Una
vez expuesta la teoría del conocimiento y el criterio de verdad, réstanos
completar, ya con más elementos de juicio, lo relativo a los mecanismos de
captación gnóstica, sin lo cual sería vana pretensión dominar el instrumento
maravilloso del entendimiento, del cual hemos de valernos necesariamente para
todo acto de conocimiento. Para esto partamos de los conceptos expuestos al
hablar de la "escala del entendimiento" anteriormente.
Fuerza mental y
concentración de pensamiento. Dícese que el
pensamiento corre más veloz que nada. Pero esto no es cierto. El pensamiento no
corre. Como no corre la palabra que se emite delante del micrófono
radio-telefónico. Lo que corre velocísimamente es la onda eléctrica producida
por la vibración de la palabra, que luego se transforma o educe en una nueva
pero idéntica palabra, al ser captada por el receptor sintonizado. En el caso
del pensamiento, lo que corre es la onda mental producida por aquél, y que
luego educe el pensamiento análogo en la mente receptora sintonizada con la
primera. La telepatía es la telefonía del alma. Y para este efecto, el cerebro
humano cuenta con una antena sensible y maravillosa: la glándula pineal. En
este órgano que Descartes consideraba como el "asiento del alma"
existe una especie de arenilla P relacionada con las altas funciones de la
inteligencia y que, al modo de las limaduras de plata del tubo de Branly, se
orientan magnéticamente con la onda mental.
En las manifestaciones de la mente humana se dan las dos
modalidades de polaridades opuestas que rigen todas las manifestaciones de
las vibraciones cósmicas. Pudiéramos decir que la mente obedece también a la
ley de gravitación universal. En ella se da una actitud atractiva o
extrovertida (o de captación de objetos por medio de la observación sensorial)
y otra repulsiva o introvertida (de elaboración del propio pensamiento con
desprecio de las imágenes exteriores). La actitud extrovertida o positiva puede
darse en todas las manifestaciones del alma en forma de simpatía o carácter
expansivo o sintonizado; así como la actitud introvertida a negativa se
traduce en antipatía o carácter esquizotímico. El simpático o sintonizado vibra
con las imágenes, pensamientos y sentimientos de los demás seres: El antipático
o esquizotímico vive su vida interior[1].
Pero la mente; en uno y otro caso, adopta las dos
actitudes o mecanismos intrínsecos independientemente del objeto (interior o
exterior) a que se refiera, que ya señalamos con los nombres de concentración y
abstracción.
Ya dijimos que la concentración precede a la meditación y
es precedida por la atención. Esta última suele ser la consecuencia de una
cierta disciplina del manejo de los sentidos a tal fin; que es lo que llamamos
observación. El buen observador pone su atención en lo que quiere o le
interesa. Otros se encuentran atraídos por algo que eventualmente resulta ser
objeto de su curiosidad; y dicen: "me ha llamado la atención". Así
pues la atención se puede poner en función voluntaria o activamente e
involuntaria o pasivamente.
Cuando eventual o permanentemente un sujeto se halla incapacitado
para prestar atención, se dice que está o es distraído, respectivamente.
La palabra atención se forma con la raíz tenso; el
prefijo a, indicador de movimiento en dirección al que atiende (es decir, algo
que se capta del exterior en sentido aferente o centrípeto) y el su fijo o
terminación de acción. Así pues, su traducción etimológica o conceptual, sería:
la acción de poner tenso con relación a un objeto externo que afecta a los
sentidos. ¿Y qué es lo que se pone en tensión? En resumen, la fuerza mental.
Por el contrario, el vocablo intención supone un objeto
interno, o sea del contenido mental o espiritual del sujeto. Intención proviene
de intendo que significa lo que es
dirigido. Por consiguiente el motivo de la intención, sale en determinada
dirección desde el interior del individuo que actúa o que va a actuar. La
intención es un modo de voluntad que se vale, para entrar en acción, de
determinadas fuerzas mentales: es tensión activa. La atención es tensión pasiva.
La intención actúa; la atención espera.
