martes, 12 de marzo de 2019

EL ÁRBOL




Gran parte del simbolismo de la cruz es compartido con el árbol, ya que a menudo uno ocupa el lugar del otro. Ambos son símbolos universales que representan el eje del mundo. 
También pueden simbolizar el cosmos mismo. El Dios Mortal es crucificado en un árbol, representado por una cruz o un árbol en crecimiento. La cruz en tau (en forma de T) es llamada Árbol de la Vida, o Árbol del Paraíso, y los mexicanos también se referían a la cruz como el Árbol de la Vida. Era para ellos un emblema de la fertilidad y la vida, consagrado al Dios de la Lluvia. 

Cuando los españoles llegaron a América se sorprendieron al comprobar que la cruz, el árbol y otros símbolos que consideraban propios del cristianismo estaban arraigados desde hacía largo tiempo en otras culturas. El árbol no es solo un eje del mundo, sino una imagen del mundo; personifica la totalidad del mundo manifestado. Sus raíces llegan a las profundidades de la tierra y está en contacto con el mundo subterráneo y el mundo de las aguas; por eso puede nutrirse con las fuerzas de ambos mundos. El tronco crece hacia la luz y registra el paso del tiempo, agregando un anillo a su estructura por cada año de crecimiento. Del tronco salen las ramas, la unicidad del tronco se convierte en la multiplicidad y diferenciación del mundo de la forma. 

Al mismo tiempo, las ramas se extienden hacia arriba y hacia el cielo, y de este modo tienen acceso a los poderes solares, al reino de las divinidades celestes, posibilitando simbólicamente la elevación y comunicación del hombre con los cielos. Subir a un árbol, o a un poste que puede simbolizar un árbol se interpreta como el tránsito de un plano de la existencia a otro el ascenso al cielo o a la Realidad. Simboliza también el anhelo de llegar a esferas superiores, sea para conquistar algún poder que pueda ser utilizado en la tierra, sea para conseguir un tesoro o un conocimiento mágico, sea para alcanzar la sabiduría. El árbol reproduce todo el drama cósmico, por cuanto muere y vuelve nuevamente a la vida. Obedece al principio de morir-para-vivir, mientras que el árbol de hojas perennes simboliza la inmortalidad y la vida eterna. Además de mediar entre los tres mundos, el árbol envía mensajes al cielo, simbólicamente, a través de la madera usada para encender el fuego, o del incienso, mensajes que ascienden hacia lo alto en forma de llama o humo. 

El árbol, como el umbral o la puerta de entrada, suele estar custodiado por monstruos o dragones a los que es necesario vencer para llegar al tesoro o alcanzar la inmortalidad: Los héroes luchan contra los monstruos que guardan el árbol de las manzanas doradas o el del Vellocino de Oro. 
Este mito refleja la dificultad de superar nuestra propia naturaleza mortal, así como los demás escollos que debemos salvar para avanzar por el camino que conduce a la luz, para reconquistar el centro. Los árboles del Paraíso El Paraíso tiene dos árboles: el primero es el Árbol de la Vida, que crece en el centro y significa regeneración y retorno al estado de perfección primordial. Es el árbol de la unidad, y trasciende tanto el bien como el mal. De él brota, en el centro, un manantial que da nacimiento a los cuatro ríos del Paraíso, los cuales fluyen hacia los cuatro puntos cardinales y forman de ese modo la figura de una cruz. 

El segundo es el Árbol del Conocimiento, de naturaleza dualista; el hombre que prueba sus frutos podrá conocer el bien y el mal, los opuestos del mundo manifestado. En muchas tradiciones existe el mito de la relación entre el Árbol del Conocimiento y la Caída del primer hombre, que pierde la inocencia del estado original y entra en el mundo dualista del bien y el mal. Por otra parte, el fruto del Árbol de la Vida confiere la inmortalidad y puede llevar nuevamente al hombre al Paraíso perdido. Según una tradición, la manzana fue el fruto causante de la caída de Adán y Eva. Esto es posible porque era el fruto prohibido de la Edad de Oro, que Iduma había dado a los dioses. En este caso, sin embargo, la manzana no era el fruto del Árbol del Conocimiento, sino el fruto del Árbol de la Vida, de aquí la inmortalidad de los dioses. En la mitología nórdica, la manzana era el fruto del jardín de Freyja, diosa del amor y la belleza, y simbolizaba también la inmortalidad. 

