domingo, 26 de agosto de 2018

Los Neoplatonicos

                                                             

                                                                 AMMONIO SACCAS 

 Este filósofo, que vivió hacia el año 190 de nuestra era, fue el fundador de la Escuela Neoplatónica. Hijo de padres cristianos, recibió cristiana educación, pero, apartándose de esta enseñanza, se hizo “filósofo”. Se ganaba la vida llevando fardos, y fue, no obstante, uno de los más notables filósofos de su época, estando bien al corriente de las filosofías de Platón y Aristóteles. Sus discípulos fueron Erenios, Orígenes, Plotino y Longinos.

                                                                    PLOTINO 

 Plotino nació en Licópolis, en Egipto, durante el año 205 de nuestra era. Fue educado en Alejandría y tomó parte en la guerra del emperador Galiano, en Persia, volviendo después a Roma, en donde estableció su escuela. Obtuvo allí gran renombre y fue respetado por todos, y se dice que no tuvo ni un enemigo durante los 26 años de su estancia en Roma. Hasta el mismo emperador, que era un botarate, le respetaba. Plotino cayó enfermo, y cuando el médico Eustaquio penetró en la cámara en que Plotino se moría, éste exclamó gozoso: “Ahora voy a unir el Dios que vive en mí, con el Dios del Universo.”

El pensamiento de Plotino se dirigía siempre al genio divino que le acompañaba: su yo superior. No se preocupaba en absoluto de su cuerpo físico, y un día en que le preguntaron los amigos cuando había nacido éste, se negó a decirlo, alegando que era cosa de tan poca importancia que no valía la pena ocuparse de ella. Para él, la existencia fenomenal era error, una condición inferior y poco deseable; pero la unión con el principio Divino constituía el objeto más elevado de la existencia. Comía poquísimo, jamás consumía carne y practicaba la castidad. Porfirio, otro discípulo de Saccas, envidiando la fama de Plotino empleó contra él la magia negra, sin resultado; y acabó por confesar que el alma de Plotino era tan fuerte que la Voluntad más poderosa dirigida contra ella, no podía herirla, y volvía de rechazo contra su autor. Sin embargo, Plotino sintió esta influencia mágica e hizo alusión a ella. Dios es el fundamento de todas las cosas, según Plotino. Solo existe una Substancia; la Materia y la Forma son ilusiones o sombras del espíritu.

Dios es eterno y lo ocupa todo. Es la luz pura, la Unidad, el fundamento  de toda existencia, de todo pensamiento. El espíritu (nous) es la imagen de la Unidad, imagen creada por lo Eterno al contemplarse interiormente. Así, pues, el Espíritu es el producto o creación de Dios, que, siendo el mismo Dios, recibe de éste su poder. El espíritu es la actividad eterna del Eterno, la Luz primordial e incambiable. El pensamiento y todos los objetos imaginables existen en el espíritu. El mundo del Espíritu es el mundo interior; el mundo eterno, o sea el mundo de la sensación es su expresión exterior.

 Puesto que el espíritu es una Unidad y todo está formado con la substancia del Espíritu, las cosas son fundamentalmente idénticas, a pesar de ser distintas en su forma. La actividad que da origen al mundo interior del Espíritu es un poder interno dirigido hacia el centro. Si queremos que surja a la existencia un mundo externo correspondiente al interno, debemos manifestar otra actividad con que rechazar la energía interna hacia la periferia. Esta actividad centrífuga es el Alma, producto o reacción de la actividad centrípeta del Espíritu, es decir, que es el producto del Pensamiento concentrado en sí mismo. Es ley universal que una cosa real puede producir otra casi tan perfecta, pero nunca igual a sí misma. Por consiguiente, la actividad del alma se asemeja a la del Espíritu, si bien no es tan perfecta como la de éste.

 El Alma es, como el Espíritu, un pensamiento viviente, pero al contrario del Espíritu, se halla sujeta a continuos cambios. El alma no ve las cosas en sí mismas, como el Espíritu, sino que las ve en éste. El Alma dirige su actividad hacia fuera; el Espíritu, hacia adentro; por esto el alma no percibe con tanta claridad como el Espíritu. El Alma es, igualmente que el Espíritu, una especie de luz; pero así como la luz del espíritu es propia, la del alma es un reflejo de la de aquél. En virtud de las leyes eternas de orden y armonía existentes en la Naturaleza, todas las almas se separan, mejor dicho, se distancian del espíritu después de un período de tiempo más o menos largo, y entran en un estado más material.

Al alejarse de la inteligencia divina, entran en el estado material, es decir, descienden a la materia. Sus formas se hacen más densas y materiales, a medida que se materializan. Las almas toman en el aire forma aérea, y forma terrena y material en la tierra. La actividad del alma origina otras actividades secundarias, algunas de las cuales tienen tendencia a elevarse, mientras que las demás se dejan atraer por lo inferior. Las actividades que tienden hacia lo superior, son: la Fe, la Aspiración, la Veneración, la Sublimidad, etc.; las que tienden hacia lo inferior, producen el raciocinio, la especulación, el sofisma, etc.; la actividad más baja del alma es el poder puramente vegetativo, la sensación, la asimilación, el instinto, etc.

