¿Premio o castigo? Infierno y purgatorio. El cielo. Auxilios
espirituales. ¿Condenación eterna? ¿Cuántos se salvan? El Tiempo y el Espacio.
Nuestra alma, como se sabe y bien puede comprenderse par
la observación del esquema de la figura (anterior publicación de Diario Psico) fluctúa constantemente entre los
atractivos de la vida material y los goces del espíritu. No hay ningún hombre
absolutamente depravado que se haya entregado de una manera exclusiva al
disfrute de los apetitos del cuerpo desoyendo las llamadas del deber, ni existe
tampoco ningún hombre tan idealista y virtuoso que no haya caído alguna vez en
las tentaciones del egoísmo y de la sensualidad. Esto si consideramos el
problema solamente bajo el punto de vista moral.
Pero el problema de la salvación no es una cuestión que
haya de enfocarse solamente por la vía del amor y de la virtud. Es también una
cuestión de conciencia e inteligencia, como muestra el esquema en cuestión y
hemos de demostrar. (Véase también a este respecto el punto de vista
"vedanta" más adelante, cuando tratemos de la antigua filosofía de la
India).
Más ¿es que hay una salvación y una condenación en el sentido
de premio y castigo que generalmente se da a estas palabras? Veámoslo.
El individuo cuya alma se ha identificado con lo material
y sensible, entregándose al disfrute de la satisfacción de los apetitos
corporales, cultivando vicios y bajas pasiones, deseos egoístas e instintos pervertidos,
hallará un vacío en su mente y en su espíritu, cuando por la muerte se
disgregue el cuerpo y se esfume el alma animal. Desaparecido todo aquello en
que enfocó su conciencia, es lógico que su alma espiritual se encuentre en
estado de inconsciencia o agnosis con respecto al nuevo plano en que ha de
moverse.
Pero este proceso tiene sus grados que conviene examinar:
Separada el alma del cuerpo por la muerte física, sobrevive el alma animal o
instintiva durante un cierto tiempo, en el cual el individuo se halla bajo el
incentivo habitual de sus deseos, instintos y pasiones, pero sin cuerpo para
satisfacerlos. Esto origina un estado de sufrimiento (que conocemos por
experiencia en vida) un estado de conciencia inferior o infierno, en el que se
halla penando por el "fuego" de sus pasiones insatisfechas. Por esto
dice Santo Tomás que "cada condenado tiene su especial demonio
atormentador".
Apercibida la conciencia de la imposibilidad de una
satisfacción y en marcha, por otra parte, el proceso natural de disgregación
del alma instintiva, vánse poco a poco esfumando las formas pasionales y
perdiendo fuerza el acicate de los deseos, hasta su total disolución. Se ha
verificado un proceso de purgación o depuración psíquica, generalmente llamado
purgatorio o "catarsis"[1]
Terminado éste, cuya duración depende de la fuerza que
animase a las formas instintivas y pasionales, no le queda a ese alma otra
cosecha que el exiguo contenido mental de las experiencias de su vida material,
de sus luchas y dolores. El vacío de la conciencia no es total; pero la calidad
de su contenida, limitado a experiencias de la naturaleza inferior, no puede
satisfacer ni dar vida espiritual a ese alma inmortal, que bien puede decirse
que ha desperdiciado la vida. Este es para nosotros el concepto filosófico de
la condenación[2].
Por el contrario, el individuo cuya alma se haya
identificado con lo espiritual y suprasensible, cultivando las potencias de la
mente, aumentando su contenido intelectual por el estudio y la meditación, dando
incremento a su sentir por el disfrute de la belleza artística y venciendo, en
fin, con el amor, el deber y la buena voluntad a las tendencias egoístas y
concupiscentes de su naturaleza inferior, hallará tras de su muerte el acerbo
indestructible de sus extensos panoramas mentales, el caudal multiplicado de su
amor y de sus virtudes y la cosecha inexpugnable de su sentimiento espiritual
florecida en aptitudes nuevas y cuajada en los óptimos frutos de nuevas
potencias sensitivas. Habrá conquistado de este modo su propio cielo. Este
individuo habrá ganado la vida. ¡Se habrá salvado![3].
