lunes, 5 de octubre de 2015

El Hombre Terrenal y el Hombre Celestial

          


                           Franz Hartmann

                              Capitulo II


Para  poder  apreciar  en  toda  su  extensión  el  asunto  de  que trata el Bhagavad Gîtâ, es necesario  estudiarlo junto con los demás libros de los Vedas, porque  la  Sabiduría  divina  que  forma su  sustancia,  no  se refiere únicamente a una sola parte o a una clase de objetos de la naturaleza, sino al Todo.  El conocimiento  de la  naturaleza  de  una  sola cosa  depende  del conocimiento de la naturaleza del Todo, y sólo a aquel que reconoce la entera Unidad de la naturaleza en todo, se  presenta clara su manifestación en las fuerzas, formas y fenómenos individuales. 

La ciencia del Bhagavad Gî se refiere a todo, a Dios, al cielo y a la tierra; o, en otras palabras: a la única Divinidad y la multiplicidad de sus manifestaciones en la naturaleza visible e invisible, al origen del mundo y a la evolución de sus formas, al dominio de los dioses y de los demonios, así como a los seres que habitan en la invisible región media del plano astral. 

Trata de la constitución septenaria del universo y del hombre, de su origen celestial, del objeto de su existencia, del camino que tiene que seguir cuando quiere llegar a  la meta, de la reencarnación en cuerpos terrenales necesaria para esto, y de la ley de Karma o de la Necesidad, la cual dirige sus destinos, y en consecuencia de la cual recoge siempre lo que ha sembrado, hasta que, salvado por el amor divino que en él se ha convertido en poder, queda libre de su personalidad transitoria, y, por consiguiente, de las imperfecciones de ésta también. Nos enseña asimismo el origen del Mal, la existencia inmortal del Bien y la necesidad del Mal, ya que sólo venciendo a éste se puede conseguir el conocimiento del Bien, del mismo modo que no se podría aprender a apreciar el valor de la luz si no hubiera oscuridad de que distinguirla.


Mas si, como sucede siempre, se pregunta mo se puede probar la verdad de esta ciencia, la respuesta es: «Ante todo, por la razón que ha llegado al conocimiento de la Verdad». 

El conocimiento de los secretos divinos de la naturaleza es posible sólo para el hombre divino que ha renacido en el espíritu, y cuando se conoce  la Verdad, se entiende por  sí misma y no necesita más prueba.  

Sin  embargo,  la  naturaleza  entera  está  llena  de  evidencias  de  la Verdad para los que saben leerlas. Pero cada uno tiene que buscar y encontrar en mismo la evidencia más cierta, y en el Bhagavad Gîtâ se enseña el medio que se ha de emplear. Consiste en dominar al error, y ante todo, a la ilusión de la personalidad. Si se domina al error, se manifiesta la Verdad en su esplendor, así como el sol aparece cuando se disipan las nubes que lo ocultaban. Si se domina a la ilusión de la individualidad, se descubre el verdadero Yo.

¿Qué es este verdadero Yo?. 

A esto contesta el  Bhagavad Gîtâ: «Es Brahma, el Yo único e indivisible de todas las cosas, el Ser más elevado que nunca perece». No se puede ensarlo a ninguno que no sea capaz de verlo; la existencia  más elevada quedará probada finalmente sólo cuando el hombre alcance por sí mismo la conciencia de su propia existencia divina. No se puede probar la existencia de la vida al que está muerto, ni la posibilidad de la vigilia al  que  es  dormido;  sólo  cuando  uno  se  despierta  a la conciencia  de  la existencia divina, ésta es percibida y no necesita mayor prueba. El niño en el seno de la madre, aun cuando fuera capaz de pensar, no podría concebir una vida fuera de su prisión; el adulto no anhela volver a esa condición.