El fin último de la Naturaleza es la adquisición del conocimiento de sí misma. Todas las formas visibles producidas por la Naturaleza, tienen también otras formas suprasensibles que moldean a la materia, para que las formas se conviertan en objetos que se puedan reconocer. La Naturaleza es un alma viviente producida por una actividad interna más elevada: el Espíritu Universal. En la Naturaleza no existe más que un poder fundamentalmente viviente: el de imaginar; y un resultado único de ese poder: la formación, o la percepción de la forma. Y el proceso que tiene lugar en la Naturaleza es idéntico al que se produce en la naturaleza humana. Toda formación de materia es producida por el alma que en ella mora.

Todas las formas están llenas de una vida interior, aunque en algunos casos creamos que ésta no se manifiesta. La tierra es como un árbol lleno de vida; los pedruscos, como ramas separadas del tronco. Tanto en las estrellas como en la tierra, existen la Vida y la Divina Razón. El mundo de la sensación y todo lo existente en él tiene un alma interior, alma que es lo permanente de sus formas. La apariencia exterior es su reflejo pasajero. El Mundo de la Inteligencia es una viviente e inmutable Unidad sin separación alguna, puesto que en ella no existe el espacio ni el tiempo. En este mundo existe todo lo que es, pero no hay en él producción ni destrucción, ni pasado ni futuro. El Mundo de la Inteligencia no existe en el espacio, porque no necesita de él, y, si alguna vez decimos que lo ocupa todo, queremos dar a entender con esto que está en su propio ser, y, por consiguiente, en sí mismo. El mundo de la Inteligencia es el mundo del Espíritu. Existe en él una Inteligencia suprema en que se hallan contenidos en germen (potencialmente) todos los objetos e inteligencias. Tiene tantas inteligencias individuales como puede contener.

Lo mismo ocurre con el Alma, en la que existe una suprema Super-Alma y tantas almas individuales como puede contener. Estas se hallan en la misma relación con aquella, que una especie con la clase a que pertenece. Las especies de una clase son múltiples, pero todas proceden de ella, teniendo cada cual su carácter propio. Tal es lo que ocurre en el mundo intelectual, en donde es necesario, que ciertas cualidades den nacimiento a almas de especies diferentes y de distinto poder de pensamiento, pues de lo contrario todas las almas serían idénticas en detalles. Nada carece de Razón en la Naturaleza, aunque las manifestaciones de este principio sean diferentes. Hasta los mismos animales, que parecen no poseer razón alguna, tienen una que guía y dirige sus instintos. Todo lo existente procede de la Razón. Nada existe en la naturaleza que carezca de ella absolutamente; pero la Razón tiene innumerables modos de manifestarse, porque las circunstancias y condiciones externas modifican sus manifestaciones. El hombre interno o espiritual es mucho más racional que el externo.

En el mundo exterior, la Razón se manifiesta por medio de la observación, la lógica y la especulación; pero en el  mundo de la inteligencia se manifiesta en la percepción directa de la verdad. El fin de la actividad interna de la razón es producir la forma objetiva. A medida que se produce la diferenciación y que se desarrollan los diferentes poderes, pierden éstos algunos de sus atributos, por lo que los últimos producidos son menos perfectos que el poder original, pero las circunstancias en que se hallan colocados dan origen a nuevos atributos, con auxilio de los cuales van avanzando para elevarse a un grado superior. El mundo de la inteligencia es la radiación del centro fundamental y original. El mundo que percibimos por los sentidos es un producto del mundo de la inteligencia. La imperfección y mutación de las cosas procede de qué se alejan del gran centro. El universo es el producto de tres fundamentales principios de existencia. Es un ser u organismo viviente, cuyas partes constitutivas se hallan tan íntimamente unidas, que cuando actúa una de ellas, produce una reacción en todas las demás, debido a que todo está animado por una sola alma, cuya actividad constituye la organización del conjunto al manifestarse por doquiera. Todas las partes están unidas por ese poder universal que constituye la Vida Una del universo.

Todas las almas viven, como si dijéramos, existencias anfibias. Unas veces se sientes atraídas a los planos de la sensación y se interpenetran; otras, siguen el influjo de la Razón de que proceden y pueden unirse a ella. El alma acaba por dividirse, yendo sus elementos elevados a los planos superiores y cayendo sus elementos inferiores cada vez más bajo cuando aquellos no les sostienen. Cuando encarna un ser humano, su alma le provee de cuerpo mortal por medio de una parte de su substancia, sin que ella esté por completo en el cuerpo. Únicamente la parte del alma amalgamada con el cuerpo participa de los dolores y alegrías. Los malos deseos del hombre no proceden sino de la parte de su alma así mezclada con el cuerpo, y, por lo tanto, las nefastas consecuencias de las malas acciones recaen solamente sobre el hombre animal –es decir, su principio animal y viviente-; pero no sobre el hombre real o el espíritu relacionado con los elementos superiores del Alma. Cuanto más ceda el alma a la atracción de lo vulgar y degradante, más grosero o material será el organismo que la revista. Después de la muerte deben purificarse o destruirse las sustancias groseras, para que los elementos puros se eleven a las fuentes de donde emanaron, hasta que sobrevenga una nueva encarnación. Este proceso se repite hasta que el alma adquiere los conocimientos suficientes para hacerse inaccesible a la atracción inferior.

