domingo, 24 de marzo de 2019

LA REBELION DE LOS ANGELES Y EL PECADO ORIGINAL




a) La lucha entre los ángeles buenos y los malos.
b) El Pecado original. El niño y Adán. Las edades de la vida. Origen asexuado, inocente e instintivo. Aparición de ambos sexos -y del sentimiento-. Adquisición del conocimiento y libre albedrío. Lucifer y la manzana. La costilla de Adán. La ra­zón discursiva y la responsabilidad. El Paraíso perdido. Prometeo, Epimeteo y Pandora.
c) El diablo y sus antece­dentes, míticos. Obsesos, posesos y mentecatos. Los ángeles caídos. Angeles buenos.


a)      LA LUCHA ENTRE LOS ÁNGELES BUENOS Y LOS MALOS

Y ¿porqué siendo los ángeles substancias espirituales, fieles reflejos de la divina gracia y encargados por Dios mismo de aten­der al gobierno del género humano -como dice la doctrina católi­ca- se han rebelado contra su Creador y Padre, renunciando a las indudables delicias de la vida celestial? O el espíritu divino (que es Verdad y Virtud) no inspiraba suficientemente a estos ángeles, o no se encontraban a gusto en el cielo. El caso es que Miguel tuvo que arrojar del cielo a Lucifer y sus huestes; éste tentó a Eva, Eva tentó a Adán y, como consecuencia, el género humano en pleno, pa­gó con la gracia, la felicidad y la ciencia infusa, la diablura de Lu­cifer.

¿No halló Dios en su infinita sabiduría y poder una fórmula de arreglo para evitar que el hombre fuese víctima del pervertido corazón de esos ángeles caídos?

¿Quién podrá contestar a esto? He aquí el grave inconvenien­te de tomar las cosas al pie de la letra que mata, despreciando el espíritu que vivifica.

Miguel, indudablemente, como inspirado por Dios, a quien siempre permaneció fiel, arrojó del cielo a Lucifer, contando, por supuesto, con el asentimiento del Padre y consciente (por visión espiritual) de la catástrofe que esto iba a originar en el Paraíso te­rrenal. Sin embargo no se abstuvo de tamaña resolución, Y esto hace suponer que hubo deliberado propósito de hacer peligrar al hombre, que ninguna culpa tenía de la conspiración tramada por los ángeles malos.

Veamos ahora lo que en realidad hay detrás de todo esto.

a)      EL PECADO ORIGINAL

Según el relato mosaico, creó Dios a Adán en cuerpo de la tie­rra y espíritu inmortal[1]. Tras de un sueño profundo sacó a Eva de uno de sus costados. Vivieron así, un tiempo, felices e inocentes hasta que un día, el ángel caído Lucifer, en forma de serpiente, in­dujo a Eva a comer de la manzana, el fruto prohibido por Dios, del árbol de la ciencia del bien y del mal. Y después de esto perdieron la inocencia, fueron arrojados del Paraíso y sufrieron toda suerte de dolores y desgracias terrenales. Dios puso en la puerta del Pa­raíso un querubín con espada de fuego, que guardaba el camino del árbol de la vida.

El resumen del hecho recogido en este relato, conocido con el nombre de "pecado original", es según la exégesis de los teólogos cristianos que, el hombre primitivo perdió con ello cuatro dones pre­ternaturales: la felicidad, la inmortalidad, la tendencia al bien y la ciencia infusa; y un don sobrenatural, que es la gracia divina.

Una interpretación racional del relato anterior podría resumir­se en lo siguiente: El hombre primitivo, compuesto en su origen de cuerpo y espíritu, fue asexuado (o quizá hermafrodita) en su pri­mera etapa. Tras de ese sueño de la inconsciencia propia del estado de inocencia, apareció la dualidad sexual en la especie humana sin mengua de su pureza. Más, llegó un momento en su evolución en el que adquirió el conocimiento concreto, y esto marcó el final de su inocencia, de su pureza instintiva y de su felicidad.

Estos hechos tan bellamente descritos en el relato de Moisés, son de un rigor lógico y de un determinismo científico insospecha­dos.

