viernes, 8 de marzo de 2019

TEORÍA DEL CONOCIMIENTO PARTE I



El conocimiento es una relación entre el objeto. y el sujeto consciente. En la acción de "conocer", el sujeto invade, por medio de sus sentidos, la esfera del objeto, y capta sus propiedades. Por su par­te, el objeto, se mantiene "trascendente", es decir, separado del sujeto.

De aquí se deduce que no es el propio objeto el que se intro­duce en la conciencia del sujeto, sino un conjunto de sus cualidades sensibles que producen en la conciencia una representación del ob­jeto, pero no una reproducción. Santo Tomás de Aquino decía que "las especies sensibles" se convierten en "especies inteligibles".

Esta imagen representativa es la "idea" (de eidos = imagen), producto de elaboración del material sensible, por medio de los mecanismos del entendimiento, que exponemos más adelante.

Por consiguiente, en el hecho del conocimiento, el sujeto es determinado por el objeto, puesto que este produce en el primero un cambio mental. La nueva imagen surgida en la conciencia, es objetiva por cuanto lleva cualidades o rasgos del objeto; y es sub­jetiva por cuanto su elaboración depende de facultades del sujeto. Como dice Kant: "La materia del conocimiento procede de la ex­periencia y la forma del pensamiento".

Consecuencia evidente de esto es que, la imagen consciente de las cosas no es igual para todos, puesto que varían, en cada su­jeto, los mecanismos del entendimiento y la eficacia de sus faculta­des cognoscitivas. Es decir, que cada uno tiene su verdad.

La verdad consiste en la concordancia de la imagen o "idea" con el objeto que la produce. Un objeto no puede ser verdadero ni falso (es como es) pero si puede serlo la imagen que de él hayamos formado. Más como esta imagen puede contener todas o solamente algunas de las notas que puede suministrarnos el objeto, de aquí que pueda haber distintos grados de la verdad sin dejar de ser ver­dad cada uno de ellos. En alguno puede haber inadecuación pero no error. Este surge solamente cuando la imagen representativa de nuestra conciencia no concuerda con el objeto. Y volveremos sobre esto al tratar del criterio de verdad.

En resumen: En todo acto de conocimiento hay: 
                                                                        
I. Un factor ontológico u objeto determinante.

II. Un factor psicológico o sujeto consciente receptivo y acti­vo, puesto que recibe y elabora la imagen.

III. Un factor lógico, imagen o relación entre sujeto y objeto, concordante (verdad) o discordante (error).

IV. Separación de sujeto y objeto. (Trascendencia no inma­nencia).


La perfecta comprensión de lo que antecede nos la dará el si­guiente esquema y su explicación subsiguiente.

El objeto del conocimiento (una paloma en el esquema) tiene, Como todos los seres concretos, una esencia y una apariencia; o di­cho de otro modo: un noumeno y un fenómeno. Este último está 'Constituido por todas las propiedades sensibles o cualitativas (ta­maño, forma, color, posición, consistencia, etc.) captables por nues­tros sentidos, y con las cuales vamos a elaborar el conocimiento de la paloma.

En cuanto a las propiedades sustanciales o cuantitativas que, manan de su esencia, están completamente vedadas a nuestros sentidos y solo podemos juzgar de ellas por las primeras, como he­mos de ver en el curso de esta explicación.

El sujeto de conocimiento (el hombre) dispone para el acto de, Conocer, de una conciencia receptiva, un mecanismo de entendimien­to que comienza en los sentidos y termina en la propia conciencia, movido por una facultad específica que es la razón; y un contenido, Mental abstracto preestablecido (las "ideas" innatas de Platón) que son las categorías del entendimiento, anteriores a todo conocimiento objetivo.

Haciendo uso de un símil gráfico muy sugerente, diremos que, el objeto es a la conciencia como el alimento al estómago. El me­canismo del entendimiento es a modo de proceso digestivo que va  a elaborar el objeto. Para esto dispone el estómago de jugos gás­tricos preestablecidos que, en nuestro caso, son referibles a las ca­tegorías del entendimiento. Y el resultado final en cuanto a la men­te, va a ser una imagen genérica asimilada (idea) que en el proceso digestivo no es el alimento, sino un complejo químico genérico (qui­mo) formado de él.

b) MECANISMO DEI. ENTENDIMIENTO

El entendimiento (de in-tendo = dirigir hacia el interior) está constituido por la serie de funciones sensoriales, psíquicas y espi­rituales que captan y elaboran las cualidades del objeto, hasta for­mar de ellas la imagen subjetiva consciente.
El presente esquema sintetiza ordenadamente estas funciones 



He aquí como se realiza la escala positiva del entendimiento: Cuando una sensación producida por cualquier objeto, afecta a los sentidos corporales, es recogida la imagen sensorial por los centros nerviosos, en forma de engramas, que se archivan constitu­yendo la memoria cerebral[1].