Lo que impide al hombre reconocer a Dios, su verdadero Yo, es la ilusión de  su  propia  presunción  que  le  tiene  preso.  Ningún  conocimiento divino es posible sin dominar a esta ilusión. Así como un caracol no puede por ninguna especie de esfuerzos obtener la luz del sol ni ponerse en movimiento mientras  permanece  oculto en  su  concha,  del  mismo  modo  la  luz  del conocimiento de Dios no puede llegar a  la conciencia de los que se hallan encerrados  dentro  de  las  estrechas limitaciones  en  que  los  mantiene  la presunción. Brahma es indivisible.  El  eterno Yo de  todos  los seres no esdividido en los seres. La misma eterna Verdad, que se manifiesta en una interminable multiplicidad de fenómenos, no puede ser analizada ni cortada en pedazos. 

El  que quiere conocerla, tiene que abandonar su separatividad; no puede hacerla bajar hasta sí, pues no cabe lo grande en lo pequeño, ni la libertad en la limitación. El que quiere conocer a Brahma, tiene que entrar en la existencia divina; tiene que salir del caracol de su personal conocimiento de sí y crecer en la luz del conocimiento de Dios. Mas esto no se efectúa por el juego de la fantasía o de la concepción científica, sino por el poder resolvente del  amor  al  bien  en  todo,  el  cual es  el  poder  del  Bien  y  el  esritu  del verdadero conocimiento.

La personalidad del hombre es la forma viviente, pensante y senciente, en la cual evoluciona a la existencia individual el hombre verdadero, espiritual y conocedor; no es el verdadero hombre, sino sólo su apariencia, la máscara (persona) bajo la cual se oculta el hombre real. Aquel que no conoce más que su existencia personal y para quien ésta es todo, no puede reconocer a su verdadero Yo (Dios). Para él la renuncia de la personalidad es una disolución en la nada; mas para el sabio que ha alcanzado la verdadera conciencia, esta renuncia es la entrada en la omniconciencia del Espíritu divino en el Universo
(Nirvana).

En  el  Bhagavad  Gîtâ  se  lee:  «Conságrame  tu  corazón,  hónrame, dobléguese ante mí tu obstinación; así vendrás a mí. Aquel que me honra y reconoce a mi santo Espíritu, puede volverse uno conmigo». El que así habla no es ningún dios exterior o eclesiástico, ningún ser separado del hombre, ninguno que interviene en los asuntos personales de los hombres, o al cual se puede, con súplicas y argumentos, inducir a cambiar su voluntad; sino la conciencia divina que está dormida en el hombre no iluminado, y despierta en el hombre iluminado, y por la cual el hombre alcanza el conocimiento de su verdadera existencia divina. Es el mismo Dios que en la Biblia dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso». Aquel que renuncia a su personalidad y en la verdadera conciencia de encuentra refugio, abandona con su separatividad todos los sufrimientos y calamidades y encuentra descanso y felicidad en el «Yo» infinito.

Generalmente  el  hombre  sólo  está  satisfecho  cuando  se  olvida  a  sí mismo. Por esto busca diversiones y  pasatiempos, y procura olvidarse a sí mismo y a lo que le oprime. Pero una diversión no es una entrada en un grado superior  del conocimiento. Este  no  se  alcanza  de  tal  manera  sino  por  el recogimiento y la elevación interiores.

Para  hacer esto claro,  es necesario saber que  el hombre es capaz de entrar en varios grados de conciencia, ya elevados, ya bajos, y esto nos lleva a la consideración de la constitución séptupla del hombre.

Según la doctrina índica, cuyo origen puede remontarse a los antiguos atlantes, el mundo entero es una manifestación de la divina omniconciencia, lo cual, en los diferentes planos de existencia, se expresa diversamente, según las condiciones que encuentra en las formas existentes. Pero, como lo sabe todo místico,  el  pequeño    mundo  llamado «hombre»,  es un  fiel  retrato  del macrocosmo, o del universo, y, por tanto, hay que distinguir en él,  además, estas varias tomas de conciencia, planos de existencia, o mundos. Tambn son por completo diferentes unos de otros estos estados de conciencia, como, por ejemplo, la vida durante el sueño es muy diferente a lo que es durante la vigilia, y la conciencia de un hombre inteligente es diferente de la de una planta  que  ya  tiene  sensibilidad,  sensación,  y,  por  tanto,  una  conciencia 
particular, aunque no tenga la facultad de pensar.

