierto punto, mostrar que los valores a los cuales el Occidente da mayor preferencia —libertad, redención, resurrección— son valores pascuales. Pero si el acontecimiento de base de la espiritualidad pascual, judeo-cristiana, es incontestablemente la noche del Exodo, el cristianismo, transfigurando ese acontecimiento por otro, ha pluralizado las Pascuas, mientras que el Judaísmo ha mantenido el acontecimiento en su contenido singular. Las decisiones del Concilio de Nicea son, a ese respecto, sintomáticas. La iglesia cristiana se propuso señalar definitivamente su esencia propia y su deliberada ruptura con el judaísmo, lo cual se manifiesta precisamente en la diferencia de la fecha de la Pascua. El nombre de la fiesta continúa, pero la fiesta en sí no está ligada a la luna llena de la primavera, que vio en otra época salir del Egipto a Israel, sino al domingo de la resurrección de Jesús, ese mismo domingo que en la dimensión del tiempo sagrado, substituye al Sabbat. Toda la economía bíblica se encuentra así modificada: a su significación pascual primitiva se agrega otra que la engloba y la integra, como una nota aislada en un acorde polifónico.

El perpetuo debate entre el cristianismo y el judaísmo se encuentra ahí: el mensaje cristiano se anuncia en el campaneo DE LAS Pascuas; el judaísmo mantiene, en dominante absoluta, la vibración primera de LA Pascua. Pascua de Moisés a la cual el judaísmo se une en esencial fidelidad que, sin embargo, no se ha afirmado sin esfuerzos. En un excelente estudio (Cuando yo salí de Egipto.
Notas sobre la Pascua judía, Evidencias, marzo 1956). David Jassine muestra que antes del mismo cristianismo, algunos Judíos habían cedido a la tentación de alegorizar la lección mosaica de la Pascua. El judaísmo helenístico, por medio de la enseñanza de su intérprete más distinguido, Filón de Alejandría, ha traducido el Exodo en términos ideales: salir de Egipto es vencer la materia, acceder al Universo del Alma, operar el paso misterioso del estado somático al estado pneumático. Todavía antes del cristianismo, otra tentación ha acechado: la de no mantener de la Pascua sino su rito de sacrificio, desligado de todo contexto histórico.

Los Samaritanos, paganos instalados en Palestina por Nabucodonosor en el Siglo VI antes de nuestra era, adoptaron el culto judío, pero sin solidarizarse con la historia judía, sin que haya habido para ellos, ni caída del Templo, ni pérdida de la Tierra, ni Exilio. Su Pascua se desenvuelve según las prescripciones de Moisés con una fidelidad conmovedora, pero falsa. Los espectadores la observaban anticuada con ojos sorprendidos, en Naplusa. El momento esencial de la Pascua judía es el Seder, la ceremonia celebrada en cada hogar, alrededor de la mesa familiar, en la noche de la luna llena primaveral: es la velada consagrada a Dios, que los hizo salir de Egipto, es la noche consagrada a Dios, una velada para todos los niños de Israel y para sus generaciones.

Desde la época del Segundo Templo, la ordenanza fue establecida. Jesús el Galileo y sus discípulos (ver: Mateo XXVI; Marcos XIV; Lucas XXII), Hillel el Fariseo (Talmud, Michna Pesachim), Onias el Essenio (textos de Qumrán), la celebraban tal y como ella se ha prolongado en el seno de la comunidad judía hasta nuestros días. La celebración se realiza en torno a la mesa familiar; sobre el mantel, tres panes “ázimo” (panecillo plano sin levadura) cubiertos por una servilleta y seis platitos con los manjares simbólicos (un huevo, rábano silvestre, lechuga, un hueso de cordero, una mezcla de pasas, de canela y de nuez). El jefe de familia lee pasajes de la Haggada (libro de leyendas antiguas, historias de la estancia en Egipto, plegarias, cánticos). Si el Exodo no hubiera tenido lugar, señal del doble sello o de la imperiosa voluntad divina y de la participación consentida y consciente de los hombres, el destino histórico de la humanidad habría seguido otro curso, radicalmente diferente, porque en sus mismas raíces no habría figurado la gueoula (la redención) de la salida de Egipto.

“Ni mis padres, ni yo, ni mis niños, seríamos libres; seríamos aún y para siempre esclavos”, dice el judío en la noche de Pascua. Inversamente: la puerta que ha sido abierta por el Exodo, no puede cerrarse más. “Somos libres, de una libertad eterna”. Aquí, otra vez, el Lameth (l2va. letra del alfabeto hebreo) toma toda su significación (hemos ya insistido a menudo sobre su esoterismo, ver también el fascículo NO IX); es la inicial de la palabra “lehem” (pan) en hebreo y de la palabra “libertad” en lengua latina. El símbolo de la Pascua, es bien, pues: el Pan de la Libertad. Mencionemos al pasar, a título documentario, que el “teth” (9va. letra del alfabeto), es la inicial de la palabra “tob” (Bien) y que ella pasa como intermedio en la palabra “heThe” (pecado). Recordemos también que su valor esotérico es 15 y su significación (ya dada en el fascículo N0 III) es “Símbolo de energía”.

Pero, andemos más adelante todavía en nuestras deducciones de simbología numerológica: sabemos que lo más sagrado para la tradición judía es la THORA (4).
Ese célebre rollo está compuesto de cinco mil ochocientos cuarenticinco versículos.
Ese número que uno puede presentar como: 5,661 + 184, justamente parece no ser debido a un azar. En efecto, 5,661 es el producto que el génesis ordena al inicio de la creación (recuerdo que: “Elohim” = 83; ver también en el Misterio de los Números en el fascículo N9 III, los valores de 5 y 29),

Valor Secreto de 83   3,486
5 V.S. de 29               2,175
                                 --------
                                  5,661

queda pues un número en relación inmediata con 166,500 por restricción e inversamente (Toda la significación de ese importante número de 166,500 ha sido explicada ya largamente en el capítulo sobre el Misterio de los Números). En seguida, tenemos 184 que es el producto de 111 + 73 (ver la significación de esos valores, siempre al final del libreto Nº III). Si 5,661 está en relación directa con el famoso 166,500; ese 184 tiene como valor secreto 17,020 que es bajo otra forma 2,701 o todavía 73. Todo esto se corresponde tan bien, que es imposible ver en ello: una simple coincidencia. Así, los 5,845 versículos atestiguan una relación cósmica, en cierto modo, lo cual otorga el valor escrito, tanto como el valor oral o aún el espiritual. 

