Indudablemente, las antiguas Escuelas Filosóficas griegas - teniendo en
cuenta las continentales de la propia Grecia y las de la Magna Grecia, así
como las Isleñas y las del Asia Menor, todas consideradas helenas en su época
- así como ciertos influjos de los núcleos llamémosles también filosóficos del
oriente, medio o próximo, tuvieron, no sólo destacada estadía, corporación e
importancia en el Aula Magna o lugar de englobe y vigencia, ubicada en la
antigua Biblioteca y Museo alejandrinos, sino que revivían y se mostraban
ufanos dentro de un común estímulo de tolerancia y de comprensión, propio
del ambiente que los mismos Tolomeos - la ya fallida dinastía faraónica
epígona- gestó en la un tiempo famosísima Biblioteca de Alejandría,
malhadadamente destruida para la humanidad presente y la futura del mundo.
Ese espíritu de convivencia de tan diversas Escuelas y tendencias
filosóficas en Alejandría, les ganó a todos el ostentado lema de eclécticos,
sincréticos, filaleteos y teósofos.
Que todo lo eran todos en verdad y lo ostentaban en aquella mutua
ayuda y fraternidad cierta que los unía, ayudaba y hermanaba.
Volviendo a los inicios, diremos que acaso la Escuela helena que mayor
influjo ejerció desde sus comienzos en tiempos de la dinastía tolemaica, fue la
estoica, a través, primero, del ejemplo convencitivo, de la virtud y espíritu de
renuncia del fundador Zenón y todos los discípulos antiguos de la Estoa, cuyo
último y destacado ejemplo fue el esclavo Epicteto de Hierópolis, cuya vida
nobilísima abrió un enorme surco en la trayectoria no sólo cultural, sino
religiosa de la antigüedad, y ya en la época postrera, por aquél meritísimo
discípulo de Epicteto, el emperador romano Marco Aurelio quien, con su vida
y sus famosísimos “Pensamientos” allegó auténtica inmortalidad y
ejemplaridad a la filosofía estoica.
Porque, a medida que se percibía de modo más vívido el influjo de la
nueva Era de Piscis, más viva aparecía la moral de los estoicos, su tolerancia,
su pureza de vida y su espíritu de renunciación.
Sin embargo, surgió de entre la masa selectiva del Aula Magna, un
individuo de gran solidez cultural, que parecía, en su actitud y en su vida,
militar en el campo de la stoa, mas de origen hebreo y nacido en la profunda
Alejandría, llamado Filón. El grupo de los hebraizantes, que fue siempre allí
numeroso, acogió alborozadamente a ese filósofo de formación filosófica
griega, como mensajero y auténtico mentor. Filón se hallaba muy bien
relacionado con todos los grupos existentes en Egipto pertenecientes a su
propia raza. Por ello, al encarnar como ninguno de los filósofos allí presentes
el sincretismo y el filaleteísmo perseguidos, ya que hacía gala de vastos
conocimientos de filosofía griega al par que de otras tradiciones, fundó allí,
con el mayor estímulo, cátedra de gnosis basándose en el conocimiento
hebraico y en todas sus tradiciones y símbolos.
En la cátedra de Filón el Judío se reunían buen número de esenios,
sanadores hebreos que, según el historiador Plinio, habitaban durante muchos
siglos en las orillas del Mar Muerto. Allí convivían en fraternal comunidad,
compartiendo sus bienes, haciendo sus diarias purificaciones, ejerciendo sus
reglas, sus simples ceremonias, viviendo sobriamente, con actitud purísima,
consagrados a curar los cuerpos y las almas de cuantos a ellos acudían en
busca de remedio y de paz interior. Ya que los esenios conocían el valor
biológico de las plantas y sabían extraer de ellas las virtudes curativas, así
como de todos los elementos de la Naturaleza. Por sus conocimientos
astrológicos y ocultos, sabían extraer el espíritu de plantas y flores y
practicaban con éxito sin igual la medicina natural y espagírica.
