El hombre solar, el espíritu del
sistema solar, es el Uno a quien llamamos Dios. Posee siete cuerpos, denominados
planos de la Naturaleza. También cada criatura humana posee siete cuerpos, y
éstos lo ligan a los siete cuerpos del hombre solar.
El cuerpo físico del hombre es parte
del cuerpo físico de la Naturaleza; y el cuerpo físico de la Naturaleza es el
cuerpo físico de Dios. (El plano físico.)
El cuerpo etérico del hombre es parte
del cuerpo etérico de la Naturaleza; y el cuerpo etérico de la Naturaleza es el
cuerpo etérico de Dios. (El plano etérico.)
El cuerpo astral del hombre es parte
del cuerpo astral de la Naturaleza; y el cuerpo astral de la Naturaleza es el
cuerpo astral de Dios. (El plano astral.)
El cuerpo mental del hombre es parte
del cuerpo mental de la Naturaleza; y el cuerpo mental de la Naturaleza es el
cuerpo mental de Dios. (El plano mental.)
Cada uno de los cuerpos del hombre
funciona en el mundo compuesto por las sustancias de las que el mismo cuerpo
está formado. El hombre, para ser consciente en estos mundos, debe desarrollar
cada uno de estos cuerpos de manera que ellos puedan sustentar su función
consciente en sus respectivos mundos. Por ejemplo: nosotros comprendemos que el
cuerpo físico está sujeto a las leyes del mundo físico. Una de las principales
de estas leyes es la de la gravedad. El cuerpo físico no puede funcionar en
parte alguna excepto en el mundo físico. La conciencia del individuo puede
despertar a las esferas invisibles, y puede viajar en los mundos superiores,
pero siempre su cuerpo físico debe ser dejado atrás.
Los testimonies de la vida de cada
individuo son registrados y conservados en lo que se llama LOS ÁTOMOS
SIMIENTES. Estos son los cuatro centros de fuerza en torno de los cuales se
forman los cuatro vehículos del hombre. Los cuatro cuerpos del hombre son el
físico, el vital, el emocional, el mental. Cada uno de estos posee su propio
átomo simiente. Muchas personas suponen que los átomos simientes son diminutos
gránulos, pero en realidad ellos son vórtices de energía, retorciéndose,
entretejiéndose, y girando. Cada uno de estos vórtices forma un núcleo en torno
del cual se forman los cuatro cuerpos del hombre cuando éste nace a la
encarnación física. Estos cuatro se llaman en los Misterios, Los ángeles
Guardianes, o Los Cuatro Señores de los Registros. Fueron simbolizados por los
primeros judíos como los Querubines. Son las cuatro bestias de Ezequiel,
llamados el hombre, el buey, el león, y el águila. A veces nos referimos a
ellos como a los cuatro autores de los cuatro evangelios - San Mateo, San
Marcos, San Lucas, y San Juan - los historiadores de la vida de Jesucristo.
Cada uno de estos átomos simiente
tiene una particular propiedad que no consiste en la memoria, sino en la
conservación, en una cadena sin solución de continuidad y en una adecuada
secuencia, de todos los registros de los incidentes a través de los cuales han
pasado los respectivos cuerpos. Así, el átomo simiente físico, ubicado en el
corazón, conserva el registro de todos los incidentes de la vida física; el
átomo simiente vital, en el plexo solar, conserva los registros de todos los
usos de las energías vitales; el átomo simiente astral, en el hígado, conserva
una ininterrumpida historia de todas las expresiones del sentimiento y de la
emoción; mientras que el átomo simiente mental, en el cerebro, conserva el
recuerdo de nuestros pensamientos y los preserva dentro de su propia sustancia
sutil, de la cual puede traerse a la luz cualquier información, cuando ello es
necesario.