Mientras que en otras tradiciones la Letra y la Palabra se combaten, en el judaísmo, están orgánicamente ligadas en un Todo Indisoluble, lo cual da lugar entre los judíos al dominio del estudio. En primer lugar existe la aceptación de la letra y es eso lo que ha dado lugar a las manifestaciones tangibles en la vida del judío, como existe también en primer lugar la “mezouza” ese pequeño pergamino en el exterior de su casa, la cual contiene dos pasajes de la Thora (Deut. VI, 4, 8 y Deut. XI, 13, 21). Enseguida están las filacterias colocadas en la frente y en el brazo izquierdo que contienen igualmente extractos de la Thora (Deut. VI-4, 8; Deut. XI, 13, 21: Exodo XIII-1, 16). En cuanto a la jornada judía, comienza y termina en la recitación de la Schema (Deut. VI-4, 8; Deut. XI-13, 21; Números XV-37, 41). 

En fin, para el Judío, lo que queda de primordial es el estudio de la Thora, ya sea en las Escuelas, en reunión con algunos amigos o solo en su casa. Es el texto de este Libro Sagrado lo que queda como centro, alrededor del cual toda su vida se perfila y aún la mística, cuya propiedad es justamente la de traspasar la letra, ya que el alma mística reposa precisamente sobre las cosas que no pueden decirse; pero la mística judía es desarrollada también según el texto mismo de la Thora. Así en el siglo XVIII, el judaísmo de Europa oriental estuvo a punto de escindirse en dos grupos: los Mitnagdim racionalistas y los nuevos adeptos de la mística del Hasidismo. 

Si el cisma hubiese estallado, algo habría mantenido la cohesión espiritual del pueblo: el que los libros de base de uno y otro movimiento, el Talmud y el Zohar, son ambos comentarios del texto de la Thora. Por otra parte, todo queda en el cumplimiento de la Mitsva que es la realización literal del acto, es aceptar renovadamente la literalidad global y orgánica de la Thora de Moisés. Es, como lo quería Moisés, rehusar la dicotomía del espíritu y de la carne y restaurar por la Santidad del hombre la imagen de la Unidad de Dios. Como tan bien lo define Andrés Neher: la sola confianza en la eficacidad “redentora” de la mitsva explica el gran corte judeo-cristiano que se consuma a la época de San Pablo. El debate entre la Ley y la Fe no habría provocado jamás el cisma, si no se hubiera tratado de escoger entre el legalismo y la espiritualidad. El judaísmo “ortodoxo” sabía que, después de Moisés, después de Abraham, después de Adán, la Ley se vivificaba por la Palabra, cuya dimensión implicaba una interioridad espiritual, sin la cual ella no sería sino una parodia de la Voluntad de Dios. 

El paralelismo de las enseñanzas contemporáneas del fariseo Hillel y de Jesús, que los fariseos abordaban con el respeto debido al Maestro Rabbi, muestra que el Sermón de la Montaña se encuentra en la línea del judaísmo más auténticamente fariseo. Pero el Apóstol Pablo expone el problema de la justificación: por la Ley-redentora —o por la Fe— en el Redentor? Insertando así la dialéctica de la Ley y de la Fe en ese marco redencional, San Pablo inauguraba el cisma. Ya que, para los Judíos no era el Mesías quien justificaba al hombre, sino la mitsva, la realización de la Ley. El Reino de Dios sobre la tierra se inauguraba en todos los lugares, en todos los instantes, “en los cuatro codales de la realización de la Thora”. Cuatro codales, espacio minúsculo, pero en el cual cabe un hombre, que toma sobre él, el yugo del Reino. 


Un gran símbolo permanece en la vida del pueblo judío: el Desierto. Aquí, aún la interpretación se hace tanto por la letra como por el espíritu de la letra. Alrededor de ese desierto, en el cual avanza un pueblo “diferente a los otros”, hacia una Tierra “distinta a las otras”, como alrededor de un eje central, se desarrolla un Universo. El hace del pueblo solitario, el compañero de todos los tiempos; de la Tierra prometida, la compañera de todas las tierras. En el desierto de su existencia particular, Israel reencuentra el Universo. Los Rekabitas, bajo el reino de Ahab y de Jezabel, se constituyeron en secta nómada, queriendo actuar contra los excesos de una civilización impura. El desierto es para ellos el objeto de una nostalgia; se encierran para reencontrar la simplicidad de una edad de oro que se sitúa en un lejano pasado; alrededor de ellos (precediéndolos y siguiéndolos) se cristaliza, en un mundo bíblico, el gusto del nomadismo ascético. Pero, rekabismo y profetismo son diferentes. 

Los profetas a pesar de ciertas afinidades de temperamento con los Rekabitas. invocan el desierto en muy otra perspectiva. Oseas y Jeremías expresan la idea en un lenguaje del simbolismo conyugal: en el desierto en el cual se celebraban antiguamente las bodas de Dios y de Israel, la pareja conyugal, separada y desgarrada por crueles traiciones, reencontrará la unión patética y el violento deseo de recomenzar una existencia en común. Ezequiel, que vuelve a tomar literalmente los términos de la cosmografía sagrada del Pentateuco, evoca cl “desierto de los pueblos”. En ese desierto no exótico y marginal, sino localizado como un centro en pleno medio de los pueblos, donde en un nuevo Frente-a-Frente inexorable, Israel comprenderá el sentido de su elección, de su “ser diferente a los otros” en el seno del Reino de Dios. 

