Los ritos y las creencias que aquí agrupamos bajo el título de
“regeneración del tiempo” ofrecen infinita variedad, y no nos
engañamos en cuanto a la posibilidad de encuadrarlos en un sistema
coherente y unitario. Debido a ello, en el presente ensayo podremos
dispensarnos de una exposición de todas las formas de regeneración del
tiempo, así como de su análisis morfológico e histórico. No
emprendemos la tarea de saber cómo se ha llegado a construir el
calendario, ni en qué medida sería posible incluir en un mismo sistema
las concepciones del “año” a través de los pueblos. En la mayor parte de
las sociedades primitivas, el “Año Nuevo” equivale al levantamiento del
tabú de la nueva cosecha, que de tal modo es proclamada comestible e
inofensiva para toda la comunidad.
En los lugares en que se cultivan
varias especies de cereales o de frutas, que alcanzan madurez en
diferentes estaciones, asistimos a veces a varias fiestas de Año Nuevo.1
Eso significa que “los cortes del tiempo” son ordenados por los rituales
que rigen la renovación de las reservas alimenticias; es decir, los rituales
que aseguran la continuidad de la vida de la comunidad entera. (No
estamos autorizados, sin embargo, a considerar esos rituales como
simples reflejos de la vida económica y social: lo “económico” y lo
“social” revisten en las sociedades tradicionales una significación
totalmente distinta de la que un europeo moderno tiende a concederles.)
La adopción del año solar como unidad de tiempo es de origen egipcio.
La mayoría de las demás culturas históricas (y el propio Egipto hasta
cierta época) conocía un año, a la vez lunar y solar, de 360 días o sea 12
meses de 30 días cada uno), a los que se agregaban 5 días intercalables
(los epagómenos).
Los indios zuñí llamaban a los meses los “escalones
del año”, y al año el “pasaje del tiempo”.
El principio del año variaba de
uno a otro país y según las épocas, pues sin cesar intervenían reformas
del calendario con el fin de que concordara el sentido ritual de las fiestas
con las estaciones a las cuales debía corresponder.
No obstante, ni la movilidad del principio del Nuevo Año (marzoabril,
19 de julio —como en el antiguo Egipto—, septiembre, octubre,
diciembre-enero, etcétera), ni la diversidad de las duraciones atribuidas
al año por los diferentes pueblos, conseguían reducir al mínimo la
importancia que en todos los países tenían el fin de un período de
tiempo y el principio de un nuevo período; fácil es comprender entonces
que nos sea indiferente, por ejemplo, que la población africana de los
yoruba divida el año en estación seca y estación de las lluvias, y que la
“semana” tenga cinco días en vez de ocho para los ded calabar; o que los
warumbi distribuyan los meses según las lunaciones y obtengan así un
año de unos trece meses; o también que los ahanta repartan cada mes en
dos períodos de diez días (o de nueve días y medio), etcétera. Para
nosotros lo esencial es que en todas partes existe una concepción del fin
y del comienzo de un período temporal, fundado en la observación de
los ritmos biocósmicos, que se encuadran en un sistema más vasto, el de
las purificaciones periódicas (cf. purgas, ayunos, confesión de los
pecados, etcétera, al consumir la nueva cosecha) y de la regeneración
periódica de la vida.
Esa necesidad de una regeneración periódica nos
parece en sí misma bastante significativa. Los ejemplos que vamos a
proponer al instante nos revelarán, sin embargo, algo mucho más
importante, a saber, que una regeneración periódica del tiempo
presupone, en forma más o menos explícita, y en particular en las
civilizaciones históricas, una Creación nueva, es decir, una repetición del
acto cosmogónico. Y esa concepción de una creación periódica, esto es,
de la regeneración cíclica del tiempo, plantea el problema de la abolición
de la “historia”, que es precisamente el que nos preocupa en primer
término en el presente ensayo.
Los lectores familiarizados con la etnografía y la historia de las
religiones no ignoran la importancia de toda una serie de ceremonias
periódicas que, por comodidad de exposición, podemos clasificar bajo
dos grandes títulos: 1° expulsión anual de los demonios, enfermedades y
pecados; 2° rituales de los días que preceden y siguen al Año Nuevo.
En
uno de los volúmenes de La rama dorada (parte vi, El chivo emisario), Sir
James George Frazer ha agrupado a su modo suficiente número de
hechos de ambas categorías. No se trata de rehacer ese legajo en las
páginas que siguen. En líneas generales, la ceremonia de la expulsión de
los demonios, enfermedades y pecados puede resumirse en los
elementos siguientes: ayuno, abluciones y purificaciones, extinción del
fuego y su reanimación ritual en una segunda parte del ceremonial;
expulsión de los “demonios” por medio de ruidos, gritos, golpes (en el
interior de las habitaciones), seguida de la persecución de aquéllos,acompañada de gran estrépito, a través del pueblo: dicha expulsión
puede practicarse en la forma del despido ritual de un animal (tipo
“chivo emisario”) o de un hombre (tipo Mamurio Veturio) considerado
como el vehículo material gracias al cual las taras de toda la comunidad
son transportadas allende los límites del territorio habitado (el “chivo
emisario” era expulsado “al desierto” por los hebreos y los babilonios).
