La redondez es la forma más natural y perfecta de la naturaleza.
No es extraño que el círculo
haya sido considerado universalmente como un símbolo sagrado, un símbolo que expresa la
integridad y totalidad arquetípicas y, por lo tanto, la divinidad.
Hermes Trismegisto decía: "Dios
es un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna." En un contexto
moderno, cuando los misioneros cristianos preguntaban a los indios pieles rojas acerca de su
Dios, ellos dibujaban el círculo del Sol Emplumado, un símbolo que la estrecha visión de esos
misioneros fue incapaz de apreciar pero que es, en realidad, un perfecto ideograma metafísico,
con las plumas rojas apuntando hacia adentro y las plumas negras hacia afuera, lo cual
representa el movimiento bidireccional del poder -hacia dentro, es decir, hacia el centro y lacia
afuera, hacia la circunferencia que lo contiene todo dentro de sí.
EI círculo es, junto con la cruz, uno de los símbolos más complejos. Como no tiene fin, ni
tampoco arriba o abajo, representa la eternidad y la ausencia de espacio. Simboliza la anulación
del tiempo y el espacio, pero cuando aparece en forma de esfera o de rueda, significa también la
recurrencia perpetua y el movimiento cíclico.
Los símbolos del círculo y el centro no solo son universales, sino prehistóricos. Los
encontramos en las herramientas y los objetos más primitivos. Con el correr del tiempo se
desarrollaron en sumo grado en el mandala, que combina los tres símbolos más importantes, el
círculo, el cuadrado o cruz y el centro, que en el mandala puede ser una figura, el loto, la llama
o algún punto destinado a la concentración.
El mandala deriva del vocablo árabe Al mandal, que
significa "círculo"; es "el ordenamiento sistemático de los símbolos sobre los cuales se basa el
proceso de visualización". En el budismo tibetano, donde tiene un papel sumamente importante,
significa, al mismo tiempo, el centro y todo aquello que lo rodea; de aquí proviene una imagen
del mundo en la cual el mediador debe penetrar, imaginarse a sí mismo como el centro del
mandala, y entrar en el reino del Buddha. Representa todo el drama cósmico y, como el
laberinto, simboliza también el peregrinaje del alma por el mundo.
El centro, cuando se llega a
él, es también la Puerta del Cielo y el medio de alcanzar el mundo celestial. El centro del círculo
es siempre el asiento del poder, puesto que es un espacio cerrado, que está a salvo de las fuerzas
hostiles. Este simbolismo del círculo pasa del plano más alto al más bajo, del centro sagrado del
mandala y el chakra -el centro espiritual representado por el loto y la rueda- al "círculo mágico"
del nigromante, el hechicero o la bruja.
El templo hindú está construido en forma de mandala. Esto puede verse claramente en
Borobadur, donde todo el universo está representado por diversas terrazas o "niveles", que son
los planos o cielos, y el conjunto aparece como una montaña cósmica, símbolo del centro del
universo. Hay pórticos y puertas en los cuatro puntos cardinales, introduciendo el cuadrado, y el
conjunto encierra el Tiempo y el Espacio.
Los demonios esculpidos o pintados a veces en el
mandala o en los muros de los templos simbolizan los aspectos peligrosos y amenazadores de
los poderes psíquicos, y las fuerzas de la pasión y el deseo que impiden el avance hacia la luz.
También se construían puestos de carácter defensivo en torno al círculo y al cuadrado, cuyo
centro más recóndito era el punto focal sagrado. Cuando Rómulo fundó Roma, levantó un altar
en el centro y construyó a su alrededor murallas que hacían las veces de trincheras. Según
cuenta Plutarco, se había dado el nombre de "mundo" –mundus- a esa trinchera "como si fuera
el universo mismo".
Este simbolismo del centro sagrado del círculo es la repetición de un arquetipo. A1 respecto
dice Mircea Eliade: "El hombre siente continuamente la necesidad de “dar vida” a arquetipos,
incluso descendiendo hasta el nivel más bajo de su existencia inmediata: es el anhelo de alcanzar
las formas trascendentes, en este caso, el espacio sagrado".