Si, en efecto, la Pascua restaura ritualmente el momento de la Salida de Egipto, la marcha a través del desierto se repite en la Fiesta de Soukkot. En el capítulo XIV de su profecía, ampliando esa gravitación alrededor del Judío en las proporciones de una escatología cósmica, Zacarías localiza la ley interna en los ritos de la Fiesta del Soukkot. Es la última resurrección de la marcha a través del desierto, quien acogerá no más a los individuos, sino a los pueblos; no aquellos que serán deseosos de orar, sino aquellos que estarán ávidos de vivir. Y el Talmud sabe también que los setenta toros de los cuales el Levítico prescribe el sacrificio durante la Fiesta de Soukkot, simbolizan la presencia en el lugar central sagrado que es el Templo de Jerusalem de las 70 naciones de la tierra. “Si los pueblos hubiesen comprendido la significación de Templo dice el Rabino Yohanan, ellos no habrían destruido, sino construido con sus manos, ya que era para ellos que se realizaban los sacrificios”. La seriedad de esta vocación del Exilio, de un Exilio del cual uno no conocía ningún límite, pero que uno estaba dispuesto a afrontar hasta el final, no habría podido efectuarse con tanta brillantez, si, desde el inicio, uno de los temas del desierto no hubiera sido pensado nuevamente con una fuerza extraordinaria: el tema de la Shekhina. A ese tema hebreo, es preciso remontarlo muy atrás para alcanzarlo hasta el desierto en el cual la “residencia de Dios” es de-signada por la raíz hebraica shakhan, de la cual shekhina es un simple derivado. 

En la espiritualidad farisea la Shekhina, es “Dios-en-Exilio”. Así la “Revelación” testimoniada por la “Residencia” no era otra cosa que un Exilio de Dios y una sola misma raíz bíblica que definía, en efecto, la Revelación y el Exilio (“galó”); la residencia de Dios, en el desierto, en medio del pueblo de Israel, era un Exilio de Dios; una estancia bajo la Tienda, en el seno de los Hebreos que se albergaban, ellos también, en la Tienda. Una aventura Divina acompañaba la aventura humana. Y es esa aventura la que se recomienza, desde los primeros momentos de la diáspora (5). Israel parte en exilio; Dios parte con él: la Shekhina es el compañero de Israel en el desierto de los pueblos (6). Moisés de León (compilador de la Qabbalah en el siglo XIII) decía ya: “Todo, sin excepción, ha sido concebido primeramente en el Pensamiento y si alguien dijera: Ved, hay algo nuevo en el mundo, imponed el silencio, ya que ello fue anteriormente concebido en el Pensamiento”. Ese pensamiento se dice en hebreo Mahaschebah y cabalísticamente uno lo expresa por un punto (nequoudah), y es a menudo representado simbólicamente por la letra “Yod”. 

El punto (lo hemos ya dicho en nuestros artículos precedentes) es el elemento fundamental del espacio y él mismo es como un espacio, en el interior del cual uno no puede inscribir otro espacio. El Siphra di Tzeniutha explica: la voluntad divina se manifiesta y ella se convierte en la Mahaschebah que se expresa simbólicamente por Nequoudah, el cual está caracterizado por el Yod Esa letra Yod (valor 10) que caracteriza la Nequoudah (el Punto) es igualmente el “En-to-Pan” (el Uno-el Todo); es guamétricamente (la letra Yod siendo 10 = el número perfecto): el Universo que envuelve la Esencia y el Poder de los Números y que contiene en sí: la Unidad y la Multiplicidad. El Punto (o aún el Yod) es representado a veces en un círculo para expresar el pensamiento de los grandes filósofos sobre el Origen, la Creación, Dios. Uno está en el derecho, pues, de preguntarse por qué nada semejante ha sido indicado al inicio del Génesis. 

Pero, entonces, uno podría responder que el “Pensamiento” de Dios (El-el Incognoscible) no podría ser expresado por palabras humanas. Por otra parte, ya lo hemos suficientemente analizado: el primer versículo del Génesis hace saber que no se trata de una “creación” (o al menos de una nueva idea creatriz original). ¿Debemos repetirlo una vez más? “Al comienzo, Dios creó los cielos y la tierra” es una traducción completamente arbitraria, ya que el texto original si no es muy claro para una traducción profana, no es menos profundamente muy iniciático. “Beraeschith bara Elohim eth ha-schamain v’eth haaretz”, es un Principio ante todo (Dios era un Principio Inconsciente e Inteligente) y no, pues, un “comienzo”. Hay una idea: un “Pensamiento” original y de ese Pensamiento Inteligente de Dios emana “inconscientemente” aquello que seguirá... Además, la segunda palabra de ese versículo “bara” que se tradujo por “creó”, es más sutilmente caracterizada por “emanó”. 
En efecto, para “crear” algo, es preciso “pensar” primero y de ese pensamiento “emana” el instinto “creador”. 

En cuanto al término “Elohim”, él no ees más Dios que Adonai, sino que son atributos o funciones del Substrato. Sabemos ya que Elohim es sobre todo una fórmula (valor de 3. 14 ... como la fórmula universal del “PI”), o mejor aún quizás: una llave gracias a la cual uno encuentra a Dios (como gracias a la fórmula de Pi uno encuentra la superficie de un círculo, que él mismo representa simbólicamente el Universo manifestado). Se trata, pues, de un Pensamiento original, de una Idea que por su poder habría “creado” (no en el sentido de querer imponer su voluntad sino más bien por una natural “emanación”). De ahí esa teoría según la cual habría habido DOS comienzos: un primer inicio (el Pensamiento) y un segundo comienzo (la Creación), lo cual se defiende perfectamente por lo expuesto acerca de Dios-no-Manifestado y de Dios-Manifestado. (Explicado gráficamente en nuestro fascículo Nr. II por el análisis del nombre divino: Yod-Hé-Vaw-Hé o sea el Tetragrama Sagrado “i é v é”). He ahí la razón de un círculo que contiene el Yod (o un punto = nequoudah) para simbolizar la Creación. 

