Los factores de la Revelación. La fe y la razón. La
tradición y las Escrituras. Dificultad de la exégesis. La Ciencia es también
revelación. Los "velos" religiosos. La esperanza y la fe.
Dicen los teólogos que la Revelación es la Palabra de
Dios inspirada por el Espíritu Santo a ciertos hombres elegidos. Por tanto
que, siendo Dios la verdad absoluta y fuente de toda veracidad, no puede
engañarnos. La creencia apoyada en la certeza de la Palabra Divina es la fe,
conocimiento sobrenatural de orden intuitivo. Pues bien; admitida la Revelación
como palabra de Dios, hay que preguntarse: Las verdades reveladas ¿se dan ya
hechas al hombre elegido por Dios, o las capta por el mecanismo del humano conocimiento?
Aun admitiendo que se le den ya hechas las verdades, ¿no tendrá que expresarlas
por los mecanismos expresivos del conocimiento humano?
Si el hombre inspirado por Dios ha de captar y expresar
la Verdad divina a través de sus mecanismos cognoscitivos y de sus facultades
mentales, no cabe duda que todo lo que de absoluto tenía la verdad divina, lo
ha perdido al tamizarse y expresarse por la mente relativa del hombre; y por
tanto, solamente se nos da una faceta o un aspecto relativo de la Verdad.
Porque no puede admitirse en buena lógica que lo absoluto pueda caber en lo
relativo.
Así pues, si bien cabe tener fe en la esencia cíe una
verdad revelada, también es cierto que es lícito desentrañarla e interpretarla
con las luces de la Razón. Dice el jesuita P. Mendive: "Cuando consta con
entera evidencia ser una doctrina positivamente contraria a alguna verdad
natural claramente demostrada, entonces por más prodigios que se aduzcan en
favor de ella, no puede ser considerada como procedente de Dios, sino antes
bien como un verdadero error, hijo del padre de la mentira". "Dios,
verdad por excelencia y fuente de toda veracidad, no puede inducirnos con sus
milagros a que admitamos como verdadero la que pugna manifiestamente con los
principios de nuestra propia razón"[1].
Ahora hemos de hacernos otra pregunta: ¿Cómo tendremos la
certeza de que un hombre está inspirado por Dios? La verdad de una revelación,
como cualquier otra verdad, solo puede saberse por nuestros mecanismos
cognoscitivos intuitivos o racionales. Mas, es cierto que, la existencia de una
revelación se conoce casi exclusivamente por intuición. Y así como la razón
tiene reglas exactas de lógica para llegar a la verdad, la intuición, por el
contrario, carece de ellas y capta la verdad directamente, por lo que puede
originar una duda temporal que los hechos, los juicios comparativos y los
raciocinios, así como la fecundidad de los mismos a lo largo del tiempo, acaban
por disipar. De aquí la importancia de la tradición que es la depositaria del
consenso universal. La tradición es la historia de las intuiciones humanas, y
al mismo tiempo, su justificación[2].
Sabemos, por ejemplo, que Moisés fue un inspirado por
Dios. La tradición, la historia, el asentimiento general y aún la razón misma,
así lo reconocen. Sin embargo Moisés cometió algún error de detalle, al menos
en la expresión, cuando con su mente trató de dar forma a la Verdad divina. Tal
sucedió con su visión geocéntrica del Universo, que al ser rebatida siglos
después por Galileo, motivó la condena de éste por los tribunales de la
Inquisición; sin perjuicio de que, algún tiempo después, reconocida por la
Iglesia la razón que asistía a los astrónomos, permitiera la Congregación del
Índice interpretar la Escritura metafóricamente y no literalmente. Así pues,
Moisés pudo captar en esencia la Verdad divina. Dios no podía engañarle; pero
las facultades cognoscitivas del gran iniciador israelita añadieron un tanto
de error y de relatividad a la Verdad esencial.
Por esta razón, es peligroso dogmatizar. Dada la
falibilidad del conocimiento humano, no se puede considerar perfecta e intangible
ninguna verdad aunque sea de inspiración divina.