Puesto que los cuerpos del hombre se
forman alrededor de estos átomos simiente, dichos registros pasan de vida en
vida, y la suma total o balance pasa a cada uno de estos átomos simiente y
plasma la nueva forma física, o forma astral, convirtiéndolo en un vehículo que
expresa los debe y haber acumulados en los átomos simiente. Por ejemplo; el
monje en su celda pasa años iluminando un antiguo pergamino. Trabaja meses
enteros, sin moverse de su burdo banco de madera. Su mente y su alma fueron
glorificados, pero descuidó su cuerpo físico. Olvidó ejercitarlo y fortificar
sus partes y miembros.
Este descuido fue registrado en el átomo simiente, y los
futuros cuerpos, formados alrededor del átomo expresarán el descuido que la
memoria de los centros corporales conservaron. De esta manera, un sistema de
libros místicos conserva los registros de los debe y los haber, e implanta en
el centro de cada uno de los cuerpos, los testimonios de las actividades de sus
formas respectivas. Se transmiten los totales, de manera que el cuerpo físico
del hombre, en la actualidad, soporta en sus perfecciones e imperfecciones, el
peso de los registros de incidentes previos testimoniados en los átomos
simiente. Lo mismo es válido para su cuerpo mental y puesto que cada uno
conserva sus propios registros y se desarrolla mediante la actividad de su
propia forma particular, podemos comprender por qué algunas personas poseen una
naturaleza mental fuerte y una naturaleza física débil. Esta desigualdad de la
función prueba que en algún momento se cargó indebidamente el acento sobre la
naturaleza mental, y que la física fue descuidada.
Ya hemos aclarado, que el Supremo
Hombre, el espíritu de nuestro sistema solar, posee siete cuerpos, que se
llaman los planos de la Naturaleza. Su cuerpo físico se denomina plano físico;
su cuerpo vital recibe el nombre de plano etérico; su cuerpo astral se denomina
mundo astral; y su cuerpo mental recibe el nombre de mundo mental.
Estos mundos
son esferas de sustancia, separadas entre si por los alcances de vibración de
sus minúsculas partículas. El hombre, el microcosmo, tiene un cuerpo que
funciona en cada uno de estos cuatro planos inferiores. El cuarto plano, el
plano más alto, en el que el hombre puede funcionar se llama mundo mental. Este
mundo mental es el cuerpo de la mente del Dios solar. El hombre posee un área
limitada de sustancia mental, a la que denomina, su mente. Esta área es una
ínfima partícula de la zona mental mayor, compuesta de todas las mentes, que se
denomina el cuerpo mental de Dios. Las Escuelas de los Misterios, por medio de
cuatro iniciaciones, enseñan al hombre cómo actuar conscientemente en los
cuatro mundos de la naturaleza. En la cuarta iniciación, le enseñan cómo
utilizar la pequeña área de conciencia a la que el hombre llama su mente, como
un vehículo por medio del cual puede actuar conscientemente dentro del cuerpo
mental del Hombre Superior; en otras palabras, se le enseña al hombre como
moverse en los ámbitos de la mente de Dios.
Esto puede parecer una idea muy
singular, y sin embargo, el sistema para lograrlo ha sido enseñado por los
egipcios, chinos, hindúes, caldeos, y los primeros cristianos, durante miles de
años. ¿Puede usted imaginarse a si mismo como diminuto germen del plasma
mental, vagando en medio de los abovedados arcos y puentes del pensamiento
universal, pensando a la par de la mente del Pensador Eterno, desembarazado de
los errores del cerebro físico?
