Los
Oráculos Caldeos (Logia,
Oracula, Responsa) son el producto de un sincretismo helénico y, más
concretamente, alejandrino.Por
aquel entonces, la verdadera filosofía religiosa alejandrina se entendía como
una mezcla de elementos órficos, pitagóricos, platónicos y estoicos, y
constituía la teología de los eruditos de Alejandría, ciudad que a partir del
tercer siglo a. J.C. se transforma gradualmente en el centro de la cultura
helénica. En su
íntimo contacto con los pueblos de Oriente, el pensamiento griego se unió
libremente a los entusiastas cultos del misterio ya las tradiciones
centradas en la búsqueda de la sabiduría. También se dedicó un gran esfuerzo a
elaborar un sistema filosófico basado en la mitología, teosofía y gnosis,
sentencias proféticas, apocalipsis simbólico y tradiciones populares
iniciáticas de estos pueblos.
Egipto
y Caldea, considerados como la cuna de las más antiguas tradiciones de la
búsqueda de la sabiduría, se convirtieron en las dos naciones que influyeron
con mayor fuerza en los pensadores griegos. Ya hemos hablado extensamente en los
volúmenes sobre Hermes Trismegisto -el tres veces grande- de cómo el helenismo
elaboró una filosofía con la antigua sabiduría de Egipto.
Sin
ir más lejos, es lo que intentan hacer estos Oráculos con la sabiduría caldea.
Más aún, mientras que en los escritos herméticos debemos manejamos con una
serie de tratados en prosa, en estos Oráculos nos enfrentamos con un único
poema de misterio, cuyo punto de comparación más cercano se establece en el
ciclo de poemas pseudoepigráfi cos de Judíos y Cristianos conocidos como los Oráculos
Sibilinos.
La
gran biblioteca de Alejandría contenía una valiosa colección de manuscritos
denominados por aquellos tiempos «Libros Sagrados de Oriente» y que estaban
redactados en sus lenguas originales. Muchos fueron traducidos, entre
ellos se encuentran Los Libros de los Caldeos. Zosimo, el antiguo alquimista y
miembro de una de las últimas comunidades herméticas, escribe, en alguna parte,
a fines del siglo III d. J.C.:
Los
caldeos, persas, medos y hebreos lo llaman Adán [el Primer Hombre], que haciendo
una interpretación representa la Tierra virgen, la Tierra rojo sangre, la
Tierra ardiente y la Tierra carnal. Estas indicaciones se encontraron en
las colecciones de libros de los Tolomeos, quienes las guardaban en los
templos, y especialmente en el Serapeum.
En
verdad, el término Caldeos es vago y científicamente impreciso. Caldeo
es un sinónimo griego de Babilónico, y es la forma en que ellos tradujeron
literalmente el nombre asirio Kaldu. La verdadera tierra de los Kaldú se
ubicaba exactamente al sudeste de Babilonia, en lo que entonces era la
costa.
Como
dice la Enciclopedia Bíblica:
Los
Caldeos no sólo proveyeron una antigua dinastía a Babilonia, sino que
intentaron invadirla constantemente, ya pesar de las repetidas derrotas de
manos de los Asirios, gradualmente establecieron su dominación. El fundador del
Imperio Neo Babilónico, Nabopolassar (aprox. en el 626 a. J.C.) era un caldeo,
y desde ese momento Caldea significó Babilonia.
Encontramos
el término Caldeos usado en Daniel, como el nombre dado a una casta de sabios. Si bien en tiempos del Imperio
Neo-Babilónico Caldeo significaba Babilónico en el sentido más amplio de
miembro de una raza dominante, después de la conquista persa el término tomó connotación de literati babilónicos y
se convirtió en sinónimo de adivino y astrólogo, y con este sentido pasó a los
escritores clásicos. Sin embargo, veremos a través de los fragmentos del
poema que nos interesa que algunos de los caldeos fueron algo más que adivinos
y astrólogos. Con referencia a las fuentes de este misterioso poema hoy
perdido, los disjecta membra se encuentran principalmente en los libros y
comentarios de los platónicos, es decir, de la escuela neoplatónica. Además
existen cinco tratados del período bizantino que tienen que ver de una
forma directa con las doctrinas de la «filosofía caldea»: cinco capítulos
de un libro de Proclo, tres tratados de Psello (siglo XI) y una carta de un
escritor de cartas contemporáneo, seguidor de Psello.