De este modo, la existencia terrena del hombre puede considerarse un castigo por haber tenido malos deseos y pensamientos. El trabajo intelectual es una actividad perteneciente a un estado inferior de existencia; pero es necesario, porque el alma ha perdido de origen la facultad de percibir. Si el alma quiere recobrar esta facultad, ha de libertarse se todas sus concepciones intelectuales y penetrar en el mundo sin formas. Si aspira a elevarse al manantial original e inconcebible de  todo, debe abandonar sus propias concepciones y libertarse de toda percepción sensitiva, desentendiéndose del pensamiento y de la palabra y viviendo en un estado de contemplación espiritual. Lo que está allende la concepción intelectual es visible, pero no se puede concebir ni describir por medio de la palabra. Es mejor ver que creer.

 El reconocimiento espiritual es uno; pero la sabiduría humana es múltiple, y no tiene nada de común con la Unidad eterna, origen de todas las cosas. Es importantísimo que los hombres aprendan a conocer su propia naturaleza, su origen y su destino futuros, ya que el hombre intelectual no emprende a fondo obra alguna sin estar convencido antes de su utilidad. La percepción espiritual es un poder intransmisible que debe readquirirse por propio esfuerzo. Si se ignora la existencia de semejante poder o se desconoce su utilidad, no se esforzará en adquirirlo; le faltará al espíritu iluminación y será incapaz de percibir la verdad. Un hombre así, quizás llegue a sentir que la verdad existe, como quien siente amor a un ideal desconocido, sin estar cierto de su existencia; pero aquellos de espíritu iluminado ven el objeto de su amor, es decir, la luz que alumbra el mundo. La luz está presente por doquiera, pero no existe en realidad más que para los que son capaces de verla, percibirla, sentirla y abarcarla, porque son semejantes a ella.

Para hacer más comprensible esto, diremos que, si el alma rompe todas las barreras que le cierran el paso y vuelve al estado original de cuando nació en el Eterno, podrá ver al Eterno y comprenderlo. Y si algún hombre es tan indolente que no quiera seguir esta enseñanza, después de haberla recibido, no deberá culparse más que a sí mismo de permanecer en las tinieblas. Por lo tanto, todos deben libertarse de lo bajo y sensual para unirse al poder supremo de Dios. Si queréis alcanzar lo Supremo debéis libertar vuestros pensamientos de todas las impresiones procedentes del mundo externo y purificar vuestro espíritu de toda clase de formas. Dios está presente hasta en quienes no le reconocen. Los hombres huyen y se separan de Él, mejor dicho, se separan de sí mismos. No pudiendo comprender al Ser de qué se alejan, se extravían, y van en busca de otros dioses. Sin embargo, si el alma sigue progresando en el sendero de perfección, si entrevé un estado de existencia más elevado, si descubre el manantial de vida eterna en sí misma, de modo que ya no necesite las cosas externas y encuentre en el elemento divino que mora en su seno todo lo que desea; si llega a comprender que el Dios que habita en su interior es toda su vida, todo su ser, y que debe huir del reino de la ilusión para vivir y existir en Él, no tardará en llegar el día en que vea a Dios y se vea a sí misma como un ser etéreo, iluminada por una luz supraterrena.

Se contemplará como si fuera la misma Luz Divina, como un dios de radiante belleza, cuyo resplandor se apaga y disminuye al entrar en contacto con el plano material.  ¿Por qué no se mantiene siempre el alma en ese estado luminoso? Porque no se ha libertado todavía de la atracción de la materia; pero cuando lo haya conseguido se sentirá una con la Luz. En este estado, sin embargo, no existen el vidente ni el objeto de percepción, sino la percepción en sí, que percibe el alma, identificándose con ella. Este estado, por lo tanto, está allende la comprensión intelectual humana. Cuando el alma se ha identificado y unido con el Eterno, arrastra la imagen de éste a su interior. Entonces sabe que, mientras se hallaba unido al Eterno, era el Eterno, y que no había diferencia entre ella y Él; sabe que se había elevado y que reposaba en sí misma, que era, por decirlo así, el mismo reposo, superando todos los conceptos de belleza y virtud. No vayamos a creer por esto que el alma caiga en un mundo de ilusión al penetrar en ese sublime estado en que no existen las formas ni las imágenes. El alma que cae en la ilusión, se envilece y se deja arrastrar a la región del mal y de las tinieblas; el alma que se eleva penetra en sí misma y se encuentra en un estado que no es el ser ni el no ser, sino algo inconcebible, superior a todo ello.

FRANZ HARTMANN

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