Imaginemos por un momento, que una de
las diminutas células de su cuerpo físico, gracias a una serie especial de
entrenamiento, adquiriera el privilegio de transitar por su mente. Esta pequeña
célula viviría normalmente unos quince segundos, tiempo durante el cual
nacería, maduraría y envejecería. Por lo tanto, su memoria, suponiendo que
tuviera una memoria activa, posiblemente cubriría el espacio de doce segundos,
que resultarían equivalentes a 75 u 80 años de la vida humana. Si esta pequeña célula
pudiera leer su pensamiento, conocería las cosas que ocurrieron años atrás, aun
cuando su propia edad fuera sólo de quince segundos; es decir, por supuesto, si
pudiera emplear su memoria para contemplar esos hechos. Ahora bien, en
comparación con la edad de la Naturaleza, el hombre tiene una edad de quince
segundos. Con su propia mente pequeña, puede mirar hacia atrás contemplando 50
o 75 años, o si fuera un patriarca de cabellos blancos, recordaría 85 o 90 años
del pasado; pero la Naturaleza ha surgido y ha evolucionado en este planeta
durante cerca de trescientos millones de años. Hay un medio por el cual el
hombre, diminuto microbio, puede aprender a recordar cosas que han dejado de
ser en este pequeño planeta para convertirse en eternidades antes que él
naciera.
Los registros en la mente del hombre planetario, su habitáculo de
recuerdos en el cual el planeta recuerda aquello que le ocurrió, se llaman en
los Misterios, los registros Akásicos. Es por medio de tales registros que la
historia de los planetas y de los mundos y de las razas, desde hace muchísimo
tiempo olvidados en el mundo físico, pueden rastrearse y describirse
inteligiblemente y con absoluto conocimiento de la materia.
Dichos, registros no están grabados en
la piedra, sino que se componen de las sustancias vivientes, centelleantes, de
la sustancia mental planetaria. Son los registros vivientes de la historia y
evolución de la Naturaleza. Con su mente usted puede recordar los principales
incidentes de la vida; puede recordar donde ha vivido; sus alegrías y penas
están almacenados en la casa humana de la memoria. De la misma manera, el
planeta también recuerda y en la casa de la memoria planetaria se conserva una
vasta, viviente biblioteca de pensamientos y de representaciones imaginarias,
que unos pocos seres, gracias a su preparación y entrenamiento especiales,
tienen permiso de leer y de utilizar.
El individuo común no sólo posee sus
recuerdos, sino también sus ideales, y por lo menos elabora unos pocos planes
referentes al futuro. De manera vaga, este hombre común posee el bosquejo del
mañana. Lo que es cierto respecto del individuo, lo es también respecto de la
Naturaleza; pues este poder previsor, que plasma todas las cosas, habita no
sólo en el pasado, sino también en el futuro que aún no ha nacido: de esta
manera, quien puede transitar el mundo del pensamiento, puede pasar del ayer a
las facultades creadoras del mañana: y aquí se elabora un plan en la mente
divina para las cosas que vendrán, y allí, la diminuta figura en medio de la
magnitud del pensamiento, puede contemplar los planes del futuro de Dios, y lo
que los hombres serán dentro de cientos de miles de años. Por lo tanto,
insistimos, es maravilloso transitar en la mente de Dios, con las facultades
despiertas, aquellas facultades que capacitan al hombre para conocer el esquema
de la Divinidad, que para muchas criaturas es un libro sellado.
A quienes interese el desarrollo de
algunos poderes latentes de la mente, recomendamos una forma simple de
ejercicio, que tiene efectos de más largo alcance de lo que los estudiantes
creen. Una de las grandes maldiciones de nuestra moderna civilización es su
falta de pensamiento. Muy pocas personas tienen realmente en cuenta la
importancia de la vida diaria. No prestan atención a sus propias acciones, sin
darse cuenta que su actividad de hoy crea las reacciones de mañana. Muchas de
estas reacciones son desafortunadas e indeseables, puesto que las causas de las
mismas, puestas en acción hoy, carecen de sentido y de consistencia. La vida es
la gran maestra. Los libros, los manuscritos y las conferencias, tienen poca
importancia cuando se los compara con la educación más trascendente que nos
brinda una cuidadosa consideración de los problemas de la existencia cotidiana.
