El Zen del Coraje Inmediato
Una vez, hace tiempo, había un carpintero chino cuyo trabajo era tan extraordinario, que el
Príncipe de Lu le llamó y díjole: "Esas cosas que tú haces son tan perfectas, que no me parece
posible que un ser humano pueda hacerlas. ¿Es o no cierto que en tu trabajo tienes una ayuda
superhumana?" Entonces Ching, que así se llamaba el carpintero, que era un hombre muy
humilde, contestó al Príncipe de Lu algo parecido a esto: "Primero de todo, cuando yo estoy por
hacer algún gabinete o caja de gran calidad, separo mi persona del mundo por dos días. Al
término de ese tiempo, ya no conozco más títulos, dignidades o estados, tanto, que no importa ni
para quién yo estoy haciendo esta caja, yo sólo la estoy fabricando para una persona. Ya no
posee ningún encanto o hechizo, como tampoco ningún sentido el tener que hacer una caja
mejor, sólo porque un noble caballero lo haya ordenado. Entonces por dos días más, yo me relajo
y medito, y llego a la conclusión que no importará que la caja sea buena o mala; no siento temor
que mi trabajo sea insuficiente, ni abrigo esperanzas que el mismo sea sobresaliente.
Pierdo todo
interés en ser alabado o censurado por lo que hubiera fabricado. Entonces, en dos días más, ya no
me siento consciente de mi mismo. Ya no me importa si existo o no. Gradualmente, esa parte de
mi mente, que es natural y usualmente devota al interés personal, es relajada lejos del mismo,
tanto que no creo saber que tenga un cuerpo, que tenga manos o pies. Todo se torna muy
tranquilo".
"Todo este tiempo he estado visualizando lo que voy a consumir, hasta que finalmente ello
no es otra cosa que visualización y objeto. Habiendo alcanzado este grado de armonía interna
con valor, entonces me interno en el bosque, o dondequiera se encuentren los materiales para el
objeto a ser creado, y vago hasta que encuentre los elementos con que voy a componer mi trabajo
—caja, gabinete o pantalla— en alguna parte; encontrado “ese algo” en algo que ya existe. Miro
un árbol y digo: “Esa es mi caja”; yo miro al “bambú” y digo: “Esa es mi pantalla”; y sé que
estoy cambiando de lugar la caja, que ya está en el árbol, fuera del mismo, donde ella pueda ser
vista. Entonces, me siento muy quietamente, con todos mis materiales y concedo al Cielo les una
en la caja.
Cuando el Cielo junta los materiales en la caja, sus uniones son perfectas; no así
cuando los hombres lo hacen; las uniones no guardan perfección, justamente porque un hombre
puede decir: Esta costura es mejor que esa costura; o Yo debo hacer una buena costura; o
¿Quedará el comprador satisfecho con la caja? En estos términos todas las cosas quedan en la
nada. Pero como sólo estoy interesado en el hecho positivo que el Cielo fabrique una caja; y la
caja que el Cielo fabrique le complacerá a Él mismo; y si soy afortunado en todos quehaceres, la
caja que tenga hecha inducirá al Príncipe de Lu a decirme, "¿Has recibido tú ayuda
superhumana?".
Este es el espíritu que nosotros encontramos a través de las disciplinas del Zen. Ya hemos
discutido sobre las mismas un buen número de veces, así que no volveré sobre terreno que ya nos
es familiar; tengo necesidad de tratar una serie diferente de valores esta vez. Puede ser
interesante sin embargo, repasar por un momento el material de trasfondo, el cual nos da un
cierto grado de penetración a esos valores.
El Zen cobró gran fuerza en Japón en el siglo VII, y en sumo grado el Zen que nosotros
conocemos hoy, tiene su procedencia directa del Japón; y no puedo asegurar concretamente,
cómo el traslado de la China fue llevado a cabo. Hay muchas leyendas relativas a este particular,
todas las cuales son el resultado de ciertas actitudes del Zen, así que podrían ser tan interesantes
unas como otras.
Dícese que, alrededor del año 610 d.C., el Príncipe Shotoku Taishi. Regente de Japón,
quien era el gran patrón de la cultura budística en ese país, habiéndola traído de Corea y China,
se encontraba un día conduciendo su caballo a lo largo de una carretera, que era delineada a su
costado por un lago.
De repente su caballo se asustó y paróse, no pudiendo continuar adelante. Y
cuando, impaciente, el Príncipe espoleó al animal, el caballo simplemente se alejó de la carretera
y vino a detenerse enteramente a la orilla del lago. Entonces uno de los servidores del Príncipe,
señaló que junto al lago, hallábase acurrucado y vestido de harapos, un hombre muy anciano.
Dicho ser, estaba a las claras bastante enfermo. Tenía unos ojos extrañamente resplandecientes,
que brillaban como estrellas.
Su cuerpo estaba extenuado, pero su cabeza era grande y pesada, y
sus orejas eran muy largas. Parecía encontrarse en, una extrema y miserable condición.
Shotoku, que era un hombre muy puro y devoto, viendo que esta persona estaba sufriendo,
inmediatamente desmontó, y yendo hasta él, preguntóle si podría asistirlo. Pero el extraño
enfermo, sólo le miró fijamente.
El Príncipe llamó a sus fieles servidores y díjoles le trajeran
alimentos y agua; y tomando la cabeza del enfermo sobre sus rodillas, el Príncipe le alimentó.
Luego, quitándose enteramente su propia capa, cubrió el enfermo cuerpo del anciano. El Príncipe
trató entonces que éste le hablara, pero el hombre no respondió. Por último, cuando le hubo dado
todo lo que le podía ofrecer en ese momento al anciano, Shotoku oró a su lado, pidiendo
asistencia del Cielo.
Cuando hubo terminado su oración, el enfermo anciano le miró y le habló. Los servidores
del Príncipe dijeron que aquel hombre hablaba en un extraño lenguaje, que ellos no podían
comprender, pero que el Príncipe entendió e inmediatamente respondió. Ambos sostuvieron una
larga conversación; luego, suministrándole al enfermo todo lo necesario, el Príncipe volvióse al
palacio.
A la mañana siguiente, mandó toda una compañía de hombres para que atendieran al
anciano, a la vez que un médico; pero ni bien llegaron al lugar, lo hallaron muerto.
Entonces, el Príncipe introdujo el cuerpo del anciano especialmente preparado, en un sin
igual y bello cofre fabricado para ello, siendo el mismo enterrado en santificada tierra con un
pomposo funeral —nadie supo por qué.
Los servidores del Príncipe inquietáronse y se extrañaron
porque su amo, se hubiera tomado tan gran interés, en un completo desconocido. Finalmente uno
de sus consejeros preguntóle; a lo cual Shotoku respondió, "Ese ser, no era un hombre vulgar.
Este era un hombre que vino por un largo camino a visitarme, y con un propósito. Ahora que el funeral se ha realizado, si Vds. fueran al sepulcro y le abrieran, hallarían que el cofre está vacío".
Así, todos fueron hasta donde se hallaba el cofre, e hicieron lo que el Príncipe les dijo, lo
abrieron.
El mismo estaba sellado; pero cuando ellos lo descubrieron, el cofre se encontró vacío.
Una sola cosa quedaba en el cofre y era la capa con la cual había cubierto el Príncipe al
infortunado hombre la noche anterior al día de su muerte.
Este acontecimiento despertó aún más asombro, sobre los servidores del Príncipe, por lo
cual volvieron a él, y éste díjoles a todos: "Conocí a este hombre en otra vida, nos reconocimos
inmediatamente. En una vida anterior, este hombre se llamó Daruma, y él fue por todos
nombrado Sacerdote del Cielo Austral. Era el más sensato de todos los maestros de meditación.
El se me apareció a mí como en una visión, no estaba realmente ahí, y no se hallaba en realidad
enfermo. Pero esta aparición era producida por él mismo con el fin de comprobar si yo, no le
recordaba solamente a él, sino también la doctrina, que hube de él recibido.
Él ha muerto ahora,
pero ha dejado la capa conmigo; y sobre esta capa, construiré un templo, y en este templo, los
maestros del Zen se reunirán y enseñarán al pueblo". Shotoku hizo exactamente lo que había
prometido; y esto, de ninguna manera es una leyenda japonesa: es el camino Zen que se divulgó
en el Japón.
Esto nos lleva a una faz interesante, de nuestra materia, la cual no ha sido tan bien revelada
o percibida, como ello podría ser y es lo concerniente al mismo Daruma.
