En todas las escuelas de la Sabiduría
Antigua los miembros se dividen en tres clases o grupos generales. Cada
buscador de la verdad pertenece a una de estas divisiones, esté o no consciente
de ello. Las enseñanzas esotéricas de todas las religiones son las mismas. Los
fines que se buscan son idénticos en todos los casos. La única diferencia que
media entre ellos es la de que cada escuela se adecúa al tipo de mentalidad y
de cuerpo de la gente entre la cual funciona. En otras palabras, podemos decir
que las Escuelas de Misterios interpretan la verdad según la sabiduría familiar
en símbolos y alegorías familiares a quienes deben recibirla. Todas las
escuelas exigen el mismo nivel inflexible de consagración y virtud; enseñan que
cada estudiante y candidato tiene que formar su propio carácter, desarrollar
sus propios deberes espirituales y controlar su propia naturaleza inferior,
antes de quedar en condiciones de recibir la instrucción proveniente de
cualquiera de las fuentes superiores.
Cuando las criaturas vienen al mundo se las
envía a nuestras escuelas públicas y privadas para prepararlas inteligentemente
en su actividad futura sobre el Planeta. Mientras son jóvenes e inexpertas, los
padres las protegen; cuando alcanzan la madurez se espera de ellas que asuman
las responsabilidades de la vida y que ayuden a otros del mismo modo en que
ellas recibieron ayuda. Nadie ha nacido sin responsabilidad. Todo ser viviente
es responsable de sí mismo, y si no lleva a cabo sus responsabilidades
individuales, hace que otros sufran a la par suya.
Del mismo modo en qué se instruye a los
niños para que estos entiendan las leyes que gobiernan el medio, que los rodea,
para que asistan inteligentemente al modelamiento del destino de la especie,
las Escuelas de Misterios instruyen a aquellas criaturas humanas que desean
conocer las leyes que gobiernan el mundo invisible. Estas leyes, aun cuando
sean totalmente desconocidas para el individuo medio, tienen un papel
importante en la vida cotidiana. Las Escuelas de Misterios son universidades
donde la naturaleza espiritual se desarrolla y se entrena, donde se prepara a
los hombres para que lleguen a ser trabajadores activos del gran plan del
progreso cósmico. El mundo en que vivimos es un mundo de efectos. Alrededor de
nosotros, aunque invisibles, están los mundos de las causas. Son las
realidades, mientras que lo visible que vive por el poder de lo invisible es la
ilusión. Por más profundamente que estudiemos las artes y las ciencias
materiales, jamás hallaremos la causa real de nada. La ciencia busca todavía, y
seguirá buscando indefinidamente, el fundamento real sobre el cual desplegar su
labor. Las cuatro grandes preguntas sobre las cuales debería basarse todo
conocimiento quedan sin respuesta, y la ciencia se ve obligada a admitir que
tales respuestas están por encima de la mentalidad moderna. ¿Qué es la vida?
¿Qué es la conciencia? ¿Qué es la fuerza? ¿Qué es la mente? Nadie puede
contestar a todo esto, pues estas cosas son invisibles, no medibles ni
analizables; de modo que no habrá mente material capaz de razonar más allá del
punto de visión concreta, y de resolver tales enigmas.
Si transpusiésemos la línea divisoria entre
lo verdadero y lo falso, entre lo espiritual y lo material, entre lo eterno y
lo temporal, tendríamos que tener en cuenta que las Escuelas de Misterios
fueron establecidas en el mundo para hacer posible esa transición. A través de
la instrucción y la comprensión especiales que se imparten a sus miembros, y
por la graduación de tales instituciones, el hombre queda capacitado para ser
ciudadano de dos mundos, ya que las escuelas mismas existen en los dos mundos.
Sus pórticos están en el mundo material, pues de lo contrario nadie sabría que
existen; pero los templos están en las sustancias espirituales de la naturaleza.
Para llegar a estos templos, los, aspirantes tienen que aprender a obrar en las
así llamadas sustancias invisibles.
Los mundos de las causas sólo son
invisibles porque están por encima del grado de percepción de nuestros
sentidos. Ciertas formas de cultura, hacen posible el desarrollo de
percepciones sensoriales latentes en el individuo común. Estos sentidos, siendo
más evolucionados que nuestros sentidos habituales, son aptos para estudiar y
explorar los así llamados mundos causales.
Dado que el poder se confiere a los hombres
de acuerdo a su sabiduría y entendimiento, no es prudente revelar a todo el
mundo los métodos que permiten penetrar en el mundo invisible. Si este
conocimiento le fuera comunicado a gente egoísta y no preparada para asumir tal
responsabilidad, esa gente se vería en condiciones de destruir el universo, sea
por perversión, sea por ignorancia. Para proteger esta sacra sabiduría se han
erigido obstáculos en el camino que lleva a ella, obstáculos que sólo podrán
superar los sinceros y valientes. Hay que pasar por años de servicio, de
auto-purificación y de auto-dominio antes de que cualquier aspirante sea
admitido en la senda de la sabiduría.