Con ese grupo mostraron especial afinidad los herméticos llegados a
Alejandría generalmente del alto Egipto, quienes se preciaban de poseer
copias de obras valiosísimas, de tradición hermética, cuyos originales habían
desaparecido al incendiarse la primera Escuela de Alejandría ubicada en el
barrio bajo del Bruquión.
Contribuyeron en gran medida, en los currículos del Aula Magna en
torno a la Biblioteca de Alejandría, el conocimiento de la yoga real o yoga
raíz, por sus empalmes y disciplinas con los orientales, los agrupados
gimnósofos asiáticos, a manera de anacoretas semidesnudos de los montes y
selvas, que efectuaban sus dilatadas meditaciones y sus estrictas disciplinas,
tratando de vivir las tradiciones esotéricas en forma sintética y a su manera
altamente efectiva de todo el oriente, especialmente de la India.
Así que la
aportación de los gimnósofos al acervo cultísimo de la Biblioteca del
Serapión, segunda etapa de la antigua Biblioteca desaparecida del Bruquión,se estimaba básica para el desenvolvimiento interior, y así lo creían los
interesados y practicantes gimnósofos.
Los gimnósofos decían que el propio Alejandro, al visitar, en sus
campañas, la India, se había puesto en contacto con ellos, con sus antecesores
gimnósofos y les había invitado a visitar, a su vez, Alejandría, cosa que ellos
realizaban, considerándose allí como en casa propia...
Allí, pues, en la famosa Escuela Alejandrina, fueron acogidos los
gimnósofos viviendo de la dotación especial del Estado consagrada a los
idealistas necesitados de protección, y gozaron mucho tiempo de cobijo, fama,
ambiente y general ayuda.
Y ellos, en compensación, dieron a conocer sus
teorías y sus prácticas, especialmente la forma de sus meditaciones y prácticas
de verdadera yoga que tanto contribuyeron al restablecimiento por Plotino y
Amonio, del sistema de formación pitagórico-platónico, que logró imprimir la
divisa y el nombre a la segunda etapa de la Escuela de Alejandría.
Al definirse poco a poco las nuevas tendencias integradas de la Escuela,
se consideraron maestros y colaboradores, a Jámblico, el maestro sirio en el
primer siglo de N. E., a Apolonio de Tyana (Asia Menor), de tónica
pitagórica, aunque investidos ambos con la simbología y la efectividad de las
pruebas y conocimientos de los Misterios, originarios casi todos de Egipto.
Así que la cruz ansata, como símbolo de la vida eterna, les otorgaba a ambos
la llamada inmortalidad y les daba categoría suficiente para que en el aula
magna se leyeran sus obras y se hablara de ellos como auténticos
constituyentes.
Discípulos de ellos se consideraban Plutarco de Queronea y también
Fidón, el judío, que, sobre el conocimiento que poseían de todas las escuelas
de filosofías griegas, asimilaron las prácticas y sabidurías orientales.
Ese eclecticismo se fue convirtiendo, andando el tiempo, en sincretismo
o, según la expresión dominante, en Teosofía.
No se trataba, como el
anteriormente denominado eclecticismo, de la coordinación y fraternidad de
escuelas filosóficas, sino de hallar su síntesis luminosa, su fuente original y
primigenia de la que todas derivaban, alcanzando o presintiendo su causalidad,
que incrementarían y corporizarían, al dar nombre y definitivo lema a la
Escuela, Plotino y Amonio, el “Teodidacto”.
A todo ese creciente núcleo filosófico-religioso, se fueron uniendo
individuos y breves sectas llegadas de lugares distantes del globo, atraídos por
la fama y protección de que gozaban los allí reunidos. Mensajeros del
hinduismo, del budismo, practicantes numerosos de yogas y de escuelas
secretas de la India, así como taoístas meritísimos de la lejana China, quienes hacían ostentación de profundo saber y de verdades básicas, así como de
actitudes humanas profundamente convencitivas, todos ellos eran allí acogidos
con auténtica actitud fraterna y hallaban apoyo y toda índole de facilidades.
