sábado, 29 de septiembre de 2018

¿QUE HAY DE LOS FENÓMENOS?




"A los Editores de LUCIFER:
.. ¿Cómo es que no oímos hablar ahora de los signos y maravillas que los neoteósofos habían anunciado? ¿Ha pasado la 'era de los milagros' en la Sociedad?
Vuestra respetuosamente...
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Parece que a lo que se refiere nuestro corresponsal es a los "fenómenos ocultos." Estos fracasaron en producir el efecto deseado, pero no fueron, en ningún sentido de la palabra, "milagros". Se supuso que las personas inteligentes, especialmente los hombres de ciencia, habrían, por lo menos, reconocido la existencia de un nuevo y profundamente interesante campo de investigación y búsqueda cuando" presenciaran los efectos físicos producidos a voluntad, los cuales no eran capaces de explicar. Se podría suponer que los teólogos hubieran recibido bien la prueba, de la cual sienten con tristeza la necesidad en estos días agnósticos, de que el alma y el espíritu no son meras creaciones "de su fantasía, debido a la ignorancia de la constitución física del hombre, sino entidades del todo tan reales como el cuerpo, y mucho más importantes. Estas esperanzas no fueron comprendidas. Los fenómenos fueron mal comprendidos y desnaturalizados, tanto con respecto a su naturaleza como a sus propósitos.

A la luz que la experiencia ha arrojado ahora, sobre la materia, la explicación de esta desafortunada circunstancia no es ya buscada. Ni la ciencia, ni la religión reconocen la existencia de lo Oculto, como el término es comprendido y empleado en Teosofía; es decir, en el sentido de una región supermaterial, aunque no su-pernatural, gobernada por la ley; tampoco, reconocen la existencia de poderes latentes- y posibilidades en el hombre. Ninguna interferencia con la rutina diaria del mundo material es atribuida, por la religión, a la voluntad arbitraria de un buen o mal autócrata, habitante de una supernatural región inaccesible para el hombre, y no sujeta a ley alguna, sea en sus actos o constitución, y para un conocimiento de cuyas ideas y deseos mortales son enteramente dependientes de inspiradas comunicaciones libradas por un acreditado mensajero.

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1)   Originalmente publicado en LUCIFER. Febrero de   1888, en Correspondencia



El poder de realizar los llamados milagros se ha juzgado siempre por las debidas y suficientes credenciales de un mensajero del cielo, y el hábito mental de considerar cualquier poder oculto con esa luz está aun tan arraigada que cualquier ejercicio de dicho poder se supone ser "milagroso", o se proclama que es así. Es inútil decir, que esta manera de observar las ocurrencias extraordinarias está en directa oposición al espíritu científico de la época, tampoco es la posición prácticamente tomada por la porción más inteligente de la humanidad del presente. Cuando la gente ve maravillas, actualmente, el sentimiento que se despierta en su mente no es ya veneración y temor, sino curiosidad.

Fue con la esperanza de despertar y utilizar ese espíritu de curiosidad que se exhibieron los fenómenos ocultos. Se creyó que esa manipulación de fuerzas de la naturaleza que yacen debajo de la superficie —la superficie de cosas que la ciencia moderna araña y picotea tan laboriosamente y con tanto orgullo— hubíese conducido a investigar en la naturaleza y en las leyes de esas fuerzas, desconocidas para la ciencia, pero perfectamente conocidas por el ocultismo. Que los fenómenos excitaron la curiosidad en las mentes de los que los presenciaron, es ciertamente verdad, pero, desgraciadamente, fue para la mayor parte, de especie vana. La mayor parte de los que estuvieron presentes desarrollaron un insaciable apetito por los fenómenos para provecho propio, sin idea ninguna de estudiar la filosofía o la ciencia de cuya verdad y poder los fenómenos son triviales y, por así decir, accidentales ilustraciones. En unas pocos casos solamente, la curiosidad que despertaron dio nacimiento al serio deseo de estudiar la filosofía y la ciencia por ellas mismas y para su provecho.

