domingo, 10 de marzo de 2019

SOBRE LA REVELACIÓN




Los factores de la Revelación. La fe y la razón. La tradición y las Escrituras. Dificultad de la exégesis. La Ciencia es también revelación. Los "velos" religiosos. La esperanza y la fe.

Dicen los teólogos que la Revelación es la Palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo a ciertos hombres elegidos. Por tan­to que, siendo Dios la verdad absoluta y fuente de toda veracidad, no puede engañarnos. La creencia apoyada en la certeza de la Pa­labra Divina es la fe, conocimiento sobrenatural de orden intuitivo. Pues bien; admitida la Revelación como palabra de Dios, hay que preguntarse: Las verdades reveladas ¿se dan ya hechas al hom­bre elegido por Dios, o las capta por el mecanismo del humano co­nocimiento? Aun admitiendo que se le den ya hechas las verdades, ¿no tendrá que expresarlas por los mecanismos expresivos del co­nocimiento humano?

Si el hombre inspirado por Dios ha de captar y expresar la Verdad divina a través de sus mecanismos cognoscitivos y de sus facultades mentales, no cabe duda que todo lo que de absoluto te­nía la verdad divina, lo ha perdido al tamizarse y expresarse por la mente relativa del hombre; y por tanto, solamente se nos da una faceta o un aspecto relativo de la Verdad. Porque no puede admitir­se en buena lógica que lo absoluto pueda caber en lo relativo.

Así pues, si bien cabe tener fe en la esencia cíe una verdad re­velada, también es cierto que es lícito desentrañarla e interpretarla con las luces de la Razón. Dice el jesuita P. Mendive: "Cuando consta con entera evidencia ser una doctrina positivamente contraria a alguna verdad natural claramente demostrada, entonces por más prodigios que se aduzcan en favor de ella, no puede ser considera­da como procedente de Dios, sino antes bien como un verdadero error, hijo del padre de la mentira". "Dios, verdad por excelencia y fuente de toda veracidad, no puede inducirnos con sus milagros a que admitamos como verdadero la que pugna manifiestamente con los principios de nuestra propia razón"[1].

Ahora hemos de hacernos otra pregunta: ¿Cómo tendremos la certeza de que un hombre está inspirado por Dios? La verdad de una revelación, como cualquier otra verdad, solo puede saberse por nuestros mecanismos cognoscitivos intuitivos o racionales. Mas, es cierto que, la existencia de una revelación se conoce casi exclu­sivamente por intuición. Y así como la razón tiene reglas exactas de lógica para llegar a la verdad, la intuición, por el contrario, carece de ellas y capta la verdad directamente, por lo que puede originar una duda temporal que los hechos, los juicios comparativos y los raciocinios, así como la fecundidad de los mismos a lo largo del tiempo, acaban por disipar. De aquí la importancia de la tradición que es la depositaria del consenso universal. La tradición es la his­toria de las intuiciones humanas, y al mismo tiempo, su justifica­ción[2].

        
Sabemos, por ejemplo, que Moisés fue un inspirado por Dios. La tradición, la historia, el asentimiento general y aún la razón mis­ma, así lo reconocen. Sin embargo Moisés cometió algún error de detalle, al menos en la expresión, cuando con su mente trató de dar forma a la Verdad divina. Tal sucedió con su visión geocéntrica del Universo, que al ser rebatida siglos después por Galileo, motivó la condena de éste por los tribunales de la Inquisición; sin perjuicio de que, algún tiempo después, reconocida por la Iglesia la razón que asistía a los astrónomos, permitiera la Congregación del Índice interpretar la Escritura metafóricamente y no literalmente. Así pues, Moisés pudo captar en esencia la Verdad divina. Dios no podía en­gañarle; pero las facultades cognoscitivas del gran iniciador israe­lita añadieron un tanto de error y de relatividad a la Verdad esen­cial.