Una vez puesta en tensión y concentrada la fuerza mental
sobre el objeto del conocimiento, viene ese laboreo de la meditación que, por
medio de la razón, elabora la representación o idea del objeto, que,
primeramente concreta (pensamiento), pasa ulteriormente al plano de la
abstracción o de los conceptos universales.
En este plano abstracto del conocimiento, dijimos que
puede llegarse a la contemplación, que es la percepción esencial de cualquier
objeto de conocimiento; no pues en lo que tiene de concreto o mudable, sino en
lo que encierra su esencia ontológica, noumeno o factor causal, como productor
del fenómeno de su vida externa, existencia o manifestación[2].
La captación de una verdad antológica por contemplación, exige, aparte la
capacidad de elevación intelectual, la actitud amorosa. Sin amor hacia un
objeto, jamás puede llegarse a contemplarle, en el estricto sentido de esta
palabra.
El místico que contempla a Dios o el astrónomo que contempla
los astros, han trascendido el plano de sus manifestaciones ostensibles
(aunque las vean) para entrar en el seno de los principios. La contemplación es
pues presencia de espíritu. Es una actitud pasiva de la mente cara a cara con
la realidad espiritual; que en algunos casos puede provocar el éxtasis. Cuando
esta realidad espiritual deja su presencia (o modo pasivo) para entrar en
acción, entonces se llama inspiración: ¡el soplo divino de la creación mental!
Pero la presencia de espíritu, que es el fruto de la
contemplación y causa de la inspiración, puede venir también por dos mecanismos
trascendentales: la evocación y la invocación.
Evocación es la llamada a un espíritu exterior. Nosotros evocamos, por ejemplo,
el espíritu de Cristo cuando meditamos o continuamos su obra; y entonces nos
sentimos penetrados de él, pudiendo llegar a estar inspirados o en comunión
con el espíritu cristiano.
Invocación es la llamada interna a nuestro propio espíritu, o sea. el acto de
despertar nuestra realidad superior o YO.
La invocación y la
evocación son un modo de oración. Y orar es meditar con palabras, como ya
lo indica la construcción de estos tres términos.
Advocación no es más que una de las facetas en que se nos puede manifestar el
objeto de la evocación o de la invocación. La Virgen de las Mercedes no es más
que una faceta que nos revela una de las cualidades del elevado espíritu que
suponemos a la madre del Divino Maestro. La Diana Dictinia no es sino un
aspecto de la espiritualidad que los antiguos atribuyeron a la diosa Isis,
madre de Horus.
En la invocación, la evocación y la oración, es
imprescindible valerse de la palabra articulada, para que sean tales. Orar sin
pronunciar es tanto como nada. Esto se debe a que la palabra (el más divino de
los dones concedidos al hombre) es el vehículo de la inteligencia y del
sentimiento. La formación de una palabra responde a una relación de valores
musicales de sus vocales (que llevan su contenido de sentimiento) y una
determinación de éstos por las modificaciones que les imprimen las consonantes
(vehículos éstas últimas de su contenido mental). La musicalidad de los
valores vocales es, en el fondo, una relación matemática de intervalos sonoros
que corresponden a determinada ley armónica de los sentimientos que informaron
el vocablo. Las consonantes intelectualizan a las vocales, concretando el
lenguaje abstracto de su música. Cuando una palabra se pronuncia teniendo
conciencia del sentimiento o idea que la originó, esa palabra tiene el poder de
invocar o evocar el estado de espíritu correspondiente. Un conjunto de ellas o
una frase sabiamente compuesta y sinceramente pronunciada, tiene una eficacia
maravillosa y un poder desconocido por la mayoría de las gentes. ¡Ah el poder
de hablar con propiedad y sinceridad!
Asustémonos cuando, por el contrario, el hombre se vale
del don divino de la palabra, para herir, mortificar o mentir. ¡Que tremenda
responsabilidad no le cabe al emplear para el mal un instrumento de los
dioses!