La experiencia ha enseñado a los líderes del movimiento que la vasta mayoría de los que profesan el cristianismo, están absolutamente excluidos por su condición y actitud mental —como resultado de centurias de enseñanza supersticiosa — de examinar con calma los fenómenos en su aspecto de ocurrencias naturales gobernadas por la ley. La iglesia católica romana, apegada a sus tradiciones, se excusa de examinar cualquier fenómeno oculto so pretexto de que es necesariamente obra del diablo, siempre que ocurra fuera de su empalizada, puesto que tiene el monopolio legal del negocio de los milagros legítimos. La iglesia protestante niega la intervención personal del demonio único en el plano material; pero, no habiendo nunca incursionado dentro del negocio mismo del milagro, se encuentra aparentemente algo en duda si debe reconocer un milagro de bona fide si ve alguno, ya que, hallándose tan incapaz como su hermana mayor de concebir la extensión del reino de la ley más allá de los límites de la materia y de la fuerza, corno lo conocemos en nuestro presente estado de conciencia, se excusa de estudiar los fenómenos ocultos por el motivo de que radican dentro del campo de la ciencia más bien que de la religión.
La ciencia tiene, también, sus milagros al igual que la iglesia de Roma. Pero como depende por entero del trabajo de los instrumentos para la producción de esos milagros, y, como afirma estar en posesión de la última palabra del saber con respecto a las leyes de la naturaleza, es muy difícil esperar que tome parte buenamente en los "milagros", en cuya producción no intervengan los aparatos, y que proclamen que hay casos de operación de fuerzas y leyes de las cuales no tiene conocimiento.

La ciencia moderna, por otra parte, labora tan inhábilmente con respecto a la investigación de lo oculto como lo hace la religión; porque, mientras la religión no puede asir la idea de ley natural aplicada al universo supersensorial, la ciencia no acepta la existencia de ningún universo supersensible al cual el reino de la ley pueda ser extendido; ni tampoco puede concebir la posibilidad de otro cualquier estado de conciencia que no sea nuestro terrenal presente. Por consiguiente, era difícil esperar que la ciencia emprendiera la tarea a que se le llamaba a participar con mucha solicitud y entusiasmo; y en verdad, parece haber sentido que no se debe esperar que trate los fenómenos de ocultismo menos rigurosamente de lo que ha tratado a los milagros divinos. Así pues, procediendo con calma en un principio desconocieron los fenómenos; y, cuando obligados a expresar alguna clase, de opinión, no vacilaron, sin examen, y con informaciones de vidas, atribuirlos a maquinaciones fraudulentas — alambres, puertas con trampas y otras cosas.

Fue bastante malo para los líderes del movimiento, cuando tentaron llamar la atención del mundo sobre el grande y desconocido campo de investigaciones científicas y religiosas que residen en los límites de la materia y el espíritu, hallarse considerados como agentes de su Satánica Majestad, o como adeptos superiores de charlatana línea; pero el golpe más cruel, tal vez, vino de una clase de personas cuyas experiencias, debidamente comprendidas, debían por cierto haber pensado mejor; los fenómenos ocultos fueron explicados por los espiritistas como obra de sus queridos muertos, pero los líderes de la Teosofía fueron declarados ser algo menos aún que médiums disfrazados.

Nunca fueron presentados los fenómenos en otro carácter que no fuera el de un poder sobre las perfectamente naturales aunque desconocidas fuerzas, e incidentalmente sobre la materia, poseído por ciertos individuos que han alcanzado un extenso y elevado conocimiento del universo, superior al que han llegado los científicos y teólogos, o que puedan estos lograr, por caminos que respectivamente estén siguiendo ahora. Sin embargo este poder está latente en todos los hombres, y puede, con el tiempo, ser manejado por cualquiera que cultive el conocimiento y se conforme a las condiciones necesarias para su desarrollo. Sin embargo, salvo en unos pocos aislados y honrados casos, jamás fue recibido en otro carácter que como milagros, o como obras del diablo, vulgares trampas, entretenimientos de diversión, o como representaciones de esas peligrosas "apariciones" que se disfrazan en salas de sesiones, y que se alimentan con las energías vitales de los médiums y de los concurrentes. Y, de todas partes, la Teosofía y los teósofos fueron atacados con rencor y mordacidad, con un absoluto desdén fuera del hecho y de la lógica, y  con maldad, odio y dureza que sería por completo inconcebible, si la historia de la religión no nos enseñada cuan mezquinos e irrazonables animales se convierten los hombres ignorantes cuando son' tocados   sus  queridos prejuicios;   y   no nos enseña a su turno, la historia de investigaciones   científicas,  cuan  parecido a un hombre  ignorante  se vuelve una persona ilustrada, cuando es discutida la verdad de sus teorías.
Un ocultista puede producir fenómenos, pero no puede proveer al mundo de cerebros, ni de inteligencia y buena fe necesarias para comprenderlos y apreciarlos. Por lo tanto, no hay que maravillarse, que la palabra sea la de abandonar los fenómenos y que las ideas de la Teosofía permanezcan en sus intrínsecos méritos.


H. P. Blavatsky


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