A
menudo se intercalan combates ceremoniales entre dos grupos de
figurantes, u orgías colectivas, o procesiones de hombres enmascarados
(que representan las almas de los antepasados, los dioses, etcétera). En
numerosos lugares subsiste la creencia de que durante esas
manifestaciones las almas de los muertos se acercan a las habitaciones de
los vivos, que van respetuosamente a su encuentro y los colman de
homenajes durante unos días, tras lo cual las reconducen en procesión
hasta el límite del pueblo, o las echan. También en esa oportunidad se
celebran las ceremonias de iniciación de los jóvenes (de ello tenemos
pruebas precisas entre los japoneses, los indios hopi, en ciertos pueblos
indoeuropeos, etcétera; véase más adelante). Casi en todas partes, esa
expulsión de los demonios, de las enfermedades y de los pecados
coincide, o coincidió en cierta época, con la fiesta de Año Nuevo.
Ciertamente, es raro encontrar a la vez todos esos elementos
reunidos explícitamente; en ciertas sociedades predominan las
ceremonias de extinción y de reanimación del fuego; en otras, la
expulsión material (por medio de ruidos y de ademanes violentos) de los
demonios y de las enfermedades, y en otras, la expulsión del “chivo
emisario” en su forma animal o humana, etcétera.
Pero la significación
de la ceremonia global, como la de cada uno de sus elementos
constitutivos, es suficientemente clara: cuando ocurre ese corte del
tiempo que es el “Año”, asistiendo no sólo al cese efectivo de cierto
intervalo temporal, sino también a la abolición del año pasado y del
tiempo transcurrido. Tal es, por lo demás, el sentido de las purificaciones
rituales; una combustión, una anulación de los pecados y de las faltas del
individuo y de la comunidad en su conjunto, y no una simple
“purificación”. La regeneración es, como lo indica su nombre, un nuevo
nacimiento.
Los ejemplos citados en el capítulo precedente y sobre todo
los que ahora vamos a analizar, muestran claramente que esta expulsión
anual de los pecados, enfermedades y demonios es en realidad una
tentativa de restauración, aunque sea momentánea, del tiempo mítico y
primordial, del tiempo “puro”, el del “instante” de la Creación. Todo
Año Nuevo es volver a tomar el tiempo en su comienzo, es decir, una
repetición de la cosmogonía. Los combates rituales entre los dos grupos
de figurantes, la presencia de los muertos, las saturnales y las orgías, son otros tantos elementos que denotan, por razones que vamos a exponer,
que al fin del año y en la espera del Año Nuevo se repiten los momentos
míticos del pasaje del Caos a la Cosmogonía.
El ceremonial del Nuevo Año babilónico, el aki-tu, es bastante
concluyente a ese respecto.
El akitu podría ser celebrado lo mismo en el
equinoccio de primavera, en el mes de Nisán, que en el equinoccio de
otoño, en el mes de Tishrit (derivado de Shurri, empezar”). Sobre la
antigüedad de ese ceremonial no puede caber duda alguna, aun cuando
las fechas de su celebración sean variables. Su ideología y su estructura
ritual existían ya en la época súmera,2 y H. Frankfort3 ha podido
identificar el sistema del akitu desde la época acadia. Esas presiones
cronológicas no están desprovistas de importancia; se trata de
documentos de la más antigua civilización “histórica”, en la cual el
soberano desempeñaba un papel considerable, puesto que se lo
consideraba hijo y vicario de la divinidad en la tierra; como tal, era
responsable de la regularidad de los ritmos de la Naturaleza y del buen
estado de la sociedad entera. No es, pues, extraño comprobar el papel
importante desempeñado por el rey en el ceremonial del Año Nuevo; al
él le incumbía la misión de regenerar el tiempo.
En el curso de la ceremonia akitu, que duraba doce días, se recitaba
solemnemente, y varías veces, el poema llamado de la Creación: Enuma
elish, en el templo de Marduk. Así se reactualizaba el combate entre
Marduk y el monstruo marino Tiamat, combate que se desarrolló in illo
tempore y que puso fin al Caos por la victoria final del dios. (Lo mismo
entre los hi-titas, donde el combate ejemplar entre el dios del huracán
Teshup y la serpiente Illuyankash era recitado y reactualizado dentro del
marco de la fiesta del Año Nuevo.4 Marduk creó el Cosmos con los
pedazos del cuerpo desmembrado de Tiamat y creó al hombre con la
sangre de Kingu, demonio al cual Tiamat había confiado las Tablas del
Destino.5 Tenemos la prueba de que esa conmemoración de la Creación
era efectivamente una reactualización del acto cosmogónico en los rituales
y en las fórmulas pronunciadas en el correr de la ceremonia. El combate
entre Tiamat y Marduk era imitado en una lucha entre dos grupos de
figurantes,6 ceremonial que se encuentra en los hititas siempre en el
cuadro del escenario dramático de Año Nuevo7 y entre los egipcios.8 La
lucha entre dos grupos de comparsas no conmemoraba sólo el conflicto
primordial entre Marduk y Tiamat; repetía, actualizaba, la cosmogonía, el
pasaje del Caos al Cosmos.
El acontecimiento mítico estaba presente;
“¡que pueda seguir venciendo a Tiamat y acortar sus días!”, exclamaba el
oficiante. El combate, la victoria y la creación ocurrían en ese mismo
instante.
También dentro del marco del ceremonial del aki-tu celebrábase la
fiesta llamada “fiesta de las Suertes”, zakmuk, en la que se determinaban
los presagios para cada uno de los doce meses del año, lo que equivalía a
crear los doce meses por venir (ritual que se ha conservado, más o menos
explícitamente, en otras tradiciones; véase más adelante). Al descenso de
Marduk a los Infiernos (el dios estaba “prisionero en la montaña”, es
decir, en las regiones infernales) correspondía una temporada de tristeza
y de ayuno para toda la comunidad y de “humillación” para el rey, ritual
que venía a encuadrarse en un vasto sistema carnavalesco sobre el que
no podemos insistir aquí. También en ese momento se ejecutaba la
expulsión de los males y de los pecados por medio del chivo emisario.