Por esta razón, es peligroso dogmatizar. Dada la falibilidad del conocimiento humano, no se puede considerar perfecta e intan­gible ninguna verdad aunque sea de inspiración divina. 
La visión intuitiva y "sobrenatural" de la fe puede ser exacta en el plano abs­tracto, pero cuando trata de concretarse la verdad, debe abrigarse el temor de añadirla un tanto de error o desfigurarla. Si en alguna cosa cabe dogmatizar es en ciencias exactas. Que dos más dos son cuatro, es una verdad de fe, de razón y de hecho. Pero en los demás aspectos del humano conocimiento, el dogma (etimológicamente "doctrina fijada") no puede admitirse más que como hipótesis per­fectible. Esta prudencia gnóstica es tanto más necesaria cuanto que aun en las mismas matemáticas, ciertos postulados tenidos por incontrovertibles, como el de Euclides, han sido considerados como relativos por la moderna teoría einsteniana de la relatividad. No hablemos pues de la pretensión de creer al pie de la letra episodios como el del Arca de Noé o el del Paraíso Terrenal, tan verdaderos en su esencia pero tan fabulosos en su forma, olvidando la sabia advertencia de Platón, de que, "Los mitos son vehículos de grandes verdades dignas de ser meditadas".

Bien está, por consecuencia, que la f e sea el faro de la verdad; pero convengamos en que la razón es el camino y la experiencia su demostración. Primero creer y luego explicar[3].
Mas, si es cierto, como hemos dicho, que un hombre puede es­tar inspirado por Dios, y revelársele de este modo ciertas verdades trascendentes o sobrenaturales, también es cierto que Dios habla al hombre por medio de los fenómenos de la Naturaleza y de la Vi­da, que le muestran harto elocuentemente la Sabiduría, la Providen­cia y el Orden del Creador. El estudio y ordenación de estos fenó­menos por la mente del hombre, constituyendo las ciencias y los sis­temas filosóficos, es indudablemente motivo de credibilidad y de fe por inducción. Así, toda ciencia es una revelación.

Y no digamos de aquellos casos de verdadera inspiración en que un hombre de ciencia intuye un secreto de la Mente divina, co­mo Newton descubriendo la ley de la gravitación universal; o su­blima las capacidades de la razón por encima de lo común, como Leverrier descubriendo el planeta Neptuno por el cálculo con un papel y un lápiz. Hechos de categoría no inferior en la historia del conocimiento humano, a la revelación mosaica de la Creación del Mundo. En realidad Dios habla a todo el que indaga de buena fe.

A esto hay que añadir que, las verdades reveladas por inspira­ción divina, han sido cosa de todos los tiempos y de todos los pue­blos. Es creencia unánime la existencia de una revelación primitiva que se pierde en las nebulosidades de la prehistoria. Todas las re­ligiones positivas se basan en esta o en posteriores revelaciones, cuyas verdades fundamentales son las mismas. No hay una religión verdadera y muchas falsas, sino que cada una presenta una faceta de la verdad, cubierta o velada con ropajes simbólicos y alegóricos convencionales según la época en que ha sido propagada. Todos los grandes iniciados que han dado a la humanidad una versión ins­pirada de las verdades trascendentales, son verdaderos hijos de Dios, y sus enseñanzas sublimes igualmente salvadoras y condu­centes a un mismo fin. Dejando a un lado los rituales, más conven­cionales y contingentes aún que los símbolos, hemos de convenir en que la parte doctrinal y moral de todos los credos religiosos, pro­viene de un mismo tronco. 

Poca diferencia existe entre los preceptos del Evangelio del Buddha, los del Evangelio de Cristo, los cuarenta y dos de la antigua religión egipcia, los de la vieja moral babilóni­ca, los del Decálogo mosaico y los no menos sublimes del sufismo islámico, pongamos por ejemplo. 
El que esto niegue es por que no ha querido estudiarlos comparadamente. Existe una Doctrina de las Edades, fruto de una primitiva Revelación, engarzada a lo largo de la historia en esa cadena de genios luminosos llamados Rama, Krish­na, Orfeo, Hermes, Moisés, Pitágoras, Platón, Zoroastro, Buddha, Jesucristo, Mahoma y algunos otros, que han mostrado al hombre el camino de su convivencia, su perfección y su destino espiritual. Es natural que a cada hombre, encariñado con su propia religión, le parezca esta la única verdadera; juicio en el que no poco inter­viene el desconocimiento de las otras. Pero cuando uno recorre el mundo y comprueba el fervor con el que cada pueblo practica los decretos de su religión, y los ejemplos de virtud que su buena com­prensión produce, queda uno convencido de su fuerza intrínseca. Y es que la salvación del alma, es un problema de disciplina interna, pero nada tiene que ver con el nombre que cada uno da a Dios, ni con las modalidades de los ritos con que le rinde culto. ¡Es un pro­blema de conducta no de palabras![4]