A menudo los cabalistas prefieren colocar tres puntos o aún tres “yods” para ser más precisos en la representación del “Yod-Hé-Vaw”, que simboliza el Dios-Manifestado, mientras que el segundo “hé” del tetra-grama divino se coloca al exterior del círculo para caracterizar al Dios-No-Manifestado (la “H” era empleada por todas las civilizaciones antiguas para representar a Dios). Es preciso recordar también que esa dualidad aparente no existe más que en la descripción y no en la idea de los Qabbalistas. El nombre divino de leve (Yod-Hé-Vaw-Hé) se descompone pues sobre todo en Yod-Hé-Vaw para simbolizar su manifestación. “Yod” es Adán (o mejor aún “Isch” — el primer hombre en el sentido hebraico) y “Hé” es Eva (o mejor “Ischa” la primera mujer), mientras que el “Vaw” mantiene el papel de conjunción (esa letra hace siempre función de consonante o de vocal). El simbolismo de la letra “Vaw” parece una prolongación de la letra “yod”. Su sobrenombre es “Ben-Iah” que quiere decir “Hijo de Yod y de Hé”; es en cierta forma la Shekhina, el soplo del Padre (Yod) y de la madre (Hé) que une y forma el trazo de unión entre los dos principios para simbolizar toda la Creación en el nombre de Dios en hebreo Yod-Hé-Vaw-Hé (leve, que se caracteriza por Adán (yod) y Eva). 

 La Shekhina, esa Esencia Divina, da y conserva la vida (es el soplo de Dios, el Espíritu divino); también la han llamado “la fuente de la vida”, es el canal por el cual Dios se mantiene en contacto con el mundo superior. La Shekhina es pues el “lazo” (qescher) vivificador (términos ya analizados largamente en nuestros fascículos precedentes). 
La Yehida es el instrumento de Liberación por el cual es accesible la Shekhina. Yehida es el término hebraico para designar el alma de las cosas (Como el “Sutratma” de los hindúes). Yehida significa “hilo” en la idea de “hilo de la Unidad” (o aún “Hilo de la Gracia”, siendo la Shekhina la Gracia). En física sería el hilo de latón que se ofrece la carga eléctrica, cuyo grano de energía es aprisionado en la capacidad tenebrosa del aire atmosférico (mal conductor de electricidad). Esa salida es el instrumento de salvación para la energía eléctrica que encuentra su vía, su vida, la verdad. A ese principio de física moderna, los Qabbalistas por su filosofía científica lo han dado a comprender desde mucho tiempo y Moisés lo expone en el inicio de su Cosmogonía (Génesis, capítulo 1, versículo 2). 

“La tierra estaba sin forma y desnuda” (“tohu va bohu”) o aún, “la tierra estaba informe y vacía”... El Universo está pues todavía en el vacío, la nada de las formas (correspondiendo al “caos”); es decir, el mundo “éter” como fuente y origen, pero también como fin de todas las cosas. Ese estado precede a aquel, en el cual el Universo cae en la materia. Identidad también entre “tohu” y “bohu” (principio y fin), el uno, potencial y manifestación futura, el otro potencial que resulta de la manifestación realizada. “Tohu” es una reserva de fuerzas específicas (opuesto de “Ain”). 

El Zohar define el “tohu” como el alcance puramente dinámico de un Universo desaparecido y pre-parándose a convertirse en “bohu”: elemento de fuerzas constructivas de un mundo a venir. Es el momento en el cual la Shekhina se ha reintegrado a su Fuente (período del “Tohu va bohu”) y del cual uno encuentra la explicación más lejos en la Biblia (en Isaías, LXV-17); “Ya que yo voy a crear nuevos cielos y una nueva tierra”. Notemos al pasar que en el texto original de la Biblia (en hebreo) la palabra “tierra” viene de “ratz” que significa “girar”; uno se sorprende, pues, de que haya sido necesario tanto tiempo a ciertos investigadores para aceptar la teoría de la rotación de la tierra, cuando desde hace tanto tiempo los Qabbalistas y aún los primeros Iniciados de Israel tenían ya conocimiento de ello. Por otra parte, Galileo, a quien se le atribuye (sin razón por otra parte) ser el primero en lo concerniente al enunciado de la rotación de la tierra, no ha hecho más que precisar la teoría de Copérnico, inspirada en la Enseñanza Antigua. 

Cicerón, por ejemplo (que estaba iniciado en los “Misterios” de la Grecia), no divulgaba todas las cosas de las cuales tenía conocimiento; su enseñanza, sin embargo, deja entrever ciertos problemas muy avanzados en su tiempo y, a pesar de su “discreción” en divulgar las teorías más osadas, aparece en sus textos el enunciado de la ley sobre la rotación de la tierra, por ejemplo (ver: Tusculanes, L .1, 27, en el cual él define muy bien la cuestión). El Zohar es muy claro respecto a ese asunto (libro II, folio 235 b.): “La tierra gira en círculo y alrededor de ella misma. Algunos de sus habitantes se encuentran arriba, otros abajo. Todas esas criaturas tienen rostros diferentes según el clima de cada región y todos marchan parados como los otros hombres. 

De ahí viene que existan ciertas regiones sobre la tierra en las cuales es de noche justamente cuando en otras regiones es de día, de manera que ciertos hombres gozan de la luz mientras que otros son sumergidos en las tinieblas. Existe igualmente una región donde es casi constantemente día y donde la noche no dura sino muy poco tiempo. .. “, etc. Uno entonces puede sorprenderse a justo título de que escritores célebres y aún hombres de Ciencia y, sobre todo, de Religión, hayan podido combatir durante tanto tiempo a esa famosa teoría. Lactance, ese escritor cristiano del Siglo IV combatía la tesis de la redondez de la tierra: “es absurdo que existan hombres que tienen los pies arriba de sus cabezas y países donde todo esté volcado y en el cual los árboles y las plantas crezcan de arriba a abajo... (Obras. Lib. III, cap. 24). Mucho peor todavía resulta San Agustín, quien en el siglo XIII sostenía aún la tesis de Lactance y combatía fuertemente la cuestión de la redondez de la tierra (su libro “Civitate Dei”, Li. XVI, cap. 9); sin embargo, él fue quizás el primero en alentar el estudio profundo de la Biblia, del cual él hizo su libro de cabecera. 