Estos estados de conciencia no existen en el hombre al mismo tiempo y en yuxtaposición, sino que pueden compararse a los peldaños de una escala, que es el hombre mismo, la cual puede él subir y bajar. Al pasar a un estado de  su  conciencia, abandona  otro;  casi  se  abre  en  él  el  ojo  del  Espíritu, desaparece  el  mundo  de los  sentidos;  si  el  mundo  exterior  entra  en  su conciencia por sus percepciones sensuales, se cierra en él el ojo de Dios. El pie de la escala en la cual se halla descansa en el cieno de lo material: su parte superior se apoya en el mundo de lo ideal; mundo que, cuando el hombre llega al último peldaño, cesa de ser un mero ideal y es reconocido como lo Real. Mientras el investigador no alcance este peldaño  del conocimiento, lo ideal pertenece para él, a pesar de todos los conceptos y las pruebas, al dominio de la fantasía.

Sankaracharya, el maestro indio, distingue cuatro mundos, o grados de conciencia:


1.- La Conciencia Absoluta o Mundo Divino.
(Parabrahm).
2.- La Conciencia divina relativa o Mundo Celestial.
(Brahma).
3.-La  conciencia  astral,  la  región  media  o  «mundo  de  los espíritus».
4.-La conciencia personal o mundo material,  cuya manifestación exterior  es el  hombre  visible  y  el  dominio  de  los  fenómenos corpóreos.



En  estos  cuatro  grados  de  existencia,  la  conciencia  personal  es  un reflejo de la conciencia del alma, la conciencia del alma un reflejo del Espíritu celestial, y la Conciencia espiritual un reflejo de lo Absoluto en lo Celestial.

Se sigue de aquí, que para elevarse de la conciencia personal hasta Dios, es preciso desarrollarse de un grado a otro, y que cuando un hombre se imagina haber llegado al conocimiento divino, sin haber pasado primero por los grados intermedios, padece un error  y es el juguete de su fantasía. La fantasía tiene alas por medio de las cuales puede elevarse a la altura que quiera; pero la evolución del hombre no hace  cabriolas, sino que a como tiene que evolucionar la forma terrenal del hombre, primero del reino mineral, luego del vegetal hasta el animal; así como del gusano se origina un reptil, del reptil un pájaro, del pájaro un mamífero y finalmente la forma humana (no el hombre), del mismo modo el hombre interno que habita en esta forma, tiene que abrirse camino de un grado de la  conciencia a otro, por lo que tiene siempre necesidad del grado inferior como apoyo para alcanzar los superiores. Se  trata,  por  supuesto,  de  una  elevación  verdadera  y  consciente  a una existencia  superior.  

(Así  como,  por  ejemplo,  un  hombre  puede  dormirse profundamente sin sumergirse primero en el estado de ensueños, del mismo modo puede el alma, después de la muerte del cuerpo, entrar rápidamente en el estado celestial sin tener un contacto consciente detenido con la región media (Kama loca); pero en ambos casos no se trata de ninguna evolución superior sino tan solo de un cambio de la existencia).

Además, nos enseña la Doctrina Secreta, que pueden distinguirse en la naturaleza humana siete principios o fuerzas unidas en un ser, a saber: 



Como vemos, no se incluye en esta división mística el cuerpo material y tosco del hombre, porque es tan sólo la casa en que mora el hombre, sin cuyo morador no tiene ninguna vida o conciencia propia.

Los  tres  superiores  de  estos  siete  principios  pertenecen  al Hombre divino.  Forman  la  indivisible  trinidad  de  Conocimiento, Conocedor  y Conocido, la santa «Tríade». 

El Espíritu divino pertenece al Mundo Divino, el Alma Celestial y la Mente iluminada al Mundo Celestial, las fuerzas inferiores del alma y el cuerpo astral a la región media (plano astral) y la fuerza vital (reflexión del Espíritu), así como el cuerpo material, al mundo material.  La Mente y la inteligencia componen al alma humana, y aquí tiene lugar la batalla entre las fuerzas superior e inferior, los Pandavas y los Kurús, descrita en el Bhagavad Gîtâ. En la parte superior del alma (de la conciencia), Krishna, el Hombre divino, tiene su trono; la parte inferior está habitada por los fariseos los literalistas, por las preocupaciones, los instintos y las pasiones animales, los  Asuras  y  los  demonios.  Sin  embargo,  cuanto más  se  aproxima  la inteligencia  a  la  Luz      divina,  tanto  más  se ilumina  y  participa  de  su inmortalidad. 