Este misterioso y
ceñudo hombre, no era sólo el patriarca del Zen, pero en forma extrañamente hermosa, él era la
personificación del mismo. Gradualmente, el Zen y Daruma tuvieron que identificarse; son una
sola estructura, una sustancia, y una esencia con todos los elementos, aparentemente vedados
exteriormente, asociados al logro del satori o estado de iluminación, y también con todas las
complicaciones abstractas metafísicas que ocurren en el desenvolvimiento de la filosofía de
meditación Zen. Así, artistas de ambas, China y Japón, divulgan de continuo pinturas de
Daruma, que lo muestran con sus propias prendas, y de acuerdo al grado de Zen que ellos han
obtenido conferir al retrato, su propia realización en la meditación es medida.
El más grande
retrato de Zen a través de Daruma conocido, fue el realizado por el gran Sessue, quien indicó en
su pintura, de acuerdo con la opinión de todos los maestros de la materia, que lo hubo terminado
en la madura medida de su iluminación o satori.
Todas estas sutilezas que son parte del pensamiento asiático, entran en juego, con esta
extraordinariamente complicada y no obstante agudamente simple filosofía de vida. En su muy
compleja y misteriosa forma, el Zen no es especialmente útil a nosotros —aquí en Occidente—
él es simplemente algo que no podemos sentir; pero en muchas ocasiones podemos obtener como
ganancia, un grado considerable de integración personal, sobre un conocimiento de los elementos
básicos: alguna de las más adaptables partes de la filosofía Zen. Actualmente, estamos más
interesados en la solución instantánea del problema que tenemos, que con un superintelectualismo;
siendo la fuerza solucionadora del Zen en la vida de la persona no-Zen, tal vez
de particular interés para nosotros ahora.
El Zen por supuesto, encuentra su raíz en el Budismo, y entre nosotros mismos y el
Budismo —entre el hombre de Occidente con sus convicciones y el hombre asiático con su
punto de vista budístico— entre esos dos hemisferios de pensamiento, hállase un intervalo de misterio; y que de un modo u otro nosotros tenemos que cruzar o no podremos alcanzar el punto
de vista Budístico-Zen.
Tomemos un simple ejemplo, para ilustrar esta diferencia sobre el
mencionado punto de vista.
En la teología Occidental, Dios ha creado un universo en forma de
un bello jardín, y él ha creado un hombre, haciéndolo el jardinero en ese bello jardín para que lo
cuide y le traiga a su natural perfección. Entonces Dios permaneció como un vigilante, con la
habilidad de castigar al jardinero si fuere malvado, o tal vez premiarlo, si fuere bueno. Así que en
la filosofía Occidental, hay un Dios creando un jardín y luego el hombre que toma a su cargo el
cuidado del mismo; o Dios creando un mundo y una humanidad habitándolo, que gradualmente
la subyuga, haciendo de ella una especie de ejemplar dominado.
El concepto budista es enteramente diferente.
En el Budismo; Dios no ha creado un jardín;
Él siempre había existido, y no sé pretende explicar cómo el jardín derivó su existencia. De
hecho, el universo es un eterno ente, un eterno movimiento, en eterno descubrimiento,
eternamente cambiante. Esta universal eternidad, no teniendo principio ni fin, es un estado
continuo de ser, y en este jardín hay dos jardineros —dioses y hombres—; en otras palabras,
dioses y hombres, en el pensamiento oriental, actúan en sociedad, con promesas de ambas partes
de tomar cuidado del mismo jardín, ambas partes sujetas a leyes más allá o fuera de sí mismas.
Por tanto, no es más posible para la Deidad infringir una ley que para el hombre, infringir o
violar esa misma ley.
Ahora, esto puede ser visto como un muy arbitrario punto de vista, pero él es la base del
concepto Zen, porque en Budismo, donde usamos comúnmente el término "deidades", son
realmente sólo formas desarrolladas de vida en el jardín. Hay diferentes clases de árboles
cultivados en este jardín eterno. Un árbol brinda las frutas de las deidades, otro las frutas de los
devas o seres celestiales, otro aporta frutas de humanidad, otro las frutas del reino animal.
Todas
estas maneras de vida son cultivadas en el jardín, pero todo está cultivándose ascendentemente.
No hay un Dios arriba y un hombre abajo. Hay el divino y el evolucionando juntos alimentados
de las variadas sustancias del jardín.
Siendo así, en la mente Oriental hay el concepto de la asociación entre lo espiritual y lo
material. Las deidades no son adoradas como si fueren arbitrarios déspotas; los mismos no son
principios eternos que pueden ser apaciguados; ellos no son dictadores.
Son actualmente meras
partes de esta gran corriente de vida a la cual nosotros pertenecemos, ellos pertenecen, todas las
cosas pertenecen. Por eso, alguien que haya adelantado los más altos grados puede ser llamado
"arhat" o "bodhisattva" o "Buddha"; pero ellos son por lo menos de una vida que accione
continuamente todas las cosas; unidos en una fraternidad vital. '
En el Budismo, no hay la paternidad de un Dios; él es todo hermandad del hombre; porque
dioses y hombres son hermanos, y lo que nosotros llamamos "Dios", es meramente el arquetipo
exaltado de nuestra propia bondad —alguna parte de las señales de vida que nos ha precedido—,
pero no en un tipo separado de la creación elegido para crear hombres. De acuerdo con el
Budismo, el hombre no fue creado, como tampoco el jardín lo fuera: los dioses no son creados.
Todo crece y va revelándose en un vasto e infinito medio ambiente, al cual llamamos "creación".
Sobre esta base, por lo tanto, lo que en un principio parece tener poca conexión con nuestro
tema, nos trae a una nueva relación con la vida.
Una cosa que el Budismo hace, que es bastante importante, es alejar los temores que los
hombres tienen de las implicaciones negativas de la teología.
En el Budismo, no es real el poder
de cualquier Deidad anatematizándonos o rechazando nuestras oraciones. En él no hay
problemas de ortodoxia como nosotros conocemos; no hay problemas de un Dios que está en
contra nuestro. No hay el problema de cualquier principio real de maldad que trate de ser más
astuto que nosotros. Todas esas referencias son problemas psicológicos, que se presentan en !as
personalidades complejas de seres que poseen facultades y mentalidades. La entera estructura de
la teología, como le conocemos, es para el Budismo meramente una faz de nuestro propio
entendimiento, o al tratar de entender lo desconocido.
De este modo, los grandes problemas del temor a la muerte y el temor a la condenación,
simplemente no tienen el mismo significado.
Naturalmente, en ambos grupos de personas
tenemos todas las humanas emociones —lamentándose por sus muertes, penas por privaciones, y
cosas de este género; aun empero con esta inevitabilidad, hay también más, que es muy
interesante y muy poderoso. Una madre japonesa que perdió a su hijo, por ejemplo, escribe una
pequeña oración sobre un trozo de papel. No era en forma precisa una plegaria, pero si un
sentimiento expresando el dolor por saber dónde su pequeño húbose ido. Ello es casi una
afirmación del "koan"; aunque ello proceda sólo de la gran aflicción personal de una madre (y
actualmente, el mundo invisible del Budismo es grandemente la producción del amor de madre).
Esta particular mujer dijo: "¿Dónde ha ido mi pequeño hijo este día, persiguiendo doradas
mariposas?", siendo esto enteramente un concepto diferente de las cosas.
En otras palabras, no es
el problema de que si el alma del niño se encuentra en el limbo, o alguna cosa por el estilo; sino
es que él pueda estar jugando en alguna parte. El niño simplemente se fue a otro mundo.
Este mismo concepto viene igualmente en conexión con la gran fiesta y ceremonia por la
muerte; la cual se realiza con proximidad al Equinoccio de Invierno. En esta época, lo cual en
sentimiento guarda un pequeño parecido con nuestro memorial Día de los Muertos, ese pueblo se
reúne para rendir honor a sus muertos, les recuerda, y ejecutan muchas ceremonias y ritos
interesantes. Y sobre todo, por una simple razón —que les es a ellos bastante evidente— todos
limpian sus casas, y pónense sus mejores ropas.
No hay tristes lamentos por la muerte; todo es
preparado en la forma más atractiva. El pueblo prepara toda clase de simples festejos —botes
con pequeñas bujías de luz flotando sobre los ríos, y cosas de ese género. ¿Por qué? Porque es
parte de su filosofía de vida que una vez por año durante tres días, las almas de sus muertos
regresen. Y si Vd. pregunta a ese pueblo, por qué el muerto vuelve al lugar, ellos dicen que es
muy evidente que ellos regresen: "Esta tierra es tan hermosa, que aun el muerto, necesita
retornar; y nosotros les recibimos con toda la alegría y belleza que conocemos.