 Evidentemente, es preciso repetirlo, la Biblia no es solamente una obra simbólica sino sobre todo iniciática y aún poseedora de las “llaves”; el lado esotérico es difícil de asir debido al texto de una lengua tan rica que sólo los Antiguos podían captar en todo su alcance. Así los Targums tenían su razón de ser (Targums = de una palabra caldeica que quiere decir versión, traducción). 
Los Targums eran las explicaciones que daba al pueblo en lengua vulgar, un intérprete de la lectura del Sepher de Moisés, en las sinagogas. Nuestras lenguas vivientes, mucho más todavía, son ineptas a asir toda la sutileza que reside en una sola palabra de esas lenguas sagradas de antaño: hoy día necesitamos toda una explicación para definir un solo término con el cual los Antiguos Sabios (Prudentes) definían un plano, un estadio, una función o un atributo. 

La verdadera enseñanza (iniciática) era dada, por otra parte, oralmente (la Qabbalah) y una vez escrita (Kabbala), perdía ya una parte de su valor real para convertirse en una lección vulgar (Cabbala). Así como en la India, la verdadera Identificación Mística (el Yug) se convierte en un sistema menos perfecto una vez transcrito (la Yoga) para, después, ser vulgarizado como una. doctrina profana (el yoghismo). La Qabbalah significa Tradición en hebreo (entendiéndose por extensión: la tradición esotérica o iniciática). La raíz “Q.B.L.” (Qoph-Beth-Lameth) en hebreo (como en árabe), significa la relación de dos cosas colocadas una enfrente de la otra (Recibir, aceptar, acoger, recoger verbo “qábal”, del cual deriva “qabbalah”, aquello que es recibido o transmitido). 

En latín, no tendremos sino “traditum”. La raíz “Q.D.M.” expresa la idea de “preceder” (“qadam”) (“qedem” en hebreo, “qidam” en árabe - es el origen de la antigüedad). En el uso corriente “qadím” (en árabe) o “qadmón” (en hebreo), significa “Anciano” - “El-insánulqadim” = “el hombre primordial”, - “El-insánul-kámil” = “el hombre perfecto o total” (en árabe), es el “Adam-Qadmón” hebraico. El Principio fundamental de la Qabbalah es una Nomocracia (Régimen de la Ley Pura) y es el régimen que aceptará Israel y que está inscrito nítidamente en el Zohar: “Todo aquello que está sobre la tierra, está también en el Cielo y no hay ninguna cosa por exigua que sea en el mundo que no dependa de su semejante en el Cielo...” “El mundo inferior es la imagen del mundo superior”. 
El Zohar agrega: “Y por tanto: todo es UNO. Esa solidaridad es tal, que cada acto aquí abajo, provoca un acto semejante arriba” (Zohar, III, 92, a.). 

Es preciso, pues, acordarse bien de esto: TODO es UNO y sin embargo la Tradición hebraica discierne numerosos mundos, grados, estadios, etc. Así la manifestación divina pasa a través de 4 Planos; son esos los “Mundos” Atzilútico, Beriático, Ietzirático y Assyáhtico. 

El ATZILUTH es un término hebraico que significa “emanación concentrada”, pero increada. Es materializando la noción de que la forma atómica varía con el número de los átomos que constituyen los diferentes cuerpos simples, que la Tradición Qabbalística califica de “atziluth” lo que aparece como una energía morfogénica. En efecto, en este mundo increado, es la potencialidad de las fuerzas que están dispuestas a manifestarse. El símbolo de ese efecto está caracterizado por el Diluvio llamado universal (hemos visto también la cuestión de Tohu y Bohu) y la matriz en la cual va a promulgarse la especie, es calificada de Thebah (aquello que los cristianos han simbolizado por el Arca de Noé). 

 El sabio francés Claude Bernard ha definido muy bien ese fenómeno, conocido de todas maneras desde la más lejana antigüedad (7). Si la matriz de las formas “cristalizadas” (de ahí los Cristos = los Arquetipos) no fuese trasmitida de un universo a otro, los poderes vitales de un cosmos serían aniquilados y las especies, no encontrando más el elemento de su constitución, serían consagradas a un eterno reinicio sin evolución. Esa es una de las razones esotéricas de las “jubilarias”, a fin de que el período de interrupción permita una relajación y una orientación de los esfuerzos. En fin, es de ese mundo atzilúthico que el hombre toma su principio espiritual, religado con el Hayah (el organismo espiritual, el cuerpo más elevado del ser). Ese mundo del Atziluth es el único increado y en el Arbol Sefirótico él usurpa en los 3 primeros “Esplendores” (“Sephirots”): el primero, que es la “Corona Suprema” (Kether), de esta emana la segunda séphira llamada “Sabiduría” ((Hochmah); ella es el “Adán Primitivo” para distinguirla del primer hombre. 

San Pablo llama a ese esplendor encarnado: “novissimus Adam” (1 Cor., XV, 45); por último, el tercero es la “Inteligencia” (Binah). Tales son los primeros “Esplendores” calificados de intelectuales y si bien están distinguidos, no son sino UNA “Corona Unica”, Un Absoluto, Unum absolutum. 

El BERIAH es el mundo de la creación, en ese plano es el do-minio celeste, repleto de la Luz santa de Dios: todo es Dios y Dios es todo. De ese mundo beriáhtico el hombre extrae su principio religioso, el cual está en contacto con el “Neschamah” (organismo intelectual o lógico). Ese mundo de Beriah emana, bajo el de Atziluth (el solo in-creado) y él es el grado del cual la emanación es creativa. 