Hay una línea evolutiva del ser humano, marcada por las si­guientes etapas:
a) Origen asexuado, inocente e instintivo.
b) Aparición de ambos sexos y del sentimiento.
c ) Adquisición del conocimiento y libre albedrío.
b)      Desarrollo de la razón discursiva y de la responsabilidad.

Como con mucha razón dijo Gratry, "el hambre es una pala­bra de Dios, pero una palabra
creciente, nunca acabada de decir, nunca conclusa (un faciamus no un simple fiat)".

En realidad a Adán le faltaba crecimiento, sentimiento y cono­cimiento Es decir, el hombre primitivo vivió con las cualidades del niño.

Si es cierto, como afirma la moderna biología, que el desarro­llo ontogénica del embrión en el claustro materno, es la reproduc­ción del desarrollo filogénico de la especie, nada puede extrañarnos que el desarrollo del individuo en sus primeras edades de la vida, reproduzca la evolución del hombre primitivo en sus primeras fa­ses de vida terrenal. El niño es la reproducción de Adán, porqué, como él, es inocente, instintivo, feliz, angelical e ignorante.

Examinemos ahora cada una de las etapas citadas, después de exponer breve y sintéticamente las fases del desarrollo individual. El niño nace completo en todos sus elementos de constitución individual: Cuerpo, vitalidad, sentimiento, pensamiento, razón, vo­luntad y conciencia. Pero todos ellos virtualmente, en potencia, en espera del desarrollo físico y psíquico. Cada siete años queda mar­cado por la Naturaleza el jalón del desenvolvimiento de cada uno de estos factores de la constitución humana, según indica el cuadro siguiente, que nos ahorrará enojosas explicaciones:


De los 49 años a los 60 (en que comienza el decrecimiento físico), el hombre, íntegro en el desarrollo de todo su ser, da el rendimiento plena de su vida y recoge los frutos de sus merecimientos.


a)      Origen asexuado, inocente e instintivo. El embrión huma­no, al principio bisexuado o hermafrodita, no se polariza hacia uno u otro sexo hasta el 5º mes de la vida intrauterina. Después del na­cimiento, aun trayendo completamente manifiestos los órganos se­xuales, no se despierta el instinto sexual ni la capacidad para las funciones generativas hasta los catorce años par término medio, en que la secreción interna de ovarios y testículos empieza a diferen­ciar los caracteres de su sexo. Durante todo este período infantil de catorce años, el niño, o la niña, ha vivido inocente, instintiva, y con las cualidades espirituales de la gracia. Además es notorio que an­tes de los 7 años se vive en una inconsciencia que, por regla general, no permite posteriormente el recuerdo de esta edad.

Adviértase que son estas precisamente las características de Adán hasta que apareció Eva: Inocencia, asexualidad y ciencia in­fusa o instintiva. Bien se encarga de precisar Moisés que, el primer hombre era de barro y que Jehová le insufló el espíritu[2].
        
Es de­cir que en él se manifestaba solamente un cuerpo físico, aun no to­talmente desarrollado, puesto que faltaba eficiencia generadora a pesar de estar definida como varón; y un espíritu lleno de gracia angélica, felicidad y tendencia al bien. Espiritualidad sin mentali­dad y sin sentimentalidad.

b)      Aparición de ambos sexos y del sentimiento. Llega ese mo­mento crítico de la vida infantil en que el niño se da cuenta de que tiene ante sí una hembra y la niña apercibe que tiene ante sí un varón. Aparece la diferenciación sexual con las oscuras pera inequí­vocas llamadas del instinto. Y junto con ello, el tropel de las pasio­nes y de las emociones épicas de la juventud, entremezcladas con los lirismos del amor sexual. Sexo y sentimiento aparecen en con­junción sobre la constelación psíquica del final de la infancia.

He aquí, en esta fase, a Adán que, tras el sueño de su inocen­cia, encuentra de su lado (de su costado) a la mujer, como comple­mento de su vida y de su alma. Aun son felices con el amor sin man­cha guiados de la sabiduría del sentido común infundido por Dios. La afirmación de que la mujer fue hecha de una costilla, lado o costado del hombre, tiene más enjundia de lo que parece.