Los recibimos de
tal manera que mientras ellos están aquí, sientan que están disfrutando una pequeña vacación del
otro mundo; e igualmente como nosotros tomamos vacaciones en el tiempo de la primavera o en
el tardío otoño, mirando el Monte Fuji; así cada año el muerto tiene una vacación y regresa a
visitarnos; apenas pueden aguardar, porque saben que están yendo a ver la bella tierra donde
vivieron. Saben que van a volver a ver a sus hijos y nietos; gallardos, honestos, probos
ciudadanos. Saben que cuando lean las mentes y corazones de aquellos que aún permanecen
vivos, habrá solamente amor y respeto por el muerto".
Este género de filosofía nace en este diferente punto de vista básico, el cual está resumido en la idea, que nosotros debemos producir nuestra propia realidad. Si queremos un bello mundo,
nosotros podemos a él hacerlo bello. Si necesitamos evolucionar, nosotros debemos evolucionar.
Si necesitamos lograr algo mejor de lo que ya tenemos, sólo nuestra propia labor puede
producirlo. Existe sólo el hombre, su aspiración, su labor, y el mundo en el cual trabaja. Esto no
es materialismo, pero si una filosofía basada firme y sólidamente sobre el concepto del
individual mejoramiento de la propia vida. Este concepto tiene la sustancia de una gran fe, que
también provee al individuo con el entendimiento de cómo adueñarse de su vida, qué acontecerá
cuando él actúe sobre ella, y cómo el total proceso no es por sí solo bello; pero es, en obediencia
a la gran proposición de eternidad, la ley del Cielo.
Por este concepto, es deseo del Cielo que todos los seres cultiven, maduren, guarden
belleza en sus propios caminos, y desarrollen y liberen sus propias fuerzas, que gradualmente
llegarán a un estado que, en lugar de sentir que éste es un terrible mundo, del cual quisieran salir
lo antes posible, adoptarían la actitud de que éste es un bello mundo que ellos han tenido que
hacer hermoso y que aunque ellos deban ausentarse entre una encarnación y otra, ellos volverán
cada año —de acuerdo a esta leyenda por lo menos— y pasarán tres días felices con aquéllos a
quienes han conocido, o sus descendientes. Y cuando vengan, el mundo será también hermoso,
justo como cuando lo abandonaron. Esta es una posición muy fortalecida, pero extraña para
nosotros, y una que quizás no podemos adoptar tan fácilmente, pero con un poco de
conocimiento del concepto o propósito, podremos comenzar a comprender alguna de las
implicaciones de esta clase de mundo.
Ahora, ¿cómo haremos para alcanzar el mencionado fin? ¿Cómo podrá el individuo,
gradualmente desenredarse él mismo de la confusión y la dificultad con la cual él es diariamente
confundido?
El Zen fuertemente recalca el coraje mental, pero como el Dr. Suzuki lo señala,
cuanto más estudiamos la tremenda agudeza del proyecto mental del Zen, más sabemos que este
perfecto proyecto mental es, en cierto sentido, una evasiva; que mientras la resolución de la
mente sea necesaria, la resolución de la mente no surge más allá de la misma. El individuo que se
ve resuelto en algo, debe ser impulsado a ello de alguna manera. La mente puede crear
resoluciones, pero no se pone en acción. La mente puede analizar y criticar, como asimismo,
integrar o desintegrar modelos y formas, pero hay sin embargo una extraña "no-realidad"
alrededor de ella. Por el proceso sólo de la mente tenemos ciertas sensaciones e intensidades,
pero tiene que haber un motivo.
Por lo tanto, tiene que ser algo, lo que provoca e incita a la mente a ponerse en juego, y
nosotros no tendremos nunca cimientos en este mundo, para explicarnos qué causa impulsó a la
mente a ponerse en acción, excepto una cosa, fe. La fe es un algo moviéndose.
Ella es el ejemplo
de las afirmaciones, que tiene la dinámica realidad. La fe sin determinación de la mente, puede
llegar a la nada; pero por dondequiera haya movimiento, tiene que haber un móvil; y el eterno
móvil de todas las cosas es un factor subjetivo que está más allá de todo análisis —un cierto
impulso a la creencia. Esto también se expresa en el impulso de buena creencia. En algún rincón
del alma y substancia de su propia naturaleza, el hombre siente o cree firmemente. Podrían verse
relegados por su objetividad: sumergidos por impulsos, abrumados por tendencias neuróticas, y
aparentemente desalentados y perdidos en sus luchas por la vida; pero en el fuero interno
siempre existe la eterna determinación a creer. Esta determinación a creer, se apoya en la base de toda fe y la substancia de toda filosofía. También yace en el fondo de la tremenda dinámica
mental del Zen.
Ahora bien: la fe, es una cosa muy interesante, pero cuando Vd. habita en un universo
Budista, en ¿qué tiene Vd. fe? Vd. no tiene fe en Dios, porque el Zen no acepta a Dios, según
nuestro concepto. No tiene fe en Buddha; eso seria peor. No tiene fe en sí mismo, porque Vd. es
simplemente un conjunto de características diferentes. Por lo mismo, no teniendo fe en sí mismo,
no teniendo fe en el mundo, no teniendo fe en una Deidad ¿dónde se encuentra entonces la base
de dicha fe? Aquí el Zen acude en nuestra ayuda, estableciendo simplemente, que la más grande
fe de todas, es la fe que no tiene objeto. Ahora, esto es formar un abstracto, ya lo sé; pero éste es
el concepto del Zen.
Por lo tanto, nosotros tenemos una fe, pero no en cosa alguna que sostenga dicha fe; sin
embargo permanece. En una palabra, tenemos una fe que nada nos pide para la demostración de
sí misma. Podemos decir que tenemos fe en principios, en la ley, o en verdades universales que
nosotros no concebimos, pero sin embargo, tenemos fe en ellas.
Esto es tender un pequeño
puente al punto de vista del satori o la iluminación. Podemos decir "Yo tengo fe en una
sabiduría. Yo no lo tengo realmente experimentado, ni me doy cuenta cómo puedo centrar mi fe
sobre ello: no puedo siquiera tomar cuenta de ello. No sé lo que sacará a luz porque ello es
infinito sólo por la razón que está más allá de mí. No sé de dónde el infinito vino; no sé por qué
vino: no sé siquiera dónde está; y no sé adónde se dirige; pero sé que existe". Este es un paso en
dirección al punto de vista del satori. Pero aún más directa, es la fe que simplemente es,
constante realización. Es en realidad el calor de la moción de vida. Dicho calor provoca un
impulso, y el calor de una creencia es el que provoca, en la mente, acción. Ello puede ser
solamente el calor de un deseo por creer, o el calor de lo subjetivo que gusta simplemente decir,
"Qué es, yo no sé": si yo guardo en mi interior, lo que inevitablemente siento".
Esto, entonces, llega a convertirse en la base determinante mental, en la cual el Zen está
fuertemente interesado —la fe no dirigida objetivamente.
Este es un punto en el Zen que pienso,
es ampliamente aplicable a Occidente; que podemos traducirlo como: que el hombre no debe
asociar su fe con las cosas, él no puede poner su fe en cosas en las cuales los elementos no reales
son tan grandes, que su fe casi siempre terminará en una aburrida pesadumbre. Una fe asociada a
cosas causa dolor, pero una fe por sí misma, que no fue inducida por nada, no puede doler. La
virtud o fuerza de la fe, perdura.
Teniendo establecida la fe como el primer móvil del individuo, podemos ir al próximo
punto, y que es: ¿cómo podremos obtener a través del Zen, coraje directo? Nosotros podemos
quizás hablar un momento sobre este concepto del Zen, porque aquí tenemos algunas cosas
tangibles o palpables, sobre las cuales edificar.
El Zen en Japón vino gradualmente a ser la
principal filosofía religiosa de los samurais. Al aclarar la palabra samurai, nosotros podríamos
decir, que el más cercano equivalente en el Occidente podría ser únicamente, el de las órdenes
medievales de caballería o caballeros de la capucha; o los caballeros europeos, conocidos como
Los Caballeros del Rey Arturo o Los Paladines de Charlemagne, los que podrían guardar alguna
semejanza con los samurais. El samurai estaba asociado con un príncipe gobernante nativo,
usualmente llamado "daimio", o el "gran hombre", o el "hombre importante"; el samurai no era necesariamente un soldado, pero le defendía. Con el tiempo, la posición de los samurais fue a la
deriva, como sucedió con otros tipos de órdenes caballerescas, hasta desaparecer quizás en forma
mala; pero en esa era dorada de los samurais, los mismos eran gentes que, en un extraño sentido,
practicaban el Zen.
