Franz
Hartmann
Capitulo II
Para poder apreciar en toda su extensión el asunto de que trata el Bhagavad Gîtâ, es necesario estudiarlo junto con los demás libros de los Vedas, porque la Sabiduría divina que forma su sustancia, no se refiere únicamente a una sola parte o a una clase de objetos
de la naturaleza, sino al Todo. El conocimiento de la naturaleza de una sola cosa depende del conocimiento de la naturaleza
del Todo, y sólo a aquel que reconoce la entera Unidad de la naturaleza en todo, se presenta clara su manifestación en las
fuerzas, formas y fenómenos individuales.
La ciencia
del Bhagavad Gîtâ se refiere a todo, a Dios, al cielo y a la tierra; o, en otras palabras: a la única
Divinidad y la multiplicidad de sus manifestaciones en la naturaleza visible e invisible, al origen del mundo y a la evolución de sus formas, al dominio de
los dioses y de los demonios, así como a los seres que habitan en la invisible
región media del plano astral.
Trata de la constitución septenaria del universo
y del hombre, de su origen celestial, del objeto de su existencia, del camino que
tiene que seguir cuando quiere llegar a la meta, de la reencarnación en cuerpos terrenales necesaria
para esto, y de la ley de Karma o de la Necesidad,
la cual dirige sus destinos, y en consecuencia de la cual recoge siempre lo que ha sembrado, hasta que, salvado por el amor divino que en él se ha convertido en poder, queda libre de su personalidad transitoria, y, por consiguiente, de las imperfecciones
de ésta también. Nos enseña asimismo el origen del Mal, la
existencia inmortal del Bien y la necesidad del Mal, ya que sólo venciendo a
éste se puede conseguir
el conocimiento del Bien, del mismo modo que no se
podría aprender a apreciar el valor
de la luz si no hubiera oscuridad de que
distinguirla.
El conocimiento de los secretos divinos de la
naturaleza es posible sólo para el hombre divino que ha renacido en el
espíritu, y cuando se conoce
la Verdad,
se entiende por sí misma y no necesita
más prueba.
Sin embargo, la naturaleza entera está llena de evidencias de la Verdad para los que saben leerlas. Pero cada uno tiene que buscar y encontrar en sí mismo la evidencia
más cierta, y en el Bhagavad Gîtâ se enseña el medio que
se ha de emplear. Consiste en dominar al error, y ante todo, a la ilusión de la personalidad. Si se domina al error, se manifiesta la Verdad
en su esplendor, así como el sol aparece
cuando se disipan las nubes
que lo ocultaban. Si se domina
a la
ilusión
de la individualidad, se descubre
el verdadero
Yo.
La personalidad del hombre es la forma viviente, pensante y senciente, en la cual evoluciona a la existencia individual el hombre verdadero,
espiritual y conocedor; no es el verdadero hombre, sino sólo su apariencia, la máscara (persona) bajo la cual se oculta el hombre real. Aquel que no conoce más que
su existencia personal y para quien ésta es todo, no puede reconocer a su
verdadero Yo (Dios). Para él la renuncia de la personalidad es una disolución
en la nada; mas para el sabio que ha alcanzado la verdadera conciencia, esta
renuncia es la entrada en la omniconciencia
del Espíritu divino en el Universo
Según la doctrina índica, cuyo origen puede remontarse a los antiguos atlantes, el mundo entero es una manifestación de la divina
omniconciencia, lo
cual, en los diferentes planos de existencia, se expresa diversamente, según las condiciones que encuentra en las formas existentes. Pero, como lo sabe todo
místico, el pequeño mundo llamado «hombre», es un fiel retrato del macrocosmo, o del universo, y, por tanto, hay que distinguir
en él, además, estas
varias tomas de conciencia, planos de existencia, o mundos. También son por completo diferentes unos de otros estos estados de conciencia, como,
por
ejemplo, la vida durante el sueño es muy diferente
a lo que es durante la
vigilia, y la conciencia de un hombre inteligente es diferente de la de una
planta que ya tiene sensibilidad, sensación,
y, por tanto, una conciencia particular, aunque
no tenga la facultad de pensar.