Vemos, por ejemplo, la perpetuación
de este símbolo en su nivel más bajo en nuestros complejos urbanos, considerados como el
centro de interés e importancia de la sociedad, o cuando decimos que la iglesia ola escuela es el
"centro" de la comunidad lugareña y de todas las actividades que "giran" en torno al mismo. El
círculo es también la forma en que disponen sus tiendas las tribus nómades, tanto en Europa
como en Asia o América del Norte. En otro plano, el círculo representa el movimiento
dinámico, en contraposición al cuadrado estático de las casas y predios de los habitantes de la
ciudad y el campo, pero dondequiera que aparezca simboliza el espacio sagrado, la totalidad y la
divinidad.
El movimiento rotatorio del círculo introduce naturalmente el simbolismo de la rueda y del sol.
El sol es siempre redondo y se desplaza en el cielo con un movimiento de traslación, mientras
que la luna cambia de forma y regularmente desaparece. La luna, asociada con las aguas y con
todo lo móvil y rítmico es, con pocas excepciones, el símbolo de los poderes femeninos del
universo, la Diosa Madre, y el Sol es el poder masculino, el gran símbolo del Dios de los Cielos.
El movimiento giratorio de la rueda representa también el inexorable movimiento del Tiempo y
del Destino. En el hinduismo y el budismo, la rueda es un símbolo particularmente evocativo: su
circunferencia, dividida por los rayos, representa los períodos cíclicos de manifestación,
mientras que la circunferencia misma significa los límites de la manifestación.
La rueda se
simboliza también por las chakras -que estilizadas frecuentemente bajo la figura del loto
mueven los centros espirituales del hombre- y por la Rueda de la Ley y la Verdad y la Ronda de
la Existencia, uno de los símbolos más comunes en la iconografía budista, que puede ser incluso
un emblema del propio Buddha, de "Aquel que hace girar la Rueda de la Ley".
El movimiento giratorio de la rueda depende del eje, el punto central en torno al cual giran
todas las cosas, aunque él mismo permanece inmóvil. Se lo conoce como el "punto quieto", el
"móvil inmóvil" del que hablaba Aristóteles en Occidente, en Oriente y en la religión taoísta el
centro inmóvil representa al Sabio que ha alcanzado la realización y por lo tanto puede mover la
rueda sin moverse; simboliza la quietud y la paz que concuerda y armoniza con la Voluntad del
Cielo.
El tiempo
El tiempo ha sido considerado generalmente como un enemigo; los poetas hablan del "tiempo
envidioso", del "tiempo devorador", del "naufragio del tiempo", y los artistas lo representan bajo
la figura del Segador, sea como Cronos/Saturno, sea como un esqueleto con la guadaña. EI paso
del tiempo se muestra en el reloj, símbolo del rápido tránsito de la vida mortal, mientras que los
infinitos ciclos del tiempo, los Días y Noches de Brahmá, se expresan por medio del círculo y la
rueda giratoria, símbolos de los inacabables ciclos cósmicos. En Occidente, el tiempo es
generalmente lineal, pero en Oriente ha sido siempre cíclico. Si bien el mundo se halla en un
perpetuo estado de cambio y flujo, no es necesario que el movimiento implique siempre un paso
hacia adelante, un avance; las cosas pueden progresar en un sentido y al mismo tiempo
retroceder en otro.
El tiempo crea y destruye, lo cual explica el simbolismo de la Gran Madre
como Creadora y Destructora, corno generadora de la vida y portadora de la muerte. Como
Diosa Lunar era la que medía el tiempo de acuerdo con las fases de la luna; como madre
creadora, protectora y nutricia aparece bajo la figura de Isis, Cibeles, Ishtar, Lakshimi, Tara,
Kwanyin, Deméter, Sofía y María, "arropada por el sol y con la luna a sus pies", siendo sus atributos la media luna y la corona de estrellas. Con respecto al tiempo que negocia con la
muerte se lo representa mediante Kâlí, "la negra", Durga, Astarté, Lilith, Hécate, Medea y Circe:
es también la Virgen Negra y, en su aspecto más tenebroso, aparece a menudo bajo una
horripilante máscara, con cabellera de sierpes, o collares de cráneos ensartados.
Cuando simboliza el tiempo cíclico, la Gran Madre es también la que controla las estaciones,
con su constante recurrencia y la eterna ronda de nacimiento-desarrollo-muerte-y-renacimiento.