Primero de todo, un samurai era un individuo que vivía sometido a su Señor o Daimio, o si
se quiere a su Príncipe feudal. Este sentimiento era absoluto. Su vida no le pertenecía, pertenecía
sólo a su Príncipe. El no retenía absolutamente nada para sí mismo; no tenía vida personal, vida
privada, ni relaciones, ni familia; todo era para él, rendir fidelidad a su gobernante. Por su
gobernante él podía morir en cualquier momento sin dudarlo, considerando no sólo que fuera su
deber, sino su privilegio. Tanto, que él gradualmente llegaba a ser en forma total, un ente sin
personalidad propia. Carecía completamente de intereses personales.
Él no tenía simpatías o
aversiones, porque cualquiera de esos sentidos interferían con su deber.
No establecía lazos ni
vínculos por la misma razón; y cada vinculo que él pudiera en cualquier momento establecer, era
formalizado siempre en forma secundaria, con la total convicción de que debía ser disuelto en
cualquier momento que el deber lo impusiera. Frecuentemente, el más anciano samurai, cuando
su período de servicio tocaba a su fin, se convertía en monje y agotaba el resto de su vida en
meditación.
Como resultado del peculiar desprendimiento de todo temor individual, que fue uno de los
elementos de la tradición, el samurai era, en batalla o en un combate armado, el adversario más
peligroso en el mundo. No habiendo en si ningún temor, en él existía sólo un estado de continua
coordinación. Cuando desenvainaba su sable, dejaba de existir para sí mismo; él se transformaba
en su propio sable, y el sable era el símbolo de su honor. Por tanto, cualquier parte de sí mismo,
simplemente se identificaba con la labor que era llamado a realizar en un momento dado.
En la
guerra o en la paz, en un momento de fortaleza o debilidad, era siempre igual. Hay muchas
historias interesantes acerca de esos samurais, viniendo estrepitosos sobre la escena, cabalgando
mortales; aunque uno de esos corpulentos guerreros, personas tremendamente poderosas, podía
en alguna emergencia, detener su caballo en una pequeña granja, ir hacia ella, y con el amor, el
cuidado y la ternura propia de una madre, asistir a una mujer en su labor de alumbrar un niño;
habiendo cumplido, poníase su armadura o coraza y se internaba otra vez en la noche. Este era
un samurai, ... extraño ser.
En Japón hubo millares de semejantes seres, y practicaban el Zen en un cierto modo. Ellos
representaban esta extraña y absoluta dedicación al deber; y su Zen era esencialmente el factor
que en esta dedicación, se sintieran completamente para sí mismos, destruidos. Ellos realizaban
toda clase de buenas obras. Eran asequibles a cualquier necesidad que surgiera. Servían grandes
causas, y muchos de los más grandes samurais, nunca desenvainaban su sable.
Con todo esto,
guardaban fidelidad a algo más allá de ellos mismos, al deber. Y por qué, como los antiguos
escritos nos dicen, esos individuos no conocían el miedo; absolutamente consagrados,
completamente indiferentes a sus propias necesidades o condiciones, siguiendo una estrella que
resplandecía brillantemente —y esa estrella era el código del samurai —ellos eran prácticamente
invencibles en todo. No existía parte alguna en ellos que permitiera penetrar enfermedades,
maldades o sufrimientos. Vd. podría matarles, eso es cierto, pero nunca podría abatirles. Y un
viejo texto nos dice el por qué; él nos explica, “El hombre que se olvida de sí en el servicio de una causa más grande que él mismo, es ya de por sí, inmortal. No hay nada que Vd. pueda
hacerle a él”.
Por el momento, esto es un poco fuerte para la forma de pensar de Occidente, pero el
principio queda por nosotros a considerarlo; a saber, que para Occidente, el Zen será valioso, si
él nos ayuda a desatar el lazo que a la mayoría de nosotros nos ata a nosotros mismos.
El
individuo más inestable es aquél, que sólo se sirve a sí mismo, o que sólo piensa en sí mismo, y
que por así decido, crea en sí mismo, una especie de Don Quijote, dedicado a ser errante
caballero de sus propias ilusiones, y resuelto a vivir sólo en un patrón de mundo que él inventa.
Esta persona es extremadamente débil. Es vulnerable a todo. En otras palabras, dicho individuo
es también vulnerable hasta el grado que sus pensamientos, su mente, cualquier cosa que él tiene,
depende indefectiblemente de la providencia. Vivimos aquí, esperando por las "auroras", y más o
menos convencidos que la paz en el mundo y la seguridad en nuestras propias vidas, depende de
una sola cosa, a saber: de lo que acontece a nuestro alrededor. Estamos enteramente interesados
en orientamos sucesivamente hacia cosas que se encuentran fuera de nosotros, interesados en que
las cosas externas nos sean satisfactorias, que nos sostengan y nos mantengan; que por cualquier
camino que ellas vayan, nosotros vamos, y como ellas están yendo en varias direcciones,
encontramos en nosotros mismos quizás un estado de confusión.
El principio Zen, por eso, está representado por el entrenamiento del samurai y el Código
de Bushido, y es, que todo el mundo debe dedicarse a alguna cosa, más allá de sí mismos. Ello
puede estar ligado a algo superior, y en Budismo, esto es la integridad universal en sí.
El
individuo debe vivir para un ideal superior a su propio ser, no por algo de su misma estructura.
Debe vivir siempre en lo alto y fuera de sí mismo, pero la cosa por la que viva y con la que viva,
sea aún más grande que él "ahora" —cualquier cosa puede ser más grande que el reconocido
estado, ya obtenido o alcanzado, de la persona. Si no fuera, el individuo se encontraría en la
difícil situación de experimentar pararse quietamente en algo que está siempre moviéndose. Esto
no puede hacerlo, él debe, ya sea, moverse guardándose de caer, o caerse; él no puede pararse
tranquilo.
Ahora llegamos a un punto en el cual una analogía muy interesante tiene que ser revelada.
En un libro de bosquejos de Hokusai, hay un dibujo de un artista, frenéticamente pintando con
cinco pinceles al mismo tiempo.
El está tendido de espaldas, con un pincel en cada pie, en cada
mano, y un quinto en sus labios; está desesperadamente ocupado en pintar. Este cuadro introduce
en nosotros, una faz del Zen que podría llamarse "El Zen de la gloria del pincel"; y aquí vamos
hacia el interior de otro pequeño fragmento de la filosofía Zen, la cual pienso tiene un
significado de consideración para nosotros.
Toda comunicación, de acuerdo al arte, es realizada por dos medios, ambos íntimamente
relatados en Oriente. Por escrito, nosotros comunicamos una idea; por pinturas, comunicamos
apariencia, forma o relaciones. El pincel por lo tanto se convierte, en cierto sentido, en el
instrumento de dos distintas realizaciones. Una, es este descenso formal de conocimiento mental,
la cual es sugerida por la determinación mental del Zen; la otra, es la representación fluídica, en
la cual las emociones se ponen profundamente en acción; y que es el cuadro.
En China originariamente, la palabra por escrito y un cuadro eran lo mismo. Por supuesto,
en China como en Egipto, la escritura empezó con la pictoestría, una figura representando un
objeto. Gradualmente, sin embargo, la escritura china convirtióse en un gran arte por la
comunicación de la idea, la perpetuación de la historia y su registro. Describiendo esto
lentamente llegó a producirse una diferencia de ello; y en ambas, Japón y China, hay una grave
cuestión, sobre cuál posee belleza —la inscripción o el cuadro. Frecuentemente ambas están
combinadas, porque ambas representan esos dos planos de comunicación —la primera, la visión
de la mente; y la segunda, la visión del corazón—.
La visión de la mente es la lectura de las
letras; la visión del corazón es la lectura del cuadro; y un cuadro es una carta en formas, y las
cartas son cuadros en palabras. Por eso, la una se convierte en el inevitable correlativo de la otra,
y el individuo, en el desarrollo de su propia percepción intuitiva, trabaja con dos moldes. Así, de
cosas vistas con una de las facultades de visualización, nosotros ganamos dos instrumentos
completos de acepciones, porque las letras nos comunican ideas, y las formas nos comunican
sentimientos o moldes, los cuales son otra forma de idea.
En el Zen, la calidad de la pintura debe ser absoluta —que es, negro sobre blanco—.
Los
maestros del Zen no añadieron otro color, excepto quizás en unos pocos casos donde una muy
pálida tonalidad fuera necesaria. No querían que el color pudiera añadir gordura al esqueleto del
Zen. Negro y Blanco es un arte de estructura; un arte de huesos o de bases; en otras palabras, es
un arte de forma esencial. Si el gran artista es ciertamente un maestro, él puede realizar el cuadro
en negro y blanco y Vd. verá el color, Si él no es un maestro, colocará todos los colores para
convencer a Vd. que no eran necesarios para ver el negro y el blanco, porque él no sabe dónde
aplicarlos. Si él está absolutamente seguro, puede realizar su cuadro en negro y blanco; si él no
está seguro, cubrirá su poca consistencia con color. Ello es lo mismo en las demás cosas de la
vida, Si nosotros estamos seguros de algo, podremos expresado en una oración; en cambio si no
lo estamos, escribiremos un libro acerca de lo mismo; y así fabricamos cosas adornadas— para
cubrir la carencia de sabiduría, más bien que para mostrar la abundancia de la misma.