La visión intuitiva y
"sobrenatural" de la fe puede ser exacta en el plano abstracto,
pero cuando trata de concretarse la verdad, debe abrigarse el temor de añadirla
un tanto de error o desfigurarla. Si en alguna cosa cabe dogmatizar es en
ciencias exactas. Que dos más dos son cuatro, es una verdad de fe, de razón y
de hecho. Pero en los demás aspectos del humano conocimiento, el dogma
(etimológicamente "doctrina fijada") no puede admitirse más que como
hipótesis perfectible. Esta prudencia gnóstica es tanto más necesaria cuanto
que aun en las mismas matemáticas, ciertos postulados tenidos por
incontrovertibles, como el de Euclides, han sido considerados como relativos
por la moderna teoría einsteniana de la relatividad. No hablemos pues de la
pretensión de creer al pie de la letra episodios como el del Arca de Noé o el
del Paraíso Terrenal, tan verdaderos en su esencia pero tan fabulosos en su
forma, olvidando la sabia advertencia de Platón, de que, "Los mitos son
vehículos de grandes verdades dignas de ser meditadas".
Bien está, por consecuencia, que la f e sea el faro de la
verdad; pero convengamos en que la razón es el camino y la experiencia su
demostración. Primero creer y luego explicar[3].
Mas, si es cierto, como hemos dicho, que un hombre puede
estar inspirado por Dios, y revelársele de este modo ciertas verdades
trascendentes o sobrenaturales, también es cierto que Dios habla al hombre por
medio de los fenómenos de la Naturaleza y de la Vida, que le muestran harto
elocuentemente la Sabiduría, la Providencia y el Orden del Creador. El estudio
y ordenación de estos fenómenos por la mente del hombre, constituyendo las
ciencias y los sistemas filosóficos, es indudablemente motivo de credibilidad
y de fe por inducción. Así, toda ciencia es una revelación.
Y no digamos de aquellos casos de verdadera inspiración
en que un hombre de ciencia intuye un secreto de la Mente divina, como Newton
descubriendo la ley de la gravitación universal; o sublima las capacidades de
la razón por encima de lo común, como Leverrier descubriendo el planeta Neptuno
por el cálculo con un papel y un lápiz. Hechos de categoría no inferior en la
historia del conocimiento humano, a la revelación mosaica de la Creación del
Mundo. En realidad Dios habla a todo el que indaga de buena fe.
A esto hay que añadir que, las verdades reveladas por
inspiración divina, han sido cosa de todos los tiempos y de todos los pueblos.
Es creencia unánime la existencia de una revelación primitiva que se pierde en
las nebulosidades de la prehistoria. Todas las religiones positivas se basan
en esta o en posteriores revelaciones, cuyas verdades fundamentales son las
mismas. No hay una religión verdadera y muchas falsas, sino que cada una
presenta una faceta de la verdad, cubierta o velada con ropajes simbólicos y
alegóricos convencionales según la época en que ha sido propagada. Todos los
grandes iniciados que han dado a la humanidad una versión inspirada de las
verdades trascendentales, son verdaderos hijos de Dios, y sus enseñanzas
sublimes igualmente salvadoras y conducentes a un mismo fin. Dejando a un lado
los rituales, más convencionales y contingentes aún que los símbolos, hemos de
convenir en que la parte doctrinal y moral de todos los credos religiosos, proviene
de un mismo tronco.
Poca diferencia existe entre los preceptos del Evangelio
del Buddha, los del Evangelio de Cristo, los cuarenta y dos de la antigua
religión egipcia, los de la vieja moral babilónica, los del Decálogo mosaico y
los no menos sublimes del sufismo islámico, pongamos por ejemplo.
El que esto
niegue es por que no ha querido estudiarlos comparadamente. Existe una Doctrina
de las Edades, fruto de una primitiva Revelación, engarzada a lo largo de la
historia en esa cadena de genios luminosos llamados Rama, Krishna, Orfeo,
Hermes, Moisés, Pitágoras, Platón, Zoroastro, Buddha, Jesucristo, Mahoma y
algunos otros, que han mostrado al hombre el camino de su convivencia, su
perfección y su destino espiritual. Es natural que a cada hombre, encariñado
con su propia religión, le parezca esta la única verdadera; juicio en el que no
poco interviene el desconocimiento de las otras. Pero cuando uno recorre el
mundo y comprueba el fervor con el que cada pueblo practica los decretos de su
religión, y los ejemplos de virtud que su buena comprensión produce, queda uno
convencido de su fuerza intrínseca. Y es que la salvación del alma, es un
problema de disciplina interna, pero nada tiene que ver con el nombre que cada
uno da a Dios, ni con las modalidades de los ritos con que le rinde culto. ¡Es
un problema de conducta no de palabras![4].