Se sigue de aquí, que para elevarse de la conciencia personal hasta Dios,
es preciso desarrollarse de un grado a otro,
y que cuando un hombre se imagina haber llegado al conocimiento divino, sin haber pasado primero por los
grados intermedios, padece un error
y es el juguete de su fantasía. La fantasía tiene alas por medio de las cuales puede
elevarse a la altura que
quiera; pero la evolución
del hombre no hace
cabriolas, sino que así como tiene que evolucionar la forma terrenal del hombre, primero del reino mineral, luego
del vegetal hasta el animal; así como del gusano se origina un reptil, del reptil un pájaro, del pájaro un mamífero y finalmente la forma humana (no el hombre), del mismo modo el hombre interno que habita
en esta forma, tiene
que abrirse camino de un grado de la conciencia a otro, por lo que tiene siempre necesidad
del grado inferior
como apoyo para alcanzar los superiores.
Se trata, por supuesto, de una elevación verdadera y consciente
a una existencia superior.
Sankaracharya distingue cinco
«cuerpos» o «envolturas» (Koshas) que
cubren al Espíritu divino en
el hombre:
Cada uno de estos grados de existencia tiene su propia capacidad de percepción y sensación,
la cual no tiene enlace con la de los otros grados; y lo que se percibe en uno de estos estados, parece ser real mientras se está en él.
En el estado de vigilia
reconocemos las ilusiones de nuestros sueños;
durante el sueño,
tenemos por reales
las imágenes de nuestra visión,
y no podemos formarnos ningún concepto
del estado de vigilia,
porque entonces estamos
privados de la razón que juzga. De igual suerte tampoco sabe el alma en el cielo cosa alguna de lo que pasa en la tierra, pero, en verdad, toda la gloria de que se ve rodeada y que se ha labrado por sus buenos pensamientos y
acciones, es para ella una realidad.
Lo mismo pasa en el plano intelectual. El espíritu del hombre engendra pensamientos; pero no los produce. El espíritu sediento de saber, junta ideas y
las combina en nuevos pensamientos. Las ideas vienen al que las busca, como las pasiones vienen a los que ceden a ellas. La organización del principio pensante en el hombre, es un producto del mundo del Pensamiento. Las ideas, cual gérmenes, entran en la mente, crecen y producen fruto. El mundo del
pensamiento del
hombre individual
es alimentado por
el Mundo del Pensamiento del Todo. La incredulidad de los hombres científicos respecto de
la acción a distancia del pensamiento, es
hoy un punto de vista conquistado. El pensamiento engendrado en el cerebro de un hombre, puede operar sobre el
cerebro de otro, y allí llegar a madurarse si encuentra un terreno fértil.
¿Qué es este verdadero Yo?.
A esto contesta el Bhagavad Gîtâ: «Es Brahma, el Yo único e indivisible de todas las cosas, el Ser más elevado que
nunca perece». No se puede enseñarlo a ninguno que no sea capaz de verlo; la
existencia más elevada
quedará probada finalmente sólo cuando el hombre
alcance por sí mismo la conciencia de su propia existencia
divina. No se puede probar
la existencia de la vida al que está muerto,
ni la posibilidad de la vigilia al que está dormido; sólo cuando uno se despierta a la conciencia de la existencia
divina, ésta es percibida y no necesita mayor prueba. El niño en el
seno de la madre, aun cuando fuera capaz de pensar,
no podría concebir
una vida fuera de su prisión; el
adulto
no anhela volver a esa
condición.
Lo que impide al hombre reconocer a Dios, su verdadero Yo, es la ilusión de su propia presunción que le tiene preso. Ningún conocimiento
divino es posible sin dominar a esta
ilusión. Así como un caracol no puede por ninguna especie de esfuerzos obtener la luz del sol ni ponerse en movimiento mientras permanece oculto en su concha, del mismo modo la luz del conocimiento de Dios no puede
llegar a la conciencia de los que se hallan encerrados dentro de las estrechas limitaciones en que los mantiene la
presunción. Brahma es indivisible.
