EL INSTINTO Y LA "CIENCIA
INFUSA"
El instinto es una forma elemental de conocimiento. Es el
trasunto psíquico de las apetencias de la materia viva. El instinto está
formado por un complejo consciente de las necesidades y reacciones primarias de
la organización. En uno de sus aspectos, trasciende al sentimiento y en otro a
la inteligencia, que son los dos caminos de llegar a la conciencia.
Todo ser organizado tiene una
serie de apetitos que dimanan de las apetencias químico-biológicas de la
materia de que está formado. Estos apetitos se organizan a su vez, como
incentivos, en la esfera psíquica, convirtiéndose en deseos, que es tanto como
quedar reconocidos por la conciencia individual. Aun pueden los deseos
transformarse en pasiones cuando entran en la esfera del sentimiento,
subyugando la voluntad y trocándose de medios en fines.
La satisfacción de toda necesidad biológica origina un
placer. La busca del placer sin la apetencia, es causa del vicio, que consiste
en el mal uso o en el abuso de la necesidad instintiva. Así pues, pasión y
vicio, tienen sus más profundas raíces en 1o instintivo. Y de estas plantas
diabólicas surge el fruto amargo del dolor.
La inteligencia instintiva o aparente razón con que obran
los animales (facultad que los escolásticos llamaban "estimativa")
"no versa sino sobre las cosas concretas; no comparan los dos extremos del
raciocinio con un tercero universal que comprenda a entrambos; lo que hacen es
deducir el particular del particular espontáneamente y sin ver la legitimidad
de la consecuencia".
Santo Tomás considera en los animales cuatro sentidos
interiores: el sentido común, la imaginación o fantasía, la estimativa y la
memoria: y nos dice, refiriéndose al instinto, sagacidad y prudencia con que
obran los animales: "En todas aquellas cosas que son movidas por la razón,
se descubre el orden de la razón que las mueve, aunque las cosas así movidas
carezcan ellas mismas de razón. Así sucede que la saeta va directamente al
blanco arrojada por el saetero, como si ella misma estuviese dotada de razón
que la dirija: y esto mismo se observa en el movimiento de los relojes y de,
cuantas obras ingeniosas son debidas al arte humano”.
En cuanto a la "Ciencia infusa" (así denominada
en las escrituras sagradas") que se atribuye a nuestros primeros padres,
no se '; refiere, como pudiera parecer, al instinto; tampoco puede identificarse
con el sentido común, que es la ley lógica y congénita del pensamiento, o sea
la capacidad de reaccionar mentalmente de acuerdo con el orden universal. En
realidad, la "ciencia infusa" es la intuición innata, de que ya hemos
tratado. Por esto, como ya veremos, fue perdida por Adán y Eva cuando comieron
simbólicamente del "árbol de la ciencia del Bien y del Mal" que
representa el conocimiento racional.
EL CRITERIO DE VERDAD
¿Cómo podemos tener la
evidencia de que nuestro conocimiento es verdadero?
He aquí el último problema que nos queda por tocar.
He aquí el último problema que nos queda por tocar.
Hay una verdad inmanente que consiste en la concordancia
del pensamiento consigo mismo; en la ausencia de contradicción. Pero solamente
se da en la lógica y en las matemáticas que no son objetos externos.
Únicamente tienen realidad en nuestra propia mente; y la certeza de la verdad
estriba en la corrección lógica.
Existe otra verdad trascendente que se refiere a los
objetos exteriores y que consiste en la concordancia del pensamiento con el
objeto, según ya dijimos.
El subjetivismo pretende que la verdad depende
exclusivamente del sujeto que conoce. Así los sofistas, con Protágoras a la
cabeza, que decía: "Panton crematon metron anthropos" (El hombre es
la medida de todas las cosas); lo cual supone una posición escéptica, por que
toda verdad que no tenga validez universal, deja de ser verdad. Tanto menos,
admitiendo la relación genética del pensamiento con el objeto de conocimiento.