La promesa de que el justo será sentado
a la diestra del Padre por haber sido misericordioso, consta en una estela de
la X114 dinastía egipcia (citada por Moret en su obra "Au temps des
Pharaons", pág. 235) casi con las mismas palabras que se emplean en el
Evangelio cristiano; y que dice así:
"Amen-Ra pone a los justos a su derecha y a los
malos a la izquierda: Y los difuntos dicen: Yo vivo de la verdad, me he reconciliado
con Dios por mi amor: he dado pan al hambriento, agua al sediento y vestido al
desnudo". (Palabras que se repiten en el capítulo CXXV, vers. 9-10 del
"Libro de los Muertos").
Recuérdese ahora el texto evangélico del capítulo 25 de
San Mateo; vers. 31 al 36:
"Y cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y
todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria.
Y serán reunidas delante de él todas las gentes; y los apartará los unos de los
otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos; y pondrá las ovejas a
su derecha, y los cabritos a la izquierda. Entonces el Rey dirá a los que
estarán a su derecha: venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado
para vosotros desde la fundación del mundo. Por que tuve hambre y me distéis
de comer; tuve sed, y me distéis de beber; fui huésped y me recogisteis;
desnudo y me cubristeis; enfermo y me visitasteis; estuve en la cárcel y
vinisteis a mi". ...... etc.
Esta identidad de ideas y de expresiones religiosas que
encontramos por doquier a lo largo de la historia, no quiere decir que cada
cual no adopte el camino religioso que más cuadre a su contextura sentimental;
por que opinamos que la conmoción del sentimiento es necesaria, por regla
general, para abrir las puertas de la espiritualidad. Por esto, tan perjudicial
nos parece quitar a uno la religión que hace vibrar su fibra emotiva, como
imponer a otro una religión que no le afecta para nada. Ambas cosas son
producto de la ceguera producida por fanatismos opuestos e igualmente recusables.
En cuanto a los ceremoniales de cada religión, no pasan
de ser modos de canalizar la fuerza espiritual. Ninguna ceremonia crea
espiritualidad. Esta es solamente fruto de la virtud maciza, como diría Santa
Teresa. Cuando no hay agua, para nada sirven los canales; en cambio, cuando el
agua surge incontenible, como en la manga de riego, se proyecta en dirección
determinada sin necesidad de canalizarla: Así ocurre al hombre de gran fuerza
espiritual, que para hacerla eficiente, no necesita del cauce de ceremonias y
rituales. En cambio, el hombre del montón, hará bien en buscar, por medio del
cumplimiento de sus deberes religiosos, la manera de educir su mayor o menor
espiritualidad, pero sin olvidar que si esta no existiese, la magia ceremonial
no puede dársela. El canal no crea el agua.
E insistamos en que, toda espiritualidad manifiesta tiene
su fuente en una creencia o en una forma de fe, y éstas, a su vez, en el
reconocimiento del YO como substancia divina, o dicho de otro modo, como
esencia inmortal.
La actitud psicológica incompatible
con todo sentimiento religioso es el escepticismo: Hay individuos que por
miedo a sufrir un desengaño no se atreven a abrigar una esperanza o hacerse una
ilusión. Generalmente estos mismos, no se deciden a creer las cosas hasta que
las ven.
Son síntomas de debilidad espiritual y, por consiguiente, posturas de
comodidad mental.
El que es débil necesita buscar comodidades que no
necesita el fuerte. Si bien se mira, es tristísimo no saber hacerse ilusiones o
abrigar esperanzas por miedo a una decepción. Las almas fuertes saben
remontarse a esa región de bellezas espirituales de la ilusión, por que tienen
fortaleza para soportar el desengaño si viniere, que no solo les resulta
inofensivo, sino que les torna más fuertes. Es como la persona robusta que
sale en invierno sin abrigo por que no teme al frío, y acaba reaccionando con
más calor.