Si entra en esta luz, alcanza, no una «disolución en la nada», sino una elevación del conocimiento divino en él, sin que por ello él pierda su individualidad;  así  también  un  hombre  no  puede  alcanzar  la  razón sino llegando a ella. La razón es una sola; mas son muchos los hombres faltos de razón.

Aquí  seguirán  una  multitud  de  preguntas  a  las  que  no  es posible responder  en  el  corto  espacio  de  que  disponemos;  pero cuanto  más  se despierta el deseo de alcanzar el verdadero conocimiento de mismo, para lo cual se dan los medios en el Bhagavad Gîtâ, tanto más se aclarará todo lo que precede sin muchas explicaciones.

Sabemos que el hombre material no es un ser separado e independiente de la naturaleza. Su cuerpo, por su esencia, es uno con ella y está formado de los mismos elementos. Sólo durante su vida en la tierra, ofrece un fenómeno que parece diferente de los demás fenómenos de la naturaleza. Cuando muere, los elementos de que se componía este fenómeno, regresan a su origen, y luego vuelven a la existencia en otras formas. Es, pues, un error que padece el hombre que no ha alcanzado el conocimiento de la Verdad, tomar su ilusión por su conciencia propia, porque esta ilusión procede de su percepción de la multiplicidad de los fenómenos en los cuales no reconoce al Ser que los une a todos.  Si  entra en  el  verdadero  conocimiento,  no pierde  por  ello  su individualidad espiritual, que ha alcanzado con mucho trabajo; sino que se reconoce a sí mismo como una unidad en la Unidad, uno en su conciencia con Dios, y diferente en apariencia de otros seres divinos. La ilusión divina del Yo, cesa sólo cuando, al fin de un Kalpa, el hombre, totalmente convertido en Dios, vuelve a su origen (a  mismo).  (Bhagavad tâ, IX, 7. Compárese Sankaracharya, «Tattwa Bodha», Parte I, XXIV).

Sólo se puede tratar de un «ego»  que está separado de otros «egos» mientras  existen   todavía  cuerpos  separados  unos  de  otros, sea  de  una naturaleza gloriosa o únicamente material, en los cuales obra la conciencia divina. Empero,   la   misma   conciencia   divina   no   es sino   una;   es   la omniconciencia del Universo, la cual, en el hombre espiritualmente iluminado, alcanza la verdadera conciencia de sí.

Sankaracharya distingue cinco «cuerpos» o «envolturas» (Koshas) que cubren al Espíritu divino en el hombre: 

1.-Annamaya Kosha.  El fenómeno material.
2.-Pranamaya Kosha. El fenómeno vital.
3.-Manamaya Kosha.  El «cuerpo del pensamiento».
4.-Vichnanamaya KoshaLa «forma del conocimiento».
5.-Anandamaya KoshaLa forma de la santa existencia.



«Maya» equivale a «imagen» o «idea». Nuestra propia personalidad es, como expresa Schopenhauer, un producto de la voluntad y de la ideación del «Yo» que habita en nosotros. «Kosha» quiere decir «envoltura». Mientras haya una ideación del «yo», aun cuando fuera en el cielo, esta ideación ha de producir  una  imagen,  un ser,  un  fenómeno, aunque  esos  cuerpos  fuesen constituidos de una manera muy diferente de nuestros cuerpos perecederos, y según la naturaleza del planeta en que habitaren o el grado de existencia en que se encontraren. De estos cinco «cuerpos», el primero pertenece al mundo material, el segundo y el tercero al mundo astral, el cuarto y el quinto al mundo celestial o plano de la conciencia.

Pero en la conciencia absoluta superior (el mundo divino) no existe ninguna forma, de lo cual se puede convencer cada uno cuando se sumerge en su conciencia más interior, en la cual cesa toda ideación. En el puro Manantial de  todas  las  cosas, todo  es  uno.  Él  mismo  es  todo;  es  el conocedor,  lo conocido y el conocimiento en uno. Nada hay fuera de Él, y lo que parece estar fuera de Él, no es sino una apariencia; pero Él es el Ser.