La mujer es un ser lateral con respecto al hombre. No puede ni debe estar enfrente, detrás, encima o debajo. El "enfrentarse" con el hombre la perjudica, es vano y perturba a este. El tratar de ponerse "por encima" del hombre en cualquier actitud vital (salva la maternidad que naturalmente la pertenece) es posición falsa, de la cual cae irremisiblemente. El obrar "por detrás" del hombre, des­hace la confianza y el compañerismo de ambos. El colocarse "por debajo" del hambre, como esclava, es contrario a su dignidad y si bien se mira, también es contrario a la dignidad del hombre que siempre debe ser su protector.

El lugar de la mujer es siempre "al lado" del hombre, por que es su complemento. La mujer, por otra parte, debe estar siempre en el pecho del hombre, por que su lazo con él es el amor[3].

Adquisición del conocimiento y libre albedrío. Llega el mo­mento evolutiva en que el hombre, allá hacia los veintiún años, en­cuentra cuajado el contenido cíe su mente. Se halla en posesión del conocimiento concreto que constituye el caudal de su pensamiento. Pero aun no domina el manejo de este caudal, por deficiencia toda­vía de su razón discursiva que un día le conducirá al conocimiento abstracto, lógico o a)      filosófico[4]. El final de esta etapa que culmina hacia los 35 años, marca la definitiva conquista de las directrices racionales de la vida personal. Un fracaso de determinación racio­nal en este momento (supuestas las determinantes del Destino indi­vidual) puede originar el fracaso también de la -vida física, como ocurrió a Mozart, Chopin, Schubert, Usandizaga, Julio Antonio, Ra­fael de Urbino, Watteau, Bellini, Beardsley, etc., muertos todas en­tre los 30 y los 35 años, edad con mucha razón llamada "edad de los Cristos".

Adán y Eva en el Paraíso, llegaron a este momento crucial de la adquisición mental. Fue Lucifer (literalmente "el que lleva la luz") un ángel caído, el que, en forma de reptil (es decir, llegando sin sentírsele) invitó a Eva a comer la manzana o sea la fruta del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, por que así, según palabras de la serpiente, "serían tanto como Dios".

El símbolo no puede ser más hermoso, más genial ni más pro­funda. El árbol del bien y del mal es el conocimiento, que no es en si ni bueno ni malo, sino según la intención con que se le adquiera o dirija. Simbolizado en la manzana, fruto con carpelo de cinco pun­tas, ya que, según la tradición arcaica (conocida evidentemente por Moisés) el número cinco ha sido siempre símbolo de la mente o de la inteligencia, en vista de que, en la Naturaleza, toda manifestación inteligente va determinada por el número 5, como claramente se ob­serva en los cinco dedos de la mano (órgano ejecutivo de la inteli­gencia) y los cinco sentidos corporales, órganos adquisitivos de las imágenes originales del pensamiento.

Si el relato bíblico cita a Eva como la primera en comer de la fruta prohibida, es por que la tónica psíquica de la mujer es la imaginación, mientras que la del hombre es la reflexión. De aquí que la primera esté más fácilmente dispuesta al conocimiento con­creto, basado en las imágenes suministradas por los sentidos. Ade­más --como decía Cristóbal de Castro-, "el hombre siente y la mujer presiente. Y este conocimiento anterior determina en la fémi­na una vanguardia, la dota de un sentido espectral que le permite, como a ciertas aves, ver en la noche".

Al comer la manzana, Adán y Eva conocieran; y entonces se avergonzaron de que estaban desnudos. Es decir, perdieron la ino­cencia.