La mayor parte de las personas, ya que no todas con mala
intención, emplean la palabra con impropiedad notoria. Y esto origina tal
confusión y trabucamiento en las concepciones intelectuales, que los hombres no
se entienden. Por cuestiones de palabras ha habido guerras crueles y males
irreparables. Por llamar unos hombres Alah al Ser Supremo, y llamarle otros
Dios y otros el Logos, han llegado a las manos de manera violenta y ciega. No
han pensado que esas distintas palabras respondían a un mismo sentimiento. Por
el contrario, al expresar distintos sentimientos o ideas con una misma palabra
(impropia en todos menos en el que la dio origen) se escapa el concepto y se
yerra en las consecuencias. (Explotar no es hacer explosión). Pero todavía es
peor el emplear palabras con sentido contrario al suyo original; como por
ejemplo, ocioso (el que piensa), orgía (cena frugal), voluptuosidad (deliquio
espiritual). caudillo (el que va detrás, de caude = cola), que hoy día
pretenden expresar holgazanería, desenfreno de apetitos sensuales, deleite carnal
y, el que va a la cabeza, respectivamente. Esto en realidad es mentir o sea
emplear un término o frase que expresa un objeto, idea o sentimiento distinto
del que ocupa en ese momento nuestra mente o nuestra intención.
De frases hueras que no responden a la realidad de
nuestro sentir, está plagada nuestra vida de relación; y e1 constante decir y
hablar insincero, crea una atmósfera de desconfianza (que es falta de fe en el
prójimo) verdaderamente nefasta para conseguir los elevados fines de la
fraternidad humana.
En parte por que se teme a la verdad, en parte por malos
hábitos del lenguaje, pocas veces, después de hablar, volvemos al silencio
sin daño de nuestra conciencia, como decía Tomás de Kempis.
No hay pues posibilidad de escalar el plano del espíritu
(sea por invocación o evocación) sin la corrección en el lenguaje hablado y sin
el exacto empleo de la palabra. La palabra es un poder; tiene la virtud de
abrir el arca santa de la espiritualidad. (El mismo poder de invocación y
evocación (que hemos referido a la oración tratándose de la palabra) tienen,
en general, todos los lenguajes insinuantes, como la música y la mímica. Y si
también lo tienen las bellas artes plásticas, como la pintura, la escultura y
la arquitectura, es por asociación de ideas o mecanismos figurativos; pero no
del modo directo y esencial que el lenguaje sonoro).
Las funciones de la inteligencia tienen su incentivo en
el plano del sentimiento. Efectivamente, como ya vimos oportunamente en el
referido apartado, el primer paso de la función intelectual tiene su origen en
el interés, punto general neutral del plano del sentimiento que nos lleva a la
atención. La función mental va precedida de la sentimental y esta de la
sensorial. Nosotros elevamos los objetos del conocimiento desde el plano de los
sentidos, a través del plano del sentimiento y luego del pensamiento, hasta el
plano del espíritu donde los amamos, por que el amor es el conocimiento del
plano espiritual.
Claro es que la captación o desviación, más o menos
consciente, de objetos de conocimiento, tiene su motivo en los complejos de
nuestros deseos; y su causa en la finalidad del individuo. El deseo es el
incentivo de todos nuestros actos y, entre ellos, nuestros actos intelectuales[3].
Nuestros deseos son fuerzas polarizadas en sentido
atractivo o repulsivo, de mayor o menor intensidad. Reprimirlas no es anularlas,
sino desviarlas de su cauce. Todo deseo reprimido se oculta en el subconsciente
y si no se le busca nuevo cauce, se convierte en un elemento de perturbación
psíquica. He aquí la base de la teoría psicoanalítica de Freud.
Siendo los deseos los incentivos de nuestras funciones
intelectuales, al reprimir aquellos, rompemos la cadena natural de captación
de objetos de conocimiento, y esto, si en el plano psíquico produce una
perturbación, en el plano intelectual conduce al error.