Su día se celebra el 25 de marzo, "Día de la Anunciación", cuando la luna de Primavera
(Hemisferio norte) pone en movimiento la nueva savia y la tierra que parecía inerte hace brotar
las plantas con renovado vigor. Con la llegada del verano se completa el proceso de maduración
y el otoño presencia la cosecha de los frutos de la tierra y la muerte de la planta después de la
siega. Finalmente se acerca el invierno con su aparente manto de muerte, pero no es así, porque
las fuerzas de la vida permanecen latentes bajo el suelo dormido. La semilla se almacena o cae
en tierra, y continuará viviendo oculta e invisible hasta que llega una vez más la primavera,
porque la muerte solo es el aspecto invisible de la vida, el cambio de una forma de existencia
por otra. Este tema del nacimiento-muerte-renacimiento es la base de toda ceremonia de
iniciación, su modelo arquetípico.
Al llegar a la pubertad, el iniciado abandona la antigua vida
despreocupada de la infancia y la primavera para iniciar la vida madura del adulto.
En la segunda muerte del "Nacido Dos Veces" él, como la semilla, desciende al mundo de las
sombras -el lado oscuro de la Naturaleza que simboliza el descenso a los infiernos-, pero supera
esa etapa y nace una vez más a la nueva vida. Esta es la razón por la cual las ceremonias
iniciáticas se celebran siempre en la oscuridad: en antiguas religiones como el mitraísmo, se
llevaban a cabo en oscuras chozas o cavernas, y en el caso de ciertos ritos tribales, en el vientre
de un gigantesco monstruo especialmente construido para la ocasión.
La urdimbre y la trama
El terrible aspecto de la Oscura Diosa Lunar es asociado, como hemos visto, al acto de hilar y
tejer. Todas las Diosas Lunares son hilanderas y tejedoras del destino y de la trama de la vida,
que atrapa a la humanidad en sus redes. El hilado y el tejido fueron ocupaciones domésticas
esencialmente femeninas hasta la llegada de la máquina (ambas están siendo revalorizadas ahora
por mucha gente que conoció la "civilización" y se pasó al otro lado, afirmando su respeto por la
artesanía.)
El huso y la rueda eran atributos de todas estas diosas. La rueda que gira representa
las revoluciones del universo, y el hilo que sale de la rueca es el hilo de la vida, del tiempo y del
destino. La trama es el plano horizontal, lo cuantitativo, la condición humana variable y el
mundo temporal, mientras que la urdimbre es el plano vertical, que une todas las formas del ser,
desde la más baja hasta las más elevada, desde el mundo subterráneo hasta el firmamento.
Representa lo cualitativo, la esencia de las cosas, lo activo y directo. La urdimbre es la forma,
solar y masculina; la trama es la materia, lunar y femenina. Cuando ambas se entrelazan forman
una cruz en cada hilo, lo cual simboliza la unión de los contrarios, la perfecta relación de los
principios femenino y masculino unidos.
Los colores alternativos de la urdimbre y la trama
representan las formas dualistas y complementarias del universo, la luna y el sol, el día y la
noche, lo negativo y lo positivo, el yin y el yang. De hecho, en chino, Chuang-hung-yang
compara el yin y el yang con "el movimiento de vaivén de la lanzadera en el telar cósmico". El
simbolismo hindú habla de Brahmá, el Principio Supremo, como "aquél sobre el cual se
entrelazan los mundos, del mismo modo que se entrelazan la urdimbre y la trama". Utiliza
también el símbolo de la araña, la tejedora de la red de la Mâyá o la ilusión creadora de formas, la ilusión del mundo manifiesto.
La diosa egipcia Neit, las divinidades sumeria y semítica Ishtar, y Atargatis, y la diosa griega
Atenea tejían la trama del mundo, mientras que las Moiras o Parcas eran las dueñas de la vida y
el destino del hombre, cuya trama hilaban. Estas deidades del destino humano, que aparecían
siempre en número de tres, no solo representaban las fases de la luna, sino también el presente,
pasado y futuro: el nacimiento, la vida y la muerte. Cloto, que presidía el nacimiento, tenía la
rueca, Láquesis daba vuelta el huso, y la cruel Atropos era la encargada de cortar el hilo de la
vida en el momento de la muerte.
En la mitología escandinava, Holda y las Nornas o Parcas
ocupan la misma posición, como hilanderas del destino humano. Este simbolismo se extiende
hasta el mundo popular del folklore y el cuento de hadas, donde aparecen tres figuras fantásticas
dotadas de poderes mágicos, y tanto el hilado como el tejido desempeñan un papel significativo
y a menudo siniestro.