Tres son, las gradas que llegan a las
puertas del templo; quien quiera entrar en él, sea cual fuere su raza o
religión, tendrá que subir aquellas tres gradas.
No hay ningún otro medio
legítimo de ganar la sabiduría. Aquellos que tratan de entrar en el Templo de
los Misterios por cualquier otro medio distinto del prescrito por los Maestros,
estos son considerados usurpadores y ladrones. El ser humano no titubea en
insumir de diez a quince años de su vida en su educación material, para
sobrepasar a sus semejantes. ¿Esperaría, entonces, lograr la sabiduría
espiritual en un plazo más breve?
La posición que ocupa una persona en las
Escuelas de Misterios no es resultado de elección, sorteo o votación; es su
propia vida, la forma en que vive, el factor principal que determina todo lo
relacionado con su progreso espiritual. El hombre es puesto automáticamente en
la senda de sabiduría acorde con sus vicios y virtudes. La rapidez de su
adelanto depende enteramente de sus propios méritos, de la sinceridad,
integridad y devoción que demarcan su vida cotidiana. Puede permanecer años en
un grado o pasar como un cometa a través de varios grados en pocos años. Esto
depende enteramente de la sinceridad y honestidad con que haya trabajado y de
la perfección con que haya dominado las pasiones y los defectos que lo retienen
en su marcha ascensional.
Las tres divisiones en que se agrupan los
discípulos en la Gran Obra provienen de la remota antigüedad. Son las mismas
divisiones que encontramos entre los sacerdotes del tabernáculo de los judíos;
son las mismas que las divisiones en castas de la India, y muchas otras. Podremos
agruparlas en tres, de la manera siguiente:
El primer grado es el de estudiante. Se
trata del grado inferior de la Escuela de Misterios; lo componen las personas
de ambos sexos que hayan aceptado a los Maestros de Sabiduría y hayan asumido
la tarea de desarrollar la conciencia humana como la realidad máxima de la
vida, y que, por propia voluntad, se hayan reunido para promover la causa del
progreso humano. Esto no significa que hayan jurado adhesión a ningún centro o
institución individual o material. Significa que han santificado sus vidas y
dedicado sus esfuerzos al servicio humanitario, que es el verdadero sendero de
maestría y el único camino que escapa a las caídas en egotismo y comercialismo.
"Servicio" es una gran palabra. Significa devoción a la necesidad de
las masas, devoción tan fuerte, perfecta y desinteresada, que la persona que la
experimenta da por ella la vida, honores y todo lo que este mundo tiene de más
caro, y da esto alegremente, sin sentido de sacrificio, pues lo da al servicio del
ideal que ha asumido.
La clase de estudiante incluye a todos
aquellos que piensan, leen, estudian y aspiran a seguir las líneas de la
Antigua Sabiduría. En sus filas se cuentan los así llamados ocultistas
independientes, varias clases de individuos psíquicos no entrenados, médium,
psicólogos, y otros que no tienen relación directa con los maestros de ninguna
de las divisiones de la Gran Escuela, pero que, de acuerdo con su propia luz,
tratan de entender las palabras de los iniciados, que han escuchado o leído en
libros sobre la materia. También encontramos en este grupo a muchos maestros
estudiantes que, aún no iniciados en los Misterios, tratan de ayudar a otros en
la senda de la sabiduría. Uno de éstos fue Sócrates, el cual, aunque ignorante
en muchas cosas, dio al mundo a dos de sus grandes iniciados: Platón y
Aristóteles.
Generalmente, el estudiante carece de
pruebas actuales acerca de sus creencias. Una voz intuitiva en su interior le
dice que los estudios que realiza son los verdaderos. De modo que tiene que
aceptarlos así. Aún no le ha sido dado el privilegio de conocer la razón de las
cosas que hace. Tiene que obedecer ciegamente a las grandes leyes, tal y como
se han revelado a él, y aguardar a que los Hermanos Mayores muestren su
voluntad. Durante esos años de oscuridad espiritual tiene que emplear su vida
en la autoformación, según las líneas que él reconoce normalmente como
virtuosas y verdaderas. Tiene que consagrarse al trabajo de preparar su
naturaleza para las responsabilidades más grandes, que lo esperan con el
tiempo.
Hace más de cíen años, un gran discípulo de
la filosofía alquimista y mágica compiló una serie de reglas sugestivas,
destinadas a quienes desearan convertirse en verdaderos estudiantes de la
sabiduría. De estos escritos de Francis Barrett hemos extractado las siguientes
doctrinas (que no citamos íntegramente):
"Lección I: Aprende a apartar de ti
todo afecto vil... y con la mente deja que tu proceder sea libre del fraude y
la hipocresía.