El relativismo admite una verdad condicional, puesto que
ésta depende de factores de la realidad exterior. Por esto Platón decía que
los datos de la experiencia sólo podían proporcionarnos una
"opinión", que al fin es una verdad relativa.
El pragmatismo cree que solo es verdadero lo que es útil.
Por esto Nietzche dijo: "La verdad no es un valor teórico, sino tan solo
una expresión para designar la utilidad". Y Vaihinger añadió: "La
verdad es el error más adecuado". Es claro que los pragmáticos parecen
desconocer el valor lógico de la razón discursiva, y por esto sus afirmaciones
caen por su base.
La intuición tiene un valor de evidencia completamente
subjetivo, y por esto no puede ser nunca un criterio de verdad. Como dijo
Maier: "Los pensamientos son símbolos de las propiedades
tran-subjetivas". Nosotros conocemos las cosas por una formación lógica
elaborada con el material fenoménico. Hay pues una concordancia de sujeto y
objeto cuando la captación mental ha sido correctamente hecha, de acuerdo con
las leyes del pensamiento. Toda evidencia, aunque sea intuitiva "es la
forma en que lo lógico se hace sentir en nuestra conciencia". Lo que
sucede es que, en la intuición se llega a la certeza inmediata por una especial
sensibilización intelectual de nuestra conciencia.
Una cosa es verdad o no, independientemente de la
velocidad con que la comprendamos:
Las leyes del pensamiento (intuitivo o racional) son
siempre las mismas. No cabe una verdad intuitiva que después de meditada vaya
contra razón. "No se olvide -dice Ortega y Gasset- que la verdad tiene
este privilegio eucarístico de vivir a un tiempo e igualmente en cuantos
cerebros se lleguen a ella".
En resumen:
La verdad inmanente es universalmente aceptable cuando carece de contradicción lógica.
(Por ejemplo: "Los tres ángulos de un triángulo valen como dos
rectos").
La verdad
trascendente tiene dos aspectos: Cuando es intuitiva, y por tanto subjetiva, es aceptable
discrecionalmente si no va contra razón, y mucho más si es apoyable por la razón.
(Por ejemplo: "Dios ha ordenado el Universo").
Cuando es objetiva y racional, es aceptable con validez
universal, si puede ser demostrada. (Por ejemplo: "Todo cuerpo sumergido
en un líquido sufre un empuje de abajo a arriba igual al peso del volumen del
líquido que desaloja"). Si no puede ser demostrada, no pasa de constituir
una opinión o un dogma, sin más categoría que la de una hipótesis perfectible.
(Por ejemplo: "La Tierra es el único planeta habitado").
Pero a la postre, el reactivo específico de la verdad es,
como decía Switalski, "la-fecundidad sistemática de los principios".
Ningún error es fecundo[1].
EL EDIFICIO DEI. CONOCIMIENTO
Por todo lo que llevamos dicho,
colígese que el aspecto místico o religioso de la especulación filosófica
puede irse poniendo de perfecto acuerdo con el aspecto teorético, racional o
científico (es decir el "theos" con el "logos", llenando el
abismo que tantas catástrofes intelectuales (y aun !ay materiales, con guerras
cruentas) ha originado a lo largo de la historia de la humanidad. Poner de
acuerdo lo revelado con lo deducido, lo intuido con lo explicado, la fe con la
razón, el dogma con la ciencia, el corazón con la cabeza, en suma, será la más
útil labor que puedan realizar los filósofos, como con su método analógico y
sincrético iniciaron los neoplatónicos (Ammonio Sacas, Plotino, Porfirio,
Jámblico, Orígenes) y de un modo singular San Clemente de Alejandría;
posteriormente de manera genial, San Agustín, luego San Anselmo y Hugo de San
Víctor, y en los tiempos modernos la Sociedad Teosófica fundada por H. P.
Blavatsky.