Se ve pues que la salvación y la condenación no están
supeditadas a la contingencia de unos "auxilios espirituales" hechos
a última hora. Es contrario al espíritu de justicia del hombre, suponer que un
individuo depravado o ignorante, pueda por un acto postrero de contrición
adquirir la conciencia celeste; y más imposible se nos parece que un hombre
bondadoso, culto y justo, pueda perder el cielo por que una equivocación a
última hora o la ausencia de "auxilios espirituales" le hagan morir
en pecado.
Esto no quiere decir que los "auxilios
espirituales" sean inútiles. Todo lo que suponga morir con elevación de
espíritu y tranquilidad de conciencia, facilita el enfoque del alma hacia lo
superior y evita a ésta dificultades y penas en los primeros pasos por el más
allá, sobre todo durante el proceso cíe "catarsis" o purgatorio. Pero
la eficacia del auxilio espiritual depende de la contextura psíquica del
sujeto. No hay una fórmula uniforme para elevar el alma a todos. Unos lo
conseguirán descargando su conciencia de un secreto, culpa o mandato con
persona de su confianza. Otros lo lograrán hablando con un amigo de sus ideas
más queridas. Otros oyendo música, como cuéntase que hizo Chopín en trance de
morir, rogando a la condesa Potocka que interpretase una aria de Bellini; lo
cual hizo ésta a tiempo que, el moribundo aspiraba el aroma de una violeta;
etc.
Lo que sí es seguro es que cualquier forma de pretendido
"auxilio espiritual" que repugne a las ideas del sujeto o
simplemente no le afecte con emoción ascendente, se trocará de auxilio en dificultad,
Lo antipático no sirve jamás para elevar el alma ni en vida ni en muerte.
Por consecuencia, el cielo como el infierno son estados
de conciencia, que se ganan o se pierden por la conducta de esta vida, minuto
a minuto; y se equivoca grandemente el que piense que después de una vida de
maldades, inmoralidades y bajas pasiones, va a disfrutar de panoramas
celestiales por el mero hecho de arrepentirse a última hora antes un
sacerdote, un pastor o un bonzo. Esto sería pretender un asalto al cielo. La
simple tranquilidad de conciencia, aunque sea apetecible, no puede
considerarse como un estado celeste. Una cosa es no estar en el infierno y
otra cosa es estar en el cielo. De aquí la lógica de los que han deducido otros
estados intermedios de las almas y han establecido varias categorías de
"cielos" para todos aquellos casos que no supongan un estado de
sufrimiento espiritual.
Por otra parte, es cierto que el último pensamiento, que
condensa la esencia de la vida moral e intelectual del moribundo, es la.
fuerza que permanece como deseo de nueva vida al ocurrir la muerte.
Esto es compatible con la justa expiación de una vida
malvada y egoísta o con la justa recompensa que merece una vida generosa,
moral y caritativa.
Un pensamiento de arrepentimiento y de rectitud en el
momento de morir un malvado, no quitará ni un ápice al proceso de su purgatorio
ni agregará a su psiquis un adarme de conciencia celeste, pero si dará a su
alma un sentido constructivo y de rectificación. Un pensamiento de
incredulidad, venganza u odio, en el momento de morir un hombre bondadoso y
justo, no le quitará el menor vislumbre de panorama celestial, ni le agregará
la más leve sombra en la conciencia; pero si proporcionará a su alma una directriz
destructiva o discordante que puede complicar su evolución y su Destino.
Pero, ¿es posible que al condenado no se le den nuevas
oportunidades de redención, ni al salvado se le den nuevas oportunidades de
ejercitar sus potencias objetivas y sensitivas?
No podemos creer en situaciones eternas, y mucho menos interrumpidas
en etapas de imperfección, por que esto va contra la ley de progreso indefinido
que rige al Universo.
Si el hombre es un ser finito y contingente, ¿cómo puede
llegar a hacerse acreedor de un castigo infinito o eterno, como se nos dice
que es el infierno? ¿No ha de ser proporcionada la pena con el delito en la
justicia de Dios? El hombre en su limitación no puede realizar un pecado
infinito; no puede ofender a Dios de manera absoluta; entre otras razones
porque él mismo es obra de Dios.