"Lección II.: Guarda tus propios
secretos y los de tu vecino;. no aspires al favor de los ricos; no desprecies a
los pobres, pues quien así lo haga será más pobre que los más pobres.
"Lección III: Da a los necesitados o
infortunados lo que te sea posible dar; pues quien tiene poco, y aun ayuda a los
necesitados, recibirá amplia recompensa de Dios.
"Lección IV: Sé piadoso con quienes te
ofenden o te injurian, pues ¿qué puede ser el corazón del hombre que se vengue
de las ofensas que ha recibido? Perdonarás a tu hermano por setenta veces siete
veces.
"Lección V. No te apresures a condenar
las acciones ajenas, pues a la hora siguiente podrías ser tú quien cometiere el
mismo error; desprecia el escándalo y la cháchara; y que tus palabras sean
pocas.
"Lección VI: Estudia día y noche y
suplica a tu Creador que se digne conferirte conocimiento y entendimiento...
"Lección VII: Omitida por no tener
explicación directa.
"Lección VIII: Evita la gula y todo
otro exceso; es muy pernicioso esto, y proviene del diablo; estas son las cosas
que constantemente tientan al hombre y por las cuales cae víctima de su
adversario espiritual; pues de ese modo habrá perdido la capacidad de recibir
cualquier bien o don divino.
"Lección IX: No acumules oro; aprende a
contentarte con lo suficiente: desear más de lo necesario es ofender a la
Deidad".
Estas reglas de conducta espiritual son tan
actuales como en la época en que fueron escritas, y deben ser objeto de
profunda consideración por parte de los estudiantes, pues todas las cosas
llegan al hombre por atracción, y si el germen de la sabiduría y la virtud no
está en él mismo, lo dioses no pueden conferirle nada.
Es deber de todo estudiante de la Sabiduría
Antigua de hacerse útil a sus semejantes, pues de ese modo se hace útil al plan
de la Naturaleza. El estudiante tiene que tener en cuenta que se está
preparando para llegar a ser las manos y los pies de la Sabiduría, pues al
entrar la Sabiduría en el alma de un hombre, el sabio se conviene en servidor
de ella. El estudiante tendrá que dar testimonio constante de la mínima urgencia
del progreso. Tiene que entrenar la mente, controlar sus apetitos y convertirse
en un equilibrado ejemplo de madurez humana. Sus propósitos intelectuales
tendrán que estar en la línea que le ayude a juzgar la naturaleza humana. Ha de
estudiar a la gente y a las cosas. No debe transformarse en un ser aislado,
pues si pierde el contacto con el mundo y con las cosas del mundo, no podrá
servir eficientemente a aquellos a quienes ha renunciado. Su deber es el de
considerar que la vida es un lugar y un tiempo de aprendizaje, teniendo en
cuenta que la sabiduría es la joya que debe ser extraída de la existencia
material.
Tendrá que recordar de continuo que no está
estudiando únicamente para él, sino que está construyendo para el día en que
terminado los largos años de preparación, su sabiduría será usada por poderes
aun mayores para coadyuvar en los grandes problemas a que siempre se ve abocado
el mundo.
Todo estudiante debe tratar de desarrollar
algún talento o capacidad. Simbólicamente procurar que crezcan dos clases de
hierbas donde antes crecía solo una. Tiene que desarrollar su genio creador,
ser un ejemplo sobresaliente de inteligencia en el más alto sentido de la
palabra. Pero debe ser siempre desinteresado y exento de egoísmo. Jamás ha de
apegarse al trabajo que realiza o por la posición que ocupa, pues el Maestro
podría llamarlo para otras tareas en cualquier momento. Si legítima y
honestamente llega a ser un poder dentro
de la comunidad en que reside, tiene que asumir tales responsabilidades, pues
ellas le brindan mayores oportunidades de cumplimiento del bien en mayor número
de gente.
No se espera del estudiante que posea dones
de clarividencia ni ninguna otra clase de aptitudes espirituales. Más aún,
sería mucho mejor que no poseyese nada de esto; para que, en, su ignorancia
todavía no iluminada por la sabiduría, no pervirtiera a tales cualidades. Los
estudiantes que aspiran a adquirir diversas formas de mediumnidad y psiquismo
por medio de ejercicios ocultistas y mantrams, han de tener esto muy en cuenta.
(Uno de los Maestros de Sabiduría ha establecido claramente que el estudiante
ha de rechazar toda forma de fenomenalismo. El estudiante ha de crear una
naturaleza espiritual, mental, sin limitarse a permitir que fenómenos
misteriosos alaguen su naturaleza emotiva.
Ningún estudiante sincero de
cualquier Maestro legítimo ha de tratar jamás de hablar por poderes mediúmnicos
ni con los seres vivientes ni con los muertos. El Maestro KH ha establecido
claramente que los estudiantes han de perder su derecho a la instrucción en
caso de que traten de comunicarse con los muertos o de que entren en prácticas
similares de psiquismo.)