El
eterno Yo de
todos
los seres no está dividido en los seres. La misma eterna Verdad, que se manifiesta
en una interminable multiplicidad de fenómenos, no puede ser analizada ni cortada en pedazos.
El que quiere
conocerla, tiene que abandonar su separatividad; no
puede hacerla bajar hasta sí, pues no cabe lo grande en lo pequeño, ni la
libertad en la limitación.
El que quiere conocer a Brahma, tiene que entrar en
la existencia divina; tiene que salir del caracol de su personal conocimiento de
sí y
crecer en la luz del conocimiento de Dios. Mas esto no se efectúa por el
juego de la fantasía o de la concepción científica, sino por el poder resolvente del amor al bien en todo, el cual es el poder del Bien y el espíritu del verdadero conocimiento.
(Nirvana).
En el Bhagavad
Gîtâ se lee: «Conságrame tu corazón, hónrame,
dobléguese ante mí tu obstinación; así vendrás a mí. Aquel que me honra y reconoce a mi santo Espíritu,
puede volverse uno conmigo». El que así habla no es ningún dios exterior o eclesiástico, ningún ser separado del hombre,
ninguno que interviene en los asuntos personales de los hombres,
o al cual se
puede, con súplicas
y argumentos, inducir a cambiar su voluntad; sino la conciencia divina que está dormida en el hombre no iluminado, y despierta
en el hombre iluminado,
y por la cual el hombre alcanza el conocimiento de su verdadera existencia divina. Es el mismo Dios que en la Biblia dice: «Venid a
mí
todos los que estáis cansados
y agobiados, y yo os daré descanso». Aquel que renuncia a su personalidad y en la verdadera conciencia de sí encuentra
refugio, abandona con su separatividad todos los sufrimientos y calamidades y encuentra descanso y felicidad
en el «Yo» infinito.
Generalmente el hombre sólo está satisfecho cuando se olvida a sí mismo. Por esto busca diversiones y
pasatiempos, y procura olvidarse a sí mismo y a lo que le oprime. Pero una diversión no es una entrada en un grado superior del conocimiento. Este no se alcanza
de tal manera sino por el recogimiento y la elevación interiores.
Para hacer esto claro,
es necesario saber que
el hombre es capaz de
entrar en varios grados de conciencia, ya elevados, ya bajos, y esto nos lleva a
la consideración de la constitución séptupla del hombre.
Estos estados de conciencia no existen en el hombre al mismo tiempo y en yuxtaposición, sino que pueden compararse a los peldaños de una escala, que es el hombre mismo, la cual puede él subir y bajar. Al pasar a un estado
de su conciencia, abandona otro; casi se abre
en él el ojo del Espíritu, desaparece el mundo de los sentidos;
si el mundo exterior entra en su conciencia por sus percepciones sensuales, se cierra
en él el ojo de Dios. El
pie de la escala en la cual se halla descansa en el cieno de lo material:
su parte superior se apoya en el mundo de lo ideal; mundo que, cuando el hombre llega
al último peldaño,
cesa de ser un mero ideal y es reconocido como lo Real. Mientras el investigador no alcance este peldaño
del conocimiento, lo ideal
pertenece para él, a pesar de todos los conceptos y las pruebas, al dominio de la fantasía.
Sankaracharya, el maestro indio, distingue cuatro
mundos, o grados de conciencia:
1.- La Conciencia Absoluta
o Mundo Divino.
(Parabrahm).
2.- La Conciencia
divina relativa o Mundo Celestial.
(Brahma).
3.-La
conciencia astral, la región media o «mundo de los espíritus».
4.-La conciencia personal o mundo material, cuya manifestación exterior es el hombre visible y el dominio de los fenómenos corpóreos.
En estos cuatro
grados de existencia, la conciencia personal es un reflejo de la conciencia del alma, la conciencia del alma un reflejo del Espíritu celestial, y la Conciencia espiritual un reflejo
de lo Absoluto en lo Celestial.