Lucifer, el tentador, como ángel que era, representa una "subs­tancía espiritual", (empleando el lenguaje escolástico), una idea de Dios, infundida en la mente virgen de nuestros primeros padres, como elemento de evolución propia, de responsabilidad y de con­ciencia. Había que pasar de la inocencia a la sabiduría por el cami­no peligroso del conocimiento concreto y relativo. La máquina mental del hombre se hubo puesto en marcha gracias a la rebeldía de un ángel caído de los cielos. O lo que es lo mismo, de un impulso su­perior, verdadera "categoría kantiana" que, por "iluminación divi­na" -si seguimos a Plotino y a San Agustín- había de convertir al hombre en un dios, dominador, con su inteligencia, de la Natu­raleza e indagador de los secretos del Universo. Arma de doble filo que tan pronto puede perdernos descubriendo bombas atómicas, co­mo redimirnos llegando a la invención de la luz eléctrica.

Efectivamente, el hombre al conocer, adquiere iniciativa, op­ción y albedrío, capaces de enfrentarle con el imperativo de las le­yes naturales. Al violar estas, conoce el mal y la desgracia, con to­das las secuelas dolorosas que puedan salirle al paso durante la vida terrenal, La maldición de Jehová al arrojarle del Paraíso, con las tremebundas palabras de "multiplicaré tus trabajos y tus mise­rias.. . parirás tus hijos con dolor... comerás el pan con el sudor de tu frente...,  etc., más que un castigo resultan ser la consecuencia natural del conocimiento incipiente; de haber perdido la sabia direc­ción del instinto sin haber llegado a la razón del mismo. Pecado, enfermedad y delito, hemos dicho anteriormente, tienen un paren­tesco oculto. Todo ello, en el fondo, no supone sino una violación de la ley natural con sus efectos lógicos de mal y de dolor, revela­dores del error y advertencias para su rectificación.

Así el conocimiento hizo perder a Adán y Eva la felicidad, la tendencia al bien, la ciencia infusa, la gracia divina y la inmortali­dad que Dios les prometiera "si no comían de la fruta prohibida"[5].

Es importante hacer destacar que la manifestación de la bise­xualidad y la adquisición del conocimiento son concomitantes en un momento de la evolución humana. Tengamos en cuenta que en el ser humano no existe más que una sola fuerza creadora manifesta­da ora hacia el polo negativo o sexual, ora hacia el positivo o cere­bral. Creación sexual y creación cerebral dimanan de la misma fuen­te[6]. Y cuando la etapa humana del conocimiento requirió el des­arrollo del cerebro, hubo de restarse fuerza creadora al sexo, por lo que se hizo necesaria la conjugación o acoplamiento de la fuerza generadora de dos individuos de la misma especie, cosa que llevó consigo necesariamente la división de la especie en dos sexos opues­tos y complementarios. (Argumento aplicable a las demás especies animales bisexuadas, dentro de sus manifestaciones cerebrales e inteligentes relativas. Y que futuros progresos de la biología pon­drán en claro definitivamente).

Desarrollo de la razón discursiva y de fa responsabilidad. La etapa siguiente en el proceso de superación que supone el cono­cimiento, estriba en el desarrollo de la mente abstracta, que es la que define al ser humano y le da superioridad evidente sobre los demás seres de la creación. La razón como facultad de elevarse desde lo particular a lo universal, o sea de hacer abstracciones por medio del juicio, supone la madurez intelectual del hombre y representa la palanca por medio de la cual nos elevamos a las for­mas de conocimiento espiritual llamadas, fe, intuición e inspiración. 
Es precisamente en este momento cuando el conocimiento, que se había presentado como  a)      causa de dolor y de mal, puede trans­formarse en sabiduría y ser un factor de redención. Bien lo aperci­bió la clara mentalidad de Moisés cuando, refiriéndose a la mujer, puso en boca de Jehová que se dirigía a la serpiente, las siguientes palabras: "su descendiente quebrantará tu cabeza". Es decir que, finalmente, del mismo género humano nacería quien habría de aba­tir al espíritu del mal. Esto representa el conocimiento como causa de responsabilidad moral[7].