El error es una relación desarmónica entre la mente
que conoce y el objeto que trata de conocerse; (la verdad es esa misma relación,
pero armónica). Por consiguiente, el error es como una muralla que se
interpone en el camino de la inteligencia, impidiendo que el objeto
mental llegue hasta la esfera del amor. Por lo tanto el
error no ensancha el campo de nuestra conciencia.
De esto deducimos que la represión de nuestros instintos
y de los deseos constituye un grave obstáculo para el crecimiento espiritual
(mediten esto los ascetas); y que, solamente los individuos de suficiente
capacidad mental y alta virtud [4]
pueden torcer el cauce natural de un deseo, encarrilándolo hacia la
sublimación, que es convertir la fuerza de la naturaleza inferior en un acto de
creación superior.
Con un ejemplo tratemos de explicar todo esto: El hombre
ve a la mujer hermosa, que va a ser objeto de conocimiento y después de amor.
La marcha natural de captación de este objeto bello, es la siguiente:
Observación con deleite de los sentidos; interés, atención, atracción emotiva,
deseo de posesión, meditación, contemplación y amor.
Si en esta cadena (sea por prejuicio o necesidad de
educación de disciplina) se rompe definitivamente el eslabón del deseo, es
decir, se reprime el deseo y su satisfacción; entonces se inicia un complejo
causante de íntimas reacciones psicológicas que varían ', según la constitución
psico-mental del sujeto[5].
En cualquier caso, la represión, (venga por autocensura de origen religioso o
social, por exigencias educativas o familiares, por timidez, etc.) impide
seguir ascendiendo en la escala del conocimiento. La emoción se yugula y
degenera en ansiedad; el interés se desvía por cauces imaginativos, que
engendran pensamientos sustitutivos de la realidad que se escapa; la atención
se introvierte hacia el panorama íntimo de la pasión; la mente lucha entre las
suscitaciones incompletas de ' la realidad y de su propio contenido ideológico
referente al objeto en cuestión.
La mujer se ha convertido para el hombre, en este caso,
en motivo de reacciones psico-mentales compensadoras, que la conducen, por los
recovecos de lo subconsciente, a un concepto erróneo, a un valor mental falso,
lógica consecuencia de la impresión dolorosa que le deja lo que se presentía
ser objeto de felicidad. Entre producir satisfacción y producir dolor hay una
antítesis evidente que no puede conducir a un mismo concepto ni a un mismo
estado de espíritu. Lo que mortifica no se ama. Y por esto existen odios que
tienen su origen en la represión de deseos. Y el odio es, al fin y al cabo,
error, como se desprende del concepto platónico y agustino ya mentado.
Solamente los titanes de la inteligencia, al modo de
Dante, de Wagner o de San Agustín, pueden sublimar sus deseos reprimidos por
Beatriz, por Matilde o por la madre de Adeodato respectivamente, en las
creaciones portentosas de una "Divina Comedia", un "Tristán e
Isolda" o unas "Confesiones"[6].
El resumen de la represión en la mayoría de los mortales
es la disminución del horizonte de la conciencia. Por esto la anulación del
deseo solo debe hacerse a cambio del desarrollo de facultades elevadas. Y esto
no está al alcance de los más.
LAS FUNCIONES DEL ESPÍRITU
Siendo la inteligencia una lectura interior o
discernimiento, es claro que también con el espíritu se aprende, como hemos
visto al hablar de la contemplación y de la intuición. Pero el espíritu no sólo
tiene capacidades adquisitivas con vistas al ensanche de la conciencia, sino
que tiene potencias y actividades peculiares. Espíritu deriva de spiro =
soplar. De esta raíz provienen las palabras inspiración (o acción de introducir
el soplo o aliento en el aparato respiratorio; o de actuar el espíritu en el
interior, si lo tomamos en sentido trascendente); y expiración (o acción de
exhalar el aliento, si lo tomamos en sentido material; o de exhalar el espíritu,
es decir, morir).
