Tales era un ingeniero de Mileto.[1] Nació en la se gunda mitad
del siglo VII a.C, de padres fenicios.[2]
En cuanto tuvo uso de
razón se embarcó en el primer barco que partía, y comenzó una larga serie de
viajes por Egipto y Oriente Medio. En la práctica fueron los sacerdotes
egipcios y caldeos los que se encargaron de su educación y los que le enseñaron
todo lo que por aquel entonces se sabía de astronomía, aritmética y ciencia de
la navegación.
Cuando regresó a su patria, su madre, la señora Cleobulina, trató en
seguida de casarle y, como todas las mamás, se ocupó a fondo de encontrarle una
novia. Sin embargo no hubo forma de convencerle: Tales era diferente a todos
los demás jóvenes. Cuando le preguntaban «¿por qué no te casas?», él respondía
siempre: «Todavía no ha llegado el momento»; hasta que un día cambió la
respuesta y dijo «Ya se ha pasado el momento». Si alguien le preguntaba por qué
no tenía hijos, se excusaba diciendo que había tomado esa decisión «por amor a
los hijos».[3]
Vamos, que Tales era lo que se dice un filósofo, aunque en aquella época
todavía no se había inventado esa categoría. Hubo que esperar a Pitágoras para
que el término «filósofo» adquiriera un significado propio y, más tarde, a
Platón, para que al filósofo se le reconociese también el prestigio de la
profesión. Hasta aquel momento, para los milesios, Tales no era más que un
extraño tipo con la cabeza en las nubes. «Es una buena persona», decían, «pero
carente de todo sentido práctico»; y añadían: «estará muy instruido, pero ¿para
qué le sirve toda esa instrucción si luego no tiene un duro?». Parece ser que
hasta su esclava le tomaba el pelo: una vez le vio caerse a un pozo mientras
observaba las estrellas, y estuvo un día entero burlándose de él.[4] «Oh, Tales», le dijo, «¡tú
te preocupas por las cosas del cielo y no te das cuenta de lo que tienes
delante de tus narices!». No se sabe si entre las cosas que tenía delante de
sus narices habría una bella criadita, pero lo que sí es cierto es que nuestro
filósofo nunca había demostrado interés ni por los problemas de la vida
cotidiana, ni mucho menos por las mujeres. Era, en otras palabras, el prototipo
del sabio distraído: ese tipo que se lava poco, capaz de intuir cinco teoremas
de geometría, pero incapaz de organizar su propia vida privada. Sin embargo,
para desmentir que era poco práctico, existe una anécdota que nos narra
Aristóteles, según la cual Tales, harto de las continuas burlas, exclamó un
día: «¡Ahora os vais a enterar!»[5] Y habiendo previsto una
abundante cosecha de aceitunas, alquiló a un precio bajísimo todas las
almazaras que pudo encontrar en la plaza, para después realquilarlas a un
precio mucho más alto en el momento en que hicieron falta. A este tipo de
especulación hoy se le llama agiotaje y no es algo limpio, pero él lo puso en
práctica sólo para demostrar que, queriendo, el filósofo se podía
enriquecer como y cuanto quisiera. La verdad es que nuestro Tales era un hijo
de buena mujer y, no sin razón, Platón, cuando hablaba de él, le definía como
«ingenioso inventor de técnicas». Una vez, durante la guerra de los lidios
contra los persas, al no conseguir las tropas de Creso vadear el río Halys,
como buen ingeniero hidráulico que era, pensó acertadamente desviar una parte,
de manera que el río fuese vadeable por ambas ramificaciones.[6]
La fama de científico se la
ganó de manera definitiva gracias a su predicción del eclipse del año 585 a.C.
Para ser sinceros, esto del eclipse fue más un golpe de suerte que un hecho
científico: Tales había aprendido de los sacerdotes caldeos que los eclipses de
sol se presentan, más o menos, cada noventa años, con lo que, echando cuentas,
consiguió predecir el fenómeno. Sin embargo, hoy día sabemos que la predicción
de un eclipse es resultado de un cálculo mucho más complicado: la superposición
completa de la Luna sobre el Sol, en efecto, puede ser así en Caldea y no en
Anatolia, a dos mil kilómetros de distancia; por lo tanto, con los datos de que disponía, Tales, como mucho, podría haber comunicado a sus
conciudadanos: «¡Guagliú*, asomaos
de vez en cuando a la ventana porque podría producirse, de un momento a otro,
un eclipse!» Pero, como os estaba diciendo, tuvo la suerte de coincidir con una
superposición total, evento que asustó de muerte a toda la región y que incluso
consiguió que se interrumpiera la batalla que se estaba librando entre lidios y
persas.[7] A partir de aquel día
aumentó sin medida su credibilidad y así él pudo aprovechar para dedicarse a
sus estudios con más tranquilidad. Midió la altura de las pirámides,[8] haciendo una proporción
entre la sombra proyectada por una pirámide y la sombra de otro objeto cuya
altura ya conocía. Consiguió calcular, también con razonamientos geométricos,
la distancia de los barcos desde la costa. Dividió el año en 365 días,[9] y fue el
primero en descubrir la Osa Menor y su importancia para la navegación. Calimaco
le dedicó estos versos:[10]
Y se decía que había fijado
la figura estrellada del carro
con la que los fenicios guiaban sus naves.
No dejó nada escrito. Se le atribuyó una Astronomía náutica que
más tarde resultó que había sido escrita por Foco de Samos. Murió en el estadio
mientras asistía a una competición atlética. Murió por el calor, por la sed y
sobre todo por la multitud. Cuando el público desalojó el lugar, le encontraron
tendido sobre las gradas como si estuviese dormido. Era muy mayor. Hay un
epigrama de Diógenes Laercio comentando esta muerte.[11]
Al sabio Tales, oh Zeus, raptaste del estadio
mientras a unos juegos gímnicos asistía.