Cada uno de estos grados de existencia tiene su propia capacidad de percepción y sensación, la cual no tiene enlace con la de los otros grados; y lo que se percibe en uno de estos estados, parece ser real mientras se está en él. En el estado de vigilia reconocemos las ilusiones de nuestros sueños; durante el sueño, tenemos por reales las imágenes de nuestra visión, y no podemos formarnos ningún concepto del estado de vigilia, porque entonces estamos privados de la razón que juzga. De igual suerte tampoco sabe el alma en  el cielo cosa alguna de lo que pasa en la tierra, pero, en verdad, toda la gloria de que  se  ve  rodeada  y  que se  ha  labrado  por  sus buenos  pensamientos  y acciones, es para ella una realidad. 

Así también los habitantes del plano astral saben  tan  poco de nosotros  como  nosotros  de  ellos,  excepto  que ciertos «espíritus ligados a la tierra» que se encuentran en un estado de ensueño semejante al del hombre cuando se halla entre el sueño y la vigilia, se sienten atraídos por algún deseo a nuestro plano material, y comunican con el hombre, de lo cual dan testimonio los fenómenos de las sesiones espiritistas, por mal comprendidos que éstos sean. Puede mencionarse de paso que sólo pocos de estos fenómenos provienen de los muertos; pero no es aquí el lugar para dar la explicación de las causas diversas por las cuales se producen.

Por el contrario, aquel que ha logrado reunirse con su Yo divino, no se encuentra ya ligado a las condiciones de su «yo» personal; es libre en el conocimiento propio de la Verdad y su conciencia es independiente de la conciencia de su personalidad, ya sea que ésta duerma o que vigile. Desde su elevación divina, puede conocer todos los planos inferiores de existencia, así como el que se halla en la cumbre  de una montaña puede ver las alturas inferiores y los valles; mientras que  el que es abajo  puede, seguramente, imaginarse lo que quizás se ve arriba,  pero nada cierto sabe tocante a ello mientras no llega el mismo a la cumbre. 

Como se ha dicho ya, cada uno de los principios de la constitución del hombre corresponde al principio con el cual tiene relación en la gran naturaleza, y por el cual es sustentado. El cuerpo material  del  hombre nace  de  la  naturaleza  material y  de  ella  recibe  su alimento. Cuando tiene hambre, procura saciarla, y la naturaleza abre su tesoro y  satisface sus  necesidades.  

El  hombre  recibe  la  vida  de  la Vida de  la naturaleza; sus instintos y pasiones son los que dominan en la naturaleza y están representados en el reino animal. No son productos de su cuerpo, aunque el cuerpo es el instrumento que sirve para que se manifiesten. La codicia, la ira, la envidia, el amor, etc., son las mismas fuerzas en  un  perro  que  en un hombre; no hay más que un solo impulso para robar o para asesinar, y puede manifestarse  lo mismo  en  un  animal  que  en  un  hombre.  

Estas  fuerzas pertenecen al plano astral y al hombre astral, y la pasión del individuo es criada y sustentada por la suma de las fuerzas correspondientes del alma del mundo,  lo  cual  está  confirmado de muchos  modos,  entre  otros,  por  los contagios morales y los crímenes epimicos que se suceden tan fácilmente como los contagios físicos y las enfermedades epimicas, aunque la ciencia médica no haya descubierto el «bacilo» espiritual.

Lo mismo pasa en el plano intelectual. El espíritu del hombre engendra pensamientos; pero no los produce. El espíritu sediento de saber, junta ideas y las combina en nuevos pensamientos. Las ideas vienen al que las busca, como las pasiones vienen a los que ceden a ellas. La organización del principio pensante en el hombre, es un producto del mundo del Pensamiento. Las ideas
cual gérmenes, entran en la mente, crecen y producen fruto. El mundo del pensamiento   del   hombre   individual   es   alimentado   por   el   Mundo   del Pensamiento del Todo. La incredulidad de los hombres científicos respecto de la acción a distancia del pensamiento, es hoy un punto de vista conquistado. El pensamiento engendrado en el cerebro  de un hombre, puede operar sobre el cerebro de otro, y al llegar a madurarse si encuentra un  terreno fértil. 

