jueves, 7 de marzo de 2019

LAS ESCUELAS FILOSÓFICAS Y EL AULA MAGNA



Indudablemente, las antiguas Escuelas Filosóficas griegas - teniendo en cuenta las continentales de la propia Grecia y las de la Magna Grecia, así como las Isleñas y las del Asia Menor, todas consideradas helenas en su época - así como ciertos influjos de los núcleos llamémosles también filosóficos del oriente, medio o próximo, tuvieron, no sólo destacada estadía, corporación e importancia en el Aula Magna o lugar de englobe y vigencia, ubicada en la antigua Biblioteca y Museo alejandrinos, sino que revivían y se mostraban ufanos dentro de un común estímulo de tolerancia y de comprensión, propio del ambiente que los mismos Tolomeos - la ya fallida dinastía faraónica epígona- gestó en la un tiempo famosísima Biblioteca de Alejandría, malhadadamente destruida para la humanidad presente y la futura del mundo. Ese espíritu de convivencia de tan diversas Escuelas y tendencias filosóficas en Alejandría, les ganó a todos el ostentado lema de eclécticos, sincréticos, filaleteos y teósofos. 

Que todo lo eran todos en verdad y lo ostentaban en aquella mutua ayuda y fraternidad cierta que los unía, ayudaba y hermanaba. Volviendo a los inicios, diremos que acaso la Escuela helena que mayor influjo ejerció desde sus comienzos en tiempos de la dinastía tolemaica, fue la estoica, a través, primero, del ejemplo convencitivo, de la virtud y espíritu de renuncia del fundador Zenón y todos los discípulos antiguos de la Estoa, cuyo último y destacado ejemplo fue el esclavo Epicteto de Hierópolis, cuya vida nobilísima abrió un enorme surco en la trayectoria no sólo cultural, sino religiosa de la antigüedad, y ya en la época postrera, por aquél meritísimo discípulo de Epicteto, el emperador romano Marco Aurelio quien, con su vida y sus famosísimos “Pensamientos” allegó auténtica inmortalidad y ejemplaridad a la filosofía estoica. 

Porque, a medida que se percibía de modo más vívido el influjo de la nueva Era de Piscis, más viva aparecía la moral de los estoicos, su tolerancia, su pureza de vida y su espíritu de renunciación. Sin embargo, surgió de entre la masa selectiva del Aula Magna, un individuo de gran solidez cultural, que parecía, en su actitud y en su vida, militar en el campo de la stoa, mas de origen hebreo y nacido en la profunda Alejandría, llamado Filón. El grupo de los hebraizantes, que fue siempre allí numeroso, acogió alborozadamente a ese filósofo de formación filosófica griega, como mensajero y auténtico mentor. Filón se hallaba muy bien relacionado con todos los grupos existentes en Egipto pertenecientes a su propia raza. Por ello, al encarnar como ninguno de los filósofos allí presentes el sincretismo y el filaleteísmo perseguidos, ya que hacía gala de vastos conocimientos de filosofía griega al par que de otras tradiciones, fundó allí, con el mayor estímulo, cátedra de gnosis basándose en el conocimiento hebraico y en todas sus tradiciones y símbolos. 

En la cátedra de Filón el Judío se reunían buen número de esenios, sanadores hebreos que, según el historiador Plinio, habitaban durante muchos siglos en las orillas del Mar Muerto. Allí convivían en fraternal comunidad, compartiendo sus bienes, haciendo sus diarias purificaciones, ejerciendo sus reglas, sus simples ceremonias, viviendo sobriamente, con actitud purísima, consagrados a curar los cuerpos y las almas de cuantos a ellos acudían en busca de remedio y de paz interior. Ya que los esenios conocían el valor biológico de las plantas y sabían extraer de ellas las virtudes curativas, así como de todos los elementos de la Naturaleza. Por sus conocimientos astrológicos y ocultos, sabían extraer el espíritu de plantas y flores y practicaban con éxito sin igual la medicina natural y espagírica. Con ese grupo mostraron especial afinidad los herméticos llegados a Alejandría generalmente del alto Egipto, quienes se preciaban de poseer copias de obras valiosísimas, de tradición hermética, cuyos originales habían desaparecido al incendiarse la primera Escuela de Alejandría ubicada en el barrio bajo del Bruquión. Contribuyeron en gran medida, en los currículos del Aula Magna en torno a la Biblioteca de Alejandría, el conocimiento de la yoga real o yoga raíz, por sus empalmes y disciplinas con los orientales, los agrupados gimnósofos asiáticos, a manera de anacoretas semidesnudos de los montes y selvas, que efectuaban sus dilatadas meditaciones y sus estrictas disciplinas, tratando de vivir las tradiciones esotéricas en forma sintética y a su manera altamente efectiva de todo el oriente, especialmente de la India. 