IETZIRAH es el tercer mundo, que es el de la formación; no-cuantitativo sino mundo de fuerzas cualitativas. Es a través de esos planos que la Shekhina se infíltra para establecer un lazo (qesher) entre el Divino y el mundo material. De ese mundo ietziráhtico el hombre extrae su principio patético sobre el cual está sintonizado el Rouah (organismo sentimental del Ser). 

En fin, ASSYAH es el cuarto plano en el cual la Shekhina se incorpora, es el mundo de la acción. En ese grado la luz ha sido debilitada para permitir subsistir a los seres de los mundos materiales. De ese mundo assyáhtico (pronunciar aciático), el hombre extrae su principio instintivo, el cual está en relación con Nephesh (organismo físico-psíquico). Ese mundo del Assyah esta considerado como “facticio” por los Qabbalistas, es la residencia de la séphira “Malcuth” (el décimo del Arbol). El es llamado facticio (factivus), quizás porque es el plano más material, es el plano de la acción (pero también del espejismo de la vida). De esos cuatro mundos el hombre extrae cuatro vehículos que son: HAYAH u organismo espiritual, religado al Atziluth; NESCHAMAH, cuerpo religado a Beriah; ROUAH, organismo sentimental en contacto con el mundo de Ietzirah y NEPHESH cuerpo físico-psíquico que está religado al mundo de Assyah. Nephesh es según los hebreos: el alma animal, es el resultado del principio instintivo que el hombre extrae del mundo aciático (o assyáhtico). 

En el plano físico, Nephesh es asimilado con la sangre, de ahí el mandamiento varias veces repetido en la Biblia: no comer carne animal, ya que eso sería comer el alma. (Deuteronomio, XII, 23). “Guárdate de comer la sangre, ya que la sangre es el alma”. La sangre es, pues, Nephesh materializado, pero aún la acción es doble, física y psíquica, y así se prueba la exactitud del axioma repetido tantas veces, acerca de que nuestros actos en el mundo material tienen una repercusión en el mundo físico, lo cual Leibnitz define por: “el alma expresa al cuerpo y el cuerpo expresa al alma”. Es a causa del Nephesh humano alterado por el Nephesh animal (al absorber la carne cocida o no) que el hombre pierde su característica humana; se “animaliza” (retrocediendo en la línea de evolución) y no puede pretender más ser miembro del PUEBLO HUMANO (de “su” pueblo). 

Así, la Biblia explica (Levitico, VII-27): “Toda persona que haya comido nephesh (sangre que así contiene el alma) será separada de SU pueblo”. Para insistir sobre el hecho de que el mandamiento no está hecho únicamente para el pueblo de Israel, el capítulo XVII, versículos 10 y 11 del Levítico, insiste sobre que la regla es general, tanto para los de la casa de Israel como para los “extranjeros”. En efecto, Nephesh es la parte metafísica superior del animal y la porción metafísica inferior del ser humano; así pues, a pesar de estar en reinos diferentes: ellos pueden reunirse y es lo que hace su influencia recíproca. Es la unión entre lo físico y lo psíquico como Rouah lo será entre el intelecto y el Espíritu (caracterizado por Hayah). En fin Nephesh es el alma viviente. Todas las almas no forman sino una Unidad (gracias a la Shekhina), pero es en el mundo inferior que ellas se dividen. 

 Al presente, regresemos una vez más hacia la significación de los Sephirots. Una séphira no es una virtud independiente, ni muchos menos el mismo árbol sephirótico, es un atributo completo. De la misma manera que la ciencia puede reconocer los “atributos” del absoluto en tres primeras manifestaciones: Vida-Forma-Pensamiento, en lenguaje teológico, toma la significación de la Santa Trinidad. Dios el Padre-el Hijo-el Espíritu Santo para los cristianos, lo cual es la reproducción de la vieja trilogía hindú: Brahma-Vishnu-Shiva, que uno reencuentra en casi todas las religiones. 
En Qabbalah, Dios, el “Santo, Santo, Santo” está representado por un círculo que contiene tres “yods”, lo cual hace pensar también en el simbólico triángulo que representa al “Gran Arquitecto del Universo” en la Franc-Masonerla. 

Hay siempre en los “mundos” (Atzilúthico, Beriático, Ietzirático, Aciático), diez atributos cada vez. En esos atributos divinos se reconoce a los relativos y a los absolutos. Los primeros son las relaciones entre las divinas personas por la acción inmanente de la generación y de la procesión; la calificación de relativo no caracteriza suficientemente a los atributos no-absolutos. Los teólogos católicos comprenden lo que ellos llaman las propiedades (propietates), las relaciones (relationes) y las nociones (notiones), a saber, pues: la inasibilidad, la paternidad, la filiación, la aspiración (spiratio) activa y la aspiración pasiva. Existen, pues, cuatro propiedades, la inasibilidad, paternidad, filiación y procesión: las tres últimas son propiedades personales. Agregar a ello la aspiración activa, es poseer las “relaciones” en número de cuatro. 

Se comprenden bajo la denominación de atributos absolutos todas las perfecciones que son propias a la Divinidad, las que los teólogos distinguen en positivas y en negativas, en apariencia aquiescentes o inmanentes, operativas o transitivas, primitivas, derivadas, metafísicas, morales, comunicables, incomunicables, propias, metafóricas, etc... Los siete últimos “sephirots” (esplendores) comprenden todos esos atributos: uno reencuentra todo, uno re-conoce también muy claramente, en los tres esplendores supremos, los “atributos relativos” o mejor aún las cinco nociones. 