Que no en vano Alejandro, el fundador de Alejandría, imprimiera a la ciudad
que llevaba su nombre el lema de “Broche de oro entre Oriente y Occidente”...
Sin embargo, el predominio allí de la cultura griega, como de la
fundadora lagida dinastía de los Tolomeos, daba natural incremento a las
cátedras de filosofía griega, aunque a todas incluían y estimulaban.
En esas cátedras numerosísimas, se estudiaban profundamente, por su
valor educativo del hombre integral que allí se perseguía, las Escuelas
primitivas u originarias de la antigua Grecia.
Y se resaltaba el valor de la Escuela de Mileto en tiempos en que ni
siquiera se conocía el nombre genérico de filósofos, debido a la propia actitud
de Pitágoras quien, al ser llamado por el rey sofós o sabio, respondió
humildemente que él era tan sólo filósofo o “enamorado de la sabiduría”.
A los componentes, pues, de la antigua Escuela milesia, se les llamaba
físicos, a pesar de representar tal Escuela un pilón básico en la historia
enlazada de la filosofía griega.
Ya que la llamada Escuela de Mileto, situada en el Asia Menor, a orillas
del Mediterráneo, abrió sus puertas docentes a la más inquieta e inteligente
juventud del mundo en el período precursor de nuestra civilización occidental.
En aquella cátedra de especulación y controversia fueron maestro, Tales, el
fundador, quien enseñaba que la creación del mundo era fruto de la humedad,
del agua, la sangre de nuestro planeta.
Su discípulo Anaximandro fundamentó sus teorías en investigaciones
propias y afirmó a su vez que la Vida se originaba en el apeiron, el doble del
aire, el espacio infinito, principio inmaterial e incorruptible, en el que alentaba
el Espíritu, unidad en el tiempo y la distancia.
Su sucesor en la acreditada cátedra milesia, fue Anaxímenes, el último
físico realmente importante de aquella famosa Escuela quien, sin dejar de
aceptar los principios de sus precursores, afirmaba que había un tercer ejemplo
de vida creadora: el fuego como elemento y principio de la Vida.
Ya que el
calor lo recibíamos del Sol central y ese calor sostenía la Tierra y a todos sus
habitantes.
Pitágoras, el Maestro de Samos, discípulo primero de los milesios,
iniciado y formado en los Santuarios egipcios y en sus Escuelas de Sabiduría,
recorrió Asia y llegó hasta la India, donde se afirma que departió con el propio
Buda de los principios trascendentes de la filosofía. Pitágoras, esa relevante Figura, fue el primer gran pedagogo de la humanidad, al convertir su Escuela
de Crotona en internado destinado a formar a la mejor juventud de Grecia y
del mundo, surgida de todas las clases sociales.
El primer filósofo era
consciente de la Era que iba a comenzar y se esforzó en dar las síntesis y en
señalar el sendero de la filosofía integral, para la formación del hombre y de la
mujer armónicos, al mismo tiempo que en la debida medida, daba a conocer al
mundo las verdades básicas y la actitud interna del verdadero filósofo.
Paralelamente a la Escuela Pitagórica surgió en la Magna Grecia, en
Elea, con Parménides, allí nacido - por él fue llamada Escuela Eleática - un
núcleo filosófico de altísima significación. Entre sus afiliados se cuenta
Jenófanes que, aunque nacido en Colofón - Asia Menor - se estableció en Elea
y militó en la Escuela de Parménides aunque tuvo por misión especial recorrer
el mundo de entonces recitando sus poemas filosóficos y cosmogónicos, sus
principios sobre la divinidad y el hombre, dando a conocer el ente, el on o
principio divino latente en todo ser, que fue el principal contenido de la
filosofía parmenidea.