El hombre perdió el Paraíso terrenal, guardado por ese que­rubín simbólico con la espada de fuego, que significa 1, dorada ilu­sión de la vida física. Pero abriósele el camino augusto de ese Pa­raíso celeste al que se llega por la estrecha senda de la razón, de la voluntad y del deber[8]

(Observación: El precedente relato mosaico del "Pecado ori­ginal" tomado al pie de la letra, resultaría de una ingenuidad ver­daderamente infantil. El designio divino perturbado por una dia­blura de Lucifer que de este modo desata la indignación de Jehová contra la criatura preferida de su creación, sería incomprensible para los que creemos en la omnipotencia y la justicia del Creador. Por otra parte vese claramente que, el hecho de la evolución del hombre primitivo, llega con profunda genialidad a- la mente intuitiva de Moisés que, después sabe exponerlo con belleza y poesía insu­perables, valiéndose de su dominio magistral sobre el mito y el símbolo).

Prometeo, Epimeteo y Pandora. En el mito griego es Prometeo quien roba a los dioses el "fuego celeste" del pensamiento para dár­sele a la humanidad, sufriendo por ello el terrible castigo de ser en­cadenado sobre una roca del Cáucaso mientras un águila le roe las entrañas. Pero además, por si esto fuera poco, para vengar su osa­día, recibe Vulcano el encargo de hacer una mujer de arcilla, tan bella que fuese la perdición de los hombres. Y así nace Pandora a quien los dioses ofrecen por esposa a Epimeteo, hermano de Pro­meteo, al tiempo que la entregan una caja misteriosa que nunca de­berá ser abierta. Pero Pandora, al fin mujer y por consiguiente cu­riosa, abre la caja, desoyendo la orden divina, y de ella salen, es­parciéndose por el mundo, todos los males que afligen a la huma­nidad, quedando solamente en su interior la esperanza.

El contenido de la fábula es, como se ve, análogo al del relato mosaico. Prometeo es Lucifer. Epimeteo y Pandora constituyen la primera pareja humana, que paga con su felicidad el robo del "fue­go celestial" (que aquí sustituye a la manzana). Y el resultado de ello es la desdicha del género humano motivada, como en el Paraíso, por la curiosidad de la primera mujer.

Hasta en el detalle de quedar la esperanza en la caja de Pan­dora, se vislumbra la promesa- de la Redención por la Verdad[9].

a)      El diablo y sus antecedentes míticos. Es un fenómeno fre­cuentísimo en la formación de las mitologías y las religiones, el de objetivar o proyectar lo que es subjetivo. O como diría un psicólo­go freudiano, la novelación de lo subconsciente.

Este hecho responde a una realidad sistemática del alma hu­mana después de la muerte, como enseñan todas las tradiciones eso­téricas de los Misterios de la antigüedad. Los estados de concien­cia se convierten en sitios o lugares, que el alma percibe como pa­noramas externos de su propia creación.

Así, los estados de conciencia inferiores (pasionales o egoís­tas) se convierten en infiernos; las pasiones, los deseos y los vicios objetivados, son monstruos y quimeras terroríficos; los mecanismos psíquicos de purificación son purgatorios; y los estados de concien­cia puramente mentales y espirituales, son cielos, glorias, nirvanas, campos eliseos, paraísos, etc., etc.[10].

Fig. . - Relieve babilónico representando la tentación de la primera pa­reja humana ante el árbol de la vida. (Tableta del Museo Británico).

No tiene nada de particular que, de acuerdo con esta ley, haya­mos convertido nuestros deseos torcidos, nuestras bajas pasiones y nuestras perversas intenciones, en diablos y demonios de todo gé­nero. El diablo es la intención perversa[11].

`Este muchacho tiene el diablo en el cuerpo" decimos gráfica y muy propiamente, cuando nos tropezamos con una criatura revol­tosa. Efectivamente, está en su interior. Y como dijo Santo Tomás, en frase ya citada: "Cada cual tiene su demonio atormentador". En el propio evangelio de San Marcos (XVI, 9) y en el de San Lucas (VIII, 2) se asegura que Jesucristo

echó siete demonios del cuerpo de la Magdalena; que no eran más que los siete pecados ca­pitales.

Las tentaciones de que Satán hizo objeto al Divino Maestro (como antes lo hiciera Mara al Buddha), en su triple aspecto de placeres, honores y riquezas, aluden a las voces de la naturaleza inferior y egoísta, que no dejan de ser oídas hasta por los más santos, aunque sean vencidas.