En el arte absoluto por esto, tenemos el mismo medio que tenemos en el arte de escribir —
el negro en sus varias graduaciones.
Ahora, escribiendo o pintando, dichas acciones son llevadas
a cabo por el otorgamiento de vida del pincel. Un maestro del Zen dijo que cuando un gran
artista está pintando, si Vd. pudiera tomar la espada y cortar el pincel por el medio, el mismo
podría sangrar exactamente como sangraría un brazo, porque su propia sangre está en el pincel.
Hay ya no un hombre con un pincel; hay simplemente un hombre extendiéndose como pincel.
Este es el resultado, nuevamente, de la habilidad de borrarse a sí mismo —en idéntica forma que
el samurai. Para el gran artista, como para el gran filósofo, el pincel es su espada, y con él lleva a
cabo conquistas. Así el honor del pincel y el honor de la espada son equivalentes.
En este particular concepto, el pincel se convierte en un algo misterioso. El pincel usado en
el arte Oriental es algún tanto diferente del que tenemos aquí en Occidente.
Él es usualmente un
anillo de cerdas, que pueden unirse en una punta. El uso del pincel es determinado por un vasto
número de trazos inherentes, dentro de la estructura del mismo, o posiblemente elaborado en
virtud de su misma estructura. Con él es perfectamente posible hacer casi cualquier cosa, líneas,
masa o color, casi a la par de una varita mágica. Todo depende de tres factores. El primer factor,
el Oriental lo conoce o lo aprende en su infancia, porque aprende a escribir con un pincel; eso es, como un artista, él no tiene que ganar esta habilidad posteriormente.
La segunda cosa, es que tiene gradualmente que alcanzar ese punto de pericia, donde él ya
no es consciente del pincel. Lo dicho lo tenemos representado en nuestra vida Occidental, por un
gran pianista. Un individuo que toca un piano soberbiamente, mueve sus dedos
inconscientemente. Conscientemente no le seria posible controlar sus dedos con la rapidez
requerida por la obra ejecutada. Una instantánea comunicación le es impulsada a sus dedos. Lo
mismo le sucede al artista Oriental con su pincel. La perfecta coordinación de conciencia con el
pincel permite al mismo ejecutar las más maravillosas y misteriosas acciones con una absoluta
certeza,
El pintor no puede sentir temor por temor a destruir su arte. No puede tener dudas, ni
motivos ulteriores. El no puede detenerse en la mitad de su pensamiento y decir: "Yo desearía
saber si al comprador le agrada mi obra". Debe trabajar continuamente sin interrupción.
La tercer cosa, es que el artista debe trabajar con una completa visualización interna de lo
que desea llevar a cabo.
Si él hace todas estas cosas y las hace soberbiamente, el resultado será
una obra maestra, aunque su composición resulte tan sencilla que podría creerse que un niño
pudiera realizarla. Pero aun con años de esfuerzo sería imposible copiarla, porque figuradamente
hablando el cuadro no está realmente realizado sobre el lienzo, él tiene que ser sacado
enteramente de la mente del artista.
El cuadro sobre el lienzo es meramente la proyección del
artista, él no es un cuadro por sí mismo, pero sí un tema extraído de la conciencia de su creador.
Este es el por qué un arte de esta calidad nunca es literal. Este es también el por qué, las
montañas que Vd., ve en un cuadro, no son las montañas de este mundo. Toda cosa es acarreada
a través de la conciencia del artista; y es casi imposible en esta gran escuela de arte, encontrar en
este trabajo, cualquier evidencia que nos demuestre que el artista estaba neurótico. Los moldes
que él trae a través de sí mismo no son malos, pero sí moldes con un extraño sentido de
intención. Toda cosa traída así, hace que la persona mirándola pueda llegar a ser mejor. Esto es
debido al simple hecho de que el cuadro fue pintado por el artista en el momento cuando él era
mejor. El artista en la producción de su trabajo, usó de la meditación hasta el grado, que él pintó
desde la cúspide de su propia conciencia, Ahora, éste no podría ser el mismo nivel que el de otro
artista; y esos grados o cúspides de conciencia en el arte chino, están generalmente divididos en
diez o doce grados; pero cualquiera sea el plano de conciencia con el cual el artista está pintando,
él pinta siempre desde el grado más elevado, desde el mejor, desde aquel que él más cree se
aproxima a lo propuesto por el cielo mismo. Esto hace que su arte sea muy importante,
Cuando el hombre, en su ordinario camino de la vida, ensaya pintar el cuadro de su propia
vida, él prueba usar los cinco pinceles.
Ellos son los cinco elementos que se conocen en el
Oriente como los cinco componentes, desde los cuales el mundo fue creado. El hombre pinta
también con los cinco sentidos, y más, él pinta con los cinco maestros imperiales del cielo —los
cinco planetas—. Pinta, como él podría ejecutar música de acuerdo con un universal y armónico
sistema. Y en dirección de ejecutar esto, él debe ganar cierta percepción dentro de sí mismo,
haciéndole saber, qué está haciendo y cómo él lo hace.
Para nuestros propósitos, quizás una de las más simples analogías, es lograr, que el
coordinador mental de nuestras propias naturalezas sea mantenido por los cinco sentidos, y en cambio, este coordinador dentro de nosotros mismos acciona libremente hacia fuera a través de
las cinco facultades sensoriales. Justa como seguramente, ellos transmiten hacia dentro, así como
también transmiten hacia fuera. Nosotros hemos tratado en otras ocasiones, que eso que
llamamos facultad de conciencia es el derivado de una combinación de circunstancias. Una
actitud o facultad ejecuta un impacto de conciencia; porque la energía accionando en el interior
de tal actitud, tiene un objeto.
Entonces la materia (facultad o actitud) y el objeto (la cosa
pensada o vista), unidos, desembocan en un estado de conciencia meritorio. Consecuentemente,
el mundo observado desde su parte exterior, es sólo aquello que las facultades son capaces de
interpretar Si pudiéramos preguntar, si el mundo es parecido al individuo, cuyas facultades están
totalmente latentes, la respuesta simplemente sería, que la persona podría estar dormida, y
entonces no sería mundo. Por lo tanto todo lo externo existe para nosotros, solamente por causa
de nuestras facultades.
Ahora, esas facultades por medio de las cuales nos enteramos del mundo externo que nos
rodea, no son infalibles. En realidad, no sabemos aún que ellas estén realmente. Sabemos que
existen en diversos grados; las facultades de diferentes personas no son idénticas en sus
asignaciones de fuerza. Sabemos que esas facultades no pueden ser completamente diferenciadas
a la persona que las posee, y sabemos que cualquier facultad está sujeta a una condición
hipnótica por el coordinador mental.
Sabemos que si el coordinador mental dice a los ojos, "no
miren", los ojos no mirarán. Sabemos que si el coordinador mental dice "no oigan", los oídos no
oirán. También, sabemos que este coordinador central, puede obligar a las facultades a tener una
cierta diferencia arbitraria o dispersión de sus fuerzas. Esto puede ser ilustrado por el problema
de interés e indiferencia. Nosotros podemos estar en medio de diez cosas, pero si ocho de ellas
no significan nada para nosotros, sólo veremos dos. Y aun viendo las otras ocho, realmente, no
prestamos atención a lo que estamos viendo; no nos informamos; no estamos interesados. Las
otras dos cosas nos interesan; por lo tanto, puede haber un super-interés.
Las facultades no pueden ser diferenciadas del complejo mental que las utiliza. Por esto,
cuanto sabemos está ocurriendo alrededor de nosotros, lo conocemos sólo a través de nuestra
propia indiferencia o interés, a través de las presiones registradas en el interior de nuestro propio
ser.
De este modo, las facultades son el resultado por el cual la presión del interior acciona hacia
afuera. Ellas también son el resultado por el cual, las presiones del mundo actúan sobre nosotros.
Cada facultad es por eso, un puente con un tránsito de intensidades que viene por dos
caminos. Como resultado de este factor de interés e indiferencia en el uso de nuestras facultades,
muchas personas viven su vida entera en un mundo donde nunca realmente llegan a conocer
nada de lo que les rodea. Ellos viven con otras personas que nada saben acerca de ellas mismas,
porque la primera persona es incapaz de transmitir desde su interior alguna cierta semblanza de
su propia naturaleza.