El trascurso del tiempo en la vida del ser humano se registra en el reloj de arena, el reloj de
sol, el reloj de agua y más tarde el reloj mecánico o de pared y el de bolsillo, los cuales
simbolizan, obviamente, el paso del tiempo, la transitoriedad de la existencia y el viaje del
hombre a través del mundo desde el nacimiento hasta la muerte. También representa lo
irreversible, lo que avanza siempre inexorablemente y no puede moverse en sentido inverso.
Este simbolismo está ligado al hombre, a quien le resulta sumamente difícil invertir el sentido de
las cosas -caminar o correr hacia atrás, leer, deletrear o pronunciar palabras al revés, etc.-, y no
puede hacer que las agujas del reloj se muevan en sentido inverso.
La única excepción a este
simbolismo es el reloj de arena. La arena que va deslizándose lentamente significa, en primer
lugar, el descenso del alma desde los cielos hasta el mundo de los fenómenos y luego, cuando se
invierte el reloj, el regreso al cielo, el retorno a los orígenes. Este es el proceso cíclico de la vida,
representado por el movimiento circular del reloj de arena invertido y por la faz circular del reloj
de sol y el reloj mecánico; el poder cíclico que involucra por igual a todas las formas de vida,
humana, animal y vegetal, que da nacimiento a todo, lo destruye todo, y volviendo al comienzo
genera un nuevo nacimiento. Cuando el tiempo se detiene, se abre el camino hacia la eternidad,
hacia la luz, como en la experiencia mística, el "momento sin tiempo" o el nunc stans.
"Érase una vez", esas palabras con que suelen comenzar los mitos y los cuentos de hadas aluden
a la Edad de Oro, que tenía acceso a la eternidad y en la cual todo era posible, un tiempo en que
la humanidad era sabia y vivía en armonía, no solo con los dioses y los hombres, sino con todas
las criaturas vivientes, que también vivían en paz unas con otras y hablaban el mismo idioma.
Era un estado paradisíaco donde el "león vivía junto al cordero".
La nostalgia de ese Paraíso
Perdido se pone de manifiesto cuando el habitante de la ciudad quiere "alejarse de todo" y va en
busca de un lugar apacible y tranquilo. Es inherente a las novelas y obras teatrales que
desarrollan el tema de la huída a una isla tropical, donde la vida es fácil y placentera, y
deliciosos frutos cuelgan de los árboles, o a la idea del jardín secreto, el oculto valle de
Shangri-la, todos los cuales son lugares cerrados, recoletos y apacibles, y el vehemente deseo
del gozar de esa maravillosa vida representa el anhelo de recuperar el Paraíso Perdido. Incluso la
casita de fin de semana, el viaje en auto al campo, o los folletos de turismo que publicitan
hermosos lugares distantes e incontaminados indican, a su manera, la nostalgia de ese Paraíso
Perdido.
La totalidad
El aspecto más significativo del simbolismo del círculo es el de la totalidad arquetípica. Es la
totalidad que contiene todos los dualismos, los pares de opuestos que componen el mundo de la
manifestación, en él se hallan convertidos y unidos. Una vez más, la representación más
completa y probablemente la más conocida de esta totalidad es el diagrama del yin y el yang -con sus mitades blanca y negra entrelazadas y exactamente proporcionadas-, pero cada uno
contiene dentro de sí el germen del otro. Cada uno depende enteramente del otro y solo puede
existir dentro de esa interrelación. Aunque se los denomina los "Contrarios", o los "Grandes
Extremos" y los "Dragones Contendientes" del universo, su acción mutua es dinámica, pues
cada uno estimula al otro en una armoniosa cooperación. Representan al mismo tiempo la
división y la unidad: controlan y regulan las fuerzas cósmicas, y el desequilibrio entre ellas
produce desorganización y, por lo tanto, "mal-estar" en los campos físico, mental o espiritual. Si
bien el mundo fenoménico se divide siempre en los opuestos, el día y la noche, la oscuridad y la
luz, lo femenino y lo masculino, lo negativo y lo positivo, lo pasivo y lo activo, etc., esta
división no es absoluta: cada uno puede generar al otro, y ambos terminan por reconciliarse y
resolverse en el círculo de la unidad final, cuando los Dos se convierten en Uno.
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