Cuando, por vez primera, Amonio - retornado investido de una alta
misión, del Templo Oracular de Amón, situado a lo lejos, en el Desierto
Líbico - empleó la capacidad y los poderes allí obtenidos junto con la Palabra
transmitida, reunió a los tres más entusiastas discípulos, y les impartió el
espiritual bautizo.
Todos compartían sus preferencias por el gran Platón y por su maestro
Pitágoras y aguardaban, pacientemente, el momento prometido de la
consagración de la Escuela a sus espirituales directrices.
Eran los tres discípulos, Plotino, el más destacado, que representaba,
dentro del Triángulo simbólico, la Verdad o la Filosofía integral. Herenio, que
respondió al aspecto de la Bondad, consagrado a hacer resaltar la obra de los
Ángeles o Eudáimones de la Era que comenzaba.
Esos esforzados
colaboradores ignorados de los hombres, tan dispuestos siempre a ayudarlos
identificándose con el signo opuesto y espiritualmente complementario del
que amanece por la precesión de los equinoccios, en tal caso, Virgo, y que, en
virtud de las características de tal signo eran tales Ángeles, según los veía y
trataba Herenio, casi femeninos de tan dulces y casi materializados en su
esfuerzo de colaboración y ayuda a los devotos. Y por fin, Orígenes2 de
formación definidamente pitagórica, artista y especializado en arpas eólicas, o
sea que encarnaba por inclinación propia, el aspecto de la Belleza en el
triángulo pitagórico-platónico.
Con ellos, y a través del tácito juramento mediante el bautizo estelar de
la misión transmitida en el momento cumbre por los astros escogido, comenzó
su segunda época en la vida y en la trayectoria meritísima de la Escuela de
Alejandría bajo el transmitido impacto de su lema platónico.
De ese modo
lograron revivir plenamente la Escuela Neoplatónica en Alejandría. Amonio
Saccas, con sus tres compañeros y discípulos allegados, formarían la delantera
de dicha nobilísima Escuela siempre en contacto con los astros y la
gravitación cíclica del destacado momento histórico. De ese modo lograron
impulsar y revitalizar, por su contacto directo con la astral voluntad, aquel
núcleo cultural lánguido, cuando apenas sostenía sus antiguas básicas
prerrogativas ante el mundo.
Amonio, Plotino, Herenio y Orígenes, tenían una fe inconmovible en el
Oráculo y sabían que el pasado sabio no puede morir nunca; que ellos eran los
visibles instrumentos de su voluntad y que en ella subyace la semilla de todo
avance, porque la evolución humana es ley y nada puede obstaculizar su
desenvolvimiento. Sabían que la Sabiduría es eterna y que no es privativa de
una determinada época, sino que, a través de su distintivo color, las vitaliza a
todas. Y sabían bien, en su sintonizada e incrementada sensibilidad intuitiva
cómo era necesario presentar la nueva filosofía en la Escuela renaciente; que
era preciso justificar, en cierto modo, aquel lema zodiacal pisceano para que
apareciera, en toda su majestad y con toda veracidad en aquellos difíciles
momentos, lo que había de resplandor y de fe en la línea de la sabiduría
pitagórica y platónica.
La divisa satisfizo a ciertos ansiosos de sabiduría acogidos en la
Biblioteca del Serapión y que se hallaban dispuestos a colaborar con los cuatro
enviados de los astros. Todos anhelaban, en suma, hacerse transmisores de la
nueva misión histórica de los tiempos inaugurados.
Y en el momento y día más propicios se abrió aquella maravillosa
cátedra de nuevo, bajo el lema de Escuela Neoplatónica, donde se acogían
todas las opiniones, como cátedra libre que era.
Los iniciales mentores cuidaban de sólo sumarlas y encauzarlas,
tratando de pulsar el latido ardiente de todo corazón dispuesto a afiliarse a
aquel centro tradicional de la sabiduría eterna.
Plotino, considerado el más acendrado filósofo entre los cuatro y que se
hallaba en posesión del pleno conocimiento del mundo culto y conocía todas
las tendencias filosóficas del pasado y del presente, justificaba la característica
y la experiencia de cada núcleo allí acogido y las estimulaba.