Consecuentemente, en lugar de tener la libre relación de ideas, las cuales
creemos tener; más bien que estar en condición de ver cualquier cosa que necesitamos ver,
encontramos que hay un censor sobre cada facultad —un censor impuesto por ciertas cosas,
dentro de nosotros mismos.
¿Qué es en realidad la principal fuerza censora dentro de nosotros? Sabemos que un gran
número de personas tuvo recientemente que estar afligida, está ahora afligida, o estará afligida en el casi inmediato futuro. Esto es, en verdad, el confuso estado dentro del cual vivimos. Si
nosotros preguntamos, "¿Cuál es la gran causa singular de aflicción en el mundo?" — El Zen
podría responder: la actitud. Detrás casi siempre de toda aflicción, hay en cierto modo una
actitud. Una actitud es un punto fijo interno, que anima la cambiante existente en la cual un
individuo vive. Los chinos dicen que una actitud es parecida a un hombre tomando un sello de
piedra e imprimiendo con él sobre el agua. Él siempre espera tomar una delicada y limpia
impresión y nunca lo logra. John Taylor, el europeo "Poeta del Agua", se refiere a ello como
"escribiendo sobre el agua", como punto de vista escolástico Occidental. Esta idea de actitud, en
términos del Zen, significa que el individuo dejó de moverse.
Una actitud puede ser una gran cosa o una pequeña cosa — puede ser un obstáculo mayor
o un obstáculo menor; pero dondequiera hay una actitud, la circulación de vida es perjudicada.
Qué sería un hombre sin actitudes; cómo podríamos existir sin tener actitudes. El Zen podría
decir que, puesto que la finalidad del mismo es que no exista, lo mejor por hacer es
desembarazarse de la actitud. Esto es porque lo que denominamos "existencia" simplemente
significa tener actitudes, ésa es nuestra dificultad. Nosotros no pensamos de la existencia, como
una magnífica vida en el espacio mejorando nuestras almas; pensamos en ella como en una
contienda desde la cuna hasta el sepulcro, ensayando tener éxito en medio de alguna cosa donde
el fracaso es inevitable. En otras palabras, nuestra actitud es ir cuesta abajo tan lentamente como
sea posible; y si nosotros somos altamente competitivos, tratar de llevar tantas como podamos.
Esto es actitud; y ésta es la raíz del problema.
Ahora, las actitudes, no son necesariamente buenas o malas. Hay en este mundo algunas
que son realmente hermosas. Algunas de las más nobles cosas que hemos logrados, han sido
realizadas por actitudes bellas; pero tenemos que damos cuenta que una actitud es un detenerse
en alguna parte. Con una actitud, la mente se moldea y entonces se vuelve adicta a alguna faz de
su propia creación. Es una especie de auto-adoración; la mente, repentinamente se encuentra
abrumada en la importancia de su propio pensar. La real dificultad con este problema de actitud,
es que ella hace detener la circulación de la vida, se interfiere con el hecho que uno persigue ... y
desde ahora podríamos ser mejores personas que las que somos. Podríamos saber más, pensar
más, y ser mejores; pero si tenemos actitudes en exceso, lo antes dicho no se manifestará. Una de
las principales funciones de la actitud, aparentemente, es atajar al individuo, impedir que escape
de sus conclusiones presentes sobre las cosas. Él gradualmente desarrolla una lealtad hacia la
actitud.
Puede desarrollar una lealtad hacia una actitud histórica, o puede amarrarse a sí mismo a
alguna actitud contemporaria; pero una actitud contemporaria de sólo seis meses de tiempo, es
una actitud difunta. La actitud es un "detenerse", quebrar el ritmo.
Actualmente, es perfectamente posible vivir sin actitud y no tener dificultad, pero para
lograr esto, debemos hacer una de las cosas que el samurai hizo —depositar nuestra fe en algo
más allá de nosotros mismos—. En el momento que nuestra actitud no significa nada para
nosotros, porque nuestra atención está puesta en algo más elevado, entonces nosotros estamos
libres de esta fijación. Por supuesto, como el Zen lo puntualiza, la verdadera libertad de la
actitud, tiene tendencia a convertirse en una actitud de por sí. Somos constantemente apresados.
Y la razón por la cual somos constantemente apresados es que una actitud está arraigada
nuevamente en un egoísmo.
Mientras tanto tengamos ego, tendremos actitudes, porque ellas proceden del ego.
Mientras
tanto tengamos actitudes, de cualquier modo, tendremos ego, porque las actitudes se perpetúan
en él. Es la actitud y la actitud solamente, la que establece una personalidad dentro de nosotros; y
esta misma personalidad, es la mortal enemiga del movimiento universal, el cual es nuestra
verdadera vida y la verdadera razón para nuestra existencia.
Surge de esto, el problema de una actitud moviéndose dentro de una manifestación a través
de la maestría de la vida. Nuestras facultades, nuestras fuerzas —todo lo que conocemos— son
los instrumentos de esta actitud; y con esta actitud pintamos el más importante plan general de
vida, y tomamos las mayores decisiones de la vida. Y con la actitud dentro de nosotros mismos,
pintamos nuestro propio destino, por lo menos, nuestra propia condición inmediata, porque lo
que estamos haciendo es usar las facultades como pinceles dibujando cuadros de nuestro propio
contenido psíquico dentro de nuestro medio ambiente. El individuo dice, "Yo no me siento bien";
mira fuera de su ventana y dice, "Terrible mundo, ¿no es cierto?". Esta es su propia actitud, y con
esta actitud como implemento, él ha pintado una situación mental proyectándola.
Así el mundo
alrededor nuestro, y todas las cosas que nosotros hacemos son, en la realización del Zen, dibujos
ejecutados por los pinceles de las actitudes. Muy cuidadosamente, dibujamos cuadros de nuestras
actitudes y entonces cristalizan dentro, estructuras que son nuestra manera de ser.
Ahora, como esto sucede y ello sucede siempre en alguna medida, esas actitudes que
hemos inducido a ser cristalizadas alrededor nuestro pueden ser percibidas por otra persona. La
Psicología tiene considerado este punto, pero no lo toma aún bastante en cuenta. La vida de un
hombre es un cuadro de sí mismo. Eso tiene que ser. Cada hombre pinta desde la cumbre de sí
mismo, como el Zen lo dice, y también nosotros podemos mirar qué tiene pintado y saber qué ha
hecho positivamente.
La actitud —mundo complejo— en otras palabras: la actitud de todo el mundo acerca de
todas las cosas, es la esencia de ese original, magnifico retrato de Bodhidharma, el hombre
envuelto como en un cascarón que parece un huevo grande, con sus dos severos ojos y un muy
fijo mirar, y también una nota caprichosa. Y hablando de una nota caprichosa, yo pienso que
nosotros deberíamos presentarle algo, que usted ocasionalmente encontrará entre los juguetes
orientales, y eso es la Señora Daruma, y —hagámosle frente— historia ésta un poco oscura
acerca de ella; pero hay una mujer equivalente, envuelta en su mismo cascarón, pero con menos
intensa expresión.
"El Señor y la Señora Daruma" son frecuentemente representados lado a lado.
Esta es por cierto una fantasía oriental. Daruma tenia la reputación de haber estado sentado
durante nueve años, dando la cara a una vacía pared, sin hablar; y la Señora Daruma está
considerada por lo tanto, aún más heroica; porque para una mujer estar sentada nueve años
dondequiera., sin hablar, es considerado un muy alto grado del Zen.
De todos modos, Daruma es el símbolo de la proyección de nuestro plano; imagen del Zen
sobre el mundo. Cualquier cosa que nosotros pintamos; seamos nosotros banqueros o artistas o
músicos, o sea que nosotros seamos maestros de escuela o amas de casa o cariñosas abuelas —
sea la que fuere la imagen que es proyectada de nuestras propias actitudes dentro del mundo que
nos rodea, convirtiendo el medio ambiente en el cual vivimos, en una imagen de Daruma. Ahora,
esta imagen de Daruma, para muchas personas se asemeja mucho a los cuadros que nosotros vemos — una imagen un poco sombría. El individuo mirando la parte exterior del mundo, el cual
es la proyección de sí mismo, ve algo que le devuelve su mirada con un poco de desagradable
desprecio.
Pero como nosotros profundizamos el tema, nos damos cuenta que como crezcamos o
evolucionemos, nosotros empezaremos a cambiar la apariencia de la imagen de Daruma. La
reflexión de nosotros sobre el mundo es modificada por nuestra propia ascensión en
entendimiento, hasta que finalmente la severa cara cambia en una de extraordinaria nobleza.