Los Sephirots, emanación qabbalística calificada a veces como esplendores, son Diez. Bajo los tres primeros, llamados “Supremos” (Kether-Hochmah-Binah) y que son un poco como la trilogía de la Tradición judía, vienen los otros siete atributos, como siete fuerzas secundarias que equivaldrían a los siete planetas de la astrología antigua. Cada uno de esos sephirots emanan de todo aquello que precede. Naturalmente todas esas emanaciones (sephirots) son inseparables de la Divinidad y constituyen la Unidad Perfecta. Una función del Nombre Divino es, por otra parte, atribuida a cada uno de los sephirots. A la primera: “Yo soy aquel que es”, a la segunda: “el abreviado del nombre “Jehová”; a la tercera: “ex-tracto de Elohim”; a la cuarta: “Dios”; a la quinta: “extensión divina”; a la 6ta.: “Jehova”; a la 7ma.: “Jehova de los poderes”; a la 8va.: “Dios de los poderosos”; a la 9na.: “Dios viviente” y a la 10ma.: “Adonai”. Todos esos atributos son inherentes a Dios. 

Los sephirots son un Todo indivisible y del dominio metafísico, pero uno representa a menudo esas funciones por un gráfico conocido bajo el nombre de “Arbol Qabbalístico”, o aún “Arbol Sefirótico” o “Arbol de la Vida”. Cada Séphira tiene ella misma sus 10 Sephirots, lo cual hace un número imponente de Arboles qabbalísticos denominados: “el Vergel” y de ahí porque los ocultistas dicen que aquel que quiere escrutar esos sublimes misterios debe instruirse en el Vergel. Pero uno dice también: “destruir las plantas” de aquel que extrae doctrinas erróneas de ese sistema. En resumen, los Sephirots son los grados situados entre el Mundo Incognoscible (Ain-Soph) y el de la Manifestación visible. Hay doce explicaciones de esos “esplendores”, que uno puede analizar sobre los diversos planos: religioso, filosófico, demonilógico, astronómico, astrológico, físico, lógico, matemático, metodológico, alquímico, político, mesiánico. 

Son pues, principios, doctrinas, sustancias, poderes, modos intelectuales, entidades y órganos de la divinidad. Es un esquema universal (también comprender el esquema dentro de la aceptación de las tres letras-madres del alfabeto hebráico: el “Shin”, el “Mem” y el “Aleph”: “eSqueMA”, “SchéMA’, una llave de composición superior). Ese “Esquema” sitúa los modos operatorios mediante los cuales se efectúan a la vez en los ciclos teocósmicos y antropogenéticos: el nacimiento, la transmutación, los matrimonios, las filiaciones, los regresos a los Números (un esquema es como el Arque-tipo de un dibujo, de una idea, de un proyecto, etc.). 

Los Sephirots se presentan como superposiciones en cuatro etapas: Atzilútica (emanación), Briática (creación), Ietzirática (formación) y Aciática (acción). Los tres primeros Sephirots son llamados intelectuales y superiores y los otros siete son llamados de conocimiento e inferiores. Los Sephirots son en cierta forma la base del estudio de toda la Qabbalah y, al mismo tiempo, resumen mucho de los problemas teológicos de las diversas religiones. 
Su enseñanza, únicamente oral al principio, permanecía pues en la Tradición Iniciática en la cual las lecciones eran dadas de Maestro a discípulos y de labio a oído. 

De todas formas, como los gráficos ayudan a menudo a una mejor comprensión, eso fue también el origen de los Tarots, que estuvieron originalmente en uso en los Colegios Iniciáticos de antaño; esas Láminas servían al Maestro que daba así un objeto de meditación a los alumnos; se trataba de “llaves”, de símbolos que dejan transpirar toda una parte de ciencia que el adepto debe perfeccionar por sí mismo. Ese método es un poco el de los Sephirots igualmente, que, una vez representados, dan una posibilidad de concentración (como los yentras tibetanos). En fin, resumamos diciendo que el Ain-Soph (Absoluto), lo Incognoscible (el Todo-Nada), la Nada en tanto que “magnuninane” (nihil vocatur) se ha producido una materialización (tçimçum) y de esa concentración de energía (çim-çum) se ha revelado a ella misma primeramente (mahascheba) y al contraerse así: el Infinito se limita a aquello que es el origen del Universo. 

De ese primer misterio, un punto de interrogación se impone: es el “MI” (¿Quién?) atributo de Jehovah que tiene como respuesta “Eleh” (éste); a ese vestido (mercabath) la Tradición lo llama Shekhina que es así la radiación de Yod-Hé-Vaw-Hé. Ese espléndido centelleo, especie de Aura Divina, que se manifiesta por el intermedio de diez Sephirots. Sephirots (en singular: Séphira), evoca inmediatamente la noción de número (Sepher, Sephar, sippour) y la noción, pues, de contar (saphar); esa enumeración debe ser entendida en el sentido de “Luz”: emanación divina en esencia (Esplendor). Señalemos, por otra parte, que aún del griego “sphairal” (esfera), se podría hacer derivar el vocablo que califica tan bien esas atribuciones de dominios o planos Absolutos, gracias a nuestros conocimientos actuales sobre las teorías ondulatorias, diferentes justamente por su número (frecuencia) y teniendo en cuenta también la incurvación del Espacio. 

La Shekhina, pues, (canalización involutiva del Ain-Soph) atraviesa diez campos de onda (sephirots) en su manifestación cósmica y como cada séphira está constituida por una gama del ritmo septenario, esto hace un total de 70 ondulaciones. Ese medio de manifestación (Nethiboth) diferenciado por su amplitud y su frecuencia vibratoria, constituye las vías llamadas Sephirots. Es pues posible el conocimiento humano, por medio de siete sephirots, que la conciencia llegará a integrar la esencia divina, simbolizada por los tres Sephirots, llamados Superiores. En otras palabras y transpuesto sobre un plano de fenómeno físico, podríamos ilustrar eso por la descomposición en siete colores del rayo que pasa a través do un prisma de cristal. 