Las almas fuertes gustan de esas oscilaciones emocionales
de la ilusión y la decepción, que son síntomas de la plenitud de espíritu. Aun
refiriéndonos (como en esto nos referimos) a las cosas temporales o
contingentes, nunca la decepción puede contrarrestar las ventajas de la
ilusión. Después de un bello vuelo en avión, no es una desgracia el tomar
tierra. ¿Qué inconveniente tiene en el fondo un desengaño? Ninguno si bien se
mira. El desengaño no es más que la vuelta a la actitud positiva. La ilusión o
la esperanza, en cambio, es el vuelo creador. Ese vuelo que, como el del
avión, nos hace percibir puntos de vista superiores y otear horizontes
desconocidos que, no dejan de existir por que se termine en la actitud positiva
y "sólida" del aterrizaje. No por esto dejan de ser verdad las
perspectivas oteadas desde el espacio. Así el alma que renuncia a hacerse
ilusiones y volar por regiones metafísicas, no pasa de ser un gusanillo que se
arrastra por la tierra y renuncia a los privilegios de ser mariposa (psiquis).
Además el creer sin ver es también una señal de la
conciencia creadora de las almas fuertes. Creer y crear no en valde tienen la
misma raíz. Y el que cree que mejorará es el artífice de su mejoría.
Por esto no hay que esperar a ver para creer, sino crear
para ver. Claro está que un espíritu débil, como no es capaz de crear tampoco
es capaz de creer. ¿Cómo ha de creer en el hijo el que es estéril?
De estas consideraciones deducimos que la esperanza y la
fe son patrimonio de las almas dinámicas, activas y creadoras. El escepticismo
y la desconfianza son actitudes pasivas y enfermizas de las almas débiles o
envenenadas.
Mas, dentro de este origen común de las distintas
formas de fe, digamos con Dilthey: "La conciencia histórica comprueba cada
vez con mayor claridad la relatividad de cada doctrina metafísica o religiosa
que ha aparecido en el curso de los tiempos. Nos parece que en el afán humano
de conocer hay algo trágico, una contradicción entre el querer y el
poder". "Con respecto al último valor, a la verdadera finalidad de la
existencia, el hombre de hoy no está en una actitud más inteligente que un griego en las colonias
jónicas o itálicas, o un árabe en la época de Averroes".
ALFONSO EDUARDO
NOTAS
[1] Toda verdad debe poder evidenciarse de fide, de ratio y de facto, para
que la tengamos en tal categoría. A esto concluyeron los esfuerzos dialécticos
de hombres tan eminentes como Santo Tomás, Averroes, Algazel e Ibn Hazm
[2] En cambio la historia, como quiere Dilthey, es la intuición de la vida y de los hechos de la humanidad.
[3] Dice Averroes (según Asín Palacios en, sus "Huellas del Islam") que: 'La razón filosófica no puede conducir a conclusión alguna que sea contraria a los textos de la revelación divina, porque la verdad no puede contradecir a la verdad, sino armonizarse con ella y confirmarla. Cuando la letra del texto revelado, contradiga a la razón apodíctica, deberá ser interpretado aquel en sentido alegórico, pero por los doctos y para ellos tan solo".
[4] He aquí los Principales nombres que se han dado al Ser Supremo en los distintos pueblos y épocas de la historia, de entre los 498 que tenemos anotados:
Allah (Arabia) ; A-pa (Sur de China) ; Asdaluz (Armenia) ; Akua (Islas Hawai) ; Bog (Rusia, Bulgaria y países eslavos) ; Bozymy (Rutenia) ; Chiuta (Nyasa: Tonga) ; Ciong-Di (China) ; Deus (Latinos, Portugal) ; Deva (Indostan) ; Dieu (Francia) ; Iddio (Italia) ; Dios (España) ; Elohim (Hebraico); God (Inglaterra y sajones);Gott (Alemania, etc.); Hyel (Nigeria) ;Isahwar (Indostan) ; Jehovah (Hebraico, Islas Manus, etc.) ; Jummal (Estonia, Finlandia) ; Kami (Japón) ; Khuda (Turquía, Persia, Kurdiatan, etc.) ; Leza (Rodesia) ; Mulungu(África central) ; Nagha (Indios del Canadá); Nyambe (Camerún, Congo, etc.) ; (antiguas Siria y Fenicia); Anú (Caldea) ; Odin (antigua Escandinavia);Svagog (antigua Eslavia) ; Ormúz (antigua Persia).Pachacámackc (Indios quichés: Perú) ; Rabbi (Argelia) ; Shang-ti (China); Tev (Nicobar) ; Theos (Grecia); Wagayo (Abisinia y Somalia); Brahma (antigua India) ; Ra (antiguo Egipto) ; Zeus (antigua Grecia) ; Júpiter (antigua Roma) ; Marduk (antigua Babilonia)
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