Salgamos al paso de manera concluyente contra el aserto
del pseudo-sabio positivista y racionalista que no admite más medios de llegar
a la verdad que la observación y la experimentación con sus deducciones
correspondientes. La revelación y la fe no rezan para él, ni cree que el ser
humano pueda captar la realidad de la existencia del Valor Absoluto por un
momento emocional e intuitivo; por un acto de iluminación suprasensible, como
ya hemos visto.
Claro es que no todas las mentes son capaces de llegar al
conocimiento intuitivo de los valores divinos; y así no puede extra fiar que
para los ciegos de espíritu sean poco menos que productos de la fantasía las
afirmaciones y especulaciones de aquellos otros para quienes llegó la hora de
la Verdad trascendente, que no admite duda en lo más íntimo de su ser.
Pero digamos con San Anselmo; hay que creer para después
saber; que es tanto como decir: hay que sentir para después comprender; y
llegaremos a decir como Anatole France: "Comprender es amar"; con lo
cual abocamos a la idea agustiniana de que a la Verdad se llega por la caridad;
y aun a la más antigua afirmación platónica que hace del amor (eros) el medio
de llegar al conocimiento.
De aquí el camino errado que siguen esos experimentadores
positivistas que pretenden arrancar sus secretos a la Naturaleza, mortificando
a seres indefensos con las prácticas necromantes de la vivisección y queriendo
hacer pagar a los animales las culpas biológicas de la humanidad mediante la
extracción de sueros y antígenos varios que no logran realizar la verdad del
hecho sanitario.
Ni aun arguyendo que por amor a la humanidad se
puede prescindir del amor a los animales, debe considerarse lícito el camino
del conocimiento por el martirio y por la crueldad. El amor es un sentimiento
que debe preceder a la captación de la verdad; y esta hace asequible por virtud
de la disposición íntima a que el amor conduce; independientemente del objeto
de su preferencia. Es decir que no cabe amar una cosa y despreciar otra con la
finalidad de encontrar una verdad útil a la primera; por que el destino de las
criaturas dentro de la armonía del Universo, exige la búsqueda del bien común y no la felicidad de los unos a costa
del sacrificio de los otros. Esto en cuanto al aspecto objetivo y finalista; que, en cuanto a1 aspecto subjetivo, el
sentimiento de amor, o es de carácter universal o deja de ser tal. En resumen:
El que ama es por que tiene un alma amante y este estado de conciencia le
conduce a la Verdad.
Los grandes filósofos iniciados y los grandes profetas
fundadores de una doctrina religiosa, merecieron la revelación de la Verdad
por su disposición íntima de amor a la humanidad.
De todo concluimos que, no puede ser verdadero, pese a
las apariencias, el conocimiento conseguido sin caridad.
De aquí el peligro de cultivar la ciencia divorciada de
la teología y aun de la filosofía, como ha ocurrido en la época moderna a
partir de "La Ilustración" y de "La Enciclopedia", cayendo
en un positivismo de las más graves consecuencias, y no a lo Comte precisamente.
Y es que hay que convencerse de que, el conocimiento humano, para no
extraviarse del camino de la verdad y conservar esa vitalidad intelectiva que merece
el nombre de sabiduría, ha de fundamentarse en estas tres grandes disciplinas
de la mente humana que se llaman:
Teología
Filosofía
Ciencia
en
las que respectivamente se estudian los principios y causas, las leyes y fines
y los medios y hechos.
Las ciencias se unifican en la
filosofía; los sistemas filosóficos se unifican en la teología. Esta última que
es ciencia de Dios como principio ontológico, tiene su raíz en la intuición y
en la revelación.
La filosofía, cuando en suprema síntesis alcanza por la
razón el campo luminoso de la teología, se llama Teosofía o sabiduría divina.
La ciencia, en fin, se basa en la observación y la experimentación, estudiando
los hechos y sus mecanismos y medios; más cuando el conjunto de los hechos
empieza a sintetizarse en leyes, entonces entra en el campo de la filosofía.
El siguiente esquema nos muestra el edificio del
conocimiento, que nos da la clave segura para el ascenso del entendimiento en
la búsqueda de la verdad.