La raíz de soplo o aliento con que se denomina al
espíritu, lleva en si el concepto de vehículo. El soplo no se ve y sin embargo
conduce algo. Efectivamente el espíritu es el vehículo de la conciencia; es el
transmisor del contenido del YO; es el elemento activo que convierte las
intenciones en voliciones, poniendo en acción las potencias íntimas del ser.
Como si una ley dicotómica rigiese las manifestaciones
todas del mundo, en el espíritu tenemos que considerar también un aspecto
pasivo, receptivo o centrípeto y un aspecto activo, proyectivo o centrífugo. El
.aspecto receptivo está representado por la senciencia misma, donde reside esa
quintaesencia de los sentimientos que llamamos amor que, a su vez, se
manifiesta también en sus dos modos de atracción de lo que se ama y donación a
lo que se ama[7]; y el
aspecto activo, representado por las intenciones (de intendo = dirigir) que son
los estados potenciales de las voliciones (de volo = querer).
La genuina función del espíritu es pues la voluntad. Esta
es la fuerza proyectiva que convierte la intención en acción; el noumeno en
fenómeno, siempre a través y por medio de la idea o imagen. Al modo como la luz
de un foco proyecta, atravesando la placa de cristal, la imagen de ésta en la
pantalla. Pudiéramos decir que el rayo luminoso de nuestro espíritu, proyecta
la idea de nuestra mente sobre el instrumento material de nuestro cuerpo,
realizando el fenómeno. Causa, modo y hecho, corresponden al por qué., el
como, y el que de las cosas.
Pero los estados de conciencia (conocimiento) o de
senciencia (sentimiento) antes de convertirse en voliciones, se integran en formas
potenciales o intenciones, verdaderos poderes o virtudes que dimanan de ese
trío esencial que se llaman fe, esperanza y amor. Estas llamadas virtudes
teologales o poderes divinos, encierran el germen del resto de nuestras
intenciones. La intención que no se basa en la existencia de fe, esperanza y
amor, no es verdaderamente intención sino deseo o incentivo. Es decir, no es
fuerza de espíritu sino de deseo. Lo que ocurre es que la fuerza inferior del
deseo puede atraer la fuerza eficiente de la voluntad para convertir el deseo
en hecho. A esto puede reducirse todo aquello que denominamos como mala intención o mala voluntad. Pero
cuando la iniciativa de un acto corresponde verdaderamente al espíritu,
entonces el acto es esencialmente bueno por que el YO, consciente y senciente,
es la chispa divina o irradiación de lo Absoluto en el hombre, y por tanto
incapaz de intención mala.
A este YO o esencia humana, en cuanto tiene la propiedad
de conocer llamámosle consciencia (o lo que conoce en si) y constituye el
núcleo individual (o indivisible) de nuestro ser, es decir el YO superior.
A. L0S TRES YOES
Es menester distinguir en la naturaleza humana tres
integrales de fundamentales diferencias que, haciendo caso omiso de límites
impuestos más por necesidades didácticas que por la realidad, corresponden poco
más o menos a los conceptos clásicos de Espíritu, Alma y Cuerpo o a los griegos
de Nous, Psique y Soma.
Tales son el yo personal, el yo intelectual y el yo
consciente. Que pudiéramos representar por el yo, el Yo y el YO, respectivamente.
El yo personal (yo), está integrado por el cuerpo con sus
apetitos e instintos, los deseos, pasiones o incentivos y los pensamientos o
arquetipos. Todo esto constituye la personalidad (máscara) o parte mortal del
hombre.
El yo intelectual (Yo o alma individual) está constituido
por el conjunto de ideas y potencias (vocaciones; aptitudes) de la mente
abstracta y por las potencias o intenciones y los modos de voluntad del
espíritu; que todas estas cosas corresponden a la naturaleza inteligible.
Estos dos yoes se refieren exactamente al yo del hábito y
el yo de la reflexión, de Condillac, que tanto juego han dado en psicología y
que han establecido la diferencia fundamental entre la mente concreta y la
mente abstracta, con cuyos conceptos ha quedado solucionado el problema de la
naturaleza instintiva o particular y la naturaleza racional o universal.