La enseñanza errante de Jenófanes era especialmente
discriminativa del aspecto externo de la religión imperante y en sus cantos de
auténtico aedo precursor del gremio, presentaba a los dioses y sus leyendas en
el aspecto esotérico, no en el antropomórfico, como fuerzas de la Naturaleza y
del Cosmos, actuando en el mundo y en la vida humana. Fue, en suma, un
auténtico aedo - cantor vagabundo - poeta y rapsoda magnífico, que divulgaba
las más elevadas enseñanzas a manos llenas y la sabiduría oculta en los mitos
gracias a la envoltura poética que los eternizaba y a través, también, de la
propia experiencia y recepción directa, la meditación y el estudio.
Entre los más importantes filósofos presocráticos, se situaba
precisamente a Parménides. Ya que si su más trascendental teoría se basaba en
el on o individualidad divina en el hombre, le convertía en ese hecho en
microcosmos al desvelar la contraparte consciente y trascendente de su ser. Si
a ello se llegaba mediante el nous considerado como mente superior, el
vehículo de la mente superrazionadora o intuitiva, se podía alcanzar la
superior verdad o aletheia. De ese modo podía manifestarse el on en todo su
esplendor o sea, el yo divino en el hombre, capaz de penetrar todos los
misterios cósmicos.
Dentro de esa ideología eleática, aparecen, después de Meliso, Heráclito
y Demócrito, que hicieron hincapié en los principios esenciales de la sabiduría
enseñada mediante la dialéctica.
Posteriormente, debemos enumerar, por sus valores intrínsecos, al gran
Empédocles, fruto luminoso de todos los presocráticos, eleáticos y pitagóricos sobre todo. Era natural de Sicilia y se le consideraba el primero de sus
habitantes, por su identificación con el dios interno. Daba en forma poética sus
teorías filosóficas. Remontaba su genealogía a los animales del mar y de la
tierra, a los que cantaba como algo íntimo. Definió la deidad en forma de Luz
y a los hombres como eternidades encarnadas y evolucionantes. Según
Empédocles, el hombre fundamentaba su deidad en cuatro raíces: los cuatro
elementos. Esa tetralogía emparenta al filósofo con los pitagóricos, así como
su teoría de la transmigración de las almas o reencarnación. Pero en
Empédocles esa teoría se enraíza con los biólogos. Y a través de su expresión
lírica, enlaza, no sólo con los pitagóricos, sino con los propios milesios,
especialmente, entre ellos, con los llamados atomistas: Anaxágoras y
Demócrito. Y de esas afinidades deriva el origen de la vida, del movimiento y
de la evolución, merced al choque de los elementos contrarios.
La valiosísima aportación al caudal eterno de la sabiduría, realizada por
todos los presocráticos, hizo que el propio Sócrates, en quien culminó la
filosofía griega, hallara un cuerpo de verdades capaz de que él uniera a una
ética altísima, o sea, la verdadera actitud filosófica, a la sabiduría del corazón
y de la mente superior. Su humildad, su capacidad de discriminación, su
sentido pedagógico, le convirtieron en el más popular de los filósofos griegos
siendo al mismo tiempo, el más temible de los sofistas o dialécticos
razonadores, que tenían cátedra libre abierta en plazas y mercados de la noble
ciudad de Atenas. Pero es que en Sócrates, toda la teorética, todo el brillante
estilo de su propia dialéctica, tenían una finalidad esencialmente moral, una
mira, un anhelo y una aptitud únicas para abrir las almas y otorgarles el toque
capaz de alumbrarlas, de revelar su propia, divina sabiduría.
No en vano tenía
Sócrates por lema el famoso “Conócete a ti mismo” y decía jocosamente por
calles y jardines, que él había heredado la profesión de su madre; que si ella
era comadrona de cuerpos, él era comadrón de almas. Pero iba más allá como
alumbrador de almas, y aún de su propia, altísima filosofía, con la ayuda del
daimon que le guiaba y que él oía y que a él se revelaba en los momentos
claves de la vida suya y de la ajena para darle el toque de lo conveniente y
certero.