Explicación del esquema.
De las sensaciones, por la observación y la
experimentación, llegamos al conocimiento de los hechos (o sea el que de las
cosas). Las ciencias nos enseñan los mecanismos de estos hechos, y las matemáticas
a su cabeza nos explican simbólicamente los medios y algunas leyes (el cómo de
las cosas). De la comparación y relación de hechos, llegamos por la razón o
"logos", al conocimiento de las leyes y fines de las cosas, o sea su
para que, por medio de la filosofía. De las leyes, por síntesis intuitiva,
llegamos al conocimiento de las causas (el por que de las cosas) por Iriedio de
una teosofía o sincretismo filosófico por método analógico y reducción a la unidad. De las causas llegamos a los
principios por un sentimiento intimo de orden espiritual que acaece en nosotros
por intuición o inspiración e indirectamente por revelación; y entramos
entonces en el pináculo del saber que es la teología.
Así pues no existe verdadero
conocimiento de las cosas si no atisbamos su causa, finalidad y principio
(esencia) (1), además de los fenómenos y sus mecanismos, que es a lo que casi
exclusivamente se ha limitado la ciencia positiva de nuestros tiempos.
El ascenso del conocimiento desde los hechos hasta los
principios constituye el método inductivo; y el descenso desde estos hasta los
primeros constituye el método deductivo. Entre los fenómenos o hechos y los
noumenos o causas, encontramos las ideas o modos, cuyo concepto encuadra
perfectamente en el concepto de los universales escolásticos y, como hemos
visto, también de las ideas platónicas. Las ideas son las formas abstractas de
las cosas, referibles todo lo más a género y especie. Por ellas y a través de
ellas las esencias (principios) vienen a la existencia. Su descubrimiento por
el entendimiento en función de abstracción mental, se traduce en el
conocimiento de las leyes y los medios por los cuales los seres y las cosas
vienen a la vida concreta. La idea al individualizarse o concretarse se
convierte en pensamiento (primera imagen mental concreta) o arquetipo de cada cosa.
Y éste es la forma en función plástica que se traduce en hechos en el mundo
tangible. ("La forma es la causa profunda de la acción de los seres",
dijo Aristóteles).
Pero las ideas no solo forman parte de la Mente Divina
como arquetipos abstractos de la creación universal sino que existen en la
propia mente individual del hambre, que de este modo goza del privilegio de su
propia creación mental. El conocimiento se ha hecho trascendente por que las
ideas de las cosas han pasado a la mente humana; pero también se ha preparado
para ser inmanente, por que desde este instante tendrá un contenido propio que
irá adquiriendo individualidad por obra de la razón. Como dijo Kant: las cosas
se nos dan en nuestras ideas: pero estas ideas no sólo son nuestras, sino que
son ideas de las cosas.
*Para mejor observación de la imagen ticlee la misma.
Solamente comprendiendo que
existe una mente universal creadora, cuya imaginación o potencia objetiva trae
las esencias a la existencia, y que existe asimismo una mente humana
individualizada, también provista de una capacidad creadora de menor radio de
acción pero de la misma naturaleza (¡seréis tanto como Dios, que dijo la
serpiente a Eva!) es posible abordar el problema del conocimiento.
No basta que, al tenor del concepto kantiano, consideremos
los mecanismos de la razón pura por medio de los cuales aprehendemos del caos
de sensaciones que nos proporciona el mundo exterior, un conocimiento en
tiempo, espacio y categoría. Es necesario además que consideremos la realidad
de los seres y las cosas en cuanto objetos de conocimiento. Y para esto el
esquema precedente nos enseña que tras la forma externa (objeto de la
sensación) que no es sino ilusión (o maya oriental) por ser cambiante y
perecedera, están las realidades de las ideas y de las esencias o espíritus; y
así no seremos como los eternos prisioneros del mito platónico que "de
espaldas a la luz, tomamos por realidades las sombras que se proyectan en las
paredes de nuestro calabozo".