Los inventores   son   testigos   de   ello.   Sabemos   cuándo   nos «ocurre» un pensamiento;  pero  no  es  tan  fácil  determinar  de  dónde  vienen nuestros pensamientos ni a dónde van.

Y del mismo modo que los principios anteriores, el conocimiento divino en el hombre es sustentado y fortalecido por el Espíritu de Sabiduría del Universo. El hombre divino en el hombre exterior, nace de Dios y es sustentado por Él, así como el hombre exterior nace de la naturaleza terrestre y es sustentado por ella. El que desea con ansia el conocimiento de la Verdad, la encuentra; el que desea a Dios con ansia, lo encuentra si lo busca en el propio lugar. Por esto dice el Bhagavad tâ: «Mediante el sacrificio alimentad a los Dioses, a fin de que los Dioses, a su vez, os proporcionen vuestro alimento, y auxiliándoos así mutuamente,   podáis   vosotros   alcanzar   la   suprema bienaventuranza».
(Bhagavad Gîtâ, III, 11).

La misma ley opera en todos los reinos de la naturaleza. Así como el aire entra impetuosamente en una vasija en que se ha hecho el vacío, tan luego como encuentra alguna entrada; así como un rayo de sol penetra en el cáliz de la flor luego que el botón se abre;  así como la inquietud y el descontento entran en el alma de aquel que no se opone a ellos, y pensamientos sublimes vienen al que es capaz de recibirlos, del mismo modo entra impetuosamente el Amor de Dios, del cual procede el Conocimiento, en el corazón de aquellos que se elevan hacia Él y lo reciben con amor. Esto confirma el antiguo refrán del Sohar, que dice: «Así como es abajo es arriba. Todo lo que existe en el mundo tiene su tipo original en el supramundo, y nada hay de insignificante en la tierra que no dependa de algo superior; de modo que, cuando lo inferior se eleva, lo superior desciende a encontrarlo».

Y así como cada cosa nace de la Naturaleza a la cual pertenece, del mismo modo vuelve cada cosa a la naturaleza de la cual ha nacido; el cuerpo del hombre a los elementos, su fluido vital a la fuerza vital de la naturaleza, sus   instintos   y pasiones   al   mundo  de   los   deseos (Kama-loka),   sus pensamientos   al Mundo del   Pensamiento,   su   parte celestial   al   Cielo (Devachán),  su  ser  divino a  Dios.  

Mas  aquella  parte  con  la  cual  se  ha identificado por su voluntad durante la  vida, le detendrá, aun después de la muerte, en aquel plano al cual pertenece, hasta que se despoje de ella. «Todos los mundos, - dice el Bhagavad Gîtâ - emanan de Brahma y a Él vuelven una y otra vez; pero el que llega hasta Mí, no volverá ya a nacer» (Bhagavad Gîtâ, VIII, 16); y en otro lugar agrega, respecto a los impíos: «Egoístas, violentos e iracundos, estos hombres viciosos Me odian en su propio cuerpo y en el de los demás. Pero a estos enemigos depravados, crueles, impuros y sumidos en la abyección más profunda, Yo los arrojo en el seno de los Asuras (Demonios)».
(Bhagavad Gîtâ, XVI, 19).

Esto es, en resumen, el bosquejo de la doctrina de la doble naturaleza del hombre, con la cual Arjuna tiene que luchar mientras es colocado entre los dos polos de su ser, el bueno y el malo, y entre lo eterno y lo transitorio.

Ha de escoger entre la batalla y la vida eterna, y la debilidad y la muerte. De su elección depende su futura gloria. Será  difícil  ver  en esta doctrina,  una  vez se comprenda,  algo  que contradiga a la sana razón, y a la ciencia le será difícil encontrar en ella, cuando quede explicada, nada que le repugne ni que le choque.

Continua...

Doctrina del Conocimiento según el Bhagavad Gîtâ


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