Además de los moradores vivientes de los elementos, hay una clase de larvas
comúnmente llamados sombras, fantasmas o espectros. Agruparemos ahora bajo un mismo
título de fantasmas a los espíritus desencarnados y a los cascarones carentes de vida que
flotan en las esencias de los planos superfísicos. Esto es incorrecto, porque en verdad la
palabra ghost (fantasma en inglés) deriva de la palabra gast, que significa una sombra que
pasa o el reflejo arrojado por la luz en la oscuridad circundante. Jehovah, el Dios de la
forma como Shiva de la India (el tercer aspecto de la Trimurti) y Osiris (el tercer aspecto
de la Trinidad egipcia), es representado como el Señor de las sombras o apariciones del
inframundo.
En realidad, todos los cuerpos son fantasmas porque son los espectros de lo
real.
El que es una sombra de lo eterno es denominado fantasma o espectro, y no tienen
realidad salvo mediante el reflejo de la vida.
De noche, en los cementerios se ven en el aire esferas de luz fosforescente y onduladas
colgaduras de fósforo; porque el cuerpo humano cuando se desintegra, crea una niebla
luminosa. Los antiguos pueblos daban a esta niebla luminosa el nombre de sombra, o
aparición. Decían también que las sombras de los hombres recorrían los senderos de su
pasado, como el fantasma del padre de Hamlet se paseaba por las murallas almenadas de
su castillo.
Por lo general, podemos dividir los fantasmas que trasmiten de noche en dos clases
generales.
Primero, hay los cuerpos que se desintegran de las inteligencias desencarnadas.
El hombre no muere una sola vez en la Naturaleza, sino muchas veces. Desecha no sólo un
vehículo físico, sino también un cuerpo etéreo, un cuerpo astral y, por último, un cuerpo
mental. Estos son abandonados, primero los más densos, como las telas de una cebolla.
Cuando son arrojados fuera de la mónada espiritual, cada uno de estos desechos flota en
su propia esencia de existencia durante un tiempo considerable antes de desintegrarse
completamente, por cuanto las esencias sutiles de la naturaleza conservan por
innumerables años los cuerpos compuestos por ella, de la misma manera que el alcohol
conserva la carne.
Las esencias de la Naturaleza están compuestas con cuerpos que se
descomponen lentamente y que fueron desechados después que sus experiencias las
hubieran incorporado en los organismos espirituales del hombre.
En estas esencias de la Naturaleza, viven también seres que se visten con esos cuerpos
que se disuelven lentamente, como un actor se pone un traje de disfraz o lleva una
máscara. Estos disfrazados son generalmente los elementales del éter.
Los fantasmas que
se ven son generalmente cuerpos etéreos de los cuales huyó la conciencia espiritual, y que
ora son arrastrados ante los ojos de los hombres, como los restos de un naufragio que flota
en el mar, animados en parte por las sustancias sutiles de los éteres, ora son vitalizados (a
veces humanizados) por una inteligencia de uno de estos planos sutiles.
La gente dice: “La visión que vi no era un cadáver que flotaba; se movía, levantaba las
manos, me miraba”. No comprenden que esa masa de protoplasma etéreo que se arrastra,
que se mueve está flotando en la superficie y en medio de un mar de éter. Si alguien
pudiera caminar en el fondo del océano y ver las ondulantes ramas de las algas destacarse
vagamente en la pálida luz verde, vería una sustancia que en sí misma es incapaz de
locomoción o animación más allá del principio vital de propagación. Esta sustancia ondula y
se mueve, se retuerce y gira como si estuviese viva. Largas guedejas de algas, que se
parecen al cuerpo de una boa, hacen ondular sus sinuosas ramas, de la misma manera que
los fantasmas que aparecen de noche señalan con el dedo o fijan su ojo vidrioso hacia la
víctima que los contempla.
El movimiento no tiene origen en la cosa que vemos moverse,
sino que es el resultado del movimiento de las fuerzas externas.
Únicamente los que están conscientes en los planos más bajos de los mundos etéreos
pueden comprender lo que significa ver esos desechos que flotan, que son arrastrados,
siempre arrastrados, cada vez más borrosos, y muchos años después –a veces siglos- un
rostro extraño, tan borroso que es apenas visible, señala la desintegración final del
espectro etéreo.
El plano etérico pertenece en realidad al mundo físico. Está ligado a la esfera física por
cuanto en realidad en el molde en el cual se fundió su parte densa, de la misma manera que
la anatomía física del hombre es realmente moldeada en el doble etérico. Este vehículo
etéreo es puramente una sustancia física, mucho más tenue que los sólidos, líquidos y
gases que vemos. Está más o menos ligada al cuerpo físico, desintegrándose a veces con
él, pero por lo general permanece diferenciada de la sustancia del mundo astral. El cuerpo
etérico vaga cerca o sobre la tumba donde el cuerpo denso ha sido colocado, y a veces esto
conduce a una condición de apego a la tierra.