Esto parece ir en contra de la creencia en la existencia de los ángeles malos. Y así es en efecto si los hemos de considerar como entidades revoltosas dedicadas a perturbar el orden de Dios.

Tenemos la evidencia de que los fenómenos llamados "dia­bólicos y preternaturales" tienen su origen en la propia psiquis del hombre; lo cual facilita la lucha contra ellos, al darnos cuenta de que los demonios residen en nosotros y de que su derrota estriba en nuestra propia voluntad y en nuestra potencia objetiva; es decir, en la virtud de nuestra esencia espiritual o "Cristo interior" vivien­te en el corazón del hombre.

La ciencia de nuestros días conoce perfectamente todo lo que hay detrás de esos pretendidos fenómenos demoníacos de obsesión, posesión y mediumnidad; que si bien no han sido totalmente atis­bados por la psiquiatría positiva, si lo fueron por la Metapsíquica de la escuela de Richet y por los estudios de Campili, Richer, Mor­selli, Charcot y Anaya, que han venido a confirmar con rigor cien­tífico las creencias de la tradición esotérica[12].
        
La misma psicología experimental freudiana y aún las prác­ticas espiritistas con sus frecuentes interpretaciones erróneas, han dado mucha luz sobre el asunto. En resumen, todas las "influen­cias o posesiones demoníacas" que no dependan de nuestros deseos y pasiones reprimidos o desahogados, son fruto de esa "inteligencia desconocida" de que hablaba Richet, o de esos pretendidos "espí­ritus" completamente identificables con los "elementarios" de la doctrina secreta. Estos son las formas psíquicas, perversas o angé­licas, de individuos muertos, mientras dura el proceso de "catar­sis" o desintegración del alma animal, frecuentemente atraídas a la esfera psíquica de los débiles mentales, mentecatos o "captados por 1a mente'", y que pretenden arraigar, por sintonización psíqui­ca, con las almas de los vivos, que aún pueden expresarse por me­dio del cuerpo y experimentar los goces de la vida material.

De aquí puede colegirse la responsabilidad de los que hipnoti­zan o sumen en trance mediumnímico a otra persona, colocándola en condiciones de inferioridad psíquica, capaz de permitir la acción posesoria de cualquier "elementario" ávido de materialización.

La lucha contra los demonios es, por consiguiente, la lucha contra nosotros mismos. Lucha recogida por la tradición religiosa universal en el mito de los "ángeles caídos" y en ese otro mito para­lelo de la "guerra entre los ángeles malos y los buenos".

La contienda tremebunda entre los Pandavas y los Kuravas indostánicos; entre los Amschaspantas y los Darvantas persas; la de los Aditis y los Daitias en la mitología india; la de los dioses y los gigantes en la mitología griega; la lucha de los Ases contra los Espíritus del mal en la epopeya escandinava; la de los Siete Malig­nos contra las huestes de Bel en la tradición babilónica; la del Gran Liebre contra Matchimanitu, genio del mal, en la tradición de los indios "moscogulgas" norteamericanos; la conocida entre las le­giones de Lucifer y las de Miguel en nuestra leyenda cristiana, son, en fin, una pintura fabulosa de esa eterna batalla que la humanidad sostiene entre las fuerzas de su naturaleza inferior o egoísta y los poderes de su naturaleza espiritual e inmortal que, a la postre, ter­minan siempre venciendo.

En cuanto al ángel caído, sea el Lucifer cristiano, el Set-Tifón egipcio, el Pitón griego, la Jormungander escandinava, el Bali o el Manasaputra indostánico, el Ariman persa, el Tiamat babilónico, el Hun-came maya-quiché, etc., casi invariablemente representado por una serpiente o dragón, personifica el pensamiento divino infundi­do o "caído" en la mente del hombre y convertido en elemento de mal o de bien (de evolución al fin) como ya hemos visto en este mismo capítulo[13].