En la tradición céltica, la manzana era el fruto de Avalón, una isla paradisíaca llamada Isla de las Manzanas, y tenía poderes mágicos. Según otras tradiciones el vino, que simboliza la sabiduría, era el Árbol del Conocimiento (en vino veritas), y se lo representa frecuentemente como tal en el arte religioso. El hombre puede alcanzar la inmortalidad comiendo el fruto del Árbol de la Vida o bebiendo el líquido extraído de éste, como el soma de los hindúes o el haoma de los persas, que eran licores sagrados. En el taoísmo-budismo chino, el duraznero está en el centro del Paraíso y es el Árbol de la Vida. El hombre siempre ha anhelado conseguir, de una u otra manera, la inmortalidad, pero la antigua leyenda china del Mono y el Durazno nos advierte que es necesario conquistar la inmortalidad por medios legítimos, por el esfuerzo y el crecimiento espiritual, y no recurriendo al robo del fruto del árbol prohibido. Según cuenta la leyenda, en otro tiempo había un sacerdote, un mortal, encargado de celebrar los oficios divinos en el Paraíso, donde moraban los inmortales, y estaba perdidamente enamorado de una hermosa hada. 

No había nada que le impidiera casarse con ella, salvo su condición de mortal, y el hecho de que su amada era inmortal lo obsesionaba hasta tal punto que ansiaba alcanzar de inmediato la inmortalidad. El sacerdote decidió que el medio más rápido y seguro era robar un fruto del Árbol de la Vida, ya que con solo morder un durazno lograría instantáneamente la inmortalidad. Acercóse al Árbol y después de cerciorarse de que no había nadie a la vista, extendió la mano para agarrar el durazno. Pero había olvidado que el Señor Buddha todo lo ve y es además omnipresente; en el preciso momento en que estaba por tomar el fruto fue convertido en mono. La figura del mono con el durazno, esculpida frecuentemente en jade o tallada en el hueso de la fruta es, por un lado, un símbolo de la desmedida ambición y la excesiva confianza en las propias fuerzas que conducen al fracaso y, por el otro, una advertencia contra el intento de tomar atajos en el sendero espiritual, en vez de seguir el camino recto. En casi todas las tradiciones, el Paraíso es un jardín o algún otro espacio cerrado, como la Isla Verde o las Islas de los Bienaventurados. La excepción es la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén de la que habla el Nuevo Testamento, aunque en el Antiguo Testamento el Paraíso original era el Jardín del Edén. El nombre mismo de Paraíso derivaba de un jardín, una región que se extendía a lo largo del Golfo Pérsico y el Mar Caspio y era, en ese entonces, "el reino de la rosa y el ruiseñor, de los perfumes y los cantares". 

Los persas lo llamaban "peridaisos", que significaba gran parque cerrado. 
El Paraíso representaba la perfección, la Edad de Oro, la Edad de la Inocencia, donde todo era espontáneo y libre, y había abundancia de alimentos, y no era preciso trabajar para obtenerlos, un lugar de paz, quietud y felicidad. Esta inocencia primordial se perdió cuando el hombre comió el fruto prohibido del Árbol del Conocimiento; el cielo y la tierra se separaron, el hombre fue expulsado del Paraíso y desapareció entonces la posibilidad de comunicación entre dioses, animales y hombres, porque todos hablaban lenguajes diferentes y la enemistad había reemplazado al entendimiento y la paz. La Caída del hombre simboliza el descenso del espíritu, el ir de la unidad primordial a la dualidad y fragmentación del mundo de los fenómenos, el alejarse del centro de paz y perfección hacia la circunferencia giratoria del cambio, la dispersión y multiplicidad, la entrada en el mundo temporal. Aparece entonces la nostalgia del Paraíso perdido, y el viaje de regreso al centro para reconquistar el Jardín del Edén, abolir el Tiempo y restaurar la unidad. Después de la Caída y la pérdida del Paraíso, el hombre será custodiado por monstruos o ángeles con llameantes espadas; por lo tanto, el viaje de regreso está cargado de riesgos e implica duras pruebas que el hombre deberá enfrentar con disciplina y arduos esfuerzos. 