De ese modo iba
logrando la natural expansión e incremento de dichos núcleos y su resonancia
más allá de la Escuela, en el amplio mundo.
Sabían todos que lo que hacía falta era eso: participar de la divina
gracia, sin prescindir del sagrado nous, alimento de toda auténtica filosofía.
Y sabían que se trataba de la reunión de grandes egos, seres armónicos
y completos en posesión de una mente superior y sensibles al proceso del
mensaje directo al servicio del Espíritu.
Los medios para alcanzar ese estado completo, podían silenciarse, pero
no el resultado de la misión derivada, una vez ese estado alcanzado, por el que
ellos, los cuatro, velarían siempre.
Plotino, que ocupaba con frecuencia la gran cátedra, explicaba a los más
predispuestos que los estados de paz, de beatitud, de divina armonía, debían
lograrse a través de la contemplación interna.
Decía al respecto: “Toda la
inmensa actividad del Universo se desarrolla en virtud de una armónica
contemplación… Y es por ella (por la contemplación) que el alma retorna a su
originario principio. Cuando volvemos la mirada hacia las cosas de aquí abajo
(las cosas materiales) dejamos de contemplar. Pero cuando la dirigimos hacia
lo superior, alcanzamos el más elevado estado de contemplación. Alcanzar esa
meta es dado solamente a los que renuncian a todo por obtenerla. Entonces
alcanza el hombre la suprema felicidad, la más incomparable dicha con que se
pueda soñar… A través de tal contemplación se alcanza la unión mística con
el originario Principio, se realiza el éxtasis. Los que ignoran tal estado,
imaginan que la comparación se halla en los placeres amorosos de tipo
inferior, pero ignoran la realidad de esos otros amores… El alma vive otra
vida cuando se acerca a ellos. Entonces es cuando el alma se une con Dios”.
“El éxtasis es como un salto hacia fuera y cuanto más se adentra el alma
hacia sí misma, más próxima se halla de salir fuera de sí. De ese modo, es el
éxtasis un salto hacia Dios”.
(Eneadas “Sobre la Contemplación”).
En este estado hablaba Plotino a sus devotos auditores seguidores de
distintas escuelas de filosofía, en su propio lenguaje, pero en forma
trascendente. Y hacía historia de la filosofía y de su significado.
Y hacía
hincapié en el valor fundamental de la escuela de Elea consistente en la
afirmación de Parménides, su precursor, de la existencia del On o principio
inmortal o divino en todo individuo. Ese superior reconocimiento del
individuo y su contraparte superior divina, tenía el enlace del Nous o mente
abstracta superior. Y ambos aspectos, el Nous y el Eros (en sus orígenes el
amor divino) justificaban al On, Individualidad suprema o divina en nosotros.
Puédese afirmar, según Plotino, que con Parménides y su escuela, se inicia la
verdadera filosofía con cuanto tiene de ética suprema y de principio absoluto.
Mas el refrendador que sentó las bases de tales principios y los introdujo como
sistema integral de vida, fue Pitágoras y su Escuela.
El ideal de Pitágoras fue
esquematizar la filosofía como sistema de enseñanza.
Para él el máximo
tratado superfilosófico consistía en el triángulo con los diez puntos inscritos
de la famosa Década, que resumía todo sistema filosófico, por elevado que
fuera, desde el Número trascendente hasta el fundamento cualitativo de todo
sistema pedagógico fundamentado en la evolución y preparación de los más
aptos. En cuanto a Sócrates fue afirmador del pasado porque encarnó su
síntesis en su ideal directo de hacer emerger, como filósofo de la calle, las facultades preconizadas innatas en el hombre y enseñadas por sus antecesores.
Y fue precursor en el sentido pitagórico y platónico de la palabra, educiendo
de todo individuo con el que se ponía en contacto, la divinidad latente.
Para ello, ayudado por su buen Daimon, trataba siempre de que se
manifestara en todo ser y en cualquier lugar, su mente ancestral, su divino Ego
y su saber innato, su teorética propia, su sistema de educción de la filosofía.