Esta sensación primaria puede despertar en nosotros un senti­miento de interés o sernos indiferente. En este último caso se re­chaza la sensación dejando de ser objeto de conocimiento. Si nos interesa, puede ocurrir que el objeto despierte en nosotros un nue­vo sentimiento de atracción o simpatía, o bien de repulsión o antipatía. En este último caso recházase también por nuestra psiquis, dejando de constituir objeto de conocimiento (salvo el caso en que, por voluntad o deber se acepte como tal). Si nos es simpático, lla­ma nuestra atención; y con ello termina esta primera etapa del conocimiento por la esfera del sentimiento, para entrar de lleno en la esfera de la mente.

E1 primer acto puramente mental es la atención, que consiste en la preparación y dirección de las facultades de la mente hacia el objeto en cuestión, y es base de toda observación. Tras de ello si­gue la concentración, que estriba en colocar al objeto en el foco de ­la mente, o lo que es lo mismo, enfocar nuestra razón discursiva sobre el objeto, para comenzar su elaboración mental.

Esta elaboración tiene su fundamento en la meditación, que consiste en la captación mental de todas y cada una de las facetas lógicas en que se nos puede dar el objeto; una verdadera discriminación o revisión de las posibilidades lógicas en que se nos puede ­presentar. Viene a ser un auténtico análisis, o "digestión" men­tal, hecho por la razón; que desemboca en el pensamiento o imagen mental concreta.

Cumplido esto, realizase a continuación un acto de abstracción por el que viene a "asimilarse" en forma genérica el objeto Conocimiento. Así ha quedado formada en la conciencia la idea o imagen representativa; que en un grado superior de abstracción queda convertida, no ya en una imagen, sino en una "representa­ción lógica" que llamamos concepto. Y con ello estamos en plena esfera abstracta de la mente, con lo cual puede darse por terminado el conocimiento discursivo o lógico.

Mas en un grado, todavía superior, de abstracción, podemos izar la contemplación (de cum-templum, "considerar profun­damente"), por la cual llegamos al conocimiento de la esencia de las cosas a través de lo fenoménico y trascendiendo lo lógico. Es el ultimo peldaño mental de ese proceso, con mucha razón también llamado Inteligencia o "lectura interior" (de intuslégere) (o de "intelligo­", escoger, clasificar).

Pero cabe que la captación inteligente no se limite a esto, sino que supere las posibilidades de la mente, entrando en la esfera del espíritu. Esto ocurre cuando se capta intuitivamente el concepto del objeto, sin necesidad, o por encima del razonamiento. Hecho que merecerá nuestra atención a1 tratar del conocimiento intuitivo.

Y quédanos, como final, el hecho de la inspiración (de in-spí­ro-accio o acción interna del espíritu) que es inteligencia suprarra­cional o espiritual que se caracteriza por su capacidad creadora.

El resultado de todo el proceso del entendimiento es el incre­mento de la conciencia; el conocimiento o gnosis.

En contraposición con esta escala ascendente hacia la gnosis, tenemos otra escala descendente, formada por esa serie de opera­ciones negativas llamadas, indiferencia, antipatía, distracción, diver­sión y divagación, que conducen al vacío de conciencia, ignorancia o agnosis. Antipatía quiere decir sentir en contra. Distracción es lo contrario de atención. Diversión es poner la atención, sin concretar, en una sucesión de cosas o fenómenos (sucesión que en algún caso puede ser objeto de conocimiento). Divagación es el aspecto nega­tivo de la abstracción, sin fruto ideológico: es como el que mirando no ve y oyendo no entiende.


c) CATEGORIAS DEL ENTENDIMIENTO

Las categorías son determinaciones lógicas y preestablecidas, de la esfera abstracta de la mente, en concordancia con el carácter de los objetos y que se ponen en función por la percepciones ob­jetivas. Son los "conceptos básicos más generales por cuyo medio tratamos de definir los objetos".

Corresponden exactamente a las categorías, las "ideas inna­tas" que; al decir de Platón, había contemplado el alma en una exis­tencia preterrena. También las ideas que, según San Agustín, reci­bimos de Dios por iluminación divina; y en fin, las que Plotino nos concedía como fruto de una iluminación procedente del Nous o Espíritu Universal.

