"A los Editores de LUCIFER:
.. ¿Cómo es que no oímos hablar ahora de los
signos y maravillas que los neoteósofos habían anunciado? ¿Ha pasado la 'era de
los milagros' en la Sociedad?
Vuestra respetuosamente...
* * *
Parece que a lo que se
refiere nuestro corresponsal es a los "fenómenos ocultos." Estos
fracasaron en producir el efecto deseado, pero no fueron, en ningún sentido de
la palabra, "milagros". Se supuso que las personas inteligentes,
especialmente los hombres de ciencia, habrían, por lo menos, reconocido la
existencia de un nuevo y profundamente interesante campo de investigación y búsqueda
cuando" presenciaran los efectos físicos producidos a voluntad, los cuales
no eran capaces de explicar. Se podría suponer que los teólogos hubieran
recibido bien la prueba, de la cual sienten con tristeza la necesidad en estos
días agnósticos, de que el alma y el espíritu no son meras creaciones "de
su fantasía, debido a la ignorancia de la constitución física del hombre, sino
entidades del todo tan reales como el cuerpo, y mucho más importantes. Estas
esperanzas no fueron comprendidas. Los fenómenos fueron mal comprendidos y
desnaturalizados, tanto con respecto a su naturaleza como a sus propósitos.
A la luz que la
experiencia ha arrojado ahora, sobre la materia, la explicación de esta
desafortunada circunstancia no es ya buscada. Ni la ciencia, ni la religión
reconocen la existencia de lo Oculto, como el término es comprendido y empleado
en Teosofía; es decir, en el sentido de una región supermaterial, aunque no
su-pernatural, gobernada por la ley; tampoco, reconocen la existencia de
poderes latentes- y posibilidades en el hombre. Ninguna interferencia con la
rutina diaria del mundo material es atribuida, por la religión, a la voluntad
arbitraria de un buen o mal autócrata, habitante de una supernatural región
inaccesible para el hombre, y no sujeta a ley alguna, sea en sus actos o
constitución, y para un conocimiento de cuyas ideas y deseos mortales son
enteramente dependientes de inspiradas comunicaciones libradas por un
acreditado mensajero.
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1) Originalmente publicado en LUCIFER. Febrero de 1888, en Correspondencia |
El poder de realizar
los llamados milagros se ha juzgado siempre por las debidas y suficientes
credenciales de un mensajero del cielo, y el hábito mental de considerar
cualquier poder oculto con esa luz está aun tan arraigada que cualquier
ejercicio de dicho poder se supone ser "milagroso", o se proclama que
es así. Es inútil decir, que esta manera de observar las ocurrencias
extraordinarias está en directa oposición al espíritu científico de la época,
tampoco es la posición prácticamente tomada por la porción más inteligente de
la humanidad del presente. Cuando la gente ve maravillas, actualmente, el
sentimiento que se despierta en su mente no es ya veneración y temor, sino curiosidad.
Fue con la esperanza
de despertar y utilizar ese espíritu de curiosidad que se exhibieron los
fenómenos ocultos. Se creyó que esa manipulación de fuerzas de la naturaleza
que yacen debajo de la superficie —la superficie de cosas que la ciencia moderna
araña y picotea tan laboriosamente y con tanto orgullo— hubíese conducido a
investigar en la naturaleza y en las leyes de esas fuerzas, desconocidas para
la ciencia, pero perfectamente conocidas por el ocultismo. Que los fenómenos
excitaron la curiosidad en las mentes de los que los presenciaron, es
ciertamente verdad, pero, desgraciadamente, fue para la mayor parte, de especie
vana. La mayor parte de los que estuvieron presentes desarrollaron un
insaciable apetito por los fenómenos para provecho propio, sin idea ninguna de
estudiar la filosofía o la ciencia de cuya verdad y poder los fenómenos son
triviales y, por así decir, accidentales ilustraciones. En unas pocos casos
solamente, la curiosidad que despertaron dio nacimiento al serio deseo de
estudiar la filosofía y la ciencia por ellas mismas y para su provecho.
La experiencia ha
enseñado a los líderes del movimiento que la vasta mayoría de los que profesan
el cristianismo, están absolutamente excluidos por su condición y actitud
mental —como resultado de centurias de enseñanza supersticiosa — de examinar
con calma los fenómenos en su aspecto de ocurrencias naturales gobernadas por
la ley. La iglesia católica romana, apegada a sus tradiciones, se excusa de
examinar cualquier fenómeno oculto so pretexto de que es necesariamente obra
del diablo, siempre que ocurra fuera de su empalizada, puesto que tiene el
monopolio legal del negocio de los milagros legítimos. La iglesia protestante
niega la intervención personal del demonio único en el plano material; pero, no
habiendo nunca incursionado dentro del negocio mismo del milagro, se encuentra
aparentemente algo en duda si debe reconocer un milagro de bona fide si ve
alguno, ya que, hallándose tan incapaz como su hermana mayor de concebir la
extensión del reino de la ley más allá de los límites de la materia y de la
fuerza, corno lo conocemos en nuestro presente estado de conciencia, se excusa
de estudiar los fenómenos ocultos por el motivo de que radican dentro del campo
de la ciencia más bien que de la religión.