No interesa que el estudiante sea o no un
gran ocultista o místico. Tales aspiraciones son propias únicamente de los
grados superiores. Los Maestros exigen, no obstante, que el estudiante sea
simple, humilde, honesto y paciente, que luche cotidianamente para dominar por
medio de la verdadera virtud los aspectos indeseables de su propia naturaleza.
El estudiante no está en condiciones de dictaminar
acerca de lo que los Maestros quieren que él haga. Ha de aceptar
incondicionalmente las responsabilidades que se le imponen desde los mundos
inefables, y cumplir con cada una de ellas de la manera más honesta y veraz
posible. Durante éste su período de prueba, el estudiante está adquiriendo
dominio sobre las cosas pequeñas. De modo que comenzará por ganar la seguridad
de que sale airoso de esta prueba. Dejadlo que luche para controlar su lengua,
su espíritu crítico, sus puntos de vista anormales, de modo que dejen de
aportar deshonor al Espíritu de la Verdad, cuando este espíritu advenga a
residir en la naturaleza del estudiante.
El verdadero estudiante moldea su carácter,
usando su materia como escultor cincela y pule la piedra bruta. El estudiante
lucha día a día, tratando de mejorarse, y no pide poderes o luz, sino una poca
fuerza para amoldar su destino más de acuerdo con las normas de la Sabiduría.
Esta es la tarea del estudiante. Su grado de merecimiento para recibir
conocimientos más grandes es puesto a prueba por muchos años de ignorancia y
con frecuencia por intensos sufrimientos. A través de todo esto debe ser
obediente, paciente y veraz, ha de tener en cuenta que cada aflicción es una
oportunidad, cada desventura una lección encubierta. Estas lecciones tiene que
aprenderlas; y cuando las haya aprendido, éstas desaparecerán para nunca
reaparecer.
Al ponerse al servicio de los Maestros el
estudiante está lleno de pensamientos y demás elementos indignos. Detrás de él
se extienden muchas edades de descreimiento, pecado, y de crimen. Sus cuerpos
superiores son un Conjunto de Karma maléfico; el principiante es aun totalmente
inepto para las tareas que ha de emprender. Antes de que pueda comunicársele la
sabiduría, es necesario que purifique su naturaleza maligna. Es así que los
Maestros le imponen la tarea de autopurificación, como primera prueba de
sinceridad en sus propósitos. Lo que sigue a esto depende de la forma en que
cumpla esa primera tarea.
Es de este modo que su consagración insume a
menudo años de aflicciones para el estudiante. Todo tiene su precio en la
naturaleza y la sabiduría solo se compra con una alma purificada pues sólo una
naturaleza equilibrada y honesta puede pensar y analizar con honestidad. Todas
las perversiones del pasado presentan la cuenta y reclaman ser pagadas; a esto
sigue una limpieza total de la casa del espíritu, puesto que tales cuentas
tienen que ser pagadas. No hay religión verdadera que enseñe al estudiante que
tales cuentas pueden ser eludidas. Por convertirse en un ser espiritual, el
hombre no podrá eludir sus responsabilidades. Lo único que logra en este caso
es el privilegio de poder pagar las cuentas antes de lo pensado. En punto a
esta gran verdad, la Cristiandad ha sido infiel a su Fundador, pues el cristianismo,
tal como lo vemos hoy día, es una religión de sacrificios sustitutivos;
refiriéndose al estado espiritual del actual cristianismo, uno de los Maestros
dijo : "Los ángeles empobrecidos de los cielos cristianos". Si el
estudiante aborda la Sabiduría Antigua para evadir sus pecados, fracasa antes
de principiar. Los Maestros sólo pueden usar gente honesta en su servicio, y es
sabido que la gente honesta carga con sus responsabilidades.
Como resultado de este Karma no expiado, el
sendero del estudiante se halla a menudo flaqueado por la enfermedad y el
sufrimiento. Pero estas son las pruebas que demuestran la fuerza de carácter del aspirante. Sólo será
aceptado por los Maestros si su carácter sobrevive al infortunio y sale de él
templado y ennoblecido por la experiencia. El estudiante ha de trabajar año
tras año, esperando con paciencia y entera confianza, hasta el momento en que
haya adelantado lo bastante para que se le considere digno y merecedor de
recibir las instrucciones de parte de uno de los Maestros o de uno de los
discípulos.
Ningún estudiante sabe cuándo llegará ese
momento, tampoco deberá desear que ese momento se anticipe. Su trabajo presente
es el de servir con lo mejor de su capacidad. En manos de aquellos que son más
sabios que él, el estudiante ha confiado su destino y su espíritu inmortal, de
manera que esperará pacientemente a que éstos decidan. Su misión es hacer; la
de ellos, juzgar lo que hace.
El segundo grado es el de discípulo.