En fin, cerrábase el ciclo por la hierogamia del dios con Sarpanitum, hierogamia
reproducida por el rey y por una hieródula en la habitación de
la diosa,9 y a la cual correspondía ciertamente un intervalo de orgía
colectiva.*
Como se ve, la fiesta del akitu comprende una serie de elementos
dramáticos, cuya intención es la abolición del tiempo transcurrido, la
restauración del caos primordial y la repetición del acto cosmogónico:
1°,
el primer acto de las ceremonias representa la denominación de Tiamat y
señala así una regresión al período mítico que precede a la creación; se
supone que todas las formas están fundidas en el abismo marino del
comienzo, el apsu. Entronización de un “rey carnavalesco”,
“humillación” del verdadero soberano, trastorno de todo orden social
(según Beroso los esclavos se hacían los amos, etcétera), ni un solo acto
que no evoque la confusión universal, la abolición del orden y de la
jerarquía, la “orgía” y el caos.
Podría decirse que asistimos a un
“diluvio” que aniquila a toda la humanidad para preparar el camino al advenimiento de una especie humana nueva y regenerada. Por lo demás,
en la tradición babilónica del Diluvio, tal cual la ha conservado la tablilla
xi de la Epopeya de Gilgamesh se recuerda que Uta-napishtim, antes de
embarcarse en la nave que había construido para huir del diluvio,
organizó una fiesta “como en el día de Año Nuevo (akitu)”. Volveremos
a encontrar ese elemento diluviano, a veces simplemente acuático, en
ciertas otras tradiciones.
2°, la creación del Mundo, que se efectúa, in illo
tempore, al principio del Año, también es reactualizada cada año.
3°, el
hombre participa directamente, aun cuando en medida reducida, en esa
obra cosmogónica (lucha entre los dos grupos de figurantes que
representan a Marduk y a Tiamat; “misterios” celebrados en esa
oportunidad, según la interpretación de Summern y Reitzenstein, pero
cf. también O. E. Briem, Les Sociétés secretes des mystéres, pág. 131); esa
participación, como hemos visto en el capítulo precedente, proyecta al
hombre al tiempo mítico, haciéndolo contemporáneo de la cosmogonía,
4°, la “fiesta de las Suertes” es también una fórmula de la creación, en la
que se decide la “suerte” de cada mes y de cada día. 5°, la hierogamia
realiza de manera concreta el “renacimiento” del mundo y del hombre.
La significación y los rituales del Nuevo Año babilónico tienen sus
semejantes en todo el mundo paleooriental. Hemos anotado algunas de
ellas al pasar, pero aún falta mucho para llenar la lista. En un estudio
notable, The semitic New Year and the origin of eschatology,10 que no ha
obtenido la repercusión que merecía, el sabio holandés A. J. Wensinck ha
puesto de manifiesto la simetría entre diversos sistemas míticoceremoniales
del Año Nuevo en todo el mundo semita; en cada uno de
esos sistemas reaparece la misma idea central del retorno anual al caos,
seguido de una nueva creación. Wensinck ha visto muy bien el carácter
cósmico de los rituales del Nuevo Año aunque hagamos reservas
respecto de su teoría del “origen” de esa concepción ritual-cosmogónica
que él quiere descubrir en el espectáculo periódico de la desaparición y
reaparición de la vegetación; de hecho, para los “primitivos”, la
Naturaleza es una hierofanía, y las “leyes de la naturaleza” son la
revelación del modo de existencia de la divinidad.
Como garantía de que
el diluvio y, en general, el elemento acuático están de un modo u otro
presentes en el ritual del Nuevo Año, bastan las libaciones practicadas en
esa oportunidad y las relaciones entre ese ritual y las lluvias. “En el
curso del mes Tishri fue creado el mundo”, dice R. Eliécer; “en el curso
del mes Nisán”, afirma R. Josua. Ahora bien, ambos son meses
pluviosos.” Durante la fiesta de los Tabernáculos es cuando se decide la
cantidad de lluvia concedida al año próximo,12 es decir, cuando se
determina la “suerte” de los meses por venir. El Cristo santifica las aguas el día de la Epifanía, en tanto que los días de Pascua y de Año Nuevo
eran las fechas habituales del bautismo en el cristianismo primitivo. (El
bautismo equivale a una muerte ritual del hombre antiguo seguida de un
nuevo nacimiento. En el plano cósmico equivale al diluvio: abolición de
los contornos, fusión de todas las formas, regresión a lo amorfo.) Efrem
el Sirio advirtió con claridad el misterio de esa repetición anual de la
Creación e intentó explicarla: “Dios ha creado de nuevo los cielos porque
los pecadores han adorado los cuerpos celestes; Él ha creado de nuevo el
mundo que había sido deshonrado por Adán; Él ha edificado una nueva
creación con su propia saliva”.13
Ciertas huellas del antiguo escenario del combate y de la victoria de
la divinidad sobre el monstruo marino, encarnación del caos, pueden
descifrarse igualmente en el ceremonial israelita del Año Nuevo, tal cual
se ha conservado en el culto jerosolimitano. Recientes investigaciones
(Mowinckel, Pederson, Hans Schmidt, A. R. Johnson, etcétera.) han
apartado los elementos rituales y las implicaciones cosmogónicoescatológicas
de los Salmos y han mostrado el papel desempeñado por el
rey de la fiesta de Año Nuevo, en que se conmemoraba el triunfo de
Yahué, jefe de las fuerzas de la luz, sobre las fuerzas de las tinieblas (el
caos marino, el monstruo primordial Rahab). A ese triunfo seguía la
entronización de Yahué como rey y la repetición del acto cosmogónico.