La ciencia tiene,
también, sus milagros al igual que la iglesia de Roma. Pero como depende por
entero del trabajo de los instrumentos para la producción de esos milagros, y,
como afirma estar en posesión de la última palabra del saber con respecto a las
leyes de la naturaleza, es muy difícil esperar que tome parte buenamente en los
"milagros", en cuya producción no intervengan los aparatos, y que
proclamen que hay casos de operación de fuerzas y leyes de las cuales no tiene
conocimiento.
La ciencia moderna,
por otra parte, labora tan inhábilmente con respecto a la investigación de lo
oculto como lo hace la religión; porque, mientras la religión no puede asir la
idea de ley natural aplicada al universo supersensorial, la ciencia no acepta
la existencia de ningún universo supersensible al cual el reino de la ley pueda
ser extendido; ni tampoco puede concebir la posibilidad de otro cualquier
estado de conciencia que no sea nuestro terrenal presente. Por consiguiente, era
difícil esperar que la ciencia emprendiera la tarea a que se le llamaba a
participar con mucha solicitud y entusiasmo; y en verdad, parece haber sentido
que no se debe esperar que trate los fenómenos de ocultismo menos rigurosamente
de lo que ha tratado a los milagros divinos. Así pues, procediendo con calma en
un principio desconocieron los fenómenos; y, cuando obligados a expresar alguna
clase, de opinión, no vacilaron, sin examen, y con informaciones de vidas,
atribuirlos a maquinaciones fraudulentas — alambres, puertas con trampas y
otras cosas.
Fue bastante malo para
los líderes del movimiento, cuando tentaron llamar la atención del mundo sobre
el grande y desconocido campo de investigaciones científicas y religiosas que
residen en los límites de la materia y el espíritu, hallarse considerados como
agentes de su Satánica Majestad, o como adeptos superiores de charlatana línea;
pero el golpe más cruel, tal vez, vino de una clase de personas cuyas
experiencias, debidamente comprendidas, debían por cierto haber pensado mejor;
los fenómenos ocultos fueron explicados por los espiritistas como obra de sus
queridos muertos, pero los líderes de la Teosofía fueron declarados ser algo
menos aún que médiums disfrazados.
Nunca fueron
presentados los fenómenos en otro carácter que no fuera el de un poder sobre las perfectamente naturales aunque
desconocidas fuerzas, e incidentalmente sobre la materia, poseído por
ciertos individuos que han alcanzado un extenso y elevado conocimiento del
universo, superior al que han llegado los científicos y teólogos, o que puedan
estos lograr, por caminos que respectivamente estén siguiendo ahora. Sin
embargo este poder está latente en todos los hombres, y puede, con el tiempo,
ser manejado por cualquiera que cultive el conocimiento y se conforme a las
condiciones necesarias para su desarrollo. Sin embargo, salvo en unos pocos
aislados y honrados casos, jamás fue recibido en otro carácter que como
milagros, o como obras del diablo, vulgares trampas, entretenimientos de
diversión, o como representaciones de esas peligrosas "apariciones"
que se disfrazan en salas de sesiones, y que se alimentan con las energías
vitales de los médiums y de los concurrentes. Y, de todas partes, la Teosofía y
los teósofos fueron atacados con rencor y mordacidad, con un absoluto desdén
fuera del hecho y de la lógica, y con
maldad, odio y dureza que sería por completo inconcebible, si la historia de la
religión no nos enseñada cuan mezquinos e irrazonables animales se convierten
los hombres ignorantes cuando son' tocados
sus queridos prejuicios; y no
nos enseña a su turno, la historia de investigaciones científicas,
cuan parecido a un hombre ignorante
se vuelve una persona ilustrada, cuando es discutida la verdad de sus
teorías.
Un ocultista puede
producir fenómenos, pero no puede proveer al mundo de cerebros, ni de
inteligencia y buena fe necesarias para comprenderlos y apreciarlos. Por lo
tanto, no hay que maravillarse, que la palabra sea la de abandonar los
fenómenos y que las ideas de la Teosofía permanezcan en sus intrínsecos méritos.
H. P. Blavatsky
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