Así que la aportación de los gimnósofos al acervo cultísimo de la Biblioteca del Serapión, segunda etapa de la antigua Biblioteca desaparecida del Bruquión,se estimaba básica para el desenvolvimiento interior, y así lo creían los interesados y practicantes gimnósofos. Los gimnósofos decían que el propio Alejandro, al visitar, en sus campañas, la India, se había puesto en contacto con ellos, con sus antecesores gimnósofos y les había invitado a visitar, a su vez, Alejandría, cosa que ellos realizaban, considerándose allí como en casa propia... Allí, pues, en la famosa Escuela Alejandrina, fueron acogidos los gimnósofos viviendo de la dotación especial del Estado consagrada a los idealistas necesitados de protección, y gozaron mucho tiempo de cobijo, fama, ambiente y general ayuda. 
Y ellos, en compensación, dieron a conocer sus teorías y sus prácticas, especialmente la forma de sus meditaciones y prácticas de verdadera yoga que tanto contribuyeron al restablecimiento por Plotino y Amonio, del sistema de formación pitagórico-platónico, que logró imprimir la divisa y el nombre a la segunda etapa de la Escuela de Alejandría. 

Al definirse poco a poco las nuevas tendencias integradas de la Escuela, se consideraron maestros y colaboradores, a Jámblico, el maestro sirio en el primer siglo de N. E., a Apolonio de Tyana (Asia Menor), de tónica pitagórica, aunque investidos ambos con la simbología y la efectividad de las pruebas y conocimientos de los Misterios, originarios casi todos de Egipto. Así que la cruz ansata, como símbolo de la vida eterna, les otorgaba a ambos la llamada inmortalidad y les daba categoría suficiente para que en el aula magna se leyeran sus obras y se hablara de ellos como auténticos constituyentes. Discípulos de ellos se consideraban Plutarco de Queronea y también Fidón, el judío, que, sobre el conocimiento que poseían de todas las escuelas de filosofías griegas, asimilaron las prácticas y sabidurías orientales. Ese eclecticismo se fue convirtiendo, andando el tiempo, en sincretismo o, según la expresión dominante, en Teosofía. 

No se trataba, como el anteriormente denominado eclecticismo, de la coordinación y fraternidad de escuelas filosóficas, sino de hallar su síntesis luminosa, su fuente original y primigenia de la que todas derivaban, alcanzando o presintiendo su causalidad, que incrementarían y corporizarían, al dar nombre y definitivo lema a la Escuela, Plotino y Amonio, el “Teodidacto”. A todo ese creciente núcleo filosófico-religioso, se fueron uniendo individuos y breves sectas llegadas de lugares distantes del globo, atraídos por la fama y protección de que gozaban los allí reunidos. Mensajeros del hinduismo, del budismo, practicantes numerosos de yogas y de escuelas secretas de la India, así como taoístas meritísimos de la lejana China, quienes hacían ostentación de profundo saber y de verdades básicas, así como de actitudes humanas profundamente convencitivas, todos ellos eran allí acogidos con auténtica actitud fraterna y hallaban apoyo y toda índole de facilidades. 

Que no en vano Alejandro, el fundador de Alejandría, imprimiera a la ciudad que llevaba su nombre el lema de “Broche de oro entre Oriente y Occidente”... Sin embargo, el predominio allí de la cultura griega, como de la fundadora lagida dinastía de los Tolomeos, daba natural incremento a las cátedras de filosofía griega, aunque a todas incluían y estimulaban. En esas cátedras numerosísimas, se estudiaban profundamente, por su valor educativo del hombre integral que allí se perseguía, las Escuelas primitivas u originarias de la antigua Grecia. Y se resaltaba el valor de la Escuela de Mileto en tiempos en que ni siquiera se conocía el nombre genérico de filósofos, debido a la propia actitud de Pitágoras quien, al ser llamado por el rey sofós o sabio, respondió humildemente que él era tan sólo filósofo o “enamorado de la sabiduría”. 

A los componentes, pues, de la antigua Escuela milesia, se les llamaba físicos, a pesar de representar tal Escuela un pilón básico en la historia enlazada de la filosofía griega. Ya que la llamada Escuela de Mileto, situada en el Asia Menor, a orillas del Mediterráneo, abrió sus puertas docentes a la más inquieta e inteligente juventud del mundo en el período precursor de nuestra civilización occidental. 
En aquella cátedra de especulación y controversia fueron maestro, Tales, el fundador, quien enseñaba que la creación del mundo era fruto de la humedad, del agua, la sangre de nuestro planeta. Su discípulo Anaximandro fundamentó sus teorías en investigaciones propias y afirmó a su vez que la Vida se originaba en el apeiron, el doble del aire, el espacio infinito, principio inmaterial e incorruptible, en el que alentaba el Espíritu, unidad en el tiempo y la distancia. Su sucesor en la acreditada cátedra milesia, fue Anaxímenes, el último físico realmente importante de aquella famosa Escuela quien, sin dejar de aceptar los principios de sus precursores, afirmaba que había un tercer ejemplo de vida creadora: el fuego como elemento y principio de la Vida. 