(Así como, por ejemplo, un hombre puede dormirse
profundamente sin sumergirse primero en el estado de ensueños, del mismo
modo puede el alma, después de la muerte del cuerpo, entrar rápidamente
en el estado celestial sin tener un contacto consciente detenido con la región media (Kama loca); pero en ambos casos no se trata de ninguna
evolución superior sino tan
solo de un cambio de la existencia).
Además, nos enseña
la Doctrina Secreta, que pueden distinguirse en la naturaleza humana siete principios o
fuerzas unidas en un ser, a saber:
Como vemos, no se incluye en esta división mística el cuerpo material y tosco del hombre, porque es tan sólo la casa en que mora el hombre, sin cuyo
morador no tiene ninguna
vida o conciencia propia.
Los tres superiores de estos siete principios pertenecen al Hombre divino. Forman la indivisible
trinidad de Conocimiento, Conocedor y
Conocido, la santa «Tríade».
El Espíritu divino pertenece al Mundo Divino, el
Alma
Celestial y la Mente iluminada al Mundo
Celestial, las fuerzas inferiores del alma y el cuerpo astral a la región media (plano astral) y la fuerza vital (reflexión del Espíritu), así como el cuerpo material,
al mundo material.
La
Mente y la inteligencia componen al alma humana, y aquí tiene lugar la batalla entre
las fuerzas superior e inferior, los Pandavas y los Kurús, descrita en el Bhagavad Gîtâ. En la parte superior del alma (de la conciencia), Krishna, el Hombre divino, tiene su trono; la parte inferior está habitada por los fariseos y los literalistas,
por las preocupaciones, los instintos y las pasiones
animales, los Asuras y los demonios. Sin embargo, cuanto más se aproxima la inteligencia a la Luz divina, tanto más se ilumina y participa de su inmortalidad.
Si entra en esta luz, alcanza, no una «disolución en la nada»,
sino una elevación del conocimiento divino en él, sin que por ello él pierda su individualidad; así también un hombre no puede alcanzar la razón sino llegando a ella. La razón es una sola; mas son muchos los hombres faltos de razón.
Aquí seguirán una multitud de preguntas a las que no es posible
responder en el corto espacio de que disponemos; pero cuanto más se
despierta el deseo de alcanzar el verdadero conocimiento de sí mismo, para lo
cual se dan los medios en el Bhagavad Gîtâ, tanto más se aclarará todo lo que
precede sin muchas explicaciones.
Sabemos que el hombre material no es un ser separado e independiente de la naturaleza. Su cuerpo, por su esencia, es uno con ella y está formado de los
mismos elementos. Sólo durante su vida en la tierra, ofrece un fenómeno que parece diferente de los demás fenómenos de la naturaleza. Cuando muere, los
elementos de que se componía este fenómeno, regresan a su origen, y luego
vuelven a la existencia en otras formas. Es, pues, un error que padece el hombre que no ha alcanzado
el conocimiento de la Verdad,
tomar su ilusión por su conciencia propia, porque esta ilusión procede de su percepción de la
multiplicidad de los fenómenos en los cuales no reconoce
al Ser que los une a
todos. Si entra en el verdadero conocimiento, no pierde por ello su
individualidad espiritual, que ha alcanzado con mucho trabajo; sino que se reconoce a sí mismo como una unidad en la Unidad, uno en su conciencia con
Dios, y diferente en apariencia de otros seres divinos. La ilusión divina del
Yo, cesa sólo cuando, al fin de un Kalpa, el hombre, totalmente convertido en Dios,
vuelve a su origen (a sí
mismo). (Bhagavad Gîtâ, IX, 7. Compárese Sankaracharya, «Tattwa Bodha», Parte I, XXIV).
Sólo se puede tratar de un «ego»
que está separado de otros «egos» mientras existen todavía cuerpos separados unos de otros, sea de una
naturaleza gloriosa o únicamente material, en los cuales obra la conciencia
divina. Empero, la misma conciencia divina no es sino una; es la
omniconciencia del Universo,
la cual, en el hombre espiritualmente iluminado,
alcanza la verdadera conciencia
de sí.