En las Escuelas de Misterio, hay un
ejercicio llamado retrospección. Este se realiza al finalizar el trabajo
diario, momentos antes de que el estudiante se retire a descansar. Consiste en
dedicar unos pocos minutos a un cuidadoso análisis del día que ha finalizado;
un balance y análisis de las decisiones que se han tomado, de los puntos de
vista que se han sostenido. El ejercicio debería consistir en una crítica
desprejuiciada, impersonal, constructiva. No debería ser ni una justificación
de los errores, ni un maltrato destructivo y desconsiderado del propio yo.
Debería ser imparcial, filosófico, impersonal.
Es bien conocido, entre quienes han
enfrentado la muerte, porque alguna vez estuvieron a punto de morir ahogados, o
quemados, o por otros medios repentinos, que en aquellos pocos segundos en que
parece que la vida concluye, se despliega en la mente el panorama de toda la
vida del individuo, hasta en su primera niñez Mucha gente afirma que ha vivido
cincuenta años en cinco segundos.
Este es, por supuesto, el registro grabado en
los átomos simiente, pero resulta interesante destacar que todos los incidentes
están invertidos - las cosas que sucedieron al final aparecen en primer lugar,
y en vez de vivir desde la niñez hasta la madurez, el panorama comienza en la
madurez y retrocede hasta la infancia. Este mismo sistema se utiliza en la
práctica de la retrospección. En lugar de comenzar el día par la mañana, el
estudiante lo inicia a partir del anochecer, y retrocede incidente por
incidente, incluyendo en su ejercicio hasta los detalles más simples y
triviales, tales como recordar por cuál puerta él salió de una habitación, y
que zapato se quitó primero. Éstos
detalles son triviales, pero en el entrenamiento mental se le enseña al
discípulo la comprensión de que las grandes cosas se forman por acumulación de
cosas triviales. Muchísima gente, interesada en estas cuestiones místicas,
destinan todo su tiempo a la meditación y a la concentración, descuidando sus
responsabilidades diarias.
Cierta vez leí en un periódico del norte un artículo
en el que se comentaba la particular sentencia que había dictado el juez a una
mujer. La corte le prohibió asistir a la Iglesia más de tres veces por semana.
La idea de descuidar las responsabilidades en un intento de convertirse en un
alma grande es errónea y tonta, pero muchas personas pueden dedicar diez
minutos por día al entrenamiento de la mente y del alma.
La retrospección produce dos
resultados evidentes. El primero es un mejoramiento de la memoria. Yo tengo
algunos amigos que han asistido a cursos de memorización. El sistema es algo
así: si ud. puede recordar diez mil palabras de memoria, ellos lo ayudarán a
recordar quince palabras necesarias a diario. Pero como la mayoría de la gente
olvida el sistema de la memoria, es poco lo que se logra de esta manera. El
mejor modo para desarrollar la memoria consiste en aprender a desarrollar la
facultad mnemónica.
Esto se logra intensificando el conocimiento subconsciente
de incidentes, reflexionando intensamente en ellos y comprendiendo
profundamente su valor. En segundo lugar, gracias a este ejercicio, seremos
gradualmente más cuidadosos y precavidos en nuestra vida cotidiana. Antes de
actuar lo pensaremos muy bien, en lugar de hacerlo sin previas consideraciones,
como sucede en la mayoría de los casos. Si la gente al final del día siente el
deseo de volver a vivirlo, convirtiendo en el fondo de su corazón los errores
del día en aciertos, decidiendo mejorar en aquello en que se hubieran
equivocado, pueden, hasta cierto punto, anular la Ley de Karma, o compensación,
como se la conoce más comúnmente. Enderezando sus vidas a medida que avanzan,
se hace innecesario que los individuos encuentren al final de su existencia, el
resultado total de sus faltas. De esta manera se logran dos fines.
Manly Palmer Hall
REALMENTE MARAVILLOSO GRACIAS,MIL GRACIAS.AMEN.
ResponderEliminarREALMENTE MARAVILLOSO GRACIAS,MIL GRACIAS.AMEN.
ResponderEliminar