Pero,
con toda probabilidad, el mayor número de fragmentos se encuentra en los libros
de los filósofos neoplatónicos quienes, desde la época de Porfirio (que tuvo su
auge alrededor del 250-300) y, por lo tanto, podemos concluir del propio
Plotino, el corifeo de la escuela- evidenciaban una alta estima por los Oráculos.
Prácticamente sin interrupción, los seguidores de la escuela creadora del
concepto de la serie de emanaciones (a) los elogia y comenta largamente, de
Porfirio en adelante -Jámblico, Juliano el emperador, Sinesio, Siriano, Proclo,
Hierocles- hasta el último grupo que floreció en la última mitad del siglo VI,
época en que Simplicio, Damascio y Olimpiodoro se ocupaban aún de la filosofía
de los Oráculos. Algunos de ellos -Porfirio, Jámblico y Proclo escribieron
tratados muy elaborados. Así, Siriano compuso una sinfonía de Orfeo, Pitágoras
y Platón haciendo referencia a los Oráculos y explicándolos; en tanto que
Hierocles, en su tratadoSobre
la Providencia, intentó poner en armonía la
doctrina de los Oráculos con los dogmas de la Teurgia y la filosofía de Platón.
Desafortunadamente, todos estos libros se han perdido y debemos contentarnos
con numerosas pero desperdigadas referencias y ocasionales citas en otras
obras, por medio de las cuales han llegado hasta nosotros.
Sería
muy largo discutir la literatura de los Oráculos en esta breve introducción; y,
por cierto, tampoco sería necesario, ya que hasta que apareció el trabajo de
Kroll, este tema nunca había sido tratado con rigor científico. Antes
de Kroll se consideraba, más o menos generalmente, que los Oráculos eran una
colección de dichos derivados de la sabiduría caldea; incluso algunos sostenían
que se trataba de traducciones directas o parafraseadas de un original caldeo. Esta era la impresión general que
derivaba de la vaguedad con la cual los comentaristas neoplatónicos introducían
la obra, por ejemplo: Los Oráculos Caldeos, Los Caldeas, Los Asirios, Los
Extranjeros (lit. Bárbaros o Nativos), la Sabiduría Transmitida por Dios, o
Mistagogía transmitida por los Dioses, y en general, simplemente: Los Oráculos,
el Oráculo, los Dioses o uno de los Dioses. Kroll fue el primero en establecer
que existía una única obra, es decir, un poema en verso hexámetro en el estilo
convencional de las profecías de los oráculos griegos, como era el caso de los
centones sibilinos y homéricos.
La
casi totalidad de los fragmentos de este poema ha sido preservada hasta
nosotros al estar incluidos en el refinado estrato de un comentario muy
elaborado, en el cual las formas simples de las metáforas poéticas y las
expresiones simbólicas del original habían sido amalgamadas con las sutilezas
de una sistematización abstracta y altamente desarrollada, la cual era, en su
mayor parte, extraña al espíritu entusiasta y vital de las manifestaciones
místicas del poema.
Para
comprender las doctrinas del poema original, se hace imprescindible recuperar
los fragmentos que quedan y agruparlos lo mejor posible bajo encabezamientos
generales y que respeten una misma naturaleza. No debemos contentarnos, como se
ha hecho anteriormente, con realizar una lectura a través de los ojos de los
filósofos neoplatónicos, cuya principal preocupación no era sólo hacer
una armonía o sinfonía entre Orfeo, Pitágoras, Platón y los Oráculos, sino que
debemos acomodar forzadamente los Oráculos a sus propias elaboraciones sobre
las doctrinas platónica y neoplatónica. Una vez conseguido esto tendremos ante
nosotros los restos de un misterioso poema dirigido a los «iniciados» y que,
evidentemente, constituye una parte de la instrucción interna de una Escuela o
Comunidad. Aun así, no tendremos el original nítido pues existen numerosas
interpolaciones que se introdujeron sigilosamente en la traducción del texto a
medida que éste pasaba por las manos de muchos escribas.