La luz blanca, que simboliza el centelleo de Iévé, viene a imponerse a la figura del prisma y es el momento de la cuestión “?Quién?” (“MI” en hebreo); al lado opuesto se colocan los colores con su índice de refracción particular (rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta) lo que sería simbolizado por la respuesta “¡Estos!” (“Eleh”). El Zohar dice (1.29 b. 20 a. 1.86): “Por MI arriba y ELEH abajo todo ha sido hecho” (hay que señalar que Elohim está compuesto de Eleh y la inversión de Mi). Es ese comienzo del mundo el que es recordado a los Judíos todos los años durante el Rosch-Hachanah. Ese Jefe del Año (inicio del año judío) está simbolizado grandemente por el Carnero (Rosch, el Carnero, Jefe de fila dirigiendo el rebaño) y es innecesario insistir en que el año astronómico comienza justamente cuando el sol, en su movimiento aparente, entra al signo del Carnero, la primera porción zodiacal sobre la eclíptica. Esa ceremonia, que es celebrada a cada renovación del año religioso, contiene numerosos hechos esotéricos. En esa ocasión el Oficiante emboca el “Schofar” (trompeta hecha de un cuerno de carnero) para extraer tres sonidos (“tequi á”; “therou á”; “schebarim”) que es la llamada a la vida de todas las cosas extraídas del Am (los 3 sonidos son correspondientes también al trigrama divino “Yod-Hé-Vaw” que simboliza una vez más las diversas trilogías). 

Los 3 repiques son las 3 letras: qosh-shin-resh que se expresan por la palabra qescher (ligar) que es el anagrama de scheqer (ilusión), a fin de recordar la mentira de los fenómenos materialistas (Un poco como el espejismo, la ilusión, el “maya” de los Hindúes). Para anunciar el año santo, los antiguos se servían siempre, a guisa de trompeta, de un cuerno de carnero, en hebreo “Yobel”, del cual ha nacido el término Jubileo, palabra hebrea que es sinónimo también, por extensión de: regreso del Manifestado al No-Manifestado, es la reabsorción de la multiplicidad. El año jubilario simboliza así el regreso de todas las cosas al Primer Principio. Es el re-inicio, sin retrogradación, sin embargo, ya que la humanidad evoluciona siguiendo la curva espiriforme. Dios no abandonó a Adán y Eva, caídos en la trampa de la serpiente tentadora (toma de contacto con el mundo fenomenal en vista de adquirir conocimientos); una ligadura (qescher) los retenía aún al mundo celeste, esa ligadura es el Espíritu (de ahí la palabra espiral) llamada también el “hilo de la gracia” (Yehida). Ese vehículo Divino (Shekhina) existe en todo y por todos y es a fin de hacer realizarlo, que durante las ceremonias del Rosch Hashanah, el oficiante de la sinagoga, aún actualmente, vuelve a extraer los 3 sonidos del cuerno del carnero simbólico. 

Serge Raynaud de la Ferriere

  _______________
(1) El Pentateuco es el texto intacto y completo que la Tradición hebraica transmite. Esa obra de Moisés esta extraída de textos antiguos de más de 3,000 años, que estaban escritos sobre pieles de corderos sacrificados. 
(2) La madre de Moisés se llamaba Yokabed (era hija de Levi) su Padre: Amran: su hermano mayor: Aaron; su hermana mayor: Myriam. 
(3) Hemos ya discutido largamente esta cuestión en las obras precedentes. En lo que concierne a la vara transformada en serpiente (Exodo IV-3 y 4) ver las primeras explicaciones en nuestro libro ‘Los Centros Iniciáticos” y en estos mismos “Propósitos” en el fascículo XII. 
(4) Al quemar el Templo de Jerusalem, los Romanos creían destruir los Sacramentos judíos (Judea deleta), pero lo sacro de Judea no fue aniquilado, ya que una simple caja oblonga (pero conteniendo La ‘Sefer Thora”, el rollo de la Ley de Moisés) fue salvada y millares de ejemplares existen en esta época. Por intermedio de esa “selva” de Libros, en la cual cada árbol lleva el texto del Pentateuco de Moisés y nada más, el judaísmo ha vivido y continúa a vivir. La redacción es tradicional; es sobre pergamino y con mano de hombre que el texto está transcrito según el modelo tipo que se pierde en la noche del tiempo y que Moisés habría trazado en el desierto. Cada Judío debe realizar él mismo, una vez en su vida, la redacción del Sefer Thora. 

(5) Diáspora es empleado colectivamente por los judíos dispersados después de la cautividad de Babilonia; se usa también ese término en la edad apostólica para los Judíos que habitan fuera de Palestina (del griego ‘diaspeiren”). 
(6) En 1933 se han descubierto en el Sahara: 200 frescos viejos de 8,000 años. Esas pinturas rupestres del Tassili de los Ajjers hablan del pasado africano y de una civilización sobre la cual los investigadores no se atreven a darle un nombre todavía. Se trata evidentemente de los que precedieron a los Touaregs (poblaciones negroides, etiópicas, europeoides) y naturalmente la Atlántida se ofrece inmediatamente al pensamiento. Esos vestigios encontrados en pleno desierto, presentan además de los bovinos, de los monos y de los antílopes. unos extraños seres que usaban un peinado como el viejo sombrero “melón” de Charlot (¿serian Judíos con filacterias?). 
(7) Hemos ya citado el trabajo de ese erudito hombre de Ciencia, quien por ejemplo en sus Lecciones sobre los fenómenos de la vida” (escrito en 1878) deja prever las canalizaciones de la “shekhina” a través de los “Sephirots” dando la explicación propia al mundo del Atziluth”. A la luz de la biología, el sabio explica (pág. 56): “Hay como un dibujo preestablecido de cada ser y de cada órgano, de manera que si, considerado aisladamente cada fenómeno de la economía es tributario de fuerzas generales de la naturaleza, tomado en sus relaciones con los otros, él revela un lazo especial; parece dirigido por un guía invisible en la ruta que él sigue y conducido al lugar que él ocupa”.


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