El yo consciente (YO) está constituido por la esencia o
chispa divina, irradiación de Dios en el hombre; o, en el concepto Paulino,
nuestro Cristo interior. El Atman también, de los orientales. (Véase fig. 12).
LAS INTENCIONES DERIVAN DE LOS
TRES PODERES ESENCIALES DEL ESPIRITU
Amor, fe y esperanza, hemos dicho que constituyen los
tres poderes o virtudes esenciales del espíritu humano.
El amor es el poder de creación y de conservación de la
vida. El que ama crea. El hombre de ciencia que crea una teoría, explica un
hecho o descubre un fenómeno, es por que antes ha amado al objeto del
conocimiento. El artista que pinta un paisaje es por que antes amó aquel
aspecto de la Naturaleza; y a1 sentirse atraído por él (cualidad del amor), le
consagró después su actividad; es decir: se, dio a él. El que manda construir
una casa para su recreo, es por que antes amó la idea de hacerla. Las
manifestaciones físicas del amor, crean en lo material, es decir, generan.
Por el amor damos de comer al hambriento, damos
enseñanza al que no sabe y vestimos al
desnudo...... Y nuestro espíritu se expande y difunde en la vida de aquel a
quien hemos alimentado (por que sin nuestra caridad hubiese muerto) y en la
mente de aquel otro a quien comunicamos nuestro pensamiento (sin el cual
carecería de ese tanto de inteligencia) y en el vigor de aquel a quien hemos
vestido (por que sin ello el frío le hubiese matado). Es bien claro que, si
nosotros somos la causa de que florezca en lo físico, en lo espiritual o en lo
moral, la vida de nuestros semejantes, nuestro ser multiplica su vida en la
vida de los demás; y este es el único camino de la inmortalidad. La verdadera
muerte es pues el egoísmo, que concentra las fuerzas del espíritu en la propia
personalidad; y al llegar la muerte corporal, el egoísta se encuentra con el
vacío de la forma destruida.
Concebidas así las cosas, resulta bien claro que, por la
caridad que es amor, nuestro espíritu trasciende los límites de nuestra individualidad
para verterse, vivir y perdurar en la vida, la inteligencia y el espíritu de
los demás hombres.
Todas nuestras intenciones y voliciones creadoras son
fruto del amor.
La fe es creencia intuitiva. Es el poder de afirmación.
Es el reconocimiento interno de nuestra naturaleza divina. Por la fe tenemos
seguridad en nosotros mismos y atisbamos los fines esenciales de nuestra vida.
La fe es imagen de nuestro espíritu reflejada en la propia conciencia; o dicho
de otro modo: nuestras intenciones y voliciones al reconocerse como tales en el
espejo de la conciencia, salen revestidas de un poder propio e indudable. Y su
acción repercute ensanchando el horizonte de nuestra conciencia.
La fe en los demás se llama confianza.
La fe cree sin razonar ni analizar. Es pues visión de
espíritu o conocimiento intuitivo. En el aspecto religioso se manifiesta, por
un lado, como sumisión a los valores absolutos o divinos (momento emocional) y
por otro lado, como creencia o aprehensión de dichos valores (momento
teorético). Por esto la fe es siempre la virtud religiosa por excelencia, ya
que nos re-liga con los valores supremos de la naturaleza divina, sea esta
manifestada en el cosmos o en nosotros mismos.
La fe es el poder de donde dimanan todas nuestras
intenciones de ejecución, consecución y eficiencia (la fe mueve las montañas,
se dice). Cuando empleamos el verbo querer, unas veces expresamos con él una
volición ejecutiva (quiero hacer esto, decimos); y otras veces una volición
creadora (te quiero, se dice al ser amado). Hay pues dos clases de querer, que
se diferencian en sus potencias de origen. En realidad, el querer creador es
amar.
Todo acto que realizamos lleva implícita la fe en el
resultado, Si damos un paso hacia delante es por que tenemos fe en que no se
hundirá el suelo bajo nuestro pie; si salimos de nuestra casa, es por que
tenemos fe en que regresaremos. La fe ciega, que decimos con gráfica expresión,
es la fe pura, por que no va mezclada con elementos reflexivos o racionales.