¿De
cuándo data este poema original? Porfirio ya lo conocía. Ahora bien, Porfirio (
que en griego significa sal común) era un semita de nacimiento y dominaba la
lengua hebrea; quizá también el caldeo. Asimismo, sabemos que era un gran
erudito, que tenía una excelente habilidad crítica y que trabajó arduamente
para tamizar los oráculos genuinos de aquellos falsos, lo que también demuestra
que en aquella época circulaban muchos oráculos.Él recopiló los oráculos
originales en un trabajo, titulado Sobre la Filosofía de los
Oráculos, hoy
perdido; y entre ellos se encuentra el poema que nos ocupa.
Kroll
sitúa este poema a fines del siglo II o comienzos del III, sobre todo porque en
él se respira el espíritu de un cierto «culto de salvación». Este autor afirma
que estos cultos no se difundieron hasta la época de Marco Aurelio (durante los
años 161-180 del imperio). Sin embargo, habían sido muy comunes en Oriente y
Alejandría durante muchos siglos, por lo que no parece que este dato
proporcione alguna indicación de fecha. Los dos Julianos, padre e hijo, al
primero de los cuales Suidas llama un «filósofo caldeo» y al segundo «el
teúrgo» -agregando que éste tuvo su auge en el período de Marco Aurelio-, no
nos ayudarán a esclarecer esta relación. El padre sólo escribió un libro, Sobre los Daimones, y aunque del hijo se han
encontrado textos sobre teurgia, los oráculos teúrgicos y los «secretos de esta
ciencia», Porfirio no lo asocia con los Oráculos Caldeos. Porfirio dedicó un
libro aparte (actualmente perdido), a los comentarios, Las Doctrinas de Juliano el Caldeo, mientras que Proclo y Damascio
disocian este Juliano de dichos Oráculos, citándolo por separado bajo el título
de «El Teúrgo»
Evidentemente
Porfirio consideraba estos Oráculos muy viejos, pero ¿cuán viejos? No es
posible dar una respuesta precisa. El problema es el mismo que se nos presenta
con la literatura hermética y sibilina, las cuales pueden rastrearse en una
línea continua hasta la primera época del período tolomeico. Por consiguiente,
estamos justificados al decir que el poema puede ubicarse fácilmente tanto en
el primero como en el segundo siglo de la era cristiana. Resta sólo remarcar
que, como cabe esperar de trozos tan dispersos y fragmentos de metáforas
altamente poéticas y simbólicas y de poesía mística, la tarea de la traducción
es muy difícil; sobre todo debido a la ausencia de una crítica verdadera en los
documentos de los cuales los Oráculos han sido recuperados. Kroll nos ha
suplido con un arma excelente y muchas enmiendas de la tradición en los textos
impresos. Sin embargo, hasta que los trabajos existentes de la escuela
neoplatónica no fueron editados a partir de los manuscritos (cosa que sucedió
en muy pocas oportunidades) es imposible hablar de un texto verdaderamente
crítico de los fragmentos del Oráculo. Kroll ha publicado, en un
indispensable tratado en latín, todos los textos, tanto de los fragmentos como
de los contextos, basándose en las obras de los autores antiguos donde fueron
encontrados.
Sin
embargo, y como en general suele suceder con el trabajo de los especialistas,
no traduce ni siquiera una línea. Con estas breves observaciones les
presentamos ahora una traducción y comentarios de lo que debiera llamarse «La
Gnosis del Fuego».