Can estas premisas no es posible creer en la
condenación eterna. No; las puertas de la Redención están abiertas para toda
alma. La creación entera conspira hacia su Creador. Por esto evoluciona. El
perdón de los pecados (delitos cometidos contra el orden natural) es un hecho
evidente por la misma ley de Acción y Reacción. Restablecido el equilibrio
causado por la acción pecaminosa, cesa la necesidad de la sanción, que en
realidad no es otra cosa sino reacción correctora; pero no un verdadero
"castigo" de Dios. E1 Creador debió instituir la ley natural para que
obrase dentro de un orden automático pero no vengativo. As¡ pues no hay un
averno eterno donde el Creador confine a los infelices que habiendo sido
creados imperfectos por Él mismo, tengan que pagar la culpa de esa
imperfección.
Infierno viene de ínferus (bajo, profundo o lugar
inferior) y esta palabra ha de aplicarse a todo estado de conciencia inferior,
es decir a todo estado material o pasional de sufrimiento[4].
Los dolores de la vida física y los padecimientos que nos originan las pasiones
(ambas cosas expresadas por el término pathos, padecimiento; o patior, de pat,
pasión, paciente) son el verdadero infierno. El hombre puede rectificar su vida
y las actitudes de su alma para cesar de padecer. Mas, ¿qué razón se opone a
que el alma no pueda rectificar su actitud después de separada del cuerpo por
la muerte, librándose así del infierno eterno? ¿Se ha pensado en esta frase
prometedora de la 18 Epístola Universal de San Pedro?: "Por que por esto
también ha sido predicado el Evangelio a los muertos; para que sean juzgados
en carne según los hombres y vivan en espíritu según Dios".
Prueba de que puede rectificar después de la muerte es
ese hecho que se llama purgatorio, por el cual se libra del lastre de ciertos
pecados, una vez adquirida la convicción de que le impiden ascender a estados
superiores de conciencia. El concepto de "pecado mortal" merecedor de
sanción eterna es un equívoco. El alma es siempre inmortal en sus elementos más
elevados. Podrá hacerse más o menos consciente de su origen divino, según haya
cultivado o no sus actividades y virtudes espirituales, pero nunca llegar a una
situación de castigo irreparable, tanto menos explicable después de la muerte
cuanto que entonces no la arrastran los apetitos concupiscentes que dimanan de
la vida material.
El vacío de conciencia que experimenta el alma después de
la muerte cuando solamente cultivó en vida las cosas materiales, no puede
considerarse como un aniquilamiento o una condenación eterna. Esta
equivocación del alma al haberse identificado con lo inferior y destructible,
la deja en un estado penoso, como el del padre que ha perdido a su hijo y en él
puso su corazón. Pero esta no es una pena esencial ni por tanto eterna. El
dolor pasa y la conciencia se eleva. En el caso peor el alma llega a darse cuenta
de que los mismos arquetipos y esencias de las formas materiales, con las que
se identificó, pertenecen al plano espiritual. Y en esto halla la redención de
sus sufrimientos y el camino de su rectificación. En el plano de las causas no
existe el dolor.
Además el término "condenación eterna" no es
equivalente al de "sufrimiento infinito". Condenación es el hecho de
estar con daño. Y ningún hecho puede ser infinito, por que todos tienen fin.
Podrán ser eternos los noumenos pero no los fenómenos. Y aun la misma palabra
eterno no quiere decir infinito (o sin fin), por que según su etimología, de
aeternus, aeviternus, aevitas, aevum, solo expresa un tiempo ilimitado o que
no se puede limitar, pero no que carezca de fin.
Tampoco el infierno es un estado de sufrimiento por
causa de "fuego". Si literalmente se habla del fuego eterno en el
Evangelio, es de una forma figurada o metafórica fácilmente explicable. Las pasiones y los deseos, causas de todos
nuestros sufrimientos aquende y allende la tumba, son los incentivos de
nuestros actos egoístas. Incentivo (de incendo, candeo, abrasarse) es, en
sentido figurado, el fuego o chispa de nuestras acciones: Estar condenado al
fuego es padecer bajo los efectos de una pasión inferior o de un deseo insatisfecho.
El individuo lujurioso que se ve, por la muerte, desprovisto del instrumento
para satisfacer su pasión, padece hasta que su alma trasciende la pasión y
sublima el deseo. ¿Qué mayor fuego del infierno? ¿Hará falta ir a buscar unas
llamas que quemen a las almas, incombustibles e insensibles en el mismo fuego
físico por su naturaleza intangible?[5].