El que domina sus pasiones, cultiva su espíritu y es caritativo con sus semejantes, se salva, ora lo haga en nombre de Cristo, de Buddha, de Amen-Ra o en el suyo propio. 
La promesa de que el justo será sentado a la diestra del Padre por haber sido misericor­dioso, consta en una estela de la X114 dinastía egipcia (citada por Moret en su obra "Au temps des Pharaons", pág. 235) casi con las mismas palabras que se emplean en el Evangelio cristiano; y que dice así:

"Amen-Ra pone a los justos a su derecha y a los malos a la izquierda: Y los difuntos dicen: Yo vivo de la verdad, me he recon­ciliado con Dios por mi amor: he dado pan al hambriento, agua al sediento y vestido al desnudo". (Palabras que se repiten en el ca­pítulo CXXV, vers. 9-10 del "Libro de los Muertos").

Recuérdese ahora el texto evangélico del capítulo 25 de San Mateo; vers. 31 al 36:

"Y cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su glo­ria. Y serán reunidas delante de él todas las gentes; y los apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabri­tos; y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a la izquierda. Entonces el Rey dirá a los que estarán a su derecha: venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fun­dación del mundo. Por que tuve hambre y me distéis de comer; tuve sed, y me distéis de beber; fui huésped y me recogisteis; desnudo y me cubristeis; enfermo y me visitasteis; estuve en la cárcel y vinisteis a mi".  ...... etc.

Esta identidad de ideas y de expresiones religiosas que en­contramos por doquier a lo largo de la historia, no quiere decir que cada cual no adopte el camino religioso que más cuadre a su con­textura sentimental; por que opinamos que la conmoción del senti­miento es necesaria, por regla general, para abrir las puertas de la espiritualidad. Por esto, tan perjudicial nos parece quitar a uno la religión que hace vibrar su fibra emotiva, como imponer a otro una religión que no le afecta para nada. Ambas cosas son producto de la ceguera producida por fanatismos opuestos e igualmente recusa­bles.

En cuanto a los ceremoniales de cada religión, no pasan de ser modos de canalizar la fuerza espiritual. Ninguna ceremonia crea espiritualidad. Esta es solamente fruto de la virtud maciza, como diría Santa Teresa. Cuando no hay agua, para nada sirven los ca­nales; en cambio, cuando el agua surge incontenible, como en la manga de riego, se proyecta en dirección determinada sin necesidad de canalizarla: Así ocurre al hombre de gran fuerza espiritual, que para hacerla eficiente, no necesita del cauce de ceremonias y ritua­les. En cambio, el hombre del montón, hará bien en buscar, por me­dio del cumplimiento de sus deberes religiosos, la manera de edu­cir su mayor o menor espiritualidad, pero sin olvidar que si esta no existiese, la magia ceremonial no puede dársela. El canal no crea el agua.

E insistamos en que, toda espiritualidad manifiesta tiene su fuente en una creencia o en una forma de fe, y éstas, a su vez, en el reconocimiento del YO como substancia divina, o dicho de otro mo­do, como esencia inmortal.

          La actitud psicológica incompatible con todo sentimiento reli­gioso es el escepticismo: Hay  individuos que por miedo a sufrir un desengaño no se atreven a abrigar una esperanza o hacerse una ilusión. Generalmente estos mismos, no se deciden a creer las cosas hasta que las ven. 
Son síntomas de debilidad espiritual y, por con­siguiente, posturas de comodidad mental.

El que es débil necesita buscar comodidades que no necesita el fuerte. Si bien se mira, es tristísimo no saber hacerse ilusiones o abrigar esperanzas por miedo a una decepción. Las almas fuertes saben remontarse a esa región de bellezas espirituales de la ilusión, por que tienen fortaleza para soportar el desengaño si viniere, que no solo les resulta inofensivo, sino que les torna más fuertes. Es co­mo la persona robusta que sale en invierno sin abrigo por que no teme al frío, y acaba reaccionando con más calor.