E1 Árbol simboliza en el mundo el principio femenino, el aspecto protector, amparador y nutricio de la Gran Madre, y es su madera la que provee en gran medida este amparo y protección: al nacer, en la cuna, durante el matrimonio, en el lecho conyugal, y a la hora de la muerte, en el ataúd. La cuna representa la barca cósmica, la nave en la cual emprendemos la travesía por el mar de la vida. 
El balanceo de la cuna no es solo el movimiento sedante que aquieta al bebé, también representa el balanceo de la nave de la vida en el océano primordial. Y como nave de la vida, el Arca de Noé, construida en madera, salva del diluvio al hombre y a todos los animales de la creación. En el campo del arte, la Gran Madre o Madre Tierra suele ser representada por un árbol, e incluso con apariencia de árbol, como el caso del sicómoro, una especie de higuera del antiguo Egipto, que no solo brinda protección bajo su tupido follaje, sino también alimento con sus frutos. 

La Gran Madre controla siempre los jugos de la tierra, y a través del árbol es capaz de extraer de las profundidades de la tierra esas inagotables fuerzas fertilizadoras y llevarlas a la superficie para nutrir el crecimiento y dar frutos, asegurando así la supervivencia de la especie humana y de las bestias. 
El árbol puede representarse simbólicamente por una columna, una pértiga o un poste; como tal, es también el eje del mundo que une el cielo y la tierra y, sin embargo, los mantiene aparte. Dos pilares o columnas pueden simbolizar los árboles del Conocimiento y de la Vida, así como todos los opuestos complementarios que existen en el mundo de la dualidad, manteniéndolos, a un mismo tiempo, en tensión y en equilibrio. Esto los relaciona con el simbolismo del yin-yang: la columna de la derecha, generalmente de color blanco, representa el yang, el principio masculino, la de la izquierda, de color negro, es el yin, el principio femenino que simboliza también el poder espiritual y temporal; ambas representan el movimiento ascendente-descendente y, en realidad, todos los opuestos. Pero las dos columnas son también el sostén de los cielos y forman, por lo tanto, la Puerta del Cielo; éste es su significado cuando se levantan a ambos lados de la entrada de un templo o una iglesia; pasar entre ellas cruzando el umbral significa iniciar una nueva vida, abandonar el mundo profano y entrar en el mundo sagrado. 

El Árbol Invertido es también un símbolo conocido, que representa la acción inversa. Sus raíces aéreas son el principio que se desarrolla hacia abajo manifestándose a través del tronco y extendiéndose luego hasta las ramas, es el poder que desciende de lo alto hacia abajo y refleja los mundos celestial y terrenal. A veces es un símbolo de carácter solar, en cuyo caso representa los rayos del sol que extienden su poder y su luz por toda la faz de la tierra. 

El Árbol Sefirótico, que tiene un vasto simbolismo propio, suele aparecer invertido, como el Árbol de la Felicidad del Islam. El Árbol Invertido es común en muchas tradiciones: el folklore de Islandia, Laponia y Finlandia comparte con los hechiceros y los aborígenes australianos el mismo símbolo, el de un árbol mágico que crece de arriba abajo. El Árbol Invertido también está presente en el simbolismo hindú, donde tiene gran significación. En las Upanishads, todo el cosmos es un gran árbol, y "Brahman era el árbol de cuya madera se dio forma al cielo y la tierra". 
Los árboles sagrados Cada nación y cada cultura tiene su árbol sagrado. El Árbol de la Vida del budismo es el Árbol de la Sabiduría, "cuyas raíces penetran profundamente en la tierra ... sus flores representan los actos de los mortales... sus frutos, la rectitud y la virtud." No hay que talarlo nunca, mientras que el Árbol del Mundo, por el contrario, debe cortarse hasta la raíz porque simboliza la ignorancia y los deseos carnales. La higuera de la India, bajo la cual se dice que el Buddha alcanzó la iluminación, es un árbol sagrado y representa un Centro Sagrado. En los mitos maoríes de la creación, el árbol obliga al cielo a separarse de la tierra, pero sigue siendo un mediador entre ambos. Este simbolismo está muy extendido en diversas culturas. En la tradición céltica hay varios árboles sagrados. 