Para prevenir esta posibilidad los antiguos
ocultistas cremaban el cuerpo físico. Cuando se hace esto, nada queda para atar la
inte1igencia más alta a la materia, ya que el cuerpo ha sido completamente reducido a la
sustancia básica inorgánica.
El primer vislumbre de la visión etérea (que no es más que una extensión de la visión
física, y no clarividencia como algunos imaginan) hace entrar al hombre en un mundo de
espectros, la frontera entre los mundos físico y verdaderamente superfísico.
Allí ve esas formas cubiertas de flotantes ropajes hechos con los sutiles átomos de ese
mundo, hirviente y retorcido. Formas dantescas, en infinitas nubes. Millones de estas
formas se extienden tan lejos como puede alcanzar la vista, flotando en grupos o en líneas
ondulantes en el mar de éter donde se conservan.
En la interminable marcha del tiempo,
poco a poco se desvanecen, por cuanto los átomos vuelven al mundo etéreo de la misma
manera que los átomos físicos vuelven al polvo. Así como los átomos físicos se incorporan
otra vez en los siempre cambiantes cuerpos, y lo que constituía el cuerpo de un hombre
puede aparecer en el organismo de una planta o un animal, el éter que había sido atraído
por los centros de conciencia etérea para construir un cuerpo, cuando lo dispersa el tiempo,
finalmente se une en nuevas formas. Las partículas del cuerpo etérico del hombre están
hechas con los átomos que se desintegran de los millones de fantasmas que han estado
flotando en los éteres desde que empezó la eternidad. A este mar de éter ha de volver
cuando haya terminado su trabajo, y cuando las impresiones que el hombre ha implantado
en él, y que son necesarios para el progreso de su alma, hayan sido extraídas e
incorporadas a sus vehículos más elevados.
El hombre tiene un cuerpo relacionado con cada uno de los reinos de la Naturaleza que
luego se combinan en la cuádruple conciencia. Toda la gama de su expresión –tal como se
manifiesta por medio de la forma, desarrollo, movimiento y pensamiento- es inspirada por
un organismo completo, que en el hombre se llama cuerpo, y en el Hombre Universal un
plano de la Naturaleza. Cada uno de estos cuerpos actúa en su despectivo nivel. El hombre
nace en cada uno de estos planos a medida que el átomo sutrátmico desciende y, por la ley
de atracción, polariza un cuerpo.
Este cuerpo crece de una manera natural y progresiva.
Luego, cuando fallece, muda sus vehículos en el estado de desencarnación, desechando
cada uno de estos cuerpos hasta que sólo queda el átomo gonádico en el plano Arupa.
Estos cuerpos desechados se convierten entonces en los fantasmas o cascarones del
mundo superfísico, de la misma manera que el cuerpo físico, cuando el ego espiritual ha
desaparecido, se transforma en una cosa carente de vida, conservando la forma de una
criatura viviente, pero desprovista de conciencia o inteligencia.
En la antigüedad este proceso tenía como símbolo a la Luna, la que en verdad es un
fantasma, por cuanto su inteligencia se reencarnó en la tierra. Es un cuerpo muerto,
desprovisto de vida, impulsado por el poder del gran desintegrados de la Naturaleza, el
Señor de los Fantasmas o Espectros; en otras palabras, el Regente de la Luna.
Volviendo al mismo tema, hay una conciencia espiritual ligada a la tierra que a veces
visita a los seres vivientes, pero en este caso lo hace generalmente por medio del cuerpo
astral más inferior.
En consecuencia, nunca se la puede ver a menos que el individuo esté
parcialmente dormido.
Las personas que han visto estos espectros siempre afirman por
todos los santos que estaban completamente despiertas. La conciencia está completamente
despierta, pero actúa en ese momento en el cuerpo astral más inferior. De ahí que el
cuerpo físico no se mueva en todo el tiempo de la visión. La persona no puede levantarse y
aproximarse al espectro. Piensan y están vivos y despiertos, pero es siempre un estado
semejante al ensueño en el que están parcialmente bajo el imperio del sueño. En ese
momento, el cuerpo físico está descansando, y las cualidades físicas más inferiores no se
interponen ni se expresan en forma alguna.
Entonces mucha gente se vuelve ligeramente
clarividente y ve los fantasmas y espectros en este mundo.
El espectro por lo general
adopta una forma de un color grisáceo, cubierta por una vestidura oscura, y rodeado por
una luz de un gris azulado. Luego de haber estado la persona desencarnada algunos años
alejada del plano físico la parte inferior de su cuerpo se convierte en un colgajo y
finalmente desaparece, por cuanto en el plano astral más elevado conserva sólo la
conciencia de la cara.