Pertenecen a este grado los chelas (estudiantes) aceptados por un Iniciado,
Maestro o Gurú. Para el discípulo, el velo comienza a descorrerse. Los
discípulos han puesto ya los pies firmemente en la ruta espiral, que lleva al
Templo de una de las siete Grandes Escuelas. En lugar de buscar a los lejos la sabiduría,
los discípulos se agrupan a los pies de su Maestro designado y aprenden de él.
Actualmente hay mucho peregrinaje de un lado a otro en lo referente a las
tareas ocultas, demasiada incertidumbre llena el alma del estudiante. Dejadlo
escoger un sendero y seguir en él, pues la incertidumbre y la indecisión, sólo
desembocará en la aflicción, la enajenación mental y la muerte.
Un día en que el estudiante trabajaba en la
villa de la vida, cansado y abrumado pero lleno de fe y de paciente dedicación,
el Maestro, que pasaba por allí, se detuvo a observar al estudiante en sus
tareas. Éste cantaba durante sus faenas. Cada cosa que hacía estaba llena de
amor y de sinceridad. La fe, la esperanza y la consagración eran sus
herramientas. No estaba trabajando para si mismo, sino para el prójimo y para
Dios. A cada acto lo acompañaba una oración, en forma de consagración
silenciosa a la obra de sus manos y a las meditaciones de su corazón dirigidas
hacia el gran espíritu invisible, en el cual vivía, se movía y el que sostenía
todo su ser.
Cuanto más pesaba la carga, tanto mayor su
alegría, pues estaba haciendo el bien. El Maestro vio estas y otras cosas. Pero
el estudiante no se había dado cuenta de
que el Maestro lo estaba mirando, pues el sudor la resbalaba de la frente y le
nublaba la vista. El Maestro se acercó al estudiante y le dijo: "Deja ya
tus tareas y sígueme". La viña desapareció, el polvo sucio cayó de las
manos del trabajador, y por un momento residió en el espacio, mientras estuvo
ante él la figura resplandente de su Maestro. Cayó de rodillas a los pies del
Maestro y besó el ruedo de su túnica. Y esté volvió a hablar: "Eres mi
discípulo. Tú no me has elegido; yo te he elegido a ti. Has sido fiel en lo
pequeño; ahora tendrás poder sobre cosas más numerosas y más grandes".
Es de este modo que el discípulo es
seleccionado por el Maestro y entra en contacto personal con él, su benefactor
cósmico. Cada Maestro tiene cierta cantidad de discípulos; usualmente, doce.
Son sus hijos elegidos. Él se conviene en padre de ellos, y ellos lo abandonan
todo por seguirlo. Del mismo modo en que nuestros
padres y madres físicos nos traen al mundo físico y nos ayudan a formar aquí
nuestro cuerpo, los Maestros nos hacen nacer a los mundos espirituales
invisibles, y nos ayudan a formar nuestros vehículos ultra-físicos, de manera
de que podamos actuar en esos mundos. En esto, el Maestro es padre y madre a la
vez, y más aún; pues nos da un nacimiento eterno, mientras que nuestros padres
materiales solamente nos dan nacimiento al mundo ilusorio.
El discípulo no escoge a su Maestro; pero el
Maestro llama a sus discípulos y éstos abandonando sus tareas lo siguen. Nadie,
que no esté actualmente y activamente dedicado al trabajo de la viña de la
vida, será llamado jamás a realizar las grandes tareas.
Al ocurrir esto, se acaba para el discípulo
la época de aprender en los libros. Llega la hora de la investigación personal.
Ha sido aceptado; los mundos espirituales se centralizan en él y lo ayudan en
toda manera posible. Podemos decir que los discípulos son los estudiantes
esotéricos. Son los que, pesados en las balanzas simbólicas, fueron aceptables.
Llegaron al punto en que el ojo discernidor del Iniciado percibe su sinceridad
y los acepta sabiendo que se pueden sobreponer a la falibilidad de sus errores.
El Maestro, después de haber efectuado el
examen personal del aura de los cuerpos de sus discípulos, les imparte
instrucciones individuales en lo referente a la preparación que deben adquirir
antes de poder ser admitidos en la Gran Escuela misma.
Es el Maestro, el amado Gurú, y solo él,
quien tiene el poder y el derecho de prescribir cualquier forma de ejercicios
ocultos, tales como la meditación, la concentración, la respiración, la
entonación de mantrams, la visualización, etcétera. Los estudiantes revelan
poco poder de discriminación si permiten que gente extraña, sólo interesada
comercialmente en tales cosas, les prescriba cualquier forma de ejercicios
espirituales. Con su propia ignorancia demuestran que no se les puede confiar responsabilidades
mayores. Con su conocimiento clarividente, el Maestro descubrirá el exacto
estado espiritual del estudiante y lo instruirá de acuerdo a esto, ayudándole a
fortalecer los puntos débiles y a perfeccionar la parte invisible de su
naturaleza. La tarea dada a cada discípulo es absolutamente individual y, por
lo tanto, difiere de las tareas, también diferentes entre sí, dadas al resto de
los discípulos.