La esperanza es el poder de intelección. La potencia
receptiva que preside y enfoca todo ensanchamiento de la conciencia. El hombre
espera para conocer algo que ignora o para terminar cualquier situación que
oscurezca o agobie el horizonte de su conciencia. Por esto, el que ignora,
espera saber y el que sufre, espera mejorar su estado.
La esperanza es la potencia de donde dimanan todas
nuestras intenciones cognoscitivas. El esperar supone el atisbo de un nuevo
estado de percepción, con vistas a una mayor amplitud de conciencia.
Cuando se tiene la seguridad de que le acaecerá a uno
algo malo, no se dice que se tiene esperanza (aunque se espere) sino que se
teme. La esperanza se refiere solamente a un estado de mejoramiento con
respecto a la situación actual. Sería raro, por ejemplo, decir: "Tengo
esperanza de morirme"; aunque si la muerte puede suponer una mejoría del
sufrimiento, hay razón de esperarla. Pero aun en este caso, sería por que con
ella se presiente el ensanchamiento de conciencia que lleva consigo la
cesación del sufrimiento.
Vemos pues que, en resumen, el amor encierra las
potencias que se refieren a las manifestaciones del espíritu; la esperanza encierra
las que se refieren a las manifestaciones de la inteligencia; y la fe las que
se refieren a nuestras acciones. Cada una de estas virtudes contiene la
eficiencia de cada uno de nuestros yoes.
DIFERENCIAS PSQUICAS, MENTALES Y
ESPIRITUALES DE LOS SEXOS
En el ser humano solo existe una fuerza creadora, que
puede manifestarse en el polo negativo, como creación sexual, o en el polo
positivo como creación mental. Buena prueba de esto es que las personas de gran
capacidad mental tienen también gran poder generador. No hemos de insistir
aquí sobre las relaciones funcionales y la semejanza anatómica entre los
órganos sexuales y los grandes centros ganglionares del encéfalo[8].
Toda función creadora supone ese episodio previo de
la concepción, que en el hombre, naturalmente, es de tipo mental. El hombre
concibe en su mente, cuyo órgano es el cerebro. La mujer concibe en la matriz,
órgano en el cual se condensan sus fuerzas plásticas (éteres vitales)[9].
La concepción mental en su aspecto somático o cerebral, pone en juego las
imágenes de la memoria sensible y las fuerzas correspondientes del éter
reflector (Véase "Los cuatro grados de condensación de la materia")
también lleno de capacidades plásticas de tipo superior. En la mujer, cuyas fuerzas vitales
generadoras son de signo negativo, pasivas o receptoras, ocurre un cambio de
polaridad una vez efectuada la concepción; tornándose entonces positivas a los
efectos de la gestación o labor formadora de un nuevo ser. En el hombre, las
fuerzas creadoras, tanto mentales como sexuales, son siempre positivas, activas
y fecundantes.
Bajo el punto de vista psíquico, el sexo femenino es
intuición y el sexo masculino reflexión. Como se ve siguen siempre manifestándose
respectivamente los caracteres pasivos y activos de uno y otro sexo. ". En
el aspecto sentimental, la mujer tiene más capacidades adquisitivas que el
hombre; más ductilidad en el mecanismo de sus sentimientos; más facilidad y
claridad para las situaciones extremas de simpatía y antipatía.
Pero en el aspecto mental propiamente dicho, el hombre
tiene una capacidad muy superior a la de la mujer en todas esas funciones
positivas de atención, concentración y meditación. La mujer, aunque
generalmente buena observadora, tiende siempre a los aspectos mentales
negativos de la diversión y la distracción. Mucha observación y gran tendencia
a la diversión (o diversidad de objetos mentales), producen su carácter
eminentemente imaginativo. Por esto la mujer puede sobresalir en la literatura;
pero ninguna mujer ha producido en las artes y en las ciencias obras de la
altura de la Gioconda o la "Capilla Sixtina", o de una 5° Sinfonía
beethoveniana, o de "Romeo y Julieta", o de la "Summa
teológica" tomística.