Estos espectros aparecen generalmente debido a que están ligados a
la tierra por fuertes ataduras, tal como los celos y el daño que causaron. Un amor o un odio
muy grande también los atrae.
Por lo tanto, el avaro vuelve a su tesoro llevado por la
codicia.
Estas formas fantasmales son las que con su presencia llenan los antiguos
castillos, como el hermoso fantasma de Hampton Court.
Una vez que están libres de los remordimientos de su conciencia o de alguna obra que
dejaron sin terminar, estos espectros desaparecen porque la conciencia se desvanece con
el cuerpo astral, y este cuerpo se convierte meramente en un cascarón. A menudo el
cascarón es animado por los elementales que siguen frecuentando los lugares donde iba
antes el espíritu. Un gran porcentaje de las visiones vistas por los médiums son meramente
estos cascarones etéreos vitalizados por un elemental de los mundos astral o etérico. Las
ligaduras que atan a la tierra, tal como los conceptos mezquinos, la ignorancia, los
propósitos dirigidos hacia una sola finalidad, o actitudes similares se hallan en muchos
ejemplos. Muchos meses después del cese de las hostilidades de la última guerra mundial,
los soldados de ambos bandos que habían muerto en la lucha, se levantaban de los campos
de batalla y combatían en los éteres, completamente inconscientes del hecho de estar
muertos Se herían y mataban unos a otros, maldecían y proferían palabrotas, y vivían otra
vez entre las explosiones de los proyectiles como en el pasado.
Otros vagabundean entre
los bosques de cruces de los cementerios de Europa, preguntándose muchos años después
de su muerte qué les sucedió. El mar está poblado de buques fantasmas cuyas
tripulaciones, muertas desde hace mucho, siguen navegando hacia el puerto al que nunca
pudieron llegar cuando vivían. A bordo de los antiguos galeones del plano etéreo, el viejo
bucanero español todavía sigue contando su oro, atado por la ligadura de la materialidad y
el egoísmo al mundo del cual ya no forma parte. El fumadero de opio sigue frecuentado por
los espíritus de los que murieron esclavos de la maldición de este vicio, y que vuelven para
inhalar el malsano humo y regocijarse en su desdicha. Como grandes vampiros, buscan
gozar otra vez las pasiones de su antigua vida terrenal apoderándose de la mente y el alma
de los vivientes y obsesionándolos con sus insatisfechos deseos.
Todos estos hechos nos enseñan una importante lección.
La respuesta al problema de los
que siguen atados a la tierra presenta dos reglas principales la vida honrada y el desapego.
Los que han cumplido su deber en este mundo no tienen que preocuparse en volver y pedir
perdón, ni tienen que seguir los pasos de las personas a quienes hicieron daño, esperando
la liberación. Los que no tienen apego a las cosas de este mundo van a cumplir el cometido
que les confía su Maestro en otros mundos. Otra vez, si la gente de este mundo pudiera, en
espíritu y en verdad, liberar a los muertos, no estarían rodeados de espectros que se
lamentan y ruegan, mantenidos por una fuerza que no está a su alcance comprender.
Cuando lloramos por los muertos, cuando deseamos que retornen a este mundo, los
arrancamos del cometido que les confió su Maestro y nos rodeamos de fantasmas que
nunca más regresarán a la vida, pero a quienes mantenemos aquí e impedimos que
cumplan su deber.
Esos cascarones que flotan en el éter y las regiones inferiores del plano astral, son tan
incapaces de ayudarnos y guiarnos en la búsqueda de nuestra salvación como lo es un
cadáver de salvarnos en este mundo.
Estos cascarones son las cosas que más a menudo se
ven en las visiones. Están obsesionados por los más bajos elementales y las larvas del
plano astral más inferior. Hacen mover las mesas y las sillas, realizan materializaciones y
pintan cuadros, y el hombre en su imbecilidad hace dioses de entes que no son siquiera
humanos. Que el estudioso investigue esos mundos por su propio placer; o si es incapaz de
investigarlos, que aprenda la gran verdad de que el hombre no debe rendir homenaje a lo
que no conoce. Solamente a su Dios debe rendir el homenaje que el despertar de su
conciencia le indica que éste merece. Solamente con una conciencia perfecta vendrá
una comprensión perfecta y una perfecta cooperación con el obrar de la Naturaleza.
Los
fantasmas de los viejos cementerios y los espectros de los sueños deben volver a los
planos de donde han venido, donde flotarán como desechos hasta que la eternidad termine
de disolverlos; ya que, los vehículos de conciencia del espíritu, han de ser liberados para
aprender las lecciones del nuevo mundo donde vive. Allá, sin sufrir la influencia de las
emociones humanas, absorberá los frutos de sus respectivos cuerpos y con ellos constituirá
el cuerpo eterno—el templo del alma—, que es la joya de la corona humana, el gran logro
de la evolución.
Manly P. Hall
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