No hay en este mundo dos personas de constitución idéntica, El
cuerpo físico prueba este punto amoldándose al arquetipo de cada organismo
espiritual, sólo un criminal moral o un ignorante incorregible sería capaz de
recetar el mismo remedio en todo los casos. Todo aquel que escribe un libro de
divulgación en que dice al individuo cómo ha de desarrollar su visión
espiritual, debe recordar que miles de personas, ninguna de ellas igual a la
otra, lo leerán, y que muchas de ellas se destruirán a sí mismas al tratar de
seguir unas instrucciones totalmente inadecuadas para ellos. El individuo que
tal cosa hiciere probaría en forma concluyente que desde el principio estaba
mentalmente incapacitado para recibir las instrucciones, pues de lo contrario,
hubiera conservado la superficie inteligencia para usar tales instrucciones en
forma más sabia.
Los verdaderos Maestros jamás aparecen en
público, en clases públicas y colectivas o en grupos que practiquen ejercicios
ocultos. Llegan en privado a sus discípulos y proceden a instruir a cada uno de
ellos individualmente. La capacidad de informar al discípulo acerca de los
pasos que éste ha de dar antes de llegar a la iniciación, es resultado de un
alto grado de desarrollo espiritual por parte del Adepto. Nadie que no sea
Adepto es capaz de prescribir las necesidades espirituales de los estudiantes,
sin asumir graves responsabilidades kármicas. Lo más probable es que el
discípulo reciba la visita nocturna de su Maestro, quien aparecerá en forma de
cuerpo ultrafísico. El estudiante sentirá que se halla totalmente despierto, lo
que es cierto en el sentido espiritual del término, y reconocerá al Maestro
únicamente por una visión ultrafísica. Si no ha desarrollado su naturaleza
espiritual en la forma adecuada, como resultado de una vida noble, de
pensamientos nobles y sentimientos nobles, durante su período de estudiante, no
podrá reconocer al Maestro cuando éste llegue.
La labor del discípulo es la de aprender a
obedecer incondicionalmente. Del mismo modo en que el niño obedece al padre, el
discípulo debe obedecer al Maestro, una vez que tal Maestro haya probado su
autoridad y su virtud. Desobedecer al Maestro, aún en lo más insignificante, es
separarse de él probablemente para toda la vida, El estudiante ha de obedecer
incondicionalmente las instrucciones que recibe. Desviarse de ellas aún en lo
más mínimo puede resultarle fatal. Sus tareas de discípulo son las de preparar
sus cuerpos ultrafísicos aun embrionarios, de manera de que, al llegar a ser un
Iniciado, pueda usarlos como vehículo de conciencia.
El tercer grado es el del Iniciado. Forman
parte de este grado los discípulos que han sido aprobados y aceptados, que, ya
fuera del cuerpo físico, bajo dirección de sus Maestros, han tomado actual y
conscientemente una o más iniciaciones en el Templo invisible de una verdadera
Escuela de Misterios. En el mundo físico no se dan iniciaciones espirituales.
Las verdaderas iniciaciones se dan en los mundos invisibles, pues es sólo allí
donde se puede hallar a quienes están autorizados y capacitados para darlas.
Las formas y rituales utilizados en el mundo físico son exotéricas y meramente
simbólicas, con respecto a los rituales verdaderamente espirituales que se
emplea en los Templos de Misterios. Y hoy día hasta los rituales significan muy
poco, pues en la mayoría de los casos el estudiante no sólo ha perdido el
significado de los Oficios simbólicos, sino que además ha olvidado que tales
símbolos encerraban algún significado.
Como dijo muy bien Eliphas Levy el gran
trascendentalista, ya no se dan las pruebas y las obligaciones de las escuelas
de Misterios, porque nadie está suficientemente iluminado para entender su
significado interior. Es por eso que nadie siente deseos de pasar por una dura
escuela para encontrar al final que su ignorancia continuará impertérrita. Esta
es la Gran culpa que los místicos hallan en las religiones del mundo de
nuestros días. En la mayoría de los casos, tales religiones no son más que
pompas vacías de palabras.
