jueves, 20 de octubre de 2016

Los Oráculos Caldeos - Parte I



Los Oráculos Caldeos (Logia, Oracula, Responsa) son el producto de un sincretismo helénico y, más concretamente, alejandrino.Por aquel entonces, la verdadera filosofía religiosa alejandrina se entendía como una mezcla de elementos órficos, pitagóricos, platónicos y estoicos, y constituía la teología de los eruditos de Alejandría, ciudad que a partir del tercer siglo a. J.C. se transforma gradualmente en el centro de la cultura helénica. En su íntimo contacto con los pueblos de Oriente, el pensamiento griego se unió libremente a los entusiastas cultos del misterio ya las tradiciones centradas en la búsqueda de la sabiduría. También se dedicó un gran esfuerzo a elaborar un sistema filosófico basado en la mitología, teosofía y gnosis, sentencias proféticas, apocalipsis simbólico y tradiciones populares iniciáticas de estos pueblos.
Egipto y Caldea, considerados como la cuna de las más antiguas tradiciones de la búsqueda de la sabiduría, se convirtieron en las dos naciones que influyeron con mayor fuerza en los pensadores griegos. Ya hemos hablado extensamente en los volúmenes sobre Hermes Trismegisto -el tres veces grande- de cómo el helenismo elaboró una filosofía con la antigua sabiduría de Egipto.
Sin ir más lejos, es lo que intentan hacer estos Oráculos con la sabiduría caldea. Más aún, mientras que en los escritos herméticos debemos manejamos con una serie de tratados en prosa, en estos Oráculos nos enfrentamos con un único poema de misterio, cuyo punto de comparación más cercano se establece en el ciclo de poemas pseudoepigráfi cos de Judíos y Cristianos conocidos como los Oráculos Sibilinos.
La gran biblioteca de Alejandría contenía una valiosa colección de manuscritos denominados por aquellos tiempos «Libros Sagrados de Oriente» y que estaban redactados en sus lenguas originales. Muchos fueron traducidos, entre ellos se encuentran Los Libros de los Caldeos. Zosimo, el antiguo alquimista y miembro de una de las últimas comunidades herméticas, escribe, en alguna parte, a fines del siglo III d. J.C.:
Los caldeos, persas, medos y hebreos lo llaman Adán [el Primer Hombre], que haciendo una interpretación representa la Tierra virgen, la Tierra rojo sangre, la Tierra ardiente y la Tierra carnal. Estas indicaciones se encontraron en las colecciones de libros de los Tolomeos, quienes las guardaban en los templos, y especialmente en el Serapeum.
En verdad, el término Caldeos es vago y científicamente impreciso. Caldeo es un sinónimo griego de Babilónico, y es la forma en que ellos tradujeron literalmente el nombre asirio Kaldu. La verdadera tierra de los Kaldú se ubicaba exactamente al sudeste de Babilonia, en lo que entonces era la costa.
Como dice la Enciclopedia Bíblica:
Los Caldeos no sólo proveyeron una antigua dinastía a Babilonia, sino que intentaron invadirla constantemente, ya pesar de las repetidas derrotas de manos de los Asirios, gradualmente establecieron su dominación. El fundador del Imperio Neo Babilónico, Nabopolassar (aprox. en el 626 a. J.C.) era un caldeo, y desde ese momento Caldea significó Babilonia.
Encontramos el término Caldeos usado en Daniel, como el nombre dado a una casta de sabios. Si bien en tiempos del Imperio Neo-Babilónico Caldeo significaba Babilónico en el sentido más amplio de miembro de una raza dominante, después de la conquista persa el término tomó connotación de literati babilónicos y se convirtió en sinónimo de adivino y astrólogo, y con este sentido pasó a los escritores clásicos. Sin embargo, veremos a través de los fragmentos del poema que nos interesa que algunos de los caldeos fueron algo más que adivinos y astrólogos. Con referencia a las fuentes de este misterioso poema hoy perdido, los disjecta membra se encuentran principalmente en los libros y comentarios de los platónicos, es decir, de la escuela neoplatónica. Además existen cinco tratados del período  bizantino que tienen que ver de una forma directa con las doctrinas de la «filosofía caldea»: cinco  capítulos de un libro de Proclo, tres tratados de Psello (siglo XI) y una carta de un escritor de cartas contemporáneo, seguidor de Psello.