El roble y el múerdago de los druidas representan los poderes solar y lunar, lo masculino y lo femenino. El avellano, que es siempre un árbol mágico, era el árbol sagrado de los vergeles célticos y, como todos los árboles que dan nueces, sus frutos simbolizan la sabiduría oculta. Como Árbol de la Vida, crecía junto al estanque sagrado de Avalon: las avellanas caían al agua, donde habitaban los salmones sagrados, los únicos que podían alimentarse con esos frutos. En el Antiguo Testamento se cuenta que Jacob utilizó una vara de avellano, el árbol mágico, para obtener carneros y ovejas moteados. La rama de avellano es la herramienta más común del rabdomante. El Árbol de la Vida del antiguo Egipto, el sicómoro, aparecía a menudo con las ramas cargadas de regalos, y el agua fluía a su lado. Hathor, la diosa egipcia del amor, es representada, como otras deidades, con figura de árbol. En Grecia y Roma el árbol tenía particular importancia porque era el árbol del Dios del Cielo, Zeus/Júpiter. La Palmera, el olivo y el laurel estaban consagrados a Apolo, mientras que la vid era la planta sagrada de Dionisio/Baco, dios del vino. En la mitología escandinava, el Yggdrasil o fresno, tiene un vasto simbolismo: es el Poderoso Fresno, fuente de la vida y la inmortalidad, a cuya sombra se reúnen los dioses en concilio. Como todas las divinidades cósmicas, sirve de unión entre los tres mundos. Sus ramas se elevan hasta el Walhalla, y de sus raíces fluye un manantial, origen de los ríos y símbolo del trascurso del tiempo terrenal. 

El brioso corcel de Odín mascaba sus hojas, y posados en sus ramas, el águila y la serpiente, símbolos de la luz y la oscuridad, luchaban perpetuamente para imponer su dominio, mientras que la ardilla los aguijoneaba y hostigaba constantemente con sus travesuras, asegurando de ese modo que la paz no reinara en el mundo. En este árbol se sacrificó Odín por el bien de la humanidad. El pino, que estaba consagrado a Atis y que, siguiendo la tradición teutónica, se convirtió más tarde en nuestro Árbol de Navidad, era también el árbol sagrado del mitraísmo. El Árbol de la Vida aparece con un número variable de ramas en las distintas culturas. La palmera de Babilonia tenía siete ramas que representaban el cielo y los siete planetas. 

El Árbol de la Vida de los persas tenía también siete ramas de diferentes metales -símbolos de los siete planetas-, cada uno de los cuales representaba la historia de un milenio. En la mitología china e hindú hay un Árbol de la Vida de 12 ramas que representan los doce meses del año y los 12 signos del Zodíaco. El árbol de los Hindúes tiene doce soles en sus ramas, y cuando finalice el ciclo del tiempo, esos doce soles se unificarán y brillarán como una manifestación del Uno. 

El árbol de los chinos tiene Doce Ramas Terrestres; cada una de las cuales representa uno de los animales simbólicos de las Constelaciones: seis animales salvajes y seis animales domésticos, es decir, seis yin y seis yang. Así, de la única y pequeña semilla ha crecido un gran árbol, con sus profundas raíces, su tronco macizo, sus ramas y sus innumerables flores y frutos. Este árbol es, simbólicamente, una imagen del universo: lo múltiple que surge del Uno, la diversidad de la unidad, y el retorno a la unidad en la semilla, seguido por la reanudación de todo el ciclo de nacimiento-muerte-y-renacimiento.

Cooper J C

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