De él aprendió esencialmente Platón, no sólo el amor, que confesaba
Sócrates que era “de lo único que sabía un poco”, sino que, desde su libre
cátedra de los jardines de Academos, no sólo fue glosador de todas las
verdades que no escribiría nunca su maestro Sócrates, sino que, al ser iniciado
en Egipto y alumno de las anexas Escuelas de Sabiduría de los Santuarios, se
hallaba en posesión no sólo de la actitud filosófica, sino de la ética profunda al
par que de todos los conocimientos mentales y supermentales. Pero tuvo sobre
todo ello una virtud fundamental: nunca dejó de ser poeta, glosador de la
belleza infinita y así lo patentizó en sus “Diálogos”.
Y a la par, dejó bien
sentado en ellos los principios inviolables de la superhistoria al relatar la
verdad de la sumergida Atlántida y ofreció por fin al mundo futuro en forma
de utopía una avanzada del Estado ideal, la República modélica del futuro. Por
todo ello; creyeron conveniente sobre todo Plotino y Amonio, dar el nombre y
la divisa de ese gran filósofo al segundo avatar de la Escuela de Alejandría de
la que ellos eran los responsables y mandados a vivificar. Y la llamaron
Escuela Neoplatónica de Alejandría, imprimiendo en su pedagogía la gran
enseñanza legada por Platón. Al abrir ese filósofo los ojos a la luz del mundo -
contaba desde su cátedra del aula magna Plotino - sus padres lo consagraron a
Pan, a las Musas y a Apolo, el dios de la Luz y de la vida, puesto que Apolo
era el dios solar por excelencia en la mitología griega. Y se contaba que, en el
decurso de la consagración, las abejas iban depositando en la boca del infante
dormido, miel, para que hablara dulcemente.
Contaba Plotino, que el niño Platón, fue engendrado en momentos
señalados por los astros a cuyo mandato se sometieron sus conscientes padres.
Así fue hijo de la más alta moral, de la espiritual belleza, ejecutor de la
armonía cósmica de la que Apolo era divino símbolo. Al llegar a la
adolescencia, se consagró de lleno al estudio. Aprendió matemáticas,
geometría, oratoria, danza, astronomía, idiomas, canto, música, además de
todo el contenido de esas altas universidades del saber que se abrieron para él
más tarde en el país del Nilo sagrado. Allí supo el valor trascendente de los
símbolos, de los cuerpos geométricos primarios, de los preceptos metafísicos,
de los números como matemática celeste, que más tarde afianzó entre los magos persas y los sacerdotes caldeos, la ciencia cíclica de los astros así como
la judiciaria.
Toda la sabiduría posible acumulada en el mundo a través de las edades,
la conocía Platón, ese hombre que fue suma de filósofos y sobre todo,
prosecutor de Pitágoras ya que a través de las notas que adquirió de Filolao,
conoció la esencia de sus enseñanzas, el Hieros Logos o guión de su Escuela
crotonia, además de cuanto conociera a través de Arquitas, de Timeo y de
Eudoxio, grandes pitagóricos. Y como ejemplo de su desinterés y
consagración a los demás, contaba por fin Plotino que Platón daba sus
enseñanzas gratuitamente. Y al finalizar su parlamento, no dejó Plotino de
mencionar el valiosísimo asesoramiento que todos poseían de Amonio. Y citó
por fin esas simples palabras que justificaban la divisa de la nueva Escuela:
En la Academia de Platón, se repitieron siempre estas palabras de su
túmulo conmemorativo existente en los mismos jardines donde diera él su
enseñanza: “Los dos grandes seres Asclepio y Platón, deben su existencia a
Apolo. Uno, para curar los cuerpos; otro, para curar las almas…”
Y las anchas puertas de la Biblioteca, y de la Escuela Neoplatónica, se
abrieron acto seguido a todos los anhelosos de sabiduría del mundo…
Maynade Josefina
Nota
2 Que nada tiene que ver con el Padre de la Iglesia del mismo nombre.
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