En los umbrales que llevan del mundo visible
a los mundos invisibles está el "Morador del Umbral", tan bien
descrito por Lord Bulwer Lytton en su gran novela rosacruz Zanoni. Esta
criatura, de forma de esfinge, que todo ser tiene que enfrentar en su ruta
hacia el Templo de la Luz, representa la naturaleza inferior del
aspirante. Mientras la conciencia mora en los cuerpos, el aspirante no podrá
ver a este demonio, pero en cuanto la conciencia está fuera de los cuerpos
inferiores lo verá nítidamente; la naturaleza inferior animal, se tornará
visible por un cuerpo astral compuesto, y el aspirante la reconocerá por
primera vez. Por este espectro tendrá que pasar el aspirante en el momento de
cruzar de un mundo al otro. Para efectuar esto adecuadamente, ha de poder
controlar absolutamente las fuerzas de su propia naturaleza, que, desde su
primera diferenciación de la conciencia animal, han configurado la parte
inferior de su constitución. Si ha dominado mental y espiritualmente a tales
elementos, se halla lo suficientemente fortalecido como para pasar sin temores
ante este fantasma de sus propias perversiones y penetrar con firmeza y valor
en los mundos invisibles.
En cuanto se halla en condiciones de hacer
esto, el aspirante demuestra que ha dado el primer paso hacia la maestría
propia. Habiendo cumplido esto y aprendido a controlar su complejo organismo,
está preparado para recibir el poder sobre cosas más grandes.
Hay muchos grados de iniciados, y por más
lejos que avance el aspirante en la senda de la sabiduría, siempre habrá para
él algo más que comprender y realizar. Podemos comparar esto con un hombre que
camina en dirección del horizonte. Por más rápido que se acerque al horizonte,
el horizonte se alejará de él. Nadie, sino el Absoluto mismo, es omnisapiente,
omnipotente, omnisciente, perfecto. La sabiduría y la ignorancia son términos
comparativos, no sólo en el mundo material, sino también en el mundo
espiritual. El mero hecho de haber sido aceptado en un de las Escuelas Antiguas
no significa que el estudiante haya llegado a la omnisapiencia, Tal aceptación
lo único que hace es darle un punto de vista más elevado. El iniciado ve ahora
la vida con un poco más de amplitud, pero todavía está sujeto a las leyes de la
naturaleza, capaz de cometer faltas y errores, todavía es falible.
Con sus iniciaciones, el discípulo cobra
ciertos poderes de carácter oculto, que irán en constante aumento a medida que
aquél recorra el sendero del adeptado. Del mismo modo en que las escuelas del
mundo material están divididas en grados, la escuela espiritual del Templo de
Misterios se divide en varias etapas o grados. El discípulo pasa de una
iniciación a otra, a medida que se va haciendo más eficiente en las tareas que
el mundo invisible espera que él cumpla. A medida que va subiendo de jerarquía,
va adquiriendo más poder, sabiduría y entendimiento. Pero hasta que no alcance
un grado muy alto, no se independizará de los lazos que atan al ser humano
común. Podremos decir que no llegará a ser superior a las leyes, hasta que no
llegue a ser parte de la ley misma, pues sólo entonces estar más allá de toda
posibilidad de transgresión de la ley. Aún después de haber pasado por muchas
iniciaciones, siguen actuando las leyes de la limitación humana. Los iniciados
están sujetos al nacimiento, desarrollo y vejez. La enfermedad y el sufrimiento
lo confrontan en cada paso éste tendrá que retornar a esta vida, repetidamente
como cualquiera de los hombres normales, hasta que su evolución lo lleve a un
estado de conciencia mucho más alto que el que un individuo común sea capaz de
realizar aun sus sueños, en una sola vida.
No hay iniciados que no sean clarividentes,
al menos, hasta cierto punto, pues no podrán recibir su ordenamiento espiritual
sino son capaces de funcionar conscientemente fuera del cuerpo físico. Ni
tampoco existen iniciados que no conozcan su posición verdadera. Mucha gente
dice: "Tuve una extraña experiencia en sueños. ¿Fue una iniciación?"
La respuesta en casi todos los casos es negativa. El iniciado no duda acerca de
lo que tiene que cumplir ni acerca de lo que ha pasado, el estudiante común
podrá preguntarse: “¿Qué soy aquí y ahora? ¿Soy digno de ser elegido para asumir
una responsabilidad mayor? Si yo fuese un maestro, con todo el mundo por
delante para escoger, ¿me elegiría a mi mismo para realizar obras grandes y
asumir grandes responsabilidades? Si no me eligiera yo mismo consciente de mis
estrecheces, ¿se decidiría el Maestro engañado por las pocas virtudes que poseo
y me elegiría entre otros más capaces que yo?"
No hay Adeptos ni Maestros en este mundo o
en los planos invisibles que no hayan pasado por todas las aflicciones e
incertidumbres de la experiencia humana. Han llegado a su posición actual por
haber dominado tales incertidumbre y haberse elevado por sobre las
circunstancias que encadenan a la mayoría de la gente a la parte egoísta de la
vida. Todas las Almas Grandes han pasado consecuente y gradualmente de la
ignorancia a la sabiduría. Nadie fue hecho de la noche a la mañana. Cada uno de
ellos fue tentado y cada uno de ellos fue lo suficientemente fuerte para
superar los momentos de tentación. Todos fueron mal comprendidos y perseguidos.