Pero, con toda probabilidad, el mayor número de fragmentos se encuentra en los libros de los filósofos neoplatónicos quienes, desde la época de Porfirio (que tuvo su auge alrededor del 250-300) y, por lo tanto, podemos concluir del propio Plotino, el corifeo de la escuela- evidenciaban una alta estima por los Oráculos. Prácticamente sin interrupción, los seguidores de la escuela creadora del concepto de la serie de emanaciones (a) los elogia y comenta largamente, de Porfirio en adelante -Jámblico, Juliano el emperador, Sinesio, Siriano, Proclo, Hierocles- hasta el último grupo que floreció en la última mitad del siglo VI, época en que Simplicio, Damascio y Olimpiodoro se ocupaban aún de la filosofía de los Oráculos. Algunos de ellos -Porfirio, Jámblico y Proclo escribieron tratados muy elaborados. Así, Siriano compuso una sinfonía de Orfeo, Pitágoras y Platón haciendo referencia a los Oráculos y explicándolos; en tanto que Hierocles, en su tratadoSobre la Providencia, intentó poner en armonía la doctrina de los Oráculos con los dogmas de la Teurgia y la filosofía de Platón. Desafortunadamente, todos estos libros se han perdido y debemos contentarnos con numerosas pero desperdigadas referencias y ocasionales citas en otras obras, por medio de las cuales han llegado hasta nosotros.
Sería muy largo discutir la literatura de los Oráculos en esta breve introducción; y, por cierto, tampoco sería necesario, ya que hasta que apareció el trabajo de Kroll, este tema nunca había sido tratado con rigor científico. Antes de Kroll se consideraba, más o menos generalmente, que los Oráculos eran una colección de dichos derivados de la sabiduría caldea; incluso algunos sostenían que se trataba de traducciones directas o parafraseadas de un original caldeo. Esta era la impresión general que derivaba de la vaguedad con la cual los comentaristas neoplatónicos introducían la obra, por ejemplo: Los Oráculos Caldeos, Los Caldeas, Los Asirios, Los Extranjeros (lit. Bárbaros o Nativos), la Sabiduría Transmitida por Dios, o Mistagogía transmitida por los Dioses, y en general, simplemente: Los Oráculos, el Oráculo, los Dioses o uno de los Dioses. Kroll fue el primero en establecer que existía una única obra, es decir, un poema en verso hexámetro en el estilo convencional de las profecías de los oráculos griegos, como era el caso de los centones sibilinos y homéricos.
La casi totalidad de los fragmentos de este poema ha sido preservada hasta nosotros al estar incluidos en el refinado estrato de un comentario muy elaborado, en el cual las formas simples de las metáforas poéticas y las expresiones simbólicas del original habían sido amalgamadas con las sutilezas de una sistematización abstracta y altamente desarrollada, la cual era, en su mayor parte, extraña al espíritu entusiasta y vital de las manifestaciones místicas del poema. 
Para comprender las doctrinas del poema original, se hace imprescindible recuperar los fragmentos que quedan y agruparlos lo mejor posible bajo encabezamientos generales y que respeten una misma naturaleza. No debemos contentarnos, como se ha hecho anteriormente, con realizar una lectura a través de los ojos de los filósofos neoplatónicos, cuya principal preocupación no era sólo  hacer una armonía o sinfonía entre Orfeo, Pitágoras, Platón y los Oráculos, sino que debemos acomodar forzadamente los Oráculos a sus propias elaboraciones sobre las doctrinas platónica y neoplatónica. Una vez conseguido esto tendremos ante nosotros los restos de un misterioso poema dirigido a los «iniciados» y que, evidentemente, constituye una parte de la instrucción interna de una Escuela o Comunidad. Aun así, no tendremos el original nítido pues existen numerosas interpolaciones que se introdujeron sigilosamente en la traducción del texto a medida que éste pasaba por las manos de muchos escribas.