Precisamente en orden al problema del conocimiento, hemos
de considerar que, los datos que obtenemos por medio de los sentidos,
referidos a tiempo y espacio, están condicionados por el hecho de ser captados
en un mundo de tres dimensiones. Esto limita la percepción sensorial a darnos
un símbolo de la verdadera realidad de las cosas; una proyección
tridimensional y espacial que no alcanza a darnos la noción del noumeno (la
cosa en si), y que es simplemente su apariencia o fenómeno.
Las anteriores consideraciones explican el criterio de
finalidad y causalidad con que exponemos todos los objetos de nuestro conocimiento,
sin cuya condición se pierde la mente en la inconsistencia del mundo
fenomenal.
Y para mejor comprensión de estos conceptos, vamos a aclararlos
e ilustrarlos con un ejemplo: Supongamos la planta dé todos conocida con el
nombre de patata. Esta planta, como individuo del reino vegetal, se ofrece a
nuestros sentidos como un vegetal herbáceo de color verde, de unos 60
centímetros de altura, con hojas alternas, flores blancas de corola pentagonal,
fruto en baya, raíz provista de tubérculos que contienen gran cantidad de
fécula; etc. Esta planta, como todas, se reproduce y muere. Hasta aquí nuestra
percepción no ha recogido más que un hecho o si se quiere un fenómeno; sabemos
que es la patata. Después penetrando por la observación y el análisis en su
constitución y funcionamiento, llegamos al conocimiento de su mecanismo
(integrante también del fenómeno patata), por medio de los datos concretos que,
sistematizados, nos proporcionan las distintas ciencias biológicas (física,
química, etc.) sintetizadas en la botánica.
Pero, ¿cómo ha llegado a ser la patata? La patata
ha sido construida mediante un pensamiento concreto que es el modo y la fuerza
de su realización; exactamente de una manera análoga a como el arquitecto
construye la casa según su pensamiento plasmado en el dibujo del plano
correspondiente. Sin este plano (dibujado o no) que es mente concreta, no
podría haber casa; como no podría haber patata sin el arquetipo plasmado por la
mente divina. Y dentro de este arquetipo hay detalles, como por ejemplo la
flor pentagonal, cuya realización requiere, por parte de la Naturaleza, una
operación de cálculo geométrico que asegura la exactitud de su forma. Hay un pensamiento
matemático que garantiza la forma de la corola, 1a disposición de hojas y ramos
en el tallo (filotaxia) -y aun la disposición y magnitud de los vasos
circulatorios en sus tejidos. Como decía Platón, recordando a los pitagóricos:
"Dios geometriza".
Y esta forma del arquetipo constructor que tiende a
convertirse en acto, es a su vez una concreción de una idea genérica (el género
solanum) que a su vez lo es de otra idea más abstracta: la idea de planta. Y
esta no es sino un modo de vida.
Y esta vida de la patata, ¿para qué? Entramos en la
investigación de los noumenos. La experiencia y el análisis químico nos dicen
que sirve como elemento de nutrición de la vida animal. Pero, ¿ha sido creada
la patata por el Hacedor para servir de alimento? ¿O ha sido creada sin el
designio de la posibilidad de que fuese utilizada por la vida animal? En este
caso no ha sido creada para esto. Y habrá que buscar otra finalidad cierta
mejor dicho, su única y verdadera finalidad, sin cuya investigación podemos
asegurar que no conocemos aun lo que es la patata. Como no conocemos el
verdadero ser de una persona que va de mecánico al volante de un automóvil, y
luego puede ser un médico o un abogado. No es para esto, pero puede hacer esto
en determinados momentos.
Sin pretender resolver el problema concreto de la
finalidad de la patata (que probablemente es de orden alimenticio) si queremos
señalar en este ejemplo las rutas del conocimiento- Más en cuestión de
investigación de noumenos, suele valer más un momento de iluminación intuitiva
que muchos años de razonamiento: aunque también es cierto que, la suma de
razones aboca en la intuición o, por lo menos, predispone a ella. Nuestro
esquema recoge esta verdad.