El
principio supremo
-En
los fragmentos aún existentes de losOráculos
Caldeos el Principio Supremo es llamado simplemente el Padre, la Mente, la
Mente del Padre o el Fuego. Sin
embargo, en su comentario, Psello sostiene que los Oráculos
alaban lo Uno idéntico al Bien como el Origen de todo; prácticamente no hay
duda de que en el círculo de este poeta la Deidad se consideraba « Uno y Todo» -de acuerdo con la gran fórmula de
Heráclito- o el Inefable, según algunos gnósticos de esa época. Heráclito, que
tuvo su auge alrededor del 500 a. J.C., de alguna manera ya había elaborado una
filosofía a partir de las instituciones y símbolos de la tradición mágica
caldea.
Cory,
en su colección de fragmentos de oráculos incluye una definición del Supremo
que Eusebio atribuyó al persa Zoroastro. Es posible que esto haya derivado de
algunos documentos helénicos influenciados por Los Libros de los Caldeos o por
Los Libros de los Medos, y puede por lo tanto, considerarse de acuerdo con la
doctrina básica de estos Oráculos.
Aunque
Kroll omita, justamente, esta definición, la transcribimos a modo ilustrativo:
Él es
el Primero, indestructible, eterno, ingenerabIe, impartible, completamente
distinto de cualquier otra cosa, depósito de toda belleza, insobornable, de
todo lo bueno el Mejor, de todo lo sabio el Más Sabio; Él es también el Padre
de la buena regla y de la rectitud, autodidacta y natural, perfecto y sabio, el
único Descubridor de la naturaleza sagrada de la Tradición.
LA
FINALIDAD DEL CONOCIMIENTO
Si
bien no existe ningún extracto que hable directamente del Summum
Mysterium, tenemos
una prueba más que suficiente que avala la teoría de que el término fue
concebido en los Oráculos como una expresión de algo que está más allá de las
palabras. Dicha prueba es un fragmento de once líneas que explica el supremo
fin de la contemplación como sigue:
Sí,
existe Eso que es la Finalidad del Conocimiento, Eso que debéis entender con la
flor de la mente. Porque no debéis voIver vuestra mente hacia dentro de
Eso y comprenderlo como «algo» comprensible, pues así no lo conoceríais. Pues
hay un poder de la flor de la mente que brilla en todas las direcciones
iluminando con rayos intelectuales [lit., sectores] . En realidad, no deberíais
[afanaros] con vehemencia por comprender la Finalidad del Conocimiento, ni
siquiera con la llama extendida de la mente extendida que mide todas las cosas,
excepto la Finalidad del Conocimiento [solamente] . En
efecto, no hay necesidad de presiones para comprender Esto; pero debierais
tener la visión del alma en estado puro, apartada de
cualquier otra cosa, de manera de dejar la mente vacía [de todas
las otras cosas], atentos a ese Fin, para que podáis aprehender la Finalidad
delConocimiento; pues Esta subsiste más allá de la mente.
«Eso
que es la Finalidad del Conocimiento», en general, se traduce como el
Inteligible. Pero to
noêtón, (b) para
los gnósticos de esta tradición, significa la Mente que se crea a Sí Misma, que
creasu propio conocimiento. Es
ambos a la vez, comienzo y final, causa y efecto de sí mismo; y, porende, el
fin o meta de todo conocimiento. Por
lo tanto, es menester distinguirlo de todas las formas convencionales de
intelecto; la mente normal, condicionada por los opuestos, sujeto y objeto, no
lo puede comprender. En tanto lo concibamos como un objeto separado de nosotros
mismos, como si estuviéramos «entendiendo algo», tanto más lejos estaremos de
él. Debe contemplarse con «la flor de la mente», con lo mejor de la mente, es decir, en el momento
en que ésta florece, crece e irradia hacia dentro y hacia fuera un brillo
intelectual que penetra en sus propias profundidades y se vuelve uno con ellas.Sin
embargo, «la flor de la mente» no es el fruto o las joyas de la mente, a pesar
de tratarse de un poder de las mentes apasionadas, pues las flores son el
aspecto soleado de las cosas.