¿De cuándo data este poema original? Porfirio ya lo conocía. Ahora bien, Porfirio ( que en griego significa sal común) era un semita de nacimiento y dominaba la lengua hebrea; quizá también el caldeo. Asimismo, sabemos que era un gran erudito, que tenía una excelente habilidad crítica y que trabajó arduamente para tamizar los oráculos genuinos de aquellos falsos, lo que también demuestra que en aquella época circulaban muchos oráculos.Él recopiló los oráculos originales en un trabajo, titulado Sobre la Filosofía de los Oráculos, hoy perdido; y entre ellos se encuentra el poema que nos ocupa.
Kroll sitúa este poema a fines del siglo II o comienzos del III, sobre todo porque en él se respira el espíritu de un cierto «culto de salvación». Este autor afirma que estos cultos no se difundieron hasta la época de Marco Aurelio (durante los años 161-180 del imperio). Sin embargo, habían sido muy comunes en Oriente y Alejandría durante muchos siglos, por lo que no parece que este dato proporcione alguna indicación de fecha. Los dos Julianos, padre e hijo, al primero de los cuales Suidas llama un «filósofo caldeo» y al segundo «el teúrgo» -agregando que éste tuvo su auge en el período de Marco Aurelio-, no nos ayudarán a esclarecer esta relación. El padre sólo escribió un libro, Sobre los Daimones, y aunque del hijo se han encontrado textos sobre teurgia, los oráculos teúrgicos y los «secretos de esta ciencia», Porfirio no lo asocia con los Oráculos Caldeos. Porfirio dedicó un libro aparte (actualmente perdido), a los comentarios, Las Doctrinas de Juliano el Caldeo, mientras que Proclo y Damascio disocian este Juliano de dichos Oráculos, citándolo por separado bajo el título de «El Teúrgo» 
Evidentemente Porfirio consideraba estos Oráculos muy viejos, pero ¿cuán viejos? No es posible dar una respuesta precisa. El problema es el mismo que se nos presenta con la literatura hermética y sibilina, las cuales pueden rastrearse en una línea continua hasta la primera época del período tolomeico. Por consiguiente, estamos justificados al decir que el poema puede ubicarse fácilmente tanto en el primero como en el segundo siglo de la era cristiana. Resta sólo remarcar que, como cabe esperar de trozos tan dispersos y fragmentos de metáforas altamente poéticas y simbólicas y de poesía mística, la tarea de la traducción es muy difícil; sobre todo debido a la ausencia de una crítica verdadera en los documentos de los cuales los Oráculos han sido recuperados. Kroll nos ha suplido con un arma excelente y muchas enmiendas de la tradición en los textos impresos. Sin embargo, hasta que los trabajos existentes de la escuela neoplatónica no fueron editados a partir de los manuscritos (cosa que sucedió en muy pocas oportunidades) es imposible hablar de un texto verdaderamente crítico de los fragmentos del Oráculo. Kroll ha publicado, en un  indispensable tratado en latín, todos los textos, tanto de los fragmentos como de los contextos, basándose en las obras de los autores antiguos donde fueron encontrados.
Sin embargo, y como en general suele suceder con el trabajo de los especialistas, no traduce ni siquiera una línea. Con estas breves observaciones les presentamos ahora una traducción y comentarios de lo que debiera llamarse «La Gnosis del Fuego».