A nuestro modo de ver hay tres categorías fundamentales, den­tro de las cuales pueden incluirse todas las expuestas por Aristóte­les, Kant y Windelban; a saber: la de Causalidad o etiológica; la de Substancialidad u ontológica; y la de Diferencialidad o psicoló­gica. La primera corresponde a lo espiritual (causa o voluntad de existencia); la segunda a lo corporal (forma material de existencia y la tercera a lo anímico (forma substancial de existencia).


I, La causalidad es innata en nuestra conciencia y precede Conocimiento, como lo prueban los insistentes por qués de los niños, que Intuyen la necesidad de que todo sea causado por antes de conocer el fenómeno que observan. "Todo efecto tie­ne una causa y esto es un supuesto necesario de todo conocimiento de la realidad.


II, La Substancialidad (de substare, estar debajo o servir de base es objeto permanente de todos los predicados o accidentes  que se nos aparecen como cualidades sensibles de los objetos. Frente a los accidentes (de accidere, caer o adherirse sobre otra cosa) siempre cambiantes, "la sustancia se presenta como independiente y permanente en su grado relativo" (Hessen).

Propiedades substanciales y cualidades sensibles.
Conviene distinguir bien ambas cosas, ya presentadas en el de la Fig. 1.

Las cualidades sensibles representan el aspecto fenoménico o aparente de cualquier objeto. Las llamamos cualidades, precisamen­te por que son cualitativas, adjetivas y accidentales.

Las propiedades substanciales son la causa de que aparezcan las anteriores. Y son cuantitativas por que dependen de su consti­tución material que, en el fondo, es un resultado de agregación de átomos en determinada cantidad, como ya enseñó Demócrito.

Por ejemplo: Una rosa es de color rojo. Este color no es pro­piedad de la rosa, sino un efecto luminoso causado por la absorción de todos los demás colores del espectro solar, excepto el rojo que se refleja. Es pues una cualidad sensible. Lo que si es propiedad substancial de la rosa, es la capacidad de absorber todos los colo­res menos el rojo, cosa que dimana de su constitución físico-quí­mica.

Otro ejemplo: Un tubo sonoro al ser soplado emite la nota la. Esta nota está producida por las vibraciones de la columna de aire en determinado número por segundo, y por consiguiente es una cualidad sensible. La propiedad substancial estriba en el tamaño y material de que está hecho el tubo y que son causa de que emita esa nota y no otra.

  III. La Diferencialidad precede también a todo juicio, por que es el fundamento de toda variación sensible, de toda percepción y de todo movimiento. Es categoría de relación y comparación por excelencia. Por diferencia de accidente percibimos la unidad y per­manencia relativa de lo substantivo (Ej. un árbol con hojas y sin hojas); por diferencia, por contraste de luz y sombra, apreciamos la forma de las cosas; por desigualdad de condiciones hay movi­miento y vida (Ej. un salto de agua por diferencia de nivel; una co­rriente eléctrica por diferencia de tensión entre dos pilas unidas por un hilo conductor; el proceso digestivo, por diferencia entre el ali­mento y el cuerpo que le digiere, etc.).

La categoría de causalidad abarca todos los conceptos de ori­gen y finalidad, o sea el por que y el para que de las cosas. Su in­tención.

La categoría de substancialidad encuadra todos los conceptos de espacio o sea el que de las cosas, el hecho de existir.

La categoría de diferencialidad se refiere a los conceptos de tiempo, o sea el como de las cosas; modo o manera de manifestarse ellas la que es accidental. Toda variación es una sucesión de estado a otro y se da esencialmente en el tiempo. Una persona puede ser niño y ser adulto al mismo tiempo; pero sí después de cierto tiempo. Podemos decir muy certeramente: Todo suceso es temporal, como toda substancia es espacial. La simple diferencia entre dos objetos ha necesitado, para ser apreciada por nosotros, la observación del  uno tras del otro. Y aun para afirmarse la igualdad de dos cosas, tenemos que partir del hecho previo y de que son distintas, por que son dos[1].

Mediante las "categorías" ordenamos en representaciones lógicas (ideas y conceptos), el material sensible de la observación, con arreglo a las formaciones preestablecidas de nuestra intuición y entendimiento.

Según Kant, "el espacio y el tiempo son formas de nuestra intuición que yuxtapone y ordena las percepciones", originando las representaciones, ideas y conceptos, que constituyen el contenido de nuestra conciencia.


d) OBJETOS REALES Y OBJETOS IDEALES

Hasta aquí hemos referido el conocimiento a objetos reales, de afectar a nuestros sentidos corporales, haciendo bueno el principio del intelectualismo aristotélico-escolástico, que dice: hay en la inteligencia que primero no haya pasado por los sentidos.