1.-Annamaya Kosha. El fenómeno material.
2.-Pranamaya
Kosha. El fenómeno
vital.
3.-Manamaya Kosha. El
«cuerpo del pensamiento».
4.-Vichnanamaya Kosha. La «forma del
conocimiento».
5.-Anandamaya Kosha. La forma de
la santa existencia.
«Maya» equivale a «imagen» o «idea». Nuestra propia personalidad es,
como
expresa Schopenhauer, un producto de la voluntad
y de la ideación del «Yo» que habita en nosotros. «Kosha» quiere decir «envoltura». Mientras
haya una ideación del «yo», aun cuando fuera en el cielo, esta ideación
ha de producir una imagen, un ser, un fenómeno, aunque esos cuerpos fuesen
constituidos de una manera muy diferente de nuestros cuerpos perecederos, y según la naturaleza del planeta en que habitaren o el grado de existencia en que se encontraren. De estos cinco «cuerpos», el primero pertenece
al mundo material, el segundo y el tercero al mundo astral,
el cuarto y el quinto al mundo celestial
o plano de la conciencia.
Pero en la conciencia absoluta
superior (el mundo divino) no existe ninguna forma, de lo cual se puede convencer cada uno cuando se sumerge en
su conciencia más interior, en la cual cesa toda ideación. En el puro Manantial
de todas las cosas, todo
es uno. Él mismo es todo; es el conocedor, lo conocido
y el conocimiento en uno. Nada hay fuera de Él, y lo que parece
estar fuera de Él, no es sino una apariencia; pero Él es el Ser.
Así también los habitantes del plano astral
saben tan poco de nosotros como nosotros de ellos, excepto que ciertos «espíritus ligados a la tierra» que se encuentran en un estado
de ensueño semejante al del hombre cuando se halla entre el sueño y la vigilia, se sienten atraídos por algún deseo a nuestro plano material, y comunican con el hombre, de
lo cual dan testimonio los fenómenos de las sesiones
espiritistas, por mal
comprendidos que éstos sean. Puede mencionarse de paso que sólo pocos de estos fenómenos provienen de los muertos; pero no es aquí el lugar para dar la
explicación de las causas
diversas por las cuales
se producen.
Por el contrario, aquel que ha logrado reunirse con su Yo divino, no se encuentra ya ligado a las condiciones de su «yo» personal; es libre
en el conocimiento propio de la Verdad y su conciencia es independiente
de la conciencia de su personalidad, ya sea que ésta duerma o que vigile. Desde su elevación divina, puede conocer todos los planos inferiores de existencia, así como el que se halla en la cumbre
de una montaña puede ver las alturas inferiores y los valles; mientras
que el que está abajo
puede, seguramente, imaginarse lo que quizás se ve arriba, pero
nada cierto sabe tocante a ello
mientras no llega el mismo a la cumbre.
Como se ha dicho ya, cada uno de los
principios de la constitución del hombre corresponde al principio con el cual tiene relación
en la gran naturaleza, y por el cual es sustentado. El cuerpo material del hombre nace de la naturaleza material
y de ella recibe su alimento.
Cuando tiene hambre, procura saciarla,
y la naturaleza abre su tesoro y satisface sus necesidades.
El hombre recibe la vida de la Vida de la naturaleza; sus instintos y pasiones son los que dominan en la naturaleza
y están representados en el reino animal. No son productos de su cuerpo, aunque
el cuerpo es el instrumento que sirve para que se manifiesten. La codicia, la ira, la envidia, el amor, etc., son las mismas fuerzas en un perro que en un
hombre; no hay más que un solo impulso para robar o para asesinar,
y puede manifestarse lo mismo en un animal que en un hombre.
Estas fuerzas pertenecen al plano astral y al hombre astral, y la pasión del individuo es criada y sustentada por la suma de las fuerzas correspondientes del alma del mundo, lo cual está confirmado de muchos modos, entre
otros, por los
contagios morales y los crímenes epidémicos que se suceden
tan fácilmente como los contagios físicos y las enfermedades epidémicas, aunque la ciencia médica no haya descubierto
el «bacilo» espiritual.