Como nosotros evolucionemos en sabidurías, este amenazante mundo gradualmente se
convierte en lo que él estaba prometido a ser — el gran maestro, y el gran maestro enseña a
través de la amenaza. Aquí, nuevamente, hay un paralelo entre Daruma y el mundo, o la
naturaleza. Daruma nada explicó; tampoco lo hace la naturaleza. Daruma no se mostró blando en
su reacción ante la estupidez de sus discípulos. El discípulo aprendió o no, aprendió. Esto, otra
vez, es naturaleza. Conejos, osos y vacunos, tienen que aprender el mismo camino. Daruma
nunca castigó a nadie sin causa; tampoco lo hace la naturaleza. Y si un hombre preguntóle una
estupidez. Daruma le respondió de igual manera; así lo hace la naturaleza.
Si el discípulo dijo,
"Maestro, ¿cómo obtendré la iluminación?" Daruma usualmente contestaba con algún extraño
enigma; Daruma nunca exigió a nadie que fueran buenos, justamente, como la naturaleza lo
hace. Y la naturaleza, otra vez se parece a Daruma; es para el hombre sabio, el gran maestro;
para el hombre tonto, el brillante legislador; y para el pequeño niño, el delicioso juguete.
Así Daruma, es su misma imagen proyectada sobre la naturaleza, y ella es forzada a tomar
el aspecto de la proyección que nosotros mismos hemos hecho. Si nosotros miramos a hurtadillas
afuera, desde bajo el filo de nuestra propia neurosis, encontraremos dos verdaderos ojos
neuróticos mirándonos desde el espejo de la naturaleza. Lo que nosotros somos, nosotros vemos;
lo que nosotros somos capaces de proyectar, crea el mundo en que tenemos que vivir.
En lugar
de reconocer en Daruma meramente a un viejo sabio, que vivió hace tiempo, el íntegro concepto
del Zen es hacer de él, el siempre viviente factor de una realización. Y la verdadera naturaleza de
Daruma, la áspera y rigurosa, también se encuentra en la natural instrucción de la humanidad. La
larga jornada del remoto pasado, no ha sido fácil, ella pudo haber sido una mejor travesía, si
hubiéramos comprendido más; pero desafortunadamente, no lo entendemos hasta después de la
travesía; y esto, otra vez, es parte de cómo obra la naturaleza.
Nosotros tenemos que recordar, esto es, que no importa cómo miremos fuera de nosotros
mismos; aun cuán fugaz sea la mirada, como cuidadosamente tratamos de evitar la distorsión, no
importa donde miremos. Nosotros no podemos evitar la distorsión, porque la fuerza al mirar es
por sí misma deforme. Pero fuera de esta distorsión, puede venir una cierta habilidad para crear
un modelo de conducta constructivo. Si la cosa en la cual nosotros pensamos, vemos que no es
ciertamente así, venimos a creamos un problema de ilusión; pero aquí nuevamente, no podemos
seguir muchos ciertos conceptos religiosos de ilusión. Lo que nosotros vemos no es nada que no
tenga existencia.
Nosotros no miramos una montaña y decimos, "no es una montaña". Sería muy
tonto. Ello es tan malo como el individuo que miró a un oso y dijo, "no es un oso", y unos pocos
minutos más tarde, el oso dijo, "no hay más hombre". Esta no es respuesta al problema. Pero el
punto que tenemos que tomar en consideración es que el universo cualitativo, el universo no de
formas, sino de sentidos, es puramente subjetivo. El significado está dentro de nosotros, sea que
la montaña significa alguna cosa, o lo que significa, no es porque ella está aquí, sino porque nosotros estamos aquí. Desde el momento que el individuo tiene un concepto equivocado, su
actitud es equivocada; y todo lo exterior a él, mal enfocado. La actitud, impulsando a la acción,
induciendo a la acción equivocada; y cada acción por turno, crea más intensidades a mantener
una actitud equivocada, hasta que finalmente la persona se interna sin esperanzas, confusa, en
una vida que perdió para ella todo significado.
Para sobrellevar esto —y hacer algo con ello— acudamos a ciertos recursos del Zen y
ensayar que ellos nos den resultados en nuestras propias vidas. Primero de todo, la actitud tiene
que ser apoyada, porque una actitud que no es vitalizada rápidamente, deja de ser una actitud.
Una actitud es algo, que debe convencerlo continuamente; de otro modo ella se marchitará. La
razón por la cual perderá valor y se marchitará es que ella no es esencialmente una cosa viviente
o vital arraigada en la gran acción de la existencia, pero si un ladrillo a vivir. Para que este
ladrillo permanezca intacto, él tiene que ser protegido y cimentado, porque el proceso inevitable
de la naturaleza, es corroer cualquier actitud.
La experiencia le ataca, los juicios le atacan, la
historia le ataca; la filosofía le ataca, pero la actitud puede sobrevivir muchos de esos choques,
mientras sea ella sostenida por el ego.
Ahora, ¿por qué cimentamos una cierta clase de actitud? ¿Por qué confiamos en ella?
Porque ella apoya, o sostiene un gran proyecto de actitud o preconcepción que se halla dentro de
nosotros mismos y que se ha ido desarrollando en un período de tiempo. Una actitud es una
constante serie de edificaciones. El Zen adopta la actitud de que la "actitud", es parecida a una
serie de perlas engarzadas en un cordel. Si Vd. sostiene el cordel en alto, ellas pueden ser
miradas como magníficas y luminosas perlas, pero cuando se les examina atentamente, ellas son
sólo una secuencia de perlas dispersas.
Los viejos filósofos judíos puntualizaron esto, cuando
dijeron que, lo que nosotros llamamos la continuidad de conciencia, no es algo que fluye, sino
una serie de yuxtaposiciones o sea de contigüidades. Ello no es algo que continúa desde lo previo
a lo subsiguiente, sino algo que se repite o vuelve a declararse, no teniendo existencia salvo en su
propia repetición. Lo que parece ser la continuidad de conciencia, es sólo la secuencia de lo que
ya se había repetido. Por eso, en realidad, ninguna actitud tiene existencia excepto en este
momento, aun cuando aparente haber sido alentada durante cincuenta años. No hay momento en
la vida de un individuo, en que una actitud no pueda ser quebrada. No hay un momento en la
vida de cualquier ser viviente, en que una actitud tenga tanto valor como para forzar a la
conciencia que la acepte. Ella (la actitud), tiene sólo el grado de validez de un más amplio
proceso mental de fijación. Ella no surge en la conciencia; surge sólo en una fijación mental.
Muchas personas están sufriendo por sus actitudes, y el Zen por eso toma mas bien
seriamente la aclaración, con la cual empezamos esta conversación —es decir, cómo el
carpintero hizo la caja—.
Ello afirma que el comienzo de la liberación de la actitud, lo cual en
este caso es el principio de la edificación de algo mejor, es que el individuo gradualmente
deseche esos procesos por los cuales la actitud llega a ser fijada. La actitud, siempre tiene algo
ulterior que satisfacer. Ella nunca es completamente honesta, aunque pueda parecer serlo. Una
actitud siempre tiene algo que ganar, o que esperar, o vengar, o luchar en contra. Ella nunca es la
simple, clara acción de la vida por si misma.
Nosotros comenzamos, entonces, con algunas simples actitudes y vemos qué se puede hacer para romper con ellas. La primera cosa que nuestro amigo Ching, el carpintero, hizo
cuando se le encargó hiciera una mejor caja —una caja que iba a ser tan bella que pudiera creerse
que él tenia una ayuda superhumana— fue separarse del concepto de superiores e inferiores. Así,
una de las cosas que nosotros podemos todos hacer, es damos cuenta que con esto, Ching estaba
pensando o trabajando con el estado en el cual modelos artificiosos, ya no eran regla de
conducta. Ya no existía un Príncipe de Lu; ya no existía el hombre poderoso o el no poderoso.
Ahora, quitándole a la vida lo grande y lo pequeño, habremos quitado todo aquello más poderoso
a nosotros mismos. Si restamos todo lo pequeño, restaremos lo menos poderoso. Si quitamos a
ambos, entonces el ser no tendrá importancia, porque el ser es solamente importante en términos
de ser menos que otro ser o más que otro ser. Nosotros podemos siempre aspirar a que seamos
aceptados por el más grande, podemos siempre agradecer que nosotros seamos mejor que el
menos. Pero cuando ninguno de éstos nos incumbe, somos libres.
Piense en lo que podría significar para algunas personas; si ellos ya no sintieran que deben
adular a nadie —sin embargo, ellos no tienen por qué hacerlo, no tenemos por qué sentir que
debamos hacerlo. ¿Por qué sentimos que ello debemos hacerlo? Porque complacer a otros es un
símbolo de nuestra propia superioridad; es una satisfacción propia que es buscada. Nos parece
oír a la gente decir, "Qué buen hombre es él".
He ahí el pago; pero él no significa nada. No
obstante nos rompimos el alma ensayando conseguir esas pocas palabras bondadosas.