Según esto, los conceptos (contenidos de conciencia no innatos ni intuitivos), están en relación genética con las experiencias sensoriales. Sin perjuicio de que, como quiere el racionalismo platónico-agustiniano, todo conocimiento tiene su verdadera fuente en el pensamiento, que es el que ordena en "formas lógicas" los datos de la experiencia.

Dice Platón que, "el mundo de la experiencia cambia constan­temente y no puede procurarnos un verdadero saber. A los sentidos no debemos un conocimiento (epistéme) sino una opinión (dóza)". Esto anula el valor de empirismo puro, que pretende considerar a las ideas como representaciones, por adición, de los distintos datos de la experiencia.

En la teoría del- conocimiento, expuesta por nosotros, hemos armonizado los valores gnósticos del factor subjetivo y del factor objetivo. Lo cual nos permite afirmar con el apriorismo kantiano que, "los ladrillos los da la experiencia y el edificio lo construye el pensamiento". Que es tanto como admitir, con Leibnitz, la existen­cia de verdades de hecho y verdades de razón.

Pero, el conocimiento posee también objetos ideales, que no pueden entrar por los sentidos, y de los cuales tenemos, no obstan­te, conceptos racionales. Tal ocurre con las matemáticas, en las que el pensamiento opera con absoluta independencia de toda experien­cia, siguiendo sus leyes de lógica.

El binomio de Newton es un ob­jeto ideal de conocimiento. No se ve ni se palpa, pero se sabe. Lo cual justifica la parte de razón que asistía a Descartes cuando opi­naba que "son innatos los conceptos fundamentales del conocimien­to"; y al racionalismo lógico del siglo XIX, admitiendo la existencia de una conciencia universal donde residen los principios supremos cognoscitivos. De esto a las soluciones teológicas de Platón, Ploti­no, Aristóteles San Agustín y Santo Tomás, no hay más que un paso, que los prejuicios y las palabras han convertido en un abismo.

El objeto ideal por excelencia, del humano conocimiento, es Dios. Puede llegarse a un concepto del Ser Supremo por vía de ra­zón (teodicea) o por vía de fe (teología), pero hagamos punto en esta cuestión, que ha de merecer capítulo aparte[1].


e) FORMAS Y POSIBILIDADES DEL CONOCIMIENTO

La teoría del conocimiento que venimos desarrollando, tiene como aserción fundamental la de que "el conocimiento representa una relación" y no una aprehensión completa del objeto por el su­jeto. Que en esta relación, el objeto aporta un caudal limitado de datos experimentales representado por sus "cualidades sensibles"; y el sujeto organiza con esto y con sus propios conceptos categóri­cos innatos, la representación lógica y consciente del objeto.

Para llegar a esta conclusión, multitud de pensadores eminen­tes de todos los tiempos, han aportado su contribución más o menos acertada a la teoría del conocimiento, legándonos, cada uno, con su sistema, determinada faceta de la verdad.

Interesa muy especialmente a los fines de esta obra, detener un momento la: atención sobre aquellos sistemas donde se ha pues­to en litigio la "posibilidad del conocimiento"; a saber: Dogmatis­mo, Escepticismo, Criticismo y Realismo.

EL DOGMATISMO (de "dogma" = doctrina fijada) da por supuesta la posibilidad de completa captación del objeto por el su­jeto. Para el dogmático no existe una relación condicional entre ambos; y por consiguiente, no tiene duda sobre la verdad. Ignora el mecanismo del conocimiento y cree que los objetos son como los percibimos. Su posición es la misma del realismo ingenuo, para el cual, las cosas que conocemos, nos son dadas en su corporeidad y no por nuestra elaboración mental. El pensamiento no pasaría de ser --como quiere Condillac- "una facultad refinada de experi­mentar sensaciones".

EL EXCEPTICISMO (de "sképtesthai" = examinar) consi­dera imposible el contacto del objeto con el sujeto. Y cree que el conocimiento depende de las capacidades y facultades inteligentes del sujeto; por lo cual -como decía Pirron- "pueden ser igual­mente verdaderos dos juicios contradictorios", y, por tanto, la pru­dencia aconseja la "époké" o "abstención del juicio". Pero el escepticismo, al afirmar que el conocimiento es imposible, expresa un conocimiento: la imposibilidad de adquirirle; y con esto se anu­la a si mismo. A pesar de todo esto, no cabe duda de que el escepticismo sistemático (sobre todo la famosa duda cartesiana) ha sido francamente útil para llegar a la verdad, por el prudente análisis que ha hecho de nuestros mecanismos cognoscitivos.