La muerte del monstruo Rahab y la victoria sobre las Aguas (que
significa la organización del mundo) equivalían a la creación del Cosmos
y al mismo tiempo a la “salvación” del hombre (victoria sobre la
“Muerte”, garantía de la alimentación para el año por venir, etcétera).14
Limitémonos por el momento a observar entre esos vestigios de cultos
arcaicos la repetición periódica (“la revolución del año”, Éxodo, 34, 22; la
“salida” del año, ibid., 23,16) de la Creación (pues el combate contra
Rahab presupone la reactualización del Caos primordial, mientras que la
victoria sobre las “profundidades acuáticas” sólo puede significar el
establecimiento de las “formas firmes”, es decir, la Creación).
Ulteriormente veremos que en la conciencia del pueblo hebreo esa
victoria cosmogónica se convierte en la victoria sobre los reyes
extranjeros presentes y por venir; la cosmogonía justifica el mesianismo
y el apocalipsis, y echa así las bases de una filosofía de la historia.
El hecho de que esa “salvación” periódica del hombre halle un
equivalente inmediato en la garantía de la alimentación para el año por
venir (consagración de la nueva cosecha) no debe hipnotizarnos hasta el
punto de no ver en ese ceremonial más que los vestigios de una fiesta
agraria “primitiva”. En efecto, por un lado la alimentación tenía en todas
las sociedades arcaicas su significación ritual; lo que llamamos “valores vitales” era más bien expresión de una ontología en términos biológicos;
para el hombre arcaico, la vida es una realidad absoluta y, como tal, es
sagrada. Por otro lado, el Año Nuevo, la fiesta llamada de los
Tabernáculos (hag hasukkot), fiesta de Yahué por excelencia,15 se celabraba
el decimoquinto día del séptimo mes,16 es decir, cinco días después del
iom ha-kippurim17 y su ceremonial del chivo emisario.
Ahora bien: es
difícil separar esos dos momentos religiosos, la eliminación de los
pecados de la colectividad y la fiesta del Nuevo Año, sobre todo si se
tiene en cuenta que, antes de la adopción del calendario babilónico, el
séptimo mes era el primero del calendario israelita. Era costumbre en la
celebración del iom ha-kippurim, que las jóvenes fuesen a bailar y a
divertirse fuera de los límites del pueblo o de la ciudad, y en esa
oportunidad se combinaban los casamientos. Pero también ese día se
toleraba una multitud de excesos, a veces hasta orgiásticos, que nos
recuerdan tanto la fase última del akitn (celebrada también fuera de la
ciudad), como las licencias de regla en todas partes durante los
ceremoniales del Nuevo Año.18
Casamientos, licencia sexual, purificación colectiva por la confesión
de los pecados y la expulsión del chivo emisario, consagración de la
nueva cosecha, entronización de Yahué y conmemoración de su victoria
sobre la “Muerte” eran otros tantos momentos de un vasto sistema
ceremonial. La ambivalencia y la polaridad de esos episodios (ayuno y
excesos, tristeza y alegría, desesperación y orgía, etcétera) no hacen más
que confirmar su función complementaria en el cuadro de ese mismo
sistema. Pero los momentos capitales siguen siendo sin discusión la
purificación por el chivo emisario y la repetición del acto cosmogónico
por Yahué; todo lo demás no es sino la aplicación, en planos diferentes, y
en respuesta a necesidades diferentes, del mismo ademán arquetípico, a
saber, la regeneración del mundo y de la vida por la repetición de la
Cosmogonía.
LA PERIODICIDAD DE LA CREACIÓN
La creación del mundo se produce, pues, cada año. “Alá es aquel
que efectúa la Creación; luego es él que la repite”, dice el Corán (sura IV,
4). Esa eterna repetición del acto cosmogónico, que transforma cada
Nuevo Año en inauguración de una Era, permite el retorno de los
muertos a la vida y mantiene la esperanza de los creyentes en la
resurrección de la carne. Pronto volveremos sobre las relaciones entre las ceremonias del Año Nuevo y el culto de los muertos. Pero observemos
ya que las creencias, casi universalmente difundidas, según las cuales los
muertos vuelven junto a sus familias (y a menudo vuelven como
“muertos-vivos”) en los alrededores del Año Nuevo (en los doce días
que separan Nochebuena de la Epifanía), denotan la esperanza de que en
ese momento mítico en que el mundo es aniquilado y creado, es posible
la abolición del tiempo.
Entonces los muertos podrán volver, pues todas
las barreras entre muertos y vivos están rotas (¿acaso no es reactualizado
el caos primordial?) y volverán, puesto que en ese instante paradójico el
tiempo estará suspendido y por consiguiente podrán ser de nuevo
contemporáneos de los vivos. Por otro lado, como entonces está en
preparación una nueva Creación, les es dado esperar un retorno a la
vida, duradero y concreto.