Ya que el calor lo recibíamos del Sol central y ese calor sostenía la Tierra y a todos sus habitantes. Pitágoras, el Maestro de Samos, discípulo primero de los milesios, iniciado y formado en los Santuarios egipcios y en sus Escuelas de Sabiduría, recorrió Asia y llegó hasta la India, donde se afirma que departió con el propio Buda de los principios trascendentes de la filosofía. Pitágoras, esa relevante Figura, fue el primer gran pedagogo de la humanidad, al convertir su Escuela de Crotona en internado destinado a formar a la mejor juventud de Grecia y del mundo, surgida de todas las clases sociales. 

El primer filósofo era consciente de la Era que iba a comenzar y se esforzó en dar las síntesis y en señalar el sendero de la filosofía integral, para la formación del hombre y de la mujer armónicos, al mismo tiempo que en la debida medida, daba a conocer al mundo las verdades básicas y la actitud interna del verdadero filósofo. Paralelamente a la Escuela Pitagórica surgió en la Magna Grecia, en Elea, con Parménides, allí nacido - por él fue llamada Escuela Eleática - un núcleo filosófico de altísima significación. Entre sus afiliados se cuenta Jenófanes que, aunque nacido en Colofón - Asia Menor - se estableció en Elea y militó en la Escuela de Parménides aunque tuvo por misión especial recorrer el mundo de entonces recitando sus poemas filosóficos y cosmogónicos, sus principios sobre la divinidad y el hombre, dando a conocer el ente, el on o principio divino latente en todo ser, que fue el principal contenido de la filosofía parmenidea. 

La enseñanza errante de Jenófanes era especialmente discriminativa del aspecto externo de la religión imperante y en sus cantos de auténtico aedo precursor del gremio, presentaba a los dioses y sus leyendas en el aspecto esotérico, no en el antropomórfico, como fuerzas de la Naturaleza y del Cosmos, actuando en el mundo y en la vida humana. Fue, en suma, un auténtico aedo - cantor vagabundo - poeta y rapsoda magnífico, que divulgaba las más elevadas enseñanzas a manos llenas y la sabiduría oculta en los mitos gracias a la envoltura poética que los eternizaba y a través, también, de la propia experiencia y recepción directa, la meditación y el estudio. Entre los más importantes filósofos presocráticos, se situaba precisamente a Parménides. Ya que si su más trascendental teoría se basaba en el on o individualidad divina en el hombre, le convertía en ese hecho en microcosmos al desvelar la contraparte consciente y trascendente de su ser. Si a ello se llegaba mediante el nous considerado como mente superior, el vehículo de la mente superrazionadora o intuitiva, se podía alcanzar la superior verdad o aletheia. De ese modo podía manifestarse el on en todo su esplendor o sea, el yo divino en el hombre, capaz de penetrar todos los misterios cósmicos. 

Dentro de esa ideología eleática, aparecen, después de Meliso, Heráclito y Demócrito, que hicieron hincapié en los principios esenciales de la sabiduría enseñada mediante la dialéctica. Posteriormente, debemos enumerar, por sus valores intrínsecos, al gran Empédocles, fruto luminoso de todos los presocráticos, eleáticos y pitagóricos sobre todo. Era natural de Sicilia y se le consideraba el primero de sus habitantes, por su identificación con el dios interno. Daba en forma poética sus teorías filosóficas. Remontaba su genealogía a los animales del mar y de la tierra, a los que cantaba como algo íntimo. Definió la deidad en forma de Luz y a los hombres como eternidades encarnadas y evolucionantes. Según Empédocles, el hombre fundamentaba su deidad en cuatro raíces: los cuatro elementos. Esa tetralogía emparenta al filósofo con los pitagóricos, así como su teoría de la transmigración de las almas o reencarnación. Pero en Empédocles esa teoría se enraíza con los biólogos. Y a través de su expresión lírica, enlaza, no sólo con los pitagóricos, sino con los propios milesios, especialmente, entre ellos, con los llamados atomistas: Anaxágoras y Demócrito. Y de esas afinidades deriva el origen de la vida, del movimiento y de la evolución, merced al choque de los elementos contrarios. 