      EL CRITICISMO (de "krinein" = examinar) admite la posi­bilidad de conocer, pero lleva aun más allá la cuidadosa revisión de los mecanismos del entendimiento. Decía Kant: "Criticismo es aquél método de filosofar que consiste en investigar las fuentes de las propias afirmaciones y objeciones y las razones en que las mis­mas descansan; método que da la esperanza de llegar a la certeza". "El primer paso de la razón pura es el dogmático; el segundo es el escéptico. Es necesario un tercero: el del juicio maduro y viril".

EL REALISMO admite como tesis fundamental, la de que hay objetos independientemente de la conciencia, como lo prueban tres hechos: 1) Los objetos de percepción lo son para muchos indivi­duos, que ven lo mismo ante el mismo objeto; mientras que el con­tenido de la representación es subjetivo. 2) Las percepciones son independientes de nuestra voluntad, mientras que las representacio­nes podemos modificarlas. 3) Los objetos son independientes de nuestras percepciones. Siguen existiendo aunque no los percibamos y aun pueden cambiar (como una persona en distintas edades) sin contar con nuestros mecanismos mentales representativos.

Tanto el realismo ingenuo de que hemos hecho mención, como el realismo natural de Aristóteles, sostienen que la percepción del sujeto responde exactamente al contenido y propiedades del objeto; pero el aristotélico admite reflexiones críticas de las que pretende escapar el ingenuo.

El realismo critico, que aparece con Demócrito, cree que las propiedades que asignamos a los objetos en la representación que de ellas hace nuestra conciencia, no pertenecen a estos, pero surgen en nuestra mente cuando determinados estímulos de estos obran so­bre nuestros sentidos.

Esta es nuestra posición personal que ya he­mos expuesto al tratar de las "propiedades esenciales" y de las "cualidades sensibles" de los objetos: Determinada constitución cuantitativa (o físico-química) produce en nuestra conciencia, por relación genética, determinada percepción cualitativa. O lo que es lo mismo: Lo subjetivo es diferente de lo objetivo, pero producido por elementos objetivos correspondientes. En fin, podemos terminar afirmando, con la escuela kantiana, que "en el material objetivo de las sensaciones hay algo determinante que hace surgir en nuestra mente la categoría subjetiva".

Este aserto queda potentemente reforzado por las teorías de la moderna biología, en lo que respecta a las percepciones sensoriales. "Toda excitación que proviene del mundo exterior, produce un estado de alteración en la substancia viva de las células nerviosas, llamada "engrama". De esta manera, el mundo externo se inmixe de la organización del animal de una manera específica, según co­mo este se halle organizado.

El complejo de engramas forma parte del animal mismo y constituye el correlativo interno del mundo exterior. Por supuesto, en forma distinta de la originaria, ya que las excitaciones engráficas son "asimiladas" y almacenadas en forma tensiva de energía engráfica. Así, cada ser percibe una determina­da faceta del mundo externo; es decir capta su verdad. Lo cual re­fuerza la teoría del conocimiento en favor del realismo crítico, cuan­do se ve qué ya las impresiones sensoriales comienzan por tamizar específicamente la inmixión en cada ser, del mundo que le rodea. Y al mismo tiempo destruye la pretensión del dogmático cuando este supone que "su verdad" es la única verdadera.

f) EL CONOCIMIENTO INTUITIVO

La intuición (que significa "conocer viendo") es la aprehen­sión de un objeto por la conciencia, sin necesidad de razonamiento. Es decir que, al lado del conocimiento mediato o discursivo-racio­nal de que hemos venido ocupándonos, hay otra suerte de conoci­miento inmediato o intuitivo-irracional, del que nos vamos a ocu­par.

Es indudable que el hecho final del propio proceso discursivo del entendimiento, es una captación intuitiva. Después de las razo­nes y de la lógica, llega el hecho instantáneo y misterioso de la "asimilación" consciente, y surge el concepto. Aun más: En muchos casos hay una intuición inicial en el conocimiento que dimana de las sensaciones: Para comprender que el azul y el amarillo son dos colores distintos, no hace falta razonar. Se salta de la sensación al conocimiento.

En ambos casos se trata de una intuición sensible.