Por esa razón en los casos en que se cree en la resurrección de la
carne se sabe que esa resurrección se producirá al comienzo del año, es
decir, al principio de una era nueva. Lehmann y Pedersen los
demostraron en cuanto a los pueblos semitas, en tanto que Wensinck” ha
recogido numerosos testimonios a través de la tradición cristiana. Por
ejemplo: “El Todopoderoso despierta los cuerpos al mismo tiempo que
las almas el día de la Epifanía”, etcétera.20 Un texto pehlvi traducido por
Darmesteter21 dice que: “Es en el mes Fravardin, el día Xurdath, cuando
el Señor Ormuz hará la resurrección y el ‘segundo cuerpo’ y cuando el
mundo será sustraído de la impotencia ante los demonios, los drugs,
etcétera. Y en todas partes habrá abundancia: no se desearán ya
alimentos: el mundo será puro, el hombre estará libre de la oposición
(del espíritu malo) y será inmortal para siempre jamás”. Qazwini por su
parte dice que, el día de Nauroz, Dios resucitó a los muertos “y les
devolvió el alma, y dio sus órdenes al cielo, que hizo caer una lluvia
sobre ellos, y por eso la gente tomó la costumbre de derramar agua ese
día”.22
Los lazos muy estrechos entre las ideas de creación por el agua
(cosmogonía acuática; diluvio que regenera periódicamente la vida
histórica; lluvia), el nacimiento y la resurrección, se hallan confirmados
por esta sentencia del Talmud: “Dios tiene tres llaves: la de la lluvia, la
del nacimiento, la de la resurrección de los muertos”.23
La repetición simbólica de la Creación dentro del marco de la fiesta
del Año Nuevo se conserva hasta nuestros días entre los mandeanos del
Irak y del Irán.24 Aun hoy, al principio del año, los tártaros de Persia
siembran una jarra llena de tierra; lo hacen —dicen— en recuerdo de la
Creación.25 La costumbre de sembrar granos en la época del equinoccio
de primavera (recordemos que el año comenzaba en marzo en
muchísimas civilizaciones) se encuentra en un área muy extendida y siempre estuvo en relación con los ceremoniales agrícolas.26 Pero el
drama de la vegetación se integra en el simbolismo de la regeneración
periódica de la Naturaleza y del hombre. La agricultura no es sino uno
de los planos en que se aplica el simbolismo de la regeneración
periódica. Y si la “versión agrícola” de ese simbolismo ha podido gozar
de inmensa difusión —gracias a su carácter popular y empírico— en
ningún caso es lícito considerarla como el principio y la intención del
complejo simbolismo de la regeneración periódica.
Dicho simbolismo
encuentra sus fundamentos en la mística lunar: por consiguiente, desde
el punto de vista etnográfico, es posible identificarlo ya en las sociedades
preagrarias. Lo primordial y esencial es la idea de regeneración, es decir,
de repetición de la Creación.
La costumbre de los tártaros de Persia debe, por lo tanto, ser
integrada en el sistema cosmoescatológico iranio, que la presupone y la
explica. El Nauroz, el Nuevo Año persa, es a la vez la fiesta de Ahura
Maz-dah (celebrada el “día Ormuz” del primer mes) y el día en que se
hizo la Creación del mundo y del hombre.27 El día de Nauroz es cuando
se produce la “renovación de la creación”.28 Según la tradición trasmitida
por Dimasqi,29 el rey proclamaba: “He aquí un nuevo día de un nuevo
mes de un nuevo año; hay que renovar lo que el tiempo ha gastado”. Ese
día es también cuando se fija el destino de los hombres por un año
entero.30 Durante la noche de Nauroz es dado ver fuegos y luces
innumerables31 y se practican las purificaciones por el agua y las
libaciones, con el fin de asegurar lluvias abundantes para el año por
venir.32
Por lo demás, era costumbre que en el día del “gran Nauroz”
cada cual sembrara en una jarra siete especies de granos y “según su
crecimiento sacara conclusiones sobre la cosecha del año”.33 Costumbre
análoga a la de la “fijación de los destinos” del Año Nuevo babilónico,
“fijación de los destinos” que se ha trasmitido hasta nuestros tiempos en
los ceremoniales del Año Nuevo entre los mandeanos34 y los yezidos.35
Asimismo los doce días que separan Nochebuena de la Epifanía siguen
siendo considerados actualmente como una prefiguración de los doce
meses del año debido a que el Año Nuevo repite el acto cosmogónico.
Los campesinos de toda Europa no tienen otras razones cuando
determinan el tiempo de cada mes y su ración de lluvias por medio de
los signos meteorológicos de esos doce días.36 ¿Será menester recordar
que era en la fiesta de los Tabernáculos cuando se fijaba la cantidad de
lluvia asignada a cada mes? Por su lado los hindúes de la época védica
designaban los doce días del medio del invierno como una imagen y
réplica del año.37
Sin embargo, en ciertos lugares y en ciertas épocas, en particular en
el calendario de Darío, los iranios conocían además otro día de Año
Nuevo, mihragan, la fiesta de Mithra, que caía en medio del verano.
Cuando las dos fiestas se incluyeron en el mismo calendario, el mihragan
fue considerado como una prefiguración del mundo. Albiruni dice que
los teólogos persas “consideran el mihragan como un signo de
resurrección y del fin del mundo, pues en la época de mihragan es
cuando todo lo que crece alcanza su perfección y no posee más la
substancia necesaria para un crecimiento ulterior, y cuando los animales
cesan su actividad sexual. De manera análoga, los persas hacen de
Nauroz un signo de comienzo del mundo, porque lo contrario de los
hechos ya relatados se produce en la época del Nauroz”. 38 El fin del año
transcurrido y el principio de un nuevo año se interpretan en la tradición
transmitida por Albiruni como un agotamiento de los recursos
biológicos en todos los planos cósmicos, un verdadero fin del mundo.