Te alabo por haberle conducido cerca de las estrellas
que el anciano ya no podía ver desde la tierra.
En el bachillerato mi texto oficial de filosofía era el Lamanna; pero
yo, considerándolo demasiado difícil, me las arreglaba, por otra parte como
todos mis compañeros, con los Bignami. Para quien no lo sepa, estos Bignami son
librillos en los que aparecen únicamente los elementos esenciales de las
materias que hay que estudiar. Son, por así decirlo, una especie de Reader's
Digest de la cultura escolar. Aunque obviamente mal vistos por los profesores,
existen los Bignami de Historia, de Filosofía, de Química y de... Todo. Yo creo
que los estudiantes vagos de Italia, antes o después, deberían erigir un
monumento al profesor Ernesto Bignami en señal de eterno agradecimiento.
Cuando llegué a los exámenes de reválida (me refiero a los exámenes
que se hacían antes), me encontré con el problema de que tenía que prepararme
todas las asignaturas de los últimos tres años; en ese momento también los
minúsculos Bignami me parecieron demasiado voluminosos, por lo que recurrí al
acostumbrado sistema de los esquemitas y apuntes: en un cuaderno cuadriculado
de cubiertas negras anoté un extracto de lo que había entendido leyendo los
Bignami y, de esta manera, obtuve un resumen del resumen de las cosas que había
que recordar. Todo esto venía a cuento de que en mi viejo cuaderno del
bachillerato, que aún conservo con ternura, sobre Tales encontré únicamente una
frase: «Tales —el del agua.» Pues bien, si existe una forma de desvalorizar la
importancia de Tales en
la historia de la filosofía, es precisamente asociándole al concepto
reduccionista de considerar el agua como componente fundamental de la materia.
Pero intentemos aclarar esto mejor.
Tales había notado que todo lo
que está vivo en la naturaleza está también húmedo. Por ejemplo: las plantas
están húmedas, los alimentos están húmedos, el semen está húmedo, mientras que las rocas están secas y los cadáveres
se resecan rápidamente.[12] Su frase preferida era:
«El agua es la cosa más bella del mundo.» Por otro lado, no olvidemos
que Tales se había formado culturalmente en zonas áridas como Egipto y
Mesopotamia, en las que el culto al agua era tanto más sentido cuanto que, en
aquellos países, precisamente era el desbordamiento de los ríos lo que dio
origen a la agricultura y, por lo tanto, a la supervivencia de las poblaciones.
No era casual que en Egipto se venerase al Nilo como a un Dios. Sin embargo, yo
estoy convencido de que, al sostener la ecuación «agua igual a vida», Tales había
querido expresar un concepto mucho más elevado que la simple comprobación de
que el agua ha estado siempre presente en cada criatura de la Tierra. El agua,
o mejor dicho, lo húmedo, era para él el alma de las cosas, la esencia de la
creación. Decía Aecio, hablando de Tales, que «en lo húmedo elemental está
infusa una potencia divina que lo pone en movimiento».[13]
La escuela milesia, de la que Tales en orden temporal es el primer
exponente, se caracteriza precisamente por esta búsqueda del elemento primordial,
del arké como lo llamaban los griegos, del que más tarde se habrían
originado todas las cosas. Para Tales el arké era lo húmedo, o bien el
agua, que solidificando e hirviendo es capaz de transformarse en hielo o en
vapor.
La misma Tierra se la imaginaba como una gran gabarra flotando sobre
una enorme extensión de agua,[14] cuyos balanceos podían a
veces provocar terremotos.[15] Esta idea de la Tierra que
se apoya sobre algo
sólido no es nueva en la mitología de los pueblos: hay quien, como los
griegos, la ven sobre los hombros de Atlante, y quien, como los hindúes, sobre
el dorso de un elefante que a su vez se apoya sobre una tortuga. Pero cuidado
con preguntar a los hindúes sobre quién se apoya la tortuga: o se cabrean o se
hacen los sordos.
Además del agua, Tales solía decir que todas las cosas tenían un alma
y que, por lo tanto, estaban «llenas de Dios».[16] Cuando empezaba este
discurso solía sacar del bolsillo un clavo y un imán para poder demostrar a sus
asombrados conciudadanos cómo también «la piedra conseguía mover el hierro».[17]
En resumen, Tales ocupa un lugar muy importante en la historia de la
filosofía, no tanto por las respuestas que dio a algunas cuestiones como por
las preguntas mismas que se quiso plantear. Mirar en torno, esforzarse en
reflexionar, no atribuir a los Dioses la solución de todos los misterios, fue
el primer paso del pensamiento occidental hacia la interpretación del universo.
LUCIANO DE
CRESCENZO
[1] Para
los testimonias y los fragmentos de Tales, cfr. Los Presocráticos.
[2] Diógenes
Laercio, Vidas de los filósofos.
[3] Diógenes
Laercio, Vidas de los filósofos.
[4] Platón,
Teetetes.
[5] Aristóteles,
Política.
[6] Herodoto,
Historias.
* «Muchachos», en napolitano. (N. del t.)
[7] Herodoto, Historias.
[8] Plinio, Historia natural.
[9] Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos.
[10] Calímaco, Yambo, I.
[11] Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos
[12] Aristóteles, Metafísica.
[13] .Aecio, I 7, 11.
[14] Aristóteles, Del cielo, II 13.
[15] Séneca, Cuestiones naturales, III 14.
[16] Aristóteles, Del alma, I 5.
[17] Aristóteles, Del alma, I 2.
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