El principio supremo
-En los fragmentos aún existentes de losOráculos Caldeos el Principio Supremo es llamado simplemente el Padre, la Mente, la Mente del Padre o el Fuego. Sin embargo, en su comentario, Psello sostiene que los Oráculos alaban lo Uno idéntico al Bien como el Origen de todo; prácticamente no hay duda de que en el círculo de este poeta la Deidad se consideraba « Uno y Todo» -de acuerdo con la gran fórmula de Heráclito- o el Inefable, según algunos gnósticos de esa época. Heráclito, que tuvo su auge alrededor del 500 a. J.C., de alguna manera ya había elaborado una filosofía a partir de las instituciones y símbolos de la tradición mágica caldea.
Cory, en su colección de fragmentos de oráculos incluye una definición del Supremo que Eusebio atribuyó al persa Zoroastro. Es posible que esto haya derivado de algunos documentos helénicos influenciados por Los Libros de los Caldeos o por Los Libros de los Medos, y puede por lo tanto, considerarse de acuerdo con la doctrina básica de estos Oráculos.
Aunque Kroll omita, justamente, esta definición, la transcribimos a modo ilustrativo:
Él es el Primero, indestructible, eterno, ingenerabIe, impartible, completamente distinto de cualquier otra cosa, depósito de toda belleza, insobornable, de todo lo bueno el Mejor, de todo lo sabio el Más Sabio; Él es también el Padre de la buena regla y de la rectitud, autodidacta y natural, perfecto y sabio, el único Descubridor de la naturaleza sagrada de la Tradición.
 LA FINALIDAD DEL CONOCIMIENTO
Si bien no existe ningún extracto que hable directamente del Summum Mysterium, tenemos una prueba más que suficiente que avala la teoría de que el término fue concebido en los Oráculos como una expresión de algo que está más allá de las palabras. Dicha prueba es un fragmento de once líneas que explica el supremo fin de la contemplación como sigue:
Sí, existe Eso que es la Finalidad del Conocimiento, Eso que debéis entender con la flor de la mente. Porque no debéis voIver vuestra mente hacia dentro de Eso y comprenderlo como «algo» comprensible, pues así no lo conoceríais. Pues hay un poder de la flor de la mente que brilla en todas las direcciones iluminando con rayos intelectuales [lit., sectores] . En realidad, no deberíais [afanaros] con vehemencia por comprender la Finalidad del Conocimiento, ni siquiera con la llama extendida de la mente extendida que mide todas las cosas, excepto la Finalidad del Conocimiento [solamente] . En efecto, no hay necesidad de presiones para comprender Esto; pero debierais tener la visión del alma en estado puro, apartada de cualquier otra cosa, de manera de dejar la mente vacía [de todas las otras cosas], atentos a ese Fin, para que podáis aprehender la Finalidad delConocimiento; pues Esta subsiste más allá de la mente. 
«Eso que es la Finalidad del Conocimiento», en general, se traduce como el Inteligible. Pero to noêtón, (b) para los gnósticos de esta tradición, significa la Mente que se crea a Sí Misma, que creasu propio conocimiento. Es ambos a la vez, comienzo y final, causa y efecto de sí mismo; y, porende, el fin o meta de todo conocimiento. Por lo tanto, es menester distinguirlo de todas las formas convencionales de intelecto; la mente normal, condicionada por los opuestos, sujeto y objeto, no lo puede comprender. En tanto lo concibamos como un objeto separado de nosotros mismos, como si estuviéramos «entendiendo algo», tanto más lejos estaremos de él. Debe contemplarse con «la flor de la mente», con lo mejor de la mente, es decir, en el momento en que ésta florece, crece e irradia hacia dentro y hacia fuera un brillo intelectual que penetra en sus propias profundidades y se vuelve uno con ellas.Sin embargo, «la flor de la mente» no es el fruto o las joyas de la mente, a pesar de tratarse de un poder de las mentes apasionadas, pues las flores son el aspecto soleado de las cosas.