En el aspecto espiritual la mujer puede escalar las
mismas alturas que el hombre: Conciencia, amor y fe no tienen sexo. Pero en
aquellos aspectos del espíritu puramente intelectivos (abstracción y
contemplación) el hombre supera a la mujer por regla general. Y en cuanto a la
intuición y la inspiración, tanto pueden darse en uno como en otro sexo; pero
en la mujer toma un sentido que trasciende más al corazón que a la cabeza y se
manifiesta más en obras de amor que de inteligencia. La esperanza, como
potencia de intelección, adquiere más capacidad en el hombre que en la mujer.
Esta es más impaciente que esperanzada. En resumen, la mujer es más propicia a
las voliciones de creación y ejecución que a las cognoscitivas. Su imaginación
(capacidad de crear imágenes) supera a su intelección; su sentimiento supera a
su reflexión; su amor supera a su sabiduría.
En el hombre se manifiesta el logos o potencia creadora;
en la mujer el soma o capacidad plástica. Así pues, resulta totalmente inútil
pretender la igualdad de derechos y deberes del hombre y la mujer. Hombre y
mujer son seres complementarios pero no iguales. Juntos forman una unidad de orden
superior, que ha querido plasmarse en el matrimonio; e indudablemente así es
conceptualmente. Pero para que este ideal (abstracto por ser ideal) pueda ser
una realidad tangible, es necesario que el hombre y la mujer también se
complementen en el aspecto concreto de sus existencias. Y aún más; que estén
identificados en sus íntimas intenciones para evitar los conflictos de esencia
que pudieran comprometer totalmente en la vida, los fundamentos básicos de la
unión.
El hecho de la unión de los dos sexos, da pues,
posibilidades de plenitud de los fines humanos, que no tiene por si mismo cada
sexo aislado. El acoplar las capacidades complementarias, es un designio divino
que no podemos desoír. Todo intento de separación de ambos sexos como situación
permanente de la vida, es un error conceptual y motivo evidente de conflictos de existencia y de
dificultades
en el desarrollo evolutivo del ser humano.
ALFONSO EDUARDO
NOTAS
[1] A1 decir antipático,
interprétese en el sentido de valorar su resistencia a las influencias
exteriores; pero no en el sentido de considerarle persona rechazable,
insociable o falta de atractivo personal. El antipático es el polo opuesto del
sugestionable.
[2] Existencia, de ex_sto, estar fuera o sobresalir. O algo que ha salido de la esencia.
[3] Si en el deseo está el incentivo de nuestras acciones, en el espíritu está la intención. Incentivo es estímulo negativo o que atrae; intención es estímulo positivo o que manda. Así pues, entre la atracción o repulsión de un objeto en e1 plano del sentimiento (interés o desinterés), el hombre consciente opta por elegir el camino del deber, que le obliga o no a ocuparse de él por motivos de razón o de amor, guste o no guste.
[4] Virtud es poder (de vir), intención o fuerza de espíritu.
[5] Claro es que, la atracción hacia la mujer es en primer lugar obra del deseo de poseerla. Solamente cuando se ve expedito el camino de esta consecución, se pasa a conocerla (quo es finalidad de la mente) y más tarde a amarla (que es finalidad del espíritu). Se comprende que el deseo instintivo no puede llamarse propiamente amor.
[6] San Agustín, sin duda por respeto, no nos da el nombre de la excelente mujer que fue su amante y madre de su hijo Adeodato. (Véanse sus "Confesiones").
[7] Por que el amor, atrae al ser amado y se da a1 mismo. Es la fuerza de creación y gravitación universal manifestada en el plano espiritual.
[8] Véase mi obra "Curso de Medicina Natural en 50 lecciones
[9] Véase la misma obra citada, pág. 93. Y adviértase que la mujer también puede concebir mentalmente pero con capacidad inferior al hombre.
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