(“El fin del mundo”, es decir, de un ciclo histórico determinado, no
siempre se produce por un diluvio, sino también por el fuego, el calor,
etcétera.
Una admirable visión apocalíptica en la cual el verano tórrido se
concibe como un retorno al caos, se halla en
Isaías, 34,4,9-11.)39
El profesor G. Dumézil ha estudiado, en su obra Le Probléme des
Centaures, el escenario del fin y del principio del año en buena parte del
mundo indoeuropeo (eslavos, iranios, hindúes, grecorromanos) y ha
puesto en claro los elementos de los ceremoniales conservados por la
mitología y el folclore en forma más o menos alterada. Otto Höfler,40 tras
el examen de los mitos y los ritos de las sociedades secretas y las
“sociedades de hombres” germánicas, llega a conclusiones análogas
sobre la importancia de los doce días intercalables y más particularmente
sobre la del Año Nuevo.
Por su parte, Waldemar Liungman ha
consagrado a los ritos de los fuegos del principio del año y a los
escenarios carnavalescos de esos doces meses41 una vasta investigación,
de la cual no siempre compartimos la orientación y los resultados.
Recordemos también las investigaciones de Otto Huth (Janus) y de J.
Hertel,42 quienes, refiriéndose a los hechos romanos y védicos, han
insistido particularmente sobre Sus temas de renovación del mundo por
la reanimación del fuego en el momento del solsticio de invierno,
renovación que equivale a una nueva creación. Para el propósito del
presente ensayo sólo tendremos en cuenta algunos rasgos característicos:
1°, los doce días intermedios prefiguran los doce meses del año (véanse
también los ritos recordados anteriormente); 2°, durante las doce noches
correspondientes, los muertos vienen en procesión a visitar a sus familias (aparición del caballo, animal funerario por excelencia, en la última
noche del año; presencia de las divinidades chtónico-funerarias Hilda,
Perchta, “Wilde Heer”, etcétera, durante esas doce noches) y a menudo
(entre los alemanes y los japoneses) esa visita se produce en el cuadro del
ceremonial de las sociedades secretas de hombres (Höfler, passim, y A.
Slawik, estudio que se menciona más adelante); 3°, entonces es cuando
los fuegos se apagan y vuelven a encenderse;43 y por último, 4°, es el
momento de las iniciaciones, cuyos elementos esenciales están
constituidos precisamente por la extinción y la reanimación del fuego.44
En el mismo conjunto mítico-ceremonial de fin del año transcurrido y del
principio del Nuevo Año, aun hemos de dar lugar a los hechos
siguientes: 5°, luchas rituales entre dos grupos adversos,45 y 6°, presencia
de elemento erótico (persecución de doncellas, casamientos “gandhárvicos”,
orgías).
Cada uno de esos temas mítico-rituales atestigua el carácter
totalmente excepcional de los días que preceden y siguen al primer día
del Año aun cuando la creación escatocosmológica del Año Nuevo
(abolición del tiempo transcurrido y repetición de la creación) no esté
explícitamente declarada, salvo en los ritos de prefiguración de los meses
y en la extinción del fuego. Sin embargo, se puede descubrir dicha
función como implícita en cada uno de los demás temas mítico-rituales.
¿Cómo la invasión de las almas de los muertos podría ser otra cosa que
el signo de una suspensión del tiempo profano, la realización paradójica
de una coexistencia “del pasado” y del “presente”?
Esa coexistencia
nunca es tan total como en una época de “caos”, cuando todas las
modalidades coinciden. Los últimos días del año transcurrido pueden
ser identificados con el Caos anterior a la creación, por dicha invasión de
los muertos —que anula la ley del tiempo— y por los excesos sexuales
que señalan la mayor parte del tiempo esa ocasión. Pero si tras las
reformas sucesivas del calendario las saturnales no coincidían más, en
último término, con el fin y el principio del año, no por eso dejaron de
seguir señalando la abolición de todas las normas y de ilustrar
violentamente un trastrueque de los valores (cambio de condición entre
señores y esclavos, mujeres tratadas como cortesanas, etcétera.) y una
licencia general, una modalidad orgiástica de la sociedad, en una
palabra, una regresión de todas las formas en la unidad determinada. La
oportunidad misma de las orgías en los pueblos primitivos, de
preferencia en los momentos críticos de la cosecha (cuando se sepultaban
las semillas en la tierra), confirma dicha simetría entre la disolución de la
“forma” (en este caso las simientes) en la tierra y la de las “formas sociales” en el caos orgiástico.*
Tanto en el plano vegetal corno en el
plano humano, estamos en presencia de un retorno a la unidad
primordial, a la instauración de un régimen “nocturno” en el cual los
límites, los perfiles, las distancias son indiscernibles.
La extinción ritual de los fuegos se inscribe en la misma tendencia a
poner término a las “formas” ya existentes (y gastadas por el hecho de su
propia duración) para dar lugar al nacimiento de una forma nueva,
nacida de una nueva Creación. Las luchas rituales entre dos grupos de
figurantes reactualizan el momento cosmogónico del combate entre el
dios y el dragón primordial (simbolizando la serpiente en casi todas
partes lo latente, preformal, indiferenciado).