Los inventores son testigos de ello. Sabemos cuándo nos «ocurre» un pensamiento; pero no es tan fácil determinar de dónde vienen nuestros
pensamientos ni a dónde
van.
Y del mismo modo que los principios anteriores, el conocimiento divino en el
hombre es sustentado
y fortalecido por el Espíritu de Sabiduría del Universo. El hombre divino en el hombre exterior, nace de Dios y es sustentado por Él,
así como el hombre exterior nace de la naturaleza terrestre y es sustentado por ella. El que desea con ansia el conocimiento de la Verdad, la encuentra; el que desea a Dios con ansia, lo encuentra si lo busca en el propio lugar. Por esto
dice el Bhagavad Gîtâ: «Mediante el sacrificio alimentad a los Dioses, a fin de
que los Dioses, a su vez, os proporcionen vuestro alimento, y auxiliándoos así
mutuamente, podáis vosotros alcanzar la suprema bienaventuranza».
(Bhagavad Gîtâ, III,
11).
La misma ley opera en todos los reinos de la naturaleza. Así como el aire
entra impetuosamente en una vasija en
que se ha hecho el vacío, tan luego como encuentra alguna entrada; así como un rayo de sol penetra en el cáliz de la flor luego que el botón se abre; así como la inquietud y el descontento
entran en el alma de aquel que no se opone a ellos, y pensamientos
sublimes vienen al que es capaz de recibirlos, del mismo modo entra impetuosamente el Amor de Dios, del cual procede el Conocimiento,
en el corazón de aquellos
que se elevan hacia Él y lo reciben
con amor. Esto confirma el antiguo refrán
del Sohar, que dice: «Así como es abajo es arriba. Todo lo que existe en el
mundo tiene su tipo original
en el supramundo, y nada hay de insignificante en la tierra que no dependa
de algo superior; de modo que, cuando lo inferior se
eleva, lo superior
desciende a encontrarlo».
Y así como cada cosa nace de la Naturaleza a la cual pertenece, del mismo modo vuelve cada cosa a la naturaleza de la cual ha nacido; el cuerpo
del hombre a los elementos, su fluido vital a la fuerza vital
de la naturaleza, sus instintos y pasiones al mundo de los deseos (Kama-loka), sus
pensamientos al Mundo del Pensamiento, su parte celestial al Cielo (Devachán), su ser divino a Dios.
Mas aquella parte con la cual se ha identificado por su voluntad
durante la vida, le detendrá, aun después de la muerte, en aquel plano al cual pertenece, hasta que se despoje de ella. «Todos
los mundos, - dice el
Bhagavad Gîtâ - emanan
de Brahma y a Él vuelven una y otra vez; pero el que llega hasta Mí, no volverá ya a nacer» (Bhagavad Gîtâ, VIII, 16); y en otro lugar agrega, respecto a los impíos: «Egoístas, violentos e
iracundos, estos hombres viciosos Me odian en su propio cuerpo y en el de los
demás. Pero a estos enemigos depravados, crueles, impuros y sumidos en la abyección más profunda, Yo los arrojo en el seno de los Asuras (Demonios)».
(Bhagavad Gîtâ, XVI, 19).
Esto es, en resumen, el bosquejo de la doctrina de la doble naturaleza del
hombre, con la cual Arjuna tiene que luchar
mientras está colocado
entre los dos polos de su ser, el bueno y el malo, y entre lo eterno y lo transitorio.
Ha de escoger
entre la batalla
y la vida eterna, y la debilidad y la muerte.
De su elección depende su
futura gloria. Será difícil ver en esta doctrina, una vez se comprenda, algo
que contradiga a la sana razón, y a la ciencia le será difícil encontrar en ella,
cuando quede explicada,
nada
que le repugne ni que le
choque.
Continua...
Doctrina del Conocimiento
según el Bhagavad Gîtâ
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