Muchos murieron por sus ideales, prefiriendo la sabiduría en vez de todos los
tesoros y la verdad en vez de todo poder. Cada iniciado que actualmente está en
sesión con los Hermanos Mayores ha alcanzado su posición por la consagración,
la inteligencia y la sinceridad. Estas son las llaves mágicas que abren las
puertas de las Escuelas de Misterios.
Una y otra vez se pregunta: "¿Cómo
conoceremos a un iniciado si nos encontramos con él?" Lo único que podemos
responder es lo siguiente: "Por sus obras los conoceréis". Luego de
analizar la vida y los hábitos de esos iniciados que estamos en condiciones de
reconocer con nuestra limitada visión encontramos que todos ellos se adhirieron
a una serie general de reglas. Las condiciones pueden cambiar de acuerdo a
necesidades del momento, pero en los antiguos manifiestos encontramos las
instrucciones para la conducta a seguir por adeptos y místicos.
Durante muchos siglos, los verdaderos
Adeptos o Iniciados se ocultaban tras un velo impenetrable de misterio. Esto
obedecía a varios fines. En primer lugar protegía a los Iniciados de los
interminables inconvenientes a que se verían abocados por parte de los curioso
y los crédulos. Además les permitía vivir en paz y en silencio, estudiar y
orar, desconocidos e insospechados hasta por sus propios vecinos, inmediatos.
Esto multiplicó el poder que tenían sobre un mundo que no podía oponérseles
dado que no podía descubrirlos. Y finalmente, esto permitió a las escuelas y a
sus discípulos escapar a las persecuciones de la intolerancia religiosa y del
fanatismo que se desata contra todo aquél que trata de encontrar a Dios sin ayuda o beneficio del
clero.
Se considera que la Esfinge egipcia señala
el código de los iniciados por medio de la interpretación simbólica de las
cuatro criaturas que la componen. El cuerpo del toro, con su tremenda fuerza,
se interpreta como símbolo del trabajo, "el hacer". Las patas y la
cola de león simbolizan "el valor" y se interpretan como el
“osar". Las alas de águila aluden a cosas más elevadas y se interpretan
como el "aspirar". La cabeza humana, con sus labios sellados,
significa el "callar". De todas estas reglas, la más importante es la
última.
Uno de los antiguos axiomas oculistas era el
siguiente: “Si lo sabes, calla". Actualmente se habla demasiado, tanto en
el mundo religioso de la ortodoxia como en el del ocultismo. Hay demasiados
individuos que hacen alarde o asumen tener poderes y virtudes que en realidad
no poseen. Los templos de veneración se han convertido en instituciones de
disputas; un grupo de camarillas y de clanes irrumpe en todas las direcciones
enarbolando la enseña del idealismo, que ha sido encadenado a la roca del
mezquino personalismo. Hay muchos "iniciados", pero poca sabiduría.
Hay una multitud de pedagogos y de
semidioses, los cuales no pudiendo vivir en armonía o entenderse entre ellos
mismos, menos pueden convertir a los Gentiles. Todos estos males resultan del
mucho hablar y de no tomar en serio las cosas importantes. Los nombres de los
Maestros han sido revolcados por el fango. Las Escuelas de Misterios se han
convertido simplemente en partes de insignias de que se vale la psicología
comercial; el espíritu de reverencia y de amor
que sentía el mundo antiguo por sus iniciados se ha perdido en nuestros
días a causa de la cantidad de falsos iniciados y de psicólogos fraudulentos.
El verdadero ocultista, sea estudiante,
discípulo o iniciado, jamás revela su posición espiritual a nadie más que a
quienes se interesen sinceramente a la par de él en estas tareas sagradas. Ha
de realizar sus trabajos de incógnito, velando las verdades que ha aprendido
por medio del lenguaje de todos los días, diciendo a la gente qué es lo que
debe hacer, no quién es él mismo; urgiendo, sugiriendo, pero jamás forzando sus
opiniones, ni su filosofía, ni tratando de imponerlas a otros; ni el aplauso lo
envanece ni la censura lo descorazona. Trabaja serenamente en cualquier lugar
de donde se encuentra. No es suspicaz, es callado, no es inoportuno. Trabaja
con laboriosidad, dejando que su obra y no su lengua hable por él. El iniciado
o el discípulo jamás ha de hacer pública su posición ni discutirá sus
aspiraciones espirituales. Si ha tenido el privilegio de ver fenómenos
espirituales en su propia vida, si ha sido sacado de su propio cuerpo y está
desarrollando poderes de clarividencia, estas serán las cosas más sagradas de
su vida. Jamás las mencionará en público, pues no sólo son sagradas para él,
sino también para su Maestro. Discutir los poderes personales es la peor de las
faltas a la etiqueta que puede cometerse en el mundo oculto...Continua
Manly Palmer Hall
Maravilloso. Sabio. Muchas gracias por este alimento.
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