La valiosísima aportación al caudal eterno de la sabiduría, realizada por todos los presocráticos, hizo que el propio Sócrates, en quien culminó la filosofía griega, hallara un cuerpo de verdades capaz de que él uniera a una ética altísima, o sea, la verdadera actitud filosófica, a la sabiduría del corazón y de la mente superior. Su humildad, su capacidad de discriminación, su sentido pedagógico, le convirtieron en el más popular de los filósofos griegos siendo al mismo tiempo, el más temible de los sofistas o dialécticos razonadores, que tenían cátedra libre abierta en plazas y mercados de la noble ciudad de Atenas. Pero es que en Sócrates, toda la teorética, todo el brillante estilo de su propia dialéctica, tenían una finalidad esencialmente moral, una mira, un anhelo y una aptitud únicas para abrir las almas y otorgarles el toque capaz de alumbrarlas, de revelar su propia, divina sabiduría. 

No en vano tenía Sócrates por lema el famoso “Conócete a ti mismo” y decía jocosamente por calles y jardines, que él había heredado la profesión de su madre; que si ella era comadrona de cuerpos, él era comadrón de almas. Pero iba más allá como alumbrador de almas, y aún de su propia, altísima filosofía, con la ayuda del daimon que le guiaba y que él oía y que a él se revelaba en los momentos claves de la vida suya y de la ajena para darle el toque de lo conveniente y certero. 
Por ello la filosofía de Sócrates superaba a todas y nunca quiso ni pudo formar Escuela, ya que su éxito derivaba de sus propios medios y experiencia mediante su daimon, ese genio o ángel bueno al que escuchaba y obedecía. Por ello pudo en su postrer momento dar Sócrates al mundo y a la posteridad el más alto concepto posible sobre la inmortalidad del alma y del por qué de la vida. 

A través de su pedagógica filosofía, armado con un sentido del humor y de la ironía, envuelto y apoyado en la defensa natural e invisible de una total impersonalidad y un estoicismo sin par, iba Sócrates, con su aire un tanto populachero, entremezclado con el pueblo y en banquetes y reuniones públicas, siempre en busca de almas, sin distinción de categoría social o cultural o de investidura propia. Y exteriorizaba, así, la verdad de las almas ya que sólo iba en busca del conocimiento propio existente como depósito divino en toda alma capaz de revelarlo. Y Sócrates manifestaba el parecer de que todo el mundo era capaz de revelar ese luminoso misterio si era debidamente requerido, puesto que la filosofía no era privativa de unos cuantos... 

De ese modo, en aquellos cruciales momentos de inquietud interna y de protección oculta, Sócrates como mediador del gran ángel, requería a los demás preferentemente encaminados a formar la nueva juventud. Les inquiría, afeaba por lo común su falta de ideales, su materialismo, su abulia, su incredulidad, su falta de fe en sí mismos, su deliberada ignorancia del requerimiento divino en ellos mismos... Comprendido por Pericles, el alto gobernante de Atenas, dio Sócrates su mensaje al mundo. Más al morir el gran estadista y subir al poder los llamados treinta tiranos, fue víctima de envidias y resentimientos, ya que Sócrates rasgaba el disfraz de toda índole de hipócritas, enfrentando a las almas con su verdad. Y por ello se granjeó la terrible condena a muerte mediante la cicuta, que le brindó el pretexto de una defensa altísima y famosa de la exposición del mentado concepto de la inmortalidad del alma, tesoro perdurable de toda la humanidad. Platón, su discípulo, popularizó en sus “Diálogos” famosos, no sólo el discurso de despedida de Sócrates, sino todas las enseñanzas de su maestro. Sobre sus conceptos, fundó Platón su famosa cátedra de la Academia ateniense en la que acudían todos los afanosos de saber de su época. De ese modo, en los Jardines de Academos, que Platón adquirió para convertirlos en sede de todos los filósofos idealistas, enseñó Platón las verdades fundamentales, expuestas en un estilo poético y dialogado, sumamente asequible a toda mentalidad, en forma deductiva. 

De ese modo, nos ha legado Platón, no sólo la vida y la obra de su maestro Sócrates, sino su propia experiencia filosófica, sus principios de iniciado egipcio, de estudioso, de razonador, de viajero incansable, hasta llegar al sentido más limpio y prístino de la misión humana y a la razón última de los seres y de las cosas, fundamentados en la deidad existente en el hombre y en el Universo. Hizo más Platón. No sólo fundamentó los principios de un Estado ideal, sino que hurgó en la superhistoria del mundo a través de su Diálogo “Critias” en que hizo don al mundo de la verdad del continente desaparecido de la Atlántida y del conocimiento de las matemáticas superiores a través del “Timeo”. Nadie como Platón ha legado a la humanidad semejante tesoro de sabiduría. Y como prueba de la excelencia de su siembra, diremos que nadie, desde que Platón hizo su don al mundo, jamás, en el término de dos mil quinientos años, ha podido superar el contenido filosófico de tales “Diálogos” platónicos que siguen constituyendo el más alto exponente de las verdades eternas.

Maynade Josefina

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