Las almas fuertes gustan de esas oscilaciones emocionales de la ilusión y la decepción, que son síntomas de la plenitud de espíritu. Aun refiriéndonos (como en esto nos referimos) a las cosas tempo­rales o contingentes, nunca la decepción puede contrarrestar las ventajas de la ilusión. Después de un bello vuelo en avión, no es una desgracia el tomar tierra. ¿Qué inconveniente tiene en el fondo un desengaño? Ninguno si bien se mira. El desengaño no es más que la vuelta a la actitud positiva. La ilusión o la esperanza, en cam­bio, es el vuelo creador. Ese vuelo que, como el del avión, nos hace percibir puntos de vista superiores y otear horizontes desconocidos que, no dejan de existir por que se termine en la actitud positiva y "sólida" del aterrizaje. No por esto dejan de ser verdad las perspec­tivas oteadas desde el espacio. Así el alma que renuncia a hacerse ilusiones y volar por regiones metafísicas, no pasa de ser un gusanillo que se arrastra por la tierra y renuncia a los privilegios de ser mariposa (psiquis).

Además el creer sin ver es también una señal de la conciencia creadora de las almas fuertes. Creer y crear no en valde tienen la misma raíz. Y el que cree que mejorará es el artífice de su mejoría.
 Por esto no hay que esperar a ver para creer, sino crear para ver. Claro está que un espíritu débil, como no es capaz de crear tampo­co es capaz de creer. ¿Cómo ha de creer en el hijo el que es estéril?
 De estas consideraciones deducimos que la esperanza y la fe son patrimonio de las almas dinámicas, activas y creadoras. El escepticismo y la desconfianza son actitudes pasivas y enfermizas de las almas débiles o envenenadas.
 Mas, dentro de este origen común de las distintas formas de fe, digamos con Dilthey: "La conciencia histórica comprueba cada vez con mayor claridad la relatividad de cada doctrina metafísica o religiosa que ha aparecido en el curso de los tiempos. Nos parece que en el afán humano de conocer hay algo trágico, una contradic­ción entre el querer y el poder". "Con respecto al último valor, a la verdadera finalidad de la existencia, el hombre de hoy no está en  una actitud más inteligente que un griego en las colonias jónicas o itálicas, o un árabe en la época de Averroes".

          ALFONSO EDUARDO

          NOTAS

[1] Toda verdad debe poder evidenciarse de fide, de ratio y de facto, para que la tengamos en tal categoría. A esto concluyeron los esfuerzos dialéc­ticos de hombres tan eminentes como Santo Tomás, Averroes, Algazel e Ibn Hazm

[2] En cambio la historia, como quiere Dilthey, es la intuición de la vida y de los hechos de la humanidad.

[3] Dice Averroes (según Asín Palacios en, sus "Huellas del Islam") que: 'La razón filosófica no puede conducir a conclusión alguna que sea con­traria a los textos de la revelación divina, porque la verdad no puede con­tradecir a la verdad, sino armonizarse con ella y confirmarla. Cuando la letra del texto revelado, contradiga a la razón apodíctica, deberá ser in­terpretado aquel en sentido alegórico, pero por los doctos y para ellos tan solo".
[4] He aquí los Principales nombres que se han dado al Ser Supremo en los distintos pueblos y épocas de la historia, de entre los 498 que tenemos anotados:
Allah (Arabia) ; A-pa (Sur de China) ; Asdaluz (Armenia) ; Akua (Islas Hawai) ; Bog (Rusia, Bulgaria y países eslavos) ; Bozymy (Rutenia) ; Chiuta (Nyasa: Tonga) ; Ciong-Di (China) ; Deus (Latinos, Portugal) ; Deva (Indostan) ; Dieu (Francia) ; Iddio (Italia) ; Dios (España) ; Elo­him (Hebraico); God (Inglaterra y sajones);Gott (Alemania, etc.); Hyel (Nigeria) ;Isahwar (Indostan) ; Jehovah (Hebraico, Islas Manus, etc.) ; Jummal (Estonia, Finlandia) ; Kami (Japón) ; Khuda (Turquía, Persia, Kurdiatan, etc.) ; Leza (Rodesia) ; Mulungu(África central) ; Nagha (Indios del Canadá); Nyambe (Camerún, Congo, etc.) ; (antiguas Siria y Feni­cia); Anú (Caldea) ; Odin (antigua Escandinavia);Svagog (antigua Es­lavia) ; Ormúz (antigua Persia).Pachacá­mackc (Indios quichés: Perú) ; Rabbi (Argelia) ; Shang-ti (China); Tev (Nicobar) ; Theos (Grecia); Wagayo (Abisinia y Somalia); Brahma (an­tigua India) ; Ra (antiguo Egipto) ; Zeus (antigua Grecia) ; Júpiter (an­tigua Roma) ; Marduk (antigua Babilonia)  


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