Lucha Pvtre Bel y Troamat. De una escultura del Museo Británico.
Ofrenda votiva de Nabu-beli-su Nahid-Marduk en el templo de Zida. Inspirada en la lucha entre Osiris y Set, esta escena mitológica es el prece­dente de la lucha entre Apolo y Pitón, entre Sigfredo y el Dragón, entre Ormúz y Arimfin, entre San Jorge y la Sierpe, etc.


Fáltanos finalmente referirnos al concepto de los "ángeles bue­nos", únicos que a nuestro juicio, tienen en la realidad significación autónoma. Son los pensamientos de Dios: Criaturas o substancias impulsadas por una emanación de la Divina Esencia, provistas de un cuerpo sutil o etereosoma, con el que cumplen su papel peculiar en el mantenimiento del orden universal.

Los "siete ángeles ante el trono de Dios", representan los "mo­dos de voluntad" del Creador en el proceso de la Creación.

Los ángeles menores pueden ser identificados con los "elemen­tales" o "espíritus de 1a Naturaleza" de las tradiciones arcaicas y cabalisticas. Su mente, incapaz de razón discursiva propia del hom­bre, queda limitada a-1 pensamiento concreto que constituye el obje­to de su acción. Por esto decía San Pablo que "el hombre juzgará hasta a los mismos ángeles" y en la leyenda coránica se ponen casi las mismas palabras en boca de Dios, como puede verse:

Dios dijo a los ángeles: "Yo enviaré mi vicario a 1a Tierra". "¿Enviaréis -respondieron los ángeles- un hombre que se entre­gará a la iniquidad y derramará su sangre mientras nosotros can­tamos en vuestro elogio y os glorificamos?" "Yo sé ---replicó el Se­ñor-- lo que vosotros no sabéis".

Dios enseñó a Adán el nombre de todas las criaturas y dijo a los ángeles, a los ojos de los cuales las expuso: "Nombrádmelas si sois veraces".

"Alabado sea tu nombre -respondieron los celestes espíri­tus-. Nosotros solo tenemos los conocimientos que nos vienen de Ti. La ciencia y la sabiduría son tus atributos".

É1 dijo a Adán: "Nombra todos los seres creados"; y cuando él los hubo nombrado, el Señor repuso: "¿No os he dicho que co­nozco los secretes de los Cielos y de la Tierra? Vuestras acciones públicas y los velos con que queréis ocultar los secretos, son trans­parentes para mí".

"Hemos ordenado a los ángeles que adorasen a Adán y le han adorado... etc.. . ." (Del Capítulo II: "La Vaca" del Korán. (Ver­sículos 28 al 32).

He aquí, para terminar, una lista de ángeles de las principales religiones de todos los tiempos:

Indostán. Pitris, Asuras, Makaras, Dianis, Buddhas, Rishis, Bodhisatvas, Devas, Aditis, Gandarvas.

Caldea. Higili, Anunai, Sed, Lamas, Ustures.

Persia. Archeching, Ard, Ardvisur, Amschaspantas, Pitris, Fra­varchis.

Egipto. Anubis, Bes, Nut, Thot.

Grecia. Erinias, Euménides, Náyades, Nereidas, Ninfas, Tri­tones.

Roma. Manes, Lares, Penates.

Arabia. Djinns y Ghuls.

Etruria. Dei involuti, Dei gentiles, Dei animales, Manes. Escandinavia. Ases, Vans, Alfos, Ondinas, Hadas, Walkyrias, Nornas.

Tradiciones arcaicas, orientales. Pitris lunares, Agniswatas, Makaras, Sukras, Lohitangas.
China. Sorts, Chin, Kuei.

Países cristianos. Serafines, Querubines, Tronos, Dominacio­nes, Virtudes, Potestades, Principados, Arcángeles, Ángeles. (De los arcángeles, Miguel (¿quién como Dios?) que arrojó del cielo a Lucifer; Gabriel (la fuerza de Dios) que anunció a María la encar­nación; y Rafael (medicina de Dios) que acompañó a Tobías.

Eslavia. Ljeshijes, Vodjanojes, Rusalkas, Koshthej.