En fin, la coincidencia de las
iniciaciones —en las que el hecho de encender “fuego nuevo”
desempeña un papel particularmente importante— con las
proximidades del Año Nuevo se explica tanto por la presencia de los
muertos (siendo las sociedades secretas y de iniciación al mismo tiempo
representantes de los antepasados) como por la estructura misma de esas
ceremonias, que siempre suponen una “muerte” y una “resurrección”,
un “nuevo nacimiento”, un “hombre nuevo”. No podría encontrarse
para los rituales de iniciación un marco más apropiado que las doce
noches en que el año fenecido desaparece para dar lugar a otro año, a
otra era; a la época en que, por la reactualización de la Creación, el
mundo comienza efectivamente.
Presentes en casi todos los pueblos indoeuropeos, esos escenarios
míticos-rituales del Año Nuevo —con todo su séquito de máscaras
carnavalescas, animales funerarios, sociedades secretas, etcétera— ya
estaban sin duda organizados en sus líneas generales desde la época de
la comunidad indoeuropea. Pero semejantes escenarios, o por lo menos
los aspectos de ellos que nos han ocupado en el presente ensayo, no
pueden ser considerados como una creación exclusivamente
indoeuropea. Muchos siglos antes de la aparición de los indoeuropeos en
Asia Menor, el conjunto mítico-ritual del Año Nuevo, en cuanto
repetición de la Creación, era conocido por los súmeroacadios, y se
encuentran elementos importantes del mismo entre los egipcios y los hebreos. Como la génesis de las formas mítico-rituales no nos interesa
aquí, podemos contentarnos con la cómoda hipótesis según la cual esos
dos grupos étnicos (pueblos del Cercano Oriente e indoeuropeos) los
poseían ya en sus tradiciones prehistóricas. Hipótesis, por lo demás,
confirmada igualmente por el hecho de que se ha descubierto un sistema
análogo en una cultura excéntrica: la cultura japonesa.
El doctor Slawik
ha estudiado las simetrías entre las organizaciones secretas japonesas y
germánicas, poniendo en evidencia un número impresionante de hechos
paralelos.46 En el Japón, así como entre los germanos (y otros pueblos
indoeuropeos), la última noche del año está señalada por la aparición de
los animales funerarios (caballo, etcétera), de las diosas y de los dioses
chtónico-funerarios; es entonces cuando se verifican los desfiles de
enmascarados de las sociedades secretas de hombres, cuando los
muertos visitan a los vivos, y cuando se celebran las iniciaciones. Dichas
sociedades secretas son muy antiguas en el Japón,47 y de acuerdo con los
conocimientos con que contamos en la actualidad, parece excluida la
influencia del Oriente semítico o indoeuropeo.
Todo cuanto puede
decirse, afirma prudentemente Alexander Slawik, es que, tanto en el
Oeste como en el Este de Europa, el complejo sintetizado en el culto del
“visitante” (almas de los muertos, dioses, etcétera) se ha desarrollado
antes de la época histórica.48 Es ésta una confirmación más del carácter
arcaico de los ceremoniales del Año Nuevo. Sin embargo, la tradición
japonesa ha conservado igualmente el recuerdo de una concepción,
digamos de psicofisiologia mítica, en relación con los ceremoniales de fin
de año. Utilizando los resultados del etnógrafo japonés doctor Masao
Oka,49 A. Slawik incluye los ceremoniales de las sociedades secretas en lo
que él llama el complejo del tama. Este tama es una “substancia
espiritual” que se halla en el hombre, en las almas de los muertos y en
los “hombres sagrados”, y que, en el momento del paso del invierno a la
primavera, se agita e intenta abandonar el cuerpo, mientras que empuja
a los muertos hacia las moradas de los vivos (complejo del culto del
“visitante”). Según la interpretación de Slawik,50 las fiestas que se
celebran tienen por fin fijar el tama, impedir que esa substancia espiritual
abandone el cuerpo.
Es probable que uno de los fines de los ceremoniales
del término y del principio del año sea igualmente la “fijación” del tama.
Pero de esa psicofisiología mística japonesa conservaremos ante todo el
sentido de la crisis anual; la tendencia que tiene el tama de agitarse y salir
de su condición normal en el momento del paso del invierno a la
primavera (es decir, en los últimos días del año que acaba y los primeros
días del año que principia) es simplemente una fórmula fisiológica
elemental de la regresión a lo indistinto, de la reactualización del “caos”.
En dicha crisis anual del tama, la experiencia del primitivo presiente un
signo de la inevitable confusión que ha de poner fin a cierta época
histórica, para permitir su renovación y la regeneración, es decir, para
volver a tomar la historia en su comienzo...Continua...
Mircea Eliade
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NOTAS:
1 M. P. Nilsson, Primitive Time-Reckoning, pág. 270.
2 Ch. Jean, La religión sumérienne, pág. 168.
3 H. Frankfort, Gods and Mit. In sargonid seals, especialmente pág.
4 Cf. A. Götze, Kleinasien, pág. 130; G. Furlani, La Religione degli
Hittiti, pág. 89.
5 Enuma elish, vi, 33; el tema de la creación por medio del cuerpo de un ser primordial se encuentra en otras culturas: China, India, Irán,
germanos.
6 R. Labat, Le Caractére religieux de la royante assyro-babylonienne,
pág. 99.
7 Götze, op. cit., pág. 130 y sig.
8 Ivan Engnell, Studies in divine kingship in the Ancient Near East,
pág- 11.
9 Labat, op. cit., pág. 247 y sig.
10 A. J. Wensinck, The semitic New Year and the origin of eschatology, “Acta
Orientalia”, i, 1923, págs. 158-199.