Desde el momento que no tenemos nada más que el "yo" (ser), entonces tampoco tenemos
un subordinado. Por lo tanto, no tenemos nada que gobernar, nada de lo cual ser patrón; ya no
nos vemos confrontados con la necesidad de mantener una posición legal sobre cualquier cosa.
No tenemos que tratar de ser mejores que nuestro vecino. Si quitáramos de las cosas lo mejor y
el menos, entonces encontramos el comienzo de un concepto de identidad universal.
Encontramos que somos la vida en sí, y que la vida es actualmente descubierta alrededor y
dentro nuestro, que ella es una única vida, y siempre lo ha sido; que ella está en acción, y
siempre lo estará; y que esas diferentes actitudes que parecen bloquearla no bloquean a la vida,
ellas nos bloquean a nosotros mismos.
Sigamos ahora con el carpintero al próximo paso del Zen; es decir que luego de dos días
más él ya no está interesado en complacer o disgustar al hombre que le encargó la caja.
En la
construcción de la caja, ya no le es mayormente importante si complace o deja de complacer a
alguien. Esta es la real liberación. El individuo alcanza una equilibrada disposición, capaz de
rozarse, fácil y libremente con cualquier persona, cuando él no está ya interesado en complacer o
no complacer. Pero él no puede desprenderse de sólo una de esas actitudes —esa es la treta del
Zen. Si a él ya no le importa complacer a la gente, él es un patán; si a él no le importa disgustar a
ellas, él carecerá de buenos modales; y no hay Zen en eso. El debe rechazar ambas. A él no debe
importarle complacerlas o no, y al no tener ni una ni otra intención, él no les disgustará. Y
careciendo de ambas intensidades, él no podrá trabarse con la intensidad opositora en la otra
persona. Así, estando libre de placer o desagrado, él está también libre del ulterior contenido de
sus acciones.
Después de cuatro días de meditaciones, Ching el carpintero llega a los días quinto y sexto,
en los cuales pierde la realización de la existencia de su propio cuerpo. Sus propios brazos y piernas ya no eran suyos.
Ellos nuevamente pertenecían al universo —adonde siempre
pertenecieron—. Así, ya no teniendo el problema ni aun de su existencia corporal, el individuo
está libre de otra clase de tiranía —la tiranía del cuerpo presionando y la identificación del yo
con su cuerpo. Él se parece al samurai —una fuerza libre en el espacio. Él tiene un cuerpo, pero
el cuerpo es sólo el instrumento de una fuerza libre. Uno de los puntos del Zen es la obtención de
este estado de ser una fuerza libre en el espacio; y una fuerza libre no significa que sea antipática
u obstinada. Una fuerza libre simplemente significa un poder libre que no se bloquea a sí mismo,
y por lo tanto es capaz de retornar a la común acción de la vida, la cual es la única acción que
hay.
Habiendo terminado los seis días de este proceso meditacional, y habiendo internamente
visualizado su propio propósito, el individuo se encuentra entonces listo para comenzar el
proceso de modelar este propósito en algo tangible indispensable a su necesidad.
El creador es
ahora su caja. Ella es la vasija dentro de la cual su vida será derramada. Ella es el recipiente de
sus' esfuerzos, así ella se convierte en su carrera. Él entonces la construirá tan perfectamente, tan
maravillosamente y tan magníficamente, que ella se verá como hecha debida a alguna ayuda
supernatural. Pero la ayuda supernatural simplemente consistió en desatarse de las tensiones, por
medio de las cuales el individuo se cierra en contra de sí mismo.
El verdadero coraje del Zen es el coraje de vivir sin adoptar actitudes; el coraje de servir a
lo intangible con una amplia y completa devoción; o en más simples términos, la absoluta
libertad de servir al principio sin dudar.
Y es éste el único verdadero coraje. El individuo que se
encuentra trabado con actitudes no lo posee, él puede ser valiente y cobarde al mismo tiempo —
y aquí hay un punto interesante en semántica.
Lo que comúnmente llamamos coraje, es sólo
heroísmo— la fuerza de quitar el temor, por medio de un esfuerzo. El verdadero coraje, sin
embargo, no necesita despojarse de] temor, porque no le conoce.
El verdadero coraje está
asentado firmemente por estar libre de las influencias intimidatorias de nuestros propios
intereses.
Esto, por supuesto, es una de las finalidades que el Zen busca alcanzar.
No nos quita nada
—no aconseja que el hombre rico deba dar su dinero, o que el oficial público deba abandonar su
vida pública, o que el industrialista no deba ya perseguir sus negocios. Significa, sin embargo,
que algo acontece dentro de la persona por lo cual ella obtiene coraje. Logra coraje, porque
mientras su negocio es brillante, el mismo no importa lo bastante como para comprometerlo y
porque él no comprometerá, su negocio probablemente tenderá a florecer. La idea de que la
honestidad induce a la bancarrota no es verdadera; sólo una honestidad estúpida induce a la
bancarrota, la sabiduría no llega a ser tontería, porque ella cultiva la cordura.
La sabiduría
encuentra los caminos correctos, el camino justo y la forma correcta de trabajar con la
naturaleza; y porque la sabiduría está gustosa con ser pobre, ella no lo es. La pobreza es sólo un
estado temido, por quienes pretendiendo esquivarla, comprometen la verdad.
Cuando atravesamos estas rosas, tenemos que poder designar "al Zen del perfecto coraje",
como que es simplemente la fuerza de escapar a las actitudes arraigadas en las flaquezas. Si lo
logramos completamente, entonces podemos tomar los pinceles (los cuales representan nuestras
capacidades), y la destreza y habilidad que tenemos (las cuales representan nuestras potentes fuerzas), y podremos usarlos a todos ellos simultáneamente. Nosotros podemos pintar con los
cinco pinceles, en todas las divisiones de la vida y desde todos los niveles de nuestra propia
conciencia. Encontraremos que es perfectamente posible coordinar todos los sentidos siempre
que no les induzcamos a ellos a estar en discordia sobre los principios. Cuando nosotros
cerramos nuestras percepciones sensoriales en una lucha en que cada percepción, al intentar dar
su testimonio, se ve bloqueada por la deshonestidad de otras percepciones, la misma finaliza sólo
en un conflicto y en un agotamiento.
En el momento en que las cinco facultades pueden traer
veracidad, y estén entonces animadas a avanzar con la verdad en esta corriente; entonces el
individuo tiene la vida equilibrada. El tiene la vida del Zen, en el cual es un artista creando el
gran retrato de Daruma, creando su concepto de este maestro misterioso e infinito, que es la
existencia misma. Cada persona, con su centro conciente de cinco unidades, está pintando el
cuadro de su existencia, de acuerdo a su propio discernimiento y cuando él tenga ganado un
cierto plano del Zen, lo revela su cuadro, su conducta y su vida.
El Zen del perfecto coraje, induce al universo a convertirse en el gran maestro —
reverenciado, honrado, apreciado, entendido y finalmente experimentado con una cierta fantasía.
En lugar de ser tan desesperadamente seria, la vida se convierte en un algo maravilloso,
alrededor de lo cual hay, con todo, una eterna fantasía. La naturaleza no es cruel; no es
sentimentalmente débil; pero cerca de todos los procesos de la naturaleza, hay esa extraña
cualidad de fantasía, que descubrimos cuando estamos en armonía con nuestra propia vida.
Nosotros entonces encontramos que el asunto del Zen, mientras el mismo sea un asunto serio, no
es nada que deba hacemos perpetuamente serios.
Cuando el universo se descubre, aparece como
un algo de gran hermosura, gran alegría, gran y trascendente júbilo, y con todo ello, algo de esa
fantasía de niño, por la cual les encantan las historias de hadas y les hacer ver a ellos, gnomos y
ondinas en los arroyos, donde nosotros sólo vemos molinos y represas. Hay cierta maravillosa
calidad de fantasía en la naturaleza que está muy ajustada a su verdad: la de esos pequeños
sabios ancianos, que vuelan montados sobre grullas y buscan por los duraznos de la
inmortalidad. La naturaleza no es sólo esta cosa profunda, pero, como toda profundidad es
también infinita superficie.
Así, que de todas esas cualidades juntas, vemos cómo nuestra propia vida interior, imbuida
con un coraje adecuado, pinta un universo valeroso; y todos nuestras propias facultades pintando
al mismo tiempo, producen un cuadro. Si nosotros aprendemos la lección sabiamente, el cuadro
tendrá cohesión y si él no tiene cohesión deberemos volver a empezar. Pero al final, nosotros
aprendemos que el universo es un lienzo, y que sobre ese lienzo, cada uno de nosotros está
trazando la magnífica y majestuosa figura del rostro de Daruma.
Manly Palmer Hall
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