Japón. Niorais, Dai-thos, Budhhas, Fudos, Bodhisatvas.
Etc., etc.. . . Cuya lista se haría interminable si buceásemos al detalle en las restantes mitologías e incluyésemos los nombres de los ángeles malos[14].

Dr Alfonso Eduardo


NOTAS

[1] "Formó pues Jehová Dios al hombre del polvo (le la tierra, y alentó en su nariz soplo de vida; y Yuó el hombre en al rua viviente". ("Génesis", 2-7).

[2] Espíritu, como dijimos, viene de spiro, soplo o aliento, Ser de barro quiere decir, formado de los elementos de la tierra y el agua; como en realidad está hecho el cuerpo del hombre, constituido, como se sabe, de trece meta­loides y dieciséis metales.
[3] La mujer solamente puede pretender ponerse "por encima" del hombre mediante el noble pugilato de la inteligencia en ciencia o arte, pero no por la voluntad. Que en cuanto al sentimiento está siempre por encima.
[4] Un hombre puede llegar al conocimiento concreto de que los tres ángulos de un triángulo valen dos rectos; y para comprobarlo no necesita más que medirlos. Pero un día puede, por inducción o deducción, sin necesidad de medirlos con el cuadrante, demostrarlo por medio de un juicio de carácter universal o abstracto, que no solo será verdad para el triángulo particular en cuestión, sino para todos los triángulos habidos y por haber. Entonces habrá llegado a la plenitud del conocimiento racional en este asunto.
[5] La inmortalidad a que se refiere el relato bíblico, es indudablemente la del cuerpo, puesto que el alma humana se considera de hecho como inmor­tal. Mas para aceptar la inmortalidad corporal, contraria a la ley natural que condena a la destrucción a toda forma material, hay que suponer una acción. sobrenatural o paranormal, o considerarla en sentido metafórico. En este caso podría explicarse por la "visión espiritual" del primer hom­bre, que pudiera haberle permitido la percepción de continuidad entre la vida física y la metafísica
[6] Si el cerebro es el órgano donde se manifiesta el pensamiento, no olvide­mos que en la célula sexual se manifiesta el pensamiento de la especie, lle­vando implícita la capacidad de desarrollar por un verdadero acto de "ideo­plasia ", el arquetipo de la especie y no otro.
[7] Jesucristo, cuya existencia estiman los católicos que se predice en las an­teriores palabras de Jehová, dijo un día: “La Verdad os hará libres"
[8] Para Lutero y Calvino, el pecado original es la concupiscencia, que sub­siste en nosotros aun después del bautismo, si bien no se nos imputa en virtud de la fe en Jesucristo.
[9]  Es universal la idea mítica de una primitiva pareja humana que perdió el paraíso de la felicidad y de la inocencia hasta en tribus americanas. Pongamos por ejemplo la de los “moscogulgas” de la Florida, se piensa que el primer hombre y la primera mujer, Ataensia, fueron precipitados del cielo a la tierra “por haber perdido la inocencia.  Y hasta añaden que Juoskelca el impio (Caín) inmoló al justo Tahoniscarón (Abel).
[10] Como dice Milton en "El Paraíso Perdido", "El espíritu se, sirve de mo­rada a si mismo, y puede hacer dentro de sí un cielo del infierno y un in­fierno del cielo".
[11] Al diablo se le representa con rabo y con cuernos. Los cuernos simbolizan las ideas fijas u obsesiones; el rabo indica la fuerza descendente o que se dirige hacia lo inferior.
[12] P. Richer, " La grande hystére " y " Verité touchant la possesióu des re­ligeusea de Louviera-Evreux". Campili, "II grande hipnotismo". Enrico Morselli, "II magnetismo animale, la fascinaziones e gli stati ipnotici".
[13] Satán es el "Set" (Tifón) genio del mal de los egipcios.Muchas divinidades malignas, tienen la misma raíz lingüistica que las creadoras y angélicas, como identificándolas en su origen. Así: Bel-Belze­bú; Luzbel-Belial; Dios-Dia-blo; Aditis-Daitias; etc.
[14] Véanse las "Jerarquías angélicas creadoras" en nuestra obra "El origen del hombre y de las razas".




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