11 Ibid., pág. 168.
12 Rosh Hashshana, i, 2, Wensinck, op. cit., pág. 163.
13 Himn, Eph., VIII, 16; Wensinck, op. cit., pág. 169.
14 Cf. A. R. Johnson, The role of the King in the Jerusalem cultus, pág. 97 y
sig.
15 Jueces, 21, 19; Levítico, 23, 39, etcétera.
16 Deuteronomio, 16, 13; Zacarías, 14, 16.
17 Levítico, 16,28.
18 Cf. referencias del Talmud sobre los excesos orgiásticos en R.
Pettazzoni, La Confessione dei peccati, vol. ii, pág. 229.
19 Wensinck, op. cit., pág. 171.
20 Efrem el Sirio, Hymnos, I, 1.
21 Zend-Avesta, París, 1829-1893, vol. ll, pág. 640, n. 138.
22 Qazwini, Cosmograpbie, citado por A. Christensen en Le premier homme
et le premier roi, pág. 147.
23 Ta’anit, fol. 2 a; Wensinck, op. cit., pág. 173.
24 E. S. Drower, The Mandaeans of Irak and Irán, pág. 86.
25 Lassy, Muharram Mysteries, pág. 219, 223.
26 Cf. Frazer, Adonis, pág. 252 y sig; y últimamente Liungman, Euphrat-
Rein, i, 103 y sig., que trata de hacerlo derivar de los rituales
osirianos.
27 Cf. los textos reunidos por J. Marquart, The Nawroz, especialmente
pág. 16 y sig.
28 Albiruni, The Chronology of Ancient Nations, trad. E. Sachau, pág. 199.
29 Christensen, ii, pág. 149.
30 Albiruni, of. cit., pág. 201; Qazwini, trad. Christensen, ii, 148.
31 Albiruni, op. cit., pág. 200.
32 Ibid., págs. 202-203.
33 Ibid., págs. 202.
34 Drower, op. cit., pág. 87.
35 G. Furlani, Testi religiosi degli Yezidi, pág. 59 y sig.
36 Cf. Frazer, Le Bouc émissaire, pág. 287 y sig.; Dumézil, Le Probléme des
Centaures, pág. 39 y sig.; Granet, La Pensée chinoise, pág. 107.
37 Rig Veda, iv, 33, 7.
38 Albiruni, op. cit., pág. 208.
39 Cf. imágenes análogas en Bahman-Yasht, ii, 41 y Lactancio, Divinae
Institutiones, vii, 16,6, textos comentados por F. Cumont en el Fin du
monde selon les mages occidentaux, pág. 76 y sig. Cf. también W.
Bousset, Antichrist, pág. 129 y sig.
40 Otto Höfler, Kultische Geheimbünde der Germanen.
41 Waldemar Liungman, Euphrat-Rhein, vol. ii, 426, sig. y passim.
42 J. Hertel, Das Indogermanische Neujahrsopfer im Veda.
43 Saintyves, Essais de folkore biblique, pág. 30 y sig.; Hertel, op. cit., pág.
52; Dumézil, op. cit., pág. 146; Granet, Danses et légendes, 155; Huth.
op. cit., pág. 146; Liungman, op. cit., pág. 473 y sig.
44 Dumézil, op. cit., pág. 148 y sig. y passim; las iniciaciones entre los hopi
se hacen siempre por Año Nuevo, cf. Lewis Spence, Encyclo-paedia of
Religions and Ethics, III, 67.
45 Liungman, op. cit., II, pág. 800 y sig., pág. 896 y sig.
46 Slawik, Kultische Geheimbünde der Japaner und Germanen.
47 Slawik, op. cit., pág. 762.
48 Ibid.
49 Masao Oka, Kulturschishten in Altjapan, traducción del manuscrito
japonés todavía inédito.
50 Slawik, op. cit., pág. 679 y sig.
* * Material documental, interpretación y bibliografía en H.
Zimmern, Zum babylonischen Neujahrsfest, i-ii (Leipzig, 1906,1918; Berichte
über die Verhandlungen der Kgl, Sächsischen Gesellschaft der
Wissenschaften, Ph.-h. Kl. 58, 3: 70, 5); S. A. Pallis, The Babylonian akitu
festival (Copenhague, 1926; véanse también las críticas presentadas por
H. S. Nyberg en el Monde oriental, xxiii, 1929, pág. 204-211); sobre zakmuk
y las saturnales babilónicas, cf. Frazer, Le Bouc émissaire, pág. 314 y sig.;
Labat, op. cit., pág. 95 y sig.; una tentativa temeraria de hacer derivar del
ceremonial babilónico todos los demás rituales similares que se
encuentran en la cuenca mediterránea, en Asia, en el Norte y en el
Centro de Europa, en W. Liungman, Traditions-wanderungen: Euphrat
Rhein, i-ii (Helsinki, 1937-1938), pág. 209, sig. y passim. Cf. también S. H.
Hooker, The origins of early Semitic ritual (London, 1938), pág. 57 y sig.
* Ciertamente, el papel de la "orgía" en las sociedades agrícolas es
mucho más complejo. Los excesos sexuales ejercían influencia mágica
sobre la cosecha venidera. Pero siempre se puede advertir la tendencia a
una violenta fusión de todas las formas, en otros términos, a la
reactualización del caos anterior a la Creación. Véase el capítulo referente
a las místicas agrarias en nuestro Traite d'Histoire des Religions (pág.
285 y sig.).
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