Llegamos a una última cuestión: ¿Por qué ha sido creada
la patata para servir de alimento? Puede admitirse lógicamente una contestación
como la siguiente: "Por que Dios ha previsto la necesidad, impuesta por
Él, de que la fécula de la patata sirviese como combustible en el trabajo del
músculo y su jugo contribuyese a la eliminación de los residuos úricos de dicho
trabajo". Todo esto, claro es, supone una coordinación y una armonía en el
orden universal. Este porque, es la voluntad de existencia de la patata, en
perfecta concordancia con la voluntad de existencia del animal que con ella se
alimenta. Lo cual equivale a decir que ambos seres, tan dispares en la vida
material, están unidos en esencia. Es más, son el mismo existir en distintas
etapas de la continua transformación de la vida. Prueba de ello es que la
patata un día, después de asimilada, será carne animal (o por lo menos puede
serlo).
En el plano de la esencia (lo que es por si) termina la
capacidad de nuestro conocimiento. Después cabe la intuición de Dios como
Principio Creador.
Ahora bien; si hemos errado en el camino del
conocimiento, podemos tener una comprobación de orden experimental. El alimento
patata de nuestro ejemplo, armoniza bien con el organismo del animal
vertebrado, por que tienen la misma esencia. Pero el alimento carne --por
ejemplo- no armoniza con el organismo del canario (pongamos también como
ejemplo de vertebrado) por que no tiene la misma esencia; y surge el conflicto
patológico y el animal enferma si nos empeñamos en hacerle ingerir este
alimento, no obstante que tiene músculos como otros animales que si viven de carne y
pudiera parecer que la carne no puede perjudicar al que de carne está hecho.
Pero todas estas razones de tipo químico y morfológico no bastan para
llevarnos por el camino de la verdad si despreciamos el conocimiento de los
principios de creación. El conflicto y la desarmonía en el plano físico son
las señales evidentes de nuestro desconocimiento, que ocasiona conflictos de
esencia[1].
Estas consideraciones nos orientan hacia las legítimas
rutas del entendimiento que convergen en el origen de la verdad[2].
Pero cabe preguntarse, ¿cómo conocer la identidad de esencia de dos seres
dispares? ¿Cómo diferenciar en esencia a dos seres de la misma apariencia?
Sí, como dijimos, la patata está unida en esencia con el
vertebrado, por que puede incorporarse armónicamente a su existencia, (y en e1
fondo responden a una misma idea de existencia), podemos agregar que, aparte
la experiencia biológica, cabe inducirla o intuirla de hechos simbólicos que
tienen todo el valor de signos esenciales de creación. Podemos decir con una
expresión casi matemática: Igualdad de esencias equivale a complemento de
existencias. Y estos signos simbólicos que nos revelan esta relación, suelen
presentársenos en el campo de la mente como complementos que se resuelven en
una unidad de orden superior. Así la luz roja es complementaria de la luz verde
por que tienen un mismo origen esencial: la luz blanca en la que conjuntamente
se resuelven. La hemoglobina roja de la sangre animal y la clorofila verde del
pigmento vegetal, se complementan por su común origen esencial (el núcleo
químico del pirrol) y lo demuestran sus valores armónicos en cuanto al fenómeno
nutritivo del animal que ingiere el vegetal. En este caso los colores rojo y
verde son los signos simbólicos o esenciales de creación[3].
Y vamos al otro caso. Supongamos dos seres de la misma especie:
un hombre y una mujer, por ejemplo. Estos dos individuos pueden formar un
matrimonio armónico y perfecto si se identifican en finalidad o causación; es decir,
si están coordinadas sus voluntades de existencia. Y en este caso son
complementarios. Pero puede ocurrir que sean dispares en sus noumenos; que las
finalidades de sus vidas no armonicen (como en el caso de que uno de ellos
tenga como misión en la vida ser instrumento del mal y el otro lo sea del bien)
y en este caso no podrán complementarse y surgirá e1 conflicto de esencia, que
en este ejemplo lo es también de existencia (aunque esto sea cuestión
evolutiva y no de principio).