La moderna técnica psicoanalítica de Freud, ha venido a
demostrarnos que todo deseo insatisfecho, puede convertirse en causa de
perturbación psíquica cuando el alma carece de las facultades necesarias para
sublimarle. Este padecimiento es un verdadero estado infernal de histerismo,
fobia o delirio. Las llamas simbólicas de estos estados psicopatológicos, cesan
cuando el alma se hace consciente de la causa perturbadora. Si esto es cierto
en vida, no se ve razón alguna para que no sea cierto post-mortem. Solamente
que, en este último caso es Dios (individualmente el propio Ego) el médico que
saca al paciente (y padeciente) de este purgatorio de sus pasiones insatisfechas,
dándole el mensaje divino que le enseña a rectificar su sentir. Buena alusión a
esto hace el mismo Evangelio, mostrándonos al rico entre las llamas del
infierno, suplicando una gota de agua a Lázaro que reposaba su dicha celeste en
el seno de Abraham. Es decir, que desde el infierno se atisba el cielo. Y esto
es más que una imagen literaria. Evidentemente, desde todo estado de conciencia
inferior siempre puede columbrarse la divina luz redentora de lo alto.
Solamente esto es compatible con el concepto de la infinita misericordia del
Creador. Dios no puede consentir el sufrimiento de un alma ni un minuto más de
lo que exige su corrección. Y los caminos encontrados por la ciencia para
mitigar los padecimientos humanos son débil reflejo de las posibilidades que
teóricamente hemos de atribuir a la voluntad de Dios para redimir a las almas
desdichadas que sufren las consecuencias de su imperfección. Nuestra fe en el
orden natural estatuido por el Creador, no habla así. Y nuestra razón no puede
contradecirnos.
Pensemos además que, los dolores y sufrimientos humanos
son cincel que modela las almas y motivos que abren los ojos de la conciencia.
Las experiencias propias de cada hombre en mal o en bien, no son nunca inútiles
para la evolución de su individualidad. Todo conspira hacia el fin supremo de
forjar a cada uno un Destino superior, en alas de esa ley de leyes de la
Evolución, que es perfectibilidad, que es redención; es perdón de toda
claudicación contra la ordenación universal; es acercamiento, en fin, de toda
criatura hacia su Creador.
La Ley de Evolución se realiza por medio de hechos
regidos por otras tres subleyes: la de adaptación al medio, la de selección y
la de herencia. La adaptación al medio es lucha por la existencia; en esta
perecen los menos aptos y la selección así realizada se perpetúa por herencia.
Todo este mecanismo 'se realiza en las formas, cuerpos o instrumentos de
expresión. Pero las almas o principios de vida, también progresan y evolucionan
conjugándose con los cuerpos. Cuando el cuerpo ha dado todo su rendimiento en
favor de la evolución de un alma, esta abandona la forma, ya inútil, por medio
de la muerte natural. Es decir se trans-forma o cambia de forma. Busca nuevo medio de expresión (físico o
metafísico, que esto no es ahora del caso) para seguir perfeccionando sus
potencias o facultades.
La manifestación de un alma en un cuerpo es una necesidad
para aquilitar y comprobar, por medio de los hechos y sus consecuencias, la
perfección o imperfección conseguida por dicha alma en sus concepciones
creadoras. La mente imperfecta o las intenciones torcidas o no consecuentes
con el plan universal, producen a través del cuerpo y de sus actos, resultados
equivocados o erróneos que dan la medida exacta del tanto de desvío con respecto
a la voluntad divina, o de su mecanismo mental defectuoso. El cuerpo es la
prueba. El quantum de dolor en la prueba es el exponente del error. El error es
la inadaptación de la mente y de las intenciones a las finalidades de la
creación universal. En puridad de lógica y de doctrina filosófica, lo único
sensato es dejarse conducir por la Voluntad del Supremo Hacedor. Llegamos así
a un punto en que confluyen fatalmente la verdad científica y la inspiración
religiosa. ¿¡Qué conclusión podría dejar más satisfechos a nuestro sentimiento
y a nuestro discernimiento!?