Otras veces tratase de la comprensión inmediata basada en las leyes lógicas del pensamiento. Como cuando, por ejemplo, afirma­mos: "Una rosa y una azucena son diferentes"; juicio basado en la categoría innata de "diferencialidad", sin necesidad de verlas. Estamos ahora ante una intuición espiritual formal.

Ocurre en otros casos que se llega al conocimiento íntimo de un objeto o hecho suprasensible, como por ejemplo Dios, la justi­cia, etc. Se refiere esto entonces, a una intuición espiritual substan­cial.

Y no hay por que hablar aquí de las ya mentadas "categorías del entendimiento" que son intuiciones innatas.



Formas de la intuición.


El hombre es un ser que no solamente piensa, sino que siente y quiere. Y así como hay un conocimiento por vía del entendimien­to, hay también conocimiento por vía de sentimiento y por vía de voluntad. Estas dos últimas formas son, naturalmente, intuitivas.

El siguiente cuadro sintetiza las distintas clases de intuición:

Decimos subjetivas a las intuiciones que arrancan de la activi­dad de nuestras facultades anímicas. Y objetivas a las condiciona­das por el objeto del conocimiento. Veamos en lo que consisten.

Intuición racional. Es la ya expresada inicial o final, que acom­paña al proceso discursivo de la razón; así como la que hemos de­finido con el nombre de intuición espiritual formal nacida de las leyes lógicas del pensamiento. No hay por que insistir sobre ellas. Pero si diremos con Schonpenhauer que "nuestro conocimiento dis­cursivo solo abarca el mundo fenoménico; mientras que la "esen­cia" de las cosas solamente podemos conocerla por la intuición es­piritual". Aserto sostenido también por Bergson, David Hume yHusserl. A ello hay que agregar la afirmación de Fichte referente a la intuición metafísico-racional del propio "yo", por la cual éste se conoce a sí mismo y a sus acciones; y que no es otra cosa sino la expresada por Descartes en su famosa frase: "Pienso, luego soy"[1].

Intuición emocional. Es el conocimiento por vía de sentimien­to, raíz de todo estado de conciencia religioso. Votkelt admite las intuiciones emocionales de lo ético, lo estético y lo religioso, como "modalidades de la certeza, absolutamente peculiares, irreductibles y primitivas", casi con idéntica categoría que la "evidencia lógica". Fries dice que "el presentimiento es un conocimiento de puro sen­timiento". Indudablemente eso que llamamos "corazonadas" son intuiciones emocionales de las que: adivinó Pascal cuando dijo que "el corazón tiene sus razones que la razón no conoce". Esas mis­mas que leemos en la humorística peroración de D. Quijote cuando exclama: "La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece que con razón me quejo de la vuestra fermosura". A estas intuiciones las llamó Scheler "sentir intencio­nal".

Intuición volitiva. La evidencia de la realidad no necesita de­mostración racional. La conocemos cuando nuestra voluntad tropie­za con la resistencia del mundo exterior que se opone a ella. Para Dilthey, la intuición es una experiencia inmediata de nuestra volun­tad y el único modo de conocimiento histórico.

Intuición de la esencia. Solo la intuición capta la esencia de las cosas, dice Bergson. Es "el instinto desinteresado y consciente de si mismo". La razón puede captar lo fenoménica y sus consecuencias lógicas; pero el "eidos", dice Husserl, solamente puede ser objeto de la intuición inmediata. Cosa que también confirma Scheler admi­tiendo la "intuición racional de las esencias".

Intuición del valor. Dentro de ella tenemos que considerar los valores estéticos, éticos y religiosos.

La intuición estética es evidente. La belleza de un paisaje o de una obra de arte no se puede captar ni comunicarla a otro por me­dios discursivos, sino se siente. "Sentir" la belleza es comprenderla.

La intuición ética no es menos clara. Como dice Augusto Me­ser; "quien al comparar un vividor con una personalidad moralmen­te pura, no vea con íntima convicción, con inmediata evidencia, el más alto valor objetivo de esta última, tampoco podrá comprender­lo mediante pruebas intelectuales". "Aprehendernos emotivamente los valores de lo bueno y de lo bello por el "sentido moral" (moral sense) y por el "sentido estético", cosas generalmente no valora­das por la razón", dice por su parte Hutcheson.