Es decir que las semejanzas específicas (o que
dependen de pertenecer a la misma especie), dimanan del plano de las ideas crea;
doras, pero no implican necesariamente que haya identidad de principios. Entre
Nerón y un San Francisco de Asís no hay posibilidad de encontrar un acuerdo esencial aun siendo los dos del
género humano y aún de razas muy próximas.
Ahora iremos comprendiendo el engaño, la ilusión o maya
en que nos sume el espectáculo del mundo
material si no sabemos profundizar en las verdaderas realidades que hay tras
las apariencias fenomenales. Mucho habría que decir a este respecto (y parte lo
hemos dicho en otra obra nuestra[1]
en lo que se refiere al conocimiento de los problemas de salud y enfermedad.
Sugestionados los médicos por las formas aparatosas de ciertas enfermedades y
las colaboraciones microbianas infectantes, se dirigen a la modificación del
mecanismo patológico, olvidando totalmente la esencia (es decir finalidad),
razón de ser, del fenómeno morboso. Y de esto resulta una terapéutica supresiva
de efectos, pero no correctora de causas, cuya crítica hemos hecho extensamente
en nuestra citada obra; limitándonos aquí a llamar la atención sobre el camino
que debe emprenderse para llegar al conocimiento de la realidad del hecho
patológico.
Cuando Gautama, el Buddha, presenciaba el espectáculo
cruel de la naturaleza física, en la que unos seres, para subsistir, devoraban
a los otros, llególe el dolor a lo profundo de su corazón y pensó en buscar un
mundo superior en el que no hubiese conflictos ni sufrimiento. Y retiróse al
bosque para meditar y pensó durante años hasta que, bajo el árbol boddhi
encontró la iluminación y la sabiduría. Y halló no otra cosa que el mundo de
las esencias donde se encuentra la infinita paz del espíritu, que nos libra de
caer en la rueda alocada de la existencia. O por mejor decir, aprendió a pasar
por este mundo de las apariencias fenomenales sin perder de vista sus
realidades superiores y sin caer en las consecuencias que dimanan de la falsa
apreciación de los hechos. Y este conocimiento fue su doctrina de liberación,
que seiscientos años después ratificó Jesucristo al decirnos: "La verdad
os hará libres".
El problema del conocimiento es pues un problema de redención
que ya planteó genialmente Ricardo Wagner en su famosa tetralogía de "El
Anillo del Nibelungo", en la cual la espada Nothunga del conocimiento
intuitivo, esgrimida por el rebelde Sigfredo, es arma de liberación por virtud
de la cual al fin "solo triunfa el Amor". El amor que es conocer,
recordando el concepto agustino, y que es, por consecuencia, liberación.
Colígese de todo esto la importancia que tiene en la vida
del hombre, hallar la verdadera ruta del entendimiento, hollada a lo largo de
los siglos por "los pocos sabios que en el mundo han sido".
ALFONSO EDUARDO
[1] No hemos de confundirlos con los conflictos de existencia. Un ejemplo
de éstos es el tigre que se come a la gacela. Hay conflicto (lucha, dolor, muerte)
pero con una finalidad nutricia en la que la carne del herbívoro armoniza
perfectamente con el organismo del felino. No hay pues conflicto esencial. El
tigre obra con el conocimiento instintivo y según su naturaleza.
[2] La verdad es el reconocimiento de un ser ideal o material por la
mente. Puede existir el acto sin su verdad; pero no la verdad sin el acto. La
verdad es una relación como vimos. (Recuérdese la famosa discusión sobre este
tema, entre Husaerl y Heidegger).
[3] 5i supiésemos valorar los signos esenciales Simbólicos en las
manifestaciones de la vida, conoceríamos muchas cosas hoy ocultas.
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