Un alma imperfecta no puede sufrir sanciones ni premios
definitivos, sino que obtiene nuevas oportunidades de progreso y cauce en
nuevas formas de expresión. Se trans-forma, como dijimos, realiza su
metempsicosis o resucita en la carne, en una verdadera palingenesia (o génesis
de lo primitivo), en nuevos modos de vida, como más adelante veremos; porque no
hemos podido comprobar en el orden del Universo la detención del progreso
evolutivo en una etapa de imperfección y de dolor, tal y como pretende
presentársenos con el concepto de la condenación eterna. Lo que por imperfecto
sufre, halla siempre nuevas posibilidades de corrección en el cauce de la
evolución. La remisión de los pecados y la redención de los caídos, son
simplemente acciones correctivas abiertas a los amplios horizontes del progreso
natural y consecuencia también de las leyes por las cuales este actúa.
Pecado, enfermedad y delito tienen un parentesco oculto,
dijo el maestro Roso de Luna. Todos tres son consecuencias de la violación de
las leyes naturales. Con la palabra pecado se nos presenta
la intención de ir contra la ordenación teúrgica del
Universo; con la palabra enfermedad expresamos la perturbación o padecimiento
consecuente con esta violación; con el término delito damos a entender la
acción punible o acreedora de sanción correctiva. En el fondo son una sola
cosa: causa, medio y fin, respectivamente, del error.
Todo error es causa de dolor; todo dolor es medio
de rectificación; toda rectificación tiene por finalidad la verdad. Y la verdad
nos hará libres, como dijo Jesús, por que nos pone a tono con el orden natural.
El hombre verdaderamente libre de dolor y pecado es el que cumple la ley
natural. Solamente cumpliéndola se vence a la naturaleza física. El hombre
libróse del rayo cuando estudió la ley de las descargas eléctricas e inventó el
artilugio para encauzarlas. El hombre se librará del dolor y de los tormentos
del "pecado" cuando conozca sus leyes y las cumpla. Por esto pudo
decir Pitágoras: "La libertad dijo un día a la ley: tu me estorbas. La
ley respondió a la libertad: yo te guardo”.
¿Cuántos se salvan?
Se nos ha dicho repetidas veces, y entre ellas una vez
por el P. Martínez, durante nuestra prisión en el penal de Burgos, que el
número de las almas que se salvan es muy inferior al de las que se condenan. Y
hasta se nos ha concretado que, de los veintidós millones que constituyen la
población de España, solo se salvarán, poniendo por mucho, unos cuatro
millones.
Si esto ocurre en un país cristiano y católico, hay que
suponer, de acuerdo con este criterio, que en los países no católicos y en los
paganos, la proporción de los salvados será aun menor. De esto deducimos que,
en los muchos siglos que lleva la humanidad sobre la Tierra, el número de
millones de almas humanas que pueblan las estancias del infierno es
considerablemente superior al número de las que pueblan el cielo. Y esto, en
estricta lógica, supone el triunfo de Satanás sobre Dios.
¿Es esto filosófico?
El Tiempo y el
Espacio.
Cuando Parsifal en la leyenda wagneriana es conducido
hacia el templo, dentro de los dominios del Gral, por su maestro Gurnernancio,
exclama: "Hemos marchado poco y sin embargo noto que hemos adelantado mucho",
a lo que Gurnemancio responde filosófico: "No te extrañe: Aquí el Tiempo
es Espacio". Profunda y definitiva enseñanza: En los mundos del espíritu
el tiempo es espacio. Más ¿qué realidad encierran estos dos conceptos?
En nuestro mundo juzgamos del espacio por los objetos
físicos de tres dimensiones contenidos en él y por la velocidad con que en él
se mueven. Pero ese Espacio, ¿tiene realmente dimensiones como han pretendido
algunos hombres de ciencia? Creemos que el espacio no tiene dimensiones de ninguna
clase, ni puede ser percibido por los sentidos físicos; por que es la Nada-Todo
o capacidad infinita, absoluta e increada, realidad única que continuaría
siendo aunque desaparecieran todos los universos contenidas en su seno. ;ü
pudiéramos situarnos en el Espacio vacío, rodeados de infinito por todos lados,
y nos moviésemos durante un año en línea recta con la velocidad de la luz, al
cabo de dicha tiempo estaríamos en las mismas condiciones, rodeados de la misma
realidad negativa, infinita en todos sentidos, como sí no nos hubiésemos
movido nada. Esto pudiera hacernos pensar que el Espacio no es, y sin embargo
no hay mayor realidad que la de su esencia que no tiene ex-istencia. El Espacio es la Divinidad Misma. Por esto solamente
puede ser percibido por nuestras facultades intuitivas y espirituales.