Entender
con «la flor de la mente» sugiere coger, con los krateres
(c) o
profundidades de la mente, la verdadera inteligencia apasionada de la Gran
Mente, al igual que las flores, con sus
pétalos en forma de cáliz, captan los rayos del sol. y por medio de éstos dar a
luz dentro de uno mismo al fruto o joyas de la Mente, cuya naturaleza es
de una comprensión espiritual e inmediata, es decir, que se refiere a los
sentidos superiores de la mente o poderes del conocimiento. El fragmento parece constituir la
instrucción de un método para iniciar a la mente en el conocimiento o verdadera
gnosis -en verdad un proceso muy sutil-. No es de esperar que la mente normal,
formal y parcial pueda hacerse una idea completa, una totalidad, como
erróneamente puede imaginarse que haga en el ámbito de la forma; en las esferas
vivientes de lo inteligible no existen esas ideas limitadas definidas por una
forma o contorno; son inconmensurables. En esta simbología «llama» y
«flor» significan aproximadamente lo mismo; «llama de la mente» y «flor de la
mente» sugieren el mismo evento en los reinos mineral y vegetal, recreado en el
ámbito de la mente.
Ésta
debe crecer desde sí misma hacia su Sol.
La
mayoría de las mentes de los hombres están, en el mejor de los casos, ardiendo
apenas, sin llama; requieren un soplo del Gran Aliento para hacerlas encender
en llamas, y así extenderlas o hacerlas poseedoras de un nuevo poder
regenerativo. La mayoría de las mentes de los hombres, o personas, son plantas
inmaduras, que todavía no han alcanzado el momento del florecimiento.Éste sólo se logra a través del
Calor del Sol. Una persona en florecimiento podría considerarse alguien que
comienza a saber cómo dar su fruto y cómo regenerarse a sí misma.En
este ejercicio vital de crecimiento interno debe evitarse el pensamiento
formal. La mente ha de encontrarse vacía o desprovista de toda idea
preconcebida, pero al mismo tiempo volverse viva, atenta, transformarse en puro
sentido o capacidad para percibir grandes sensaciones. El
alma debe estar en un estado de ánimo de búsqueda, no de pregunta, es decir,
sintético, no analítico. Preguntar
sugiere penetrar en algo con la mente personal; mientras que búsqueda significa abrazar y asir las
ideas, «comerlas», «digerirlas», «absorberlas», por decirlo de alguna manera;
girar alrededor y apoderarse de ellas, cercándolas -ya no es una cuestión de
sujeto y objeto separado como ocurre con la mente personal y analizadora.
LA UNION MISTICA
La instrucción completa podría
denominarse un método de yoga o unión mística (unio
mystica)de la mente real o espiritual, de la mente que se gobierna
a sí misma -raja-yoga, el verdadero arte real-. Pero
no debe existir «vehemencia»(no
ímpetu salvaje, para usar una frase dePatanjali en su Yoga-sutra) en una sola dirección; debe
haber expansión en toda dirección, dentro y fuera, en silencio.
La
«visión» del alma es, literalmente, el ojo del alma. La
mente debe estar vacía de todo objeto de manera tal que pueda recibir la
plenitud. Se convierte así en el «ojo puro», el eón, todo ojo;
pero no será para percibir cosas distintas de sí misma, sino para entender la
naturaleza del conocimiento –es decir, aquello que trasciende todas las
distinciones entre sujeto y objeto. Y aunque se cree que la Realidad está «más
allá de la mente» o «fuera de ella» , en verdad no es así. Se puede decir
perfectamente que se encuentra más allá o que trasciende la mente personal o
formal, o la mente separada, porque ésa es la mente que separa; pero el
Inteligible y la Mente Misma son en verdad uno. Como señala uno de los
fragmentos:
Porque la Mente no está
fuera de Aquello-que-la-hace-Mente; y Aquello-que es-la-Finalidad- de-la-Mente
no subsiste separado de la Mente.
Los términos con guiones
representan la misma palabra griega que habitualmente se traduce como el
Inteligible. Así, el Oráculo podría cambiarse a:
«Porque el
Intelecto no está fuera del Inteligible, y el Inteligible no subsiste separado
del Intelecto».
Esto hace a to
noêtónel único objeto del conocimiento, pero no es ni sujeto ni
objeto, sino ambos.
G.R.S. MEAD
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