Entender con «la flor de la mente» sugiere coger, con los krateres (c) o profundidades de la mente, la verdadera inteligencia apasionada de la Gran Mente, al igual que las flores, con sus pétalos en forma de cáliz, captan los rayos del sol. y por medio de éstos dar a luz dentro de uno mismo al fruto o joyas de la Mente, cuya naturaleza es de una comprensión espiritual e inmediata, es decir, que se refiere a los sentidos superiores de la mente o poderes del conocimiento. El fragmento parece constituir la instrucción de un método para iniciar a la mente en el conocimiento o verdadera gnosis -en verdad un proceso muy sutil-. No es de esperar que la mente normal, formal y parcial pueda hacerse una idea completa, una totalidad, como erróneamente puede imaginarse que haga en el ámbito de la forma; en las esferas vivientes de lo inteligible no existen esas ideas limitadas definidas por una forma o contorno; son inconmensurables. En esta simbología «llama» y «flor» significan aproximadamente lo mismo; «llama de la mente» y «flor de la mente» sugieren el mismo evento en los reinos mineral y vegetal, recreado en el ámbito de la mente.
Ésta debe crecer desde sí misma hacia su Sol.
La mayoría de las mentes de los hombres están, en el mejor de los casos, ardiendo apenas, sin llama; requieren un soplo del Gran Aliento para hacerlas encender en llamas, y así extenderlas o hacerlas poseedoras de un nuevo poder regenerativo. La mayoría de las mentes de los hombres, o personas, son plantas inmaduras, que todavía no han alcanzado el momento del florecimiento.Éste sólo se logra a través del Calor del Sol. Una persona en florecimiento podría considerarse alguien que comienza a saber cómo dar su fruto y cómo regenerarse a sí misma.En este ejercicio vital de crecimiento interno debe evitarse el pensamiento formal. La mente ha de encontrarse vacía o desprovista de toda idea preconcebida, pero al mismo tiempo volverse viva, atenta, transformarse en puro sentido o capacidad para percibir grandes sensaciones. El alma debe estar en un estado de ánimo de búsqueda, no de pregunta, es decir, sintético, no analítico. Preguntar sugiere penetrar en algo con la mente personal; mientras que búsqueda significa abrazar y asir las ideas, «comerlas», «digerirlas», «absorberlas», por decirlo de alguna manera; girar alrededor y apoderarse de ellas, cercándolas -ya no es una cuestión de sujeto y objeto separado como ocurre con la mente personal y analizadora.
LA UNION MISTICA

La instrucción completa podría denominarse un método de yoga o unión mística (unio mystica)de la mente real o espiritual, de la mente que se gobierna a sí misma -raja-yoga, el verdadero arte real-. Pero no debe existir «vehemencia»(no ímpetu salvaje, para usar una frase dePatanjali en su Yoga-sutra) en una sola dirección; debe haber expansión en toda dirección, dentro y fuera, en silencio.
La «visión» del alma es, literalmente, el ojo del alma. La mente debe estar vacía de todo objeto de manera tal que pueda recibir la plenitud. Se convierte así en el «ojo puro», el eón, todo ojo; pero no será para percibir cosas distintas de sí misma, sino para entender la naturaleza del conocimiento –es decir, aquello que trasciende todas las distinciones entre sujeto y objeto. Y aunque se cree que la Realidad está «más allá de la mente» o «fuera de ella» , en verdad no es así. Se puede decir perfectamente que se encuentra más allá o que trasciende la mente personal o formal, o la mente separada, porque ésa es la mente que separa; pero el Inteligible y la Mente Misma son en verdad uno. Como señala uno de los fragmentos: 
Porque la Mente no está fuera de Aquello-que-la-hace-Mente; y Aquello-que es-la-Finalidad- de-la-Mente no subsiste separado de la Mente. 
Los términos con guiones representan la misma palabra griega que habitualmente se traduce como el Inteligible. Así, el Oráculo podría cambiarse a:
 «Porque el Intelecto no está fuera del Inteligible, y el Inteligible no subsiste separado del Intelecto».
 Esto hace a to noêtónel único objeto del conocimiento, pero no es ni sujeto ni objeto, sino ambos.
 G.R.S. MEAD



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