Y la realidad suprema del Espacio está en que persiste
por sí, ajena a la variabilidad y absorción de los universos que en él evolucionan.
Mas en el Espacio pueden existir y de hecho
existen, mundos o cosmos de diferentes dimensiones[6].
Una cosa es el Espacio único y otras los mundos en él contenidos. Cada electrón o elemento atómico, es probablemente un mundo de
dos dimensiones contenido en nuestro universo físico de tres dimensiones;
nuestro universo físico con otros análogos, probablemente es un elemento o
especie de electrón de un mundo de cuatro dimensiones (no otro que el
hiperfísico o astral); éste a su vez sería un simple elemento de los infinitos
que componen un mundo de cinco dimensiones (mental), y la reunión de mundos
pentadimensionales constituiría un mundo superior de seis dimensiones... Y así
sucesivamente llegaríamos al mundo de infinitas dimensiones, que precisamente
por ser infinito, deja de ser mundo concreto o manifiesto, para ser Espacio
abstracto. En nuestra mente se han unificado los mundos con el Espacio o Seno
de la Divinidad, de donde emanaron y donde se mueven, sin que la limitación de
nuestra inteligencia haya podido sortear el terrible abismo ideológico que se
extiende entre la limitación de los mundos existentes o manifiestos (incluido
el espiritual) y la infinitud del Espacio que los contiene, que coincide en
propiedades geométricas con las del mundo de cero dimensiones, o sea el punto.
Los anteriores conceptos se han deducido[7]
meditando alrededor de un hecho observado en nuestro universo, a saber: que
una corriente eléctrica crea alrededor de ella un campo eléctrico de sentido a
izquierdas. De esto se deduce que nuestro universo físico gira en el seno de
un mundo de cuatro dimensiones, hecho que también explica la desviación del
rayo luminoso que, por consecuencia, hemos de considerar curvo, como
modernamente ha afirmado también la teoría relativista de Einstein.
En nuestra actual vida física, la extensión material y la
velocidad del movimiento, es lo que nos da la sensación de espacio y tiempo.
En el mundo físico el espacio se relativiza y concreta, y juzgamos de él por
una reacción mental complementaria a la existencia de objetos materiales de
tres dimensiones. Según ascendemos en el estudio y contemplación de mundos
superiores, hiperfísicos, mentales, etc., la idea del espacio se ensancha,
hasta percibir la realidad de su esencia infinita. Pero ¡cuán contraria la
elaboración del concepto tiempo!
El tiempo es una ilusión de la vida concreta
consecuente con la materialización y sucesión de fenómenos (recordemos la frase
de San Agustín, cap. IV). Es una impresión mental complementaria de la
extensión en el espacio, que desaparece cuando enfocarnos la conciencia en
planos superiores o abandonamos el mundo material. Cuando soñamos (es decir,
tenemos la conciencia enfocada en mundos hiperfísicos de más de tres
dimensiones), percibimos frecuentemente en pocos minutos, sucesos que para su
realización en el mundo físico hubiesen necesitado días y aún meses.
En
nuestros momentos de recreo y alegría (expansión de la conciencia) solemos
exclamar: ¡Qué pronto se me ha pasado el tiempo!; y en cambio decimos: ¡Cada
minuto me ha parecido un siglo! cuando por motivos de dolor o de preocupación,
tenemos la conciencia enfocada en el mundo físico. Estos hechos quieren decir
que, la sensación de tiempo es relativa y depende del mundo en que nos
situamos, y que el tiempo va desapareciendo según nuestra conciencia se va
elevando de plano. Así, en el mundo mental, en que el pensamiento es el hecho
mismo, el tiempo es casi nulo (fenómenos de telepatía y transmisión del
pensamiento); y en los mundos del espíritu no existe pasado ni futuro, sino
que todo es un eterno presente, que solamente al realizarse a proyectarse en
planos concretos por medio de fenómenos sucesivos, nos da la
impresión de esa que llamamos tiempo[1]
No es el tiempo el que pasa, sino los seres materiales[2]
.