La intuición religiosa es especialmente significativa. "Lo divi­no pasa de la esfera de lo trascendente a la de lo inmanente; y es experimentada y vivido inmediatamente"; nos enseña Oesterreich. "Intimamos de un modo inmediato con un objeto que se extiende hasta la esfera de lo inexperimentable", afirma por otra parte Vol­kelt. Este mismo fue el punto de vista de Plotino y de San Agustín. La gestación de un concepto metafísico de Dios, no tiene el calor de la experiencia interna recogida por intuición suprarracional. Di­ce Hessen con gran clarividencia: "Nadie se ha dejado martirizar hasta hoy por una hipótesis metafísica; pero millones de hombres, dentro y fuera del Cristianismo, han derramado la última gota de su sangre por su fe en Dios. Este hecho habla un lenguaje claro para el que no tenga prevenciones".

Intuición de la existencia. Dimana, como hemos visto al ha­blar de la intuición volitiva, del choque de nuestra voluntad con la realidad externa. El preso que quiere escaparse y tropieza con el rastrillo cerrado de la cárcel, sufre el golpe evidente de una reali­dad, para el conocimiento de la cual no necesita razonar.


g) EL CONOCIMIENTO RELIGIOSO
  
Tiene como base la captación de los valores absolutos o divinos: La intuición de Dios.

Cabe una explicación racional o metafísica del Ser Supremo (teodicea), más en la esfera religiosa, la experiencia interna y la Intuición juegan un papel predominante (teología). Pero antes de analizar estos factores, debemos formularnos la siguiente pregunta: ¿Dónde tiene su raíz la necesidad del conocimiento religioso? La contestación es esta: Todas las formas del conocimiento tienen su raíz (no su causa) en uno de los diez instintos de la na­turaleza humana; a saber: las de Conservación, Reproducción, Po­sesión, Miedo, Familia, Sociabilidad, Trabajo, Verdad, Proporcio­nalidad y Libertad. El sentimiento religioso se fundamenta en el instinto del miedo.

El hombre al encontrarse desamparado ante una Naturaleza cuyas fuerzas son superiores a las suyas, buscó protección e inqui­rió un principio que le ayudase a marchar de acuerdo con la ordenación universal. Esto produjo en él un sentimiento de sumisión, que es precisamente el "momento emocional" de la fe. Y entonces des­pertó en el hombre la intuición de la divinidad, ordenadora y pro­vidente. (Schopenhauer deduce la necesidad metafísica del pensa­miento de la muerte).

Semejante hallazgo hubo de constituir el más valioso tesoro de su vida, como lo prueba su universalidad en tiempo y espacio. Después la experiencia interna y sus consecuencias externas, hicie­ron lo demás. Naturalmente que la fuerza del conocimiento religio­so, no estriba en su valor metafísico, sino en esa inmanencia y "vi­vencia" íntima que le da su verdadero valor subjetivo.

Dios vive en el corazón del místico y éste no necesita que se le demuestren, por que le "siente". El "Cristo interior" de que ha­blaba San Pablo[1], y la "Chispa Divina" de la mística oriental, prueban la verdad de nuestro anterior aserto. Y nos enseña donde se encuentran las fuentes de la fe.

La fe -define la teología católica- "es en sí un hábito o po­tencia sobrenatural perteneciente al orden de la visión intuitiva de la divina Esencia". He aquí el concepto teológico puro. Pero en la Fe encontramos dos elementos claramente diferenciados: un elemen­to teorético o conceptual y otro elemento emocional que se traduce en sumisión y humildad. "Creemos" en Dios y "sentimos" a Dios.

Estos dos aspectos, perfecta y necesariamente compatibles, fueron causa de toda la contienda que en el siglo XIII dominó en las esferas de la alta filosofía escolástica en torno a los derechas de la intuición religiosa Por un lado Santo Tomás y todos los aris­totélicos con su concepto intelectualista y silogístico en el que Dios necesita ser demostrado. Por otro lado San Agustín y San Buena­ventura, herederos del neoplatonismo de Plotino, para los cuales Dios es la verdad inmutable e inmanente en nuestra conciencia.

Pero creer no es lo mismo que saber. Creer es un acto de fe. Saber es un acto de razón. Se sabe por el entendimiento y la lógica. Se cree por la intuición. Saber es función de la inteligencia. Creer es función del espíritu, con valor subjetivo.

Por esto, al que conoce por verdadera intuición religiosa, se le dice un creyente. Y al que conoce por razonamiento» lógico se le llama sabio. La fe del creyente, aunque subjetiva, es superior, en cierto modo, al conocimiento metafísico del sabio, por que responde a facultades más elevadas. Y si no fuera por ella, pudiera caer el conocimiento religioso en el escepticismo.

