sábado, 1 de septiembre de 2018

H.P.B- Artículo publicado en 1891



Permítasenos recapitular algunas de estas cosas y de esta manera refrescar la memoria. 
Nieguen, si pueden, que lo más importante de nuestras actuales ciencias era conocido por los antiguos. No sólo la literatura oriental y todo el ciclo de estas enseñanzas esotéricas –que un cabalista cristiano francés, extremadamente celoso, ha apodado justamente “las ciencias malditas ”– llevarán a una negativa estúpida sino que también lo hará la literatura clásica profana. La demostración de eso es sencilla.

¿No son la Física y las Ciencias Naturales sino una reproducción ampliada de las obras de Anaxágoras, Empédocles, Demócrito y otros? Todo lo que se enseña ahora era enseñado por estos filósofos entonces. Pues ellos sostenían –incluso en los fragmentos aún existentes de sus obras – que el Universo está compuesto de átomos eternos que, movidos por un sutil Fuego interno, se combinan en millones de maneras diferentes.

Según ellos este Fuego era el Aliento Divino de la Mente Universal, pero ahora, con los filósofos modernos, se ha convertido en nada más que una fuerza ciega e insensible. Además enseñaban que no había ni Vida ni Muerte, sino sólo una constante destrucción de la forma, producida por perpetuas transformaciones físicas. Esto se ha convertido ahora, mediante una transformación intelectual, en lo que se conoce como correlación física de fuerzas, conservación de la energía, ley de continuidad … en el vocabulario de la ciencia moderna. Pero ¿“qué importa el nombre ”, o las palabras recién inventadas y términos complicados, una vez que se ha establecido la identidad de las ideas esenciales?

¿No estaba Descartes en deuda con los antiguos Maestros –con Leucipo y Demócrito, con Lucrecio, Anaxágoras y Epicuro – por sus originales teorías? Estos enseñaron que los cuerpos celestes estaban formados por una multitud de átomos, cuyo movimiento vertiginoso existía desde la eternidad; que se encontraron, y girando juntos, los más pesados fueron lanzados a los centros y los más ligeros a las circunferencias; cada una de estas concreciones fue llevada en una materia fluida que, al recibir un impulso de esta rotación, hacía que los más fuertes lo comunicaran a los más débiles. Esto parece una descripción muy semejante a la teoría cartesiana de los Vórtices Elementales, tomada de Anaxágoras y de algunos otros; ¡y se parece muy sospechosamente a los “átomos vorticales ” de W. . Thomson!

Incluso Isaac Newton, el más grande entre los grandes, alude constantemente a una docena de filósofos antiguos. Al leer sus obras uno ve flotar en el aire las difusas imágenes del mismo Anaxágoras, Demócrito, Pitágoras, Aristóteles, Timeo de Locris, Lucrecio, Macrobio, e incluso de nuestro viejo amigo Plutarco. Todos ellos han sostenido una u otra de las siguientes proposiciones:

a)que la más pequeña de las partículas de materia sería suficiente para llenar el espacio infinito, debido a su infinita divisibilidad;b)que existen dos Fuerzas emanadas del Alma Universal, combinadas en proporciones numéricas (las “fuerzas ” centrípeta y centrífuga, , de los modernos santos de la ciencia); c)que hay una mutua atracción de cuerpos, atracción que hace que estos últimos graviten, como ahora se dice, y se mantengan dentro de sus respectivas esferas; d)que hacían alusión de modo inconfundible a la relación que existe entre el peso y la densidad, o a la cantidad de materia contenida en una unidad de masa; y e)que la atracción (gravitación)de los planetas por el Sol está en relación proporcional a la distancia de esta luminaria.

Finalmente, ¿no es un hecho histórico que la rotación de la Tierra y el sistema heliocéntrico fueran enseñados por Pitágoras –sin mencionar a Hicetas, Heráclides, Ecfanto, etc. – más de dos mil años antes del grito desesperado y ahora famoso de Galileo: “Eppur si muove ”.

Y mucho antes, ¿no conocían los sacerdotes de Etruria, y los Rishis de la India, cómo atraer el relámpago, con muchos siglos de antelación a que se formara el astral de B. Franklin en el espacio? Euclides es respetado hasta hoy en día, quizás porque no se pueden falsear tan fácilmente las matemáticas y los números, como los símbolos y las palabras sostenidas en hipótesis improbables.

Es posible que Arquímedes tuviese olvidadas en su época más cosas de las que jamás supieron nuestros matemáticos, astrónomos, geómetras, mecánicos, hidrostáticos y ópticos modernos. De no ser por Arquitas –el discípulo de Pitágoras – la aplicación práctica de la teoría de las matemáticas sería hoy en día todavía desconocida quizás en nuestra gran Era de invenciones y maquinaria. Inútil es recordar al lector todo lo que conocían los arios, por haberse consignado en otras publicaciones y obras nuestras que pueden obtenerse en la India.

Sabio fue Salomón al decir que “nada nuevo existe bajo el Sol ” y que todo lo que es “fue ya en los tiempos que nos precedieron ”, excepto, quizás, las doctrinas teosóficas, de cuya “invención ” acusan algunos a la humilde escritora del presente artículo.

La procedencia originaría de esta cortés acusación es debida a los benévolos esfuerzos de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Londres. Tanto más lo hemos de agradecer a esta “mundialmente famosa y docta Sociedad ” de “Investigaciones ”, ya que sus escribientes son, según parece, incapaces en absoluto de inventar nada original por sí mismos, ni siquiera de fabricar una ilustración común.

H.P.B- Artículo publicado en 1891

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