Por ello la filosofía de Sócrates superaba a todas y nunca quiso ni
pudo formar Escuela, ya que su éxito derivaba de sus propios medios y
experiencia mediante su daimon, ese genio o ángel bueno al que escuchaba y
obedecía. Por ello pudo en su postrer momento dar Sócrates al mundo y a la
posteridad el más alto concepto posible sobre la inmortalidad del alma y del
por qué de la vida.
A través de su pedagógica filosofía, armado con un sentido del humor y
de la ironía, envuelto y apoyado en la defensa natural e invisible de una total
impersonalidad y un estoicismo sin par, iba Sócrates, con su aire un tanto
populachero, entremezclado con el pueblo y en banquetes y reuniones
públicas, siempre en busca de almas, sin distinción de categoría social o
cultural o de investidura propia. Y exteriorizaba, así, la verdad de las almas ya
que sólo iba en busca del conocimiento propio existente como depósito divino
en toda alma capaz de revelarlo. Y Sócrates manifestaba el parecer de que
todo el mundo era capaz de revelar ese luminoso misterio si era debidamente
requerido, puesto que la filosofía no era privativa de unos cuantos...
De ese modo, en aquellos cruciales momentos de inquietud interna y de
protección oculta, Sócrates como mediador del gran ángel, requería a los
demás preferentemente encaminados a formar la nueva juventud. Les inquiría,
afeaba por lo común su falta de ideales, su materialismo, su abulia, su
incredulidad, su falta de fe en sí mismos, su deliberada ignorancia del
requerimiento divino en ellos mismos... Comprendido por Pericles, el alto
gobernante de Atenas, dio Sócrates su mensaje al mundo. Más al morir el gran
estadista y subir al poder los llamados treinta tiranos, fue víctima de envidias y
resentimientos, ya que Sócrates rasgaba el disfraz de toda índole de hipócritas,
enfrentando a las almas con su verdad. Y por ello se granjeó la terrible
condena a muerte mediante la cicuta, que le brindó el pretexto de una defensa
altísima y famosa de la exposición del mentado concepto de la inmortalidad
del alma, tesoro perdurable de toda la humanidad.
Platón, su discípulo, popularizó en sus “Diálogos” famosos, no sólo el
discurso de despedida de Sócrates, sino todas las enseñanzas de su maestro.
Sobre sus conceptos, fundó Platón su famosa cátedra de la Academia
ateniense en la que acudían todos los afanosos de saber de su época. De ese
modo, en los Jardines de Academos, que Platón adquirió para convertirlos en
sede de todos los filósofos idealistas, enseñó Platón las verdades
fundamentales, expuestas en un estilo poético y dialogado, sumamente
asequible a toda mentalidad, en forma deductiva.
De ese modo, nos ha legado Platón, no sólo la vida y la obra de su
maestro Sócrates, sino su propia experiencia filosófica, sus principios de
iniciado egipcio, de estudioso, de razonador, de viajero incansable, hasta
llegar al sentido más limpio y prístino de la misión humana y a la razón última
de los seres y de las cosas, fundamentados en la deidad existente en el hombre
y en el Universo.
Hizo más Platón. No sólo fundamentó los principios de un Estado ideal,
sino que hurgó en la superhistoria del mundo a través de su Diálogo “Critias”
en que hizo don al mundo de la verdad del continente desaparecido de la
Atlántida y del conocimiento de las matemáticas superiores a través del
“Timeo”. Nadie como Platón ha legado a la humanidad semejante tesoro de
sabiduría. Y como prueba de la excelencia de su siembra, diremos que nadie,
desde que Platón hizo su don al mundo, jamás, en el término de dos mil
quinientos años, ha podido superar el contenido filosófico de tales “Diálogos”
platónicos que siguen constituyendo el más alto exponente de las verdades
eternas.
Maynade Josefina
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