El que cree sin saber demuestra tener vida espiritual. El que sabe sin creer no pasa de ser un erudito. No debería llamarse sa­biduría al conocimiento sin fe; es decir a la comprensión sin amor. Por que la creencia o fe en lo que se sabe, o en lo que no se sabe, es impulso de vida interna, amor que trasciende el conocimiento, sentimiento que sobrepuja a la comprensión. Una cosa no es ver­daderamente conocida hasta que se la ama, es decir, hasta que se la siente. Por esto, conocer es amar; pero saber no implica amor. Ya lo enseñaba así San Agustín, algunos siglos después de haber dicho Platón: "No hay gnosis sin eros".

Además, el que cree, crea, por que deduce aquellas fuerzas de realización de aquello en que cree. No hay fe sin esperanza. Y esto es lo más importante de la. actitud del creyente. Esto quiere decir que religión y filosofía son cosas distintas, aunque ambas coinciden en una teología racional. La legitimidad de toda intuición de Dios, estriba en que no sea contraria a la ra­zón. Sin embargo la religión no tiene la validez universal de la me­tafísica, por que se basa en una intuición subjetiva y se expresa en representaciones concretas. La "verdad" interna que posee un Creyente, no puede ser transmitida con rigor lógico a otra persona. Las pruebas racionales de la existencia de Dios, solo impresionan a los ya creyentes.

Por otra parte, y en orden a la teoría del conocimiento, la teo­logía y la metafísica deista, vienen a poner el sello de confirmación a cuanto llevamos dicho: "Dios ha creado los seres del Universo con arreglo a las "ideas" surgidas de su potencia objetiva[2]
De otro lado, nuestra inteligencia, según la concepción agustiniana de que hemos hecho mención, posee un acerbo básico de ideas Innatas, por iluminación divina. Es decir que, la esencia de los objetos y las ideas de nuestra mente, tienen un origen común; por lo cual, como afirma Spinoza, "el orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas". Esto, en una hipótesis monista y panteísta, es de una evidencia extrema: Siendo Dios inmanente al mundo, el pensamiento y el ser tienen que concordar plenamente. Sujeto y objeto son una misma realidad.

En una hipótesis teológica dualista, siendo Dios trascendente al mundo; hay una diversidad metafísica entre los objetos del cono­cimiento y la conciencia. Pero como ambos proceden de Dios, exis­te una armonía preestablecida entre el pensamiento y el ser.

En ambas hipótesis, el Universo tiene ordenación lógica, como nuestro propio pensamiento. Este -según la magnífica frase de Lotze- "sirve como un medio de poner lo vivido en aquél orden que exige su naturaleza y de vivirlo más intensamente en la medida en que se hace dueño de este orden".

ALFONSO EDUARDO


[1] "Hijitos míos, que vuelvo otra vez a estar de parto de vosotros, hasta que Cristo sea formado en vosotros". (1• Epístola a los Corintios).
[2] Así se expresa Platón cuando dice que "el Logos formó los objetos por el modelo de las ideas". Y Santo Tomás, con Aristóteles, al decir que, todos los seres en su esencia, están creados a base de una "forma subs­tancial" o "entelequia"; que no es otra cosa más que el "alma vegeta­tiva", arquetipo" o "noumeno", que decimos nosotros. Y también Al­fonso X el sabio dice: "Ninguna cosa hay en el aire, ni en las aguas, ni en la tierra, que todo no sea figurado en el cielo".

 El krausismo afirma que la percepción de nuestro "ser" es anterior a todo acto de nuestro espíritu; que el yo es esencialmente luminoso por sí y ante sí mismo, sin recibir la luz reflejada del acto que le informa. En cambio la doctrina católica quiere que la conciencia del yo provenga "de las modificaciones emanadas de su interior actividad, por que estas modi­ficaciones son las que constituyen el objeto formal de nuestras potencias perceptivas, no el sujeto que las sustenta". (Padre Mendive).
Indudablemente el krauaiamo se refiere al yo como esencia espiritual capaz de contener conocimiento y sentimiento; y el catolicismo se refiere al contenido de conciencia y senciencia que el yo se va apropiando con su actividad.

 Engrama es "el estado de alteración en que queda la sustancia viva de las células nerviosas centrales consecutivamente a toda excitación engrá­fica"

No es lo mismo ser distinto (o existir aparte de otra cosa) que ser dife­rente (0 llevar otra apariencia.) Dos cosas iguales en apariencia son dis­tintas en existencia.
Objetos ideales son también todos loa abstractos de justicia, esperanza bondad, caridad, fe, maldad, etc., etc.
apariencia.) Dos cosas iguales en apariencia son dis­tintas en existencia.



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