Más, es evidente que si al elevarse de plano el tiempo se
esfuma, también se trasciende el espacio, pues no se puede tardar ni tiempo
nulo en recorrer un espacio efectivo. Y es que, al elevarnos a mundos
superiores y acercarnos a plano de infinitas dimensiones, el Espacio adquiere,
como dijimos, las propiedades geométricas del punto, y queda en efecto
trascendido dentro de su omnipresente realidad. Por esto, "Aquí el tiempo
es Espacio" como sabiamente dijo Gurnemancio a Parsifal. Tiempo es Espacio
para el espíritu, y Espacio es, como hemos visto, lo Inmutable, lo Absoluto,
lo Eterno; lo que no tiene pasado ni futuro, por que Es; aunque nuestra mente
relativa sea incapaz de forjar un concepto exacto de tamaña realidad.
Con las anteriores consideraciones sufre un rudo golpe el
pavoroso concepto de la eternidad. En los mundos concretos, podrán ser los
seres y los hechos más o menos duraderos, pero nunca infinitos, por lo que la
pena eterna y los siglos de los siglos de ciertas religiones positivas, quedan
reducidos a lapsos del fantasma tiempo, que se podrían expresar por un número.
Hay pues el consuelo cierto de que tienen fin. En los mundos abstractos,
celestes y espirituales, la percepción del eterno presente en lo bueno y
excelso (puesto que es ajeno a la limitación y al dolor propios de los mundos
concretos), disuelve por si misma la sensación de permanencia indefinida e
infinita de la sucesión de hechos dolorosos, con que amenaza el justicialismo
de ciertas iglesias, que en el fondo no creen en la Redención como hecho
universal; y si creen, se contradicen de un modo palmario.
Dr Eduardo Alfonso
NOTAS
[1] Ya dijimos que el alma animal es destructible, por tratarse de un
vehículo tenso, concreto y formal, aunque sutil. "Santo pues y saludable
es el pensamiento de rogar por los difuntos para que queden libres de sus
pecados", se dice en la Misa del Aniversario de Difuntos. (Libro de los Maeabeos. Cap. 11. v. 43).
[2] Por esto, con cierta razón, cl Papa Juan XXII, como también el
eminente teólogo benedictino Mateo de Parí,, admitían, como los griegos, un
lugar intermedio entre el purgatorio y el cielo, no pudiendo las almas entrar
en el cielo hasta el "Juicio
Final". (Feijóo). Cosa lógica por cuanto si fuese definitivo el
resultado del juicio post-mortem, sobraría el Juicio Final.
[3] Repásese el cuadro sinóptico de la clasificación septenaria.
[4] También proviene de in-fero, llevar dentro, lo cual lo identifica con un estado de conciencia o que se lleva interiormente, alejando toda posibilidad de conceptuarlo como un sitio o lugar.
[5] Incentivo proviene también de incentivus, de incino, cantar, en el sentido de estímulo que excita o mueve a alguna cosa, o de chispa que prende el fuego de la acción, en sentido figurativo.
[6] La palabra mundo o cosmos expresa lo que está limpio u ordenado. (Inmundo o caos es lo que está sucio o en desorden).
[7] El comandante Emilio Herrera los expuso en una notable conferencia.
[8] Dentro de manifestaciones muy cercanas al mundo físico, como, por ejemplo, la radiotelefonía (que obra en plano etéreo) el tiempo es casi nulo, puesto que apenas tarda en llegar a nosotros la onda emitida en el polo opuesto del planeta.
[9] Por consecuencia, hemos de dar la razón a Kant cuando dijo que el tiempo y el espacio no son determinaciones de las cosas en sí mismas, sino condiciones subjetivas de nuestra intuición; pertenecen a nuestra representación del mundo, no al mundo mismo. Éste carácter subjetivo que el gran filósofo de Konigsberg atribuye al espacio y al tiempo, no desdice nuestro concepto del espacio como realidad infinita, puesto que esta realidad, por ser infinita, no puede darse objetivamente a nuestra mente finita, ,y- solamente puede ser captada intuitivamente. A pesar de todo, el espacio y e1 tiempo tienen una hipotética realidad empírica, puesto que son necesarios a todos los fenómenos. En esta condición de necesidad se fundaba San Agustín al decir que "el tiempo es una propiedad de las cosas creadas". Al menos, solamente por la observación de las cosas y sus fenómenos se despiertan en nosotros las categorías de tiempo y espacio.
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